Índice de Las grandes mentiras de nuestra historia de Francisco BulnesSegunda parte - Capítulo XVIISegunda parte - Capítulo XIXBiblioteca Virtual Antorcha

LAS GRANDES MENTIRAS DE NUESTRA HISTORIA

Francisco Bulnes

SEGUNDA PARTE

Capítulo décimoctavo

LA RESPONSABILIDAD DE LA RETIRADA DESPUÉS DEL DESASTRE


La batalla de San Jacinto cerró con un crespón de ignominia la campaña de Texas en la que tantas esperanzas había colocado la nación. ¿Porqué la destrucción de 1,150 hombres de un ejército que se había anunciado vencedor en todas partes dió a un enemigo que se había presentado con 800 hombres despavoridos, el triunfo sobre los cuatro mil mexicanos que aun quedaban?

Nuestra llamada historia ha respondido:

Habiendo exigido el jefe vencedor a Santa Anna que hiciera retirar a todas las tropas mexicanas del territorio de Texas, envió éste una orden al general D. Vicente Filisola, que era el segundo jefe del ejército y que tenía a sus órdenes más de 4,000 hombres para que se retirara al otro lado del Río Colorado dejando así libre el territorio a los usurpadores ... En ella (En la junta de generales) se resolvió el 25 de Abril la evacuación del territorio pasando al otro lado del Río Colorado y esperar allí las órdenes del Gobierno y refuerzos para emprender de nuevo la campaña (1).

En un libro de historia educativo se enseña principalmente a la niñez:

El general Santa Anna viéndose prisionero y con peligro de ser fusilado cometió la cobarde debilidad de ordenar el día siguiente al general segundo en jefe Don Vicente FIlisola que se hallaba cerca con 3,000 hombres que inmedIatamente retrocediera hasta Béjar a esperar órdenes y el general Filisola por tal de salvar al prisionero y bajo la influencia de que no era un soldado común sino el Presidente de la Republica, en lugar de marchar inmediatamente para San Jacinto contramarchó obedeciendo aquella orden sin atender a que un militar jamás debe obedecer las órdenes de un jefe que ha caído prisionero (2).

La versión aceptada como histórica es:

1. Houston tenía 800 hombres después de San Jacinto menos las bajas causadas por el combate.

2. El general Santa Anna para salvar su vida aceptó la condición de Houston de dar orden para que Filisola pasara el Río Colorado con todas las fuerzas mexicanas.

3. Filisola segundo en jefe a quien fue dada la orden de retirada, convocó una junta de guerra y en vista de su opinión cumplió con la orden que Santa Anna le daba de retirarse.

4. Filisola contaba entonces con poco más de 4.000 hombres y se hallaba a 16 leguas de Houston.

5. En vez de obedecer la cobarde orden de retirada, Filisola que de ningún modo tenía la obligación de obedecer a su jefe prisionero, debió haber marchado inmediatamente sobre Houston con los 4.000 valientes mexicanos y el triunfo hubiera sido infalible para México.

6. Obedeciendo la orden de retirada Filisola devolvió al enemigo, plazas, fortalezas, territorio reconquistado, más el honor del ejército; muy superior al de Houston. Conforme a las leyes militares, tanto Filisola como los generales que votaron por obedecer a Santa Anna cometieron el crimen de traición a la patria y debieron ser juzgados y pasados por las armas.

7. La campaña de Texas se perdió pues, por la traición y cobardía de Santa Anna, Filisola y demás jefes que votaron por obedecer la orden de retirada.

8. Sólo el general Urrea que fue el único que se opuso a la evacuación y que se empeñó por que se atacara al enemigo inmediatamente, cumplió con su deber de soldado y de mexicano.

Tales son las afirmaciones que pasan por históricas y que no lo son. Nuestros historiadores tienen el vicio de considerar inatacable toda versión con tal que sea popular o que por lo menos se halle en boga, no preocupándose por averiguar si es verdadera.

Procedo a destruir nuestras llamadas verdades históricas.

Houston, después de San Jacinto tenía 800 hombres, menos las bajas causadas por la batalla.

El 7 de Abril, un anglo-americano dió la noticia al general Santa Anna, que había dejado a Houston en el paso de Gross, distante quince leguas de San Felipe, con ochocientos hombres. Esto lo decía el anglo-americano en 7 de Abril. ¿Cuándo había visto el anglo-americano a Houston que estaba a quince leguas de distancia? El 5 de Abril o antes, porque debe haber tardado lo menos dos días en andar quince leguas. De modo que Santa Anna, y al mismo tiempo Filisola, habían tenido noticia que Houston el 5 de Abril tenía 800 hombres bajo sus órdenes.

Hasta el 21 de Abril, tuvo lugar la batalla de San Jacinto:

La noticia de la catástrofe que había tenido el general en jefe en San Jacinto llegó al cuartel general de Holdford el 22 de Abril por medio de un soldado presidial que en secreto entregó al general Filisola un papelito del señor coronel graduado Don Mariano García, en que le participa, aunque sucintamente dicha desgracia (3).

¿Qué le tocaba hacer al general Filisola al recibir semejante noticia? Nuestros historiadores responden, y con ellos toda la nación: Marchar inmediatamente sobre el enemigo con los 4.000 hombres que Filisola tenía a sus órdenes. Los histOriadores siempre de temperamento bélico debían haber comenzado por averiguar si realmente tenía el general Filisola en Holdford 4.000 hombres cuando recibió en ese punto la noticia de la desgracia de San Jacinto enviada por el coronel García que no había estado en la acción.

Son datos oficiales los siguientes (4):

DISTRIBUCIÓN DE LAS FUERZAS MEXICANAS EN EL TERRITORIO DE TEXAS EL 22 DE ABRIL DE 1836.

En Holdford al mando de Filisola ... 1 408 hombres.
En Columbia y Brazoria al mando de Urrea ... 1 165 hombres.
En Béjar al mando del general ndrade ... 1 001 hombres.
En el Cópano ... 60 hombres.
En la Misión del Refugio ... 5 hombres.
En Goliad ... 174 hombres.
En Matagorda ... 189 hombres.
En Victoria ... 40 hombres.
ActivoS de Durango (No se conocía dónde estaban) ... 21 hombres.
Presidiales (No se sabía dónde estaban) ... 15 hombres.

