Índice de Las grandes mentiras de nuestra historia de Francisco BulnesPresentacion de Chantal López y Omar Cortés Primera parte - Capítulo IIBiblioteca Virtual Antorcha

LAS GRANDES MENTIRAS DE NUESTRA HISTORIA

Francisco Bulnes

PRIMERA PARTE

Capítulo Primero

LA INVASIÓN ESPAÑOLA DE 1829


La tradición, penetrando en el espíritu de muchos niños consagrados al analfabetismo, les enseña que el año de 1829 llegó a las costas de la República un general español al frente de un ejército de reconquista, y que la nación entonces vivamente indignada, púsose en solemne actitud guerrera a las órdenes de un joven Escipión veracruzano, que como un león se lanzó con sus huestes entusiastas sobre el temerario ejército español, lo derrotó completamente y lo obligó á rendirse.

La historia reduce las proporciones de la tradición, como sucede siempre, y en la actualidad la historia educativa, la que debe ser siempre pura verdad, enseña: que el brigadier Barradas con cuatro mil hombres invadió la República, y quel por su parte, Santa Anna, en combinación con Terán, dió un asalto a Tampico el 10 de Septiembre de 1829, que duró doce horas y que hizo que al siguiente día capitularan los españoles ...

Yo juzgo del adelanto moral e intelectual por el de nuestra historia, especialmente de la dedicada á beneficiar el espíritu de la niñez. ¿Se enseñan leyendas, fábulas y apologías de secta? Me desalienta y preocupa esta historia, forma y fondo del siglo XIII. ¿Se comienza á enseñar la verdad? Convengo entonces en que cierta y afortunadamente vamos entrando en un digno y sereno período de civilización.

El Sr. Pérez Verdía (1), en lo relativo a la expedición española contra México mandada por el brigadier Barradas, copia casi textualmente lo que respecto de ella dice el Sr. Guillermo Prieto en sus Lecciones de Historia Patria, y como se ha visto, afirma que los generales Santa Anna y Terán dieron un asalto á la plaza de Tampico que duró doce horas y obligó a Barradas a capitular al día siguiente. Teniendo México oficiales instruídos, deberían éstos revisar nuestra historia para corregirla de sus dislates militares.

¿Un asalto de doce horas a una plaza fuerte? Se comprende que un tiroteo pueda durar doce horas, doce días, doce meses y hasta doce años; ¿pero un asalto? En los tiempos modernos el asalto más terrible y duradero ha sido el de la célebre torre de Malakoff, en la campaña de Crimea, y ha durado desde las doce del día hasta catorce minutos antes de las cinco de la tarde; es decir, poco menos de cinco horas. Un asalto de doce horas es sospechoso, casi como una carrera de caballo vientre a tierra de sesenta leguas. Desde luego cosquillea esta historia de un asalto de doce horas; hay más patriotismo que verdad, y á los niños, como a todos los mexicanos, no se les debe enseñar a tener patriotismo con la historia; sino lo que es más noble, moral y conveniente: se les debe enseñar a hacer la historia con el patriotismo. Deben procurar ser patriotas, si quieren una luminosa historia, en vez de apelar a deshonrarse con mentiras para al fin y al cabo aparecer siempre malos patriotas.

Conforme al texto histórico educativo de que me ocupo, al asalto que duró doce horas se agrega que Barradas al día siguiente capituló: luego el asalto lo rechazó Barradas; porque el asalto de una plaza que tiene éxito, hace imposible la capitulación. Cuando el asaltante tiene por mira tomar la plaza, y lo consigue, no puede tener lugar una capitulación; a menos que el asalto no sea dispuesto contra determinado punto, o que siendo dispuesto contra la plaza sólo se obtenga tomar parte de ella; pero en ese caso hay triunfo y fracaso parcial.

Dudando del libro educativo me propuse estudiar la cuestión profundizándola, y encontré como verdad que no es cierto que Santa Anna en combinación con Terán hubiera asaltado a Tampico el 10 de Septiembre de 1829; en consecuencia, todo lo relativo a dicho asalto es falso. Yendo hasta la verdad completa, no es cierto que Santa Anna ni Terán, ni jefe alguno mexicano hubiese derrotado á Barradas; por el contrario, en cuanto encuentro tuvo Barradas con nuestras fuerzas, en todos salió vencedor. Como lo veremos, Barradas fue vencido, pero nunca derrotado.

El objeto de este libro no es servir a un partido, ni excitar sentimientos nobles o innobles, ni empañar ó pulir glorias nacionales, ni buscar popularidad ó censura; su objeto es más elevado, y no es otro que llegar a la verdad. Las personas que por sus enfermedades, debilidades, o ilusiones voluptuosas, no gusten de emocionarse notablemente con la verdad como corresponde a todo individuo que aspire a civilizado, no debe leerlo, y debe prohibirlo a sus hijos o educandos como muy pernicioso para las mentiras deliciosas de poéticas tradiciones y para formar esclavos de todo aquel que quiera engañarlos.

Los sucesos de la expedición de Barradas son poco conocidos. Don Modesto La Fuente la atribuye a uno de tantos desaciertos del Rey Fernando VII. Pero ¿qué motivó ese desacierto? porque un rey tonto lo mismo que un inteligente, obra por la potencia de sucesos exteriores. El notable escritor no lo dice y se muestra excesivamente avaro de palabras, pues no concede a la historia de esta expedición más de quince líneas.

¿La expedición de Barradas fue la continuación de la conspiración del padre Arenas? Alamán califica tal conspiración de demencia, y en ello tiene razón; pero la expedición de Barradas con el objeto no de reconquistar sino de recibir el arrepentimiento de los mexicanos y su adhesión entusiasta al trono del rey de España como fieles vasallos, es otra demencia, y sin embargo, la expedición de Barradas fue un hecho y lo mismo pudo ser la conspiración del Padre Arenas.

