Índice de Las grandes mentiras de nuestra historia de Francisco BulnesSegunda parte - Capítulo XVSegunda parte - Capítulo XVIIBiblioteca Virtual Antorcha

LAS GRANDES MENTIRAS DE NUESTRA HISTORIA

Francisco Bulnes

SEGUNDA PARTE

Capítulo décimosexto

UNA CAMPAÑA ANTINAPOLEÓNICA
(CONTINUACIÓN)


El general Santa Anna después de perder, la noche del seis de Marzo, la tercera parte, de la división del general Ramírez y Sesma, en el asalto del Alamo, tuvo un acceso de cordura, no enviando al día siguiente destacamento alguno a buscar y batir al enemigo. Esperó la concentración de sus fuerzas en San Antonio Béjar, la que se verificó del modo siguiente:

El día 8 del referido Marzo llegó el general Gaona con infantería ... 648 hombres ... 6 piezas de artillería.
El día 9 del mismo mes llegó el general Filisola con ... 952 hombres ... 0 piezas de artillería.
El día 10 del mismo mes llegó el general Andrade con caballería ... 437 hombres ... 0 piezas de artillería.
El día ll del citado mes llegó el general Tolsa con infantería ... 1839 hombres ... 6 piezas de artillería.
Totales ... 3876 hombres ... 12 piezas de artillería.

Agregando mil hombres útiles que habían quedado al general Santa Anna, deducidas las 400 bajas por el asalto la noche del 6 y los enfermos, el ejército mexicano concentrado en Béjar ascendía a 4876 hombres y 20 piezas de artillería.

El día siete de Marzo, el general Santa Anna recibió noticia del general Urrea participándole la derrota de los 40 hombres de Johnson y de los 23 hombres del Dr. Grant. En suma, agregando a los 183 hombres exterminados en el Álamo, las dos pequeñas partidas de Johnson y de Grant, resultaba que hasta el 11 de Marzo nuestro ejército había tenido por combate más de 500 bajas y había logrado destruir en tres acciones dIferentes a 243 rebeldes. Si este resultado era victorioso también era deplorable como perspectiva de campaña.

Quedaban enemigos:

En Goliad ... 400 voluntario.
En González ... 340 voluntarios.
En Matagorda ... 200 voluntarios.
En Harrisburg, New-Wáshington, Gálveston y en los cuatro barcoS de los rebeldes ... 800 voluntarios.
Suma ... 1740 voluntarios.

Mas los colonos que, según todo el mundo creía, debían acudir al imperioso llamamiento de guerra que les hacía el comité revolucionario y cuyas milicias se elevaban como he dicho a 3000 hombres.

Se debía tomar en cuenta que los refuerzos de voluntarios procedentes de los Estados Unidos no habían terminado de llegar y que no era posible conocer a cuánto ascenderían. El general Santa Anna tenía las mayores probabilidades de encontrarse con una masa de seis a siete mil hombres sostenidos por cuarenta piezas de artillería, y capaces de batirse con la indisputable heroicidad con que se habían batido los 183 defensores del Álamo.

¿Qué correspondía hacer militarmente? una vez que no se había atendido a hacer la guerra como lo indicaba la geografía de Texas, los recursos del gobierno mexicano, y los del enemigo; ocupando todos los puertos, las islas y dominando en el mar; era indispensable proceder a averiguar en dónde estaba el grueso de las fuerzas enemigas y salir a batirlo con el mayor número posible de soldados mexicanos, evitando que el enemigo se concentrase y al mismo tiempo impedir que los colonos acudiesen al llamamiento del gobierno revolucionario agente del presidente Jackson.

Pero el general Santa Anna después de haber destruído solamente a doscientos cuarenta y tres voluntarios, dió por terminada gloriosamente la campaña a favor de México y en honra de sus grandes talentos militares, y dispuso dejar a Filisola encargado de barrer las últimas basuras de la rebelión y venir a México a recibir ovaciones, a organizar besamanos y besapiés, a envolverse en las nubes de incienso de los Te Deum y a ser arrastrado en su carruaje triunfal por nuestro populacho, para hacer la caricatura de un emperador romano llevando uncidos a su carro, reinas africanas, generales partos, doncellas macedónicas y mancebos catos. El éxito del plan de Santa Anna hubiera sido infalible. Si en vez de dar el parte oficial de haber tomado el Alamo, se le ocurre anunciar el asalto y toma Wáshington, Londres y San Petersburgo, hubiera sido creído por todo el pueblo mexicano, con excepción de cincuenta personas a lo más de sentido común a las que se hubiera mandado asesinar o entregado al furor bélico de la plebe si se hubieran atrevido a oponerse a la erección de un templo báquico o venéreo en honor del héroe mexicano a imitación del levantado a Alejandro el Grande cuando por sus huestes fue proclamado dios asiático.

Semejante estado mental de nuestro general en jefe Santa Anna, debería atribuirse a malignidad, si el segundo en jefe Filisola no lo asegurase (1):

Después de la toma del recinto del Alamo, acontecida el 6 de Marzo y la insignificante ventaja de la muerte del Dr. Grant, con la de veinte aventureros y tres mexicanos que lo acompañaban, acaecida el día dos del mismo mes y de la que se tuvo noticia en Béjar el día siete, ya supuso el presidente general en jefe que los enemigos no volverían a dar la cara y que por consiguiente la guerra estaba concluída.

De esta falsa idea y del desprecio que él (Santa Anna) concibió desde entonces del enemigo, han emanado las desgracias que después se han sufrido y las que todavía podremos experimentar si se camina con la misma ligereza que se ha hecho hasta hoy.

La destrucción de los 23 hombres del Dr. Grant por los 80 dragones de Urrea emboscados, nada significa para formar concepto de un enemigo. Pero el asalto del Álamo en que 183 voluntarios que tuvieron trece noches para evacuar sin peligro un punto que no estaban obligados a defender; resisten heroicamente a 1400 soldados de lo mejor del ejército mexIcano haciéndolos vacilar y causándoles cuatrocientas bajas, no es hecho para inspirar desprecio de tal enemigo como el que adquirió Santa Anna por la toma del Álamo.

E general Santa Anna, tenía la refinada inmoralidad del condotiero y una ilustración de batracio, pero era muy inteligente y un verdadero profesor práctico de revolucionarismo, como que no había hecho más que revolucionar desde el año de 1822. Catorce años de esmerada práctica revolucionaria no hacen creer ni a un idiota que la destrucción de una guerrilla de 243 hombres, ha producido la paz en un país profundamente conmovido y enérgicamente revolucionado por aventureros valientes y audaces que contaban con el apoyo del presidente de los Estados Unidos y del poderoso partido esclavista.

Lo que es inexplicable en la conducta de un general probo y patriota, es visible sin mancha de misterio en un condotiero. Estudiado bien cualesquiera de ellos se establece la fórmula para leer en el cerebro de todos. Es evidente que Santa Anna había razonado del modo siguiente:

La campaña se presenta muy mala porque el enemigo se bate muy bien. Destruírle 243 hombres me ha costado 500 bajas por combate más las que me están costando las enfermedades, porque mi tropa también pelea contra toda higiene. No se puede pues destruir a 2000 voluntarios aparte de los colonos que se hayan levantado o puedan levantarse sin que tenga yo que perder el setenta por ciento de mi efectivo, cosa que no resiste la moral de mi ejército ni la de ninguno. Si dejo en mi lugar a Filisola y marcho a México a desaparecer en un montón de laureles y bajo torrentes de adulación, podré probablemente fundar un segundo imperio y convertirme en Antonio I. Si Filisola sale victorioso, lo que es muy remoto, mis galerías gritarán: Ningún mérito tiene el general Filisola, porque el general Santa Anna ya había anunciado oficialmente que la guerra había quedado concluída y que se quedaba su segundo para barrer la basura o lo que es lo mismo para llenar la función higiénica del aseo de los gloriosos campos de batalla. Si Filisola es derrotado, el país en masa gritará: Era claro; nuestro ejército es invencible siempre que a su cabeza esté el general Santa Anna, quien, semejante a Napoleón I, ya había batido a sus enemigos y he aquí que sus sucesores han sido tan miserables y torpes que le han permitido reorganizarse y reanimarse. Presentémonos de rodillas ante nuestro Marte, Santa Anna, para que salve á la patria, pues es el único que puede hacerlo.

Tal debe haber sido el plan de Santa Anna, porque de modo es imposible explicar que un hombre tan inteligente como él, hubiera creído que terminaba una campaña donde a todas luces y con todo y sus laureles estaba llevando la peor parte.

Tan pronto como Santa Anna hubo concentrado en Béja su pequeño ejército, lo volvió a diseminar dando prueba de una torpeza excepcional. Envió a 60 leguas de distancia a los generales Sesma y Woll, a San Felipe Austin con 725 hombres y dos piezas de a seis debiendo seguir después hasta Harrisburgo y Anáhuac, es decir los envió a recorrer ciento cincuenta leguas a lo largo de un territorio sin recursos, con sólo raciones para ocho días.