Se me puede objetar que estos datos, aunque oficiales, pueden ser falsos porque siendo dados por el general segundo en jefe, Filisola, éste tenía sumo interés en mentir para defenderse de no haber marchado inmediatamente sobre Houston con los famosos 4.000 hombres. A esta objeción verdaderamente oportuna y juiciosa contestaría: El general Urrea fue el único que se opuso a la retirada, el único que tomó empeño en que se marchase sobre el enemigo, el que denunció a Filisola ante el gobierno y la nación como pusilánime y responsable de la evacuación indebida de Texas. Pues bien, Urrea ni en su Diario ni en parte alguna impugna la distribución que tenía el ejército mexicano el 22 de Abril de 1836, por el contrario, se muestra de acuerdo con ella; luego deben considerarse exactos los datos citados si el opositor y censor de la conducta de Filisola que figura como actor en la humillante retirada los considera irreprochables. Así pues, el general Filisola, cuando recibió la primera noticia del desastre de San Jacinto el 22 de Abril de 1836, sólo contaba con 1.408 hombres.

Filisola supo, el 7 de Abril de 1836, que el día 5 del mismo mes, Houston tenía 800 hombres. ¿Es ésta una razón para que Houston el 22 de Abril, 17 días después, tuviese todavía 800 hombres?

Aun cuando no hubiera tenido lugar la batalla de San Jacinto y que por muerte de tifo del general Santa Anna el general Filisola hubiera obtenido el mando supremo, lo primero que debió hacer, era corregir la estúpida disposición de Santa Anna de díseminar sus fuerzas y cuyo fruto ya se había recogido en San Jacinto. El primer deber militar de Filisola era concentrarse y fue lo que hizo.

El general Filisola antes de tomar otra medida, mando extraordinarios al general Urrea y al coronel Salas, ordenándoles que se pusieran en marcha inmediatamente con todas sus fuerzas para venir a reunírsele (5).

Houston recibió 240 hombres de refuerzo en la tarde del 22 procedentes de las inmediaciones de Harrisbourg y ya cité la obra norteamericana de donde tomé el dato, pero si no fuere bastante, voy a apoyarme en la versión mexicana.

Días antes de que Houston se aproximase a Harrisbourg, y cuando los soldados de Santa Anna pillaban las inmediaciones, apareció una partida de rebeldes.

En esos momentos se oyó un vivo fuego que salía de un bosque inmediato al sitio en que estaba campada la tropa mexicana. Eran los disparos hechos por una partida norteamericana, que se había aproximado sin ser vista, a favor de los árboles, y que se retiró antes de que los mexicanos se preparasen a perseguirla. De la descarga disparada resultó gravemente herido el cuartelero de Matamoros (6).

Esta partida fue la que se unió a Houston la tarde del 22.

De estos datos irreprochables se infiere que Houston no tenía el 22 de Abril 800 hombres, y que Filisola tampoco tenía 4.000. Caen pues dos verdades de nuestra historia.

Pocos momentos después de despachadas las órdenes citadas (para la concentración) llegó el coronel graduado Mariano García con las cargas y tropa que acompañaba al general Cos y que habían dejado en el camino para no dilatar su marcha, y por dicho jefe se impuso el general Filisola de los pormenores de la desgracia del Presidente, según los cuales tuvo por casi seguro que había muerto o se hallaría prisionero en poder de los enemigos, sobre cuyo número estaban discordes, tanto el citado coronel, como todos los dispersos, habiendo algunos que aseguraron que era de 2.500 hombres (7).

El general Filisola dejó el campamento de Holdford por considerarlo en muy malas condiciones para resistir un ataque del enemigo y citó como lugar de concentración la habitación de Mme Powel. El 24 de Abril la concentración de todas las fuerzas posibles de concentrar en poco tiempo, se había verificado, y su número ascendió a 2,573 hombres, cifra bien distante de 4,000. Para los que conocen la geografía de Texas, y en vista de la distribución que tenían las fuerzas mexicanas, es una verdad irreprochable que no era posible concentrar mayor número de soldados en pocos días.

En la mañana del 24, el general Filisola lanzó una proclama belicosa. llamaba a los vencedores de Santa Anna cobardes, y excitaba a sus soldados a volar para vengar la afrenta causada a sus compañeros (8). Nuestra literatura militar tiene su origen en la guerra llamada de reconquista de España entre moros y godos, no hay que olvidar que cada general, antes del combate, expedía una proclama, cuyo fondo era una especie de desahogo muy semejante a los que descargan las malas pasiones de los políticos que nutren la prensa famélica y soez. El combate no tenía lugar hasta que la primera proclama, recargada de injurias, era contestada con otra del mismo jaez por el general enemigo. Con esta inyección de insultos virulentos, los soldados entraban en calor, y los jefes, antes que instruírlos, debían ser virulíferos en su idioma para que las proclamas tuviesen la temperatura requerida por la sangrienta lucha.

Las sencillas nobles palabras del almirante Nelson pronunciadas momentos antes de la batalla de Trafalgar: Inglaterra espera que cada uno cumplirá con su deber, no tenía aceptación en nuestra literatura sanguinaria; el enemigo sea que fuera nacional o extranjero, había de ser forzosamente cobarde, vil, miserable, insignificante, despreciable, pero sobre todo, cobarde. Tengo a mi vista proclamas mexicanas de 1863 en que se ha llamado al ejército francés, el más cobarde del mundo.

El procedimiento de denunciar al ejército mexicano como cobardes a los ejércitos extranjeros que luchan con él, con el objeto de animar a nuestros soldados, es más bien profundamente ultrajante para ellos; porque quiere decir que si se les dijera que el enemigo era valiente, nuestros soldados se llenarían de miedo y no habría modo de hacerlos combatir contra valientes. Además, si se le hace creer a nuestros soldados que los que los derrotan, son los hombres más cobardes del globo deben decir: ¿Si los cobardes nos pegan, qué nos sucederá el día que luchemos contra los valientes? El libelismo góticoarabesco, se encuentra en casi todas nuestras proclamas. NQ obstante haber lanzado Filisola su proclama gótico-árabe la mañana del 24 de Abril, al día siguiente fue el orador que en la junta de generales sostuvo la necesidad inmediata de una retirada. El general Urrea se opuso con vehemencia y tenacidad, pero triunfó la proposición del general Filisola. Para que se aprecie este debate que en concepto del vulgo y de nuestra crema intelectual decidió de la suerte de Texas, voy a presentarlo en unas cuantas líneas.

