Índice de Las grandes mentiras de nuestra historia de Francisco BulnesTercera parte - Capítulo IIITercera parte - Capítulo V Primera parteBiblioteca Virtual Antorcha

LAS GRANDES MENTIRAS DE NUESTRA HISTORIA

Francisco Bulnes

TERCERA PARTE

Capítulo cuarto

EL PATRIOTISMO VOCINGLERO


El General Don Manuel Rincón, militar pundonoroso, probo, serio, patriota sano y equilibrado, fue nombrado por el presidente Bustamante, comandante general del Estado de Veracruz, encargado de la defensa nacional en dicho Estado. El general Rincón se dedicó con esmero y lealtad a cumplir con su deber, lo que era imposible porque para ello se necesitaba dinero y el gobierno sólo daba falsas y repetidas promesas, sazonadas de vez en cuando con una insignificante remesa. Como era de suponer el bloqueo, especialmente el del puerto de Veracruz acabó con la mayor parte de las rentas de un gobierno indigente y la penuria del Erario llegó al límite en que debía aparecer la disolución de toda autoridad y de toda fuerza legal represiva.

En su Manifiesto a la Nación, el General Rincón, defiende la honorabilidad de su conducta, con 142 documentos justificativos de inegable autenticidad. De ellos 128 tratan de recursos y casi todos dicen la misma cosa: el general Rincón avisa que está desesperado, que la deserción crece, que la moral militar desaparece, que la disciplina se hunde y que no responde de lo que puedan hacer contra el comercio y la gente pacífica hombres desesperados por el hambre, furiosos por el abandono en que se les tiene y poseedores de armas cargadas. El gobierno contesta que faculta a su general ampliamente para qUe se proporcione recursos y que se aguante entre tanto puede mandarle dinero.

En las fuerzas que guarnecían la plaza se notaba bastante deserción; ¿mas debía ésta ser extraña a quien era testigo con harto dolor de la pésima situación que el soldado recibía? ...

Y si la deserción se hacía notar en la fuerza reglada ¿qué debía esperarse de la colecticia? ... (1)

Las tropas de la plaza y el castillo estaban tomando el rancho al fiado y la deserción en los de la primera crecía notablemente. Se comprende que en las fuerzas de Ulúa no podía haber deserción por la imposibilidad que de evadirse tenían los soldados encerrados como los presidiarios (2).

A estos motivos de pesar, se agregaba el mayor incremento que tomaba la deserción en Veracruz, no obstante mis precauciones para evitarla (3).

El jefe de la marina considerando que no siendo ya posible que las tripulaciones tomasen un mal rancho al fiado y que no siendo posible verlos morir de hambre o resistir su necesaria sublevación, resolvió de acuerdo con la Junta de Marina del Departamento, echar a la calle a las referidas tripulaciones para que como pudieran buscasen su sustento (4).

La conducta del gobierno era pérfida para Rincón y verdaderamente estúpida: pues no mandándole recursos ni para el alimento de las fuerzas de Veracruz, Ulúa y las costas, ni para continuar los trabajos de reparación de las fortificaciones y montajes de cañones, fabricación de cartuchos, etc., etc., publicaba en el Diario del Gobierno que las fuerzas estaban atendidas y poniéndose las costas en estado de defensa ... y muy desalentado llegaba al último punto cuando reflexionaba que indicándose frecuentemente en el periódico oficial el envío de auxilios suficientes para las atenciones de aquellas plazas (Veracruz y Ulúa) y siendo muy corto el número de los que podían estar al alcance de la verdad, nada era más fácil que el que se me atribuyera aquella falta, suponiéndome una apatía de que estaba muy distante (5).

La angustia del general Rincón alcanzó el período crítico y entonces manifestó al gobierno, que:

El panido más adaptable en las circunstancias, para no proporcionar un triunfo fácil al enemigo, era el de arruinar las fortificaciones de la plaza Y el castillo (6).

El gobierno por supuesto no aceptó porque no hacía al principio en su órgano oficial más que ir a la cabeza de los más dementes fanfarrones, anunciando que era (7):

Imposible dudar del triunfo de nuestras armas siempre invencibles en cien combates, contra hasta entonces invencibles enemigos como lo habían sido los españoles.

Se había convenido en la prensa guerrera que la fortaleza de Ulúa, era el Gibraltar de los mexicanos y en consecuencia intomable. Aceptar la proposición sensata del general Rincón de hacer volar fortificaciones en su concepto inservibles si no había dinero con que sostenerlas, era lo mismo que admitir que el gobierno volase también por inservible con el impulso del cuartelazo.

