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CAPÍTULO XCI

Sitio de México

Pláticas con los Generales O'Horán y Tavera

Del 12 de abril al 20 de junio de 1867

En marcha de Texcoco para San Cristóbal Ecatepec y la Villa de Guadalupe, se nos incorporó, procedente de México, la Sra. Doña Luciana Arrozola de Baz, esposa de Don Juan José Baz, y me manifestó que traía una comisión del General Don Nicolás Portilla, quien a la sazón figuraba como Ministro de Guerra en México, que ésta se reducía a ofrecerme la entrega de la capital mediante algunas concesiones a Portilla, a los principales Jefes del ejército imperialista y funcionarios de la administración; aunque su primera intención era buscar una fusión entre los dos ejércitos, bajo la base de que unidos ambos, reconociéndose recíprocamente los empleos que tenían los jefes de cada uno, procedieran de acuerdo para establecer un nuevo orden de cosas, que no fuera ni el llamado Imperio de Maximiliano, ni el Gobierno Constitucional del Sr. Juárez.

Por supuesto que deseché esas proposiciones, y ni siquiera las acepté en su forma menos desfavorable que era la de la rendición condicional de la plaza, y contesté que sólo admitiría la rendición sin condiciones.

No fue esta la única oferta que se hizo de entregar la plaza. El General O'Horán, me mandó decir con un hermano del Lic. Don José María Aguirre de la Barrera, actualmente Magistrado de la Suprema Corte de Justicia de la Federación, que tenía empeño en hablar conmigo, y que me convenía el asunto que me iba a comunicar. Su enviado me trajo una pequeña linterna con un lente rojo, y me dijo que mostrar la luz roja sería la señal para que saliera O'Horán a hablar conmigo. Me acerqué, pues, en la noche hasta muy cerca de la garita de Peralvillo, más acá del rancho de la Vaquita, y me coloqué en una zanja fangosa con cuatro muchachos de los tambores y cornetas, porque para estos casos son buenos muchachos, pues no tienen miedo, y una vez metido en la zanja, saqué la linterna, pero al ver el enemigo la luz colorada, nos lanzó todos sus fuegos de artillería y fusilería que no nos causaron ningún peIjuicio por estar metidos en la zanja sin que O'Horán saliera a hablarme. Cuando calmó el fuego, despedí a mis muchachos de uno en uno, y después salí yo de la zanja y volví a mi posición, no por la calzada, que estaba enfilada por los fuegos de artillería del enemigo, sino atravesando los potreros.

Al día siguiente me volvió a mandar O'Horán al Sr. Aguirre de la Barrera, diciéndome que lo dispensara por lo que había pasado la noche anterior; que Márquez estaba en la trinchera en los momentos en que yo me acerqué e hice la señal convenida, y que cuando vieron la luz roja se alarmaron, pues comprendieron que no podía venir sino del enemigo. Me citó de nuevo; pero entonces ya no fui sino hasta la Vaquita. Salió O'Horán en esa vez, me habló y me ofreció entregarme la plaza lo mismo que a Márquez, y a los demás jefes principales, sin más condición que extenderle un pasaporte para el extranjero.

Le contesté que no podía hacer nada de eso, porque consideraba la plaza como mía y que en cuanto a los demás jefes yo cumpliría con mi deber. Me replicó O'Horán que en efecto, la plaza sería mía; pero que los pollos gordos, fue su frase, podían escapárseme; mientras que aceptando lo que me proponía todos caerían. Convencido de que yo no aceptaba sus proposiciones, me dijo:

- ¿Tiene usted mucho empeño en fusilarme?

- No, señor, -le contesté-. Si usted cae en mis manos, lo único que haré será cumplir con mi deber.

- Si usted sabe dónde estoy escondido ¿me mandará aprehender?

- Si alguno viene a denunciarme en dónde está usted, tendré que mandarlo aprehender. No puedo ofrecer ni más ni menos.

- Está bueno, -me contestó, agregando al retirarse-, ¡ojalá que pueda usted deberme algo!

Me retiré y me hizo O'Horán una mala partida. De antemano había yo colocado algunos centinelas avanzados y al regresar él a su línea, se llevó a uno de ellos no sé con qué fin.

Como dos o tres días antes de la rendición de la plaza, pidió permiso para hablar conmigo el General Tavera, en representación de Márquez, con objeto de proponerme la rendición de la plaza mediante algunas condiciones. Contesté a Tavera que podía venir a hablarme si gustaba; pero que no admitiría la rendición de la plaza, mientras se ofreciera condicionalmente, y le participé también que no hablaría conmigo solo, sino en presencia de algunos Generales del ejército. Procedí así porque había muchas versiones vulgares, en las cuales no quería yo aparecer complicado.

Vino, sin embargo Tavera, lo recibí en la Casa Colorada, en presencia del General Ignacio A. Alatorre, lo invité a almorzar con nosotros, y le repetí lo que antes le había mandado decir, esto es, que no podía conseguir ninguna condición para la entrega de la plaza. No tomé con el General Tavera ninguna de las precauciones usadas en esos casos, para impedir que conociera la forma de defensa en los parapetos por donde pasó, porque la situación desesperada en que estaba el enemigo, no exigía ya esas precauciones y así se lo manifesté. Tavera regresó sin embargo, a la plaza sin comprometerse a nada y simplemente a dar cuenta a Márquez de lo que había ocurrido.

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