Presentación de Omar CortésTrigésimo segundo comentario - Huelga de los ferrocarrilerosTrigésimo cuarto comentario - Enérgica actitud del gobiernode facto Biblioteca Virtual Antorcha

Alfonso Quiroga

MÉXICO EN 1916

TRIGÉSIMO TERCER COMENTARIO

EL INFALSIFICABLE



Habá anunciado el ministro de Hacienda del gobierno de facto, licenciado don Luis Cabrera, que con la emisión de quinientos millones de pesos en unos nuevos billetes que tuvieran la forma de infalsificables y que salieran a la circulación garantizados con un depósito de veinticinco millones en metálico que se constituiría en la Tesorería General de la Nación, se remediaría grandemente la situación financiera del país, sin necesidad de apelar a empréstitos en el extranjero, que, según la voz pública, hasta entonces no había podido negociar el señor Carranza.

Al resolverse el gobierno a lanzar una nueva emisión de billetes, era porque ya los de las antiguas emisiones habían llegado a su más alto grado de desprestigio, al extremo de que hasta el ejército se negaba a recibir aquella moneda en pago de sus haberes.

Por constituir el depósito de veinticinco millones de pesos de que se ha hablado, el señor Carranza dispuso que fueran remitidos a México, a la Tesorería General, todas las existencias que en oro, plata y cobre, hubiera en las Tesorerias de los Estados; pero ni así llegó a reunirse aquella cantidad, que, por otra parte, nadie creía que fuera conservada por el gobierno, aun en el caso, muy probable, de haberla completado, por lo que desde que comenzaron a circular los llamados infalsificables, fueron recibidos con recelo por el público, que sabía bien que no tenían más garantía que los anteriores y que, por lo mismo, se negaban a reconocerles el valor de veinte centavos oro por peso que oficialmente se fijaba.

Largo y cansado sería contar los trastornos de toda clase que ocasiónó la aparición de los billetes infalsificables.

Declarados de circulación forzosa como lo eran ya los demás billetes expedidos por el gobierno y por algunos jefes militares, las autoridades obligaban al comercio a recibir los infalsificables a razón de veinte centavos oro por peso, a la vez que prohibían, bajo penas severísimas, que se aumentara el precio de las mercancías.

A este proósito, recordamos que en un solo día, según anunció toda la prensa con grandes letras, fueron aprehendidos y encarcelados sesenta comerciantes de los más distinguidos de la capital de México, a quienes se obligó a barrer las calles de la capital, entre burlas y rechiflas del populacho. Casos como ese se registraron por docenas en todas las poblaciones de México.

Pronto, afortunadamente, se convenció el señor Carranza de que la emisión de los infalsificables había sido una de las torpezas más grandes de su ministro Cabrera, y dejó que el pueblo y el comercio recibieran esos billetes al precio que les conviniera.

Pocos meses después de haber comenzado a circular papel moneda infalsicable, bajo a dos centavos el peso y el mismo gobierno se vió obligado a aceptar esa cotización.
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