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3.3. La expedición de Luis VII, Rey de Francia.

A mediados de junio de 1147, el Rey francés, al frente de su ejército, inició su marcha rumbo a Constantinopla acompañado, entre otros, por su hermano el Conde de Dreux, Roberto; Alfonso Jordán, Conde de Tolosa; el Conde de Nevers, Guillermo; el heredero del Condado de Champagne, Enrique; Thierry de Flandes; su tío, Amadeo de Saboya; el Conde de Borbón, Archivaldo; los obispos de Arras, Langres y Lisieux, su esposa Eleonor de Aquitania y el Gran Maestre del Temple, Everardo de Barré.

Menos numeroso que las fuerzas reunidas por Conrado III, el ejército de Luis VII, compuesto por nueve núcleos expedicionarios, siguió la famosa ruta de Carlomagno, causando desmanes en Worms y fue recibido en Ratisbona, por los embajadores del Emperador. De esa ciudad se trasladaron a Constantinopla, donde arribaron el 4 de octubre. El Emperador exigió del Rey francés el juramento de fidelidad, a lo que Luis VII accedió.

A principios de noviembre, la fuerza militar francesa arribó a Nicea, en donde el Rey se enteró del desastre ocurrido al ejército de Conrado.

Sorteando un sin fin de problemas y sufriendo no pocas penalidades, a finales de 1147 el ejército de la cruz llegó a Laodicea, de donde se trasladó hacia Attalia, siendo muy bien recibido por el jefe bizantino Londolfo. Fue en Attalia donde el Rey francés tomó la decisión de continuar su viaje por mar. Para ello, solicitó a Londolfo que le consiguiera una flota para que todo su ejército hiciera la travesía marítima. Por supuesto que la petición real muy lejos estuvo de poder ser satisfecha, ya que no existía en ese puerto una flota capaz de transportar a los doce mil soldados que componían la expedición de la cruz. Lo más que pudo hacer Londolfo fue poner a disposición del Rey de Francia una flota pequeña en la que tan sólo él, su esposa y sus más allegados caballeros pudieron transportarse. El 19 de marzo de 1148, el Rey se separó de su ejército dejándole el mando a los Condes de Borbón y Flandes, a los que recomendó ir poco a poco trasladando al ejército de la cruz por vía marítima. Tiempo más tarde, los Condes seguirían el ejemplo de su Rey, y, después de que lo que hizo Luis VII fuese repetido cinco o seis veces por los respectivos jefes que quedaban al mando, aconteció que casi tres cuartas partes de aquél ejército se quedó varada en Attalia, decidiendo la gran mayoría de esos soldados regresar a Nicea para trasladarse a sus lugares de origen. Pero tan sólo unos cuantos lograrían alcanzar su meta, puesto que la mayoría pereció en el viaje de retorno a Nicea.

Aquella tragedia, ocasionada por la censurable actitud del soberano francés, malos presagios advertía para el futuro.

Mucho se ha mencionado por cronistas e historiadores, que la mala fortuna del Rey francés se debió a la presencia de su esposa Eleonor de Aquitania, quien siendo más inteligente que él, le movía como auténtico monigote, señalándose que la terquedad mostrada por Luis VII para trasladarse por mar se debió, precisamente, a la presión que sobre él ejerció su esposa, la que harta de tanta molestia sufrida en el viaje terrestre apremió al Rey a partir por mar amenazándole con regresar ella a Occidente si no lo hacía.

El 19 de marzo de 1148, el Rey Luis VII desembarcaba en el pequeño puerto de San Simeon siendo recibido por el Príncipe antioquiano Raimundo y su Corte. El Príncipe de Antioquía, quien era tío de la Reina Eleonor, mucho esperaba del arribo de la expedición al mando del Rey francés, ya que pensaba atacar la ciudad de Alepo, la capital del temible Nur ed-Din, hijo sucesor de Zengi, para después reconquistar Edesa y el estratégico castillo de Montfurt. Pero los ordenados planes de Raimundo se esfumaron ante la indecisión del soberano galo, quien pretextaba la necesidad de trasladarse a Jerusalén.

En abril arribó a Antioquía el Patriarca de Jerusalén Fulquerio de Angulema, sucesor de Guillermo de Messines, para apurar a Luis VII a que se trasladara sin dilación a Jerusalén, ciudad a la que ya había arribado el Emperador germano Conrado III.

Viendo el monarca francés el momento de deshacerse de la constante presión que sobre él estaba ejerciendo Raimundo con sus planes militares, púsose a preparar su marcha rumbo a la Ciudad Santa. El Rey hubo de enfrentar las recriminaciones y berrinches de su esposa, pero finalmente partió a Jerusalén.


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