Arrangoiz agrega que si la expedición en vez de contar 3000 hombres escasos, hubiera sido de 20000 mandados por un príncipe borbón español, y cuyo plan hubiera sido mantener a México independiente bajo el régimen monárquico establecido por el expresado príncipe, el éxito hubiera sido completo.

No lo creo, el invasor hubiera derrocado al gobierno como cualquier pronunciado, pero hubiera durado menos que cualesquiera de nuestros gobiernos. El gran elemento que hizo durar al archiduque Maximiliano tres años como emperador, fueron los millones del tesoro francés y los proporcionados por los empréstitos; y lo que más aceleró su caída, fue la falta de recursos. España en 1829, se hallaba en la indigencia, y era imposible que así realizara la obra en que Francia fracasó.

Alamán, Gutiérrez Estrada, Arrangoiz, Hidalgo, Aguilar y Marocho, y todos los leaders del plan de Iguala, desde la Independencia hasta 1867, no han comprendido que el problema político en México fue siempre un problema lúgubre económico de hambre intensa en las clases pensadoras, instruídas, vanidosas, con grandes aspiraciones y miserables energías, combatidas por condiciones del medio, muy desfavorables. País sin agua y sin carbón; no podía ser rico ni tener porvenir, precisamente en la época en que el carbón mineral causó el advenimiento de la gran industria en el mundo, que hace la fuerza moral, política, material y militar de las naciones que la poseen.

Fue el hambre de las clases medias desvalidas del régimen industrial y del agrícola, lo que principalmente las lanzó contra el gobierno colonial, en busca del presupuesto, única presa posible para vivir fuera de los claustros. Fraile, clérigo, empleado, pordiosero ó ladrón, eran los únicos medios de existencia para una clase que no era hija de la industria, sino de los abusos burocráticos de la conquista.

Consumada la Independencia la situación económica se agravó en vez de mejorar. La insurrección destruyó capitales, y terminada la insurrección, los españoles continuaron dueños de la mayor parte de la riqueza social. En el mundo sólo una clase rica puede gobernar, llámese clero, nobleza, aristocracia, plutocracia; por consiguiente, si después de la Independencia el dinero lo poseían los españoles residentes en México, tenían que ser nuestros gobernantes naturales, no en virtud de leyes falsas de gabinetes ó delirios patológicos, sino de leyes sociológicas tan firmes como las siderales.

Se podía derrocar a los españoles de su gobierno natural sobre nosotros por la confiscación de sus bienes o por su expulsión. Las leyes de expulsión significaban un gran crimen económico y un acto necesario, político, para la emancipación. De nada ó de poco debía servir la Independencia si había de continuar gobernando la raza conquistadora.

La clase conquistada emancipada consiguió por su detestable educación puramente religiosa y literaria, sofocar el desarrollo de los pocos elementos reales de riqueza que teníamos; hizo la miseria a fuerza de imitar las reglas que habían empobrecido á España, y en vez de distribuirse el presupuesto íntegro del gobierno colonial, se encontró con restos que no podían calmar su hambre.

Así, pues, ni monarquía, ni democracia, ni aristocracia eran posibles. El presupuesto tenía que asegurar la guerra, como presa escuálida disputada por toda la fauna decente carnicera. Todo ensayo de gobierno tenía que fracasar desde el momento en que a todo gobierno le imponía el famelismo de levita muy numeroso el derecho a la sopa, con la firmeza con que los socialistas trabajan actualmente por imponer a los gobiernos el derecho al trabajo.

La empresa de Barradas, completamente reaccionaria hasta poner las cosas como estaban el año de 1640, era una manifestación de clásica demencia española.

En política, las demencias encuentran frecuentemente carta de naturalización. No se puede, pues, negar la realidad de la conspiración del Padre Arenas, cuyo programa era idéntico al de Barradas, por su demencia. Se trata de saber si la expedición de Barradas fue la continuación del complot del Padre Arenas. Zavala cree en la conspiración; pero cree que la sentencia de muerte que recayó sobre los culpables, y especialmente sobre el general Arana, fue defectuosa y dió lugar á sospechar un asesinato jurídico. Suárez Navarro afirma la realidad de la conspiración y su conexión con la expedición de Barradas (2). Como he revisado, dice, con particular diligencia, los extractos de la mayor parte de esos procesos, y como creo tener el conocimiento bastante para calificar más o menos perfecta la instrucción de un proceso militar; no vacilaré en decir: que los hechos sobre que se versaron las causas,fueron verdaderos, y fundados todos los procedimientos. El espíritu de partido y aun si se quiere el interés individual, pretendieron ofuscar lo cierto y aun contrariaron la acción de la justicia nacional. A esto debemos atribuir las especies vertidas contra Gómez Pedraza y de las que hicimos mención en la página 81. Hubo un interés en extraviar la opinión pública, negando la existencia de la conspiración de la misma manera que se negó la realidad de la invasión española al mando de Barradas.

Suárez Navarro dice más adelante: El gobierno mexicano tuvo oportunas noticias de haber llegado a los Estados Unidos en los primeros días del año de 1829, el duque de Montenelo, con dirección a México, para reorganizar la conspiración que se frustró por la prisión del Padre Arenas. El advenimiento al poder del general Guerrero, echó por tierra los proyectos del duque y de un tal García de Medina, que figuraba como principal agente en estas tramas. Montenelo pasó a Colombia y en México continuaron los españoles entendiéndose con sus amigos y corresponsales, excitándolos constantemente á traernos la guerra, porque les parecía muy fácil recuperar el dominio de la Nueva España (3).

Suárez Navarro publica también gran número de fragmentos de cartas interceptadas á los conspiradores, procedentes de la Habana, y decisivas para probar el acuerdo entre ellos y el gobierno español. Publica también las comunicaciones cambiadas entre el Ministro de Gobernación y el Gobernador del Distrito Federal, relativas a dicha correspondencia, y que no dejan duda de su autenticidad.

