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XVI

Epílogo

Hasta aquí la reseña escrita en 1889.

Nadie habrá olvidado cómo los trabajadores de todo el mundo civilizado respondieron al reto de Chicago. Como dijo un publicista inglés, si bien los tribunales americanos se mostraron sordos a todas las apelaciones en favor de los mártires de Chicago, en cambio no resultó infructuosa la apelación hecha a todos los trabajadores del mundo que se sintieron impulsados por un movimiento de simpatía a realizar la obra iniciada por los compañeros de América.

Los años siguientes al bárbaro sacrificio, se luchó valientemente; la huelga general ganó las voluntades y cada l° de Mayo se señaló por verdaderas rebeldias populares. Los aldabonazos de la violencia repercutieron terrorificos en diversas naciones. Y a través de este periodo heroico, las ideas de emancipación social han adquirido carta de naturaleza en todos los pueblos de la Tierra. No espantan ya a nadie las ideas socialistas o anarquistas. De ellas andan contagiadas las mismas clases directoras. En sus bibliotecas hay más libros sediciosos que en las casas de los agitadores y de los militantes del obrerismo revolucionario. Y acaso también en los cerebros de aquéllos, más gérmenes de revuelta y de violencia que esperanzas en los corazones proletarios. Ha pasado la época heroica. Se ha falseado el significado del l° de Mayo. Se le ha convertido en un día de ritual, de culto, de idolatría. La liturgia socialista no sabe pasarse sin iconos, sin estandartes, sin procesiones. No importa.

La superficie apacible oculta la tempestad.

A la exaltación de los primeros momentos, ha sucedido la calma. Sordamente se está preparando el formidable estallido. En todas partes se ha puesto de nuevo sobre el tapete la huelga general; renace el revolucionarismo de antaño bajo el nombre moderno de acción directiva. Pueblos antes ganados por el formalismo y la rutina, se lanzan ahora a la revuelta. Los malos pastores quedan frecuentemente al descubierto, desobedecidos, engañados, en el más espantoso ridículo. El legalismo es mera apariencia; la disciplina, tan ponderada, una plataforma que no seduce a nadie; la rebelión está en todas partes. Ni aún los espantables agitadores, terror de nuestros meticulosos burgueses, tienen puesto en las nuevas luchas por la emancipación humana. Es el fermento de la independencia individual que se alza ahora poderoso; cada hombre su rey, su dios, su todo.

En el transcurso de unos pocos años, la rehabilitación de los mártires de Chicago se ha hecho absoluta.

No se ha parado mientes en que un nuevo gobernador de Illinois reconoció la inocencia de los condenados y puso en la calle a los presidiarios Neebe, Schwab y Fielden. La rehabilitación legal era innecesaria. Es un síntoma, es un argumento, es una justificación y un alegato; pero no era precisa.

Las muchedumbres procesan de prisa, juzgan velozmente, y si algunas veces yerran, en general aciertan. La rehabilitación legal llegó tarde. El pueblo, sumariamente, había sentenciado ya.

Inútil la sangre derramada entonces; inútil la derramada después; inútil la que aún se derramará. La evolución de las ideas al compás de la evolución de hecho se cumple fatalmente. Estamos mucho más allá de las pretensiones proletarias en 1887. Sin tópicos entusíásticos, sin alardes juveniles, sin ardorosas diatribas, la pujanza del socialismo revolucionario es hoy mayor que nunca.

Han cambiado las formas, las palabras, acaso los métodos; pero persiste la esencia y de día en día se la ve difundirse, extendiéndose por todos los ámbitos sociales.

El proceso industrial culmina ahora en los grandes monopolios. Son los políticos, lacayos de los banqueros. Gobiernan el mundo los millonarios. No hay arte, ni ciencia, ni filosofía, ni ética para el capitalismo triunfante. No hay más que mercados, y ante la amenaza proletaria, se da un enorme salto atrás y las naciones se lanzan al bandidaje colonial, al asesinato en masa, al pillaje descarado y a la crueldad inicua. Se juega la última carta.

También culmina ahora el proceso social en los grandes conglomerados proletarios. Los pastores obreros son arlequines de la burguesía. Gobiernan el mundo las multitudes indisciplinadas. No hay programas, no hay doctrinas, no hay credos para el proletariado vencedor. Hay sindicatos. Y ante la prepotencia capitalista, se quiere dar un salto mortal hacia adelante y las masas se lanzan al motín, a la violencia, a ia revolución en la desesperanza del presente. También se juega la última carta.

Es el momento histórico en que va a quebrar una civilización. Cuando todo se trastrueca; cuando se vienen abajo con estrépito la moral de la riqueza y la moral del trabajo; cuando naufragan todos los principios y se corresponden todas las filosofías y no quedan en el campo de la vida social más que beligerantes dispuestos al exterminio, es que ha llegado la hora final de una evolución y llama a las puertas del mundo, nueva y profunda transformación de la vida.

Vamos a empezar de nuevo. Podía haberse previsto. Las señales de los tiempos eran claras y precisas. Pero hay ojos que no ven y oídos que no oyen. Todavía ahora habrá quien no quiera ver ni oír. Todavía ahora habrá, hay, quien está dispuesto a nuevos crímenes. La tragedia de Chicago es un episodio repetido constantemente, que todavía se repetirá. Peor que peor.

Esta luminosa razón que tanto nos enorgullece, no vale, por lo visto, un comino.

No hay razón, hay fuerza. Así se quiere; que así sea.

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