De la angustia el general Rincón pasó a la desesperación sombría y audaz, debido a que todos los patriotas le acusaban de morosidad, negligencia, falta de patriotismo, porque se marchaba lentamente o no se marchaba para dejar listo a nuestro Gibraltar. Por supuesto se citaba al barón de Humboldt como se le cita siempre que se quiere acreditar y hacer solemne un desatino. El barón de Humboldt había dicho que Ulúa era la primera fortaleza de América. Cuán grande no debía ser la responsabilidad del general Rincón, por no sacudir el polvo y presentar flamante y en combate a la primera fortaleza de América. Estas recriminaciones no pudo resistirlas el pundonoroso jefe de la defensa nacional y puso un oficio amenazante al gobierno:

Indiqué al Supremo gobierno en nota que le elevé el primero de Septiembre, mi resolución de dar a la prensa todas las comunicaciones que le había dirigido sobre recursos; así como las contestaciones que había recibido y patentizar al mismo tiempo el éxito de mis reiteradas reclamaciones, para poner a mis compatriotas en estado de juzgar rectamente con respecto a mi comportamiento (8).

La hazaña de lealtad y cordura del general Rincón de decir la verdad al público, no hubiera producido rechifla contra el gobierno que indecorosamente engañaba al país, asegurando frecuentes veces en su periódico oficial que nada faltaba para poner en estado de defensa los puntos amagados por el enemigo y que el triunfo era evidente. El Gobierno se conmovió con la actitud resuelta del general Rincón que tres veces había renunciado el mando, pidiendo quedarse como defensor a las órdenes de un nuevo jefe; pero el presidente Bustamante no había querido aceptar la separación de un militar positivamente útil y honorable.

En la respuesta que por extraordinario se me dió, se me prohibía ese procedimiento interpelándome a considerar que teniendo a mi frente al enemigo exterior y a la espalda la anarquía, los resultados del paso que proponía debían ser funestos al orden y a las leyes (9).

La política del avestruz que para esconderse cierra los ojos tan estimada por casi todos nuestros gobiernos es de origen social; la ignorancia hace que creamos que lo que es público para nosotros y aun lo que no es, lo ignora completamente el resto del mundo y lo debe ignorar a perpetuidad porque así nos conviene. Creemos que mientras no demos permiso a los escritores, pueblos y gobiernos extranjeros, nada sabrán de nosotros y que sólo deben saber lo que nuestro patriotismo tenga a bien enseñarles. Todo esto podía ser chino, sino tuviésemos extranjeros entre nosotros y si los secretos pudiesen ser guardados por millones de indiscretos. ¿Cómo era posible que el enemigo exterior ignorase la penuria del gobierno cuando él mismo a sabiendas con su bloqueo lo había causado? ¿Se figuraba nuestro gobierno que los franceses y las demás naciones no sabían cuáles son los efectos de un bloqueo?

Respecto al pueblo mexicano recibía las seguridades falsas e inmorales que le daba el gobierno sobre el buen estado en que marchaba la defensa nacional, por su credulidad ilimitada para todo lo que es halagador. Es decir, el populacho no quería saber que el gobierno no tenía dinero, cerraba los ojos para creerse en posición de afrontar la guerra; pero el clero, la clase rica y la media constituída en gran parte por empleados del gobierno que no recibieron ni un peso mientras duró el blOqueo sintiendo el peso de los buques en su estómago vacío, no era posible que tuviese calma y arte suficiente para desempeñar la comedia cuyo argumento era la opulencia del erario.

El Gobierno debió haber declarado lo que todo el mundo sabía; que los soldados morían de hambre, de vómito y de miseria, y que en siete meses de preparación para la lucha se había conseguido dotar a Ulúa para tres horas de fuego de la tercera parte de sus cañones o lo que es lo mismo, Ulúa en cuanto a parque acumulado en siete meses podía resistir haciendo fuego con toda su artillería una hora. Esto es bufo, suena a carcajada de loco en un cementerio en los momentos en que se entonan responsos. La energía del presidente Bustamante para disponer la ejecución de dos centenares de mexicanos en el cadalso de San Juan de Ulúa aceptando como verdugo a la escuadra francesa; es digna de un drama antiguo en el fondo de un teatro bárbaro. Hay honor para el débil cuando lucha como soldado, no lo hay ni puede haberlo cuando a la fuerza se envía a un puiiado de infelices a sacrificarlos contra toda su voluntad. Esto no se llama hacer la guerra, sino hacer la infamia.

