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LAS GRANDES MENTIRAS DE NUESTRA HISTORIA

Francisco Bulnes

TERCERA PARTE

Capítulo tercero

LA CRISIS BÉLICA INEVITABLE


Rivera explica el deseo ardiente de guerra en México el año de 1838, porque la derrota tan reciente de Texas había herido el orgullo nacional, así como los papeles que se publicaban en Francia contra México, por lo que gran parte de la prensa y el pueblo instaban al gobierno a que no transigiese en nada (1). Es decir, la prensa y el pueblo instaban al gobierno para que no atendiese a lo justo ni a lo injusto de las reclamaciones, sino simplemente a vengar en los franceses la derrota con que nos había avergonzado un puñado de aventureros en Texas.

En primer lugar ni Francia ni los franceses de México eran culpables de nuestra reciente derrota en Texas, sino los militares mexicanos y especialmente Santa Anna, que había dispuesto una expedición en condiciones que necesariamente la debían hacer fracasar. Pero los mexicanos no conocían la verdad sobre Texas sino las groseras mentiras que el general Santa Anna les había servido en la cantárida de la vanidad pública. Si había la convicción de que para reconquistar Texas era preciso acudir a la guerra ofensiva y que para ella no había dinero; esto era falso pues se gastaban en efectivo cada año, en ejército, de ocho a catorce millones de pesos, no obstante la miseria social, cantidad más que suficiente para emprender contra Texas una campaña fructuosa; pero ya he dicho, el público no se daba cuenta que el ejército sólo servía en México para contener un poco de tiempo a la clase militar entusiasta por el remate perpetuo de la silla presidencial, entre tanto el mismo ejército ya bien corrompido, se dejaba seducir y tomaba parte en el tráfico del poder produciendo o secundando el inevitable cuartelazo. Entretanto su distracción era tiranizar y despreciar a la sociedad.

El orgullo nacional debía haberse sentido herido, de que la nación estuviese bajo las plantas y vicips de una turba oificialesca, que la corrompía, la afrentaba, la expoliaba y la entregaba sin defensa a la rapiña filibustera de los aventureros norteamericanos o a conquista por cualquiera potencia ambiciosa. En vez de clamorear por nuevas guerras extranjeras para recibir nuevas derrotas y humillaciones, debió el pueblo haber luchado no por la democracia para lo que era incompetente, sino para hacer y sostener un gobierno fuerte civil, respetable, capaz de usar de todos los recursos de la nación y salvar la parte más rica de su territorio de la absorción casi neumática de los Estados Unidos. Abandonar la lucha en el terreno donde era necesaria y donde el verdadero honor la exigía que era en Texas, para buscar laureles imposibles hostilizando a Francia que no pretendía conquistarnos ni tomarnos una pulgada de territorio, ni una palabra de nuestras leyes, ni una vibración del sentimiento de nuestra independencia, era insensato, ridículo y antipatriótico.

Era sencillo despachar el ejército a Texas, siempre que las clases superiores hubieran organizado con las populares, milicias para cuidar el orden en las ciudades y pueblos y defenderlos contra la clase militar que fuera del honor y del presupuesto debía como siempre levantarse para derrocar al gobierno que no cumplía ni podía cumplir con el compromiso fundamental de los caudillos pretorianos que en páginas anteriores he citado: Oh emperador, si no despojas al pueblo para enriquecernos, nuestra justicia te matará. Con un poco de espíritu nacional esas milicias hubiesen podido hacer los grandes servicios que han hecho en muchas partes; no dar cargas a la bayoneta ni batallas campales, ni echarse sobre los cañones cuando vomitan metralla; pero sí sostener a la policía y defender a la población débil contra el ataque de los malhechores. Si la clase militar turbulenta y numerosa existente fuera del ejército hubiera visto que mientras éste iba a Texas, los hombres del país estaban resueltos a defender sus bienes, su dignidad y su gobierno, se hubiera mantenido tranquila o hubiera sido fácil y severamente castigada.

