Índice de Las grandes mentiras de nuestra historia de Francisco BulnesPrimera parte - Capítulo IPrimera parte - Capítulo IIIBiblioteca Virtual Antorcha

LAS GRANDES MENTIRAS DE NUESTRA HISTORIA

Francisco Bulnes

PRIMERA PARTE

Capítulo Segundo

EL DESENLACE INESPERADO DE LA INVASIÓN


Llegamos al momento en que el general Santa Anna, héroe de esta campaña, entra en escena. Santa Anna, ha sido elogiado por todo lo que hizo desde que supo en Veracruz el proyecto del gobierno español, hasta la capitulación del jefe Barradas. La expedición invasora produjo a Santa Anna la banda de general de división y el ser reputado como uno, sino como el primero de los capitanes del siglo, por los mexicanos admirados ante imaginarias hazañas.

El general Santa Anna, tan pronto como tuvo noticia de la salida de la Habana de Barradas por una fragata de guerra francesa que tocó en Veracruz el 16 de Julio de 1829, procedente del expresado puerto cubano, no esperó órdenes del gobierno federal y, con su carácter elevado de gobernador y comandante militar del Estado de Veracruz, se dedicó a organizar rápidamente fuerzas para ayudar a combatir la invasión española. No obstante sus grandes esfuerzos sólo logró reunir mil sesenta y cuatro hombres; los que fueron equipados, atendidos, municionados y puestos en marcha con recursos del Estado de Veracruz, entre ellos un préstamo de 20000 pesos.

Si el general Santa Anna dió pruebas con motivo de la expedición de Barradas de patriotismo y actividad, las dió también de ser un infeliz como militar. La expedición española venía de la Habana escoltada por un navío de línea, El Soberano, dos fragatas de primera, Restauración y Lealtad, del bergantín Cautivo y de varias lanchas cañoneras. Con esta flota había de sobra para capturar sin resistencia todas las fuerzas que el gobierno mexicano quisiera enviar por mar de Veracruz á la costa de Tampico.

Era evidente que la flota española, después del desembarco de Barradas, debía cuidarlo, apoyarlo y hacer el crucero entre Tampico y Veracruz, lo cual fue efectivamente convenido entre Barradas y el jefe de la flota, Laborde: En el mismo día (29 de Julio) y por unánime acuerdo de los comandantes de mar y tierra, se dispuso que la escuadra se hiciese a la vela con objeto de hacer el crucero sobre el puerto de Tampico y Veracruz, hasta que las circunstancias no obligaran a cambiar de parecer (1).

Escogiendo Santa Anna ir de Veracruz por mar a Tuxpan, para de allí por tierra seguir hasta Tampico; no se exponía, se entregaba a la flota española sin tener medios de resistir, pues nuestra marina de guerra era pequeña, inservible e incapaz de sostener dos minutos un combate naval con los españoles. ¿Sabía Santa Anna que Laborde tenía órdenes secretas del gobernador de la isla de Cuba, para no hacer el crucero y dejar a Barradas completamente abandonado en un país que podía ser completamente enemigo como lo fue? ¡Imposible!

Ignorando Santa Anna las órdenes rigurosamente secretas dadas a Laborde; tenía a lo más como probabilidades de escapar a la captura de todas sus fuerzas y recursos de guerra en la travesía o durante el desembarco, una contra noventa y nueve en cien. ¿Con qué objeto Santa Anna dispuso esta marcha marítima insensata?

Suárez Navarro, el panegirista del héroe no quiere, no, dice, defraudar a la historia de los pormenores de la gran hazaña, y escribe: Formó una escuadrilla para atravesar el seno mexicano, que debía suponer vigilado por las poderosas embarcaciones de los enemigos (2). Se comprende que un golpe de audacia sea recomendable, cuando se trate de salvar algo muy grande en peligro inminente de perecer, si no se le presta inmediato auxilio; por ejemplo una plaza fuerte conteniendo inmenso material de guerra y numerosa guarnición próxima a capitular. Un ejército de auxilio si vale más o igual a lo que se perdería con la capitulación, no debe exponerse a una catástrofe demasiado probable; pero en ningún caso debe jugarse a favor de una probabilidad cqntra noventa y nueve, la existencia de un cuerpo de tropas que nada ni nadie reclama con urgencia a costa de su segura pérdida. ¿Qué interés urgente obligaba a Santa Anna a someterse al peligro casi sin salvación de perder todas sus fuerzas y elementos de guerra? ¿Batir al enemigo antes de que recibiese refuerzos, según nos lo dice el mismo Santa Anna?

La noticia del desembarco de Barradas llegó a Veracruz el 2 de Agosto de 1829, y se estimaba la fuerza desembarcada en cuatro mil hombres. ¿Pretendía Santa Anna derrotar con mil hombres a cuatro mil soldados españoles, verdaderamente soldados? Si tal cosa pretendía, probaba con ello, no ser militar.

A lo que parece, ninguno era militar en México en 1829; una expedición invasora sólo desembarca cuando se halla reunida la fuerza suficiente para resistir con éxito el primer choque del invadido. Era muy sospechoso que sólo hubieran desembarcado cuatro mil hombres, porque como digo, los desembarcos de invasión se hacen generalmente de un solo golpe como lo hizo Scott en las playas de Veracruz en 1847. Santa Anna sólo podía ambicionar ser de los primeros en llegar al territorio invadido, para unirse a otras fuerzas mexicanas capaces de batir al enemigo. Si el jefe mexicano en el Estado de Tamaulipas, tenía fuerzas suficientes para batir a Barradas, era imbécil entregar las fuerzas organizadas en Veracruz a la flota de Laborde, y si no las tenía, nada había de urgente para que dicho jefe no esperase la incorporación de Santa Anna seis o siete días, y sí era insensato entregar casi con plena seguridad a Laborde estos útiles refuerzos.

Suárez Navarro, dice: ... ordenó (Santa Anna), la marcha rumbo a Tampico, dirigiendo personalmente la infantería por mar y mandando la caballería por tierra (3). ¿Y por qué no también la infantería? Por donde pasa la caballería pasa la infantería. ¿Lo hacía porque le era fácil transportar por mar los pertrechos de guerra? Bien podían ir éstos por mar y la infantería por tierra. Si Laborde los capturaba se perdían únicamente los pertrechos; pero como lo dispuso Santa Anna era casi seguro que todo se perdería: pertrechos, más infantería, más Santa Anna, más el prestigio de los militares mexicanos.

Por otra parte, además de la flota de Laborde, había que tener en cuenta la voluntad del mar que podía oponerse al viaje como sucedió, pues habiendo salido Santa Anna de Veracruz el 4 de Agosto, llegó a Tuxpan donde desembarcó hasta el 11, Y habiendo corrido peligro de perecer alguna de nuestras embarcaciones. Es decir, como se dice vulgarmente, por un verdadero milagro no fue capturado por Laborde y llegó dos días después de la fecha en que había de haber llegado la infantería a Tuxpan, si hubiera ido por tierra. De modo que su golpe de audacia fue un fracaso, puesto que no copsiguió llegar por mar al lugar de su destino con la prontitud proyectada.

¿Y qué hizo cuando llegó frente a Barradas? no lo atacó sino que para atacar a Barradas y al grueso del ejército español esperó un mes, que pasó mirando a Terán construir fortificaciones y establecer baterías. Su ataque del 20 de Agosto a los 400 hombres del coronel Salmón, que una torpeza de Barradas hizo que dejara en Tampico, no pudo ser prevista. De manera que corrió el peligro de perecer casi con seguridad para contemplar todo un mes al enemigo, sin atacarlo, yen ese mes pudo recibir Barradas considerables refuerzos y batirlo. En Alemania, Francia, Inglaterra o Estados Unidos, en cualquiera nación con verdadero ejército, Santa Anna, por su marcha marítima, hubiera sido condenado por un consejo de guerra y destituído de mando elevado, en vez de recibir la banda de general de división.