El gobierno jugaba una trágica comedia, cosa que sólo puede jugar un gobierno confeccionado por cuartelazos. Ante la sociedad era el primer fanfarrón, ante el general Rincón, el primer desmoralizado y con suma justicia. Su prensa oficiosa insultaba al enemigo y en su correspondencia oficial secreta ordenaba se respetasen y guardasen grandes consideraciones a ese enemigo que se fingía despreciar en público. Esto es repugnante, enano, vulgar en un malvado, inconcebible en un gobierno formado en sus grandes esferas de caballeros honorables. Pero la política tiene de esos lances tristes en que repentinamente la cloaca pasa al refectorio ...

El siguiente hecho prueba la actitud política del gobierno:

Comenzando a soplar al mismo tiempo un viento fresco esta embarcación (la lancha francesa) se hizo de la vuelta de afuera en momentos en que nuestras lanchas se ponían a tiro de cañón de ella; y considerando entonces oportuno retirarse el oficial que las mandaba, lo verificó así regresando a San Juan de Ulúa (10).

Los veracruzanos al ver que las lanchas cañoneras mexicanas se encontraban a tiro de cañón de una lancha francesa y que el oficial mexicano que mandaba nuestras lanchas, se retiraba vergonzosamente en vez de combatir, pidieron el castigo del oficial y acusaron al general Rincón de debilidad, indisciplina y complacencia.

El general Rincón explicó así su conducta al supremo Gobierno:

Desde el principio del bloqueo he creído que toda operación militar que no fuera puramente defensiva, aUn cuando por el momento pudiera halagar el espíritu patriótico de que me es tan satisfactorio gloriarme, podría ser para la nación de una fatal consecuencia sucesiva, esto es, pudiendo destruir toda la probabilidad que tal vez haya actualmente de que sea la presente hostilidad la única que sufra la República, y no le sucedan otras de distinto género, muy más calamitosas sin duda que aquélla, por más que sea de gravedad en sí misma. De consiguiente, mi opinión decidida, juzgándola conforme con la que he creído bastante indicada por el gobierno es la de que toda operación militar en esta vez más que nunca, debe ser cUIdadosamente combinada con las consideraciones políticas y que éstas deben alejarnos de todo lo que pueda dar lugar a calamidades mayores (11).

Éstos eran los triunfos seguros que se esperaban como gran cosecha de laureles.

A esta comunicación respondió el supremo Gobierno:

... en que informa sobre lo ocurrido con el bergantín mercante dinamarqués detenido por los bloqueadores, y S.E. (el presidente de la República) considera estar bien que nuestras lanchas no hubiesen hecho uso del cañón (12).

Y en nota posterior, el ministro de la Guerra, refiriéndose al mismo asunto, dice:

... ya las reflexiones que en dicha nota (la de Rincón) se encuentran, han parecido a S.E. (el presidente) muy fundadas tan propias del buen juicio de V.E. como de su acendrado patriotismo, hallándose igualmente la opinión que manifiesta en entera consonancia con la del gobierno y conforme con los principios de la política que se ha propuesto seguir el gabinete en la presente cuestión con los agentes del gobierno francés. En consecuencia debe guardarse una actitud puramente defensiva en los casos hostiles que se presenten por parte del enemigo (13).

El general Rincón creía que con el dinero que había presupuestado, la defensa sería formal y enérgica.

Con arbitrios suficientes me lisonjeaba aun entonces de llegar a poner a Veracruz y a Ulúa, bajo un pie de defensa en realidad imponente (14).

¿Á cuánto ascendía el presupuesto del general Rincón para poner a Veracruz y a Ulúa bajo un pie de defensa en realidad imponente? El mismo general nos lo dice, la suma de 150,000 pesos, ¡y no los hubo!

El clero poseedor de un centenar de millones de pesos y de buenas rentas emanadas de los diezmos, legados y obvenciones pudo bien haberse encargado de la reposición de las fortificadones por la modesta suma de $150,000. Un autor francés, M. Maissin explica este egoísmo por el hecho de que el clero sólo veía su salvación, su tranquilidad y el respeto indefinido a la religión por el establecimiento de una monarquía en México, inaugurada por un príncipe católico y Borbón. España después de la malograda expedición de Barradas había probado su impotencia para apoyar en México al firme partido monarquista cada dia más convencido de la necesidad urgente de salvar a la religión y al país por la monarquía católica. Faltando un Borbón español, un Borbón francés y para Luis Felipe muy conveniente devolver en México el trono que a los Borbones les había quitado en Francia. En el interés del clero y de los monarquistas estaba resistir las pretensiones de Francia, tomar medidas que la exasperasen hasta conseguir el Paso del bloqueo a la invasión y ésta significaba el triunfo; pues México no hubiera podido resistirla y el triunfo causaba el establecimiento de la monarquía. Como hipótesis es ingeniosa pero como verdad no puedo aceptarla por falta de pruebas.