¿Por qué no se hacía lo que debió hacerse y que era ya bien conocido por haberlo hecho con fruto otras naciones? Mr. Chevalier que al juzgar a México el año de 1835 comete errores, falsedades y exageraciones, dice también grandes verdades y entre estas se encuentra la respuesta a la interrogación que acabo de hacer.

Los nueve décimos de blancos presentan una noble semejanza con el vecindario de las ciudades de España, es una especie de gentes pacíficas, sin ambición, dotadas de sentimientos honestos; poco apáticas, enervadas y tan desprovistas de toda energía para el bien como de todo frenesí para el mal

... Un vecindario así formado de esta manera, no presenta ningún recurso ya sea para defender al país contra invasión extranjera, ya sea para constituir una opinión pública firme, severa y esclarecida, porque ignora aún lo que es la furia francesa y lo que quiere decir el valor civil de los ingleses. La suprema felicidad para esta clase, es no hacer nada en lo físico ni en lo moral; y sin embargo para asegurar la conservación de este estado de inacción, ni aun tiene el grado de fuerza necesaria para organizarse en milicia única, formidable en los tumultos o contra los ladrones. Hace veinte años que esta clase no ha sufrido modificaciones profundas en su temperamento, ni en sus tendencias; sin embargo ha cambiado más que los indios. Sus defectos han empeorado, por más que importa a su propia conservación el sacudirlos. Las crisis revolucionarias, la apatía y la indiferencia han llegado a la laxitud más culpable. Una y otra lo repito los conducen al suicidio. El vecindario mexicano parece que no tiene conciencia (2).

Más tarde los inteligentes autores de los Apuntes para la guerra con los Estados Unidos, hicieron notar que en México había una gran energía para las fanfarronadas e intolerancias a la que llamaron patriotismo vocinglero. Esta clase de patriotismo era enteramente inofensivo para todo enemigo extranjero, pero era imponente, inconmensurable, irresistible para echar abajo a un gobierno que se atreviese a censurarlo, a calmarlo, a nulificarlo, a corregirlo, a escapar a su tiranía. El cuartelazo periódico daba lugar a uno o varios cuartelazos extraordinarios contra un gobierno frío en el centro del fuego patrio.

En 1838, en el concepto público no siendo posible Una guerra ofensiva contra los Estados Unidos o contra Texas; el honor castellano quedaba manchado y era muy difícil lavarlo con una guerra defensiva; porque para la guerra ofensiva basta con que el ofensor quiera pelear, pero no basta para que haya combate que un individuo esté decidido a defenderse; se necesita encontrar un ofensor y para ello hay que apelar al medio de provocar el designado para ofensor. El ultimátum del barón Deffaudis, aparecía como el mayor de los beneficios: el ofensor que el honor necesitaba para vengar el fracaso de Texas, surgía en Europa; este hallazgo merecía un Te Deum, la guerra única posible, la guerra defensiva era segura y para ello bastaba que el gobierno desechara todo lo que reclamaba Francia; injusto o justo; no se trataba de aparecer como pueblo civilizado sino como pueblo insolente que pide campo, sol y armas para probar no la justicia de su causa sino lo infinito de su valor.

Se creía en el pueblo que Francia comenzaría sus hostilidades con un bloqueo, al cual nadie prestaría atención. Entonces el honor de la nación francesa exigiría la invasión de nuestro territorio con cien mil hombres a lo más (3). A esos cien mil hombres se les opondrían sesenta mil mexicanos que los derrotarían al primer encuentro. Los prisioneros serían destinados a trabajar nuestras minas, hasta que Francia los rescatara dando una fuerte suma (4). Al romperse las hostilidades el gobierno haría saber al mundo que estaba dispuesto a prodigar patentes de corso y tanto los campechanos, como los berberiscos, como los ingleses y aún todos los piratas del globo, se lanzarían sobre la nación mercante francesa para en dos años a lo más destruirla. Acosada Francia por centenares de corsarios, y no pudiendo evitar la ruina total de su comercio exterior pediría de rodillas la paz, que le sería concedida previa una fuerte indemnización de guerra y la entrega de cuatro de sus mejores navios de línea. Con este oro y esta base de gran flota iría nuestro ejército a Texas y si era posible a los Estados Unidos (5). En suma la guerra con Francia reparaba todos nuestros males, haría ver a los Estados Unidos cómo se defendía el suelo patrio, para que perdiesen por completo la insensata ambición de invadirlo.