Todos nuestros historiadores, toda la prensa de la época, y aun el gobierno, elogió el ardiente patriotismo de Santa Anna que había sido el primero en volar al encuentro del enemigo. No estoy conforme con los elogios prodigados a Santa Anna por su patriotismo; pero condeno resueltamente los que se le dirigieron como militar. Un militar no tiene la facultad de conducirse por sus inspiraciones, sino que está obligado a obrar obedeciendo las órdenes que le comuniquen sus superiores y a falta de esas órdenes, no puede dar paso, ni correr ni volar, si a ello se opone la Ordenanza.

El general Santa Anna, era el comandante general de Veracruz, y como tal estaba sujeto al mando supremo del presidente de la República, quien debía dictar sus órdenes por conducto del Ministerio de Guerra y Marina. Zamacois dice que el general Santa Anna era también gobernador del Estado de Veracruz, y aun cuando así fuera y conforme a la Constitución de 1824, el gobernador de un Estado no podía al frente de sus milicias invadir a otro Estado, como sucedió en el caso, que Santa Anna, con fuerzas federales y locales veracruzanas, invadió el Estado de Tamaulipas. Era facultad exclusiva federal, disponer de las fuerzas de un Estado fuera de su territorio.

¿Había el general Guerrero delegado sus facultades constitucionales al general Santa Anna, o lo había autorizado para obrar libremente? Ninguno de los historiadores lo dice y yo no he encontrado esa autorización no obstante que con insistencia la he buscado. Por el contrario, hay historiadores como Lerdo de Tejada que precisamente elogia en Santa Anna su espontaneidad, lo que claramente significa que no obró por órdenes del gobierno.

La conducta del general Santa Anna, volando espontáneamente al encuentro del enemigo, fue la de un mal militar y la de un mal patriota. Fue un mal militar porque los comandantes generales de los Estados no pueden abandonar éstos personalmente o con sus fuerzas sin el permiso u orden del Ministerio de guerra. Fue un mal militar, porque no solamente abandonó su puesto sin la respectiva autorización, sino que se llevó consigo a las fuerzas federales y del Estado sin facultad para ello. Fue un mal militar porque se embarcó con todas las fuerzas y elementos de guerra que tenía Veracruz para ir al encuentro seguro de la poderosa flota española que forzosamente debía proteger a Barradas y vigilar la costa entre Tampico y Veracruz. Fue un mal militar porque expuso a sus fuerzas a un peligro inminente para ir a Tamaulipas y permanecer un mes sin atacar a Barradas, lo que prueba que no era urgente su presencia en Tamaulipas o que si lo era, fracasó por no haber satisfecho esa urgencia; es decir, sin necesidad se puso en condiciones de ser hecho prisionero con todas sus fuerzas y recursos bajo la humillación de no poder disparar siquiera un tiro a la flota de Laborde. Por último, fue un mal militar; porque por lo mismo que Barradas había desembarcado cerca de Tampico con un cuerpo de ejército insignificante para conquistar a la República, y aun para internarse siquiera 20 leguas; podía suponerse con fundamento, que el desembarco en Cabo Rojo, tenía por objeto llamar la atención del gobierno en ese lugar para que concentrara sus fuerzas en Tamaulipas y dejase abandonados y debilitados otros puntos mejores para hacer el desembarco del grueso de las fuerzas expedicionarias.

En efecto, ¿qué hubiera sucedido si mientras a Santa Anna lo capturaba la vigilante flota de Laborde en su travesía para Tuxpan, hubiesen desembarcado cinco o seis mil españoles en las playas de Veracruz? Hubieran tomado la ciudad con la facilidad con que tomaban su rancho los soldados y el gobierno hubiera perdido el primer puerto y se hubiera encontrado repentinamente con el enemigo a cien leguas de la capital.

En este caso que no sólo era posible, sino probable y casi impuesto por los preceptos de buena estrategia; el pueblo hubiera gritado: ¡qué estupidez la de Santa Anna! embarcarse sin elementos para no resistir un minuto a la flota española y cuando debía estar seguro que lo vigilaba. ¡Entregar todo como un niño entrega sus juguetes a su preceptor que le reprende! ¡Qué imbecilidad la de Santa Anna! dejar abandonada la primera plaza marítima del país, por ir a correr una aventura militar indigna hasta de la inteligencia de un tiburón! ¡Qué acto de indisciplina, abandonar sin órdenes y con toda su guarnición una plaza fuerte, en los momentos en que estaba amenazada por la probable llegada del enemigo! ¡Qué insubordinación! ¡moverse para atacar al enemigo, sin órdenes terminantes y todo para despojar del mando y disputarlo al jefe que el gobierno había mandado para defender Tamaulipas! ¡Oh soez ambición de Santa Anna!

Como lo he dicho, Santa Anna no tuvo éxito en su golpe de audacia porque el mar se le opuso y tardó en llegar a Tuxpan más tiempo del que hubiera consumido yendo sin riesgo por tierra. Y si Laborde no lo capturó, no fue por la habilidad de Santa Anna para evitar la caza, sino porque la flota española se volvió a la Habana abandonando a Barradas a todo el rigor de su suerte, y este hecho infame único en la historia de España y de todas las naciones, ni Santa Anna, ni profeta u oráculo sagrado pudo predecirlo.

Lo que se le ha aplaudido a Santa Anna como patriotismo, ha sido el éxito de una imbecilidad debida a otra mayor imprevista cometida por el gobernador de la Habana, al dar órdenes a Laborde para que tan pronto como desembarcara Barradas lo abandonara; de modo que el aplaudido por los mexicanos debía ser Fernando VII cuyo cretinismo salvó a Santa Anna. Lo que el público y nuestra viciosa historia aplaude como patriotismo, es un acto de insubordinación, de indisciplina, un ejemplo funesto para el ejército.

¿Cómo admitir que al ser amenazado el país por una invasión extranjera, al jefe de las armas federales en Puebla se le ocurra por patriotismo marchar a Acapulco; que al jefe de las armas en Jalisco se le ocurra imponer un préstamo forzoso y marchar a cortar al enemigo la retirada en Chihuahua; que al jefe de las armas en Chihuahua se le ocurra siempre por patriotismo, colocarse como primera reserva en Oaxaca y que al jefe de las armas en Sonora se le ocurra vigilar la frontera de Guatemala? Si esto sucediera se aseguraría que en México todo había o todo podía haber, hasta patriotismo, menos ejército. Ahora bien, el buen patriotismo, el verdadero, el inteligente, no el analfabeta; indica que sólo verdaderos soldados pueden defender a una nación por medio de operaciones militares y que sólo hay verdaderos soldados cuando hay disciplina, y sólo hay disciplina cuando los jefes se sujetan á la ley militar, que no consiente patriotismos, ni inspiraciones, ni aventuras, sino conocimiento del primer deber del soldado, la obediencia, energía e inteligencia para cumplirlo. El buen patriota debe exigir que el ejército sea disciplinado para que pueda ser útil a la patria, pues si se busca la defensa por medio de guerrillas, no hay necesidad de ejército, ni de que la nación se sacrifique pagando elevadísimos presupuestos de guerra, para que cuando el enemigo se presente, los jefes dejen de ser militares para convertirse en dementes patriotas. Santa Anna fue pues con su patriotismo un mal patriota porque no puede dejar de serio un militar indisciplinado, loco o perverso, que comete imbecilidades trascendentes. En cualquiera nación civilizada hubiera sido castigado Santa Anna por el consejo de guerra a quien le hubiera tocado juzgar de su patriotismo espontáneo y sin igual.

He afirmado que ningún libro de historia enseña que Santa Anna tuviese orden de abandonlir a Veracruz para marchar a Tampico y que habiendo buscado yo esa autorización no he podido encontrarla; pero lo que sí es de intachable verdad, es que Santa Anna no pudo sacar las fuerzas del Estado de Veracruz para el de Tamaulipas, porque conforme a la Constitución de 24, sólo lo podía hacer el presidente de la República, previo el consentimiento del Congreso y este consentimiento lo tuvo el general Guerrero el 12 de Agosto, cuando hacía ocho días que Santa Anna había abandonado la plaza de Veracruz.