Tengan presente para siempre que se hable de raciones, que la de galleta o totopo, S. E. quiso que desde Monclova en adelante no constase más que de media libra, es decir de la mitad del peso que previene el Reglamento de la materia, que sólo fueran socorridos a un real por plaza y que los oficiales se abasteciesen de víveres como pudiesen con su sueldo, dejándoles el derecho a salvo de cobrar la gratificación de campaña para cuando pudiese dárseles (2).

Para seguir la obra funesta de diseminación, despachó S. E. el mismo 11 de Marzo a Goliad distante 38 leguas de Béjar y en rumbo muy distinto al que llevaba el general Ramírez Y Sesma, al coronel Don Juan Morales, con 500 hombres, tres piezas de artillería y un mes de raciones (3). Mandó para Nacogdoches, a 120 leguas de distancia al general Gaona con 725 hombres, dos piezas de artillería y 40 días de raciones (4).

Por último, mandó S. E. para reforzar al general Urrea, al coronel Montoya con 537 hombres, una pieza de artillería y un mes de raciones.

Al llegar el general Sesma con 725 hombres al río Colorado, supo que el enemigo ocupaba la orilla opuesta con mll doscientos y no considerando prudente atacarlo avisó al general Santa Anna que, como he dicho, daba por terminada la campaña después de la destrucción de 243 rebeldes. Éste envió entonces a reforzar al general Sesma al general Tolsa con 750 hombres.

Si la toma del Alamo y la pequeña ventaja conseguida por el Sr. Urrea en la muerte del Dr. Grant, hizo creer al general en jefe que la guerra estaba ya concluída, esta última victoria (sobre los 280 hombres de Fannin) le persuadió que ya no era necesaria su presencia allí y que debía regresar a la capital de México, verificándolo por mar del Cópano ó Matagorda a Tampico y desde allí subir por tierra a San Luis dejando a mí el cargo bajo sus instrucciones de todo lo que faltase que hacer en Texas. En esta inteligencia previno al general Urrea el 25 (Marzo) recorriese todos los puntos de la costa desde Guadalupe Victoria a Gálveston en el concepto que su izquierda estaba cubierta por la sección del Sr. Sesma y que bajo su más estrecha responsabilidad cumpliese con las órdenes del gobierno haciendo pasar por las armas a todos los prisioneros, diciéndose respecto de esto último otro tanto al comandante de las armas en Goliad, siendo esta misma la orden que habían llevado Gaona y Sesma con cuantos aprehendiesen con las armas en la mano y hacer salir del país a los que no las hubieran tomado (5).

De manera que los colonos que habían rehusado hasta entonces cooperar con los voluntarios, iban a ser expulsados de Texas, castigados por su abstención. El general Santa Anna había decidido pues que cuanto antes se levantasen contra él 3000 hombres bien armados, resueltos a bien batirse y habiendo ya probado que lo sabían hacer tan bien como los buenos soldados mexicanos que tomaron el Álamo.

Previno también por la orden general del día, que toda la brigada de caballería a las órdenes del Sr. general D. Juan José de Andrade, y los depósitos y piquetes de los batallones permanentes Guerrero, Matamoros y Jiménez, los de los activos de Querétaro y primero de México, todas las piezas de artillería que se hallaban en aquel cuartel general y se habían traído de México, y los treinta y dos carros de conducción, de la pertenencia de D. José Lombardo y compañía, se dispusiesen para salir el día primero de Abril con dirección a San Luis Potosí, en razón del crecido gesto que por su contrata hacían (6).

Es muy oportuno aquí Sr. Ecsmo., hacer, notar que tanto los muertos de los enemigos en la toma del Alamo, y los que perecieron en los diferentes encuentros del Sr. Urrea eran aventureros, venidos todos de la Nueva-Orleans después de la toma de Béjar por los colonos, a excepción de treinta vecinos de la villa de González, que llegaron de refuerzo a Travis el día antes del asalto, y de algunos jefes, y que por consiguiente las fuerzas de los verdaderos colonos o habitantes de Texas se conservaban intactas todavía.

Ninguna de las providencias tomadas hasta aquel día había ido de acuerdo con mi modo de ver las cosas, y en diferentes ocasiones había pretendido insinuarme con S. E. sobre la materia, pero inútilmente, porque no daba oído a nada de aquello que no iba enteramente en consonancia con sus ideas; mas éstas últimas me parecieron de la más peligrosa trascendencia: como S. E. tenía o manifestaba tener concepto de lo que le representaba el Sr. coronel Almonte, me aproximé a él, lo invité a que fuéramos a su casa y que en ella tuviese la bondad de presentarme la carta de Texas, como lo hizo; sobre ésta le hice cuantas reflexiones se me ocurrieron en desaprobación de lo que hasta allí había practicado S. E. y le supliqué con el mayor encarecimiento, se lo hiciese así presente, y que recibiese aquella manifestación como una formal protesta en descargo de mi responsabilidad para con la patria de todo lo que pudiese suceder de adverso en nuestras operaciones militares, emanado de aquellas medidas, pues mi opinión era que dejando guarniciones en Béjar, Goliad y el Cópano, marchásemos todos reunidos hasta batir el grueso del enemigo, obligándolo a dejar el país o a encerrarse en la isla de Gálveston sin que por eso se dejase en descubierto el paso de los ríos que fuesen quedando a nuestra retaguardia. Este paso apoyado en una manifestación que le hizo el Sr. general Sesma desde la orilla derecha del río Colorado, con fecha 15, muy juiciosa y puesta en razón, dió por resultado el mandar suspender la marcha de caballería, piquetes, depósitos, etc.; dispuesta como dije, para san Luis; que se mandase por un expreso, orden al Sr. Gaona con fecha 25 que pasando el Colorado por la villa de Wastrop, se dirigiese por travesía sobre San Felipe de Austin, al Sr. Urrea que lo verificase del mismo modo pasando el Colorado por Matagorda para Brazoria y decidiéndose por sí mismo a concluir las pocas operaciones militares que a su juicio restaban.

Se ve que las órdenes encaminadas a una concentración se debieron a instancias e influencia del general Filisola y del coronel Almonte. En cuanto que Santa Anna se hubiera decidido a concluir por sí mismo las pocas operaciones militares que a su juicio restaban, los acontecimientos posteriores prueban que al asegurar S. E. semejante cosa, se burlaba de los jefes Filisola y Almonte.

E1 2 de Marzo de 1836, la Convención reunida en Wáshington (Texas), bajo la presión brutal de los voluntarios, declaró la independencia. La gran mayoría de los colonos que habían formado el partido de la paz recibió esta declaración como una declaración de ruina para sus propiedades y de amenaza para sus vidas. Por un lado los voluntarios los declaraban traidores que merecían el suplicio si no abrazaban la causa de la independencia, por el otro y como eran mexicanos conforme a las leyes de colonización, el general Santa Anna también los declaraba traidores y había decidido matar a los que tomaran las armas y expulsar a los que no las tomasen.

La convención confirmó a Houston en el mando de las fuerzas rebeldes y éste esperaba reunir inmediatamente 4,000 hombres entre voluntarios y colonos con los cuales estaba seguro de batir a los seis mil hombres que mandaba el general Santa Anna. Pero sucedió que por más que se llamaba a los colonos a las armas, éstos no se presentaban y que entretanto Santa Anna asaltaba el Álamo el 6 de Marzo y Urrea destruía completamente a las partidas de voluntarios mandadas por los leaders Johnson, Grant, Fannin y Ward. Con la muerte de Travis en el Álamo, todos los cabecillas que aspiraban a mandar habían muerto el 21 de Marzo de 1836 y Houston no tenía qUien se le opusiera o resistiera en sus funciones de general en jefe.

Una vez hecha la declaración de independencia, Houston permaneció en Wáshington (Texas) hasta el día 6 (Marzo) en que salió a dirigir la campaña acompañado del coronel Hockly y dos oficiales.

El 11 de Marzo, Houston envió a Fannin la orden de returarse de Goliad a Victoria sobre el río Guadalupe. La orden la recibió Fannin hasta el 14 del mismo mes e inmediatamente la comunicó a Ward que estaba en el Refugio y ordenó al coronel Horton a Matagorda para que se le reuniese con 200 hombres. Horton no obedeció y sólo le envió 27 rebeldes a caballo. El 19, Fannin que tuvo tiempo de haberse retirado tranquilamente, si no resuelve concentrar a Horton y a Ward, fue atacado por el general Urrea, quien ya había atacado a Ward en el Refugio y los malos resultados para los rebeldes son ya conocidos.

El 12 de Marzo, el coronel Neil pasó revista a sus fuerzas en González, las que ascendían a 374 hombres, algunos sin armas, otros sin municiones y con víveres sólo para dos días.

