Índice de Las grandes mentiras de nuestra historia de Francisco BulnesSegunda parte - Capítulo XVISegunda parte - Capítulo XVIIIBiblioteca Virtual Antorcha

LAS GRANDES MENTIRAS DE NUESTRA HISTORIA

Francisco Bulnes

SEGUNDA PARTE

Capítulo décimoséptimo

UN MODELO DE CAMPAÑA SANTANISTA


Seguiré la relación de la batalla de San Jacinto, hecha por el general Santa Anna en su Manifiesto, marcando los desatinos e inexactitudes:

A mi llegada se encontraba Houston posesionado de un bosque en las orillas del Bayuco de Buffalo, cuyas aguas se incorporan allí en el río de San Jacinto y componen parte de las del Gálveston. Su situación (la de Houston) lo precisaba a batirse o a tirarse al agua (1).

Esta afirmación es simplemente una fanfarronada de S. E. con el objeto de hacer creer al pueblo mexicano que Santa Anna era el perseguidor, y que le había impuesto el combate a Houston acorralándolo, cuando quien imponía el combate era Houston. El coronel del ejército mexicano, Pedro Delgado, que estuvo al lado del general Santa Anna en San Jacinto, dice:

Las tropas de los rebeldes se hallaban a tiro largo de cañón, metidas en un espeso bosque, que se encontraba a la derecha de la división mexicana: el frente de ésta, aunque llano, estaba dominado por el fuego del enemigo, que desde el bosque podía sostenerlo, sin sufrir él ningún daño, quedándole por su costado derecho y por su espalda una franca retirada (2).

Que el enemigo tenía libre su retirada, lo confirma el Sr. Martínez Caro, secretario particular de Santa Anna, y todos los hIstoriadores extranjeros sin excepción, no habiendo encontrado uno que se comprometiese sosteniendo la falsedad del general Santa Anna; y el sentido común dice que el perseguidor y el que impone el combate, no puede ser el acorralado.

Continúa describiendo el general Santa Anna:

Mi tropa manifestaba entonces tanto entusiasmo, que comencé a batirle (3).

Quiere decir, que si la tropa no hubiera mostrado mucho entusiasmo no habría comenzado a batirle. El entusiasmo de la tropa no es razón suficiente para emprender un ataque, sino las prescripcioneS de la estratégia y la táctica. Sobre principio y disposiciones de este combate, dice el coronel Pedro Delgado, que como acabo de decir, se hallaba presente:

Logrado el objeto (de avistarse con el enemigo) dispusso (Santa Anna) la columna de ataque, pero de una manera precipitada, agolpando disposiciones que revelaban su impericia y dando órdenes que más servían para embarazar la acción que para obrar con acierto (4).

Continúa Santa Anna:

Quise atraerlo al terreno que más me convenía, y me retiré hasta mil varas sobre una loma, que proporcionaba ventajosa posición: agua a la retaguardia (una laguna fangosa) bosque espeso por la derecha hasta la orilla de San Jacinto, llanura espaciosa por la izquierda y despejado el frente (5).

Creo que en el mundo no ha habido militar que haya escrito el desatino que una posición con laguna fangosa a la retaguardia y bosque espeso a la derecha, es ventajosa, a menos que el general Santa Anna haya querido decir que era ventajosa para el enemigo.