Suárez Navarro, el panegirista de Santa Anna nos dice: Como hemos dicho, el general Don Antonio López de Santa Anna, se preparaba para batir al enemigo en cualquier lugar que hubiese desembarcado (4). Santa Anna era solamente general de brigada. ¿No había generales de división en la República? ¿No había generales de brigada más antiguos que él? ¿No había un ministro de la Guerra, para nombrar jefe de las operaciones contra Barradas, al general que le conviniese? ¿Entonces, por qué Santa Anna se preparaba para batir al enemigo en cualquier lugar que hubiese desembarcado? El general que debía prepararse era el que el supremo gobierno nombrase al efecto y a Santa Anna no le tocaba hacer más que lo que le ordenase el gobierno, aun cuando fuera que no concurriese ni como jefe, ni como subordinado a batir al enemigo. Resumiendo: Santa Anna, que ya había dado muestras de malsana ambición, y estimando en su justo valor la debilidad de Guerrero, determinó crearse dictador para hacer la campaña contra Barradas. Y el general Guerrero que en su carácter como patriota, era un héroe, como hombre de Estado era una mujer y encontró o fingió encontrar admirable la conducta de Santa Anna y antes que éste hiciese algo de importancia contra Barradas, premió su insubordinación y su falta de verdadero patriotismo, otorgándole la banda azul de general de división; cuyo nombramiento recibió Santa Anna el 29 de Agosto de 1829. El público aplaudía estas locuras porque confundía la Ordenanza con la vida de Don Quijote y con la de los espadachines del drama erótico español.

Si el general Santa Anna se portó mal como militar demostrando indisciplina e impericia por haber emprendido la marcha por mar cuando pudo haberla hecho por tierra; en cambio como gobernador de Veracruz, dió pruebas de actividad, de interés, de patriotismo, que lo hacía con justicia eminentemente simpático al público, que comparaba su conducta con la muy censurable de los demás gobernadores de los Estados: Los Estados en nada habían cooperado para los gastos de la administración, y no podía citarse un solo acto del gobierno federal que menoscabara en todo o en parte la soberanía de esos poderes, que durante la invasión española habían permanecido encastillados en sus provincias siendo simples espectadores del conflicto nacional (5). Rivera nos enseña: Ningún Estado quiso obedecer la ley de contribuciones, es decir ningún Estado quiso contribuir con lo ordinario, ni con lo extraordinario para los gastos de la guerra.

¿Son censurables esos gobernadores por no haber hecho lo que el de Veracruz; echar leva de indios, recoger vagos, pordioseros, asesinos, para alistarlos por fuerza en el ejército; solicitar préstamos voluntarios y exigidos forzosos e intimidar a los Ayuntamientos para que con excepción del de la Ciudad de Veracruz, facilitaran recursos y procurasen fingir movimientos entusiastas patrióticos?: en una palabra ¿eran censurables los gobernadores, por no haber impuesto con su tiranía, a la inercia, timidez o indiferencia nacional, el patriotismo volcánico, estrepitoso y rugiente de los pocos? Ciertamente eran culpables porque este había sido el único medio de hacer que hubiese patriotismo efectivo. Sin los patriotas, eminentes, valorosos y heroicos que siempre hemos tenido y que a la fuerza, a culatazos, a cintarazos, y préstamos forzosos, han obligado a sus compatriotas a llenar sus altos deberes nacionales, nos hubiera conquistado el que hubiera querido. Para la guerra de guerrillas ha habido siempre voluntarios, gran parte de ellos atraídos por el bandolerismo libre. Para la guerra militar, casi la totalidad de los soldados rasos han sido forzados por la leva y han manifestado por la deserción en escandalosa escala, su disgusto. La falta de espíritu público hace que en México sólo sea posible la vida nacional por el rigor del espíritu oficial. El despotismo entre nosotros llega a ser el primer protector de los derechos nacionales que sin él serían perdidos por la falta de vigor social.

Pero si justamente la conducta de Santa Anna como gobernador fue digna de alabanza porque fue déspota inexorable para hacer cumplir altos deberes patrióticos; más censurable que la conducta apática de los gobernadores, debió ser la del pueblo que no necesitaba del permiso, ni del apoyo, ni del consejo de los gobernadores, para mostrarse patriota; no con fanfarronadas y palabras tabernarias; sino presentándose al gobierno pidiendo armas, vaciando su bolsillo en las arcas públicas, empeñando su crédito para el aumento de recursos y marchando al combate, valoroso. La censura a los gobernadores, era la triste prueba de que el pueblo aun no había comprendido lo que es patriotismo cuando sentía que sólo hubiera habido un déspota, Santa Anna, para hacer cumplir con las armas, obligaciones que debían llenarse voluntariamente y con noble entusiasmo.

He dicho que el general Santa Anna zarpó de Veracruz con sus fuerzas en frágil escuadrilla el 4 de Agosto de 1829, y que llegó a Tuxpan el 11 del mismo mes (6): Mientras que el general en jefe enemigo entraba en Altamira, el caudillo de las tropas mexicanas (Santa Anna) sorprendió la plaza de Tampico, en donde había dejado Barradas al coronel Salomón con una fuerza de quinientos hombres para sostener el punto y el de la Barra. El general Santa Anna, luego que hubo alistado su división, trató de aprovechar la ausencia de la mayor fuerza enemiga, reunió cuantas canoas y botes pescadores pudo haber a las manos para pasar el río Pánuco, y se preparó al asalto de una manera decisiva.

Con el mayor silencio comenzó a embarcar sus tropas a las diez de la noche del jueves 20 de Agosto, cuando la mayor parte de los soldados mexicanos estaban en el lado de Tampico, a sólo distancia de tiro de fusil del campo español, un miliciano cívico a quien era nueva la empresa que se meditaba, disparó un tiro que fue inmediatamente contestado por el resto del cuerpo en que iba ese inexperto soldado. Descubierto el ardid que había comenzado a poner en práctica el general Santa Anna, se hizo indispensable seguir la marcha de frente; sus fuerzas eran doscientos hombres del tercero de línea; ciento treinta de las compañías de preferencia de los batallones 2 y 9; cuarenta artilleros, algunos cívicos de las cercanías y dos escuadrones con fuerzas pequeñas de las que pertenecían a Jalapa, Orizaba y Veracruz.

Esta fuerza se dividió en tres columnas. Santa Anna, mandó avanzar y a la una y media de la noche entró a Tampico, arrollando a cuantos enemigos se presentaban. Se disputa palmo a palmo el terreno, los mexicanos sostienen el fuego vivísimo que les hacía el enemigo, a quien en momentos redujo Santa Anna a los puntos fortificados de la playa, protegidos por las embarcaciones menores que había en la boca del río. El ataque se prolongó hasta las dos de la tarde del 21, hora en que el general Salomón enarboló la bandera blanca pidiendo parlamento para capitular y rendir sus armas (7).

La versión española sostiene que fue Santa Anna quien enarboló bandera blanca, para proponer al enemigo que capitulara, y que Salomón aceptó para dar tiempo a que Barradas llegase de Altamira con el grueso del ejército pues le había sido enviado un correo desde que comenzó el ataque solicitando su auxilio.

No bien habían comenzado las conferencias entre los comisionados de una y otra parte, cuando un torbellino de polvo anunciaba que el general Barradas se aproximaba con dos mIl quinientos hombres, en auxilio de sus tropas batidas en Tampico. La violenta marcha del invasor, que abandonaba a toda prisa el punto de Altamira, pudo retardarse cuando menos si el general Garza le hubiera hostilizado por retaguardia como pudo hacerlo y como se le había prevenido; tal falta iba a frustrar la victoria ya conseguida con tanto sacrificio y valor, e igualmente compiometía a nuestras fuerzas a una derrota, de la que salió por la serenidad y arrojo de su general y de los bizarros soldados (8).