Hay, pues, suficientes datos hasta ahora, para presumir, casi hasta asegurar, que la expedición de Barradas fue la continuación de la conspiración del Padre Arenas, que tuvo por objeto devolver México a Fernando VII, transformado en Nueva España. Un gobierno afecto a descubrimientos históricos debería preocuparse de resolver, de una manera evidente, si la expedición de Barradas fue la continuación de la conspiración del Padre Arenas, obra de ilusos ciertamente; ¿pero qué español no es iluso? Esta investigación decidiría esta otra: ¿fue un acto de barbarie incalificable, ó fue un acto de justicia, severo pero necesario, la expulsión de los españoles?

La verdadera causa de la expedición de Barradas tiene algo misterioso setenta y tres años después de haber tenido lugar; lo que prueba que nuestros adelantos en historia son nulos ó imperceptibles. Nuestros nuevos textos históricos, son copias serviles de lo dicho por otros, que desconocían o eran impotentes para la crítica.

Conforme a informes del Cónsul mexicano en Londres, de dos capitanes de barcos mercantes que habían tocado en la Habana, uno norteamericano y otro francés, de cartas recibidas por las casas Pasquel y Muñoz de Veracruz, y por correspondencia interceptada por el gobierno, éste sabía de un modo positivo desde fines de Mayo, que debía salir pronto para México la expedición española. Para hacer aun más crítica su situación (la del gobierno de Guerrero) se tuvieron noticias a fines de Mayo durante el mes de Junio de que en la Habana se disponía una expedición para invadir la República (4).

Este dato es muy importante para valorizar el mérito del gobierno del general Guerrero.

Lo primero que en semejante caso debe hacer un gobierno es concentrar su ejército efectivo y aun proceder aumentarlo en relación con las noticias que se tengan de la fuerza enemiga.

¿En qué lugar debía verificarse la concentración del ejército mexicano en vista de una invasión procedente de la Habana? El desembarco no podía tener lugar en puertos ó cerca de ellos como el de Matamoros ó Coatzacoalcos; colocados a gran distancia de los centros de población y si se cometía semejante torpeza, el gobierno tendría tiempo sobrado para mover sus fuerzas y colocarlas en lugar oportuno estratégico. El desembarco para surtir inmediatos y útiles efectos, no podía verificarse conforme a elementales principios de estrategia más que cerca de los puertos de Veracruz y Tampico, o en el puerto de Tampico. La fortaleza de Ulúa impedía un desembarco en el puerto de Veracruz. La estructura montañosa de nuestro país no permitía la concentración en un solo cuerpo de ejército, puesto que había que cuidar dos zonas: la de Tampico y la de Veracruz, de difícil comunicación militar por tierra. Era preciso formar con todo el ejército dos cuerpos, y situar uno en Tula de Tamaulipas y otro en Jalapa.

Había en 1829, sobre las armas (5) :

Tropa permanente ... 22 788.
Milicia activa como auxiliar del ejército ... 10 583.
Se estimaba la fuerza armada de los Estados en ... 14 500
TOTAL ... 47 871.

Tomando 16 000 hombres de la tropa permanente y cuatro de las milicias activas, y dejando por de pronto en su lugar a las fuerzas de los Estados, el gobierno del general Guerrero podía sin facultades extraordinarias, no poner el ejército en pie de guerra hasta 60 000 hombres que era lo decretado; pero sí concentrar dos cuerpos de ejército de diez mil hombres cada uno. Para esta concentración era más que suficiente, dada la facultad notable de movilización de nuestro ejército sobre malas vías de comunicación, cincuenta días contados desde el 28 de Mayo en que tuvo noticia positiva de la expedición, hasta el 17 de Julio inmediato. Un batallón mexicano puede andar cómodamente en 50 días, 400 leguas; luego la concentración era fácil.

Una vez concentrados y en posición de observación, el gobierno debía esperar conocer la fuerza de la expedición en el punto en que desembarcara, y si ésta era capaz de hacer dudoso el triunfo del ejército mexicano, debería mantenerlo a la defensiva, o si era posible, fuera de toda operación activa hasta reforzarlo.

Para estas operaciones el presidente Guerrero no tuvo necesidad de facultades extraordinarias como ya lo dije, y para hacer la concentración, bastaba con los recursos naturales del presupuesto de guerra y marina. Por la Constitución de 1824, el presidente de la República tenía la facultad de movilizar libremente al ejército dentro del territorio de la República.

¿Qué hubiera sucedido si el presidente Guerrero obra como debía hacerlo? El brigadier Barradas se embarcó en la Habana con destino a Cabo Rojo, con un ejército de tres mil infantes, y habiendo ocurrido una tempestad durante la travesía que arrojó a las costas de Luisiana una embarcación en que venían 300 hombres, Barradas desembarcó el 27 de Julio de 1829, con 2700 hombres. Si nuestro cuerpo de ejército hubiera estado desde el 17 de Julio de 1829 en Tula de Tamaulipas o más abajo, no hubiera dejado a Barradas ocupar Tampico, y lo hubiera batido inmediatamente.

Es una gran vergüenza para una nación que poseía siete millones de habitantes, que sabía a punto fijo con anticipación de setenta días, que iba a ser atacada, que disponía de 17000.hombres sobre las armas; dejarse invadir por 2700 hombres, que se apoderaron sin resistencia del segundo puerto de la República, con toda su gruesa artillería, y que permanecieron en actitud triunfal cuarenta y seis días en nuestro territorio, debido a lo que se llama una pura casualidad, pues si la flota española hubiera hecho su deber, el general Santa Anna no hubiera podido llenar el suyo y el ultraje habría durado mucho tiempo. Espectáculo tan lamentable debía llenar de angustia nuestras almas y de luto nuestra historia, en vez de enorgullecernos y de hacernos creer que poseíamos gran potencia militar y pueblo admirablemente patriota.