Ninguna de estas excelentes condiciones (las del campamento de Houston) presentaba el terreno en que el general Santa Anna se había situado; en él no tenía campo suficiente donde maniobrar; a su retaguardia quedaba un bosquecito que iba a terminar en la orilla de la laguna y extendiéndose ésta por la izquierda del campamento mexicano hasta New-wáshington, no quedaba terreno para una retirada, si la suerte de las armas era favorable a los texanos. El coronel Don Pedro Delgado hizo algunas. observaciones sobre este punto al general Castrillón algunas horas antes de que dlese principio la batalla, pero su contestación fue decirle: Amigo, ¿qué quiere Ud. que yo haga? Todo lo conozco, pero nada puedo remediar, porque Ud. sabe que aquí no obra más que el capricho y la arbitrariedad de ese hombre. Estas últimas palabras las pronunció Castrillón con alguna exaltación, señalando la tiendá de campaña en que estaba Santa Anna. Ninguno de los generales y jefes, como se vé, juzgaba propio para emprender una acción el sitio elegido por el general en jefe. Los soldados, que notaban el disgusto de la oficialidad, participaban de él, y empezó a decaer en ellos la fuerza moral, y el entusiasmo que hasta entonces los había animado en todas las acciones (6).

Volvamos a la narración del general Santa Anna:

A las nueve de la mañana del 21 (Abril) llegó el general Cos con 400 hombres de los batallones Aldama, Guerrero, Toluca y Guadalajara, habiendo dejado los 100 restantes a las órdenes del coronel graduado Don Mariano García, con las cargas en un mal paso, demoradas de Harrisbourg, cuya incorporación no llegó a efectuarse. A primera vista noté contravenida mi orden, respecto de los 500 infantes escogidos, que ella expresaba terminantemente, pues la mayor parte del refuerzo se componía de reclutas que en San Luis Potosí y el Saltillo se repartieron a los cuerpos (7).

Esta es otra mentira de S. E., quien jamás pensó en pedir 500 hombres escogidos.

El general Filisola, a quien fue dirigida la orden de enviar el refuerzo de los 500 hombres escogidos, dice al Supremo gobierno con oficio de 14 de Mayo de 1836:

El 17 recibí de S.E., orden para que la fuerza que debía llevar el Sr. Cos solo debía constar de 200 hombres y 500 cajones de cartuchos de fusil.

Tan grave falta, continúa diciendo el general Santa Anna (la de no haber enviado Filisola escogidos los 500 infantes) me. causó en aquel momento el mayor disgusto, considerando insignificante un auxilio que esperaba impaciente, y con que le prometía dar un golpe decisivo al enemigo.

Con estas últimas palabras el general Santa Anna prueba su descomunal ignorancia en asuntos de guerra. Dice con verdad, que Houstos ocupaba un espeso bosque, en el cual el día 20, ni siquiera se atrevió a penetrar el general Santa Anna. Dicho bosque era muy grande, en consecuencia era casi imposible obtener resultado decisivo sobre los 800 hombres de Houston con los 1150 a que ascendía el ejército mexicano con todo y el refuerzo llevado por el general Coso Santa Anna desconocía el papel de los bosques, sobre todo los muy grandes, que consiste en impedir los resultados decisivos, cuando dentro de ellos se combate y el de hacerlos casi imposibles cuando el bosque es demasiado grande, y los efectivos de los beligerantes muy pequeños, como en el caso de que me ocupo.

Sin embargo de todo, intenté aprovechar la sensación favorable que advertí en los semblantes a la llegada del general Cos; pero éste me expuso que por forzar su marcha para llegar prontamente, la tropa que traía no había comido ni dormido en 24 horas, y que mientras llegaban las cargas, que sería dentro de dos o tres horas, podía reponerse y estar en buena disposición para batirse. Cedí á esta insinuación consintiendo que descansara y comiera (8).

¿Cuánto tiempo? Dos o tres horas mientras llegaban las cargas, dice S.E.: Acordando una hora para alimento y cuatro para un sueño reparador, hacen cinco. La fuerza de Cos llegó a las nueve de la mañana, según el mismo general Santa Anna, luego contando cinco horas, y dando una más para bostezar, restregarse los ojos, asearse, fumar el cigarrillo, y alguna conversación; esta tropa debió haber estado despierta, fresca y lista a las tres de la tarde en punto. La sorpresa del enemigo fue a las cuatro y media, luego S. E. no puede justificar ese estupor o sueño largo de la tropa de Cos, por la absoluta necesidad de que comiera y descansara después de veinticuatro horas de abstinencia y fatiga.

