Índice de Los mártires de San Juan de Ulúa de Eugenio Martínez NúñezCAPÍTULO SEGUNDO - Una de las más crueles prisionesCAPÍTULO CUARTO - El cautiverio de César CanalesBiblioteca Virtual Antorcha

LOS MÁRTIRES DE SAN JUAN DE ULÚA

Eugenio Martínez Núñez

CAPÍTULO TERCERO

JUAN SARABIA EN SAN JUAN DE ULÚA


Sus primeras luchas.

Hijo de una familia de muy reducidas posibilidades económicas, Juan Sarabia, que indudablemente es una de las figuras más nobles y esclarecidas de la Revolución Mexicana, nació en la ciudad de San Luis Potosí el 24 de junio de 1882. Dotado de excepcional inteligencia, elevada inspiración poética y de un carácter inflexible, enérgico y audaz, comenzó a luchar desde muy joven en la tribuna y en la prensa contra el sistema dictatorial porfirista. Fue miembro destacado del memorable Club Ponciano Arriaga, que en medio de hostilidades y amenazas se encargó de despertar la adormecida conciencia nacional, y asimismo uno de los más prominentes delegados al histórico Primer Congreso Liberal que en febrero de 1901 se reunió en la capital potosina, donde tomó muy importante participación en los debates que tuvieron lugar para combatir los avances del clericalismo en México y tratar, por vez primera en este siglo, el problema agrario, la cuestión obrera y las libertades del municipio y la prensa.

Después de haber sufrido por tales actividades un encarcelamiento de ocho meses en la Penitenciaría de su tierra natal, marchó a la ciudad de México para tomar la dirección del famoso semanario de caricaturas El Hijo del Ahuizote y colaborar en ¡Excélsior! y otras publicaciones liberales, donde con singular virilidad y empuje luchó contra los abusos del despotismo y la sexta reelección, o más bien dicho imposición del viejo Caudillo tuxtepecano, causa por la cual probó de nuevo, por espacio de seis meses, el amargo pan de la prisión en las horrendas bartolinas de suplicio de la ya desaparecida Cárcel de Belén.


En Estados Unidos y Canadá.

Al dejar este penal de tan infeliz memoria, en vista de que era nuevamente perseguido y hasta amenazado de muerte, tuvo que desterrarse a los Estados Unidos, donde primero en San Antonio, Texas y después en San Luis, Missouri prosiguió luchando infatigablemente en el valiente periódico Regeneración; y en septiembre de 1905, junto con Antonio I. Villarreal, los Flores Magón, su primo Manuel Sarabia, Librado Rivera y Rosalío Bustamante constituyó la Junta del Partido Liberal con objeto de organizar un movimiento revolucionario tendiente a derrocar la tiranía porfirista y conquistar para sus conciudadanos un régimen de libertad, de derecho y de justicia. Por haber emprendido esta cruzada fue encerrado en la Cárcel Municipal de la misma ciudad de San Luis, Missouri, y al obtener su libertad después de cuatro meses de encarcelamiento, ante la amenaza de ser deportado a México y entregado a las venganzas del general Díaz, se vio obligado a emigrar al Canadá.

Estando en Toronto y Montreal, donde pasó grandes privaciones y penalidades e igualmente sufrió rudas persecuciones, redactó el Programa y Manifiesto del Partido Liberal, magnífico y trascendental documento que sirvió de bandera al movimiento insurreccional que se comenzaba a organizar en México, y cuyos postulados sobre materia agraria, del trabajo y previsión social fueron posteriormente incluidos en la Constitución promulgada el 5 de febrero de 1917.


Estremecimientos de rebeldía.

Como resultados inmediatos de los trabajos de Sarabia y compañeros se establecieron en todo el país más de 40 grupos rebeldes, estalló la huelga de Cananea y se efectuaron los levantamientos de Jiménez, Coahuila, y de los Cantones de Acayucan y Minatitlán en Veracruz, los cuales, no por falta de abnegación, entusiasmo ni espíritu combativo, sino por la aplastante superioridad numérica y de armamento del enemigo, fueron inmediatamente sofocados y, como es sabido, dieron un gran contingente de cautivos que fueron encerrados en la fortaleza de Ulúa.


Sarabia es capturado.

Poco antes de la acción de Jiménez, que fue la primera que tuvo lugar, regresó Sarabia del Canadá a la frontera mexicana para ponerse al frente del movimiento de insurrección, y hallándose en Ciudad Juárez ocupado en los preparativos para el ataque a esta plaza, fue traicionado y hecho prisionero, junto con otros luchadores, en la cárcel de la misma población. En seguida fue conducido a la Penitenciaría de Chihuahua, donde estuvo a punto de ser fusilado y se le instruyó una farsa de proceso que lo condenó a más de siete años de prisión en las mazmorras de San Juan de Ulúa.


Se defiende por sí mismo.

Durante su proceso, en que el tribunal designado por el despotismo lo juzgó no sólo como rebelde sino como bandolero, incendiario y ladrón, Sarabia, desplegando un asombroso valor civil, se defendió por sí mismo en términos viriles que lo mismo le conquistaron el aplauso del pueblo que llenaba las amplias galerías del llamado Palacio de Justicia, que el odio de sus verdugos y acusadores.