El Patriota Jalapeño decía y era escuchado con reverencia obtenido en la prensa de México los honores de numerosas reproducciones.

Una vez comenzado el bloqueo, la bofetada ha sonado en nuestro rostro y aun cuando Francia de rodillas perdón nos pidiere, con el látigo la haría caer exánime. El pueblo mexicano sólo es generoso después de haber vencido y el francés cobarde y rufián sólo obtendrá nuestro perdón cuando bajo nuestras plantas gima pidiendo misericordia (6).

Recomendamos a nuestros compatriotas que antes de salir a campañas contra los mandrias franceses, den un paseo por todos los muladares y cloacas, pues no debemos hacerles el honor de darles puntapiés con los pies limpios. Contra esos cobardes pordioseros que buscan las migajas de nuestra opulencia no hay que usar fusiles, sino reatas para arrastrarlos a cabeza de silla hasta dejar remolidos sus inmundos cráneos en nuestros vastos pedregales (7).

Sí, Francia abominable y maldita, ven a caer dentro de nuestras fauces sedientas de tu sangre, para machacar tu médula y escupirla después con asco, nuestras mujeres desde el Popocatépetl, verán un mar rojo con sólo tu impura sangre (8).

Por estas manifestaciones de la prensa saboreadas con delirio intenso, se verá que la excitación pública había llegado a la temperatura de fundición del cobalto y que el pueblo como un solo hombre iba a levantarse para escarmentar al invasor. La fe en la victoria era más ardiente que en la religión. La venganza aleteaba como un ángel pardo exterminador, el patriotismo no conocía límites, ni decencia, ni civilización en sus manifestaciones. Nuestro inolvidable Guillermo Prieto compuso las estrofas del himno de guerra que exigían las circunstancias:

Mexicanos, tomad el acero.
Ya rimbomba en la playa el cañón.
Odio eterno al francés altanero, y vengarse o morir con honor.

Lodo vil de ignominia horrorosa
Se arrojó de la patria a la frente.
¿Dónde está? ¿Dónde está el insolente?
¡Mexicanos! ¡Su sangre bebed!

Y romped del francés las entrañas
Dó la infamia cobarde se abriga;
Destrozad su bandera enemiga
y asentad en sus armas el pie.

Si comparamos las estrofas del himno del 1838, con las del actual, se observa la prueba de un notable progreso. En nuestro actual himno se revela el patriotismo de una nación más civilizada, más serena, más firme. El himno de 1838, tiene el sabor gótico de la época de Pelayo, propio para celebrar la batalla de Covadonga si no fuese una invención. En la epopeya hay dos períodos: En el primero se hace lo que se dice: los pieles rojas, van al combate para beber la sangre de los vencidos y de veras se la beben. En la época de Pelayo, el canibalismo era puramente mental, pues no se sabe que los godos hayan bebido sangre mora. En 1838, nuestro patriotismo era mentalmente salvaje, nuestros bardos colocaban los actos caníbales como el primero de los deleites que ocasiona la victoria. El verso de dicho himno.

¡Mexicanos! ¡Su sangre bebed!

comprende el patriotismo de tribu feroz que por tanto tiempo conservaron los españoles en su literatura enérgica y siniestra.

En el centro de ese ciclón patriótico formado por la prensa de los partidos extremos, hablaba la razón por medio de El Mexicano, periódico moderado, ilustrado, prudente y verdaderamente patriota. Decía ese respetable y honorable órgano del buen sentido y de los verdaderos intereses mexicanos:

Mas en el segundo caso, es decir cuando han precedido contestaciones entre los funcionarios de ambos gobiernos, y el ultimátum es el resultado de los errores o por lo menos de manejo poco acertado de nuestros gobernantes, entonces la causa no es ni puede ser nacional, a no ser que se quiera con tOda injusticia que la nación se haga responsable de los yerros de sus funcionarios (9).