Para observar al enemigo y proteger las cargas citadas, situé mi escolta en buen lugar, reforzándola con 32 infantes montados en caballos de oficiales. No hacía una hora de esa operación, cuando el general Cos se me presentó pidiendome a nombre del capitán don Miguel Aguirre que mandaba la escolta, que se le permitiera comer a su tropa y dar agua y un pienso a los caballos, por no haberlo hecho desde el día anterior. El tono compasivo con que se me hacían estas peticiones me hizo acceder, advirtiendo que satisfecha prontamente la necesidad, volviera al instante el capitán Aguirre a ocupar la posición que tenía, lo que no habiendo verificado, contribuyó a proporcionar al enemigo la sorpresa que logró (9).

Todas estas disculpas, culpan intensamente al general Santa Anna, porque prueban que no obstante su alta jerarquía militar, reforzada por la adulación, nada entendía tampoco de castramentación. El general Santa Anna nunca supo que los romanos, no por su valor fueron los primeros soldados del mundo, pues casi sin excepción los bárbaros les eran iguales o superiores en arrojo. La superioridad militar de los romanos consistió ante todo y sobre todo, en que jamás se dejaron sorprender.

El general en jefe de un ejército juzga y decide del campamento que debe presentarle el cuartel maestre asociado del jefe de ingenieros, del comandante general de artillería, del aposentador general y de un ayudante general de la plana mayor.

Al cuartel maestre corresponde señalar los puntos en que se han de colocar las avanzadas y grandes guardias, y a los oficiales de plana mayor, conducirlas. En todo campamento debe haber un jefe de día, entre cuyas funciones se encuentra la de visitar las avanzadas, servicio que también corresponde a las patrullas y a los oficiales de la plana mayor.

El cuartel maestre, al señalar los puntos donde deben colocarse las avanzadas o grandes guardias, tiene que llevar en cuenta las necesidades de sus subordinados, tales como comer, dormir, descansar. Jamás se le confía en un campamento a nadie un servicio que le impida satisfacer las necesidades citadas, a menos que no falte personal, lo que no sucedía en este caso, o en el momento del combate. No era a Santa Anna sino a su cuartel maestre a quien le tocaba señalar el punto que debía vigilar el capitán Aguirre; y como éste mandaba 80 hombres montados para vigilar y explorar el bosque a la derecha del campamento, no se necesitaba más que de un retén de 20 hombres durante dos horas, mientras los demás hombres comían y daban alimento a sus caballos. Y cuando esto sucediera, ser relevados los que vigilaban para que hiciesen lo mismo. En todos los campamentos los soldados, comen duermen y descansan todos los días, pues es para lo que principalmente sirve un campamento, y en ninguno militarmente establecido se suspende la vigilancia, desapareciendo las avanzadas, grandes guardias y retenes exploradores mientras el ejército asiste al refectorio, descansa o duerme. Precisamente se establecen vigilantes para que el ejército pueda dejar su actitud de batalla y satisfacer sus necesidades.

El general Santa Anna nos dice que dió permiso a la tropa de Cos para que durmiera dos o tres horas, y el resultado fue que llevaba ya siete horas de sueño cuando el enemigo la despertó. El general Santa Anna nos asegura que dió permiso al capitán Aguirre para que abandonara por muy poco tiempo la interesante vigilancia que le estaba encomendada, y que no volvió a su puesto. En primer lugar ningún jefe de campamento, por ningún pretexto, ni durante un minuto, debe suspender el servicio de vigilancia. En segundo lugar; ¿por qué el jefe de día no hizo despertar a las tropas de Cos a la una de la tarde, cuando se le cumplía el tiempo para descansar, y por qué ese mismo jefe de día no obligó al capitán Aguirre a que volviera a su puesto, que en ningún caso debió haber quedado abandonado? La verdad es, que como he dicho, ni por un segundo debe quedar abandonada la vigilancia en un campamento, y esto se realiza en todos los campamentos, sin que por tal motivo los soldados y caballos dejen de comer, dormir y descansar, a menos que el enemigo se proponga por una agresión constante, impedir el descanso a los campados, lo que no sucedía en San Jacinto, y aun en este caso, Jamas se suspende la vigilancia.