En situación tan crítica, Santa Anna formó sus tropas y se preparó al combate contra toda la fuerza del enemigo. Barradas se contiene, sorprendido de tanto arrojo, se instruye que Salomón había pedido parlamento y que se estaba en aquel acto acabando la capitulación; no se atrevió á romper el armisticio y sólo se limitó a solicitar una entrevista con el jefe mexicano, en medio de ambas fuerzas. La versión mexicana consignada en los apuntes del coronel mexicano Iturria que se hallaba presente, y de donde Zamacois toma el dato citando a Iturria, dice (9): Santa Anna, aprovechando los instantes en que se trataba de las condiciones de la capitulación, trató de embarcar (pues sabía la llegada de Barradas, por haber capturado el coronel mexicano Castrillón al correo que traía a Salomón la noticia) su tropa en las canoas y botes en que la había pasado; pero en aquellos momentos se presentó Barradas con su división sin que hubiesen podido molestarle en el camino Garza ni Terán por el mal estado en que se hallaba su gente con motivo de los encuentros anteriores, y entonces permaneció quieto a la cabeza de sus soldados haciendo saber al bngadier español por medio de un ayudante, que se había entrado en conferencia con el coronel Don Miguel Salomón, porque éste había pedido parlamento. Barradas pudo romper el armisticio, puesto que aun nada se había arreglado, ni se había acordado que nadie pudiese ir en auxilio de sus respectivos compañeros; pero queriendo usar de una política de moderación y conciliadora se limitó a tener una entrevista con el jefe mexicano en medio de ambas fuerzas.

La versión de Iturria, que es la de Zamacois difiere del panegirista del general Santa Anna en dos puntos. Suárez Navarro, no dice que fue Santa Anna quien informó a Barradas de hallarse en armisticio con Salomón, y además, Suárez Navarro quiere hacer pasar como gran arrojo de Santa Anna que a la llegada de Barradas y estando aquél en armisticio, hubiera permanecido al frente de sus fuerzas.

Si Santa Anna se hubiera podido ir lo hubiera hecho y si no lo hizo fue porque estaba entre el río y Barradas. Situación muy comprometida como lo reconoce el mismo Suárez Navarro. No pudiendo dejar Tampico, no quedaba a Santa Anna más recursos que batirse o capitular, después de conocer la opinión de Barradas sobre el armisticio que Barradas podía romper pero con previo aviso a Santa Anna, de otro modo hubiera procedido Barradas indignamente. Lo que Barradas podía hacer teniendo en sus manos a Santa Anna era prevenirlo de que rompía el armisticio y darle un plazo corto para capitular, rendir o combatir. Y una vez que esto hubiera sucedido y que Santa Anna hubiese optado por combatir contra un enemigo muy superior; se debió entonces llenar de elogios a Santa Anna por su heroísmo. Pero simplemente por mantenerse quieto cuando llegó Barradas, porque no tenía salida, no se le puede aplaudir por arrojado, ni decir que su serenidad fue lo que salvó a su fuerza. No es posible que Barradas, que volvía triunfante de Altamira y que había venido a toda prisa para auxiliar a Salomón, hubiese tenido miedo a Santa Anna que tenía sólo la cuarta parte de las fuerzas españolas al momento de llegar Barradas. Si este jefe hubiera tenido miedo a Santa Anna, no hace una jornada violenta de siete leguas para ponérsele enfrente.

¿Por qué cambió de conducta Barradas? ¿por qué el 16 y 17 salió a batir a Terán y a Garza, y habiendo triunfado no quiso después batir a Santa Anna, lo que le era muy fácil, por tener una fuerza disciplinada y valiente cuatro veces superior a la de Santa Anna? Algunos historiadores, como Lerdo de Tejada, creen que fue porque Barradas creyó que las fuerzas de Santa Anna no presentes al otro lado del río Pánuco, eran numerosas, y temía que se le vinieran encima. En primer lugar Barradas era verdadero militar y esto le debía hacer comprender que si Santa Anna no había podido tomar a Tampico desde la una y media ante meridiano del día 21, hasta las dos de la tarde del mismo día, hora en que el coronel Salomón enarboló la bandera blanca, era porque Santa Anna no tenía reservas que sirven precisamente para terminar ataques bien empezados. Si Santa Anna hubiera tenido reservas, y dado el buen comportamiento de la tropa que atacó, hubiera podido hacer rendir las armas y capitular antes de la llegada de Barradas, pues como dice el panegirista Suárez Navarro; en momentos redujo Santa Anna a su enemigo a las fortificaciones de la playa, ¿por qué no asaltó y tomó en menos de una hora esas fortificaciones? ¿Por qué después de haber reducido en momentos al enemigo a sus últimas posiciones, no pudo tomarlas en doce horas? Por falta de reservas. No era posible que un militar creyese en las reservas de Santa Anna;.pero aun suponiendo que existiesen, había entre ellas y Santa Anna un río no vadeable como el Pánuco, y Barradas tenía tiempo de vencer a Santa Anna y hacerlo prisionero sin que éste pudiera ser auxiliado.

Tan era indiscutiblemente fuerte y decisiva la situación de Barradas, que por no haber querido apoderarse de Santa Anna fue acusado en España de traición y de haberse vendido al oro mexicano, lo que no es posible; desde luego porque Santa Anna no tenía oro, ni plata, ni crédito, ni había en Tampico quien le fiase un peso. La única explicación de tan notable hecho de Barradas debe encontrarse en sus propias palabras y en lo que no quiso decir.

Barradas al desembarcar en Cabo Rojo se encontró con milicias que formaban masas cobardes como todas las masas que no son de soldados, pues el arrojo cívico es una excepción. Había también tropas regulares, que al mando de un general, cobarde, inepto, sin prudencia, no podía dar más que tristes ejemplos de desmoralización y virilidad casi china. El general Terán era valiente, y muy recto, pero no mandaba en jefe y la tropa que estuvo a sus órdenes fue poca y dañada ya por la cobardía de Garza. Barradas debía creer que todos los jefes mexicanos eran poco más o menos iguales a Garza y que todos los batallones mexicanos eran aglomeraciones de liebres. El ataque a Tampico, vigoroso, valiente, cerrado, audaz, digno de buenas tropas de la misma calidad que las españolas, debió haber desengañado a Barradas y héchole comprender que estaba derramando sangre española y mexicana sin objeto. Con las fuerzas que tenía reducidas por las enfermedades Y las balas a 2000 hombres, abandonado por los suyos, casi traicionado por su propio rey, que no le deja ni barcos para retirarse y viendo sobre todo que ningún mexicano se le había acercado para convertirse en vasallo del rey de España, debió creer que ya era tiempo de acabar con una situación insostenible que lo podía llevar más que a la derrota, al ridículo. Estos sentimientos influyeron probablemente en la decisión de Barradas consignada en los apuntes del coronel mexicano Iturria, de donde Zamacois ha tomado los datos relativos á este punto exclusivamente.

La conferencia (entre Barradas y Santa Anna) se redujo de parte de Barradas a manifestar que no había sido enviado por su monarca para hacer daño a los pueblos, sino en lo que anhelaban unirse a España; que por lo mismo podía dirigirse libremente con sus tropas a su cuartel general para entrar desde allí en contestaciones que evitasen el derramamiento de sangre y los horrores de la guerra. Santa Anna contestó que nadie como él anhelaba ahorrar a la humanidad los dolorosos excesos de una lucha y embarcando enseguida a su tropa, cruzó tranquilo el río dirigiéndose a Pueblo Viejo donde tenía su cuartel general. (10).

Barradas pudo en vez de colocar libre y sano a su enemigo en su cuartel general para tratar después con él, imponer si no una capitulación a Santa Anna, sí un convenio para terminar la guerra que no tuviese para Barradas el carácter de capitulación y Santa Anna hubiera tenido que aceptarlo. También pudo Barradas batir la corta fuerza de Santa Anna, tomarle prisionero y tratar con Terán en buenas condiciones para volverse a la Habana. La conducta de Barradas fue generosa, un buen rasgo español de clásica hidalguía en que para tratar libremente con el enemigo se comienza por dejarlo libre. La interpretación de Suárez Navarro de que Barradas con dos mil hombres, soldados viejos españoles y cuatro baterías tuvo miedo a Santa Anna al frente de 600 hombres y dos cañones, es ridícula después de haber vencido en todos los encuentros Barradas a nuestras fuerzas, y haber hecho prisionero a su jefe Garza y de no haber dado el más ligero signo de timidez, ni la más pequeña sospecha de no merecer el renombre que siempre había acompañado en todo el mundo a las tropas españolas.

