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7.1. La expedición de Godofredo de Bouillon, Duque de la baja Lorena.

Segundo hijo del Conde Eustaquio II de Boloña y de Ida, hija de Godofredo II, Duque de la baja Lorena, de quien se decía guardaba descendencia directa, por línea femenina, con Carlomagno, Godofredo de Bouillon terminará representando históricamente la figura del heroico y noble cruzado.

Tan positiva acogida no debe tomarse como un hecho casual y espontáneo. En sí, la razón de ello debemos buscarla en la relación de este caballero con la abadía de Cluny. No es un secreto que en los territorios de la baja Lorena, la influencia cluniciana era considerable, y por lo tanto nada extraño fue que este Duque terminara influenciado por los monjes vestidos de negro. Además, no debemos perder de vista el zipizape que entre el Emperador Enrique IV y Godofredo tuvo lugar a la muerte del padre de este último. En efecto, a la muerte de Eustaquio II, el Ducado de la baja Lorena sería requisado por el Emperador, dejando a Godofredo el Condado de Amberes y el señorío de Bouillon. Tuvo que demostrar su lealtad al Emperador participando de manera muy activa en las campañas imperiales de Alemania e Italia, para que en el año 1092, Godofredo fuese agraciado por Enrique IV, quien le restituyó el Ducado, mas no en carácter hereditario. Así, la figura de Godofredo alcanzará una particular importancia para los estrategas de Cluny, puesto que la historia de este Duque caía de perlas para exhibir al Emperador como un individuo incapaz de reconocer la valía de sus súbditos.

Todo parece indicar que la administración del Ducado de la baja Lorena fue mediocre, por lo que consciente de su deficiencia en las labores de administración, el Duque Godofredo decidió hacer los preparativos necesarios para conformar un ejército y partir a Medio Oriente en busca de riquezas. Vendió sus tierras de Rosay y Stenay, ubicadas en el Mosa, hipotecó su castillo de Bouillon al obispo de Lieja y amenazó a los practicantes de la religión mosaica para que le donaran dinero, logrando juntar lo necesario para formar un ejército, frente al cual partió rumbo a Constantinopla en el mes de agosto de 1096.

Sus dos hermanos se unieron a la empresa del ejército de Cristo, aunque parece ser que el mayor, Eustaquio III, Conde de Boloña, partió con anterioridad a Godofredo, rumbo a tierras bizantinas.

Un considerable número de señores se incorporarían a la expedición del Duque de la baja Lorena, destacándose su primo Balduino de Rethel, señor de Le Bourg; Balduino II, Conde de Hainault; Reinaldo, Conde de Toul; Guarmenio de Gray; Dudo de Konz-Saaburg; Balduino de Stavelet; Pedro de Stenay y los hermanos Enrique y Godofredo de Eich.

Trazando su recorrido a través de la mítica ruta de Carlomagno, Godofredo de Bouillon y su ejército arribarían a principios de octubre a las fronteras de Hungría, enviando una embajada presidida por Godofredo de Eich a entrevistarse con el Rey húngaro para solicitar permiso de cruzar su territorio. El Rey, que contaba con las pésimas experiencias de los destrozos y desmanes cometidos por las expediciones de la cruzada popular, dudó mucho en otorgar su permiso a los ejércitos de Bouillon, por lo que reteniendo por ocho días a aquella embajada decidió, finalmente, proponer una entrevista personal al jefe cruzado, escogiendo la ciudad de Ordenburg para realizarla. El jefe de la cruzada aceptó, concurriendo, acompañado de algunos de sus hombres de confianza, a la cita. La impresión que dejó Bouillon en el Rey húngaro fue magnífica, pero aún desconfiando, Coloman le propuso el acceder a su petición de tránsito siempre y cuando aceptase dejar a su hermano Balduino, a la esposa de éste, Godvere de Tosni, y a sus hijos, en condición de rehenes que garantizarían el buen comportamiento de sus tropas a su paso por los territorios del Reino. Después de una breve y muy acalorada discusión, su hermano aceptó el quedar, junto con su familia, en calidad de rehén, hospedado en el palacio real.

El tránsito del ejército cruzado fue pacífico y todo su trayecto por territorio húngaro fue sin novedad. Las fuerzas de Godofredo abandonarían Hungría, internándose por tierras búlgaras y arribando a la ciudad de Semlin a fines de noviembre, en donde su hermano Balduino, acompañado por su familia, se le uniría después de haber sido liberado por el Rey húngaro.