Si pues los motivos que han conducido las cosas entre Francia y nuestro gobierno al estado en que hoy están, han consistido en aberraciones personales de algunos funcionarios ¿por qué no influye sobre ellos únicamente la responsabilidad? ¿Por qué se quiere envolver en ella a una nación inocente?

El Mexicano creía bien, que no existían tales ofensas de Francia, ni prestaciones que por no ser posible satisfacer en el territorio del honor, de la conveniencia, hiciesen necesaria la guerra. Para El Mexicano las cosas habían llegado al grado que se encontraban por excesos o manejos poco acertados de nuestros funcionarios; esto era cierto pero no lo era que éstos quisieran envolver en la responsabilidad a una nación inocente. La nación era la que quería envolverse, la que instaba a los funcionarios a cometer desaciertos e injusticias para ir a la guerra. Los errores de los funcionarios les eran impuestos y la inmoralidad de éstos les había permitido aceptar el triste papel de obedecer órdenes dementes e injustas. Un hombre honorable debe rehusar secundar locas injusticias, aun cuando sea el pueblo quien pretenda imponerlas. El hombre libre y virtuoso no tiene amos, ni aun en su nación, ni aun en la humanidad.

El Mexicano añadía con entereza:

Ni se diga que en la mencionada nota (del Señor Cuevas) se hizo la debida distinción de reclamos; pues aunque a primera vista aparece que de este modo se verificó, ni fue así: porque al reclamo sobre indemnizaciones, que es el que ha dado motivo a que las cosas hayan llegado al estado en que las vemos; se negó absolutamente sin distinguir los que eran admisibles de los que no lo eran; o si no se calificaba ninguno de justo por nuestro gobierno haberlo así manifestado y sostenido desde un principio (10).

Una vez el bloqueo francés en curso, surgió un temor en el partido de la guerra, al que pertenecían los que en su maYor parte estaban resueltos a no ir a sostenerla en nuestras costas. Podía suceder que Francia no pasara del bloqueo conformándose con impedir que el gobierno disfrutase del ochenta por ciento de sus ingresos ordinarios y gobierno sin dinero se rinde y pide la paz o se precipita de cabeza en la anarquía. Esta terrible pregunta echaba abajo los entusiasmos bélicos.

Francia ofendía con su bloqueo sin que nada se pudiera hacer en el sentido de la guerra defensiva, para vencer y escarmentar al enemigo. Pero a ella contestó de un modo triunfante uno de los hombres más funestos que ha tenido la nación; el Señor Antuniano, fundador de nuestra industria nacional, que debía deleitarnos asfixiando con su peso de prohibiciones insensatas a la nación.

En cambio, dice Rivera, algunos escritores de Puebla como Antuniano, consideraban el bloqueo como el mayor bien que el cielo hiciera a México (11).

El razonamiento de Antuniano era corto y falso como el de todos los paladines prohibicionistas. Antuniano, decía en muchos artículos.

México es el país más rico del mundo, tiene las materias primas de todas las industrias presentes y futuras del Universo; no necesita de nada extranjero; nuestra plata sale del país para enriquecer a los extranjeros y empobrecernos. Si se prohibiese la introducción a México de toda mercancía extranjera; al instante todas las industrias nacerían y se desarrollarían en nuestro suelo y la plata que tanta sale, se quedaría en nuestro bolsillo; todos entrando el gobierno seríamos opulentos y felices. ¿Por qué no se ha realizado plan tan sencillo? por falta de ilustración del gobierno y por la corrupción de los empleados de aduana que dejan entrar de contrabando lo ya prohibido.

Continuaba Antuniano.

El bloqueo de nuestros puertos tiene que remediar el mal; las flotas de Francia no eran corruptibles y en consecuencia gracias al bloqueo ninguna mercancía extranjera entraría y México por lo mismo sería al momento poderoso, riquísimo, feliz, poseedor de plata en enormes cantidades.

El patriotismo indicaba hacer todo lo posible porque durase ese inmenso beneficio del bloqueo de nuestros puertos. Antuniano aseguraba que con cinco años de bloqueo México llegaría a ser la primera nación del orbe.

