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LOS MÁRTIRES DE SAN JUAN DE ULÚA

Eugenio Martínez Núñez

CAPÍTULO VIGÉSIMO SEXTO

LA VIDA Y LA PRISIÓN DEL GENERAL GABRIEL GAVIRA CASTRO


Preámbulo.

Era de suponer que con la desaparición del despotismo porfiriano el Castillo de San Juan de Vlúa hubiera dejado de tener inmediatamente el carácter de prisión de Estado, puesto que ya no existía el mismo régimen tiránico que así lo había empleado con tanta prodigalidad. Sin embargo no ocurrió así, ya que muchos de los revolucionarios que en él fueron encerrados por combatir las infamias de la propia Dictadura, continuaron por algún tiempo en la fortaleza sufriendo los horrores de sus mazmorras y los ultrajes de sus verdugos. Entre estos ciudadanos figuraban más de 100 de los campesinos veracruzanos que tomaron participación en los levantamientos de Acayucan, Ixhuatlán y Pajama; el indio yaqui Javier Huitimea, que había sido un activo propagandista de la rebelión en el norte del país y organizador de un grupo armado; Esteban Baca Calderón y Manuel M. Diéguez, líderes del movimiento obrero de Cananea, así como Patricio Polendo, Lucio Cháirez, Julián Cardona, Juan Ramírez, Gregorio Bedolla, Roberto Ortiz, Andrés Vallejo, Manuel Escobedo, Juan Montelongo, Leandro Rosales y José, Juan y Julián Hernández, de los insurgentes de Viesca. Según se ha dicho, todos ellos alcanzaron su libertad hasta doce semanas después del derrumbe del viejo régimen, y esto no por acuerdo espontáneo del Gobierno Interino, sino debido a las gestiones del Lic. Jesús Flores Magón que, como se sabe, fue el eterno, valeroso y desinteresado defensor de los luchadores perseguidos por la tiranía; y quien, además, ante la absoluta y glacial indiferencia de las flamantes autoridades, proporcionó de su peculio a los ex cautivos de Viesca y Veracruz, que al salir del presidio se hallaban en la más grande misería, tanto ayuda para que pudieran satisfacer sus necesidades más inmediatas, como los elementos indispensables para que por ferrocarril volvieran a reunirse con sus familiares.

Más tarde, durante el Gobierno constitucional maderista, también se cometió el gravísimo error de utilizar la fortaleza como prisión de Estado, ya que un distinguido ciudadano que cayó en desgracia del Presidente Madero por haberle exigido el cumplimiento de las promesas democráticas de la Revolución, fue aherrojado una larga temporada en los calabozos de tan infamante presidio.

Este ciudadano es el general Gabriel Gavira Castro, que en el transcurso de su prolongada y fecunda existencia fue enemigo de injusticias, paladín de la causa del pueblo, inflexible sostenedor de instituciones liberales, periodista, historiador, gobernante probo y ejemplar, recto funcionario judicial, desenmascarador y flagelo de falsos revolucionarios y hombre de raro valor civil y de honradez acrisolada.


Datos biográficos.

El general Gavira nació el 18 de marzo de 1867 en la ciudad de México, precisamente cuando las armas republicanas dieron al traste con el llamado Imperio de Maximiliano. En la misma metrópoli cursó las primeras letras, y a los catorce años de edad, habiendo quedado huérfano de padre y madre, con una beca que le fue concedida por su notable aprovechamiento en la primaria, ingresó a la Escuela Nacional de Artes y Oficios, en la que además de haber aprendido carpintería y ebanistería, que mucho le agradaban, estudió inglés, francés, geografía, historia, química y matemáticas (1).


A Orizaba.

Al salir de la escuela ejerció sus oficios durante algunos años. Más tarde contrajo matrimonio civil con la señorita Eufrasia Leduc, junto con la cual, en los primeros tiempos de la Dictadura pOrfirista, marchó a la ciudad veracruzana de Orizaba, donde apenas llegado estableció un amplio taller de carpintería montado con una buena maquinaria que le producía lo necesario no sólo para vivir con cierto desahogo, sino para socorrer generosamente a varias familias de muy escasos recursos económicos. En la oficina de su taller, siendo como era un hombre de ideas liberales y democráticas, dando fe de tales credos colocó en sitio de honor un gran retrato de don Benito Juárez, y no tardó en encontrar amigos que simpatizando con sus principios, mucho le ayudaron a formar una sociedad intitulada Círculo Liberal Mutualista, donde tanto él como sus afiliados impartían al pueblo instrucción primaria gratuita, conocimientos cívicos y de derechos ciudadanos, y conmemoraban los días patrios y organizaban festejos populares.