Lo que sí debo asegurar es que tal complot contra la independencia era extraño al gobierno, pues si así hubiera sido el gobierno no habría dirigido terminantes comunicaciones al general Rincón recomendándole evitara empeorar el conflicto con Francia para que las hostilidades no fueran más adelante del bloqueo. Por otra parte es cierto que el clero era como lo expresaba su prensa el más intransigente para ceder a las reclamaciones francesas y a una paz inmediata, muy fácil de obtener.

Pero si el clero no quiso dar los $150,000 para poner a Veracruz y a Ulúa bajo un pie en realidad imponente, como lo exigía el honor nacioríal, ¿por qué no los dieron los patriotas que según la tremenda vociferación pública y privada lo eran todos? El general Rincón necesitaba según sus notas al ministro de la Guerra los $150,000, no de un golpe sino durante los cinco meses de Julio a Noviembre de 1838, treinta mil pesos mensuales, es decir, menos de medio centavo mensual por habitante. ¿Era mucho hacer por la patria? ¡Para el patriotismo vocinglero fue lo imposible!

Para escarnecer nuestro patriotismo de 1838 y presentar nuestra demencia de pretender luchar con pueblos poderosos sin más elementos que una vanidad inaudita exhibiendo una gran miseria moral y militar (15) la Revue des Deux Mondes copia íntegra la comunicación pavorosa del departamento de Marina de Veracruz, al frente del enemigo.

Comandancia militar y general del Departamento de Veracruz.

Exmo. Señor:

A causa de no tener las tripulaciones y guarniciones de los buques raciones para el día de mañana ni tampoco quien quiera facilitarlas a crédito, en razón de estarse debiendo cerca de quinientos pesos, de los efectos que se han facilitado en algunos días del mes anterior, me ví en la precisión de convocar la junta de Departamento para que acordara lo que debía hacer en un caso tan apurado. Esta corporación en vista de lo que V.E. se sirvió manifestar a la comisión que nombró y de no encontrar otro recurso, temiendo que haya una sublevación cuyo paso escandaloso nos acabe de desacreditar por estar a la vista del enemigo; he resuelto se eche a la marinería en tierra con licencia puramente algunos días para que se proporcione sus alimentos.

Tomás Marín.
Noviembre 8 de 1838.

Esta misma comunicación se encuentra entre los documentos que acompañan el Manifiesto del general Rincón, en consecuencia es rigurosamente exacta.

Afortunadamente para el general Rincón en Octubre de 1838 pudo burlar el bloqueo el bergantín alemán Emma que traía cargamento de mercancías que debían causar pago de derechos. El general Rincón descontó el importe de los derechos y salvó la vida de sus soldados amagados por una hambre desoladora; sin este recurso inesperado que permitió dar un mal rancho a la tropa en Noviembre, la sublevación hubiera sido inevitable y los franceses hubieran tomado Ulúa y Veracruz cargando sus cañones con jamón y galleta. La casualidad de la llegada del Emma salvó a la nación de las trepidaciones lúgubres de un sarcasmo universal.

Llegué a entrever, dice patéticamente el general Rincón, y séame permitido decirlo que para la contienda con Francia, se necesita no sólo de víctimas humanas sino también de una moral y que estaba decretado que esa víctima fuera mi reputación (16).

Donde hay miseria no hay disciplina y donde no hay disciplina no hay soldados. Para que haya disciplina es preciso no dejar sin castigo la menor falta, y no hay general bastante cruel, bastante malvado e imbécil para castigar faltas cuando él comete la mayor de todas, falta que no se comete ni con las bestias, dejarlas sin comer, sin abrigo y sin todo lo que necesitan para vivir.

La cantidad que se necesitaba para defender el honor con éxito, poner a Ulúa en pie de guerra, no era desproporcionada para la indigencia pública. Una nación aun compuesta toda de mendigos, si estos mendigos son patriotas puede dar cada uno de ellos para defender a la patria un centavo mensual. Lo que se necesitaban para alcanzar el triunfo o por lo menos el respeto del vencedor era insignificante, ante la miseria nacional. No hubo miseria de dinero, sino miseria de patriotismo. miseria de espíritu público, miseria de virtudes, miseria de dignidad y cuando en estas condiciones se emprende defender el honor, lo que se consigue es deshonrarse mucho más de lo que puede suceder con las pretensiones de cualquier ultimátum.