Ese mismo día o al siguiente debió haber terminado la guerra, si Santa Anna no hubiera pensado antes que en la humanidad y en su patria, en su ambición personal.

Era imposible suponer que la flota de Laborde había abandonado definitivamente a Barradas. No lo creía así el Gobierno mexicano y la prueba de ello es que Suárez Navarro nos dice: Cuando sucedía esto (los sucesos de Tampico), nuevos anuncios sobre desembarco de tropas venían a aumentar las aflicciones del Gobierno y dar pábulo a la agitación de los partidos (11). Luego no solamente se temían si no que se llegó a anunciar el desembarco de nuevas tropas lo que aumentaba las aflicciones del Gobierno. Esto significa que el Gobierno se sentía sin recursos, débil, expuesto a un desastre con el desembarco de nuevas tropas españolas que era lo indicado.

Podía muy bien suceder que Fernando VII bien aconsejado y viendo fracasado su plan de reconquistar a Mexico más que con sus tropas con sus partidarios en Mexico, se inclinase del lado del plan de Iguala y se conformase con hacer soberano de México independiente a un príncipe de su casa. Y si en México en 1829 había muy pocos partidarios de la reconquista, los había muy numerosos, muy influyentes, y muy decididos por la monarquía bajo un príncipe español. El partido que trajo a Maximiliano era más poderoso en 1829 que en 1861 y el clero que lo apoyaba era más rico, más intransigente, más temible antes que después de la guerra de Reforma. Soy de la opinión de Arrangoiz en cuento a que tengo la convicción de que si detrás de Barradas hubiera venido un príncipe español al frente de diez mil hombres proclamando la monarquía católica, borbonista, independiente de España; el Gobierno republicano se hubiera hundido inmediatamente levantándose sobre sus ruinas un trono que hubiera durado poco menos que el de Maximiliano.

Este peligro era demasiado claro y Santa Anna debió haberse esmerado en evitarlo, procurando cuanto antes hacer la paz y reembarcar a Barradas, lo que le ponía en posesión de Tampico que el jefe español había tomado perfectamente artillado, y con lo cual daba un golpe mortal, material y moral a las pretensiones de España cualesquiera que fuesen.

podía suceder también que Barradas recibiese cinco o seis mil hombres de refuerzo, que unidos a los existentes en Tampico y apoyado por una escuadra poderosa que dominara el río con lanchas cañoneras, permaneciera dos, tres o más años como Rodil en el Callao. Para atacar a los españoles en el caso supuesto hubiera sido preciso emplear 25,000 hombres por lo menos con todos los recursos competentes para tan difícil obra. Arreglar una expedición de esa naturaleza contra Tampico no le hubiera sido posible al Gobierno hacerlo ni en un año y si además el gobierno español colocaba dos barcos para bloquear a Veracruz, el mexicano se hubiera quedado sin rentas, la situación se hubiera puesto espantosa y quién sabe si Barradas en esas condiciones hubiera encontrado partidarios hasta para la reconquista. Si Santa Anna no pensó en este caso muy probable, no era militar, ni político, ni patriota.

Interesaba también no exasperar a España, humillando o tratando de humillar sus armas, porque lo menos que podía hacer, sin que pudiésemos oponernos, era bloquear nuestros puertos del Atlántico, arruinando nuestro comercio exterior, causando el hundimiento del Gobierno, la expansión de la anarquía y la miseria a un grado de disolución social.

Era una cuestión de verdadero honor para México no ensañarse contra un puñado de militares que no había hecho más que llenar su deber obedeciendo las órdenes de su rey. Es hidalgo, hermoso, teatral, excitante, ser duro y altivo con un enemigo poderoso, pero contra dos mil soldados abandonados en una costa mortífera, es digno sólo de fanfarrones con discutible valor quererles arrojar el peso de la indignación de un pueblo de siete millones, cuando están dispuestos a aceptar condiciones honorables de paz.

Barradas había hecho más de tres mil prisioneros mexicanos en distintos encuentros, entre ellos al general Garza, jefe de la defensa nacional antes de la llegada de Santa Anna, y se había portado siempre con generosidad, cortesía y verdadera distinción. Santa Anna mismo le debía su libertád y la salvación de sus ambiciones, pues si Santa Anna hubiera sido aplastado como debió serio el 21 ae Agosto por Barradas, pierde su indiscutible mal adquirida popularidad y probablemente nunca hubiera sido dictador de la República.

Por último, nos pudo suceder algo de muy bochornoso: podía de un momento a otro volver la escuadra española no para traer refuerzos, sino para recoger a Barradas y su fuerza antes de que el ejército mexicano lo hubiera obligado a capitular y habría sido como he dicho una humillación intolerable, que hubieran desembarcado 2,700 españoles en nuestras playas, que se hubieran apoderado del segundo puerto de la República con toda su artillería, que hubieran derrotado a todas las fuerzas que se les presentaban, haciendo prisionero a su jefe y que se hubieran reembarcado tranquilamente llevándose nuestros cañones, banderas y demás trofeos, sin recibir el menor daño. Este caso era más que probable.

Santa Anna estaba pues obligado como mexicano, como militar, como político, como patriota, y como humanitario a hacer la paz cuanto antes, ofreciendo a Barradas una capitulación o convenio honroso. Santa Anna después que recibió de Barradas la libertad, debió escribirIe desde que llegó a su campamento: Estoy a las órdenes de usted para hacer la paz, bajo la base indeclinable de nada escuchar de contrario a la independencia de la nación y al honor del ejército. Pero no obró así, y Barradas cuatro días después, el 25 de Agosto le dirigió la siguiente carta:

Señor D. Antonio López de Santa Anna.

Tampico de Tamaulipas, 25 de Agosto de 1829.

Muy señor mío:

V.S. debe estar penetrado de mi honrado proceder, así como lo estoy yo de los sentimientos que animan a V.S. Deseo tener con usted una entrevista en el Humo acompañado de mi secretario D. Eugenio Aviraneta, para tratar asuntos que interesan a V.S. y a todos en generál.

Se ofrece de V. etc.

Isidro Barradas (12).

La contestación del general Santa Anna fue:

Señor D. Isidro Barradas,
Pueblo Viejo de Tampico.
Agosto 25 de 1829.

Muy señor mío: Efectivamente no ha padecido V.S. equivocación al penetrarse del buen concepto que me merece. Desde luego me prestaría gustoso como ofrecí a V.S. a la entrevista que me pide en su atenta de hoy, si a virtud de la que tuvo V.S. con el Sr. general Garza, no hubiera prevenido el supremo Gobierno que las evitase en lo sucesivo (13).

Un extraordinario que me llegó anoche de la capital con fecha 22 del que corre, me trajo la nota indicada, prescribiéndome que no oyese a V.S. si no era para capitular o para evacuar el territorio nacional. Yo soy súbdito de mi Gobierno cuyas órdenes debo obedecer y no me es permitido infringirlas en manera alguna. Sin embargo si V.S. quiere manifestarme oficialmente esos asuntos interesantes a que se refiere, yo ofrezco a V.S. que los elevaré al alto conocimiento de S.E. el general Presidente y que apoyaré con la pequeñez de mi influjo cuanto conozca conviene a los intereses públicos.

Es de V.S. con la más alta consideración, etc., etc.

Antonio López de Santa Anna.

La contestación de Santa Anna hubiera sido irreprochable si en ella no hubiera mentido, porque el Gobierno nada le había prevenido relativo a que evitase entrevistas y tal mentira se encarga de probarla el mismo Santa Anna oficialmente:

Yo me permito, dice Santa Anna, en nota fecha 26 de Agosto que el supremo Gobierno aprobará mi conducta en este particular penetrándose de que mi opinión, es que no entremos en ninguna clase de contestaciones con unos hombres con quienes no debemos hacer otra cosa que lidiar en estas circunstancias (14).