Conforme a la doctrina de Antuniano que era la nacional, la paz, con las naciones extranjeras era la muerte de México, en cambio las guerras que produjeran bloqueos, debían reputarse como caricias de la providencia. La horrible y desesperada situación actual de Venezuela en 1903, bloqueada por las escuadras de Inglaterra, Alemania e Italia, hubiera conducido a Antuniano a manifestaciones frenéticas de admiración y hubiera deseado para México la suerte de Venezuela.

Para la masa social no indigna, la guerra con Francia en 1838, era el medio para alcanzar el apogeo de la grandeza desde el fondo caótico del desprestigio y la miseria.

En el ejercicio del gobierno, los hombres ofuscados por ilusiones provocadas por su ignorancia y multiplicadas por su temperamento; las pierden, despiertan a la vida seria, se civilizan algo si no lo están; porque aun cuando no gusten de palpar la realidad, ésta se les echa encima, los besa, los manosea, los estruja, los muerde y aun los enferma, o mata. Los hombres de gobierno de 1838, no participaban más que en apariencia del fuego sacro de los patriotismos insensatos, veían bien como los directores de las comedias de magia, que los volcanes eran mechas azufradas, los muros babilónicos, cartones embadurnados, postizas las pantorrillas de los gladiadores, y las armas, hojas de tejamanil estañado. Si hubieran deseado una buena guerra extranjera de conquista, como se deseaba con Francia, no tenían más que hacer un movimiento de pestañas; disponían del presidente Jackson, que estaba a sus órdenes sólo para darles gusto en ese sentido. El gobierno iba a la guerra porque le era imposible ir a la paz que tanto anhelaba. Iba por delante gesticulando entusiasmo para no atropellado por el tropel iracundo que tras él vociferaba.

El espíritu público no es un arsenal artístico de ideas bélicas, es una acción, es la voluntad pública soberana, imponente, majestuosa, inquebrantable; ejecutiva del pensamiento público en forma de aspiración imperativa. El espíritu pÚblico no es más que la voluntad enérgica del patriotismo. Cuando un pueblo es ofendido por otro que quiere mancillar su honor, privarlo de libertades o despojarlo de su territorio; el patriotismo del agraviado se exalta; es decir el espíritu público entra en solemne y suprema erección. Sin espíritu público, aparece el inofensivo patriotismo de oratoria, de oda, de soneto, de cantina a la media noche que da obra a la policía y suele hacer temblar a los gobiernos, porque en él se encuentra la fraseología hipócrita insulsa y de pacotilla que envuelve la ambición de los actores de cuartelazos. En suma el patriotismo sin espíritu público es un oropel útil para decorar púrpuras de condotieros y burlarse de bobos y de los que pretenden no serlo.

El espíritu público mide y expresa el patriotismo serio grandioso, que impone respeto, exige miramientos y excita a veces admiración. ¿Había en México, espíritu público en 1838? El presidente Juárez hablando oficialmente como gobernador de Oaxaca, a la legislatura del Estado, decía el 2 de Julio de 1848.

Los comandantes generales gozan de una absoluta independencia de las autoridades de los Estados y además, tienen a su disposición la fuerza física, que por falta de espíritu público y por la poca ilustración de las masas, ha regulado hasta ahora los destinos de la nación (12).

Rivera nos presenta un cuadro sombrío del estado social en 1838, donde el espíritu público había encontrado un sepulcro sin decencia ni dignidad, un sepulcro como de bandido.

La cosa pública marchaba tan mal, que había una multitud, felizmente perteneciente a las clases inútiles de la sociedad, que sostenía que con la independencia había perdido México mas bien que ganado; ningún vigor se notaba en nuestra clase media, todo se limitaba al estrecho círculo de las pequenas pasiones, difundiéndose la voluptuosidad sin delicadeza, la emulación sin generosidad, dominando por todas partes la apatía, la molicie, en una palabra, faltaban todas las virtudes de nuestros antepasados que con tanta actividad de espíritu y fuerza de alma afrontaron las fatigas y los riesgos para romper el yugo español (13).