El patriotismo de 1838 fue una jerga de insolencias fanfarronas, de acento tabernario, no lo que debía ser; la manifestación solemne del desprendimiento, del sacrificio, del amor al suelo de la adhesión al decoro, del martirio por la justicia. Podíamos haber errado y confundido la vanidad manchega con la verdadera dignidad, pero hecha la confusión no nos quedaba más que cumplir con honra el deber y la honra no pudo consistir en imponer en nombre de un egoísmo felino el holocausto, por la sed, por el hambre, por el vómito, por el desamparo, por los proyectiles y por el más criminal abandono a unos cuantos miserables que con raras excepciones iban a morir no con la sonrisa inefable de los mártires cristianos sino con la gesticulación infernal del que agoniza maldiciendo al despotismo sanguinario que lo ha escogido como víctima.

El gobierno del general Bustamante, como todo gobierno de cuartelazo necesitaba de una guerra extranjera como único medio capaz de evitar la guerra civil, debido a que ante el gran peligro nacional, el patriotismo tiene que unir a todos bajo una sola bandera. Pero en los países de cuartelazos son boberías esos recursos que en otras naciones aparecen infalibles Y respetables.

Poco a poco, dice Rivera, se fueron acentuando los pronunciamientos por el sistema federal (17) para entretenerse en algo nuestros militares mientras las fuerzas navales francesas bloqueaban nuestros puertos, apareciendo en favor de éste, Gordiano Guzmán con fuerzas notables en Michoacán, Olarte con las suyas en la Sierra de Puebla y porción de guerrillas en los Estados de Veracruz, Puebla y México y en el Valle de Temascaltépec un capitán llamado Jose María Torres que llegó a reunir fuerzas de consideración y Culiacán y Mazatlán secundaron el pronunciamiento de Urrea (18).

Los pronunciados por el sistema federal siguieron adelante de tal manera, que al fin del año ya estaba ocupado por los federalistas el puerto de Tampico, habiendo hecho dichos federalistas causa común con los franceses que bloqueaban nuestros puertos.

Rivera en este punto pasa torpemente sobre la verdad: hacer causa común, cuando la causa francesa era la guerra contra la nación, significa que los federalistas se habían declarado aliados de los franceses para sostener sus pretensiones. No es esto exacto.

En una de las cartas del Contra-almirante al general Urrea jefe de los federalistas le dice:

Je ne viens donc pas offrir a la cause du fédéralisme un secours qui pourrait la rendre moins populaire le jour ou sa banniere se montrerait unie a une banniere étrangere. Si, comme je me plais a le croire, cette cause est la cause nationale au Mexique, elle triomphera et ne devra son triomphe qu'a elle-meme (19).

No había unión de causa ni la habían querido ninguno de los dos jefes; Baudin y Urrea. Los federalistas hubieran obrado bien, si se hubieran manifestado contra el gobierno para derrocarlo por no hacer bien la guerra o por haberla provocado. Todo partido político tiene derecho a deponer a un gobierno que compromete a la patria en una guerra extranjera o que conduce mal la guerra; pero un partido político no debe ocuparse del triunfo de sus principios cuando su gobierno sostiene una guerra extranjera. Su derecho y su deber consisten en ocuparse solamente de la guerra, y ningún otro asunto debió excitarlos ni preocuparlos. La voluntad nacional en 1838, quería la guerra y todo partido que la reprobara podía ser sensato, patriota, inteligente, pero no nacional. Tales son los hechos en abstracto.

Vistos bajo el punto de vista mexicano, los partidos políticos no son nacionales: porque la mayoría de la nación se abstiene de la política militante, encontrándose a lo más la política simpatizadora, expresada por la resolución antisocial de no comprometerse. Los partidos eran simples facciones, sin más vida que la que les comunicaba la corrupción militar. La cuestión de principios era una cuestión de cuartel y por consiguiente se denominaba al cuartelazo, voto de la nación. Un partido político sin generales no podía existir en México y este partido sólo tenía importancia cuando su jefe era Un general reconocido como ambicioso y capaz de dar el cUartelazo con éxito. Fuera de los elementos militares, los partidos eran sombras de palabras.