Las cartas y el fragmento de nota oficial que acabo de copiar prueban:

Primero. Que Santa Anna después de haber ofrecido tener una entrevista con Barradas como él mismo confiesa en su ya citada carta de 25 de Agosto; mintió para no cumplir su palabra empeñada alegando que el Gobierno se lo había prohibido.

Segundo: Que Santa Anna, quería a todo trance continuar la guerra, puesto que dice que con los españoles no se debe más que lidiar en estas circunstancias, cuando precisamente conforme a lo que he expuesto, las circunstancias indicaban la paz cuanto antes.

Tercero: Que Santa Anna engañó por segunda vez a Barradas al decirle en su carta que tenía orden del Gobierno para sólo escuchar proposiciones de capitulación o evacuación del territorio, mientras al Gobierno le dice que no se debe entrar con Barradas en ninguna clase de negociaciones sino sólo lidiar.

Cuarto: Que Santa Anna engañó al Gobierno porqde le dice que no se debe entrar con los españoles en ninguna clase de contestaciones sino sólo lidiar cuando ya dijo a Barradas que escucharía sus proposiciones de capitulación o evacuación.

Todo esto prueba que desde 1829, ya Santa Anna era el condotiero insaciable de poder, que tantos males debía causar a su patria durante más de un cuarto de siglo.

Barradas no contesto a Santa Anna, pidiéndole concesiones para capitular o evacuar el territorio, únicas que decía Santa Anna escucharía, lo que prueba que la intención de Barradas era seducir a Santa Anna para que se pronunciara a favor de Fernando VII halagándolo con el nombramiento de virrey de México, con los títulos de duque de Tampico, marqués de Pueblo Viejo y una buena cantidad en numerario. Es evidente que Santa Anna por la conducta que después tuvo y por la que ya había tenido, era capaz de pronunciarse por la monarquía y que hubiera aceptado sin vacilar ser el autor principal del trono de un príncipe español en México independiente; pero su inteligencia que era notable, le señalaba que era imposible que México volviera gustoso a la dominación de España, y de una España aterrada, envilecida, anonadada por la más tremenda y demente reacción absolutista.

De todos modos Santa Anna débió concurrir a la entrevista como lo había ofrecido. Se comprende que una costurera o recamarera honesta tema una entrevista particular con un brigadier español o de cualquiera otra nación, pero un general mexicano ¿que podla temer de Barradas que estaba bien lejos de ser una sirena? y aun contra las sirenas se han descubierto hace muchos siglos medios de salvación tapándose los oídos p fortificando la conciencia. Un político no hubiera desperdiciado la oportunidad de conocer en la entrevista con Barradas las esperanzas de éste, respecto a refuerzos o a la nueva llegada de la flota española.

¿Por qué Santa Anna le decía al Gobierno que no se debía entrar en contestaciones con esos hombres sino lidiar con ellos y no procedía a la lidia, dando ocasión a que llegasen nuevos refuerzos que todo el mundo esperaba escoltados por una escuadra que, sin temer nada de los mexicanos, nos podía reducir al último grado de miseria bloqueando nuestros puertos? Santa Anna dice el 26 de Agosto al Gobierno, que sólo se debía lidiar con los españoles y deja pasar hasta el 8 de Septiembre, es decir trece días dentro de los cuales Barradas pudo recibir refuerzos o largarse llevándose artillería, trofeos y laureles, dejando a la nación en un ridículo colosal. Desde el 21 de Agosto día en que Barradas tuvo la generosidad sentimental o calculada para seducir a Santa Anna, de dejarlo ir cuando pudo destrozarlo; hasta el 8 de Septiembre en que Santa Anna dió señales de vida, trascurrieron dieciocho días, tiempo suficiente para que el jefe español hubiera podido recibir de la Habana considerables refuerzos y para que Barradas en todo caso hubiese comunicado al Gobernador de Cuba su situación pidiéndole con urgencia auxilio. Quien nos salvó de un grave conflicto, fue la imbecilidad de Fernando VII y de su Gabinete; nunca Santa Anna, cuya ambición hizo todo lo posible para que dicho conflicto tuviese verificativo, pronto, seguro y terrible.

La conducta de Santa Anna como general del ejército mexicano, sobre Tampico fue vil. En su carta respuesta a Barradas dice bajo su firma y comprometiendo la del Gobierno: un extraordinario que me llegó anoche de la capital con fecha 22 del que corre, me trajo la nota indicada; prescribiéndome que no oyese á V.S. sino era para capitular o evacuar el territorio de la República. Esto equivale a decir: Tengo orden de mi Gobierno de escuchar proposiciones de capitulación ó evacuación, y después de esta declaración Santa Anna pone a Barradas la indigna, cursi y cómica nota de 8 de Septiembre que mereció una diana de la prensa de la República. El territorio sagrado de la opulenta México, ha sido invadido por V.S. tan sólo por el ominoso y bárbaro derecho de la fuerza: la sangre del mexicano virtuoso e inocente (¿y por qué no también la de los vagos y criminales consignados al servicio de las armas?) que defendía sus patrios lares ha sido derramada por las huestes de un rey que desconoce el derecho sacrosanto de los pueblos (todos los reyes absolutos, han hecho lo mismo porque de otro modo no habrían podido ser reyes absolutos) que sumergiera en época más triste a su dominación tirana; y en fin V.S. obedeciendo al pQder absoluto de su dueño, ha puesto en conflagración y alarma con un puñado de aventureros, a ocho millones de habitantes (que no debieron alarmarse ante un puñado de aventureros, lo que no les hace favor) a ocho millones de libres que han jurado mil veces morir antes de ser esclavos, ni sujetarse a poder alguno extraño (ni propio) y yo, señor general, he tenido el alto honor de que mi Gobierno me haya puesto al frente de numerosos legiones de valientes para vengar en un solo día tantos ultrajes haciendo víctimas a los que osados cometieron tan injusta agresión.

Cumpliendo con tan caros como precisos deberes, he bloqueado por todas partes a V.S., le he cortado todo auxilio, he puesto a cubierto las costas de una nueva tentativa (¡y Veracruz estaba abandonado!) y apenas puedo contener el ardor de mis numerosas divisiones que se arrojarán sobre su campo sin dar cuartel a ninguno, si V.S., para evitar tan evidente desgracia no se rinde a discreción con la fuerza que tiene en esa ciudad y de los pocos que guardan el fortín de la Barra pertenecientes a su división, para cuya resolución le doy el perentorio término de 48 horas ... Antonio López de Santa Anna (15).

Santa Anna no sentía la dignidad de sus charreteras en sus hombros, pues un soldado que sabe lo que es el honor y el deber militares, no puede calificar sin mengua, de aventureros a un general español y a los soldados del rey de España. Poco sabía Santa Anna lo que es ejército desde el momento en que a militares fieles a su patria, a su rey y a su ley, los llama aventureros. Estas injurias son apenas tolerables en un discurso dedicado al populacho, pero en un general de nación civilizada, resultan incalificables, sobre todo saliendo de Santa Anna que debía a la generosidad de Barradas su libertad, probablemente su vida y seguramente su popularidad. Santa Anna era el único general mexicano incapacitado por el honor para exigir al general de quien recibió gran prueba de generosidad que se rindiese á discreción.

Al mismo tiempo que Santa Anna enviaba este infeliz modelo de literatura bábara, Barradas le dirigía una comunicación de general decente, pundonoroso y civilizado. Ambas notas se cruzaron en el camino de sus respectivos destinos. Dice la nota de Barradas:

La división de mi mando, después de haber cumplido con honor la misión a que fue destinada de orden del rey mi amo y deseoso por mi parte de que no se derrame más sangre entre hermanos, por cuyas venas circula una misma, he determinado evacuar el país; a cuyo efecto propongo que entre V.S. y yo se celebre un tratado sobre el particular bajo las base que se detallarán nombrándose dos comisionados por cada parte contratante ... Firmado Isidro Barradas (16).