Era tan fuerte la oposición que se hacía al gobierno de Guerrero por algunas autoridades, no obstante los graves y vitales negocios que entonces se trataban, que el Consejo de gobierno reprobó la propuesta del Ejecutivo, para la reunión de las Cámaras a sesiones extraordinarias; se quería abandonar a la administración a sus propias fuerzas para atender al cúmulo inmenso de las necesidades y peligros que le amenazaban. La negativa del Consejo fue el 22 de Julio y la expedición española había zarpado de la Habana con dirección a nuestras costas el día 15 del mismo (6).

Dos escritores de libelos infamatorios llamados Bustamante (D. Carlos María) el uno y el otro Ibar, negaban que los españoles hubiesen invadido el país; aun cuando habían ya llegado los partes oficiales de su desembarque en Cabo Rojo ... El segundo llamaba a gritos a la sedición al ejército, diciendo: que debía primero destruir el gobierno nacional y pasar después a batir al enemigo (7).

Todos los días se lanzaba una o muchas calumnias para quitar la fuerza moral del gobierno y destruir enteramente el crédito de la administración.- Las medidas del ministerio encontraban, no una censura racional ni la juiciosa crítica, ni la acusación siquiera verosímil, ni la sátira, ni el sacarsmo a que dan lugar los abusos de un gobierno extraviado; sino las calumnias más groseras, las más impudentes imposturas, las injurias más indecentes que pueden producir la rabia, el encono, el despecho mismo reunido a la insolencia, a la bajeza y a la falta de toda caridad.

Desde la Independencia hasta 1903, no hay ejemplo de una oposición más encarnizada y feroz que la sufrida por el presidente Guerrero. ¿Acaso era un facineroso y el peor de los gobernantes que ha tenido la nación? No; por el contrario, Guerrero fue siempre un hombre probo, afable, moderado, enérgico para los grandes deberes patrióticos, pero tuvo el candor de creer que el pueblo podía gobernarse a sí mismo, aún cuando el pueblo esté ausente de la política y que por su falta de cultura y riqueza no es posible que se halle presente. El general Guerrero fue un jacobino honrado, leal con sus ilusiones, amante de sus principios, incorruptible en todos sentidos. Cuando un pueblo no tiene una clase rica tradicionalista o industrial que lo gobierne, tiene que oscilar entre la dictadura y la demagogia. No hay término medio para los gobernantes; tienen que lanzarse con más o menos éxito a la dictadura, o que ser tratados como imbéciles. La imbecilidad excita hasta el carnero a darse ínfulas de pantera. No hay cosa peor que el gobierno inspire desprecio, todos le gritan, hasta los mudos; todos le ponen los puños en la nariz, todos se creen libertadores y necesarios. Para dar vuelo a la demagogia no hay como un gobierno que la confunda con la democracia.

Una vez entregado el país al mando de la demagogia, la pérdida de la nación o su envilecimiento son irremediables. La gran mayoría de la nación, tímida, ignorante, sencilla, se entrega cariñosamente a los demagogos, que la educan para seducirla, al mismo tiempo que la engañan para explotarla y arruinarla. La prensa es la gran fuerza de la demagogia en los países que quieren ser libres sin ser civilizados, prensa de escándalo, de chantage, de aventura, de difamación inaudita, de lenguaje tabernario, de actitud de braví. El vulgo casi analfabeta, cree que la prueba de una verdad es la indecencia del lenguaje y la fetidez del insulto. La nación no se llega tampoco a calentar hasta el rojocerezo con la prensa; se conmueve hasta hablar en voz mediana, hasta tener la intención de un principio de deseo ... y nada más.

Pero la misma demagogia finge la nación, la improvisa, la viste y la reviste, le inyecta sangre de víbora, ardores, espasmos, cóleras, explosiones. El grupo que hace siempre el papel de nación es el muy grande famélico que busca empleos. El hambre implacable exige a sus periodistas que destruyan inmediatamente al gobierno que no ha satisfecho el derecho a la sopa de la clase media; la que quisiera que cada palabra obscena de la oposición produjera la peste bubónica en los ministros, o el efecto de un rayo para el presidente. La prensa reservada, fría, elevada, es para esta clase ardiente con la fiebre de la inanición una burla para sus necesidades; sólo el libelo sabe a esperanzas, y sólo la injuria puede ser frase de la venganza.

Zavala cree que la prensa libelista estaba pagada por los españoles residentes en México, que habían traído la invasión. Si hemos de juzgar por las apariencias, debe creerse que el gobierno español tenía espías repartidos en la República; escritores asalariados; instigadores para introducir la discordia y agentes de diferentes clases que provocasen el desorden y la guerra civil, mientras sus tropas atacaban por las costas (8). La opinión de Zavala no es aventurada; la demagogia nunca ha tenido patria, ni decencia, ni altruismo, los escritores de esa marca tan estimada de las clases analfabetas o famélicas, reciben igualmente dinero de todas las manos y para todos los cultos. Debe entenderse que esa oposición para que Guerrero no atendiera a la guerra extranjera, tenía por objeto entregar a la nación desarmada al enemigo.

Es bochornoso para el Congreso infestado por la demagogia que atacaba al presidente Guerrero, haber dado a éste facultades extraordinarias hasta el 12 de Agosto de 1829, es decir, quince días después de que Barradas había desembarcado en Cabo Rojo. Por supuesto que estos mismos hombres que manifiestan pasión porque su país se arruine o sea fácilmente conquistado con tal que el conquistador derribe al gobierno que odian, son los más activos para llenar de improperios al que dude un momento del admirable patriotismo de los mexicanos, que en su mayoría les rendían culto y sumisión mental.