Cuando los militares se convierten en jefes de partido no pueden manifestarse contrarios a una guerra extranjera,y entrar en comunicación con el enemigo aun cuando sea para manifestarle que hace calor, sin incurrir en el delito de traición. Así pues todos los militares que entraron en relaciones amistosas con el contraalmirante Baudin, fueron traidores, mas no es cierto que hiciesen causa común.

El hecho es el mismo que en la cuestión texana y tenía que serio. Un ejército pretoriano, ni es ejército ni puede ser nacional; es una turba que aspira a comer sin trabajar y a enriquecerse sin honor. Bastante lo he repetido, su teoría única es poner a remate la silla presidencial; la patria es para él un palero en el remate y los principios una cuchara dé cocina, En 1838, el ejército llenaba su cometido, una pequeña parte en Veracruz acosado por la miseria, otra en Tampico, fraternizando con el enemigo y el resto procurando hacer todo menos salir al encuentro del enemigo.

Ante la agresión de Francia el gobierno no había encontrado un solo voluntario fuera de los 580 de la ciudad de Veracruz, no había recibido un peso como donativo, no había obtenido un rasgo de fidelidad del ejército, no había conseguido un poco de generosidad de los partidos; no se había presentado ni un solo corsario campechano o extranjero; las industrias no se habían desarrollado con el bloqueo, la plata no se había quedado para inundar todos los bolsillos, el sistema prohibicionista de Antuniano realizado por la escuadra francesa, sólo producía indigencia y desesperación. Nada de lo que se había ofrecido al gobierno aparecía para hacer posible la defensa nacional; sólo una industria se desarrollaba; la de las fanfarronadas.

Terminada la lectura del ultimátum, el ministro puso en conocimiento de las cámaras, que el gobierno había contestado al barón Deffaudis diciéndole:

Que mientras no retirase de los puertos mexicanos su escuadra, no daría respuesta, pues cualquiera que fuese la justicia que el gobierno francés creyese tener para sus reclamaciones, el honor y el decoro de la nación mexicana se consideraban ultrajados y se creería si se entraba en arreglos cuando permanecía en aquella actitud amenazadora la Francia, que el gobierno mexicano obraba por temor a la fuerza con que se le amenazaba.

Las cámaras se manifestaron complacidas de esta digna contestación que dejaba bien puesto el honor nacional y el país entero aplaudió la respuesta que estaba en consonancia con los sentimientos de todas las clases de la sociedad (20).

En la nota dirigida el 30 de Marzo de 1838, al encargado de negocios de Francia, el Sr. Ministro Cuevas reconoce que en efecto son justas algunas reclamaciones; pero que no podía contestar al ultimátum, mientras las fuerzas navales francesas permaneciesen en nuestras aguas. Luego la causa del rompimiento no fueron las pretensiones justas o injustas expuestas en el ultimátum, sino el modo de presentarlas consistente en apoyarlas con la presencia en nuestras aguas de fuerzas navales; y como esas fuerzas no se retiraron al decir el Sr. Cuevas no entro en arreglos mientras esos barcos de guerra me ofendan; quiere decir que el Sr. Cuevas prefirió el bloqueo al ultraje de tratar ante una escuadra, luego la causa inmediata determinante de la guerra, fue la pretensión de Francia de tratar la cuestión amagando o amenazando con su escuadra.

No discuto la actitud soberbia del Sr. Cuevas aprobada por las cámaras y aplaudida por la nación; la admito como correcta y necesaria para el honor mexicano. ¿Pero por qué siete meses después el Sr. Cuevas deshonró a la nación y ésta admitió la deshonra, cuando aceptó el Sr. Cuevas entrar de nuevo en arreglos con Francia, bajo la condición expresa impuesta por Francia de que se había de conferenciar sin que se retirasen las fuerzas navales francesas y que por el contrario estas fuerzas se habían aumentado y se aumentarían más cada día? La respuesta, digna del Sr. Cuevas, no fue más que una miserable fanfarronada, que debía sér pisada por la arrogancia y conveniencia de Francia.

Al dar este paso, es un deber del infrascrito anunciar de la manera más formal, que no entrará en ninguna negociación que tenga por preliminar por parte del gobierno de México la demanda de suspensión del bloqueo o del retiro de la división naval de Francia que actualmente se halla cerca de Veracruz. Lejos de consentir en alejar de las costas de México cualquiera parte de las fuerzas que están a sus órdenes, el infrascrito debe al contrario declarar lealmente que estas fuerzas deben aumentarse de día en día por nuevos refuerzos. Si pues el gobierno de México tuviese la intención de establecer como una condición sine qua non, el retiro de dichas fuerzas, para la apertura de las conferencias, no hay necesidad de que los plenipotenciarios se dirijan a Jalapa y no quedará al infrascrito sino suplicar a S.E. el Ministro de relaciones exteriores se sirva comunicarle su resolución sobre este punto a vuelta de correo.

