Índice de Por el poder de la cruz. Una breve reflexión sobre la Primera Cruzada de Chantal López y Omar CortésCapiítulo anteriorCapítulo siguienteBiblioteca Virtual Antorcha

8.2. Los Caballeros del Temple.

El abordar un tema histórico como lo es la formación y desarrollo de la Orden de los Caballeros del Temple, conlleva el reto de librar el conjunto de mitos e interpretaciones esotéricas. En efecto, tanto la literatura ocultista como los autores proclives a la difusión de los temas esotéricos, se han apoderado prácticamente de este tema ante la despreocupación de los historiadores. Los templarios son, hoy por hoy, figuras propias de la literatura esotérica y de pequeños grupos herméticos interesados en el estudio de la magia.

Tal parece que los templarios han quedado fatalmente secuestrados por esos grupúsculos ocultistas. Pero, aunque a la mayoría de las personas les parezca extraño, la Orden de los Caballeros del Temple existió históricamente, siendo su cuna la ciudad de Jerusalén y su entorno el de las cruzadas. Lejos de mitos ocultistas, los templarios fueron gentes de carne y hueso que conformaron una orden monástica en la que se confundían las funciones propias de los monjes, con las de los caballeros.

Históricamente su nacimiento se remonta a los años 1119 o 1120, existiendo diferentes opiniones al respecto. Dos personajes franceses, Hugo de Payns y Godofredo de Saint- Omer, son comúnmente aceptados por todos los historiadores como sus fundadores. Sobre los primeros años de esta orden, existen grandes lagunas que impiden precisar el número de sus adherentes. Para algunos historiadores, tan sólo eran nueve los miembros activos, otros estiman que su adherencia no ha de haber pasado de algunas decenas de miembros, y otros más, rechazando que el número de miembros haya sido en su inicio nueve, ponen énfasis en que la divulgación de ese número, el 9, conlleva precisamente al campo propio del esoterismo, a la numerología. Así, en opinión de estos historiadores, el nueve, en cuanto número de adherencia, no hace referencia a un número de personas, sino más bien a un mensaje que tan sólo los iniciados son capaces de descifrar.

Ahora bien, en lo relativo a las razones de su fundación, también se dividen las opiniones de los historiadores. Para unos, la influencia del alto clero de Jerusalén fue definitiva. La Orden de los Caballeros del Temple debería cumplir, según los altos jerarcas de Jerusalén, la función de una orden de paziers, nombre con el que se señalaba en Europa a los encargados de la vigilancia y mantenimiento de las instituciones de la paz de Dios y la tregua de Dios. Así, según esta opinión, los templarios no serían sino los paziers de Oriente medio, encargados de la vigilancia y mantenimiento de esas dos instituciones en los caminos del Reino de Jerusalén. Para otros, los que azuzaron la creación de esta orden fueron los altos mandos militares del Reino de Jerusalén, influenciados por la institución islámica del ribat, esto es, la institución musulmana establecida para el cumplimiento de la obligación islámica del Djihad o guerra santa contra el infiel. La participación de los creyentes musulmanes en esta institución era de carácter temporal, y una vez cumplida la obligación de participar en la guerra santa, el adherente islámico la abandonaba. En la España cristiana del Rey Alfonso I de Aragón se creó una institución copiada del ribat, llamada la confraternidad de Beleliste, cuya función era proteger las fronteras de la cristiandad y combatir al infiel. Así, con la fundación de la Orden de los Caballeros del Temple, los altos mandos militares del Reino de Jerusalén cubrían la necesidad de contar con una institución que obligara a la cristiandad de Occidente a guerrear contra los infieles islámicos.

Una tercera corriente de historiadores opina que los templarios fueron creados a instigación del Rey Balduino I durante los últimos meses de su reinado, con la doble intención de que atrajeran a Tierra Santa más combatientes cristianos, y estableciesen una guardia de policía que protegiera los caminos y rutas del Reino.