El 17 de Marzo, Houston había recibido un refuerzo de voluntarios siempre procedentes de los Estados Unidos y con la fuerza de Neil, su ejército ascendía a 600 hombres.

Cuando Houston tuvo noticia del asalto del Álamo, comprendió que las tropas mexicanas eran de las disciplinadas y capaces de batirse en toda regla en cualquier terreno. Su presunción bajó y el sentido práctico de su raza dominó en su espíritu, indicándole que con fuerzas inferiores a las de Santa Anna no podía luchar en campo raso como lo había creído. Houston se retiró a Austin, después se retiró, frente a Beason. El 23 de Marzo, su ejército había aumentado a setecientos hombres todos voluntarios.

El 25 de Marzo, tuvo noticia Houston de la rendición o capitulación de Fannin, lo que confirmó la resolución de cambiar de plan y el adoptado fue esperar o procurar que Santa Anna dividiera sus fuerzas y con las rebeldes concentradas, atacar siempre que tuviera la seguridad o muy grandes probabilidades de triunfo a su favor (7).

It was his policy to keep the enemy divided and when the blow was given, to strike at a vital part. (Su plan era mantener dividido al enemigo y al dar el golpe pegar en parte noble).

Para obligar a Santa Anna a dividirse, Houston había resuelo incendiar todas las poblaciones y destruir todos los recursos interiores, concentrando a los habitantes. Houston continuaría recibiendo sus víveres y elementos de guerra de los Estados Unidos y la mayor parte de los puertos de Texas contenían grandes depósitos de víveres. El plan era excelente siempre que las fuerzas mexicanas no se apoderasen de los puertos o que Santa Anna fuese bastante torpe, como lo fue, para pensar en todo menos en lo que debía militarmente hacer. Destruídos por Houston los pocos recursos interiores y cortado por la ocupación de los puertos y la vigilancia en Nacogdoches de la frontera por donde era muy difícil introducir víveres a causa de la distancia Y del desierto, Houston tenia que perecer sin que hubiera necesidad de perseguirlo ni de batirlo.

El plan de Houston era acertado contando con la impericia de meduza de Santa Anna; pero sin ella y sin la asistencia de las milicias de los colonos, Houston no hubiera resistido ni tres meses el bloqueo terrestre indicado por las circunstancias.

El plan de Houston, lo conoció pronto el general Filisola que era verdaderamente entendido en asuntos militares y por lo tanto no escuchado por el general Santa Anna siempre inflado por el orgullo napoleónico.

El 27 de Marzo, el jefe de voluntarios Forbes se unió a Houston con 130 hombres y por intimidación en unos y por convicción en la minoría de los colonos adictos a la causa de la independencia, Houston llegó a reunir a las orillas del Río Colorado 1,200 hombres.

Se ha visto que el general Filisola y el Coronel Almonte haciendo juiciosas reflexiones al general Santa Anna consiguieron que revocase las órdenes estúpidas para diseminar el ejército en todo el territorio texano y obtuvieron que se ordenase una nueva concentración en San Felipe de Austin con el objeto de buscar y batir el grueso de las fuerzas enemigas. Pero este triunfo fue pasajero pues apenas se figuró Santa Anna que los generales Sesma, Tolsa, Gaona y Urrea se habían concentrado en Austin, cuando dió órdenes terminante una nueva y más fina diseminación (8).

El general Santa Anna cuando creyó que la villa de San Felipe estaba en nuestro poder ordenó al Señor Sesma que se pusiese de acuerdo con los generales Gaona, Tolsa y Urrea para maniobrar de manera que obtuviesen inmediatamente resultados favorables ya venciendo a los enemigos, o haciéndoles evacuar el territorio, para lo que se admitía que se separase el general Tolsa de la división y obrase sobre Bolívar, West Bay, Chocolate, Halls, Baryan y Preck; entretanto que el mismo general Sesma, marchase sobre Buffalo, Bayon, Harrisburg y Linchburg hasta los ríos San Jacinto, Goose y Cedar; y el general Urrea por Victoria, La Baca, Matagorda, Madame Neils, Brazoria y Columbia. Órdenes para expedicionar por otro rumbo fueron dadas al general Gaona y la última expedición al mando de Amat debió tomar por la línea fronteriza con los Estados Unidos. Como recursos para estas largas y difíciles expediciones a través de bosques y llanuras sin recursos para vivir, el general Santa Anna ordenó al general Sesma que se proporcionara los víveres y demás recursos que necesitase de los que se quitasen al enemigo, pues ya no los había en la proveeduría general.

Presumo que el general Santa Anna nunca quiso informarse sobre los recursos de Texas ni ver a Texas cuando ocupó su territorio. En Texas no había más recursos alimenticios que para una población de 30,000 almas, gran parte de ellos se recibían de los Estados Unidos y el resto lo producían los colonos, cuya principal producción era algodón, artículo que como el general Santa Anna debió saber no es alimenticio. Los recursos de Texas eran muy limitados para su insignificante población y muy fácil de ser destruídos por ella, o por los rebeldes para privar al ejército mexicano de todo alimento.

Sin duda el general Santa Anna creyó que estaba haciendo la guerra en los Estados de Veracruz, Jalisco, Guanajuato o Michoacan y por tal motivo confiaba en que sus tropas podían vivir sobre el país. Pronto debía quedar bien desengañado.

Las órdenes del general Santa Anna relativas a la nueva diseminación partiendo de Austin. no se cumplieron porque sus generales no habían llegado a cumplir las primeras, debido a que el general Santa Anna, ignorando que Texas está surcado por numerosos ríos que carecían de puentes y que era preciso pasar en canoas o balsas. no había dispuesto su oportuna construcción. así es que sus generales no hubieran pasado los ríos si, como ellos dicen, no hubieran encontrado por casualidad y después de perder muchos días una que otra canoa abandonada, que se empleaba en el paso excesivamente lento de las tropas que tenían orden de marchar con suma actividad. El general Santa Anna ocupó Béjar el 23 de Febrero y hasta el 11 de Marzo siguiente tuvo 16 días para hacer construir canoas en un lugar que como Béjar estaba rodeado de bosques. No debió salir ninguna expedición, sin llevar desarmadas las canoas correspondientes para el paso rápido y seguro de los ríos. Pero ni una sola canoa fue construída a tiempo y todos los jefes sin excepción se encontraron en la orilla de los ríos con la obligación de campar mientras el cielo les enviaba una canoa siquiera y si esto no sucedía mantenerse en indefinida espera.

Para apreciar bien cómo se preparó la catástrofe texana y conocer la perfidia y deslealtad del general Santa Anna para su país y su ejército, hay que seguirlo en su Manifiesto a la Nación fechado en Manga de Clavo el 10 de Mayo de 1837. Este documento ha sido considerado en nuestra llamada historia como una narración verídica con algunas ligeras inexactitudes de apreciación, lo que es falso, pues tal documento no es más que un fárrago de desatinos y mentiras combinados para el apetito bulímico de glorias nacionales del que sufría nuestra generación inculta de 1836.

En marcha hacia sus destinos las divisiones de los generales Don José Urrea, compuesta de más de mil trescientos hombres, la de Don Joaquín Ramírez y Sesma de mil cuatrocientos y la de Don Antonio Gaona de setecientos, cada una capaz de batir el resto de las fuerzas enemigas, verifiqué la marcha de Béjar el día señalado con mi Estado Mayor y una escolta de treinta dragones (9).

Es falso que el general Santa Anna el 31 de Marzo de 1836, día de su salida de Béjar, creyera que cualesquiera de las divisiones mandadas por los generales Urrea, Sesma y Gaona fuese capaz de batir el resto de las fuerzas enemigas, pues Filisola dice:

... del lado opuesto del río se hallaba situado el enemigo con objeto de impedirle el paso a Sesma con una fuerza de 1.200 hombres. Con tal motivo el general Sesma convocó para acordar lo que debía de hacerse a los cuatro jefes y a los oficiales y éstos opinaron que forzando el paso por el punto donde se hallaba el ejército, era muy probable una gran pérdida de tropa; no consiguiéndose tal vez el objeto en razón a lo pendiente de las orillas y espesura de los bosques que las cubren, así como por la resistencia que necesariamente debían hacer los enemigos protegidos por sus obras y una posición ventajosa. Por lo que se decidió que se diese parte al general en jefe inmediatamente para que se completase la fuerza hasta el número 1.800 o 2.000 hombres (10).

Desde luego hago notar que el resto de las fuerzas enemigas no consistía sólo en las que tenía Houston a sus órdenes, pero aun admitiendo tan falsa apreciación del general Santa Anna se ve por el párrafo que acabo de copiar que el general Sesma con sus 1.400 hombres no se consideraba capaz de batir a Houston en la posición que ocupaba y que por lo tanto el expresado general Sesma celebró una junta de guerra que decidió se pidiera al general en jefe 400 o 600 hombres.