Carlos Baudin.
Néréide, 7 de Noviembre de 1838.


Contestación del Sr. Cuevas a vuelta de correo.

El infrascrito se ha impuesto de lo que dice el Sr. Contraalmirante, sobre la continuación del bloqueo y permanencia de las fuerzas navales en Sacrificios. El Gabinete mexicano creyo contrario a su honor en 30 de Marzo de este año, contestar sobre los diferentes puntos contenidos en el ultimátum de S.E. el Sr. Deffaudis, mientras no se retirasen dichas fuerzas de las costas de la República; por circunstancias y consideraciones que no pueden ocultarse a S.E. El Gabinete mexicano no ha presentado sin embargo, ni insistirá en ella como una condición sine qua non para comenzar la negociación sobre las diferencias existentes, y cuyo resultado, se lisonjea el infrascrito será satisfactorio para ambos gobiernos.

Cuevas.
Noviembre 12 de 1838.

¿Qué sucedió con el decoro, el honor, la dignidad, el ultraje y todos esos gigantes que la vanidad había colocado sobre la justicia para cabalgar sobre ella y llegar al Olimpo de los triunfos guerreros y diplomáticos? Aconteció lo que pasa con todos los pueblos efervescentes, cuando el soplo de las tribulaciones desvanece la espuma de los entusiasmos; la realidad se desplomó sobre caracteres débiles y los hizo polvo y entonces se admitió el deshonor, el ultraje, la indignidad, en una palabra todo lo que la funesta vanidad había designado como imposible de conceder por un pueblo muy celoso de la integridad de su soberanía. El Sr. Cuevas nunca concibió que la amenaza es ultrajante para el que no la merece; pero él la merecía por seguir la pérfida y deshonesta política de evasivas, subterfugios y supercherías, para no responder al gobierno francés leal y honradamente. ¿Merecía el gobierno la amenaza? Sí, luego entonces el ultraje no era posible. No es la amenaza la que ultraja sino merecerla. Las Cámaras debieron reprobar la fanfarronada del Sr. Cuevas, pues no fue otra cosa su respuesta digna y exigir al Ejecutivo parlamentariamente, que nombrase un ministro bastante hábil y patriota para no hacerse digno de amenazas, y ordenar que se tratase frente a la escuadra; la justicia de veras, puede erguirse delante de los cañones como delante de los jueces, así muchas veces lo ha hecho y la metralla que ha roto su espada ha sonado para envilecer a sus enemigos.

Después de aceptar el Sr. Cuevas tratar ante 26 barcos de vela y dos de vapor, ya que no había querido tratar delante de tres; las conferencias respectivas tuvieron lugar el mes de Noviembre de 1838, en la ciudad de Jalapa. El Sr. Cuevas manifestó al Almirante Baudin que el gobierno mexicano estaba dispuesto a entregar la suma $600 000 pesos que le demandaba la Francia, por total indemnización a los súbditos franceses agraviados. Respecto a los demás puntos de orden secundario o terciario aceptó la mayor parte y los que rechazó o pidió se modificaran, no hubieran impedido la reconciliación. Bastaba que el Sr. Cuevas hubiese cedido en dos puntos; comprometerse en un tratado a no imponer préstamos forzosos a los franceses y a no derogar la facultad legal de que ya disfrutaban de hacer el comercio al menudeo o de indemnizarlos previamente si derogaba dicha facultad. El Sr. Cuevas se manifestó inflexible hasta llevar ál país al derramamiento inútil de sangre, y de vergüenza, negando las dos concesiones que hubieran hecho honor a todo gobierno civilizado; abolir los préstamos forzosos para los extranjeros y comprometerse a indemnizar a los comerciantes franceses caso de que les quitase la facultad de hacer comercio al menudeo, con no hacer nunca semejante disparate, la nación tendría que ganar como ha ganado con la inmigración de hombres y capitales franceses destinados al comercio por mayor y al menudeo.