No con el humillado continente del criminal que lleva sobre su conciencia el peso de tremendos delitos -expresó ante el Juez de Distrito- sino con la actitud altiva del hombre honrado que sólo por circunstancias especialísimas se ve ante los Tribunales de la justicia humana, vengo a defenderme de los múltiples cuanto absurdos cargos que contra mí se formulan en el proceso que se me ha instruido, y en el cual fui considerado en un principio como reo meramente político, para convertirme a última hora en una especie de terrible Mussolino, culpable de casi todos los crímenes que prevén y castigan las leyes penales existentes.

Ciertamente, esperaba yo ser tratado con rigor en este proceso, porque de tiempo atrás el Gobierno emanado de la revolución de Tuxtepec, me ha hecho el honor de considerarme como una amenaza para su autoridad y su poder, y era de suponerse que no se desaprovechara la oportunidad de castigar mis antiguas rebeldías; pero nunca imaginé que se desplegara contra mí tal inquina como la que demuestra el Ministerio Público en el pedimento que ha formulado; nunca creía que se llegara a los límites de lo absurdo en las acusaciones que se me hacen y se tratara de despojar mis actos del carácter político que claramente presentan para convertidos en vulgares y vergonzosos desafueros del orden común. Ha sucedido, sin embargo, lo que no hubiera previsto nadie que en achaques de leyes tuviera algún conocimiento, y yo, que fui aprehendido por tener participación en un movimiento revolucionario y que fui procesado por el delito político de rebelión, tengo ahora que responder a cargos en que se me imputan mil crímenes y en que se trata de degradarme a la categoría de rapaz y temible bandolero. Me hace cargos, en efecto, el Ministerio Público, por los delitos de homicidio, robo de valores o caudales de la nación y destrucción de edificios públicos en el grado de conato, y por ultrajes al Presidente de la República y rebelión en calidad de delitos consumados. Tal parece que el Promotor Fiscal, al formular sus acusaciones, no examinó mis actos para ver qué artículos del Código Penal eran aplicables en justicia, sino que se puso a hurgar en el Código para imputarme casi todos los delitos en él enumerados ...

... El acusador no prueba que yo sea un delincuente común, ni prueba tampoco que la revolución frustrada fuera una empresa de encubierto bandolerismo; en cambio los hechos están proclamando lo contrario, es decir, están probando que el intentado movimiento revolucionario tendía honradamente a la realización de altos y legítimos ideales y que estaba sólo inspirado en el bien público.

La propaganda de ideas que es obligado preliminar en toda revolución verdadera, ha existido notoriamente en México. Por años enteros, la prensa liberal ha estado censurando sin tregua los actos de nuestros malos funcionarios, que forman falange; ha estado denunciando injusticias, flagelando infamias y pidiendo sin resultado a los insensibles mandatarios un poco de respeto a la ley y una poca de piedad para el pueblo. Todos los dispersos elementos de oposición al actual Gobierno, después de mil campañas infructuosas, después de mil intentos hacia la libertad, ahogados por la férrea mano del despotismo, se reunieron para reorganizar el Partido Liberal, formándose desde luego la Junta Directiva del mismo, de la que tuve la honra de ser vicepresidente. El órgano de la Junta Regeneración, aparte de otros periódicos liberales, continuó enérgicamente la campaña contra la Administración porfirista, captándose a la vez que las simpatías del pueblo, el odio del elemento oficial. Organizado el Partido según las bases establecidas por la Junta en su Manifiesto de 28 de septiembre de 1905, era natural que se pensara en formar el Programa del Partido, como es de rigor en toda democracia, y tal cosa se llevó a efecto con la cooperación de los miembros del Partido, a quienes se convocó para expresión de las aspiraciones populares. Tras los trámites necesarios, el Programa quedó formado y fue proclamado por la Junta el primero de julio de 1906 y circuló posteriormente con profusión por toda la República Mexicana. El objeto de la Revolución que después se organizó era llevar a la práctica ese Programa, cuyos puntos principales tratan de la división territorial para beneficio del pueblo y mejoramiento de la clase obrera, por la disminución de horas de trabajo y aumento de jornales, y de otras medidas secundarias que han adoptado todos los gobiernos que algo se preocupan por el trabajador ...

... Sentado lo anterior que servirá de base al resto de mi alegato, pasaré a ocuparme concretamente de cada uno de los tres cargos que se encuentran a fojas nueve y siguientes del pedimento fiscal.

En el primero, el acusador me declara responsable del delito de ultrajes al Presidente de la República, fundándose en que como Vicepresidente de la Junta Organizadora del Partido Liberal, firmé el Programa del mismo Partido y que la referida Junta expidió e hizo circular. Según el Promotor Fiscal, el documento citado como prende conceptos injuriosos para el Primer Magistrado de la Nación y sus autores y circuladores incurrimos en el delito penado por el artículo 909 del Código relativo.