Que Santa Anna creía lo mismo que Sesma, es decir que con 1.400 hombres éste no podría batir a Houston, lo prueban las líneas siguientes.

El general Santa Anna recibió estas noticias (las de Sesma pidiendo refuerzos) y ordenó al general Sesma que no intentase el paso del río a no ser que fuese abandonado, notificándole su salida para el 31 de Marzo y la que ya había verificado el coronel Amat con 600 hombres y un obús ...

¿Para qué había salido el coronel Amat con su obús y 600 hombres? (11).

El mismo general Santa Anna en su mismo Manifiesto nos lo enseña:

Al tercer día alcancé en el río Guadalupe, frente a la vilIa incendiada de González a los batallones de zapadores y activo de Guadalajara que a las órdenes del señor coronel Don Agustín Amat caminaban a reforzar la división del señor general Ramírez y Sesma.

De modo que el general Santa Anna asegura a su país que cada una de las divisiones mandadas por los generales Urrea, Sesma y Gaona era capaz de batir el resto de las fuerzas enemigas y doce renglones desués en el mismo documento afirma que el coronel Amat marchaba con 600 hombres a reforzar al general Sesma que era el que tenía mayor fuerza y que ya le había declarado a Santa Anna que con sus 1.400 hombres no se consideraba capaz de batir a Houston.

Esta primera mentira que se nota en el Manifiesto tiene por objeto hacer creer que el resto de las fuerzas enemigas era casi despreciable y el objeto de hacer aparecer despreciable el resto de las fuerzas enemigas es hacer creer a la nación que ya el 31 de Marzo de 1836, nuestro Napoléon, vencedor en la famosa batalla de Zacatecas, había vencido por una serie de victorias que, exceptuando la toma del Álamo, no habían sido más que escaramuzas, la revolución de Texas que se había presentado formidable.

Siguiendo el plan de hacer pasar como casi extinguida la revolución texana el 31 de Marzo, el general Santa Anna asegura que la fuerza de Houston era el único resto de los rebeldes y (12) que el enemigo intimidado por los triunfos sucesivos de nuestro ejército, despavoridos a la vista de sus rápidos movimientos ... (13). En estos puntos el general segundo en jefe Filisola, desmiente completamente lo afirmado por Santa Anna.

¿Su número (de los enemigos) era ya insignificante? Por desgracia probó lo contrario la experiencia en San Jacinto, Sin contar más de otros mil hombres que tenían repartidos en aquella fecha (31 de Marzo) en Anáhuac, Gálveston, Velasco, Isla de la Culebra y a bordo de los steam boats. En cuanto a su disciplina e instrucción debo decir que en todos tiempos las comparaciones son odiosas, me contentaré pues con hacer advertir que es demasiado sabido que la clase de gente de que Se componían las fuerzas rebeldes de los texanos vivían en su mayor número de su rifle, es decir de la caza y que el peligro común los obligaba a observar disciplina y subordinación (14).

Los datos de Filisola que tenían que ser los de Santa Anna, pues eran dados por los mismos exploradores y consignados en las mismas noticias; sobre el número de voluntarios en Texas en 1836 está enteramente de acuerdo con la versión enemiga.

Había en Matagorda ... 200 hombres.
En la Isla de la Culebra ...100 hombres.
En Velasco y Anahuac ... 470 hombres.
En Gálveston ... 180 hombres.
En Wáshington ... 100 hombres.
A bordo de los steam boats ... 80 hombres.
A las órdenes de Houston ... 800 hombres.
Suma ... 1 930 hombres.

El ejército mexicano había destruído:

En el Álamo ... 183 voluntarios.
En el Refugio e inmediaciones ... 150 voluntarios.
En el Perdido bajo Fannin ... 280 voluntarios.
En San Patricio ... 40 voluntarios.
A las órdenes del Dr. Grant ... 23 voluntarios.
Por captura de pequeñas partidas de 8 y 10 hombres ... 40 voluntarios.
Suma ... 716 voluntarios.

Quedaban por destruir 2.000, más los que vinieran de Nueva Orleans pues las expediciones filibusteras continuaban cada vez con más vigor. A estas fuerzas sin contar las de los colonos que habían sido nuevamente llamados con urgencia a las armas en número de otros 2.000, el general Santa Anna llamaba desdeñosamente los restos de las fuerzas enemigas para anunciar a sus crédulos admiradores que lo eran toda la nación, el fin de una campaña, que no había hecho más que comenzar.

Respecto a lo despavoridos e intimidados que estaban los enemigos, el general Filisola no contraría directamente a su jefe el general Santa Anna, pero sí lo hace el general Urrea cuando éste comunica al gobierno la misma afirmación que al general Santa Anna a la nación. Dice Filisola a Urrea (15):

¿Que el enemigo ha sido batido en cuantas acciones ha tenido con nuestro ejército? Este hacinamiento de fanfarronadas y petulancias vacías de toda razón y que denotan la falta de meditación, o el atrevimiento del que las dirige a un superior con sólo el objeto de zaherirlo, de hacer alarde de ellas y de su irrespetuosidad ante el supremo gobierno y el público, por medio de una inserción en la imprenta causan a un mismo tiempo lástima, indignación y sentimiento ... ¿Á qué cosa el señor Urrea llama batido en cuantas acciones osó presentar la cara (el enemigo) y perdidas sus principales fortalezas? ¿Á las escaramuzas de San Patricio, Misión del Refugio y llano del Perdido que no quiero pormenorizar por consideración al mismo señor Urrea y a otras de más entidad? ¿Fortalezas a las insignificantes y desmoronadas tapias de la misión del Refugio, del cuartel de Goliad y del Álamo? (con excepción de la iglesia). Por cada una de estas escaramuzas merecía el señor Urrea un Consejo de Guerra y el castigo condigno por haber asesinado en ellas porción de soldados valientes debiendo sin este sacrificio haber obtenido iguales resultados.

En cuanto a la afirmación del general Santa Anna de que los enemigos estaban despavoridos e intimidados además de por los triunfos por la rapidez de los movimientos de nuestras tropas, es otra rueda de molino para la crédula nación.

Los jefes en movimiento al frente de columnas como lo hemos visto eran los generales Urrea, Ramírez y Sesma, Gaona, y por último el mismo general Santa Anna quien también quiso ser jefe de columna. Veamos la rapidez de sus movimientos que tanto habían intimidado y amedrentado al enemigo.

Rapidez del general Urrea.

Primero: Habiendo sido destinado el señor Urrea con una fuerza respetable de caballería e infantería para formar la derecha del ejército y tomar el camino de la costa para la villa de Goliad, punto el más intereSante para las operaciones de la guerra, como que desde él se cubre el puerto o ensenada del Cópano por donde se debían recibir los víveres de Matamoros, no llegó a la mencionada villa hasta el día 21 de Marzo, fecha en que ya la vanguardia del ejército a las órdenes de los señores generales Sesma y Tolsa estaba sobre el río Colorado, cincuenta leguas más adelante y cuantos enemigos había entre dicho río, y el de San Antonio, cortados y sin retirada más que la del mar.

Segundo: Cuando el Presidente se hallaba ya en Harrisburg, todavía Su Señoría (Urrea) no pasaba de Matagorda habiendo quedado por esto el señor Sesma sin apoyo alguno y después el ejército con la derecha descubierta (16).

Rapidez de movimentos del general Gaona.

El mismo general Gaona que pilló a la población de Bastrop y que demoró la marcha de la división ocho días para cargar su botín (que declaró su propiedad personal) faltando a la orden que por extraordinario se le dió se reuniera en Austin (17).

Rapidez de los movimientos del general Ramírez y Sesma:

... y si por otra parte el general Ramírez y Sesma empleaba más de veinte días en andar cincuenta leguas que hay de Béjar a la margen izquierda del río Colorado (18).

Rapidez de los movimientos del general Santa Anna:

Salió de Béjar el 31 de Marzo a la madrugada y llegó a San Felipe el 7 de Abril en la noche. En ocho días caminó 60 leguas. Esta rapidez no es para intimidar. Salió de San Felipe el 9 de Abril a la madrugada, llegó al Paso de Thompson el 12 del mismo mes en la noche. Tres días para andar 16 leguas. Salió del Paso de Thompson para Harrisburg a las dos de la tarde del 14 de Abril y llegó a Harrisburg el 15 a las ocho de la noche, 12 leguas en 30 horas. Es buena marcha pero no para intimidar. Sobre todo el general Santa Anna conforme lo probaré, había resuelto perseguir a Houston huyendo de él y en ese caso la rapidez de una fuga no puede intimidar al perseguidor aun cuando esta fuera la del rayo.