El presidente Guerrero, como he dicho, pudo, sin facultades extraordinarias, rechazar la invasión de 2700 españoles al mando de Barradas. Es también ridículo que un país de siete millones de habitantes, que tenía la desgracia de sostener sobre las armas como ejército en pie de paz, 47000 hombres (33000 federales y el resto de los Estados), tenga necesidad de ejércitos extraordinarios, de ponerse en alarma y de entregarse á costosos sacrificios para defenderse de 2700 hombres a medias destruídos por la fiebre amarilla y las enfermedades de tierras cálidas mortíferas. El gobierno español escogiendo el mes de Julio para el desembarco de sus tropas, no aclimatadas en Cuba, la costa de Tampico, parece haber tenido el propósito de castigarlas con pronto exterminio.

La oposición a Guerrero era general. Todos los partidos, o más bien dicho, todas las facciones estaban contra él, por la sencilla razón de que no había querido gobernar con ninguna sino con el pueblo; y como éste políticamente no existía, había logrado aislarse en sus puros sueños democráticos. Los españoles habían escogido un buen momento para reconquistar su nueva presa.

Los españoles desembarcaron como he afirmado en Cabo Rojo el 27 de Julio de 1829, distante doce leguas de Pueblo Viejo. Según Zamacois. Al brillar la luz primera del día 29 de Julio y al toque animado de diana, la división española se formó en tres secciones fijando su dirección hacia Tampico (9). Según Suárez Navarro, El primero de Agosto principió sus movimientos el enemigo (10). El dato de Zamacois es el oficial de Barradas, y no teniendo éste interés para mentir en este asunto, debe aceptarse.

Después de dos días de marcha, el 31 de Agosto (11) el primer batallón había pasado por enfrente de un sitio mucho más frondoso que los demás, distante cien pasos de la playa, empezaba a pasar la cabeza del segundo, cuando se escuchó la terrible detonación de varias piezas de artillería, acompañada de mortífera metralla, que tendió en el suelo once soldados. Aquella inesperada emboscada y la sorpresa causada con ella, introdujo algún desorden en las primeras filas del segundo batallón que sufrió la descarga; pero la serenidad y sangre fría del comandante D. Juan Falomir, hizo que recobrasen su aplomo, y mandó que inmediatamente salieran el Teniente D. Antonio Sanjurjo y el Subteniente D. Eduardo Agusty, con media compañía de cazadores a reconocer el sitio de donde había salido la detonación y la descarga de metralla. La orden fue puesta en ejecución al momento, y penetrando los españoles por distintas direcciones a la espesura, sorprendieron a su vez á los que habían hecho fuego, asaltando una especie de reducto circular formado de ramaje, donde tenían colocados cuatro cañones de a doce. Los mexicanos se disponían a hacer otra descarga, pues tenía uno de sus artilleros ya la mecha encima del oído de un cañón, cuando se vieron acometidos por los cazadores españoles, uno de los cuales mató al que iba á dispararle el cañonazo sin darle tiempo a que lo hiciera. La sorpresa que les causó a los que defendían el reducto la presencia inesperada de la guerrilla expedicionaria, fue grande; y no pasando la fuerza que tenían de cincuenta hombres, se vieron precisados a rendirse.

El servicio de cuatro piezas de artillería requiere treinta y dos artilleros, y si sólo había cincuenta hombres en el reducto, quiere decir que se había confiado la defensa de una batería mínima a 18 soldados de infantería. Esto no puede haber sucedido, y el hecho sólo se explica por la huída vergonzosa del jefe que con mayor número de hombres estaba encargado de defender el reducto para detener la columna expedicionaria. ¿Quién fue ese hombre? La historia apenas sospecha su nombre, pues como lo veremos adelante, no puede ser otro que D. Felipe de la Garza, uno de los principales asesinos de Iturbide.

Todos los historiadores mexicanos guardan silencio sobre esta cobardía que entregó a Barradas fácilmente cuatro piezas de artillería de batalla; excepto el mejor informado de todos, por ser el defensor y panegirista del general Santa Anna, héroe de la campaña. Dice Suárez Navarro:

Fácil les fue (á los españoles) apoderarse de las piezas y municiones que hallaron en su tránsito, porque no existía guarnición suficiente para su defensa en ninguno de los puntos de la misma ribera del rio (12). Pero cuando no se tiene guarnición suficiente para defender artillería y municiones, no se le ponen en las narices al enemigo para que las tome. Las municiones se hubieran podido inutilizar arrojándolas al río, lo mismo que las piezas; todavía más: bastaba no haber disparado las piezas para salvarlas. No puede haber sucedido más que el jefe que había dispuesto la resistencia en el reducto, huyó con su gente, dejando encargado a los artilleros que descargasen las piezas y huyesen cuando el enemigo se les viniera encima.

Respecto a la resistencia en los Corchos la discordancia es asombrosa entre los historiadores mexicanos entre sí y con el informe oficial de Barradas.

Habla Filisola (13): Entre tanto tuvo lugar la acción llamada de los Corchos ..., en la cual el coronel D. Andrés Ruiz Esparza y el ayudante D. Juan Cortina con un corto número de soldados del batallón de Pueblo Viejo de Tampico, la compañía de cazadores de los mismos, otras de milicias cívicas de los pueblos inmediatos, detuvieron por más de cuatro horas a un cuerpo de 3500 españoles, causándoles al mismo tiempo pérdidas innumerables. Desde luego Filisola, asienta una falsedad: la expedición al desembarcar tenía 2700 hombres y en los Corchos poco menos por las bajas ocurridas, con motivo del despojo de las cuatro piezas y de las enfermedades.

Habla Suárez Navarro:

En los Corchos tuvo lugar el primer encuentro con los invasores. El coronel don Andrés Ruiz Esparza y don Juan Cortina, con un corto número de soldados del batallón de Pueblo Viejo de Tampico y algunos milicianos de los pueblos inmediatos, sostuvieron por más de cuatro horas el citado punto, cediendo al fin al número centuplicado de los contrarios (14). Si la relación era de cien españoles por cada mexicano, y siendo los españoles poco menos de 2700, deben haber sido los defensores de los Corchos 26 o 27 hombres, cifra que no puede constituir ni una compañía que consta de 100 hombres.