Fatigado de haber pasado la mañana a caballo y desvelado de la noche anterior, me recosté a la sombra de unos arboles, mientras la tropa alistaba su rancho. Hice llamar al general don Manuel Fernández Castrillón y le previne que vigilara el campo y me diese parte del menor movimiento del enemigo: y encargué asimismo me recordase tan luego como la tropa hubiese comido, porque era preciso obrar cuanto antes decisivamente (10).

Las últimas palabras significan una nueva mentira de S. E. pues ya en junta de jefes, se había acordado que el ataque tendría lugar al día siguiente (11):

Hasta el siguiente día al amanecer no debía darse el ataque conforme estaba dispuesto.

¿Qué quería decir el general Santa Anna al escribir que era preciso obrar cuanto antes decisivamente, cuando el ataque que era lo único decisivo que podía hacerse, debía tener lugar al día siguiente? Respecto a que le recomendó al general Castrillón que cuidara el campo, el general, sólo, no podía cuidarlo pues ningún general puede cuidar ningún campamento sin el correspondiente servicio de vigilancia, éste no existía, luego la recomendación a Castrillón, caso de ser cierta, no pasa de patraña.

Como el cansancio y las vigilias producen sueño, yo dormía profundamente, cuando me despertó el fuego y el alboroto. Advertí luego que éramos atacados, y un inexplicable desorden. El enemigo había sorprendido nuestros puestos avanzados ... (12).

¿Pues no acaba de decir el general Santa Anna que el capitán Aguirre que mandaba su escolta, más 32 Infantes montados, situados en buen lugar, habían abandonado ese buen lugar, y que el capitán Aguirre, a pesar de la orden que tenía, no volvió a ocuparlo, lo que contribuyó a proporcionar al enemigo la sorpresa que logró? El enemigo no tuvo puesto avanzado que sorprender, porque de las compañías de infantería que dice Santa Anna, guardaban el bosque, resulta otra falsedad, porque nadie fue colocado en el bosque, que distaba medio tiro de fusil de la derecha del campamento de Santa Anna. Por otra parte, no es posible sorprender un puesto avanzado de 300 hombres, de día, sin que estos hagan algunos disparos, a menos que estuvieran bajo fuertes dosis de infalibles anestésicos. En el parte de Houston oparece que nadie estaba vigilando el bosque, ni parte alguna (13).

Aunque el mal estaba hecho, creí al pronto remediarlo. Hice reforzar con el batallón permanente de Aldama la línea de batalla que formaba el batallón permanente de Morelos y organicé en instantes una columna de ataque a las órdenes del coronel Don Manuel Céspedes, compuesta del batallón permanente de Guerrero y piquetes de Toluca y Guadalajara, lo que a la vez que la del teniente coronel Luelmo marchó de frente a contener el principal movimiento del enemigo; mas en vano fueron mis esfuerzos ... (14).

No continuó copiando tan interesante narración porque toda ella es falsa. El general Santa Anna era una especie de novelista militar del género Ponson du Terrail. El secretario particular del general Santa Anna, que se hallaba a un metro de distancia del catre en que dormía S. E.; nos dice:

El principal movimiento del enemigo fue la sorpresa que consiguió completa, y entonces dormía S. E. profundamente. Sus demás movimientos (del enemigo) fueron instantáneos; de modo que cuando S. E. llegó a la línea, ya ésta estaba en derrota y completo desorden (15).

El Coronel Pedro Delgado, que se hallaba presente, escribe:

Entonces vi a S.E. correr aturdido de uno a otro lado, restregándose las manos, sin acertar a tomar providencias (16).