Los hechos son ciertos: es verdad que firmé y aún escribí ese documento que exhibe en toda su desnudez las lacras de la actual Administración y que contiene cargos tremendos, aunque fundados; reproches acerbos, aunque justos, contra el funcionario que al frente de ella se encuentra ... Pero en realidad no existe el delito de ultrajes al Presidente de la República que el Promotor Fiscal me atribuye, porque al verter contra ese funcionario conceptos más o menos duros, lo hice en ejercicio de la garantía constitucional que me ampara para expresar mis opiniones sobre los actos ilegales, atentatorios e injustos de los mandatarios del pueblo ...

... Es condición indispensable de toda rebelión, iniciarse con la proclamación de un plan político que justifique el movimiento, no sólo definiendo los benéficos fines que lo inspiren, sino demostrando que el Gobierno que se trata de derrocar es fatal para el país, y que los funcionarios que lo componen son indignos de la confianza pública. En las rebeliones contra Juárez y Lerdo, ¿no fueron parte de las mismas los varios documentos de ataque, las mal zurcidas proclamas que expedía el poco ilustrado caudillo de La Noria y Tuxtepec? ¿Pretenderá el Promotor Fiscal que nuestra revolución hubiera comenzado consagrando al general Díaz una de esas hiperbólicas apologías en que a diario lo ensalzan sus turiferarios? ...

... En el segundo de los cargos que vengo combatiendo, es donde el acusador más se desatiende de la ley; donde más lo ciega la inquina y donde más revela contra mí una furia que no se compadece con la augusta serenidad que se debía esperar de un representante de la justicia. Dice, en efecto, el pedimento fiscal:

El mismo Juan Sarabia, es responsable igualmente del delito de homicidio, robo de valores o caudales de la propiedad de la nación y destrucción de edificios públicos también de propiedad de la misma nación, todos estos delitos en el grado de conato ...

Todavía en el cargo de ultrajes al Presidente, se me hace la gracia de dejarme revestido de cierto barniz político; pero en el que acabo de copiar desaparece toda consideración y se me reduce con la mayor tranquilidad a la ignominiosa categoría de asesino, incendiario y ladrón ...

... Nada de eso soy, y en la conciencia de mis conciudadanos, inclusive los que me juzgan, y sin exceptuar a los que me han injuriado por halagar al Gobierno que me teme, está la convicción de mi honradez y de mi patriotismo, probados en seis años de trabajos políticos, realizados desinteresadamente, a través de persecuciones e infortunios. Hace seis años que he venido sosteniendo en la prensa las ideas que formaron el programa de la revolución frustrada por ahora y en la que tuve el honor de figurar. Mi carácter político está perfectamente comprobado, no sólo por mi carrera periodística de años anteriores, sino por el cargo de Vicepresidente de la Junta del Partido Liberal, que tenía al tiempo de mi aprehensión ...

... El tercero y último de los cargos que me hace el Ministerio Público es por el delito de rebelión.

De mis propias confesiones y de muchas constancias procesales resulta que soy un rebelde contra el Gobierno del general Díaz; sin embargo, no soy un delincuente.

Hay un caso en que la rebelión no es un delito, sino una prerrogativa del ciudadano, y es cuando se ejercita, no contra un gobierno legalmente constituido, sino contra uno ilegítimo y usurpador. El artículo 35 de la Constitución de 1857, que deben tener presente cuantos conozcan la Suprema Ley de la Nación, expresa que es una prerrogativa del ciudadano mexicano tomar las armas en defensa de la República y de sus instituciones.

Mientras la República sea un hecho, mientras las venerables instituciones democráticas permanezcan invioladas, mientras la majestad de la ley no sea ofendida, mientras las autoridades cumplan con su elevada misión de velar por el bien público y presten garantías a los derechos de los ciudadanos, la rebelión será un delito perfectamente punible que nada podría justificar; pero cuando la República sea un mito, cuando las instituciones sean inicuamente desgarradas, cuando la ley sólo sirva de escarnio al despotismo, cuando la autoridad se despoje de su carácter protector y de salvaguardia se convierta en amenaza de los ciudadanos; cuando, en una palabra, la legalidad sea arrojada brutalmente de su trono por ese monstruoso azote de los pueblos que se llama TIRANIA, la rebelión tiene que ser, no el crimen político que castiga el Código Penal, sino el derecho que concede a los oprimidos el artículo 35 de nuestra mil veces sabia Constitución.

Ahora bien; la rebelión en que tuve parte, ¿iba dirigida contra un Gobierno legal y democrático, o contra un despotismo violador de las instituciones republicanas? ¿Me ampara o no el precepto constitucional que he citado y que está sobre toda ley secundaria que se me pudiera aplicar?

Es sabido de sobra, es público y notorio, es axiomático que en México no vivimos bajo un régimen constitucional y que ni el sufragio electoral, ni las libertades públicas, ni la independencia de los poderes de la Nación, ni nada de lo que constituye las instituciones democráticas existe en nuestra patria bajo un Gobierno que por más de un cuarto de siglo ha regido nuestros destinos.