El general Urrea sostenía que para que Houston hubiera podido vencer a 1,200 valientes, muy bien disciplinados, cubiertos de gloria, convictos y confesos de ser invencibles y mandados por un general del valor y pericia de Santa Anna; era imposible que hubiera vencido sin haber quedado aniquilado, pues la resistencia de los mexicanos debió ser, como siempre, heróica.

Llamo la atención de nuestros lectores sobre que la impericia de Santa Anna sólo era conocida de una exquisita y prudente minoría y que para la mayoría del ejército, Santa Anna era igual o mejor que Napoléon I, el ejército mexicano, por supuesto superior al de Napoleón. El día de la junta de guerra, 25 de Abril de 1836, no se conocían en el campo de Filisola todas las torpezas de Santa Anna y sus jefes que eXCitaron al enemigo a la terrible sorpresa que tan completo triunfo le dió. Tampoco se sabía que había habido sorpresa.

Urrea concluía que los 800 hombres de Houston debían haber quedado peor que derrotados después de su victoria, y que los 2,573 mexicanos concentrados, eran suficientes para desmenuzar la hueste de Houston ya agonizante por su propio triunfo. Las ideas del general Urrea han triunfado en nuestra historia y el público mexicano en 1903 sigue creyendo lo mismo que en 1836.

El general Filisola contestó con argumentos irresistibles excluídos de nuestra historia probablemente porque eran sensatos.

Filisola decía: por lo mismo que Houston ha vencido a S E. que es sin duda el primer general mexicano, y que no ha habido derrota sino total exterminio de 1,100 valientes disciplinados y dispuestos a morir matando con el orgullo e ímpetu de sus anteriores victorias, no es posible que 800 voluntarios indisciplinados, mandados por un aventurero politicastro, hayan sido vencedores. Es preciso que Houston haya tenido por lo menos 3,000 hombres. Ciertamente que Houston tenía 800 hombres, continuaba Filisola, el 5 de Abril, pero esto no nos obliga a creer que no ha podido tener mayor número de fuerzas 17 días después, tanto más, cuanto que sabemos que en la costa había partidas numerosas de voluntarios y que las fuerzas de los colonos estaban intactas, pues aun no habían tomado parte en la lucha.

Filisola, después de haberlo dicho, en la junta de guerra del 25 de Abril, decía al supremo gobierno:

Desde la habitación de Mme Powell a San Jacinto hay cerca de 50 leguas, se tiene que pasar el río Brazos; mil hombres de guerra con todo lo necesario no hacen esta operación ni en cuatro días, las cincuenta leguas exigen a lo menos seis días de marcha que hacer, lo que hacen diez: hacía cinco que la acción del 21 había pasado. Quince días pues, habrían tenido los enemigos para prepararse: si les convenía el combate lo admitían, y si nó fusilaban nuestros prisioneros, se embarcaban en los steam boats y otros barquichuelos, daban la vuelta por la laguna de Gálveston a subir el río Brazos, tomaban nuestra retaguardia, atacaban la fuerza que naturalmente teníamos que dejar en Holdford con los heridos, los enfermos, las cargas, parqUe, etc., y nos dejaban en un saco a morir de hambre. Además; después del temporal del día 27, ¿hubiéramos podido movernos ofensivamente ni en quince días? ¿Y qué comíamos? En todo el campo de Holdford no se hallaba una galleta por ningún dinero para hacer un poco de cocimiento blanco para los pobres que morían de disentería y todo cuanto existía desde allí a donde estaban los enemigos, se hallaba quemado o destruído; una gran parte del armamento, descompuesto lleno de orín y sin armero siquiera, y la pólvora de nuestras municiones de cañón y fusil casi convertida en una masa ... pero aun cuando el enemigo no hubiese hecho la operación indicada ¿quién le impedía meterse en Gálveston y traernos en marchas y contramarchas que hubieran causado la destrucción de las fuerzas aun cuando hubiésemos tenido víveres? (9).

Yo creo que Filisola obraba como un buen militar decidiendo la retirada por las razones que expone y por otras más precisas que voy á exponer.

Efectivo del ejército mexicano en Texas el 23 de Febrero de 1836 ... 6,019 hombres.
Efectivo del mismo ejército en 24 de Abril de 1836, día de la junta convocada por Filisola ... 4,078 hombres.

Es decir, nuestro ejército en 60 días de insignificantes triunfos y una terrible catástrofe, había perdido la tercera parte de su efectivo y se encontraba, como lo había dicho oficialmente el general Santa Anna al general Ramírez y Sesma, sin víveres ni demás recursos en la proveeduría general, y sin más esperanza para vivir que los del enemigo.

Veamos el enemigo.

Tenía en Febrero de 1836 ... 1,200 voluntarios.
Tenía en Abril 1836 ... 1,700 voluntarios.

El enemigo había tenido 750 bajas y los mexicanos 2,000, pero las bajas del enemigo eran inmediatamente reemplazadas por continuas expediciones de voluntarios que llegaban de Nueva Orleans, debido a la gran imbecilidad de Santa Anna de no haber comenzado por hacerse dueño del mar y de las islas. Y mientras nuestros efectivos estaban reducidos a las dos terceras partes, el del enemigo sólo en voluntarios había aumentado en 60 por ciento, sin contar las milicias de los colonos que como dice Filisola, estaban intactas sin haber tomado la más ligera parte en la guerra.

La cuestión de víveres era la más grave, pues aun con los tomados al enemigo había generales que los declaraban propiedad personal y traficaban con ellos vendiéndolos, para enriquecerse con la miseria de sus subordinados, a un precio excesivo. El soldado daba su sangre para la patria y para que miserablemente lo robara su indigno jefe.