Perdida toda esperanza, escapándose cada uno según podía, mi desesperación era tan grande como mi peligro, cuando un criado de mi ayudante de campo, coronel D. Juan Bríngas, con noble franqueza me presentó un caballo de su amo, y con encarecidas expresiones me instó a que me salvara (17).

Busqué mi escolta, y dos dragones de ella que ensillaban con precipitación, me dijeron que sus oficiales y compañeros iban de escape. Recordé que el general Filisola se encontraba a 16 leguas en el paso de Tompson, y sin vacilar procuré tomar aquel camino.

En San Jacinto no hubo derrota, sino completo desastre; los muertos, por no tener retirada el ejército, llegaron a 500, porque el pánico favoreció una enérgica persecución, y sobre todo la inmovilidad de los fugitivos espantados en la laguna fangosa de la retaguardia, que tan recomendable hacía la posición según el general Santa Anna. Los prisioneros fueron como 600. Ningún jefe escapó. Apenas 70 soldados y 9 oficiales se salvaron.

El Sr. Martínez Caro cayó prisionero, y fue después llevado al campo de batalla por orden de Houston, para que buscase y recogiese el archivo de la secretaría particular del general Santa Anna. Cumpliendo esta orden, el Sr. Martínez Caro pudo juzgar bien del desastre, y nos lo hace conocer en pocas y precisas palabras.

A mí solo estaba reservada la aguda pena de ver nuestrO campo después de la acción. El primer espectáculo y cuya impresión no he podido aun desvanecer, fue la vista del general Castrillón; desnudo ya, y en la misma forma, y a poca distancia, los colores Peralta y Treviño y teniente coronel Luelmo, otros oficiales que desconocí y como 50 soldados, no pasando a más los muertos en este punto, que era nuestra línea de batalla. Continué hasta el bosque, distante unos cien pasos, y a mi llegada ya había encontrado nuestro dicho soldado la escribanía que buscábamos. Sentéme un rato a respirar, si es que respirar se podía, en aquel sitio de luto y de dolor, y ocupado en las más tristes reflexiones, me preguntaba ¿dónde están nuestras seiscientas víctimas? (18).

La llegada del ayudante, que me había dejado solo, me hizo advertir nuestra partida. Al emprenderla, le manifesté no creía fuese tan crecido el número de muertos como se decía, pues tanto en la línea, como en todo el círculo que nos rodeaba, seguramente no pasaban de 100. Quiso satisfacer mi curiosidad, y me condujo a la entrada del camino por donde se había emprendido la retirada; y a lo que alcanzaba la vista observé a derecha e izquierda, dos hileras de cadáveres, todos nuestros. Conmovido de este triste desengaño, ojala hUbiera sido el último, tuve el amargo dolor de que me condujera a un pequeño arroyo a la entrada del bosque, en donde infinidad de muertos, apiñados unos sobre de otros, podían servir de puente: Aquí, me dijo, se precipitaron en tanto nÚmero y confusión, que convirtiendo el agua en un espeso lodo e imposibilitando el vado, nuestros soldados, en el calor del combate, hicieron esta matanza.

Aun cuando hubiera habido sorpresa, por falta de vigilancia, la derrota no hubiera alcanzado las terribles proporciones de una catástrofe completa, sin la posición escogida por el general Santa Anna y definida por él como ventajosa, teniendo una laguna fangosa a la retaguardia que fue lo que ocasionó la pérdida del mayor número de soldados. Lo notable es que el general Santa Anna hizo su Manifiesto a sangre fría un año después de esa batalla, y no obstante la prueba plena que le dió la laguna fangosa, de que no debe haber agua a la retaguardia de un campamento, no aparece convencido, sino que dice aún a la nación, que es ventaja tener agua a la retaguardia, prueba que ni la soledad, ni el tiempo, ni la reflexión ahuyentaban su crasa ignorancia militar.