Defiende víctimas de injusticias.

En aquella época de férrea tiranía en que por doquier se cometían los más brutales atropellos contra el pueblo humilde y desamparado, era frecuente ver que en los cantones de Orizaba y aledaños se arrebatara de sus hogares a los campesinos para venderlos como esclavos en 50 pesos cada uno a varios gachupines propietarios de terrenos en el Valle Nacional, y adonde aquellos infelices eran conducidos como bestias en furgones del ferrocarril, para sujetarlos a trabajos forzados en el cultivo y recolección del tabaco y del arroz. Pues bien, tan pronto como Gavira se dio cuenta de tales infamias, lejos de permanecer indiferente como lo hicieron muchos que se jactaban de benefactores de los proletarios, cuantas veces pudo defendió y salvó de su triste destino a un gran número de esos desventurados que en el destierro sucumbían en elevado porcentaje a causa del maltrato, de la pésima alimentación o del paludismo y otras enfermedades endémicas en aquellos campos insalubres.

Este tráfico criminal, estas atentatorias deportaciones, unidos a la feroz matanza de que el 7 de enero de 1907 fueron víctimas los obreros indefensos de las fábricas de Río Blanco, provocaron en Gavira un sacudimiento de rebeldía contra el sistema dictatorial que causaba todas las desdichas que afligían a las clases trabajadoras del país (2).


Se une a la causa de Madero.

Así pues, tan luego como el señor Madero surgió a la palestra política, fue uno de sus primeros y más entusiastas partidarios. Asistió como delegado de Orizaba a la Convención del Tívoli del Elíseo en que se sostuvo la candidatura presidencial de don Francisco, e inmediatamente después fundó el primer Club Antirreeleccionista que funcionó en el mencionado centro fabril, y que se encargó de organizar una gran manifestación popular en honor del propio caudillo coahuilense.


Es reducido a prisión.

En tanto que el señor Madero hacía giras de propaganda por el centro y norte del país, Gavira continuó luchando en Orizaba al frente del Club Antirreeleccionista; y cuando el candidato Madero fue encarcelado en la Penitenciaría de San Luis Potosí, Gavira se dirigió telegráficamente al general Díaz protestando enérgicamente contra semejante atropello. La respuesta del Dictador fue ordenar la captura de Gavira y de sus compañeros los viejos luchadores Francisco Camarillo, Angel Juarico y Rafael Tapia, miembros principales del Club de Orizaba, para que fueran conducidos a la prisión militar de Veracruz, llamada Las Galeras, donde permanecieron cuatro meses, al fin de los cuales salieron en libertad bajo fianza.


Estalla la Revolución, es perseguido, y su familia encarcelada.

Poco después de haber salido de la cárcel de Veracruz llegó el 20 de noviembre de 1910, fecha señalada por Madero para que el pueblo se lanzara a la lucha armada; y entonces Gavira, secundando dr inmediato el llamamiento libertario, concibió el proyecto de volar con dinamita el cuartel de San Antonio en Orizaba, a fin de asestar el primer golpe a las tropas federales; pero como nunca faltan soplones, sus planes fueron descubiertos y por tanto tenazmente perseguido, en tanto que una partida de soldados y gendarmes, al mando del Jefe Político, un tal Miguel V. Gómez, allanaba su domicilio, recogía algunas de las bombas preparadas y arrestaba a su esposa y sus cuatro hijos, dos niñas y dos niños. Dicho funcionario, que era un sujeto de negros antecedentes, al tomar declaraciones a sus cinco víctimas, hizo uso de un lenguaje procaz y tabernario, y al fin resolvió enviarlas con una escolta a la ciudad de México, donde después de nuevas declaraciones todos fueron puestos en libertad, menos la abnegada esposa y madre, que tuvo que sufrir un cautiverio de seis meses en la Penitenciaría del Distrito Federal.


