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7.2. La expedición de Bohemundo de Tarento.

Partiendo del puerto de Bari en octubre de 1096, la expedición de Bohemundo de Tarento incluyó la participación de los normandos establecidos en la Italia meridional y de no pocos de los radicados en Francia.

Hijo de Roberto Guiscardo, a Bohemundo le tocó enfrentar el desorden interno en los dominios normandos, caracterizado por una serie de fricciones entre la jefatura normanda de Italia y la de Sicilia, que en no pocas ocasiones condujo a prolongadas y devastadoras guerras.

Hermano de Roger Borsa y sobrino de Roger I de Sicilia, Bohemundo hubo de guerrear contra su hermano para asegurarse los territorios de Tarento y la Tierra de Otranto, ubicados en el talón de la península itálica.

Al percatarse este jefe normando del paso de gruesos contingentes franceses, que por Italia se desplazaban para trasladarse al Oriente Medio, comprendió de inmediato la gran importancia de aquellas expediciones militares liberatorias, por lo que, ambicionando la posesión de una zona territorial en Medio Oriente, y viendo las pocas posibilidades de su futuro en la península itálica, decidió aventurarse uniéndose al ejército de Cristo, para consolidar un principado en las tierras por liberar. Reuniendo la cantidad de dinero necesaria para el correcto avituallamiento de su ejército, y dejando sus tierras bajo la administración de su hermano, Bohemundo partió acompañado de un gran número de señores, entre los que destacaban su sobrino Tancredo; el hermano mayor de Guillermo, hijo de su hermana Emma y del marqués Odón; su primo Ricardo del Principado; Rainulfo de Salerno; Ricardo, el hijo de Rainulfo; Godofredo, Conde de Rosugmuolo y sus hermanos Roberto de Ansa, Germán de Canas, Hunfredo de Monte Scabioso, Alberto de Cagnano y el obispo Girardo de Ariano, todos ellos normandos sicilianos; uniéndosele, de entre los normandos franceses, Roberto de Sourdival y Bod de Chartres.

Los expedicionarios desembarcaron en Epiro, reuniéndose posteriormente en la aldea de Drópoli, pero el desembarco no se efectuó hasta que se obtuvo la anuencia de las autoridades imperiales bizantinas, ya que la política que les guiaba buscaba establecer una sólida relación con las autoridades imperiales, y por ello, desde los primeros momentos Bohemundo instruyó a su ejército para que se abstuviera de cometer la menor infracción a las leyes de la hospitalidad mientras estuviesen en territorio imperial, advirtiendo que cualquier violación sería castigada con severidad.

La ruta seguida por la expedición de Bohemundo en su camino hacia Constantinopla fue difícil, puesto que los expedicionarios hubieron de transitar por terrenos accidentados. Primero llegaron a Castoria, de donde partieron con dirección al río Vardar, al que arribaron a mediados de febrero de 1097, y de ahí se dirigieron a Roussa, para seguir rumbo a Constantinopla, arribando el 9 de abril de 1097. Bohemundo se hospedó en el monasterio de San Cosme y San Damian, y al día siguiente se entrevistó con el Emperador.

La diplomática actitud que caracterizaría las relaciones de Alejo I con los expedicionarios del ejército de Cristo alcanzó en aquella entrevista su máximo esplendor. El Emperador había tomado todas las medidas para mantener un sutil control sobre los cruzados que tumultuosamente penetraban en los territorios imperiales. Había establecido como norma el juramento de fidelidad; instruido a la policía imperial para que vigilase estrechamente todos los movimientos de esos ejércitos; alertado a las fuerzas imperiales; girado instrucciones para evitar que los ejércitos cruzados permaneciesen por más de ocho días en el mismo lugar; dado órdenes para que en su Corte se llevase un control censal del número de los efectivos que conformaban las expediciones de la cruz, de las necesidades de avituallamiento, de su armamento, del origen étnico cultural de sus componentes y del lugar de su residencia en Occidente. No deseaba dejar ningún cabo suelto en las investigaciones que le permitían, además de conocer a sus huéspedes y supuestos aliados, implementar las medidas de control que evitasen el desquiciamiento del Imperio.

En la entrevista que tuvo lugar el 10 de abril de 1097, Bohemundo se dio cuenta del poderío bizantino así como del cúmulo de medidas de control implementadas por el Emperador. Desde un principio se percató de la inutilidad de cualquier enemistad con Alejo I, puesto que era éste, a sus ojos, el más importante aliado con el que podían contar las fuerzas militares de la cruz. Por ello, Bohemundo aceptó de inmediato y de buena gana, prestar el juramento de fidelidad, proponiéndole al Emperador que le nombrase con el título de Gran doméstico de Oriente, o sea, el que en representación del poder imperial se encargaría de restituir al Imperio todos los territorios que de antaño le pertenecían y que habían sido invadidos por los islámicos. Alejo I quedó sorprendido ante la audacia de Bohemundo, percibiendo de inmediato que ante él tenía al jefe cruzado más intrépido, y por lo tanto más peligroso. Contestó que tal nombramiento le parecía muy precipitado, al no haber aún arribado al Imperio todas las expediciones cruzadas. Quince días después, los ejércitos de Bohemundo fueron transportados hacia el Bósforo para que se unieran con las fuerzas de Godofredo de Bouillon.


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