Es tópico vulgar, a cada paso repetido y de todos los labios escuchado que en México no hay más ley que la voluntad del general Díaz, y hasta servidores del Gobierno, diputados como Francisco Bulnes, Manuel Calero y otros, en obras y discursos que son del dominio público, han proclamado con verdad patente que el actual Gobierno no es más que una Dictadura. Así es en efecto. El general Díaz ha acaparado en sus manos cuantos poderes y derechos se pueden concebir, lo mismo los de las varias autoridades inferiores a él, que los del pueblo. El general Díaz dispone a su antojo de nuestra patria, nombra a los funcionarios de elección popular, invade la soberanía de los Estados, es árbitro de todas las cuestiones, y ejerce, en suma, un poder absoluto que le envidiaría el mismo autócrata de todas las Rusias. El pueblo es una nulidad, la República un sarcasmo, las instituciones un cadáver ...


Es remitido a la fortaleza.

Pero a pesar de su admirable defensa, en que como he dicho en otro lugar, dando cátedra de derecho demostró con claridad meridiana que no era un delincuente sino un hombre honrado que luchaba por la libertad de su pueblo, el Juez de Distrito decretó su condena por consigna del general Díaz, y tres días más tarde, fuertemente amarrado con las manos en la espalda, era remitido en un furgón del ferrocarril coronado de soldados hasta San Juan de Ulúa.


Su vía crucis.

Me abstengo de relatar con amplitud todos los atentados y sufrimientos que padeció Sarabia durante los cinco años de su cautiverio, por haberlo hecho ya detalladamente en la obra a él consagrada y que, como he dicho al principio, el Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana me hizo el honor de publicar hace poco tiempo (1); pero dedicaré unas cuantas páginas para referir a grandes rasgos algunos de los grandes infortunios que no obstante su débil constitución física pudo soportar con insuperable dignidad, sostenido únicamente por la entereza de su carácter y el temple acerado de su alma.

En efecto, la tragedia de tristezas y dolores de que Sarabia fue protagonista en esa época aciaga de su vida, constituye todo un drama sombrío, de horrores y martirios de proporciones inconmensurables, ya que por su destacada personalidad de luchador contra el despotismo se le hizo víctima, por especial consigna, de las mayores infamias, ultrajes y humillaciones en la fortaleza. Desde luego desaparecieron para él todo género de consideraciones para ser tratado como un traidor a la patria de don Porfirio: a tirones se le arrancó la ropa, se le peló a rape y se le cubrió con la infamante túnica rayada del presidiario; se le encerró en una infecta galera junto con gran número de criminales que se entregaban a las más asquerosas depravaciones, y en la cual fue escupido, estrujado, injuriado soezmente y abofeteado por los brutales carceleros. Poco después se le impusieron rudos y denigrantes trabajos forzados, y por haberse negado virilmente a desempeñarlos, en repetidas ocasiones fue azotado sin piedad hasta dejarlo sin sentido y bañado en sangre.


En El Infierno.

Más tarde, por órdenes del general Joaquín Maas, Comandante Militar de Veracruz que ejercía el control de los presos de San Juan de Ulúa, el coronel José María Hernández, gobernador de la fortaleza, lo confinó, rigurosamente incomunicado, en la mazmorra El Infierno, que según se sabe, era una cueva húmeda, estrecha y pestilente, que asfixiaba por la falta de aire, y que más bien parecía un sepulcro por el silencio absoluto y las profundas tinieblas que en ella reinaban eternamente, donde se le dejó relegado más de seis meses, sin atendérsele en sus enfermedades, casi sin probar alimento, rodeado de un ambiente pesado y desesperante, sufriendo toda clase de torturas físicas y morales, sin percibir jamás el timbre de una voz amiga, y sin que nunca pudiera recibir noticias del mundo, de sus amigos y más queridos compañeros, y principalmente de su anciana madre, que en San Luis, Missouri había quedado abandonada y en la mayor miseria.


Camino del deber.

Esto y más sufrió Sarabia en este horrendo calabozo, cuya más amplia descripción se verá más adelante en un patético documento redactado por otro indomable luchador que allí estuvo también emparedado, pero jamás se humilló su espíritu y en todo momento soportó con estoica y admirable abnegación todos sus dolores, penalidades y martirios. Estando en esta mazmorra, siempre con la mente iluminada con el ideal de la suprema perfección humana, escribió, a la luz de una lámpara de petróleo que débilmente alumbraba el tétrico recinto, una inspirada composición poética en que señala el verdadero camino del deber y da nobles consejos pletóricos de experiencia y filosofía a la juventud de su patria, y de la cual son las siguientes cláusulas:

Aceptad el dolor que aunque lejano
pueda aportar al mundo un beneficio;
noble es que el hombre sufra por su hermano:
toda conquista del linaje humano
tiene bases de duelo y sacrificio.

Mejor que una egoísta paz menguada
es el peligro que la lucha ofrece;
caminad con la frente levantada,
y mejor que una dicha que degrada
buscad el sufrimiento que enaltece.

Amad el Bien con entusiasta altruismo
despreciando la fe en otra existencia;
amadlo noblemente por él mismo,
porque lleva la luz a todo abismo,
porque lleva la paz a la conciencia.

Cultivad la razón; con sus dictados
herid a toda religión arcana;
y del criterio racional armados,
despedazad los ídolos forjados
con torpe afán por la barbarie humana.

Despreciad los venales servidores
de dioses y de cultos mentirosos;
son falsarios que fungen de mentores,
tartufos con barniz de redentores,
criminales con fama de piadosos.