Sobre esta rapacidad de prostitutas de nuestros principales jefes dice Urrea:

Diré pues, para satisfacer al general que me provoca, que su señoría fue quien principalmente suministró los colores para el horrible cuadro de miseria que el general (Filisola retrata en su nota oficial de 14 de Mayo) cuando se queja de haber comprado la carga de maíz a noventa pesos, la torta de pan a tres, una tortilla en dos reales, un piloncillo cuatro pesos, y un cuartillo de aguardiente ocho pesos. El general Don Antonio Gaona que es de quien hablo, hacía ese infame comercio con los víveres monopolizando los que llegaban al ejército a su aproximación a Matamoros, para venderlos a su brigada a más de un ciento por ciento (10).

El coronel Diego Martínez expone:

Nunca debí verme envuelto en el miserable atentado contra el señor Segura, quien habiendo regalado en su calidad de mexicano patriota 300 cargas de maíz a nuestros pobres soldados en los momentos en que no les podíamos dar ni totopo, según recibo que presenté, del jefe de Goliad; recibió una paliza de orden de este jefe por haberse quejado Segura, hombre recto y acomodado, al general Andrade, de que el jefe del batallón a quien regaló el maíz había vendido las dichas trescientas cargas a Don Juan Carbajal, comerciante de Béjar a razón de diez pesos carga, y cuando Segura me dijo que se le había amenazado de fusilarlo acusándolo de connivencia con el enemigo si volvía a chistar sobre el asunto del maíz, yo dí parte al general Andrade en cumplimiento de mi deber, y ofreciendo garantías a Segura (11).

El general Ramírez y Sesma, dirigiéndose al coronel Amat le dice:

Es preciso que cuanto antes se informe Usted y de cuenta del resultado del considerable depósito de víveres tomados en el rancho del colono Neil y que según mis órdenes estaba destinado a racionar, duránte el mes, al batallón de zapadores. Se me ha denunciado que esos víveres han sido vendidos por uno de los jefes a un comerciante mexicano quien los está vendiendo a mi división a un precio elevadísimo (12).

... Y entonces volvieron los soldados que se habían dispersado por el pueblo, llenos de despojos, vestidos ridículamente y los más embriagados por haberse encontrado el aguardiente en mucha cantidad en las habitaciones de los colonos. El capitán Infanzón hizo recoger el botín de la casa que ocupaba, diciendo que iba a repartirlo entre todas las clases de la brigada, y poniendo luego una guardia de 20 hombres para que custodiaran los efectos bajo su más estrecha responsabilidad. Pero este reparto, dice el autor del diario que venimos extractando, no tuvo efecto, aunque todas las noches pasaban en la casa, baúles y cajones cerrados que se recibían por el ayudante Don Francisco García y se guardaban en la misma tienda del general Gaona. Pasados algunos días éste dijo a los oficiales de su brigada, que pasasen al otro lado del río para que tomaran lo que quisiesen del botín, y en efecto, habiéndolo hecho, se les presentó el Sr, Infanzón, quien los condujo a su casa, de donde se habían quitado ya los guardias, y les presentó los pocos efectos que habían quedado reducidos a libros en inglés, loza, almidón, espejos, dos relojes de sala y unos cuantos baúles descerrajados. Los oficiales dieron las gracias al Sr. Infanzón y se volvieron a su campo sin haber tomado absolutamente nada del resto del botín (13).

Tel maitre, tel valet. La corrupción de los jefes debía probar la de su general en jefe.

Al lado opuesto del río o baños, que forman la laguna de Harrisbourg en que estaba la división mexicana había tres habitaciones bien provistas de ropa fina de uso, la mayor parte de mujer, con preciosos muebles, un excelente piano, cajas de conservas, chocolate, frutas y otras diversas cosas agradables. Este botín, segun asienta en su relación el coronel Pedro Delgado, citado en mis dos notas anteriores, fue para el general (Santa Anna) y los individuos de su estado mayor que con él iban (14).

Se comprende que cuando un general no pueda impedir el pillaje, o cuando resuelva hacer la guerra conforme a las pragmáticas de Atila, vea con indiferencia o entusiasmo el pillaje. Pero un Presidente de la República, debía respetarse más a sí mismo y a la nación que lo admiraba, y no tomar ni un alfiler de los constantes saqueos a que se había sujetado a los colonos que no habían querido levantarse en armas. Es repugnante ver a un presidente de la República pedir la parte del león en un pillaje de ropa de uso y de muebles, y apoderarse de media docena de camisas de mujer, de quince o veinte teclas de piano y hasta de los utensilios de costura de una señora. Pero Santa Anna antes que dedicarse al pillaje de los colonos lo había establecido para envilecer a su patria y matar de hambre y de desnudez a sus propios soldados.

En la ciudad de San Luis Potosí fue donde comenzó la tragedia que deploramos y a cuya primera escena se dió principio por los contratos celebrados con la casa de comercio de Rubio y Errazu por la suma de 400,000 pesos, para las atenciones del ejército de operaciones y para las que se hallaba autorizado S.E. por el supremo Gobierno. Contratos que además de ser bastante onerosos a la nación, valieron a S.E. Libranzas de consideración (15).

¿Es esta, calumnia de Martínez Caro? No es creíble, porque en nota de la misma página dice:

Carta de S.E. el general Santa Anna, fechada en Orozimba (Texas) el 25 de Septiembre del año próximo pasado, en que con objeto de calumniarme lo dice: que mi intención era la de marchar a Veracruz a registrar su equipaje, en donde sabía tenía libranzas de consideración que deseaba tomarme; calumnia tan atroz como imbécilmente concebida; atroz, porque bien sabía S. E. que yo ignoraba la existencia de dichas libranzas, porque no fuí agente en los contratos, sino los señores Castrillón y Batres e imbécilmente concebida porque yo no creí a S. E. tan incapaz, que ignoraba la inutilidad de unos documentos de interés pecuniario sin el correspondiente endoso.