El general Santa Anna nos enseña siempre en su Manifiesto en el que ofrece solemne verdad a la nación que después de dejar al general Filisola en vía de pasar el río Guadalupe que estaba crecido, llegó al río Colorado encontrando del otro lado al general Ramírez y Sesma y que juntos siguieron para San Felipe de Austin llegando el 7 de Abril a la madrugada. La villa de San Felipe había sido incendiada por sus habitantes al retirarse, destruyendo toda clase de recursos como lo habían hecho en González. Entre las ruinas fue aprehendido un angloamericano quien declaró que las poblaciones se quemaban para quitar los recursos a los mexicanos. Se recordará que Santa Anna había ordenado al general Sesma que hiciese vivir a su fuerza con los víveres del enemigo, porque ya no los había en la proveeduría general. El aspecto de las ruinas carbonizadas de San Felipe Austin y de González debe haber enseñado a Santa Anna que los únicos alimentos que los rebeldes podían proporcionar a nuestros soldados era ceniza fría o caliente.

El mismo angloamericano aprehendido aseguró a S. E. que Houston se hallaba en el Paso Gross a orillas del río Brazos, a quince leguas a la izquierda de San Felipe hacia el interior de Texas o sea río arriba. Es el general Santa Anna quien en su Manifiesto nos da la posición de Houston a quince leguas distante de nuestra izquierda, con sólo ochocientos hombres que le habían quedado (19). El general Santa Anna agrega que nada más conveniente que perseguirlo y batirlo antes de que pudiera reponerse (20). De manera que Houston podía reponerse, luego S. E. no dice la verdad cuando afirma que la fuerza de Houston era la única esperanza de los traidores.

Pero hecho extraordinario en la historia de las persecuciones militares. El general Santa Anna considera conveniente perseguir y batir a Houston cuanto antes, para que no pueda reponerse. Houston está quince leguas distante a la izquierda y entonces S. E. para perseguirlo y pulverizarlo puesto que estaba despavorido, se lanza con sus valientes hacia la derecha porque no pudiendo pasar el río en canoas, es preciso buscar un paso. ¿Por qué no se podía pasar el río Brazos en canoas?

El día 8 (de Abril) dispuse la construcción de dos canoas chatas para lo cual se hizo preciso traer madera de las habitaciones distantes. Ya en la obra calculáronse diez o doce días para su conclusión por la escasez de carpinteros y tres o más para colocarse donde podían servir (21).

No afirma lo mismo el Secretario particular del general Santa Anna quien escribe respecto de las dos canoas chatas:

Dos americanos carpinteros que se nos habían reunido, auxiliados de otros individuos, en día y medio concluyeron uno de dichos chalanes o canoas (22).

En otro día y medio pudo construirse la otra canoa.

Pero aun cuando no fuere una fábula el obstáculo de la construcción de las canoas en doce días ¿por qué buscar el paso del río alejándose de Houston y no acercándose? En quince leguas que era la distancia a que se hallaba Houston el río podía tener un paso. Además, Santa Anna no sabía que el río tuviese paso a la derecha, su movimiento tuvo por objeto buscarlo. ¿Y si no lo había? Hubiera sido preciso volver a Austin a construir las canoas en doce días. Como se verá por los acontecimientos que siguen lo que quería Santa Anna era no encontrarse con Houston.

El paso buscado fue encontrado en un punto llamado Holdford, distante de Austin 16 leguas, el 11 de Abril. De manera que el general Santa Anna había perdido cuatro días buscando pasar el río por no haber hecho construir en día y medio la segunda canoa que quedaba por hacer y se había alejado de Houston a quien perseguía no con sus soldados sino con su espíritu, 31 leguas. Lo natural era que después de haber pasado el río, el general Santa Anna lo subiera rápidamente para encontrarse cuanto antes con Houston, pero el destino no lo quiso, por algunos colonos presentados, uno de ellos mexicano, me cercioré de que en la villa de Harnsburg, doce leguas distante, situada a la orilla derecha del arroyo de Buffalo, residía el nombrado gobierno de Texas, D. Lorenzo Zavala y los demás directores de la revolución y que segura era su aprehensión si rápidamente marchaba alguna tropa sobre ella (23).

La villa de Harrisbourg donde estaban los seis miembros del gobierno rebelde tenía cien habitantes se supone que despavoridos según la afirmación del general Santa Anna. Según este mismo jefe en su mismo documento el Manifiesto, asegura que las únicas fuerzas rebeldes que quedaban en el territorio de Texas, eran las de Houston, quien según Santa Anna estaba despavorido e intimidado a 31 leguas de distancia a espaldas de Santa Anna. Nadie, pues, podía auxiliar a la villa de Harrisbourg, distante doce leguas rumbo opuesto al que se encontraba Houston. El problema militar o de policía era el siguiente: Para aprehender a seis individuos sin fuerza militar que los proteja y sin esperanza de adquirirla y refugiados en una aldea de cien habitantes (no cien hombres) compuesta de mujeres, niños, ancianos, enfermos y hombres despavoridos, ¿cuántos soldados es prudente enviar para realizar la operación? Solución: De cincuenta a cien soldados de caballería para que la sorpresa tuviera las mayores probabilidades de éxito. ¿Quién debía mandar esta pequeña y urgente expedición? Un teniente o capitán entendido, activo y discreto.

Pues bien, dispuso abandonar la persecución de Houston y al grueso de su ejército y ser él, general en jefe, el que se ocupase de una aprehensión que aun cuando se efectuara, nada de importante significaba para la campaña, porque el verdadero comité revolucionario que enviaba a Texas voluntarios, dinero, municiones y víveres residía en Nueva Orleans. Los miembros del gobierno revolucionario eran decorativos y nadie se ocupaba de ellos. Houston obedecía órdenes de los Estados Unidos y nada más (24).

Pues bien, para hacer violentamente a la distancia de doce leguas la aprehensión de seis individuos indefensos e inofensivos, refugiados en una aldea de 20 casitas de madera diseminadas y sin habitantes, el general Santa Anna se hace acompañar de 700 infantes; 50 dragones, una pieza de a seis bien dotada y cincuenta cajones de cartuchos de fusil. Todos estos preparativos más que extravagantes para aprehender a Seis politicastros inofensivos prueban que lo que quería el general Santa Anna era aproximarse al mar para embarcarse; pues Harrisbourg sólo dista 18 millas de Gálveston. y si Santa Anna se hacía acompañar por una sección de las tres armas, era porque sabía bien que las fuerzas de Houston no eran las únicas de la rebelión y que había fuerzas rebeldes por el rumbo de Harrisbourg.

Frustrada la aprehensión de los corifeos de la rebelión sabiendo el paradero del enemigo y su fuerza para mejor combinar mis movimientos ulteriores, dispuse que el general Don Juan N. Almonte con los cincuenta dragones de mi escolta hiciese una descubierta hasta el paso de Lichnburgo y New-Wáshington. Desde este punto me participó dicho Coronel entre otras cosas que varios colonos encontrados en sus casas aseguraban uniformemente que el general Houston se retiraba para el río Trinidad por el paso de Lichnburgo (25).

Asombra el poco respeto del general Santa Anna a su auditorio, fiado en que no había mexicano que conociese la geografía de Texas y en que los militares que la conocían se habían de callar por miedo a la ordenanza y a las venganzas de un hombre que debía volver al poder.

Para que se comprenda esta retirada del general Houston bastará recordar que cuando Santa Anna se encontraba en Austin, Houston se hallaba en el paso Gross a la izquierda de Santa Anna o sea hacia el interior de Texas y que Santa Anna para perseguirlo tomó rumbo contrario hacia la derecha o sea para el mar y en ese sentido anduvo 16 leguas hasta Holdford y doce hasta Harrisbourg siempre alejándose del punto adonde había dejado a Houston o sea del paso Gross. Ahora bien, cuando Santa Anna había llegado casi al mar creyendo tener a Houston por lo menos a 43 leguas de distancia se encontró con que Houston estaba encima de él. Houston es el que ha perseguido a Santa Anna, el que ha alcanzado y el que va a imponerle el combate. Pero esto no le conviene a Santa Anna y como tampoco puede negar el hecho resuelve en realidad la cuestión escribiendo que Houston se retira hacia el río Trinidad por el paso de Lichenburg o sea hacia las narices de Santa Anna. Se le olvidó decir a Santa Anna que para que Houston pudiera llegar al paso de Lichenburg necesitaba pasar por Honrrisbourg donde se encontraba Santa Anna. De modo que Santa Anna en realidad le dice a la nación en su Manifiesto, Houston seguía huyendo de mí y al efecto seguía retirándose sobre mí hasta que me alcanzó. Tal es el sentido preciso de las frases dislocadas y extravagantes del general Santa Anna.

Para probar el hecho de que Santa Anna huía de Houston y que este jefe fue quien lo persiguió y alcanzó no se necesita más que de las afirmaciones del mismo Santa Anna aplicadas a la carta geográfica de Texas; pero si esta prueba pericial irreprochable e inatacable no fuese suficiente voy a reforzarla o más bien dicho voy a sobrecargarla con pruebas documentales.