Cuando nuestro pueblo en las revoluciones sufridas en 1810 y viendo que no le era posible llegar al objeto de sus afanes, mejorando en condición, desmoralizada nuestra sociedad hasta el punto de hacer perder el prestigio a cuanto entre nosotros existe de más respetable; habíase perdido absolutamente el espíritu público reemplazándole el egoísmo refinado y la criminal apatía.

A un cuadro tan desconsolador debe agregarse que se había apoderado la inmoralidad de casi todos los que ocupaban los empleos de hacienda, siendo los empleados de las aduanas los primeros en proponer al comercio transacciones vergonzosas y que en general todos los empleados eran tan incapaces como corrompidos y perezosos. La palabra honor había llegado a no tener sentido más que en el juego, a la virtud se la llamaba tontera y a la poca justicia que había maldad.

El Gobernador del Estado de Oaxaca, Lic. Don Benito Juárez, en su exposición a la Legislatura del Estado, de Julio 2 de 1848, exposición que comprende el período en que tuvieron lugar parte de las derrotas sufridas por la guerra con los Estados Unidos, el Señor Juárez explica por qué Oaxaca no dió todo el contingente de sangre que la ley le imponía; dice a este respecto:

Casi todos los pueblos del Estado se componen de indigenas que en su mayor parte no entienden el idioma castellano, y sea por los malos tratamientos que reciben luego que son aprehendidos, y destinados al servicio de las armas, o sea por su ignorancia, lo cierto es que tienen tal aversión a la carrera militar en clase de soldados permanentes que más bien se prestan a pagar cualquiera contribución, si ella les puede libertar de aquella carga (14).

En su Exposición correspondiente al año 1849, el Señor Juárez repite:

La aversión al servicio militar en el ejército permanente es casi general en los habitantes del Estado (15).

Y en su Exposición del año de 1852, el Señor Juárez expone:

Graves son las dificultades que se presentan aun en los pueblos bien regidos, para obtener un censo exacto de la población y entre nosotros el temor de que la formación de padrones sea para alistamientos militares o para imponer nuevas contribuciones hace que la ocultación sea numerosa (16).

El origen de la afirmación que en la ciudad de México a cada hombre le corresponden siete mujeres, se encuentra en el censo mandado hacer en 1836, y el cual me tocó en gran parte dirigir. La ciudad apareció solamente con ciento cuatro mil habitantes, tan grande así había sido la repugnancia a declarar la verdad. Y de éstos sólo aparecían quince mil hombres escasos, la mayor parte ancianos y niños; casi no aparecían jóvenes ni adultos. El temor que infunde en nuestra clase pobre el servicio militar sobrepasa toda exageración y es causa de que los hombres no existan sino en muy pequeño número en la República conforme a los datos oficiales (17).

V.E. comprenderá que no es posible asegurarle el contingente que tanto necesita. El gobierno debe levantar sesenta mil hombres conforme lo dispuesto por el Soberano Congreso, lo que es imposible. Los muy pocos que se presentan voluntariamente exigen no salir a campaña, sobre todo a donde hay vómito prieto, fríos y otras dolencias. Mientras el enemigo extranjero es valiente en cualquier clima e invade nuestro suelo aun cuando el vómito le salga al frente, los mexicanos le tienen miedo y parecen resueltos a sólo batirse en clima sano y agradable. Parece que el honor no existe si hay vómito y calor. Así piensan los pocos que se presentan, pero la mayoría quiere la guerra sin hacerla. Tan gran resistencia para acudir contra el enemigo, me desalienta. V.S. haga todo lo posible por organizar con gente de Veracruz, los cuerpos que primero deberemos sacrificar al clima y a la guerra (18).

Y en efecto, el general Rincón con un celo que le honra y poniéndose de acuerdo con las autoridades de Veracruz, procuraba organizar con gente del Estado, las fuerzas que primero o exclusivamente debían resistir a la invasión que se esperaba. El historiador Rivera oriundo del Estado de Veracruz, nos dice algo sobre la materia:

El Ayuntamiento de Jalapa mandó con el mayor secreto que en una noche fuera asaltada la casa llamada la Sociedad para coger ahí a muchos vagos y viciosos con los cuales se podía completar fácilmente el cuerpo de Tres Villas (19).