... libranzas, continúa Martínez Caro, que se aumentarían con el remate de las Salinas, celebrado a favor del señor Errazu a pesar de la mejora de'proposiciones hechas por el anterior poseedor Don Antonio Esnaurrizar, pero que S.E. desatendió porque así le convenía, contratos por los cuales se concedió a la misma casa de Rubio la facultad de pagar derechos en la aduana de Matamoros, con libranzas por el valor de 40,000 pesos que seguramente no le costarían la mitad, contratos por los cuales se concedió a la repetida casa de comercio, la facultad de introducir víveres y provisiones por el mismo puerto para el ejército de operaciones y sobre cuyas primeras introducciones (que nunca llegaron al desgraciado ejército) reclamó aquel digno comisario, pues en lugar de víveres se introdujeron víboras, es decir, contrabando a mansalva y contrató por fin que se diesen a los agentes Castrillón y Batres $6,000 que depositó el primero en la tesorería del ejército de operaciones con conocimiento de S. E. al moderado premio de 4 por ciento al mes (16).

Los señores jefes de los cuerpos pueden manifestar qué provisiones se recibieron de aquellas introducciones.

¿Era racional seguir una campaña, cuando los pocos víveres que podía mandar el gobierno a Texas y los que se pudieran tomar al enemigo, eran objeto preferente de la rapacidad e infame especulación de los principales jefes del ejército de operaciones?

En Goliad se encontraron algunos víveres que habían conducido las goletas nacionales Segundo Correo y Segundo Bravo; pero de éstos, por desgracia, mucha parte de la galleta salió podrida, y las barricas que venían con peso de cuatro arrobas, no resultaron ni de dos y media cada una.

Cuando el Supremo Gobierno manda al ejército auxilios no llega al soldado lo remitido pues los contratistas son más enemigos de nuestro ejército que los voluntarios rebeldes, pero como hay jefes que están en combinación con los contratistas para recibir como buenos, los alimentos podridos con que están causando la disentería de las tropas; nuestros pobres soldados sólo tienen la esperanza de morir envenenados por jefes que debían esmerarse en cuidarlos (17).

Abril 29. Este día nuestras desgracias llegaron al colmo. Desde el día anterior se habían atrasado los carros, y en ellos murieron algunos de nuestros enfermos, a quienes se veía con el mayor desprecio. Causaba indignación ver insultar a éstos, en la desgracia, por los generales; principalmente por Gaona, como si los hombres fueran de bronce para no enfermarse con los trabajos y miserias (18).

En 1836, valía más ser perro callejero, porque era libre, y no soldado mexicano, tratado por la nación como un esclavo, por el gobierno como un combustible y por sus jefes, con raras excepciones, como una bestia, para todo menos para alimentarla. En el alma de esas víctimas no podía haber más que odio para todos, nacionales y extranjeros, y la indiferencia del desesperado para lo que no puede mitigar o anestesiar su dolor.

El general Filisola, para decidirse a marchar contra un enemigo triunfante, debía examinar la moral de sus tropas.

La alarma y desaliento fue general en todas las clases, pues era creíble que todos los prisioneros, hubiesen sido fusilados en represalia de la conducta observada en Béjar y Goliad con los suyos (19).

El general Urrea que sostenía la necesidad de marchar inmediatamente sobre el enemigo, escribe sobre la moral de la tropa:

Verdad es que había hombres muy espantadizos, como sucede siempre en estos casos, pero no era ciertamente el mayor número, y yo contaba con el buen espíritu de mi división, porque era de la que podía responder (20).

De modo que el general Urrea sólo podía responder de su división, y desgraciadamente salió mal el expresado general en su caución, porque al mismo tiempo que aseguraba en la junta que respondía de su división, el coronel Don Agustín Alcérreca sin órdenes, y desobedeciendo las que se le habían dado evacuó el interesante puerto de Matagorda que Urrea había confiado a su honor, porque creyó que el enemigo, en número de 600 hombres, venía sobre él; se le olvidó que precisamente para eso lo habían colocado en Matagorda, para esperar al enemigo, nunca para huirle.

Las mejores tropas, quitando las de Urrea, a las que pertenecía el coronel Alcérreca sujeto a accesos de pánico, eran las que tenía el general Santa Anna en San Jacinto, y éstas no se portaron, en concepto del Sr. general Tornel, coma debieron, pues la sorpresa fue de día y el enemigo fue visto a la distancia de 200 yardas; hubo cuatro minutos para tomar las armas cargadas y presentar la punta de las bayonetas.

... se hubieran acostumbrado a los peligros y pudieran mantenerse de pie firme, como desgraciadamente no lo hicieron nuestros soldados en San Jacinto, por la falta de estos requisitos antecedentes (21).

La ignorancia pública admite entre sus numerosos errores, que todo mexicano nace soldado de primer orden. Nadie nace soldado, éste se forma difícilmente, muy difícilmente, Y para ello, hay necesidad de que el medio social los pueda producir. En las naciones donde hay cuartelazos, los soldados tienen que ser en lo general de último orden y en sus mejores días medianos. Los soldados de primer orden son la expresión de la disciplina de primer orden, suprema, absoluta, el régimen de cuartelazos sólo mantiene en el ejército la disciplina de la corrupción, muy distinta a la del honor.

Había otro inconveniente grave señalado por Filisola para marchar sobre el enemigo despues de San Jacinto. Tenía en su campamento treinta y dos carros y más de dos mil mulas de tiro y de carga. ¿Para qué tanta bestia? Los europeos tenían razón de considerar ridícula la organización de nuestro ejército; hemos visto que Santa Anna llamaba divisiones a los 700 hombres de Gaona y a los 1400 de Sesma y Ramirez, 100 hombres no hacen en Europa ni un batallón, y no pueden ser mandados más que por un comandante. Vemos que en San Jacinto, fuera del estado mayor de Santa Anna, había para el mando de 1100 hombres, dos generales de división, dos de brigada, cinco coroneles y los demás grados abundaban también. Filisola asegura y prueba, que la tropa tenía el triple número de oficiales y jefes ,que conforme a las leyes mexicanas necesitaba, y es evidente que en relación con las leyes militares europeas había seis veces más el número de jefes y oficiales.

Esta exuberancia de jefes y oficiales, además de sobrecargar inútilmente el presupuesto del ejército, exigía un número considerable de bestias para cargar con los equipajes de tanto privilegiado. Los treinta y dos carros no hubieran podido pasar el río en chalanes, y no era posible intentar llevarse todos los víveres, pues, caso de otro descalabro, el ejército tenía que replegarse a algún punto donde encontrase algo que comer. Por último, los enfermos cuyo número, y no lo desmiente Urrea, era de 189, en el campamento de Filisola el día 24 de Abril de 1836, no podían quedar abandonados, pues el enemigo los hubiera asesinado como lo había mandado hacer Santa Anna con los suyos.