Gavira, jefe de la Revolución en Veracruz.

Mientras tanto, Gavira, al saber que su familia había sido atropellada y encarcelada. abrazó con mayores bríos la causa maderista, y contando con una multitud de adeptos de la misma, todos armados, resueltos y valientes, se puso al frente de ellos y se constituyó en jefe del movimiento revolucionario en Veracruz. Por doquiera alcanzó muchas y muy sonadas victorias, su nombre aparecía con frecuencia en la primera plana de todos los periódicos junto con los de los bravos insurrectos Luis Moya, Gabriel Hernández, Pascual Orozco, Guillermo Baca, Maclovio Rerrera, Marcelo Caraveo, Cesáreo Castro y de otros significados revolucionarios, y tuvo la satisfacción de haber contribuido grandemente en la derrota del que se creyera invencible régimen porfiriano.


Se le juega una mala pasada.

A fines de 1911 Gabriel Gavira, que por su brillante actuación en los campos de batalla había obtenido el grado de general, fue nombrado por el Presidente Madero Jefe de las Operaciones Militares del Estado de Veracruz, cargo con el cual llevó a cabo una labor tan acertada que aumentó considerablemente la simpatía de que de tiempo atrás, por su limpia trayectoria, gozaba entre el pueblo veracruzano. Esta simpatía le fue manifestada a principios de 1912 al ofrecérsele su candidatura para Gobernador del Estado; y habiéndola aceptado, renunció a la Jefatura de Operaciones y con sus amigos y prosélitos organizó el Gran Partido Gavirista para participar en la lucha electoral con la firme esperanza de triunfar en los comicios, como efectivamente triunfó al obtener su candidatura una aplastante mayoría de votos. Pero a pesar de que la voluntad del pueblo en masa había estado en su favor, su legítima victoria no le fue reconocida, sino que se designó a su derrotado contrincante, Lic. Francisco Lagos Cházaro, como primer mandatario del Estado. Entonces el general Gavira, no encontrando otra manera de manifestar su inconformidad con lo que juzgó una descarada imposición, se remontó a la sierra con el propósito de levantarse en armas; pero tuvo la mala suerte de ser aprehendido en el Cantón de Jalacingo por un destacamento de rurales que por órdenes del mismo Lagos Cházaro había salido en su persecución. Sus captores lo condujeron amarrado con una cuerda hasta la cárcel de Jalapa, y de allí, al día siguiente, fue trasladado en ferrocarril a Veracruz, para en seguida ser internado en el Castillo de San Juan de Ulúa.


Su cautiverio en este presidio.

El general Gavira permaneció diez meses en la fortaleza, de marzo a diciembre de 1912, y acerca de su encarcelamiento publicó años después la siguiente interesante y pintoresca relación en uno de sus libros de memorias político-revolucionarias:

... Con mi prisión efectuada en San Pedrito, Municipalidad del Cantón de Jalacingo, iba a terminar el movimiento de rebeldía, iniciado por mí como una protesta airada contra la imposición de Lagos Cházaro como Gobernador de Veracruz.

San Juan de Ulúa era sin duda alguna, algo muy malo, pero peor me lo esperaba. Me encerraron desde luego en el obscuro calabozo que ocupó Juan Sarabia, que medía tres metros de largo por uno y medio de ancho, y que para llegar a él era menester recorrer un angosto pasillo en ángulo, que formaba con el calabozo una letra Z.

Como la obscuridad era completa, para evitarlo un poco, compré por 25 centavos, una lamparita de hoja de lata y diariamente dos centavos de aceite.

Con la insignificante lucecilla aquella, pude tener a la vista un gran diablo obsceno con tamaños cuernos, que algún preso ocioso había pintado con carbón en la pared.

Antes de que se me permitiera traer un catre de lona, tuve que dormir en un petate, que chacualeaba en el suelo lodoso del calabozo. Temeroso de quedar ciego, me negué a salir a tomar el sol una hora dos veces por semana, si no se me permitía hacerlo saliendo y entrando poco a poco al calabozo.