Ayudad al que sufre, al oprimido
por ruin explotador o vil tirano;
y meditando en lo que habéis sufrido,
al débil, al humilde, al desvalido,
con gesto fraternal tended la mano.

No os deslumbren fatídicas proezas
por el poder o el oro realizadas;
y sin debilidades ni bajezas,
aprended a escupir esas grandezas
con lágrimas y duelos amasadas.

La mujer, ser bendito entre los seres,
para el amor y la bondad nacida,
debe también llenar altos deberes
y realizar con nobles procederes
una misión benéfica en la vida.

No vale la mujer por la belleza
ni por el oro que en brillar consume;
se acaban la hermosura y la riqueza,
tan solo la virtud, por su pureza,
es flor que nunca pierde su perfume.

La mujer solamente por virtuosa
puede ser adorable y venerada,
por ser hija modesta y cariñosa,
por ser amante y apacible esposa,
y por ser madre digna y abnegada.

Los principios que os doy como bandera
dejo en máximas breves y condensados;
negad mitos que el juicio no tolera,
y con humana sencillez austera
sed altruistas, sed justos, sed honrados.

Vida inútil la vuestra si concluido
el plazo natural de vuestros días,
con árido egoísmo habéis vivido
y habéis con fin innoble sostenido
injusticias, infamias, tiranías.

Pero vivir fecundo habréis logrado
si de él al fin vuestra existencia encierra
el noble orgullo de haber colaborado
en el grande y hermoso apostolado
de propagar el Bien sobre la Tierra.


En El Purgatorio.

Después de los aludidos seis meses de confinamiento en El Infierno, Sarabia se encontraba muy enfermo, y no obstante estar en plena juventud, ya que sólo tenía 25 años de edad, se veía notablemente avejentado; y en una ocasión, al mirarlo el coronel Hernández en tan malas condiciones, compadeciéndose de él, solicitó y obtuvo del general Maas que durante una semana se le enviara a una de las galeras en que se hallaban otros luchadores, para que de allí se le sacara una o dos horas diariamente a que tomara el sol y el aire en el patio principal de la fortaleza, y que después se le cambiara a El Purgatorio, por ser este calabozo un tanto menos reducido que el anterior.

Ya en la galera Sarabia se repuso un poco y pudo al fin comunicarse con su madre, a la que amaba con una veneración sin límites, y que a pesar de su ancianidad, con grandes trabajos y sacrificios lograba reunir algunas monedas que mensualmente le enviaba a fin de hacede un poco más llevaderos los sinsabores de su cautiverio.

Pero fatalmente llegó el término del plazo, y Sarabia fue sepultado sin remedio en El Purgatorio, mazmorra infame situada al fondo de un lóbrego pasillo y sólo separada de El Infierno por un muro de más de dos metros de espesor. Al penetrar en su nuevo encierro se quedó otra vez en la más espantosa soledad, y durante su prisión en este calabozo, que como el otro era maloliente, húmedo, poblado de horribles alimañas y carente en lo absoluto de luz y ventilación, padeció indecibles desventuras y los más crueles dolores por espacio de tres años, ya que de allí no salió sino hasta mediados de 1911 con la caída del despotismo porfiriano.

Cuando estaba próximo a cumplir cuatro meses de aislamiento en este cubil, donde de nuevo perdió toda comunicación con el exterior y desde un principio se le arrebataron los pocos libros que con verdaderos trabajos y precauciones había logrado conseguir para consolarse con su lectura, contrajo diversas y más o menos graves enfermedades tanto por la pésima alimentación como por el ambiente viciado que lo rodeaba, y sin que nunca, como siempre se había hecho, se le prestara atención médica, atención que sin la menor dificultad se impartía hasta a los más empedernidos presidiarios.


Una vibrante acusación.

En estas condiciones continuó Sarabia por largo tiempo, hasta que a fines de 1909, recordando el modo vil y cobarde de cómo había caído en Ciudad Juárez en poder de la Dictadura, la injusticia y venalidad del tribunal que lo sentenció como bandido en Chihuahua, la manera infame de cómo había sido remitido a la fortaleza y desahogando su justa indignación por el trato brutal y despiadado de que siempre había sido víctima en el presidio, escribió una formidable acusación y protesta contra sus verdugos, y de la cual son estas vibrantes estrofas:

Si a eso llamáis vencer, habéis vencido ...
acostumbrado al acto franco y recto
prever no pudo la traición obscura
que a vuestras manos me arrojó indefenso.
Cantad, pues, la victoria que debisteis
a la bajeza y no al viril esfuerzo;
tomad mi corazón y devoradlo
como en festín de buitres carniceros;
y con ultrajes flagelad mi espíritu
y con torturas agobiad mi cuerpo,
ya que estoy a merced de vuestros odios
solo, desamparado, prisionero,
y ya que ante mis hondos infortunios
indiferente permanece el pueblo.

Obráis como quien sois, y al ver que inerme
ni protestar ni defenderme puedo,
habéis saciado en mí toda la rabia
que se fue acumulando en vuestros pechos
cuando mi pluma independiente y digna
y mi labio veraz y justiciero
os arrancaron la careta hipócrita
y a plena luz, sin velos, exhibieron
toda la escoria de que estáis henchidos,
todas las lacras de que estáis cubiertos.