Al cuidado de los enfermos, víveres, equipajes, municiones de reserva, bestias de carga, había que dejar por lo menos 500 hombres. Descontando éstos del efectivo total, más los enfermos, quedaban en realidad últiles 1800 hombres desmoralizados, para ir a buscar un enemigo, que de los 1100 de Santa Anna había matado a 500 Y tomado prisioneros a 600, que se creían pasados por las armas. ¿Era militar emprenderla contra ese enemigo misterioso cuyo número era desconocido, con una fuerza desmoralizada y pequeña de 1800 hombres? Si el enemigo se consideraba superior, esperaría, y si no, huiría. ¿Se le iba a perseguir sin víveres y sin medios de locomoción?

En Urrea no encuentro más que deseos, entusiasmos, vuelos, empujes de hombre bravo; pero ni siquiera una razón para lanzarse sin previa exploración sobre un enemigo cuyo numero era misterioso y cuya potencia debía ser terrible para haber exterminado, no derrotado a 1100 invencibles según Santa Anna. He dicho que no eran entonces conocidas ni la sorpresa ni las detestables condiciones del campo mexicano de San Jacinto. A lo más, marchando sobre el enemigo, podía haber probabilidades de triunfo; pero ¿por qué la seguridad? Aun conocida la sorpresa de San Jacinto, un enemigo que sabe sorprender, es un enemigo dotado de la primero cualidad militar ofensiva, y un enemigo que aprovecha la sorpresa, al grado que de 1100 hombres sólo escapen setenta era un enemigo terrible.

La cuestión de víveres era decisiva como en toda campaña y en toda ocasión, aun cuando no se trate de campaña. ¿Cómo responde Urrea a la falta de víveres? ¿Diciendo que se encuentra ganado en el campo? A eso, Filisola responde, que ya ha comenzado la disentería, y lo prueba con los documentos de hospital; agrega que la carne no es un alimento para usarlo en calidad de único, y prueba con el oficio del general Andrade y por testimonios irrevocables, que el enemigo incendia todas las poblaciones, destruye todos los víveres que no puede llevarse y mata el ganado que no puede arrear. Urrea habla entonces de los víveres traídos al Cópano por las goletas nacionales, Segundo Correo y Segundo Bravo, Filisola lo prueba con los documentos de navegación, que ambas traen víveres para doce días y en su mayor parte podridos. Urrea señala los víveres que ha traído la goleta Wachtman, Filisola prueba que son para diez días.

Pero supongamos que los 1800 hombres disponibles en Holdford salen como lo exigía Urrea a perseguir y castigar a Houston. Esta salida no hubiera podido tener lugar antes del 25 de Abril, por haber terminado la concentración de tropas la noche del 24 (Abril). A la primera jornada de persecución se hubieran encontrado con un inconveniente, no previsto por Filisola en la junta de guerra. El adelanto de los aguaceros. El 26 en la noche, primer día de la retirada, las aguas pluviales comenzaron.

La noche fue de las más penosas, los soldados la pasaron en cuclillas y casi metidos en el agua, que no cesó de caer hasta cerca del amanecer del día siguiente¡ que continuó la marcha; poco antes se mandó al general Urrea que hiciera salir una partida de los hombres mejor montados para recoger los dispersos de San Jacinto y para que observase los movimientos del enemigo por la retaguardia del ejército. A las tres leguas de camino que hicieron nuestros soldados con el agua a media pierna, se encontró con otro de los arroyos que forman el de San Bernardo, siendo imposible su paso, porque además de la mucha agua que llevaba, de su anchura y de lo fangoso de sus orillas y lecho, había una multitud de encinos que lo impedían (22) ... El mismo día se continuó la marcha para el paso del Atascosito, pues según los informes del general Woll que había reconocido el arroyo de San Bernardo, era imposible pasarlo ni aun después de esperar algunos días para que bajase, y se acampó en la noche a cinco leguas de distancia del punto de partida y tres del lugar donde habían pasado la noche del 26, es decir, cinco leguas caminadas en dos días.

¡Y así podía perseguirse a Houston que el día 24 llevaba cincuenta leguas de delantera! ¡Ah historiadores ligeros! ¿Por qué suprimís de vuestras apreciaciones militares la geografía, la meteorología y todos los datos propios del problema que con tanto énfasis resolvéis?

A razón de cinco leguas de marcha cada día, y aun menos porque el terreno es más pesado en tiempo de aguas entre los ríos Brazos y de San Jacinto, se hubiera necesitado de veinte días para llegar a donde estaba Houston el 24 de Abril; y de no encontrarlo como era seguro, ¿qué se haría? ¿Seguir adelante? ¿Volver al punto de partida? Era comer veinte días más, y por todo, cuarenta días de víveres y con todos los que se pudieran obtener, no alcanzaban ni para 14 días a las orillas del Brazos.

No entiendo que haya quien crea, después de estudiar la retIrada de Filisola del río Brazos, que era seguro, fácil, inevitable destruir a los vencedores de San Jacinto, si sobre ellos se hubiera marchado.

¿Era racional seguir una campaña cuando los pocos víveres qUe podía mandar el gobierno a Texas y los que se pudieran tomar al enemigo eran objeto de la rapacidad e infame especulaclon de los principales jefes del ejército de operaciones? Hay bandoleros que respetan a la patria en una guerra extranjera y sobre todo a sus hombres; en nuestro ejército, la rapiña contra el alimento, vestido y bienestar del soldado, había llegado a una verdadera traición a la patria; pues en suma, una de las principales objeciones contra la continuación de la campaña era que la mayoría de los jefes en mando habían decidido enriquecerse a costa de la miseria y sufrimiento del soldado imposibilitándolo para combatir. El soldado, en el fondo, tenía que odiar a sus jefes que le imponían el papel de bestia para todo menos para alimentarla.

La junta de generales decidió la retirada el 25 de Abril de 1836, y al día siguiente comenzó ésta, con enormes dificultades.