Dos meses duró aquel suplicio; pasado ese tiempo, me cambiaron a otro menos malo que tenía buen piso de cemento, mayor amplitud y una gran ventana con rieles que servían de barrotes.

Enfrente del mío estaba otro igual que ocupaban los femeninos, que eran cosa de catorce. Uno se hacía llamar La de los claveles rojos.

Algunas veces vi pasar colgada de un palo y llevada entre los presos una masa informe de carne sanguinolenta que parecía cuartos de res que llevan a la carnicería: era el cadáver de un preso, generalmente asesinado por un femenino.

La degeneración de los reos era la causa; sucedía que cuando un femenino daba calabazas a un íntimo amigo y se relacionaba con otro, sabía bien que corría el peligro de ser muerto por el desdeñado y entonces él le madrugaba asesinándolo cuando dormía.

Un preso ya muy viejo, que por eso no trabajaba en las faenas, llamado Avendaño, a menudo iba a platicar conmigo y a ofrecerme cigarros de marihuana.

Una fumadita aunque sea, es bueno saber de todo, me decía. No, Avendaño, ni una sola, le contestaba.

Avendaño había matado a un soldado en el cuartel y en Ulúa a dos presos.

- ¿Por qué es usted así, Avendaño?

-¡Ay de mí, jefe, me decía, no me he sabido dejar!

La más agobiadora tarea de los presos era la descarga del carbón de piedra que traían los barcos de Inglaterra, y la carga de este carbón iba a los barcos nuestros.

Después de uno o dos días de esa faena, el calor que hacía y el sudor les metía el polvo dentro de la ropa y no los dejaba dormir. A la cara sólo se le podía distinguir lo blanco de los ojos, y al terminar recibían unos cuantos centavos y dos botes de agua dulce para que se bañaran y lavaran su ropa. ¡Pobres hombres!

Como mi situación había mejorado, ya no me censuraban mis cartas, podía recibir a uno que otro amigo, muchas canastas de frutas, que compartía con los jefes, los soldados del destacamento y los presos, y hasta a los infelices femeninos les tocaba ...

... Voy a referirme a los jefes de la prisión. El Jefe don José María Hernández acababa de ascender a brigadier, era un oaxaqueño corriente que había sido postergado durando como coronel 33 años. Se acostaba en un petate y por las noches se levantaba calzado de unas alpargatas, para caerles dormidos a los centinelas. Al principio me trató bastante mal, al mandarme ocupar el calabozo inmundo que he descrito. Al pedirle en una ocasión un libro prestado para entretenerme, el malvado me envió la Ordenanza.

El subjefe lo era el coronel Agustín Martínez (3), jefe enérgico de un batallón, en el que imponía su férrea disciplina, lo llamaban La Martinica. Era un viejo chaparro, barrigón, muy simpático en su trato, fuimos muy buenos amigos, por las noches nos sentábamos en dos sillones cómodos para tomar el fresco, en el gran patio, y allí se quedaba dormido roncando, era muy amena su conversación.

Al decirle que los federales nos estaban enseñando a robar los forrajes y con los nombres supuestos, me dijo: Ay Gavira, si hubiera usted visto a los que precedieron a los tuxtepecanos, esos sí eran ladrones, nosotros no somos más que rateros.

Cuentos de todos colores, sabía muchos; pero no hacía alarde de ordinariez al contarlos.

Me contaba que en Matamoros, Tamps., un viejo remendón que trabajaba en la puerta de una accesoria, era muy conocido por la mala costumbre que tenía, sumamente arraigada, de saludar con mucho cariño a todas las gentes que pasaban, para quedar echando pestes hablando muy mal de ellos cuando ya no podían oírlo.

¡Qué húbole, Toño!, ¿ya te vas a la escuela?, apúrate para que seas el primero, y luego: Escuincle flojote, qué de nalgadas te daría si fueras mi hijo. Adiós, Juanita; miren a la Negrita qué bien se ve con ese vestido nuevo y bien arregladita ... y luego: Coqueta, sinvergüenza, eres peor que las gallinas.

Buenas tardes, Don Lencho, ¿qué dicen esas reumas? ¿Ya se siente mejorcito? ... y luego: Viejo holgazán que se hace el tonto para que todo se lo den en la mano.