En nuestra opinión, la Orden de los Caballeros del Temple responde a una política diseñada, en el Reinado de Balduino II, cuya finalidad era atraer a la cristiandad de Occidente para colaborar en la colonización y defensa de los territorios liberados. Sustentamos esta afirmación en el hecho de que cuando los fundadores de la orden, Hugo de Payns y Godofredo de Saint-Omer partieron, en el año de 1127 a Europa, los costos de su viaje fueron pagados por el Rey Balduino II, el que hizo portador a Hugo de Payns, de varias encomiendas entre las que destacaba el ofrecimiento al Conde Fulco V, de la Corona del Reino, puesto que al no tener hijos varones, Balduino II tan sólo podía ofrecer en matrimonio a su hija para que el esposo pudiera sucederle.

Ahora bien, no es posible dejar de lado la decisiva influencia que en el impresionante desarrollo de los templarios, tuvo la participación de San Bernardo, el teólogo más importante de ese momento. En efecto, este sacerdote influyó ante el papado para que se percatase de la importancia que tenía la orden monástica militar. Ahora bien, muchos historiadores ubican su fundación en 1128, año en que se celebró el famoso Concilio de Troyes, del que surgió la Orden de los pobres Caballeros de Cristo, nombre original de los posteriores templarios.

En 1136 la Orden de los pobres Caballeros de Cristo recibió el reconocimiento del papado, mediante la expedición de la bula Omine datum optimum en la que se formalizaba la regla de la orden sujetándola al dominio único y exclusivo del Papa, lo que implicaba dejarla fuera de la influencia del clero secular de Jerusalén y, por supuesto, del poder de los laicos, o sea, algo muy parecido a lo ocurrido, siglos atrás, con la abadía de Cluny. Con esa acción, el Papa privaba al Patriarca de Jerusalén de autoridad sobre la orden.

Ahora bien, en lo referente al uso de algunos elementos simbólicos, los templarios quedaron autorizados por su Regla de funcionamiento, a otorgar a sus adherentes la mítica capa blanca, a la cual, a partir de 1147, se le agregó la no menos mítica cruz roja en cuanto símbolo distintivo de la orden. Por su parte, los Hospitalarios utilizarían la capa negra con la cruz blanca, y los Caballeros Teutónicos, la capa blanca con la cruz negra. También hemos encontrado menciones relativas a una orden llamada de los Caballeros de San Lázaro, la cual usaba como símbolo propio la capa blanca con una cruz verde.

La Orden de los Pobres Caballeros de Cristo terminó siendo conocida como la Orden de los Caballeros del Temple, debido a que su primera casa presbiterial en Jerusalén se estableció en las ruinas del Templo de Salomón. En efecto, el Rey Balduino II alojó a los iniciales Pobres Caballeros de Cristo, en una construcción que durante la ocupación musulmana fatimita de Jerusalén, albergó la mezquita al-Aqia, o sea, la mezquita lejana, edificada en memoria del viaje nocturno efectuado por Mahoma a la Meca, y que fue construida sobre los cimientos de lo que antiguamente había sido el Templo de Salomón. Así, al quedar establecida la casa matriz de la Orden de los pobres Caballeros de Cristo, en el lugar en que estuvo el Templo de Salomón, ello incidirá para que a los miembros de la orden se les llamase guardianes del Templo de Salomón, de donde se originó el nombre de templarios.

En cuanto a su organización interna, los cargos de la orden estaban estructurados jerárquicamente y comprendían al Gran Maestre o director; al senescal o funcionario judicial; al mariscal o responsable de sus operaciones militares; al comendador o tesorero; al prior o sastre y a los hermanos capellanes o sacerdotes. Su estructura militar se encontraba jerarquizada en su mando con el mariscal a la cabeza, los Caballeros a él subordinados, y debajo de estos, los sargentos o logos.