Houston sabía que el ejército mexicano carecía de provisiones para sostener enérgicamente y por largo tiempo la campaña, y sabía que si nuestro ejército se resolvía a vivir sólo del merodeo y del pillaje, tendría que fraccionarse para así subsistir más o menos tiempo; pero en ningún caso podía ser éste muy largo. Su plan, fue el que nos expone Filisola; concentrarse y maniobrar para no presentar combate, hasta que las fuerzas mexicanas se fraccionasen para subsistir, o por la torpeza de su general en jefe, y entonces batir a la fracción que ofreciese más ventajas.

Houston supo oportunamente la marcha de los 700 infantes y 50 caballos a Harrisbourg al mando de Santa Anna, y sus noticias se confirmaron cuando aprehendió al capitán Miguel Bachiller, enviado por Filisola a Santa Anna, para entregarle pliegos recibidos de la ciudad de México, y la comunicación en que Filisola participaba a Santa Anna que ya cumplía con la orden de enviarle al general Cos con 500 infantes, como lo había pedido.

Houston comprendió todo el valor táctico de un bosque para resistir un ataque, sin grave riesgo de resultados decisivos. Entre los 783 hombres que tenía Houston, figuraban, 200 desertores del ejército americano de observación e invasión, que al mando del general Gaines ocupaba la línea divisoria con los Estados Unidos. El resto de la fuerza de Houston eran cazadores y contrabandistas, gente bien armada, que apuntaba al tirar, dominaba admirablemente su arma y conocía la vida, la actividad y la táctica de pequeños combates en bosques, pues muchos habían hecho por cuenta del gobierno americano o de los Estados sudistas, la guerra a los indios bárbaros. El combate dentro de un bosque es un combate de tiradores fortificados con los árboles y obrando casi libremente. El fuego debe ser de puntería, cosa que no conocían nuestros soldados, pues muchos de ellos no habían practicado siquiera el fuego de pelotón. Las ventajas del combate en bosque eran para Houston, y así fue comprendido el día 20 en la junta de jefes rebeldes que trató del asunto.

Poco antes del medio día (del 20), tuvo lugar un consejo de guerra, en el que tomaron parte los coroneles Burlerson y Sherman y tenientes coroneles Milliard, Somerville, Bennett y el Mayor Weills. El punto a discusión fue: ¿Atacamos al enemigo o esperamos su ataque? (19).

Weills y Bennett opinaron por atacar al enemigo y los demás por esperar el ataque, resolución definitivamente adoptada por Houston. Como el jefe rebelde, por la captura del capitán Bachiller conocía que el refuerzo enviado a Santa Anna por Filisola sería de 500 hombres, sin más artillería, resultaba que el enemigo conocía perfectamente el efectivo del ejército mexicano, mientras éste no conocía el del enemigo.

El día 21 de Abril, Houston mandó exploradores, como era debido, a observar el campamento mexicano. Siguiendo el bosque que ocupaba Houston, marcharon sin ser vistos hasta llegar al bosquecillo limitado por la laguna fangosa, que se hallaba a la retaguardia del campamento de Santa Anna. Los exploradores treparon a los árboles para examinar el campamento y vieron casi a la izquierda de la laguna y donde ésta se estrechaba para recibir las aguas del arroyo o pequeño río, un puente de madera, y vieron además, que la fuerza de reserva dormía en el bosquecillo, que la caballada estaba desensillada, los soldados dispersos o haciendo su rancho, lejos de sus armas en pabellón, y los jefes dentro de sus tiendas, lo mismo que la mayoría de los oficiales o jugando a los naipes.