¿Cuál era la misión que Barradas había cumplido con honor y por orden del rey su amo? Venir a México a dar apoyo a la mayoría de la nación oprimida que según el rey de España anhelaba volver bajo su dominación. No habiendo resultado cierto tal anhelo, a la expedición española no le quedaba que hacer más que retirarse; pero el equívoco del rey había causado grave ofensa a la nación mexicana y ésta no podía consentir en que el ofensor le dijera: he determinado evacuar el país para que no se derrame más sangre (17). Santa Anna debió contestar: Si V.S. ha cumplido con honor su misión, yo aun no cumplo la mía que es la de obtener reparacion de la grave ofensa hecha a mi país por los errores de su rey. Deseando evitar derramamiento de sangre inútil, estoy de acuerdo en que usted se retire del país, pero nunca dejándolo ofendido y sin ofrecerle la debida satisfacción, por consiguiente saldrá usted del territorio, mexicano con el honor que merece el valor de sus tropas, pero dejando en mi poder sus armas, para que conste que México ha puesto a sus agresores en la imposibilidad de dañarlo. Barradas habría aceptado como lo veremos después y México hubiera quedado alto ante todos los modos de ver la cuestión. La contestación de Barradas a la nota insultante y grotesca de Santa Anna que di a conocer, es enérgica y humillante para Santa Anna por la fría e inexorable dignidad de su estilo, y dice:

No es impotencia ni debilidad, lo que me ha sugerido abrir negociaciones para evacuar el país, razones de Estado y el evitar un derramamiento inútil de sangre, es lo que me movió a dar el paso que motiva la contestación de V .S.

No he podido menos que extrañar que V.S., trate de aventureros y esclavos a soldados que en tantas batallas y combates han acreditado que prefieren el honor sobre todo. Soldados de un Fey y de una nación tan ilustre y respetada en los anales de la historia, conservamos aquel pundonor militar que no sabe transigir con el oprobio y la ignominia.

La división de mi mando, al partir para este país ha obedecido las órdenes de su rey porque era y es su deber hacerlo así. V.S., su Gobierno y los pueblos por donde he transitado no pueden quejarse en justicia de que haya cometido la más leve extorsión, porque he respetado las vidas y propiedades de sus habitantes.

En vista de esto V.S. es árbitro de elegir, o una transacción con honor o los efectos de que es capaz una división de valientes que dista mucho de llegar al estado en que V.S. la supone y que prefiere sus virtudes militares.

Isidro Barradas.

La contestación del general Santa Anna a la primera nota que recibió de Barradas fue más dura y amenazante que SU primera intimación; pues le asegura que si no se rinde no quedará con vida un solo español (18).

Cuando remití a V.S. un oficio, en que le intimaba se rindiese a discreción respecto a que le tengo por todas partes bloqueado para atacarlo con mis divisiones, sedientas de lidiar con los que han osado invadir el territorio sagrado de la República, es entonces cuando llegó a mis manos su nota oficial de hoy que me fue entregada por el capitán D. Mauricio Casteló y podría tal vez dudar en la admisión de lo que me propone si no fuera por las órdenes terminantes que de mi Gobierno he recibido, las cuales no me permiten otra alternativa que destruir a V.S. completamente hasta no dejar un solo individuo u obligarle a que ceda bajo un término perentorio entregándose a discreción.

Conforme a esta nota, Santa Anna mintiendo porque el Gobierno no le había dado órdenes para que obligase a Barradas a rendirse a discreción, se había echado encima el compromiso de no dejar con vida un solo español expedicionario o de recibir la rendición incondicional de Barradas. Ya veremos que no fue capaz de cumplir este compromiso y que su énfasis bárbaro lo colocó en el puesto de despreciable fanfarrón.

Al contestar Santa Anna el segundo oficio de Barradas en que éste le dice no aceptará el oprobio de rendirse a discreción, aquél procura intimidarlo con mentiras siempre indignas de un general que cuenta con el valor de sus tropas suficientes para batir al enemigo y que no necesita inventar la existencia de batallones; lo que quiere decir: confieso que sólo puedo compeler a usted a que se rinda haciéndole creer que tengo diez veces más soldados que usted pues aunque en realidad tengo doble número esto no es capaz ni de intimidarlo ni de darle la convicción de que debo triunfar. No es otro el triste efecto de las mentiras de Santa Anna cuando dice a Barradas en su tercera comunicación: El que muy en breve habría sobre sus fuerzas veinte mil mexicanos que Impedirán el reembarque de uno solo de los que osaron ... (19).

Santa Anna estaba campado en Pueblo Viejo y Terán en Dona Cecilia, entre Tampico y el fortín de la Barra, que había sido construído por las fuerzas expedicionarias con dos estacadas circulares y concéntricas con doble foso, pero que presentaba poca resistencia a la artillería de plaza con que contaba Santa Anna.

Cuando Santa Anna tuvo la respuesta enérgica de Barradas, decidido a batirse si no le concedía capitulación, recibió con afabilidad al emisario del jefe español coronel Salomón (20) y en junta de jefes y oficiales que convocó Santa Anna éste y aquélla ofrecieron verbalmente al expresado coronel Salomón bajo palabra de honor, garantizar las vidas, propiedades y el honor de los capitulados.

Este incidente descubre la verdadera política de Santa Anna; quería otorgar la capitulación porque comprendía que le costaría muy caro llevar adelante su designio de humillar a los españoles, y por tal motivo él y sus jefes empefiaban su palabra de honor en que a los vencidos se les darían las garantías propias de una capitulación honrosa, pero Santa Anna y sus jefes querían deslumbrar al vulgo mexicano, lanzarle a las galerías el do de pecho de la rendición incondicional y presentar a los españoles a los pies de sus vencedores. En suma, Santa Anna quería conceder a Barradas la capitulación para no verse obligado a cumplir lo que no podía hacer sino a costa de mucha sangre, o de ningún modo, que era no dejar con vida a un solo español; y al mismo tiempo quería que apareciera en público y por escrito y para la históría, que no había otorgado capitulación sino obtenido humilde rendición. El coronel Salomón volvió a su campamento con las concesiones verbales de capitulación que ofreció Santa Anna.

Barradas contestó el 10 de Septiembre, es decir al día siguiente, que puesto que se le ofrecía garantizar las vidas, las propiedades y el honor de la división de su mando pasaban al campo mexicano el coronel Salomón y el comandante Don Fulgencio Salas autorizados para hacer y firmar un arreglo sobre la base de las concesiones verbales sin cuyas garantías, dice Barradas, V.S. puede conocer tan bien como yo que ésta no puede presentarse a rendir sus armas a discreción (21).

La cuestión había quedado reducida a lo siguiente: La patria estaba salvada, el enemigo dispuesto a capitular; pero Santa Anna ambicioso inexorable y conociendo a sus galerias quería ofrecerles el espectaculo teatral de una rendlclon incondicional. ¿Debía derramarse sangre española y mexicana en un combate desesperado por el prestigio de Santa Anna ante un vulgo poco civilizado? Santa Anna optó como era de esperarse por su ambición y negó firmar lo que ofrecía bajo palabra de honor.

A poco de haberse retirado los comisionados españoles, se desató una terrible tempestad causando en el campamento mexicano de Doña Cecilia una inundación que elevó las aguas seis pies sobre el suelo. El general Terán para evitar se ahogaran los soldados los condujo a un bosque más elevado. Los españoles que ocuparon el fortín de la barra se vieron precisados a desocuparlo y cuando bajaron las aguas volvieron a ocuparlo. Defendían este fortín cuatrocientos españoles con seis piezas de artillería, al mando del coronel Don Luis Vázquez, jefe de una resolución heroica como lo demandaban las circunstancias.

La tempestad cesó a la una de la tarde y fue necesario esperar a que bajaran las aguas para proceder al asalto del fortín de la barra; Santa Anna dispuso que lo ejecutasen el 3° y el 11° de línea; las compañías de preferencia del 2°, 9° y 5° y alguna fuerza de artillería, apoyando dos piezas colocadas en dos lanchas, una por lancha. Como se ve, los mil hombres destinados al asalto habían sido escogidos por Santa Anna, pues el 3° y 11° de línea gozaban de la reputación de ser lo mejor del ejército mexicano y como se verá la merecían.