Sin que temblara vuestra mano infame,
porque en vosotros la conciencia ha muerto,
en inicua sentencia me extendisteis
patente de bandido, pretendiendo
cubrir de deshonor mi limpio nombre
con tan cobarde y ruin procedimiento.
¡Pero no me manchasteis! Todos saben
que he caído luchando como bueno
por la causa del Bien y la Justicia
y por la hollada libertad del pueblo.

Me quisisteis manchar, porque sois viles,
porque con mi honradez os avergüenzo;
y me heristeis así, porque los déspotas
en tiempos de abyección siempre pudieron
erigir tribunales de verdugos
para escarnio de leyes y derechos,
y hacer fallo legal de una calumnia,
y hacer de una virtud crimen horrendo,
y vestir con la toga a los lacayos
y arrastrar la justicia por el suelo,
y hacer de un luchador un delincuente
y forjar de un patriota un bandolero.

Habéis violado en mí todas las leyes,
todos los elementos del derecho,
de la justicia todos los principios
y de la humanidad todos los fueros.

Del criminal con la librea infamante,
desfigurado, astroso y harapiento,
me habéis hecho marchar entre el rebaño
de presidiarios, doblegado el cuerpo
bajo la carga vil que manos rudas
sobre mis hombros débiles pusieron.

Habéis hecho vibrar en mis oídos,
de indignación mi rostro enrojeciendo,
toda la gama del insulto aleve,
del insulto soez y rufianesco
que es el aullido de la bestia humana
y de la ira salvaje es el acento.

Habéis hecho caer sobre mis carnes
sin razón, sin motivo, sin pretexto,
el azote brutal que flagelaba
mi humana dignidad, más que mi cuerpo.

...

¡Verdugos, continuad! ¡Sed implacables!
Multiplicad ultrajes y tormentos;
conquistad una aureola de ignominia
para ornar vuestra frente de protervos;
que en tanto yo, con la conciencia pura,
sin manchas ni rubor, tengo el derecho
de exhibir vuestra infamia en mis estrofas
y escupiros la faz con mi desprecio.


Se enferma del corazón.

Más tarde, en los primeros meses de 1910, la situación de Sarabia se empeoró notablemente, pues comenzó a sentirse enfermo del corazón, mal que se le manifestó con gran sofocación y fuertes palpitaciones, y no obstante que los médicos ordenaron repetidas veces que se le llevara a la enfermería, esto no pudo efectuarse por la sencilla razón de que el señor general Maas, que tenía el alma cerrada para todo sentimiento de humanidad y más dura que una roca, tuvo a bien disponer que no se le llevara, sino que se le dejara abandonado a su propia suerte. Por estas circunstancias, y tomando en cuenta que su padecimiento adquiría cada vez mayores proporciones, el 30 de mayo del mismo año escribió un documento de condenación contra tal arbitrariedad; documento que, por conducto de un oficial del destacamento del Castillo que le profesaba gran afecto y admiración, pensaba enviar a la prensa de la ciudad de México para que se conocieran las infamias de que era víctima y tal vez se levantara un clamor demandando que se le tratara con más humanidad y justicia. Pero al fin ese escrito no se publicó porque Sarabia lo redujo a cenizas para que su madre y demás seres queridos, a los que en todo tiempo había ocultado sus desventuras, ignoraran la dolorosa situación en que se hallaba; mas habiendo sacado dicho oficial una copia fiel del expresado escrito, me la proporcionó años más tarde, y de la cual tomo lo siguiente:

... Hace algunas semanas que estoy padeciendo taquicardia, enfermedad que como su nombre lo indica, consiste en la aceleración anormal de las palpitaciones del corazón, haciendo la respiración difícil, jadeante. A pesar de esto y de que los señores doctores Loyo y Correa, que me han visto, han ordenado se me pase a ser atendido en la enfermería, continúo, contra toda humanidad y justicia, en esta mazmorra sin ventilación y sin luz, infecta y húmeda, donde falta aire cuando en el exterior soplan los más deshechos nortes, y donde es de noche a las doce del día. No se necesita tener conocimientos médicos para comprender que este cubil antihigiénico no es lo más apropiado para quien está semiasfixiado. Son perfectamente conocidos los lamentables efectos del aire contaminado, de los sitios obscuros y húmedos aun para los más resistentes y sanos organismos, y es claro que sobre un organismo enfermo, esos malos efectos tienen que ser peores.

Con mucho menos de lo que yo tengo, y a la menor indicación del doctor o del practicante, hubiera pasado a la enfermería cualquier otro preso. Pero en mi caso, tres órdenes de que se me pase han sido desatendidas, ni se cumplen conmigo las prescripciones médicas; se me condena implacablemente a permanecer recluido en este antro tenebroso, abandonado a mi propia suerte, sea cual fuere mi estado, lo mismo si me alienta el vigor de la vida, o si me agitan las ansias de la muerte. ¡Se me pone fuera de la humanidad; el derecho de gentes no existe para mí! En cambio, se me ha azotado. De esto hace ya bastante tiempo, pero no está por demás recordarlo para establecer el contraste. La cicatriz del látigo se borró ya de mis espaldas, pero lo siento indeleblemente en el alma ...