Cuando el coronel Díaz Ordaz se rebeló en Veracruz con el 18 y 21 Batallones en favor de Félix Díaz, pude ver al intrépido coronel Martínez que estaba fungiendo como jefe accidental de Ulúa ir a someter a los sublevados, empuñando un rifle, al grito de ¡Viva el Supremo Gobierno! Una vez sometidos, volvió a restablecer los servicios por los mismos sublevados; esto, efectuado por un militar porfirista, pero hombre de honor, se lo hice saber al señor Madero, aconsejándole que llamara al coronel Martínez y le diera un apretón de manos, pero no me hizo caso.

Félix Díaz no supo aprovecharse de la rebelión de Ordaz, siendo derrotado y aprehendido por el general Beltrán, quien envió a Díaz a San Juan de Ulúa. El general Hernández debió haberlo puesto en el calabozo de Sarabia, como a mí, pero no señor, lo puso en el calabozo que estaba yo ocupando. Entonces yo pasé a ocupar un buen cuarto en alto, de los que ocupaban los oficiales del Destacamento.

Unos meses antes, mis amigos me habían proporcionado la Historia de la Revolución Francesa por Guillaumín en diez grandes tomos, que me habían deleitado haciéndome menos penoso mi encierro.

Total, salí de las mazmorras de Ulúa el sábado 21 de diciembre de 1912, siendo objeto de un homenaje apoteótico que el pueblo veracruzano me tributó y que me hizo olvidar las penas sufridas en aquella histórica fortaleza de San Juan de Ulúa.


Observaciones.

Antes de seguir adelante debo decir que si la situación del general Gavira mejoró a partir del tercer mes de su encarcelamiento sacándolo de El Purgatorio para llevarlo a otro calabozo más amplio y con luz y ventilación, se debió a que muchos de sus partidarios y admiradores veracruzanos, así como su esposa y otros parientes, intervinieron ante el Presidente Madero, a fin de que al propio Gavira, que había sido uno de sus más resueltos colaboradores en la lucha armada contra la Dictadura, se le guardaran mayores consideraciones y se le diera un trato más humano en la fortaleza.

Asimismo debo consignar el hecho de que los obreros de las fábricas de hilados y tejidos de Santa Rosa, Nogales y Río Blanco, en prueba de agradecimiento por los actos de humanidad que Gavira llevó a cabo con las viudas y los huérfanos de los trabajadores textiles que fueron brutalmente sacrificados, recolectaron algunas cantidades de dinero, que ponían en manos de su esposa para que no careciera de lo más indispensable, tanto cuando él se encontraba en la cárcel de Veracruz como en los calabozos de San Juan de Ulúa.

Y en cuanto al homenaje que se rindió a Gavira al salir del presidio, también debo decir que, según una información publicada en El Dictamen el 24 de diciembre, dicho homenaje consistió en que tan pronto como el recién libertado entraba al puerto por la calle de Lerdo, una enorme multitud que ya lo esperaba, compuesta de clubes políticos, gremios de artesanos y gran cantidad de otros simpatizadores que llevaban estandartes, banderas y listones, lo rodeó vitoreándolo con entusiasmo y recorriendo con él las principales avenidas hasta dejarlo en la residencia del señor Armando Deschamps, donde el general Gavira quedó alojado y se despidió con frases conmovidas y afectuosas del pueblo veracruzano.


Lucha contra la usurpación y el villismo.

Después del cuartelazo de la Ciudadela, el general Gavira fue rudamente perseguido por Victoriano Huerta en virtud de haber digna y enérgicamente rechazado halagadoras ofertas de unirse a su régimen usurpador. Por esta causa se vio obligado a emigrar a la ciudad de La Habana, donde por breve tiempo permaneció en compañía de otros desterrados como Luciano Rosaldo, el general Cándido Aguilar, el poeta Santos Chocano y sus antiguos correligionarios Rafael Tapia y Camerino Mendoza, que poco más tarde fueron vilmente asesinados por el mismo Huerta. En seguida regresó a su patria, donde junto con los generales Antonio I. Villarreal, Pablo González Garza y otros distinguidos jefes revolucionarios combatió las tropas del espurio régimen en distintas regiones del país hasta la entrada victoriosa del Ejército Constitucionalista en la capital de la República.