Sobre la ceremonia de aceptación de nuevos miembros en la orden, se ha elaborado una interpretación plenamente esotérica que presenta un complicado ritual iniciático en el que se conjugan la magia y antiquísimos rituales. Tal interpretación es fantasiosa y tan sólo ha servido para crear la leyenda negra del temple. La verdad es que el ritual de iniciación a la orden se encontraba claramente establecido en su Regla, señalándose los pasos a seguir. Así el ritual de aceptación se constituía de un diálogo entre dos templarios y la persona que solicitaba su ingreso, preguntándosele si era libre, hijo legítimo, católico, apostólico y romano, si no estaba enfermo, de dónde era originario y si estaba exento de deudas. Si las respuestas eran satisfactorias se le hacía jurar la observancia de los tres votos monásticos de pobreza, obediencia y castidad, así como otro tipo de obligaciones frente al Gran Maestre, quien, si no veía ningún inconveniente, le nombraba miembro de la orden colocándole la capa blanca y bendiciéndole. Después, el Gran Maestre ponía a consideración del Capítulo su decisión, y si ésta era aceptada, se le ordenaba instruir al nuevo adherente en la disciplina de la orden.

No obstante que el Gran Maestre era el máximo director de la orden, sus funciones no le conferían un poder de dirección absoluto, ya que siempre requería del consentimiento del Capítulo, la asamblea que copartícipaba en la dirección.

Para la elección del Gran Maestre, le correspondía al mariscal convocar a los dignatarios de la orden, y éstos designaban a un Gran Comendador, que convocaba a la reunión del Capítulo. Y era en el Capítulo en donde se elegía a un Comendador de la elección, quien designaba a un compañero para, posteriormente, entre los dos, designar a otros dos compañeros, y éstos cuatro nombraban a otros dos más, y así sucesivamente hasta completar el número de doce, simbolismo que representaba a los doce apóstoles. Eran estos doce compañeros, los que designaban al Hermano Capellán, que simbólicamente representaba a Jesucristo, y entre éste y los doce compañeros, contando con la anuencia del Capítulo, decidían quien debía ser el nuevo Gran Maestre de la orden.

Los Gran Maestres del temple fueron:

1. Hugo de Payns (de 1119 a mayo de 1136).

2. Roberto de Craon (de 1136 a enero de 1149).

3. Everardo de Bartes (1149 a 1152).

4. Bernardo de Trémelay (1152 al 16 de agosto de 1153).

5. Andrés de Montbard (1153 al 17 de enero de 1156).

6. Beltrán de Blanquefort (1156 al 2 de enero de 1169).

7. Felipe de Neplusia (1169 a 1171).

8. Eudes de Saint-Amand (1171 al 8 de octubre de 1179).

9. Arnaldo de Torroja (1180 al 30 de septiembre de 1184).

10. Gerardo de Ridefort (1185 al 4 de octubre de 1189).

11. Roberto de Sablé (1191 al 28 de septiembre de 1193).

12. Gilberto Erail (1194 al 21 de diciembre de 1200).

13. Felipe de Plessis (1201 al 12 de febrero de 1209).

14. Guillermo de Chartres (1210 al 25 de agosto de 1219).

15. Pedro de Montaigú (1219 al 28 de enero de 1232).

16. Armando (o Hermant) de Perigord (1232 al 17 de octubre de 1244).

17. Ricardo de Bures (1244 o 45 al 9 de mayo de 1247).

18. Guillermo de Sonnac (1247 al 11 de febrero de 1250).

19. Reinaldo de Vichiers (1250 al 20 de enero de 1256).

20. Tomas Berard (1256 al 25 de mayo de 1273).

21. Guillermo de Beaujeu (1273 al 18 de mayo de 1291).

22. Teobaldo Gaudin (1291 al 16 de abril de 1293).

23. Jacobo de Molay (1294 al 18 de marzo de 1314).


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