Filisola estima los defensores de los Corchos en varias compañías es decir en varios centenares de soldados, mientras que según Suárez Navarro, no pueden pasar de 27.

Zavala dice: ... tenía algunos heridos (Barradas) de resultas de la pequeña acción ocurrida en su tránsito desde Cabo Rojo, entre su vanguardia y las partidas de patriotas que le salían al encuentro sobre los médanos de arena (15). Si esta pequeña acción no es la de los Corchos no existió para Zavala, pues no menciona otra, ni habla para nada de los Corchos, lo que es muy notable, porque formaba parte del ministerio del general Guerrero cuando la invasión. Don Miguel Lerdo de Tejada dice que Barradas llegó a Tampico sin haber encontrado en su tránsito otro obstáculo que la débil resistencia que en el punto llamado los Corchos, les opuso un pequeño destacamento de milicianos cívicos mandado por don Andrés Ruiz Esparza y don Juan Cortina (16). Larenaudiere dice: 300 de ellos (los mexicanos) ocultos en una emboscada con dos piezas de artillería en las arboladas alturas de los Corchos, intentaron detener a los españoles. Una descarga de fusilería puso la vanguardia en desorden por algunos momentos; pero el corto número de aquella tropa cedió prontamente a la mayor fuerza (17).

Rivera, en su historia de Jalapa, dice exactamente lo que Lerdo de Tejada: la resistencia en los Corchos fue insignificante.

La versión de Barradas difiere de las que he citado, y lo más notable de la discordancia es que no coloca la acción de los Corchos en su tránsito de Cabo Rojo a Tampico, pues Zamacois, que da la versión oficial española, dice: no había transcurrido una semana desde su llegada a Tampico (18) cuando tuvo aviso de que las tropas regulares que cubrían el Estado de Tamaulipas entre las cuales se contaba el batallón de Pueblo Viejo, así como las milicias, bajaban por los Corchos para provocarle a un combate. Los principales jefes iban a la cabeza de estas tropas, eran don Juan Cortina y don Andrés Ruiz Esparza. En el momento que Barradas recibió aviso de este movimiento, dispuso el 9 de Agosto la salida de cuatro compañías del primer batallón, cuatro del segundo y dos del tercero (en todo mil hombres) a las órdenes del comandante don Juan Falomir cuya fuerza salió con dirección a los Corchos por el rumbo conocido con el nombre de Camino viejo de Victoria. De manera que los historiadores mexicanos colocan a los Corchos entre Cabo Rojo y Tampico y Barradas lo coloca entre Tampico y Victoria.

Encontrados los mexicanos en los Corchos fueron batidos según Barradas por los mil españoles; habiendo tenido los primeros 97 muertos, 132 heridos y 180 prisioneros. Si la mayor parte eran cívicos, éstos, cuando se portan muy bien, casi como héroes aguantan perder cinco por ciento de su efectivo: luego según las bajas debía haber en los Corchos 4000 mexicanos; y si admitimos bajas de 10%, que ya corresponden a buena tropa, el número de mexicanos debía haber sido 2000.

No cabe duda que la jactancia española hizo que Barradas diera a su triunfo de los Corchos una importancia que no pudo haber tenido. Jamás, entiéndase bien: jamás a un coronel se le ha confiado en México el mando de 2000 hombres, menos el de 4000. En 1829 un coronel mandaba a lo más 400 hombres. Cuando en 1829, había reunidos 2000 hombres había a su frente por lo menos dos generales de brigada. Basta que Barradas confiese que la fuerza mexicana estaba mandada por un simple coronel, probablemente de cívicos, para que deba considerarse imposible que ésta en los Corchos pasase de 500 hombres.

Sin meterse a investigar la verdad completa sobre la importancia de los triunfos españoles, sí se puede decir, que desde que Barradas desembarcó, hasta el día 9 de Agosto, todos los historiadores serios mexicanos están de acuerdo, sin excepción, en que no fue derrotado, y que por el contrario, obtuvo el triunfo en todos los encuentros a los cuales dan poca importancia.

Entre tanto, el general Don Felipe de la Garza, con una división respetable, se dirigió hacia Pueblo Viejo, tratando de reducir a la expedición española a un estrecho círculo, para lo cual había ya situado diversas fuerzas en distintos puntos. El brigadier Don Isidro Barradas, al saber el movimiento emprendido por la Garza, y después de oir el parecer del entendido jefe de Estado Mayor Don Fulgencio Salas, salió de Tampico con una columna de dos mil hombres, al encuentro del general mexicano, que, aunque llevaba una fuerza de cinco mil hombres, se componía una gran parte de ella de milicias, que, aunque de gente valiente, no podía tener la disciplina y la instrucción militar de las tropas de línea. Cerca aún del punto de salida y en el sitio llamado el Bejuco o Bejucal, ordenó Barradas que su fuerza se dividiese en dos secciones, una por la extrema derecha en dirección al río Pánuco, y la otra por el sitio de las lomas, marchando por el centro, una compañía de cazadores, extendida en orden de guerrilla. Colocada de esta manera la fuerza expedicionaria, rompió al inmediato día el fuego la expresada guerrilla, cuyos extremos se hallaban fuera del alcance de vista de las dos secciones.