Y al efectuarse la escisión revolucionaria, el general Gavira luchó con extraordinario empuje contra el villismo incorporado en el Cuerpo de Ejército del Noroeste comandado por el general Obregón, tomando muy destacada participación al frente de una poderosa fuerza de infantería y caballería, en los tremendos combates de Celaya, León, Aguascalientes y muchos más en que se distinguió de modo tan sobresaliente, que llegó a ser considerado como uno de los caudillos revolucionarios más valerosos, más enérgicos, más inteligentes y de mayor prestigio.


Gobernador de San Luis Potosí.

Después de las formidables batallas de Aguascalientes, en que los villistas sufrieron una completa derrota perdiendo grandes cantidades de armamento y municiones y toda su infantería, el general Obregón, con aprobación del Primer Jefe Carranza, nombró al general Gavira Gobernador Interino y Comandante Militar del Estado de San Luis Potosí.

El general Gavira, que tomó posesión del Gobierno el 18 de julio de 1915 y lo entregó al general Vicente Dávila el primero de octubre del mismo año, desarrolló en sus 62 días de mandato una labor intensa y por todos conceptos digna de encomio, dentro de los principios revolucionarios más radicales: fomentó la instrucción pública y levantó la condición de los maestros de las escuelas primarias aumentándoles al doble los exiguos sueldos que ganaban; clausuró conventos y colegios que violando las Leyes de Reforma impartían enseñanza religiosa; combatió los vicios y los espectáculos salvajes cerrando cantinas, casas de prostitución, fábricas de mezcal, y prohibió las peleas de gallos y las corridas de toros; reprimió duramente el bandolerismo e impartió garantías a la sociedad, fusilando a algunos jefes y oficiales que en distintos lugares del Estado, arrojando enorme desprestigio sobre la causa constitucionalista, ultrajaban familias indefensas; mejoró y dotó a los hospitales de los elementos necesarios para la mejor atención de los enfermos pobres; decomisó algunas fincas que indebidamente estaban en poder del Clero católico, para destinarlas a establecimientos de instrucción pública; resolvió problemas económicos de los mineros del norte del Estado; hizo efectivo el descanso dominical obligatorio; saneó la hacienda pública, abarató al mínimo los artículos de primera necesidad, destituyó a los malos empleados de la administración, sustituyéndolos con elementos de reconocida honradez y capacidad y, en fin, aparte de otras muchas medidas de beneficio social que sería prolijo enumerar, restituyó a algunos núcleos de campesinos los ejidos y parcelas de que habían sido despojados por hacendados influyentes desde la época de la Dictadura.


Reanuda la lucha contra el villismo y es nombrado Gobernador de Durango.

Ya una vez que hubo entregado el Gobierno de San Luis, el general Gavira, que ya era de brigada, fue comisionado por el general Obregón para que al mando de una poderosa División integrada por sus propias fuerzas y las de los generales Fermín Carpio, Cipriano Jaimes, Pedro Morales y Luis M. Hernández, que en total sumaban más de 7 000 hombres de las tres armas, marchara a combatir de nuevo al villismo en Sinaloa y Sonora; y después de que se dio por terminada esta campaña, en que también fue jefe de la línea divisoria con cuartel en Ciudad Juárez, el propio general Obregón, siempre de acuerdo con el Primer Jefe, el 15 de septiembre de 1916 y en sustitución del general Fortunato Maycotte, lo nombró Gobernador y Comandante Militar del Estado de Durango.

Durante su gestión gubernativa, que duró cinco meses y doce días, el general Gavira, impulsado por los postulados mencionados desarrolló una labor que independientemente de los aspectos hacendarios, educativos y sociales de fondo por los que indudablemente se preocupó, según el historiador Everardo Gámiz Olivas, consistió en lo siguiente:

... Clausuró un convento clandestino y escuelas y colegios que funcionaban fuera de la ley; estableció una Colonia para la clase obrera, que actualmente lleva su nombre; ordenó la ampliación de la Plaza de la Constitución de la capital del Estado, y para ello fueron derrumbados el antiguo Palacio Municipal y el Hotel Richelieu, que estaban ubicados en el costado norte de dicha plaza. También mandó derrumbar el templo de San Francisco y lo que fue convento de la misma advocación, así como una capilla que estaba en la esquina de 5 de Febrero y 20 de Noviembre.

