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XV

Después del crimen

La burguesía de Chicago descansó tranquila el 11 de noviembre de 1887. Cuatro hombres ahorcados, un suicida y tres ciudadanos en presidio habían satisfecho su odio brutal y su sed de venganza. La anarquia había sido aniquilada.

Estaba ciego el capitalismo y no vio que el ideal alentaba poderoso en aquella masa de trabajadores que tantas veces habia aplaudido a los mártires, que supo hacer toda clase de sacrificios por arrancar al patíbulo su presa y que se hubiera lanzado resuelta a salvar a los prisioneros si no hubiera sido contenida por las reflexiones de aquellos mismos a quienes se ahorcó como criminales.

Pocos días después del sacrificio, el pueblo trabajador de Chicago hizo una imponente manifestación de duelo, prueba de que las ideas socialistas no habían muerto.

Continuaron publicándose en Chicago el Arbeiter Zeitung y The Alarm, editado este último por Dyer D. Lum, amigo íntimo de Parsons.

Los libros y folletos publicados por las familias y amigos de los mártires son numerosos. Entre ellos figura uno preparado por el mismo Parsons en la cárcel y editado por su esposa con el título La anarquía, su filosofía y sus bases científicas. Este libro tiene en la cubierta las siguientes significativas palabras: Aun después de muerto habla.

Posteriormente ha editado también la viuda de Parsons un libro muy interesante sobre la vida de Alberto R. Parsons y la historia del movimiento obrero en América. Contiene este libro magníficos grabados, entre ellos los retratos de Alberto R. Parsons, Lucy E. Parsons y de sus dos niños, Lulú Eda y Alberto.

Asimismo Nina Van Zandt ha editado la autobiografía de Spies.

Además se han publicado los siguientes folletos:

Discurso de A. R. Parsons en Haymarket. Hechos referentes a los ocho condenados, Historia concisa del proceso, Los acusados y los acusadores y un gran número de fotografías de los mártires.

De casi todas estas publicaciones se han hecho tiradas en inglés y en alemán.

No hablemos de los libros y folletos publicados en otras ciudades de los Estados Unidos y en los demás países del mundo, porque nos faltaría espacio para reseñarlos.

¿Pueden, en vista de estos datos, jactarse los capitalistas americanos de haber aniquilado el socialismo y la anarquía, conteniendo el movimiento obrero de aquel país?

Seguramente no. Han dado, por el contrario, mayor vida a las ideas, más pujanza a la propaganda, matando alguno de los mejores amigos del pueblo. Entre las clases trabajadoras de aquel país se ha extendido la firme convicción de que la República, como las demás formas de gobierno, es tiránica y opresora; de que en todos los sistemas de gobierno, la justicia es una farsa indigna, la libertad y la igualdad, establecidas en las leyes, y estas mismas leyes son un sarcasmo para los que no tienen propiedad, ni hogar, ni patria, ni pan, ni abrigo.

La hora de expiación llegó bien pronto. La sangre de los asesinos -dice el mismo Grinnell- caerá sobre nosotros y sobre nuestros hijos.

Un periódico español de Nueva York describía la solemne ceremonia del entierro de los mártires en los siguientes términos:

Sin que ocurrieran desórdenes, como se temía, verificóse la traslación de los restos de Spies y sus compañeros anarquistas, desde el nicho que ocupaba provisionalmente en el cementerio Waldheim, a la tumba que en el mismo se les ha erigido por suscripción entre sus correligionarios.

Una gran concurrencia asistió a la fúnebre ceremonla, notándose la presencia de la madre, hermana y vIuda de Sples, la señorita Nina Van Zandt, a quien acompañaban su padre y las mujeres o amigas de los demás anarqulstas ajusticiados, y todas las cuales vestían de riguroso luto.

Los ataúdes fueron abiertos, apareciendo los cadáveres en estado de perfecta conservación, gracias al embalsamiento. Nina Van Zandt contempló con estoica inmovilidad las pálidas facciones de su amado, no dando señales de debilidad sino hasta después de terminada la ceremonia. La viuda de Parsons se desmayó.

Diferentes gremios obreros hicieron los honores a los cinco cadáveres; una sociedad coral socialista entonó fúnebre melodía; el Capitán Blank, defensor de los reos, habló en inglés, y otros oradores le sigueron en alemán; y finalmente, fueron cerrados de nuevo los ataúdes y conducidos a la nueva tumba, no sin que antes la viuda de Fischer depositara en la caja de su esposo un retrato de su hijita de dos años, a tiempo que un individuo ponía varios números del Arbeiter Zeitung, el periódico anarquista que dirigía Spies, en el ataúd de Engel.

Recientemente, después de tres años, el pueblo obrero de Nueva York ha respondido al eco de muerte de Chicago con una imponentísima reunión donde millares y millares de trabajadores, menospreciando los alardes de fuerza de la policía, se congregaron para rendir un tributo de admiración a nuestros mártires y oír y recoger las valientes oraciones de los propagandistas más decididos de la anarquía.

A partir del 11 de noviembre de 1887, los principios del socialismo revolucionario han tomado carta de naturaleza en los Estados Unidos. Antes estaban solamente al amparo de unos cuantos grupos que sin cesar propagaban y agitaban a la clase trabajadora. Hoy no hay obrero que no los conozca y que con ellos no simpatice, si no los sigue. Estos hombres condenados por la justicia federal, son glorificados por el pueblo amante de todas las libertades, por los descendientes de Lincoln y Franklin, cuyas palabras, citadas por Fischer, se han justificado esta vez elocuentemente.

Sí; prended y ahorcad a los agitadores, a los anarquistas, y veréis la maravilla de moverse por un solo deseo a todos los obreros del mundo, y veréis la maravilla de levantarse el gigante del trabajo dispuesto a aplastar al gigante de la explotación.

Prended y ahorcad, y veréis cuán pronto os arrancará el pueblo vuestros privilegios y vuestros monopolios.

La terrible tragedia de Chicago es el sangriento anuncio del triunfo definitivo del proletariado.

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