Esto hizo creer al general Don Felipe de la Garza, que la fuerza española no era más que la que había entrado en acción y sus tropas se lanzaron á paso de carga, pero sin orden militar, pues como he dicho eran milicias en su mayor parte. La guerrilla, por movimiento estratégico, se replegó, haciendo fuego en retirada, hasta que bien calculado el tiempo, dió lugar a que la sección de la izquierda les presentase la batalla, mientras la de la derecha se cerró ocupándoles su retaguardia; cuya operación se verificó en la calle real de Pueblo Viejo. Viéndose las fuerzas de Garza atacadas. por tres puntos diferentes, a la voz de: ¡Viva el Rey! se hallaron sin poder moverse, en medio de la expresada calle Real, entre los dos batallones expedicionarios que por uno y otro lado les impedían el paso. Inútil hubiera sido todo esfuerzo para resistir en aquellas circunstancias en que se veían cogidos entre dos fuegos. El general Don Felipe de la Garza, que se hallaba a la cabeza de sus soldados, deponiendo su actitud hostil, pidió hablar con el brigadier Barradas, dándose, lo mismo que su tropa, por prisioneros de guerra. El jefe español le recibió con agrado, y en la conferencia que tuvieron, al declararse Garza prisionero, Barradas le contestó que podía irse libre, bajo palabra de honor de no volver a hostilizarle ... (19).

Nuestros historiadores educativos omiten hablar de este hecho de armas altamente vergonzoso para Garza y sus fuerzas. La versión de Zamacois que acabo de copiar es la versión oficial española; y si Barradas miente ¿por qué no lo dicen y lo prueban? ¿Porque ignoran lo que oficialmente comunicó Barradas a su gobierno? Esto fue publicado en la Habana tan luego como llegó Barradas a esa ciudad y comunicado a México, por la vía de Nueva Orleans. ¿Por qué nadie lo ha desmentido en el curso de setenta y tres años? Zamacois imprimió su volumen XI, en que habla sobre la expedición de Barradas el año de 1879, y afirma que dicho jefe con dos mil hombres hizo prisionero al general Garza que tuvo 5000. ¿Por qué nadie ha impugnado lo que dijo Zamacois hace veinticuatro años en México y públicamente? La edición que poseo de la Historia del Sr. Pérez Vercija es de 1900; ha dispuesto este historiador de la niñez, de nueve años para conocer lo que dice Zamacois y combatirlo. Todo historiador está obligado a informarse de lo que dicen sobre un hecho notable, como es la expedición de Barradas, las dos partes contendientes. Para entender bien la guerra Franco-Alemana y no ser sorprendido, engañado o enseñado á medias; hay que leer a los autores alemanes y franceses. Esto es más necesario en México, donde tristemente se especula con la vanidad pública, ocultando verdades desagradables y sirviendo frecuentemente mentiras halagadoras.

Yo no me atrevo a afirmar que todo lo que oficialmente dice Barradas y sus historiadores es exacto; pero tampoco tengo pruebas ni razonamientos para asegurar que toda la versión española sobre la expedición de 1829, es falsa. Todo lo contrario, dos historiadores que vivieron en 1829; Zavala y Suárez Navarro, siendo el primero notable hombre público, formando parte del gabinete mexicano que dirigió la defensa contra Barradas; y el segundo, el panegirista del general Santa Anna; afirman que la conducta de Garza fue equívoca, y Zavala le califica con firmeza de cobarde.

En el tomo 2° de la obra de Zavala, Ensayo histórico de las revoluciones de México, en el capítulo VII y como encabezado se lee: General Garza - Su cobardía. En la página 179, Zavala ha escrito:

El general Don Felipe de la Garza a quien hemos visto en el tomo primero, levantarse contra Iturbide y luego pedir gracia: recibir a éste incauto caudillo en Soto de la Marina y conducirlo al suplicio; ese mismo Garza fue encargado por el general Terán de hacer un reconocimiento de las fuerzas del enemigo y sin resistencia o con muy poca se puso él mismo en manos de los invasores en donde permaneció corto tiempo. Pasó después al campo del general Santa Anna y este jefe despojándole de toda autoridad, en lugar de sujetarlo a un consejo de guerra como debía hacerlo, lo envió a México con comisiones que ni a uno ni a otro convenían. Informó al general presidente contra Garza en su comunicación oficial, y este asunto quedó cubierto con el velo del misterio sin poder saber, si Garza fue un traidor, o un cobarde y vil mexicano.

Tocaba pues a nuestros historiadores haber aclarado ese misterio y decimos lo que realmente hizo Garza, que debe haber sido muy grave, puesto que Zavala afirma que Santa Anna debía consignarlo a un consejo de guerra y que lo despojó de toda autoridad. En efecto, Garza era comandante general de los Estados internos de Oriente cuando desembarcó Barradas y fue removido sustituyéndole el general Mier y Terán.

Suárez Navarro, que mereció el aprecio y confianza del general Santa Anna, dice respecto de Garza: El comportamiento del general Garza está envuelto bajo el velo de mil conjeturas desfavorables. Desempeñaba las funciones de comandante general de los Estados internos de Oriente, y con tal investidura pudo haber hecho mucho oportunamente: nada hizo. En un encuentro con ellos, al hacer un reconocimiento cayó prisionero, entró en pláticas con los enemigos y volvió a su campo como si nada hubiera ocurrido. El general Santa Anna no podía tener en sus filas a un jefe que así se portaba: le despojó del mando y le envió a México dando parte de lo ocurrido. La historia no sabe si este militar que condujo al cadalso a Iturbide, era un cobarde o un traidor (20).

Lo que no dicen Zavala ni Suárez Navarro, es si Garza cayó o se dió por prisionero, solo con una corta fuerza o con toda su fuerza. Zavala culpa a Garza de haberse entregado prisionero sin resistencia o con poca resistencia: lo que prueba que en su concepto debió Garza haber hecho gran resistencia. Pero si estaba solo no podía hacerla, ni la ley militar obliga a un jefe que solo o acompañado de una corta fuerza, hace un reconocimiento, a hacer grande ni pequeña resistencia. En suma, los historiadores Zavala y Suárez Navarro afirman que hubo algo parecido a lo que oficialmente dice Barradas respecto de Garza, no habiendo duda de que éste jefe fue prisionero de Barradas durante corto tiempo.

A la acción en que, como queda referido, fue hecho prisionero el general Don Felipe de la Garza, se siguió la del punto llamado el Chocolate, dada por el jefe de Estado Mayor Don Fulgencio Salas, con novecientos ochenta soldados expedicionarios, al brigadier mexicano Rojas, que tenía una división de dos mil hombres, incluso doscientos soldados de caballería del noveno de línea (21).