Fueron derrumbados también los portales llamados de Las Palomas que estaban ubicados en el costado sur de la Calle Mayor, entre las calles de Juárez y Victoria. Se abrieron las calles primera y segunda del Coliseo, derrumbando la parte poniente del templo del Sagrario y parte del patio que se dedicaba para la cultura física del Instituto Juárez. Toda esta labor de mejoramiento de la ciudad fue censurada por los elementos enemigos de la Revolución.


Desempeña otros cargos y se separa de don Venustiano.

Posteriormente, ya en la época constitucional, el general Gavira desempeñó otros importantes cargos de confianza. En 1918 fue Presidente de la Comisión Revisora de Hojas de Servicios y en 1919 Inspector General del Ejército. En este último año se puso bajo su mando la Primera División de Infantería para que en los estados de Chihuahua y Sonora combatiera de nuevo a la ya entonces decadente División del Norte; y en 1920, cuando el señor Carranza trató de dejar como su sucesor en la Presidencia al Ing. Bonillas, no estuvo de acuerdo con su actitud que, según él, ponía mal ejemplo a la nueva generación revolucionaria, y muy a su pesar, al igual que Calderón, se vio en la necesidad no sólo de separársele sino de luchar en su contra, no obstante el gran respeto y profunda estimación que siempre le había profesado en su papel de paladín de las instituciones democráticas.


Otras actividades de Gavira.

Más tarde, en 1925, el Gobierno del Presidente Calles lo nombró Jefe del Estado Mayor de la entonces Secretaría de Guerra y Marina, y Presidente del Tribunal Superior de Justicia Militar. A fines de 1935 el Presidente Cárdenas lo designó Comandante de la Zona del Estado de Guanajuato, y en 1936 el mismo Primer Magistrado lo nombró Gobernador del Distrito Norte de la Baja California, cargo con el cual, teniendo como Ayudante a su hijo el joven valiente y pundonoroso capitán Miguel Gavira, se preocupó mucho por mejorar la situación de los campesinos dotándolos de moderna maquinaria agrícola y de escuelas para la educación de sus hijos, y asestó golpes de muerte a las casas de juego y prostitución que abundaban en Tijuana, Mexicali y otras poblaciones fronterizas, y que tanto y tan descaradamente habían protegido y explotado en su provecho los malos gobernantes anteriores.

Al renunciar al Gobierno del Distrito Norte, donde dejó muchos amigos entre la gente honrada y no pocos enemigos entre tahúres, viciosos y falsos revolucionarios, el general Gavira fue nombrado Cónsul de nuestro país en San Antonio, Texas; y en 1938, a los 71 años de edad, se retiró del servicio activo de las armas, llevando a cabo en tal situación una campaña de prensa en favor de los viejos militares retirados, muchos de ellos precursores y veteranos de la Revolución, a fin de que el erario nacional les aumentara la exigua pensión de que disfrutaban y que era insuficiente para satisfacer sus más urgentes necesidades.


Su labor intelectual y su deceso.

Independientemente de los artículos periodísticos que dio a luz en distintas épocas de su vida, todos inflamados por el supremo ideal de mejoramiento colectivo, diré que siendo Presidente del Tribunal Superior de Justicia, cargo que con probidad y acierto desempeñó por espacio de diez años, escribió y publicó una obra intitulada Mi actuación Político-Militar Revolucionaria que, como su nombre lo indica, es un libro de memorias, y en la que según él mismo dice:

Hace desfilar a los hombres de la Revolución con quienes tuvo necesario contacto, mostrando sus lacras y errores o elogiando sus méritos y virtudes, sin importarle los cargos que estuvieren desempeñando, y haciendo sus apreciaciones con sinceridad y rindiendo culto a la justicia.

Esta obra le causó muchos y muy serios disgustos, pues algunos de los aludidos le pidieron con exigencia que se retractara de sus juicios, otro intentó asesinarlo con un puñal en la vía pública y los demás lo acusaron ante el Tribunal del Fuero Común por los delitos de calumnia y difamación, y ante el del Fuero Militar por el de abuso de autoridad.