El 16 de Abril se encontraron en el camino (las fuerzas del general Gaona) algunos cadáveres colgados a unos árboles y por los morriones y ropa se conoció que eran cazadores del activo de Toluca (26).

El día 16 de Abril el general Gaona se encontraba a una jornada de Austin sobre la línea que había seguido el general Santa Anna, para alejarse de Houston. ¿Quién pudo haber ejecutado a esos soldados de Toluca y colgado sus cadáveres? Solo Houston, pues entre Austin y Santa Anna no había otras fuerzas rebeldes. El batallón de Toluca formaba parte de las fuerzas de Ramírez y Sesma que seguían a Santa Anna; luego Houston ya el 16 de Abril marchaba a la retaguardia de Santa Anna. ¿Quién es el perseguidor, el que va adelante o el que va detrás en la misma dirección?

El Sr. Martínez Caro, secretario particular del general Santa Anna que iba constantemente a su lado nos dice:

Desde San Felipe hasta San Jacinto, siempre fue y bien de cerca (el enemigo) picándonos la retaguardia y lo más gracioso sin saberlo S.E. (27)

Hé aquí un militar preocupado de reproducir a Napoleón I en México y que marcha 28 leguas sin saber que un enemigo que había dejado a 15 leguas huyendo intimidado y despavorido, lo ha venido siguiendo picándole la retaguardia y colgando a sus soldados retrasados.

¿Qué hizo el general Santa Anna cuando supo que Hoston lo había perseguido y estaba sobre él?

Evitar el paso a Houston y destruir de un golpe la fuerza armada y las esperanzas de los revolucionarios, era cosa bien importante para dejar escapar la ocasión (28).

¿Y qué otra cosa había hecho Santa Anna que huir de Houstón y ponérsele a gran distancia para que no se presentase la ocasión de destruirlo? Conforme a esta fanfarronada el lector del Manifiesto espera que Santa Anna salga inmediatamente a librar sangriento combate a su enemigo. Nada de eso.

Mi disposición primera (dice S. E.) se contrajo a reforzar la sección que me acompañaba compuesta de un cañón, setecientos infantes y cincuenta caballos hasta ponerla superior en número a la enemiga ya que lo era en disciplina.

¿Y es un mismo militar el que escribe estas líneas y las que ya copié y vuelvo a copiar del Manifiesto?:

En marcha hacia sus destinos las divisiones de los generales D. José Urrea, compuesta de más de 1,300 hombres, la de D. Joaquín Ramírez y Sesma de 1,400 y la de D. Antonio Gaona de setecientos. Cada una capaz de batir el resto de las fuerzas enemigas (29).

Luego el general Gaona con setecientos hombres era capaz por sí sólo de batir el resto de las fuerzas enemigas y S. E. el general en jefe que oficialmente había sido declarado el Primer general de la República, no era capaz de batir con setecientos cincuenta hombres que él mismo dice que llevaba, al resto de las fuerzas enemigas despavoridas e intimidadas que el general Gaona podía batir con setecientos; tanto más cuanto que Santa Anna asegura que su fuerza era superior en disciplina a la del enemigo. ¿Á cuánto ascendía la fuerza de Houston? Según el mismo Santa Anna a 800 hombres despavoridos. ¿Y setecientos cincuenta hombres bien disciplinados llenos de laureles recientemente conquistados y mandados por el Napoleón I de América necesitaba refuerzos para batir a 800 hombres no disciplinados, intimidados y despavoridos? ¿Pues qué sucedió con el profundo desprecio que según el general Filisola, S. E. manifestaba por el enemigo? ¿Qué crédito se puede dar a las palabras que estan en el mismo documento y que vuelvo a copiar:

La situación del jefe enemigo no me era ya desconocida, intimidado por los triunfos sucesivos de nuestro ejército, despavoridos a la vista de sus rápidos movimientos (30).

Jamás un fanfarrón ha sufrido precipitación igual hacia el ridículo que la que debió hacer para siempre despreciable a Santa Anna como militar y como honrado a los ojos de la nación, si ésta no hubiera padecido de megalomanía aguda.

Pero Santa Anna se había propuesto a lo que parece no proceder militarmente; comienza según nos dice, pidiendo refuerzos a su segundo en jefe, Filisola, y después en vez de tomar una buena posición defensiva frente a Houston mientras llegaban los refuerzos innecesarios; emprende un tercer negocio inexplicable para alejarse nuevamente de Houston y siempre hacia un puerto como si tuviera empeño en que el combate de infantería fuera a todo trance marítimo.

Santa Anna no obstante que era el perseguidor de Houston y que en la posición que ocupaba (Harrisbourg) le cortaba el paso, al río Trinidad hacia donde, según Santa Anna, se dirigía, abandonó esta magnífica posición con un objeto extraordinariamente raro, escuchemos sus explicaciones:

Comprometido el coronel Almonte en el puerto de New Wáshington a orillas de la bahía de Gálveston con los buques enemigos que podían arribar ... (31)

El coronel Almonte estaba en New Wáshington con los cincuenta dragones de la escolta de Santa Anna con el objeto, según dijo antes Santa Anna, de combinar sus movimientos. Ya veremos cuáles eran éstos. Por de pronto, hay que resolver esta cuestión: ¿Pueden cincuenta dragones libres, en terreno libre, encontrarse comprometidos por buques que podían arribar? No sólo cincuenta dragones, pero ni un niño de ocho años de edad en condiciones de correr, puede encontrarse comprometido en un puerto por buques enemigos que pueden llegar. No se conoce en táctica, ni en la historia, una carga marítima de buques contra caballería y creo que sólo una vez alguien intentó una carga de caballería contra un buque. Además, si los buques no estaban presentes, sino que podían arribar, el coronel Almonte con sus 50 dragones no estaba comprometido sino que podía estar comprometido. Todavía más, aun cuando el coronel Almonte estuviese realmente comprometido con cincuenta dragones al grado de tener que rendirse, un general en jefe, no deja escapar la ocasión de cerrarle el paso a su enemigo que constantemente huye, para decidir de un golpe la suerte de una laboriosa campaña en que está comprometida la integridad territorial de una nación; para ir a salvar a 50 dragones. A ningún general se le puede ocurrir alejarse de una posición estratégica decisiva para ir a auxiliar a cincuenta dragones. En este caso, deben perecer los dragones si ellos mismos no pueden salvarse; y su pérdida salvaría a la patria de una revolución que la deshonraba y sacrificaba.

Desconfiando el general Santa Anna de que la fábula de la salvación del coronel Almonte, comprometido con cincuenta dragones por una probable carga de unos buques, tuvo el pudor de reforzar su mentira con otra de igual calibre:

... a la vez que era necesario asegurar la cantidad de víveres que había logrado aprehender, hice jornada para aquel punto la tarde del 18 (32).

Esto quiere decir que Santa Anna iba a sacar de New-Wáshington los víveres que había logrado aprehender Almonte. ¿Con qué medios de transporte? Cuando el general Santa Anna dejó el río Bravo con 700 infantes y 50 dragones, fue según asegura, para sorprender y aprehender en Harrisbourg a los miembros del gobierno revolucionario, no para fletar y escoltar convoyes. El general Santa Anna no tenía, pues, consigo mulas ni carros en disponibilidad para transportar víveres; no tenía más que las mulas que cargaban las municiones. Era más lógico tomar posición en el paso de Linchbourg, descargar el parque y mandar a Almonte las mulas que lo habían cargado, para que éste transportase los víveres que pudiera, y no ir con las mulas cargadas con parque a donde estaba Almonte, porque en ese caso, si se cargaba con los víveres, había que abandonar el parque, y si se cargaba el parque, había que abandonar los víveres, que fue lo que sucedió.

El general Santa Anna, cuando quiso destruir los víveres que había encontrado en New-Wáshington por no poder llevárselos, recibió la noticia de la aproximación violenta de Houston y los víveres se salvaron sirviendo, dos días después, a los vencedores de San Jacinto (33).

Santa Anna se dirigió a New-Wáshington para embarcarse.

A mi llegada, dice, se hallaba a la vista una goleta que por falta de viento no podía alejarse: intenté apresarla para servirme de ella a su tiempo sobre la isla de Gálveston (34).

Otra mentira de S. E. Dentro de pocas horas tenía que combatir con Houston, cuyas fuerzas, según lo dice y repite muchas veces Santa Anna, en su Manifiesto, eran la única esperanza de los rebeldes, las únicas existentes en Texas. Dice igualmente, y ya copié esas líneas, que al vencer a Houston le daba el golpe final a la revolución. ¿Entonces, para qué la goleta? Si en la batalla con Houston vencía Santa Anna, no había necesidad de goleta porque ya no había más enemigo que combatir, y si Santa Anna era vencido, tenía que perder también la goleta. El cuento de la goleta lo termina S.E. diciendo:

Pero cuando se alistaban los botes y chalanes, de que se había provisto también el coronel Almonte, llegó un buque de vapor y le dió fuego (35).

