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7. La expedición de Hugo, Conde de Vermandois.

Hijo menor de Enrique I de Francia y de una princesa escandinava de nombre Ana de Kiev, Hugo abrazó la causa del ejército de la cruz siendo ya un hombre de más de cuarenta años, movido quizá por la ambición de conformar en Medio Oriente un señorío que le otorgase poder y riqueza. Se cuenta que su relación con el papado se estableció debido a los oficios realizados por su hermano el Rey Felipe.

En el mes de agosto, después de haber realizado los arreglos necesarios para sufragar los gastos de su expedición, y dejando su Condado bajo la administración de su esposa, partió junto con sus vasallos, siervos y algunos caballeros, rumbo a Constantinopla. Su trayecto lo realizó transportándose hasta Italia para embarcarse en el puerto de Bari con destino a Dirraquio. En su travesía se le unirían Drogo de Nesle, Clarimbaldo de Vendeuil, Guillermo el Carpintero, y otros más que habían participado en la frustrada expedición comandada por Emich. En Italia se le uniría Guillermo, el sobrino del normando Bohemundo.

Antes de embarcarse en Bari, envió una embajada presidida por Guillermo el Carpintero a Dirraquio con el fin de informar al gobernador, Juan Comneno, su próximo arribo. El traslado de Bari a Dirraquio se volvió una tragedia, ya que el mal tiempo hizo zozobrar a varias de las embarcaciones de la expedición. Incluso, el barco que transportaba a Hugo se hundió, terminando él en las playas de Cabo Palli, al norte de Dirraquio. Rescatado y trasladado a Dirraquio por las fuerzas imperiales bizantinas, Hugo recibió la hospitalidad del gobernador, siendo obsequiado con muchos regalos y todo tipo de atenciones. Permaneció un tiempo en Dirraquio hasta que, escoltado por el almirante Manuel Batumites, se dirigió a Constantinopla, en donde el Emperador le dio personalmente la bienvenida, colmándole de obsequios y atenciones.

La complaciente actitud imperial no era ni gratuita ni tampoco desinteresada. Sabedor Alejo I de las expediciones que en Occidente se estaban preparando para trasladarse a territorio bizantino, temía, y con razón, que las mismas condujesen a una desestabilización del Imperio. Alejo I estaba convencido que esas expediciones lejos se encontraban de los objetivos espirituales liberatorios tras los que ideológicamente se cobijaban. El objetivo verdadero, y en eso estaba muy claro, era la consolidación de Reinos latinos en los territorios imperiales en poder de los turcos, lo que, de suceder, generaría uno o varios conflictos de soberanía. Por ello, buscó de inmediato la manera para arrancar algún tipo de compromiso al Conde de Vermandois que sirviese como antecedente para evitar un conflicto. Conocedor de que en Occidente era común el rendir vasallaje por medio de juramento, tuvo la idea de poner en práctica, en su Imperio, esa costumbre. Resultaba esto bastante atrevido, sobre todo tomando en cuenta que la inmensa mayoría de aquellos señores latinos eran ya vasallos, comprometidos por juramento, con algún Rey o Emperador. Además de la existencia de un tácito vasallaje espiritual para con el papado romano, ya que no debemos de olvidar que la jefatura de la denominada cruzada señorial recaía total y absolutamente en el Papa.

El Emperador Alejo I logró convencer al Conde de Vermandois de prestarle juramento de fidelidad, consiguiendo a un poderoso aliado que le serviría para persuadir a los señores por llegar, de la necesidad de prestarle también juramento.


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