De Semlin pasaron los cruzados a Belgrado y de ahí se trasladaron a Nish, siendo recibidos por una escolta bizantina enviada para tal fin por el gobernador Nicetas.

Posteriormente se trasladarían a Filipópolis, en donde se enterarían del arribo a Constantinopla de Hugo, Conde de Vermandois.

El 12 de diciembre llegarían, aquellos soldados de Cristo, a Selembria, lugar en el que por desconocidas razones se resquebrajó la disciplina de este ejército, produciéndose varios saqueos y enfrentamientos con los pobladores de la zona. Alarmado, el Emperador Alejo I envió una embajada presidida por los franceses Puldelau y Roger, para advertir a Godofredo de la observancia de las leyes de la hospitalidad por parte de su armada, pidiéndole que iniciara de inmediato su marcha a Constantinopla. El ejército cruzado arribó a la ciudad imperial el día 23 de diciembre de 1096, acampando a extramuros a lo largo de la zona llamada Cuerno de Oro.

De inmediato, el Emperador giró órdenes a su vasallo, el Conde de Vermandois, para que se trasladara al campamento cruzado y obtuviese de Godofredo de Bouillon su consentimiento de prestar el juramento de fidelidad. Pero aquel intento resultó infructuoso, puesto que el jefe cruzado se negó terminantemente a ello, recriminando a Hugo por su servilismo con el Emperador bizantino.

El rechazo enfureció a Alejo I, quien sintiéndose ofendido, receló de las verdaderas intenciones de los soldados de Cristo. El Emperador sabía que contaba con un ejército muchísimo más poderoso que el de los cruzados, por lo que si las cosas tomaban un curso no deseado, tan sólo le bastaría dar la orden a sus tropas, y de aquel insolente ejército no quedaría ni el recuerdo. Pero Alejo I no deseaba tomar una decisión tan drástica y antidiplomática, sobre todo sabiendo que más expediciones se dirigían ya a tierras imperiales. Una guerra con Occidente era lo que menos deseaba, por lo que calmando su ira, invitó a Godofredo para entrevistarse con él en Palacio. Mientras tanto, en el campamento cruzado, que había sido trasladado a la ciudad de Pera, los ánimos se encontraban excitados por la actitud del Conde de Vermandois. Balduino, el hermano de Godofredo, paso del coraje a la acción, y se puso a emboscar a un contingente de los famosos pechenegos, destacamento de la policía imperial, encargado de la vigilancia del campamento cruzado. Consiguiendo apresar a sesenta de ellos y matando a otros, las huestes encabezadas por Balduino se dedicaron al saqueo e incendio de las casas de la ciudad. Era aquel día el jueves santo 2 de abril de 1097, y el Emperador hubo de intervenir ordenando a un destacamento de soldados imperiales se trasladase frente a las belicosas huestes para calmarlas sin causarles bajas. La orden fue cumplida al pié de la letra, y tan sólo bastó la presencia militar bizantina para que los rijosos soldados de Cristo, alarmados, se asustasen poniendo pies en polvorosa.

El viernes santo 3 de abril, de nuevo presentose Hugo ante Godofredo de Bouillon para insistirle que aceptara entrevistarse con el Emperador y prestase el juramento de fidelidad, a lo que el Duque volvió a rehusarse.

Ante tal actitud, Alejo I decidió poner fin al asunto y ordenó que un contingente militar imperial diese una lección a los altivos soldados de Cristo. De nuevo, las órdenes del Emperador fueron cumplidas, y la fuerza militar imperial se presentó ante el campamento de los cruzados. El desconcierto y el pánico se hicieron presentes entre los soldados de Cristo, los que viéndose en total desventaja ante las fuerzas imperiales, emprendieron desordenada y caótica huida.

Aquella lección fue más que suficiente para doblegar la voluntad del jefe cruzado, quien aceptó prestar el solicitado juramento de fidelidad. No hubo desavenencia entre los señores que componían aquella expedición, pues todos eran conscientes de su debilidad ante los ejércitos del Emperador.

El domingo de Pascua de 1097, Godofredo de Bouillon, su hermano Balduino, al igual que todos los señores que le acompañaban, prestaron, ante el Emperador, el juramento de fidelidad. Alejo I premió aquel acto otorgando elegantes presentes a los señores recién juramentados, obsequiándoles, además, un espléndido banquete. Después de aquella ceremonia, los cruzados se transportaron a Calcedonia, acampando en Pelecano, en la ruta de Nicomedia.


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