... Un detalle macabro: en este calabozo se suicidó aquel famoso Nevromoul, del robo de la Profesa (2). Alguna vez corrió aquí el rumor de que yo pensaba suicidarme, lo cual era completamente falso. Todo esto prueba, sin embargo, que aquí mismo se reconoce implícitamente que se me ha tenido en condiciones capaces de arrastrarme al suicidio ...

... Tampoco es la taquicardia la primera y única enfermedad que me haya originado la maléfica influencia del medio en que vegeto. Las enfermedades de la piel, comezones, escoriaciones, sarpullido; los dolores reumáticos, el debilitamiento de la vista, la ruina del aparato digestivo y otros males que no quiero nombrar, son aquí cosas corrientes, que casi no valen la pena de mencionarse. Son harto molestos, es verdad; minan, sin duda, la vitalidad del organismo, pero como no representan un grave peligro inmediato, puede uno resignarse a soportarlos.

Me permito plantear estas cuestiones: ¿soy un ser humano? ¿Tengo derecho a la vida? ¿Merezco siquiera las atenciones que como un simple hecho de civilización y sin dificultad alguna, se prestan a la generalidad de los sentenciados? ...

... Para que resuelva en definitiva en este asunto, apelo, no a un Gobierno, ni a un grupo, ni a un partido: apelo a la rectitud de todas las gentes honradas, sean cuales fueren sus opiniones y su bandera; apelo a la suprema entidad moral que es siempre en sus fallos independiente y justiciera; ¡apelo a la conciencia pública! Voy a cumplir 28 años de edad. Tengo afectos, ilusiones, ideales. Aunque no temo la muerte, amo la vida, y lucho por conservarla. Si llego a morir aquí, más pronto o más tarde, será muy a mi pesar y no sin que haya hecho todo lo posible por evitarlo. En previsión de tal caso declaro que amo a la humanidad y a la Patria; que he obrado honradamente en todos mis actos; que no odio ni deseo mal a nadie. No siendo esta la ocasión ni el lugar para expresar una filosofía, aunque bien me agradaría dar libre curso al pensamiento, me concreto a expresar que la meditación y las lecciones del infortunio me han enseñado algo que pudiera condensarse en esta profunda, cuanto hermosa frase de Madame Stael: Comprenderlo todo es perdonarlo todo ...


Se creyó que había muerto.

En vista de que por la barbarie del general Maas no pudo ser llevado Sarabia a la enfermería, el doctor Loyo, venciendo serias dificultades, logró conseguir que cuando menos se le sacara unos momentos diariamente a respirar el aire puro y a recibir los rayos del sol, con lo que en corto tiempo experimentó una mediana mejoría; pero habiendo trascendido al exterior la noticia de su grave enfermedad, todos sus compañeros de lucha que se hallaban en México y Estados Unidos, muchos de los cuales también sufrían encarcelamiento en diversas prisiones de ambos países, creyeron con gran consternación que su ejemplar y fecunda vida se había extinguido en el fondo de su calabozo, por lo que maldiciendo a sus verdugos que tan infamemente lo habían sacrificado, lo llamaron el símbolo del martirio o el mártir de San Juan de Ulúa, términos que todavía algunos de los pocos conocedores de su historia de lucha y desventuras agregan a su nombre.


Una suprema determinación.

Pero si Sarabia no sucumbió, sí se vio a las puertas de la muerte. Después de una corta temporada de disfrutar de los goces de la luz, del sol, de la brisa del mar infinito que se extendía ante su vista, al poco tiempo volvió a sufrir de nuevo y con mayor intensidad todos sus padecimientos, principalmente del corazón; y si a esto se agrega toda una larga serie de grandes contrariedades y sinsabores de carácter moral que lo atormentaron hasta la desesperación junto con César Canales, que hacía algunos meses había sido llevado a compartir su incomunicación y soledad, llegó un momento en que la vida llegó a serle materialmente insoportable, a tal grado de que olvidando su firme resolución de conservarla, pensó romperse la cabeza contra las rejas del calabozo. Pero animado con la esperanza de que su situación pudiera mejorar si lo cambiaban a él solo a otro calabozo un poco más habitable, optó por declararse en huelga de hambre hasta quedar sin sentido, para que así sus carceleros, en un acto de conmiseración y de piedad que tal vez pudieran tener, lo llevaran a la enfermería donde probablemente lo dejarían varios días, para después pedir que lo trasladaran al nuevo calabozo hasta el término de su condena. Y efectivamente así lo hizo. Con gran serenidad y resolución, y ante el asombro de Canales, permaneció sin tomar más alimento que un vaso de agua cada 24 horas por espacio de diez días; y como era natural, con tan tremenda, increíble y prolongada abstinencia se fue agotando cada vez más, hasta que al fin de dicho plazo quedó exánime, con aspecto cadavérico y sin más signos de vida que muy débiles palpitaciones del corazón.


Se le lleva a la enfermería.