Inmediatamente quemaron el pequeño puente y pusieron en conocimiento de Houston que no había en el campamento de Santa Anna servicio de vigilancia exterior ni interior y qUe la tropa estaba dormida una parte, y comiendo disperso el resto. Houston inmediatamente aprovechó la ocasión qUe se le presentaba de dar un golpe mortal, irresistible, total a Santa Anna y sus fuerzas, y dispuso atacar el ala derecha de Santa Anna, saliendo del bosque que estaba a su frente a 200 yardas (medio tiro de fusil), y por donde no había artillería haciendo que la caballería apenas 60 jinetes atacasen por el frente. Con una precisión extraordinaria se organizaron las columnas que ejecutaron su movimiento de avance con inaudita rapidez, obteniendo el espléndido triunfo que conocemos.

Mirando el plano de la batalla de San Jacinto que figura en la mayor parte de las obras norteamericanas, que se ocupan de la guerra de Texas; se ve una llanura irregular rodeada sin interrupción por espesos bosques, es decir rodeada por un solo bosque, pues todos se comunican. Este bosque que rodea la llanura, está en contacto con Harrisbourg y con diversos cursos de agua que en gran parte también circundan a la llanura, pues siguen casi todo el límite exterior del bosque. Houston ocupaba el bosque cuando llegó el general Santa Anna a la llanura. Como campamento debió escogerse un punto que distase por lo menos de todo el perímetro del bosque que circundaba la llanura, más de mil metros, para que el campamento establecido en ese punto, estuviese fuera de tiro largo de cañón, conforme al alcance que en 1836 tenía esa arma. Como los planos de la batalla de San Jacinto no presentan completa la llanura, ignoro si existirá ese punto en esas condiciones.

Un campamento debe tener libre su frente y su retaguardia y apoyados sus lados en posiciones fuertes o en cursos de agua. Y si no se encuentra apoyo para las alas y se trata de soldados bisoños o que por cualquier motivo no son de primer orden, deben fortificarse muy ligeramente las alas, siempre que se sepa cuáles son las alas. Pero esto no es posible cuando el campamento está rodeado por un bosque espeso, porque entonces el enemigo puede estar en todas partes o en ninguna y no se puede decir qué punto del campamento corresponde al frente del enemigo, ni cuál es la retaguardia ni las alas. En este caso es preciso campar en cuadro, siempre que los lados del cuadro estén fuera de tiro de cañón del bosque circundante. Campar en cuadro, tropas nuevas, exige fortificación de campaña y por lo menos cuatro piezas de artillería; Y si esto no se consigue, vale más irse a campar a otra parte para penetrar al bosque por su perímetro exterior si esto se juzga conveniente.

Ya en 1836, eran conocidos como axiomas de estrategia, puesto que eran clásicos: que un bosque que no se ocupa, pegado a un campamento quiere decir: Sorpresa inminente, y que un curso de agua sin puente, o una laguna a retaguardia y a la izquierda quiere decir: Triunfo o desastre absoluto. De manera que en buena apreciación militar, la posición de Santa Anna, tenía este letrero trágico: Catástrofe inminente. La posición por sí sola tenía una muy lúgubre significación para nuestras tropas.

Si a esto se agregaba la falta completa de servicio de vigilancia exterior e interior que debe garantizar de sorpresas a todo campamento; el desastre tenía que ser inevitable ante un enemigo capaz de aprovecharse. Era de día y nada importaba que la tropa durmiese, pues es mejor que duerma de día que de noche, tampoco es censurable que el general Santa Anna se haya entregado al sueño que lo vencía a las tres de la tarde. Un buen general cuando siente que su campamento está en peligro, vela durante la noche y duerme de día. Tampoco es censurable que los soldados hicieran su rancho, pues en todo campamento se debe comer. Lo censurable es que se haya escogido para campar un punto que exigía que los soldados, no comiesen, no durmiesen ni descansasen, además de una exquisita vigilancia para conjurar el peligro inminente de la sorpresa, sin que se conjurase el de la desventaja, porque el agresor siempre estaba efendido por el bosque, hasta permitirle éste, atacar impunemente a la distancia de 200 yardas. La torpeza de campar con un curso de agua a retaguardia y a la izquierda, no se podía neutralizar más que yéndose a mejor parte.