Ya he dicho que nuestros hombres de gobierno conservadores, liberales o moderados, estuvieron siempre de acuerdo con otorgar a Francia estas dos concesiones de alta conveniencia nacional, puesto que de 1825 a 1834, se prepararon y firmaron cuatro tratados que las otorgaban, pero que reprobó inexorablemente el Congreso, empeñado en levantar muy alto el pendón de la barbarie. El Sr. Cuevas hubiera hecho la paz con el almirante Baudin en Jalapa, pero el Congreso fiero como una asamblea de mamelucos, hubiera reprobado el tratado de paz y civilización y hubiese arrojado los fragmentos sobre el puente de los barcos franceses. Tal vez, la paz arreglada con Francia bajo condiciones tan honorables y progresistas para la nación, hubiese causado la caída del presidente Bustamante declarado por la vociferación pública traidor a la patria, al comercio al menudeo y a la iniquidad de los préstamos forzosos.

La conducta del Sr. Cuevas fue siempre censurable. Supongamos que arregla la paz, haciendo las dos concesiones a que me refiero y que inmediatamente un cuartelazo arroja al gobierno del poder. Los caídos en la historia, en la moral, en la civilización, hubieran sido los promovedores y actores del cuartelazo. Don Anastasio Bustamante y sus partidarios prominentes como Alamán, Cuevas, Morán y otros, debieron hacer lo que en 1845, hizo el presidente Herrera; caer con el partido moderado por condenar la guerra con los Estados Unidos, que a tiempo y dignamente pudo evitarse. Tuvo lugar la guerra, a Herrera y a su partido moderado les llamaron traidores, y cuando la nación sentía en 1847 que se hundía en la anarquía tétrica para desaparecer como nación y como pueblo; llamó con dolor y arrepentimiento a ese partido moderado que fue el único patriota antes de la guerra. El partido moderado gobernó como ninguno y conservó el poder hasta la caída de Arista. La actitud del Sr. Cuevas en Jalapa sólo se explica por su calidad de partidario extremista, exaltado en su conservatismo, radical en su tradicionalismo. Todos los partidos o facciones exaltadas colocan los intereses sectarios invariablemente sobre los intereses públicos, sin comprender que la reacción es siempre a favor del partido más civilizado, pues aun los países anárquicos siempre marchan hacia adelante.

Para la historia la verdad es la siguiente:

1° No fue la cuestión de dinero y en consecuencia no pudo ser la de los pasteles, ni por reclamaciones injustas, por lo que México dió lugar al bloqueo por la escuadra francesa, comenzado el 16 de Abril de 1838, por el comandante Bazoche; sino por el orgullo de no resolver la cuestión ante la escuadra estacionada en nuestras aguas. Este orgullo lo desechó el gobierno mexicano en Noviembre de 1838, lo que lo puso en ridículo.

2° Del bloqueo pasamos a los combates que nos llenaron de vergüenza y abatimiento; no por cuestión de pasteles, dinero y otras, sino en apariencia por el empeño de sostener derechos bárbaros completamente condenados por la civilización; en realidad por servir de nuevo y humildemente a las ambiciones de Santa Anna quien debía salir resucitado de las cenizas del verdadero honor mexicano. La nación condenada a ser la hembra maltratada y siempre amorosa del condotiero que sabía seducirla, flagelarla, despreciarla y mantenerla siempre como ardiente odalisca ávida de ultraje y tiranía.



NOTAS

(1) General Rincón, Manifiesto, pág. XXV.

(2) Id., pág. XXVIII.

(3) General Rincón, pág. XXVII.

(4) General Rincón, pág. XXVII.

(5) Id., pág. XXVIII.

(6) General Rincón, Manifiesto, pág. XXIX.

(7) El Independiente, Julio 8 de 1838.

(8) Rivera, Manifiesto, pág. XXXII.

(9) Rincón, Manifiesto, pág. XXXII.

(10) General Rincón, Manifiesto, pág. XIX.

(11) General Rincón al Ministro de la Guerra, Junio 21 de 1838, Manifiesto.

(12) El Ministro de la guerra al general Rincón. Julio 3 de 1838.

(13) Ministro de la Guerra al general Rincón. Julio 23 de 1838. Manifiesto.

(14) Rincón, Manifesto, pág. XXIX.

(15) Septiembre 15 de 1839. Bibl. Nacional.

(16) Manifiesto. página XXXI.

(17) Rivera, Historia de Jalapa, tomo III, pág. 371.

(18) Obra citada, tomo III, pág. 371.

(19 Dauzart et Blanchard, San Juan de Ulúa, pág. 322.

(20) Zamacois, Historia de México, tomo XII, págs. 131 y 132.

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