Mansfield, dice:

Mr. Vogel, alemán dueño de la goleta que incendió el Star, reclamó su valor al gobierno de Texas en 1838, más 2,600 pesos, que el jefe mexicano Dalmonte le había ofrecido porque le pusiese a disposición del general Santa Anna. El gobierno texano sólo reconoció el precio de la goleta, y el quejoso apeló al rey de Prusia. No tengo conocimiento del resultado (36).

Es innegable que ese jefe mexicano, Dalmonte, es el coronel Almonte.

El Secretario particular del general Santa Anna, acaba de aclarar el punto relativo a la decisión del general Santa Anna, de embarcarse para Matamoros o Tampico, abandonando a su ejército.

Ya se había prevenido de oficio desde Béjar al general Don Francisco Vital Fernández, ordenase al comandante de la goleta de guerra mexicana General Bravo, anclase en el Cópano a recibir órdenes de S. E. el general en jefe (37).

Continúa engañando a la nación S. E.:

En la mañana del 19 mandé al capitán Don Marcos Barragán al paso de Linchbourg distante de New-Wáshington tres leguas, para qUe observase y me comUnicara con oportunidad la llegada de Houston, y el 20 a las 8 de la mañana se me presentó participándome que Houston llegaba a Linchbourg (38).

El secretario particular del general Santa Anna impugna esta afirmación.

Es cierto que el capitán Don Marcos Barragán fUe el día 19 con algunos dragones al paso de Linchbourg; pero no a observar la llegada de Houston, sino a preparar los chalanes que al día siguiente debían facilitarnos el paso (39).

¿De dónde había tomado Santa Anna esos chalanes que debían facilitar el paso del río Linchbourg? No los había llevado consigo ni tuvo tiempo de mandarlos construir. Esos chalanes son a los que se refiere Santa Anna cuando nos cuenta que iba abordar con ellos la goleta que estaba en New-Wáshington. Queda pues, descubierto el plan de Santa Anna. Cuando vió que no podía usar de la goleta para embarcarse, porque el vapor americano Star le dió fuego, entonces cargó con los chalanes que había encontrado en New-Wáshington donde tenía que haberlos como en todos los puertos donde los barcos no descargan directamente sobre los muelles.

¿Para qué quería pasar Santa Anna el río? Para ponerlo entre él y Houston y darse tiempo a ir a otro puerto donde pudiese embarcarse. Es necesario al estudiar la campaña de Texas, conocer bien su geografía, porque es la ignorancia de ella sobre la que Santa Anna basó su aplomo para mentir impunemente. Después de que Houston pasó el río Brazos y cuya noticia recibió Santa Anna en Harrisbourg como él mismo lo asegura, estaba del mismo lado del río que Houston, es decir, los dos habían quedado en la región comprendida entre los ríos Brazos y Trinidad; para atacar a Houston, Santa Anna no necesitaba pues pasar ningún río, y por consiguiente eran inútiles los chalanes.

Pero Houston en realidad no trataba de pasar ningún río o de derrotar a Santa Anna, y es nada menos el segundo en jefe, Filisola, quien nos da a conocer el plan de Houston de entera conformidad con lo que exponen los autores norteamericanos y texanos.

Habla Filisola:

Este (el enemino) después de los primeros reveses había adoptado el plan de quemarlo todo y retirarse tan luego como nos aproximásemoS para que no encontrásemos ningunos recursos, y sí cometíamos alguna imprudencia, aprovecharse de ella. En efecto, así lo fue practicando con cuanto dejaba tras de sí. Houston, al abandonar la orilla izquierda del Colorado, se fue a situar a quince leguas más arriba de San Felipe, en el paso del río Brazos llamado Gross, en donde tenían un steamboat para facilitarse el paso, con el objeto de observar los que iban a las inmediatas órdenes del general en jefe y a las del general Gaona. El día 15 de Abril estuvo en aptitud (Houston) de poder atacar al Sr. Gaona, al Presidente o a mí, en San Felipe o camino de aquella villa para Holdfort. Le pareció más oportuno hacerlo con el presidente, porque estaba del otro lado del río Brazos y sin enlace ninguno con las demás fuerzas, echó pues río abajo el steamboat para llamarnos la atención, y se dirigió sobre S.E (40).

Se vé claramente que Houston, como ya lo había anunciado a su gobierno, tenía un plan premeditado y técnico, y que jamás pensó en pasar el río Trinidad por ninguna parte, sino en pasar sobre Santa Anna y destruirlo. Este general, por el contrario, aparentaba no tener plan, y por tal motivo, un día se le ocurrió dejar a sus fuerzas dizque para ir a aprehender personalmente a seis politicastros indefensos con 700 infantes, 50 dragones y un cañón, tarea que correspondía a un teniente de caballería. Después se le ocurrió, para no ir a batir a un enemigo indisciplinado y despavorido, pedir refuerzos. Después discurrió ir a salvar a 50 dragones de una carga marítima, de buques que podían arribar. Después, en Vez de atender a Houston, discurrió abordar una goleta, y por último se apoderó de unos chalanes para ir a batir a un enemigo que ya estaba en su mismo campo y cuando no había entre ambos, río de por medio. Pero sí había plan fijo Santa Anna, y era embarcarse y abandonar a su ejército a la miseria y a la derrota.

Abandonaba al ejército a la miseria más abrumadora, porque desde Béjar ordenó al general Sesma que tomara al enemigo los víveres y demás recursos que necesitase, porque ya no los había en la proveeduría general; y Santa Anna sabía lo que Filisola nos dice en el documento que he citado y que todo el ejército conocía, y era que el enemigo incendiaba sus propiedades y destruía a su paso todos los recursos, que eran muy pocos, para matar el hambre de nuestras tropas.

Abandonaba Santa Anna su ejército a la derrota, porque gracias a su impericia inconmensurable, la posición del ejército el 15 de Abril, cinco días antes del primer contacto de Houston y Santa Anna, era desastrosa la posición del ejército mexicano, porque Filisola nos dice:

El general presidente se hallaba en camino de Harrisbourg como veinte leguas distante del Señor Sesma; yo a 16 de éste; el Sr. Gaona perdido en el desierto de Wastrap a San Felipe, sin que supiésemos de él; el Sr. Urrea en Matagorda, distante 30 leguas del Sr. Sesma, más de 40 de mí y 50 del presidente. El mismo Urrea distaba de Goliad otras 30 o más, y los destacamentos de Victoria, el Cópano y Goliad a 45 leguas de Béjar, donde estaba el general Andrade (41).

Esta era la destrucción, o más bien dicho, la pulverización dada a un ejército que sólo contaba en totalidad con 540 hombres. He aquí la ciencia militar de un general que pasaba por ser el primero de la República, y a quien sus aduladores le habían dado el título de Napoleón Primero de América.

¿Por qué Santa Anna se había propuesto cometer la deslealtad infame de abandonar a su ejército? Porque ante todo, y después de todo, era condotiero. No tenía en su conciencia, en sus deberes, en sus aspiraciones, en sus entusiasmos y en su llamado patriotismo, más que una obligación, un colosal deber: atender a la gloria de su persona para desplomarla despóticamente sobre la nación. Todo lo que no fuera él, tenía que ser visto por su ambición como un andrajo, aunque fuera la patria, el honor de la nación, la dignidad de su ejército y la vida de sus soldados. En el alma del condotiero sólo hay una palabra que representa al mundo, a la religión, a la ciencia, a la humanidad, a la moral y al crimen: ¡Yo! Sin compasión para nadie, sin atención aunque insignificante para algo, sin grandeza para mucho más; el condotiero se dedica a su programa irrevocable, la inmensidad de su persona, que todo lo debe aplastar. En el egoísmo de un condotiero el mejor microscopio no puede mostrar la más infinitesimal traza de altruísmo. El condotiero es la bestia política con brama incesante de egoísmo absoluto.

Hemos visto que después de la toma del Álamo, el general Santa Anna envió un parte falso a su gobierno afirmando que había causado más de 600 muertos al enemigo; con el objeto de hacer del asalto del Álamo un hecho de armas tan importante para su persona como la bufa batalla de Zacatecas que le había valido el título de Marte mexicano y el decreto del Congreso, declarándolo Benemérito de la patria en grado heroico.

Confeccionada así la nueva superchería para continuar embobando a una nación que de buena fe creía ser el poder militar más formidable del universo, Santa Anna dispuso dejar Texas, encomendando a Filisola que diera fin con los restos intimidados, despavoridos e insignificantes de la revolución. Y vimos también que el general Filisola, ayudado por el coronel Almonte, consiguió detener la marcha de Santa Anna a México, donde debía recibir el premio de sus grandes victorias, que no habían sido casi más que escaramuzas celebradas con el asesinato de los heridos y el fusilamiento de los prisioneros aUn después de haber capitulado condicionalmente.

