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6. La fuerza militar de la cruzada señorial o de los Barones.

En el transcurso de los primeros meses de 1097, arribaron a territorio imperial bizantino considerables contingentes militares de Occidente. Resulta difícil precisar el número de personas que conformaron el ejército cruzado, tanto por las lagunas de información como por las exageraciones de los cronistas, que llegan a mencionar la presencia de cientos de miles de efectivos.

Probablemente, los ejércitos cruzados han de haber alcanzado un número aproximado de entre veinticinco y treinta mil soldados; de unos tres a cinco mil peregrinos; de unos cinco a diez mil siervos (esclavos) llevados por sus respectivos señores y de trescientos a quinientos clérigos, que con el objeto de dirigir espiritualmente la empresa militar liberadora como representantes de Cluny y el papado romano, y de cristianizar a los infieles, acompañaban al ejército de la cruz. En total, unos cuarenta y cinco mil elementos hipotéticamente conformaban el poderoso ejército de la cruz. Pero debemos tener en cuenta que no obstante el número de combatientes, en la práctica, y por no existir un mando único que guiase sus acciones militares, el ejército cruzado se encontraba muy fragmentado, ya que cada contingente obedecía las órdenes de sus respectivos señores. Otro inconveniente que presentaba aquel enorme ejército de los soldados de Cristo, lo era su composición multiétnica. En efecto, lorenses, flamencos, alemanes, normandos, provenzales, franceses del norte, ingleses y escoceses convivían en aquella auténtica confederación bélica, bajo un muy frágil pacto de respeto, no agresión y socorro mutuo, que con frecuencia se resquebrajaba produciendo desórdenes que entorpecían las acciones militares.

En lo relativo al armamento e implementos técnicos militares usados, la presencia de las órdenes de caballería constituía, sin lugar a dudas, el elemento más valioso de los cruzados. Provistos de un excelente armamento compuesto por la lanza, el escudo, la espada, la bola de metal con picos, tres o cuatro dagas, y protegidos por una malla metálica y una coraza y casco de hierro, los caballeros poseían el instrumento bélico más preciado: un caballo, que celosamente protegían con una malla metálica que le servía de escudo para contrarrestar las flechas enemigas.

Junto a los caballeros estaban los destacamentos de infantería, divididos en arqueros, fuerzas de resistencia y fuerzas de avance compacto. Portadores de lanzas, espadas, bolas de hierro con puntas, dagas, y del imprescindible escudo largo, las fuerzas de resistencia y avance constituían auténticos pilares tanto en combate a campo abierto como en los sitios. Los contingentes de arqueros y ballesteros actuaban apoyando a las fuerzas de avance.

Junto a estos tres grupos de infantería, encontrábanse las llamadas fuerzas de asalto, provistas tan sólo de lanzas, espadas cortas y cuchillos, puesto que requiriendo de gran movilidad no podían permitirse el uso de corazas, escudos y espadas largas de peso considerable. Duchas en el combate cuerpo a cuerpo, resultaban imprescindibles en los sitios.

Cubriendo la retaguardia, protegiendo a los peregrinos no combatientes, a los clérigos y a los víveres, se encontraban las llamadas fuerzas de resguardo, provistas de ballesteros, de una orden de caballeros y de un cuerpo de infantería compacto, hábil en movimientos tácticos defensivos. Después, estaban los contingentes encargados de la maquinaria bélica compuesta de arietes, torres de asalto, catapultas y los llamados tira fuego o rociadores de fuego.

Cerraban la formación militar, las fuerzas de reconocimiento formadas por algunas decenas de intrépidos y diestros jinetes que iban adelante del ejército cruzado inspeccionando el camino para prevenir cualquier emboscada o ataque relámpago de los musulmanes.

Marcaban con cruces pintadas en las rocas el camino que debía seguir el grueso del ejército. Sumamente útiles en un territorio desconocido para la mayoría de los soldados de Cristo, las fuerzas de reconocimiento experimentarían una evolución en el transcurso de la marcha del ejército cruzado, al incluirse en ellas a cristianos autóctonos e inclusive a turcos cristianizados.


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