Para poder defenderse, solicitó su relevo de la Presidencia del Tribunal de Justicia; pero tuvo la satisfacción de que tanto el juez de la Corte Penal como el del Fuero Militar presentaran resoluciones que en todo le eran favorables: el primero manifestó que su libro era una aportación histórica que merecía ser imitada y elogiada por su sinceridad y apego a la verdad, y el segundo que no existía el abuso de autoridad, porque su libro, relatando historia de la Revolución, había sido escrito de acuerdo con el Artículo 7° Constitucional. En suma, con la defensa de sus propios jueces, el general Gavira quedó absuelto de los delitos que le atribuían sus resentidos acusadores.

Más tarde publicó otro libro al que puso por nombre Polvos de Aquellos Lodos, en que con fina ironía continúa diciendo verdades muy amargas sobre muchos de los hombres que medraron a la sombra de la Revolución; y finalmente, ya próximo a su muerte, produjo un tercer trabajo que es un libro encantador que contiene una relación completa de todas las ciudades y pueblos de la República que tienen nombres indígenas y su correspondiente significado.y después de una larga y límpida existencia pletórica de luchas e inquietudes, atormentada por injusticias y consagrada al cumplimiento del deber, el general Gavira, conservando aún entera la lucidez de sus pensamientos y su carácter enérgico y bondadoso, falleció en esta capital, su tierra nativa, el 15 de julio de 1956, a los 86 años de edad, rodeado del cariño y veneración de su inconsolable familia.


Homenajes en su honor.

Y para cerrar este capítulo, diré que apenas desaparecido tan magnífico luchador y gran mexicano, toda la prensa de la ciudad de México le rindió justo homenaje, haciendo resaltar sus virtudes ciudadanas y sus méritos de incorruptible revolucionario. Asimismo, 30 días después de su ausencia definitiva, el general y Dr. José Siurob publicó un bello artículo en que hace notar que para lanzarse a la contienda contra la tiranía, tuvo que abandonar lo más caro para el ser humano, como son la familia y el hogar, y que afrontó todos los peligros, desde el del esbirro que aprehende y que mata hasta la bala silbante del combate desigual en que los enemigos lo tenían todo, menos la justicia. Que la suya fue una vida de trayectoria rectilínea y siempre libertaria, alentada por un libre pensamiento, por una ética inflexible, que culminó con dos libros donde palpitan las tragedias de la Revolución, las grandezas y miserias de sus hombres, pero donde triunfa el sentimiento del deber, la luz del ideal, la integridad moral y honesta del ciudadano que no se enriqueció con el dinero del pueblo y que lega a sus hijos tan sólo la gloria de haber sufrido por la libertad y de haber padecido por la justicia.

Igualmente, para honrar la memoria del general Gavira, el Presidente Ruiz Cortines mandó erigir en Orizaba una estatua ecuestre que lo representa, y ante la cual, en los aniversarios de su muerte, se congrega el pueblo veracruzano para rendirle tributo de respeto y gratitud.


NOTAS

(1) Estos y otros muchos datos que figuran en este capítulo me fueron amablemente proporcionados por la distinguida y respetable dama doña Emma Gavira de Leduc, hija mayor del general Gavira.

(2) Algunos cronistas han dicho que el general Gavira fue uno de los líderes obreros de la huelga de Río Blanco. Esto no es cierto, aunque tuvo estrecho contacto con los trabajadores textiles, y cuando el 7 de enero fueron asesinados centenares de esos trabajadores, él, ante el desamparo y la miseria en que quedaron las viudas y los huérfanos, les ayudó en cuanto pudo proporcionándoles algún dinero y enviándoles canastas con alimentos.

(3) Este coronel Martínez sustituyó al feroz verdugo Victoriano Grinda, que en lugar de haber sido severamente castigado por las atrocidades inauditas que cometió en el presidio, el nuevo Gobierno lo premió ascendiéndolo a teniente coronel y confiriéndole el cargo honorífico de Primer Vocal del Consejo de Guerra de Veracruz.

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