Es de presumir que Santa Anna accedió a las instancias de los Jefes Filisola y Almonte, porque creyó que Houston iba a continuar con la imbécil táctica de esperar a pie firme con pequeños destacamentos, a fuerzas cinco o más veces superiores, como sucedió en el Álamo, en el Refugio, en el Perdido y en la emboscada puesta al Dr. Grant.

Desde que el 24 de Marzo el general Ramírez y Sesma pidió refuerzos al general Santa Anna, porque no se consideraba capaz de batir a Houston, Santa Anna comprendió qUe sus subordinados no habían tragado la vasta rueda de molino de que el enemigo no hacía más que huir despavorido rueda empacada y enviada al gobierno mexicano para menú glorioso de la nación. Pensó entonces que reforzando a Sesma hasta hacerlo superior en fuerzas a Houston, éste expondría en una batalla el segundo tercio de las fuerzas rebeldes, pero Houston se movió en retirada, amparado por espesos bosques y sin separarse nunca de ellos, a grandes distancias.

Cuando el coronel Drumondo, proveedor del ejé¡cito mexicano, notificó al general en jefe que habían concluido los víveres y demás recursos, y que no habían llegado ni había esperanzas de que Hegasen del interior de la República; Santa Anna ordenó al general Sesma que para vivir tomase los víveres y demás recursos del enemigo. Pero S.E., que era muy inteligente, debió haber comprendido que el enemigo no había de aceptar el cargo de alimentar, vestir y proveer de municiones al ejército mexicano, y como primera prueba de que los rebeldes renunciaban al cargo de nodrizas de las fuerzas de Santa Anna, apareció el incendio de la villa de González y la destrucción completa de toda clase de recursos por la mano enérgica del enemigo.

El general Santa Anna había, en su brillante carrera de revolucionario, hecho la guerra en la parte mejor poblada del país, la que ofrecía ilimitados recursos a beligerantes que sólo contaban para subsistir con la exacción y el pillaje. Pero no siendo Texas lo mismo, sino muy diverso por el clima que no consentía desnudeces, ni andrajos, y más severo aún porque sus plantas silvestres no eran alimenticias y porque su población era casi inapreciable en tan inmenso territorio; resultaba que el ejército, haciendo uso del mayor pillaje y esmero para atacar la propiedad particular, no podía subsistir en Texas más allá de un mes.

El general Santa Anna pensó, entonces, de una manera irreprochable, que si después de haber anunciado a la nación, con énfasis napoleónico, la reconquista de Texas y la carbonización del enemigo, volvía a la ciudad de México con un ejército de espectros desnudos, vacilantes, lúgubres, teñidos por el paludismo, completamente descarnados por el hambre, ulcerados por las enfermedades y abatidos por desastres climatológicos y guerreros, los besamanos se convertirían en mordidas, los Te Deums en maldiciones, los arcos triunfales en lapidaciones, los repiques en silbidos, y se cumpliría la ley histórica para los condotieros: basta una derrota para arrojarlos del poder, sellarlos como traidores, porque todos los pueblos que creen tener soldados invencibles, no conciben como motivo de derrota más que la traición de su tirano.

Cuando Santa Anna llegó a los escombros del que fue San Felipe de Austin, incendiado por el enemigo, debió aterrarse de tanta resolución de los rebeldes para que el ejército mexicano muriera de hambre lo más pronto posible. ¿Qué hacer entonces? Embarcarse en el primer puerto de Texas, para el Cópano, donde debía esperar las órdenes de S.E. la goleta de guerra mexicana, General Bravo, llegar a Tampico, subir a San Luis Potosí, enviar a México correos extraordinarios anunciando, que no habiendo ya nada que hacer en Texas, porque no quedaba más que la basura de la lucha, S.E. había dejado precisas instrucciones a sus generales y buenas escobas para que a lo más en veinte días quedase aseado el territorio de Texas de la rebelde canalla. Una vez enviados los correos, no había que hacer más que tomar algunos baños tibios y perfumados, afeitarse, plantarse el gran uniforme de gala, rociarse el pecho con un centenar de condecoraciones fantásticas por Austerlitz y Wagrams imaginarios, y aparecer en la capital con la solemnidad de un Budha, para que el populacho, quitando como siempre los caballos del carruaje presidencial, y sustituyéndose a las bestias, lo condujese a la Catedral, donde un estuche con frascos de óleos sacros, proporcionaría el bautismo de olímpica e imperecedera gloria, mientras en puro canto gregoriano, el obispo, adiamantado, haría arrodillar a todos los asistentes a los pies de divus Antonio reconquistador insigne de Texas.

Pocos días después aparecería saliendo de Texas el ejército de espectros desfallecientes y abatidos, mandados por generales con la cabeza baja, abrumados por la desesperación y la vergüenza, y entonces Santa Anna, con su aplomo habitual, señalaría a esos jefes como ineptos y cobardes, que no habían sabido cumplir sus instrucciones, y que por el contrario, habían destruído en pocos días su magna obra. Se les habría consignado ante un consejo de guerra, cuya consigna sería sentenciar a la deshonra y degradación a los jefes que no habían podido mantener muy alto las glorias legendarias del ejército y los ejemplos magno-alejandrinos del general Santa Anna. Poco importaba que la rueda de molino fuera el mismo calendario azteca de piedra pegado como parche al costado occidental de la Catedral, el país la hubiera tragado como una simple cápsula farmacéutica de éter o aceite de ricino. Santa Anna, como excelente condotiero, era lo único que conocía bien: la potencia del país para deglutir montañas como si fuesen píldoras, siempre que fueran de exquisito sabor para la vanidad nacional. El pedestal de todas las falsas glorias de Santa Anna, siempre fue nuestra megalomanía social.

Afortunadamente Houston nos libró del culto babilónico a Santa Anna por algunos años, y de los males que todos los dioses guerreros han causado a sus adoradores. La batalla de San Jacinto no significó nada para la patria; con ella, triunfando o derrotados, o sin ella, Texas estaba bien perdida desde el momento en que el ejército a duras penas y a ración de convaleciente en sus primeros días de restablecimiento, sólo podía durar a lo más un mes en territorio texano, o perecer. La batalla de San Jacinto, dicen los creyentes, que fue dedicada por la Providencia, especialmente al general Santa Anna para abatir su soberbia y castigar sus crímenes; y los que no son creyentes tienen que ver la batalla de San Jacinto, no como la obra de una providencia vengadora, sino como la obra maestra del mismo Santa Anna. Todos los tiranos abominables, han sido los arquitectos de su propio cadalso.



NOTAS

(1) Filisola, Defensa, pág. 9.

(2) Filisola, Defensa, pág. 9.

(3) Diario del general Almonte, pág. 13.

(4) Filisola, Defensa, pág. 10.

(5) Filisola, Defensa, pág. 11.

(6) Filisola, Defensa, pág. 11 y siguientes.

(7) Yoakum, History of Texas, tomo II, pág. 113.

(8) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 439.

(9) Manifiesto del general Santa Anna de 10 de Mayo de 1837.

(10) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 441.

(11) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 441.

(12 y 13) Manifiesto de 10 de Mayo de 1837.

(14) Filisola, Defensa, pág. 12.

(15) Filisola, Defensa, pág. 15.

(16) Filisola, Defensa, pág. 39.

(17) General Urrea, Diario de sus operaciones, pág. 20. Biblioteca Nacional.

(18) General Urrea, Diario de sus operaciones, pág. 39. Biblioteca Nacional.

(19) Manifiesto de 10 de Mayo de 1837.

(20) Documento citado.

(21) Documento citado.

(22) Martínez Caro, Primera campaña de Texas, nota de la pág. 19.

(23) Manifiesto de 10 de Mayo de 1837.

(24) Stuart Foot Henry, Texas and the texans, tomo II, pág. 46.

(25) Manifiesto de 10 de Mayo de 1837.

(26) Filisola, Guerra de Texas, tomo II, pág. 450.

(27) Martínez Caro, La primera Campaña de Texas, nota tercera de la pág. 36.

(28) Manifiesto de 10 de Mayo de 1837.

(29) Manifiesto citado.

(30) Manifiesto de 10 de Mayo de 1837.

(31) Manifiesto de 10 de Mayo de 1837.

(32) Manifiesto de 10 de Marzo de 1837.

(33) Mansfield R., Texas, pág. 414.

(34) Manifiesto.

(35) Manifiesto.

(36) Mansfield R., Texas, pág. 512.

(37) Martínez Caro, Primera campaña de Texas, nota de la pág. 21.

(38) Manifiesto.

(39) Martínez Caro, Primera campaña de Texas, nota de la pág. 24.

(40) Filisola, Defensa, pág. 2.

(41) Filisola, Defensa, pág. 13.

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