Si Houston no sorprende a Santa Anna, al día siguie este general hubiera atacado a los rebeldes en su espeso bosque. ¿Qué hubiera resultado? He insistido mucho en dar a conocer que los encuentros en el interior de los bosques se caracterizan entre buenas tropas por su falta de resultados decisivos y exigen mucha habilidad en los jefes, mucha serenidad y mucha disciplina en los soldados para verificar las retiradas, como los beligerantes casi no se vén, sus movimientos son misteriosos, y son fáciles los ataques de los flancos o retaguardias, sobre todo, cuando los efectivos son pequeños. Ser flanqueado en un bosque no tiene el peligro que en terreno limpio. En un bosque el ofensor se halla en el mismo caso que el ofendido, de ignorar la verdadera posición de su contrario, y en muchos casos de su fuerza.

Pero en el ejército mexicano había un inconveniente grave para el combate en bosque. Ni su temperamento , ni su instrucción, ni su disciplina lo hacían propio para las retiradas en buen orden. El ejército mexicano era notable porque sólo tenía dos modos de terminar un encuentro: la victoria o el desastre. Nada de retirada, nada de reorganización después que se experimenta la desorganización que imprime la derrota. Una vez que nuestras tropas se desordenaban y daban la espalda, seguía la desbandada, el pánico, y una derrota que podía ser ligera, se transformaba siempre en cataclismo. Este peligro era muy grave en el caso de Santa Anna, porque siendo casi imposible el resultado decisivo en bosque inmenso, y pequeño efectivo; casi no tenía probabilidades de triunfo y si casi todas de conseguir el desastre, no por la acción del enemigo, sino por la naturaleza de nuestras tropas, cuya disciplina jamás llegaba a satisfacer el caso de retirada en orden.

El general Urrea que tenía bravura, pero muy poca instrucción, comprendía por un instinto militar superior, lo que significaba un bosque, pues cuando se apresuró a impedir que Fannin penetrara a un bosque inmediato, enviado al galope la caballería, dice:

... y dispuse que la caballería alcanzase a todo escape para cortarle la retirada al tiempo mismo que trataba aquel de ocupar un bosque, del que hubiera sido difícil si nó imposible desalojarlo (20).

Y si esto creía Urrea cuando Fannin tenía 280 hombres y él 1100, casi cuatro veces el efectivo de su enemigo, qué debería haber pensado Santa Anna teniendo 1100 y Houston 800, que podían haber sido reforzados como en efecto lo fueron la tarde del 22 por 240 voluntarios procedentes de las inmediaciones de Harrisbourg. Y si a esto se agrega que la mayor parte de los soldados que había traído el general Cos eran reclutas, no quedará duda del fracaso que debió experimentar el general Santa Anna al atacar el bosque el 22.



NOTAS

(1) Manifiesto de 10 de Mayo de 1837.

(2) Coronel Pedro Delgado, Campaña de Texas, citado por Zamacois, Historia de México, tomo XII, pág. 85.

(3) Manifiesto 10 de Mayo 1837

(4) Coronel Pedro Delgado, citado por Zamacois, Historia de MéxIco, tomo XII, pág. 81.

(5) Manifiesto.

(6) Coronel Pedro Delgado, en la misma obra, pág. 86.

(7) Manifiesto.

(8) Manifiesto.

(9) Manifiesto.

(10) Manifiesto.

(11) Martínez Caro, La primera campaña de Texas, nota segunda de la pág. 28.

(12) Manifiesto.

(13) Stuart Foote, tomo II, pág. 156.

(14) Manifiesto.

(15) Martínez Caro, Primera campaña de Texas, pág. 30.

(16) Zamacois, Historia de México, tomo XII, pág. 89.

(17) Manifiesto.

(18) Martínez Caro, Obra citada, pág. 32.

(19) Yoakum, History of Texas, tomo II, pág. 208.

(20) Urrea, Diario de sus operaciones, pág, 18. Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pag, 421.

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