El resultado de esta acción fue la derrota del brigadier Rojas, que tuvo que retirarse al rancho llamado El Chocoy, dejando sobre el campo ochenta y dos muertos, veinte y dos heridos y ciento treinta y tres prisioneros, que como de costumbre fueron puestos en libertad por Barradas (22). De esta derrota no habla ninguno de nuestros historiadores. ¿La inventó Barradas? ¿Inventó que existía un brigadier mexicano Rojas y un regimiento noveno de línea? Y si existían ambos, ¿por qué no protestar y desmentir cuando tuvieron noticia de que Barradas inventaba haberlos derrotado?

Con intermedio de muy pocos días, esto es, el 13 de Agosto se verificó otro refiido encuentro en el punto llamado Doña Cecilia, antes de que este hubiese sido fortificado por Terán. El jefe de las fuerzas expedicionarias que ascendían á mil doscientos hombres, era el coronel Don Luis Vázquez; los mexicanos resistieron el ataque con notable denuedo; pero al fin cedieron el campo á la ventaja de la disciplina de sus contrarios, dejando sobre el campo veinte y nueve muertos, 340 prisioneros que fueron puestos en libertad, muchas armas, algunos bagajes y 57 heridos, muchos de gravedad, entre ellos tres oficiales. También los españoles tuvieron sensibles pérdidas, entre ellas la del teniente de la cuarta compañía, Don Alejandro Cajigal, joven valiente que murió por su temerario arrojo; la del subteniente Don Manuel Blanco y cadete Don Rufino Robles, que salieron heridos, la del soldado distinguido Don Juan Sol y por último, la de los sargentos segundos Tartajasla y Ramos, aunque no de gravedad.

¿Esta nueva derrota a nuestras fuerzas, es otra invención de Barradas, no obstante los detalles que contiene el parte oficial?, ¿detalles que como la muerte de un oficial da lugar a concesión de pensiones a su familia? Puede ser. ¿Pero porqué entonces no probar que es mentira y anonadar al jefe español y a los historiadores españoles, poniéndoles en ridículo, con la simple verdad evidente, comprobada, irrefutable? ¿Por qué nuestros historiadores se conforman con omitir, lo que les hace sospechosos ante la crítica leal y penetrante?

Mier y Terán llegó el 15 de Agosto al campo mexicano, no quiso aceptar el mando en jefe que Garza le ofrecía, se puso a las órdenes de éste y se dedicó a fortificar el camino entre Tampico y Altamira, que dista siete luegas del puerto. Terán construyó dos reductos distantes 6 kilómetros uno de otro.

El 16 de Agosto Barradas salió de Tampico sobre Altamira. Terán defendía en Villerías los dos reductos de que acabo de hablar y Garza ocupaba Altamira. Según la versión española, Barradas tomó a viva fuerza los dos reductos y tomó Altamira sin encontrar más que una ligera resistencia de parte de Garza. Según la versión mexicana aceptada por nuestros historiadores que no han compendiado sus obras suprimiendo todo lo que nos es desfavorable; las cosas marcharon muy mal:

El general Don Manuel Mier y Terán defendía el primer punto (Villerías) y Don Felipe de la Garza el segundo (Altamira). El enemigo comenzó a avanzar sobre Villerías la noche del 16 de Agosto, y la mañana del día siguiente, a las nueve, rompió el fuego por el frente y los flancos de un reducto construído en una angostura del camino que circundaba un espeso bosque. Muy difícil era sostenerse en esa posición, por la desventaja de que a poco esfuerzo el general español podía voltearla; pero Terán, que era tan perito como experimentado, había construído a su retaguardia otro parapeto a legua y media del primero, en un desfiladero que sólo permitía un ataque de frente: allí se replegó y desde él continuó batiendo al enemigo. Garza estaba en Altamira con quinientos hombres y tras de una fortificación pasajera; se consideró débil y abandonó el punto, mandando que hiciera lo mismo el general Terán a las dos de la tarde del mismo día 17 (23). La columna de Barradas constaba de 1400 hombres y Terán y Garza reunidos tenían por lo menos mil y estaban fortificados. Poco honor causa esta defensa a su autor o autores.



NOTAS

(1) Pérez Vela. Compendio de la Historia de México, pág. 346.

(2) Suárez Navarro, Historia de México, tomo 1, págs. 394 y 395.

(3) Obra citada, pág. 414.

(4) Zamacois, Historia de México, tomo XI, págs. 716 y 717.

(5) Memoria de Guerra (1836).

(6) Suárez Navarro, Historia de México, tomo 1, pág. 138.

(7) Zavala, Ensayo histórico de las revoluciones de México, tomo II, pág. 183.

(8) Zavala, Ensayo histórico de las revoluciones de México, tomo I, pág. 183.

(9) Zamacois, Historia de México, tomo XI, pág. 733.

(10) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, pág. 144.

(11) Zamacois, Historia de México, tomo XI, pág. 739.

(12) Suárez Navarro, Historia de México, tomo II, pág. 144.

(13) Filisola, Guerra de Texas, tomo I, pág. 144.

(14) Suárez Navarro, Obra citada, pág. 144.

(15) Zavala, Ensayo histórico, tomo II, pág. 179.

(16) Apuntes históricos de Veracruz (Lerdo de Tejada), tomo II, pág. 332.

(17) Larenaudiere, Histoire de Mexico, pág. 210.

(18) Zamacois, Historia de México, tomo XI, pág. 746.

(19) Zamacois, Historia de México, tomo XI, págs. 750 y 751.

(20) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, nota de la pág. 144.

(21) Zamacois, Historia de México, tomo XI, pág. 753.

(22) Obra citada, pág. 753.

(23) Suárez Navarro, Historia de México, tomo I, pág. 146.

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