Las requisiciones de vagos se reprodujeron los meses siguientes y entre ellas la más notable fue la del 16 de Agosto, en cuya noche cada Regidor debía coger cinco individuos, dirigiéndose a la casa donde se sabía que se reunían los jugadores y ociosos.

Los criminales por robo y homicidio y los sospechosos de estos crímenes fueron mandados á la marina.

Muy depresivo tiene que ser para un gobierno, verse obligado por la falta de espíritu público, a cometer atentados inauditos para forzar a la hez social a que defienda el decoro de la nación, miserablemente abandonado por la gran mayoría de los fanfarrones que querían beber la sangre de los franceses servida cómodamente en el restaurant, rehuyendo ir a recogerla a los campos de batalla.

La aversión contra el servicio militar en el indígena como en el mestizo, era natural, humana, justificada. Había la preocupación vulgar que el nervio de la guerra podía ser la miseria del infeliz soldado y todavía esta miseria era vilmente explotada por un sistema de robo hábilmente organizado por los jefes, que incidía sobre el rancho, el vestuario, el agua, las medicinas, el jabón, los vicios y todo lo que tenía de explotable nUestra desgraciada unidad táctica. El servicio militar era el martirio sin paraíso, la muerte oscura sin gloria, la vida sin bienestar, las pasiones todas sin respiración, sofocadas por la Ordenanza y por despotismos soeces desconocidos de los salvajes y que sólo pueden emanar de un refinamiento de humana putrefacción. Por otra parte el indígena mexicano, ni existía ni existe, es un ser mental, un individuo oficial imaginario, de oratoria, de fantasía, convencional. Lo que existía y existe son los indígenas zapotecas, mixtecos, yaquis, mayos, acolhuas, tarascos, tahuromares, etc., etc. En Mexico existen naciones de indígenas dentro de la nación mexicana; que entre sí no se conocen o son enemigas. Decirle a un indígena que defienda a la patria es como ordenarle a un japonés que defienda la isla de Cuba. Los hombres del gobierno de 1838 que veían por todas partes aversión en la gran mayoría de los ciudadanos para ir a la guerra, no podían conservar vírgenes sus ilusiones sobre el ferviente patriotismo que como un efluvio de fuego salía de todas las bocas, crispaba todas las manos e inyectaba de rojo todos los ojos.



NOTAS

(1) Rivera, Historia de Xalapa, tomo III, pág. 359.

(2) El Termómetro (14 de Enero de 1838). Biblioteca Nacional (Michel Chevalier).

(3) Independiente, Abril 2 de 1838.

(4) El Adalid vengador, Mayo 4 de 1838, Archivo Nacional.

(5) El mismo periódico, Mayo 13 de 1838, Archivo Nacional.

(6) Septiembre 2 de 1838, El héroe, Archivo Nacional.

(7) El Leónidas, Agosto 15 de 1838, Archivo Nacional.

(8) El mismo periódico, Septiembre 8 de 1838, Archivo Nacional.

(9) El Mexicano, Abril 11 de 1838. Biblioteca Nacional.

(10) El Mexicano, 14 de Abril de 1838. Biblioteca Nacional.

(11) Rivera, Historia de Jalapa, tomo III, pág. 354.

(12) Lic. Benito Juárez, Exposiciones, pág. 149.

(13) Rivera, Historia de Jalapa, tomo III, págs. 366-367 y 370.

(14) Lic. Benito Juárez, Exposiciones, pág. 206.

(15) Juárez, Exposiciones, pág. 267.

(16) Juárez, Exposiciones, pág. 436.

(17) Juan Domínguez, La población y el censo, Folleto, pág. 46. Archivo Nacional.

(18) Ministro de la guerra al General Rincón. Septiembre 6 de 1838.

(19) Rivera, Historia de Jalapa, tomo III, págs. 354, 355 y 356.

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