El coronel mexicano Don Manuel María Iturria, que asistió al asalto y salió herido, fija la hora en que comenzó entre las diez y once de la noche del 10 de Septiembre. Este asalto es sin duda una de las mejores páginas verdaderas con que cUenta el ejército mexicano para probar que depurado, disciplinado y formado en todo, como ejército serio, es capaz de alcanzar la altura de las mejores tropas del mundo. Los mil ombres lanzados al asalto tomaron, después de un combate muy sangriento, la primera estacada pero no pudieron tomar la segunda; los españoles fueron en ella invencibles. Para probar la energía de la defensa y la buena calidad de la tropas ofensoras, me bastará decir que éstas perdieron (bien comprobado) el treinta por ciento de su efectivo, sin desordenarse y obedeciendo la orden de replegarse. La pérdida de treinta por ciento sólo la resisten tropas dé primer orden. El comportamiento de los jefes y oficiales fue sobresaliente, pues sin esto, no lo hubiera sido el de los soldados: en 1,000 hombres se perdieron oficiales y jefes muertos y heridos 16, lo que es muy alto.

El jefe de los defensores, Don Luis Vázquez cayó herido gravemente desde el principio del asalto, pero continuó dirigiendo la defensa, con una bravura digna de los mejores tiempos del ejército español.

Rechazado el asalto por los 400 españoles que perdieron también la tercera parte de su efectivo, el general Santa Anna, mandó a la madrugada del día 11, mil hombres a la posición de Doña Cecilia para dar un segundo asalto al fortín.

Barradas con su buen juicio de verdadero militar, comprendió que la ventaja alcanzada por sus 400 soldados del fortín rechazando el asalto de los excelentes mil soldados de Santa Anna, debió haber impresionado el ánimo de éste y haberle hecho comprender lo que le costaría vencer o no vencer a los 1,600 españoles de la misma calidad fortificados en Tampico, y en tal concepto se dirigió, de nuevo, a Santa Anna por medio del coronel Don Miguel Salomón y Don Fulgencio Salas haciéndole las mismas proposiciones que le había hecho en la mañana y que el jefe ambicioso mexicano había rehusado. Santa Anna bien juzgado por Barradas las aceptó. La sangre mexicana fue pues sacrificada únicamente en aras de las ambición de Santa Anna, que ante un Consejo de Guerra y ante sus compatriotas debía haber respondido la pregunta que ahora le hace la historia:

¿Era necesario para la dignidad e intereses de México exigir a Barradas su rendición incondicional? ¿Sí? Pues entonces Santa Anna yéndose para atrás de su intimación de rendición incondicional y concediendo la capitulación que por tres veces había negado, manchó la dignidad de su país y de sus armas. ¿No exigían la dignidad y los intereses de la nación la rendición de Barradas? Entonces ¿por qué derramó la sangre de su mejor oficialidad y de sus mejores soldados para darle al enemigo un nuevo triunfo militar y político?

Al ordenar Santa Anna la inmolación de sus mejores soldados y oficiales, simplemente para formar su prestigio con la barbarie de sus galerías, dió pruebas no sólo de todo lo que era capaz de hacer de infame para adquirir celebridad, sino de notable impericia militar.

¿Por qué atacar de noche un fortín que a la luz meridiana no podía resistir por estar formado de estacadas, a la acción de la formidable artillería que poseía Santa Ana? ¿Por qué usar sólo de dos piezas pequeñas cuando el enemigo disponía de seis de grueso calibre? ¿Por qué si no había probabilidades de sorprender puesto que Santa Anna había dado el plazo de cuarenta y ocho horas para comenzar el combate, por qué, repito, no hacer jugar la artillería antes de lanzar las columnas al asalto sobre terreno fangoso donde se hundían los soldados entorpeciendo considerablemente su marcha?

Según el coronel mexicano Iturria, que tantas veces he citado y de cuyos Apuntes se ha servido Zamacois para escribir la versión mexicana, el general Terán había hecho justas observaciones a Santa Anna sobre los ataques de noche, diciéndole: Compañero, los ataques de noche tienen graves inconvenientes, yo ofrezco a usted que mañana ocuparemos el fortín porque durante la noche situaremos proporcionalmente nuestras baterías, que en paralelas romperán sus fuegos al ser de día y las estacadas serán derribadas y nuestras columnas sufrirán poco al entrar al reducto (22).

Terán tenía razón, en 1829, el ataque de noche era reprobado en general y admitido sólo en circunstancias muy especIales. Actualmente hay autores que lo recomiendan debido a la potencia del fuego de las armas modernas de repetición, de gran alcance y notable precisión. La superioridad de una infantería se muestra sobre todo en su ataque a la bayoneta que le asegura el triunfo sobre tropas de menor calidad o bisOñas. Las armas modernas hacen casi imposible que una infantería use la mejor y más terrible de sus facultades, la carga a la bayoneta, y sólo el ataque de noche puede hacer posible el uso de tan imponente arma.

Aun en 1903 no está decidido dar la preferencia al ataque de noche. Pero en 18?9, cuando sólo se usaban fusiles de chispa, cañones lisos, pólvora negra de inferior calidad y proyectiles explosivos muy inciertos; el ataque de noche estaba condenado por las grandes autoridades militares como Federico II y Napoleón I.

Jamás, dice Federico II, atacaré de noche, puesto que la oscuridad causa grandes desórdenes (23).

Las marchas y las operaciones de noche, dice Napoleón I, son tan inciertas que si a veces salen bien, por lo común fracasan (24).

¿Por qué Terán probo, valiente, hábil, instruído, no mandaba la expedición contra Barradas en vez de Santa Anna, inmoral, de valor discutible y que apenas sabía leer y escribir sin corrección? Porque bajo el régimen de los cuartelazos no son los generales que más saben los que más alta posición alcanzan, sino los que se pronuncian mayor número de veces, no hay que olvidar que cada defección produce uno o más ascensos y Santa Anna era ya en 1829 el modelo del general venal, sin pudor ante ningún principio, sin decencia ante ninguna delicadeza, sin firmeza ante ninguna causa y sin lealtad ante ningún amigo. Dado el triste régimen de 1829, el primer general y hombre público de México tenía que ser el más despreciable ante la razón, el honor y la justicia.

Una vez que Barradas obtuvo la capitulación tal como la había pedido, en vista del abandono que sufrió, del clima que lo exterminaba y de la presencia y continuo aumento de fuerzas que podían llegar a destruirlo, se retiró a su país con todos los honores a que era acréedor por su valor y el de subordinados.



NOTAS

(1) Zamacois, Historia de México, tomo XI, pág. 734.

(2) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, pág. 145.

(3) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, pág. 149.

(4) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, pág. 145.

(5) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, pág. 174.

(6) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I. pág. 144.

(7) Suárez Navarro, obra citada, pág. 147.

(8) Obra citada, pág. 148.

(9) Zamacois, Historia de México, tomo XI, pág. 761 Y 762.

(10) Zamacois, Historia de México, tomo XI, pág. 762.

(11) Suárez Navarro, Historia de México, pág. 151.

(12) Boletín oficial del Gobierno, núm. 18.

(13) Boletín Oficial del Gobierno, núm. 18.

(14) General Santa Anna al Ministro de la Guerra, Agosto 26 de 1829.

(15) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, pág. 153.

(16) Brigadier Barradas al general Santa Anna 8 de Septiembre de 1829.

(17) Ibid.

(18) General Santa Anna al brigadier Barradas, 8 de Septiembre de 1829.

(19) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, pág. 155.

(20) Apuntes del coronel mexicano Iturria, citado por Zamacois, Historia de México, t. XI, pág. 776.

(21) Barradas a Santa Anna, 9 de Septiembre de 1829.

(22) Zamacois, Historia de México, tomo II, pág. 784.

(23) General Lewal, Stratégie de combat.

(24) Ibid.

Índice de Las grandes mentiras de nuestra historia de Francisco BulnesPrimera parte - Capítulo IPrimera parte - Capítulo IIIBiblioteca Virtual Antorcha