Como a las dos de la tarde del día siguiente (21 de Abril) que aun permanecía el ejército en esta posición, donde rindió su primera jornada, se presentó al general Filisola un soldado con comunicaciones del general Santa Anna ... (23), que inserto a continuación.

EJÉRCITO DE OPERACIONES

Exmo. Sr.:

Habiendo ayer tenido un encuentro desgraciado, la corta división que obraba bajo mis órdenes, he resultado estar como prisionero de guerra entre los contrarios, habiéndome guardado todas las consideraciones posibles; en tal concepto, prevengo a V .E., ordene al general Gaona contramarcha para Béjar a esperar órdenes, lo mismo que verificará V.E. con las tropas que tiene a las suyas; previniendo asímismo al general Urrea se retire con su división a Guadalupe Victoria, pues se ha acordado con el general Houston un armisticio, interín se arreglan. algunas negociaciones que hagan cesar la guerra para siempre. Puede V. E. disponer para la mantención del ejército de $20.000 que están en esa tesorería y que se sacaron de Béjar. Espero que sin falta alguna cumpla V. E. estas disposiciones, avisando en contestación, de comenzar a ponerlas en práctica.

Dios y Libertad.
Campo de San Jacinto
Abril 22 de 1836
Antonio López de Santa Anna.
Exmo. Sr. General de división don Vicente Filisola.

A esta comunicación acompañaba una carta particular del General Santa Anna, pidiendo a Filisola su equipaje y el de otros jefes, terminando con estas significativas palabras:

Recomiendo a V. que ~uanto antes se cumpla con mi orden de oficio, sobre retirada de las tropas, pues así conviene a la eguridad de los prisioneros y en particular a la de su afmo. amigo y compañero, Q.B.S.M. Antonio López de Santa Anna (24).

El oficio y carta de Santa Anna que informaban de su paradero, fueron recibidos el 27 de Abril, y la retirada había sido decidida el 25 y comenzada la madrugada del 26; luego no fue la cobarde orden del general Santa Anna, lo que determinó la retirada de Filisola.

Queda probado.

1° No hay prueba ni razonamiento serio militar para admitir que si Filisola, con los elementos que realmente tenía a sus órdenes, hubiese marchado contra Houston lo habría derrotado con toda seguridad. Al contrario, los datos indican que el ejército tenía casi todas las probabilidades de morir de hambre y de toda clase de miserias durante la expedición.

2° No es cierto que la retirada de Filisola hubiese tenido lugar en virtud de la orden del general Santa Anna, enloquecido por su propia cobardía.

El general Filisola, con el objeto de salvar la vida del general Santa Anna, de seiscientos de sus compañeros, engañó a Santa Anna contestándole que debido a sus órdenes, y para salvarle la vida lo mismo que la de los demás prisioneros, ejecutaba ya la retirada que le ordenaba. En suma, Filisola es culpable de haber escrito a Santa Anna una gran mentira inofensiva para el ejército, con el objeto de evitar la hecatombe de más de 600 mexicanos. ¿Quién perdía con esa mentira? Solo Filisola ante Houston; pero una vez que Houston supiese que el ejército mexicano no se hallaba en condiciones de combatir por un mes más, Filisola restablecería su crédito perdido ante el jefe rebelde. ¿La mentira de Filisola, es delito conforme a Ordenanza? He buscado, y no he encontrado el precepto que así lo declare.

Oportunamente Filisola dió cuénta a su gobierno con determinación de efectuar su retirada del río Brazos al Colorado, y el general Tornel, ministro de la guerra, le contesto:

Con la comunicación de V.E. del 28 del pasado, se ha enterado el Exmo. Sr. presidente interino de las órdenes qUe comunicó a V.E. el Exmo. Sr. presidente general en jefe, después de haber sido hecho prisionero, y de la carta que también le escribía (25).

Aprueba S.E. la conducta observada por V.E. es decir, la retirada. Esta comunicación tiene fecha 15 de Mayo de 1836, y por ella se ve que el gobierno ya tenía noticia de la cobardía de Santa Anna, que daba la orden de retirada del ejército, sólo por salvar su vida. Este rasgo cobarde y criminal ante la Ordenanza, de Santa Anna, lo ponía bajo una sentencia de degradación militar y muerte, abrumándolo el desprecio de toda la humanidad. Pues bien, el gobierno mexicano, tal vez para moralizar a nuestro ejército y enseñarle el código del honor, discurrió decretar a Santa Anna honores de héroe, precisamente cuando se mostraba traidor, cobarde y despreciable como el más inmundo de los hombres.

Este decreto inconcebible en un gobierno con dignidad, tiene fecha 20 de Mayo de 1836, y dice:

Art. 1° En la orden diaria del ejército, de las plazas y de todos los cuerpos, se asentará el período siguiente: En 21 de Abril de 1836 fue hecho prisionero el presidente de la República, general Don Antonio López de Santa Anna, peleando por salvar la integridad del territorio nacional.

2° Mientras dure en prisión S.E. el presidente de la Republica, se pondrá a las banderas y a los guiones de los cuerpos del ejército, un lazo negro.

3° El pabellón nacional se pondrá en las fortalezas, plazas de armas y buques nacionales a media asta, entre tantO no obtenga su libertad el presidente de la República.

Este decreto fue publicado en bando con toda solemnidad. Santa Anna había conseguido petrificar el servilismo hasta que tomase una resistencia y potencia capaz de honrar la cobardía y la traición como dignos modelos para el ejército y como asuntos de culto para la nación.

No es cierto, como corre en nuestra impura historia, que de Houston haya partido, ofrecer respetar la vida de Santa Anna y de todos los demás prisioneros en cambio de la orden de retirada dada por Santa Anna a Fllisola.

Inmediatamente que Santa Anna fue presentado a Houston, quien que se hallaba con el coronel Rusk, el jefe de nuestro ejército propuso al general rebelde los medios de obtener su libertad.

He immediately proposed to enter into negotiations for his iberations (26).

Houston habituado a la sumisión del poder militar al civil, que representa el poder social, contestó a Santa Anna que él era súbdito e incompetente para tomar en consideración sus proposiciones, tanto más, cuanto que existía un gobierno en Texas a quien correspondía decidir sobre estos asuntos:

But general Houston answered him that it was a subject of which he could not take cognizance, in as much as Texas had a government, to which such matters appropriately belonged (27).