Como lo había previsto Sarabia, tan luego como el gobernador del Castillo se enteró de su grave y doloroso estado, ordenó que sin pérdida de tiempo se le llevara a la enfermería para que de inmediato se le prestaran los auxilios necesarios. Ya en manos de los médicos, que siempre lo habían visto como un hombre digno de las mayores consideraciones, se le prodigaron atenciones y cuidados, se le sujetó a un tratamiento especial, Y debido a esto se fue recuperando hasta recobrar un poco las energías perdidas y entrar en franco restablecimiento. Cuando ya se encontraba más o menos bien se le iba a encerrar de nuevo en el calabozo, pero a instancias de los médicos se le dejó en la enfermería un poco más de tiempo que aprovechó para escribir a su madre y a sus viejos compañeros y para ayudar en todo lo posible a muchos de los infortunados cautivos que en las más inhumanas condiciones se hallaban escarcelados con motivo de los levantamientos de Viesca y Veracruz. Asimismo, disfrutando de ciertas libertades, solía dar paseos por las inmediaciones de la enfermería a fin de hacer un poco de ejercicio, y todos los que lo miraban tan pálido, enflaquecido y demacrado, incluso los carceleros y verdugos, no podían menos que compadecerlo y al mismo tiempo admirarlo por la extraordinaria entereza, dignidad y abnegación con que siempre había soportado sus desgracias y sin que jamás se le viera desmayar ni aun cuando había sido víctima de los mayores ultrajes y de las más horrendas atrocidades.


Vuelve al Purgatorio y sale en libertad.

En lo que sí falló la esperanza de Sarabia fue en lo relativo a que se le enviara a otro calabozo, ya que a pesar de haberlo solicitado, y siempre por orden del sicario Maas, el ave negra de sus desventuras, después de los breves y agradables días pasados en la enfermería se le volvió a sumir en El Purgatorio junto con Canales, donde como era natural, sintió nuevamente en corto plazo los mortales efectos de la obscuridad, del aislamiento, de la humedad, de los miasmas deletéreos y de la pésima alimentación.

En esta mazmorra tuvo que sufrir todavía siete largos meses de confinamiento. Pero el día luminoso de la justicia llegó al fin. Como fruto de los primeros levantamientos de Coahuila y Veracruz estalló la Revolución madedsta que derrocó la ominosa Dictadura, y a fines de mayo de 1911 se abrieron las puertas del presidio para dejarlo en libertad después de haber sufrido en sus cavernas infernales cinco años del más cruel y espantoso de los cautiverios.


Sus hechos posteriores.

Juan Sarabia salió de la fortaleza muy enfermo, encorvado y casi ciego, pero conservando enteras las indomables rebeldías de su espíritu. Ante la nueva situación, no se alió con los próceres y poderosos, sino que siempre independiente y siempre digno, continuó luchando por el bienestar de los humildes. En la prensa señaló los errores de los nuevos gobiernos y pugnó por que se realizaran las promesas de la Revolución que había costado tanta sangre y tantas lágrimas.

Más tarde, como Diputado al memorable XXVI Congreso Federal, se interesó profundamente por levantar la condición de los obreros y campesinos, y presentó muy importantes proyectos de ley en materia agraria sobre dotación y restitución de ejidos a pueblos y comunidades. En el mismo Congreso luchó virilmente contra la usurpación huertista, siendo por ello encerrado una larga temporada en la Penitenciaría del Distrito Federal; y por último, después de haber padecido nuevos encarcelamientos por atacar las impudicias y corruptelas de los traidores y farsantes de la Revolución y de haber tomado destacada participación en múltiples cuestiones que pugnaban por el mejoramiento de las clases sociales más injustamente postergadas del país, fue electo popularmente Senador de la República por su Estado natal, pronunciando entonces en la tribuna de la Cámara los últimos discursos de su vida, en que con su empuje de viejo revolucionario, luchó denodadamente por la dignidad nacional y el respeto a las instituciones democráticas.

Sólo dos meses representó a sus conterráneos en el Senado. Como consecuencia del mal circulatorio contraído en las mazmorras de San Juan de Ulúa falleció en esta capital el 28 de octubre de 1920, a los 38 años de edad, sin odios ni rencores para nadie, amando entrañablemente a su familia, a su pueblo, a la humanidad y a la patria, con la conciencia tranquila y con la suprema satisfacción de haber consagrado todas las energías de su vida, todas las vibraciones de su espíritu, todas las luces de su cerebro y todas las palpitaciones de su corazón a la lucha por la libertad y la justicia.


NOTAS

(1) Véase aquí, en nuestra Biblioteca Virtual Antorcha esta obra Haz click aquí si deseas echarle un ojo.

(2) Este Nevromoul o Nevromont, en compañía de su paisano el francés Treffel, de un tal Souza y de otro rufián apellidado Martínez, sometieron a tortura al acaudalado propietario de la joyería ubicada en la calle de la Profesa, hoy Francisco I. Madero, hasta hacerlo expirar para luego saquear el establecimiento. Nevromoul, no pudiendo soportar los tormentos a que lo sujetaron, se envenenó después de un año de estar en El Purgatorio.

Índice de Los mártires de San Juan de Ulúa de Eugenio Martínez NúñezCAPÍTULO SEGUNDO - Una de las más crueles prisionesCAPÍTULO CUARTO - El cautiverio de César CanalesBiblioteca Virtual Antorcha