Santa Anna replicó que le disgustaba tener que tratar con civiles, a quienes aborrecía, y que deseaba mejor tratar con el general del ejército.

Santa Anna, observed that he disliked to have any thing to do with civilians, that he abhorred them, and could much rather treat with the general of the army (28).

Aborrecer a los civiles es aborrecer al pueblo, que está compuesto casi en su totalidad de civiles, equivale a decir, detesto a la sociedad, y estas palabras de un miserable como Santa Anna, eran el premio que recibía la nación por haberlo declarado su ídolo. Napoléon I, de quien Santa Anna no podía ser siquiera la más bufa de sus caricaturas, murió diciendo en su testamento:

Deseo que mis cenizas reposen a las orillas del Sena, en el seno de ese pueblo francés a quien tanto he amado.

El aborrecimiento de la sociedad es síntoma neroniano, y cuando se carece del poder de un César, señor del mundo, se pasa al ridículo condotiero de última clase.

Decirle a un norteamericano: aborrezco a los civiles, eqUivale a ingerirle un gramo de emético. Santa Anna concluyó diciendo a Houston:

You can be afford to be generous, you are born to no common destiny you have conquested the Napoleón of the West (Ud. no ha nacIdo para un destino vulgar, ha vencido Ud. al Napoleón del Oeste, no puede Ud. menos que ser generoso) (29).

La versión norteamericana no puede ser falsa. Desde que Santa Arina cayó prisionero, debió haber comprendido que tenía que pagar con su vida todas las que justa o infamemente había mandado quitar en el Álamo y Goliad. Al ver la áctitud claramente amenazadora de los voluntarios que luchaban como fieras por destrozarlo, debió sentir que no le quedaban más que minutos de vida. Su cobardía no podía menos que aconsejarle aprovecharse de la ambición de Houston para ofrecerla a la nación mexicana de rodillas entregándole Texas. Es imposible admitir que Santa Anna hubiera tenido la calma de esperar que a Houston se le ocurriese proponer el cambio de la vida de S.E. por la cesión de Texas, o de morir linchado si a Houston nada se le ocurría sobre el particular.

Después de haber aprobado el gobierno mexicano la retirada de Filisola, cambió de conciencia a causa de una protesta que contra el general Filisola publicó y envió al gobierno el general urrea, contra la necesaria retirada que urrea calificaba de operación cobarde, innecesaria, vergonzosa y antipatriótica, pues entregaba un país ya reconquistado a un enemigo sin fuerzas e impotente para luchar con soldados que habían adquirido una serie de espléndidas victorias dejando despavondo al enemigo. Naturalmente la opinión pública, guiada por su patriotismo, centuplicado por su vanidad, aceptó las fanfarronadas de urrea como había acogido las de Santa Anna: aclamó a urrea como a un Escipión, y obligó al gobierno a declararse por urrea, bajo pena de pronunciamiento.

El general Tornel, con gran habilidad, quitó el mando al general Filisola y lo puso en manos de Urrea, dándole facultades para que continuase la fácil campaña y exterminase al enemigo despavorido. Filisola recibió el oficio que lo destitUía del mando del ejército en el territorio de Texas, y lo entregó a Urrea. Desgraciadamente sabemos que Urrea no reconquistó Texas, ni destruyó al enemigo despavorido, ni continuó la campaña, sino que hizo lo mismo que Filisola: retirarse.

¿Y por qué se retiró? Por el hambre, la desnudez, el desaliento de las tropas, sobre todo de los jefes, que llegaron a manifestar a Urrea, lo que era cierto que si repetía sus órdenes para volver sobre el enemigo; la sublevación de soldados y oficiales que no querían morir de hambre, enterrados vivos dentro de los pantanos y lodazales, sin amparo de ninguna clase, sería la respuesta.

El gobierno aprobó la retirada de Filisola y ofreció a la nación que se abriría con todos los recursos necesarios una nueva campaña; promesa que no fue cumplida. Así terminó la campaña del general Santa Anna en Texas.



NOTAS

(1) Zamacois, Historia de México, tomo XII, pág. 92.

(2) Perez Verdía, Compendio de la Historia de México.

(3) Filisola, Guerra de Texas, tomo II.

(4) Obra citada, tomo II, pág. 474.

(5) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 473.

(6) Coronel Pedro Delgado, citado por Zamacois, Historia de México, tomo XII, pág. 79.

(7) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 473.

(8) Urrea, Diario de operaciones. Documento oficial, núm. 21.

(9) Filisola, Defensa, pág. 16.

(10) General Urrea, Diario de operaciones, pág. 20.

(11) Coronel Martínez, Representación al Supremo Gobierno, Biblioteca Nacional tomo VIII. Documentos para la historia de México.

(12) Oficio de 4 de Abril de 1836. Citado por Andrade, Dos palabras sobre la guerra de Texas, pág. 14.

(13) Filisola, Guerra de Texas, pág. 443.

(14) Zamacois, Historia de México, tomo XII, pág. 79.

(15) Martínez Caro, La primera campaña de Texas, nota 1 de la pág. 4.

(16) Filisola al Supremo Gobierno, Mayo 15 de 1836. Diario de Urrea, Documentos.

(17) General Andrade a Urrea, Mayo 20 de 1836, Biblioteca Nacional. Ultimos documentos para la Historia de Texas.

(18) General Urrea, Diario, pág. 33.

(19) Filisola al Supremo Gobierno, Mayo 14 de 1836. Urrea. Documentos.

(20) General Urrea, Diario, pág. 31.

(21) La verdad desnuda sobre la guerra de Texas, pág. 53.

(22) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 486.

(23) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 481.

(24) La misma obra, tomo II, pág. 482.

(25) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 501.

(26, 27 y 28) Joakum, History of Texas, tomo II, pág. 148.

(29) Joakum, History of Texas, tomo II, pág. 148.

Índice de Las grandes mentiras de nuestra historia de Francisco BulnesSegunda parte - Capítulo XVIISegunda parte - Capítulo XIXBiblioteca Virtual Antorcha