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LOS MÁRTIRES DE SAN JUAN DE ULÚA

Eugenio Martínez Núñez

CAPÍTULO DÉCIMOCUARTO

LA PRISIÓN DE ALFONSO BARRERA PENICHE


Se le persigue, captura y remite a San Juan de Ulúa.

Bien conocido es que Barrera Peniche fue un inquieto, audaz e inteligente periodista yucateco que en esta metrópoli editaba y dirigía un diario de combate intitulado Redención, donde había emprendido una enérgica campaña contra los abusos de algunos de los más destacados personajes de la administración porfirista. Pero lo que poco se sabe es que por esta labor fue objeto de hostilidades y persecuciones que al fin lo obligaron a refugiarse en la ciudad de Mérida, en la que por ser su tierra natal y contar con muchos parientes, amigos y simpatizadores, creía estar a salvo de peligros y acechanzas; pero no fue así, ya que por desgracia para él, al poco tiempo, o sea a principios de enero de 1907, fue capturado y sumido en un calabozo de la Penitenciaría para luego, al cabo de dos semanas, ser trasladado al presidio de San Juan de Ulúa, donde no obstante haber sido sentenciado a larga condena por el delito de ultrajes a funcionarios públicos en ejercicio de sus funciones, sólo estuvo por espacio de poco más de once meses, en virtud de que su paisano y amigo el talentoso y enérgico abogado don Serapio Rendón, que más tarde fuera una de las grandes víctimas de Victoriano Huerta, se hizo cargo de su defensa, logrando que se le pusiera en libertad.


Lleva a cabo una increíble hazaña.

Durante su encarcelamiento en la fortaleza, en que, como es natural, tuvo que soportar los inevitables maltratos de los capataces, el encierro en lóbregas mazmorras y los rigores de la exagerada disciplina militar, Barrera Peniche se hizo muy popular entre todos los prisioneros por su carácter abierto, festivo y amuchachado; y, dando muestras de una audacia excepcional, realizó una estupenda hazaña que nadie se hubiera atrevido a intentar por considerarla punto menos que imposible: dominar y someter a su capricho, cual si hubiese sido un auténtico domador de fieras, nada menos que al formidable negrazo y encarnizado verdugo Boa.

Desde un principio ejerció sobre él una especie de hipnotismo o fascinación que lo cohibía y desarmaba para imponerle los castigos arbitrarios a que siempre estuvo acostumbrado; jamás obedecía sus órdenes, sino que por el contrario, le hacía obedecer las suyas, y por esto o por aquello lo hacía objeto de burlas y pesadas bromas; se mofaba de su corpulenta figura de gorila, de su torpe manera de caminar y de la forma tan estúpida con que por su absoluta ignorancia casi tartamudeando se expresaba arrojando montones de saliva; al verlo descuidado le arrebataba el temible garrote que eternamente llevaba en sus manazas para arrojarlo a la azotea de alguna de las galeras; lo amenazaba muy seriamente con acusarlo ante el general Hernández si continuaba descargando azotes sobre los reclusos; mirándolo fijamente a los ojos y en tono trágico le advertía que no sería raro que los mismos reclusos, por el odio brutal pero justificado que le tenían, de la noche a la mañana lo convirtieran en cadáver para mandarlo a los apretados infiernos, y en fin, siempre se lo traía de encargo, como vulgarmente se dice, y no perdía oportunidad para hacerle ver la cerrazon de su cerebro, su ínfima categoría moral y su asquerosa y repugnante conducta. Y aunque por todo esto en muchas ocasiones el tremebundo y sanguinario esbirro se encolerizaba hasta el paroxismo, nunca se atrevía a ejercer ni la menor venganza contra Barrera Peniche, sino que mascullando blasfemias y maldiciones y dando tremendos puñetazos al primer desgraciado que se cruzaba en su camino, se tragaba la bilis que amargaba su enorme boca de pantera.


Colabora en un diario gobiernista.

Al obtener su libertad, Barrera Peniche marchó de inmediato a esta ciudad de México, donde desgraciadamente olvidando sus pasados bríos y sus viejos odios contra el sistema dictatorial, colaboró en el periódico porfirista y rastrero por excelencia La Patria (1), en cuyas columnas publicó el 21 de agosto de 1908 un extenso artículo elogiando la obra de don Teoaoro A. Dehesa como Gobernador de Veracruz, y hablando de la manera ejemplarmente democrática con que en todo el Estado se había llevado a efecto la reelección -que en realidad no fue sino una nueva y descarada imposición- de este acaudalado y despótico científico para el período constitucional de 1908 a 1912. Por tal colaboración fue muy criticado por sus antiguos compañeros y correligionarios, quienes lógicamente, ante la evidencia de los hechos, pusieron en entredicho su honradez periodística; y uno de ellos, que a la sazón se hallaba encarcelado en Ulúa, llevando al extremo su indignación, lo calificó tan duramente que le aplicó el adjetivo de pillo de marca mayor.


Edita de nuevo Redención, es encarcelado en Belén y deportado a las Islas Marías.

Poco más tarde, arrepentido de su labor en La Patria, volvió a publicar su diario Redención con el deliberado propósito de reivindicarse reanudando su campaña interrumpida contra los malos elementos del régimen porfiriano. Entre otras cosas, según el periódico México Nuevo, en agosto de 1909

... publicó una declaración firmada por varios comerciantes, donde se formulaban cargos contra un recaudador de contribuciones del Distrito Federal, relacionados con actos cometidos en el cumplimiento de su misión. La Oficina de Impuestos intervino en el asunto y ordenó una investigación; como resultado los cargos fueron comprobados y el recaudador fue cesado por la Secretaría de Hacienda, con aprobación del Presidente de la República, por no merecer la confianza del Gobierno ...

... Si tal era el caso, había muchas razones para suponer que Peniche, al publicar la acusación, obraba en interés público y no cometía ningún delito; pero se le procesó por difamación, delito aún más grave que la calumnia.

Al cometerse esta aberración, que no era más que un subterfugio para quitarle de en medio, Barrera Peniche fue conducido a la Cárcel de Belén, adonde por esos días habían sido encerrados otros muchos periodistas de oposición entre los que se encontraban, aparte de los que se citan en el capítulo siguiente, Félix C. Vera, Ramón Alvarez Soto, Joaquín Piña, Enrique Patiño, Joaquín Fernández Bustillos, Félix F. Palavicini, la esposa del viejo y muy conocido luchador don Paulino Martínez y unos 25 o 30 más. Pero a pesar de su encierro en uno de los calabozos de castigo, dice Turner en su México Bárbaro, Peniche pudo continuar publicando Redención por algún tiempo, aunque para hacerlo le fue preciso pasar sus originales a través de las rejas de la prisión. Entre estos originales figuraba uno intitulado El verdadero Porfirio Díaz, que trataba de los asesinatos ocurridos en Veracruz la noche del 24 al 25 de junio de 1879 y ordenados por el mismo Dictador contra los jóvenes partidarios de don Sebastián Lerdo de Tejada, y poco tiempo después, agrega Turner, publicó un artículo para exigir que se investigaran las condiciones imperantes en Belén, denunciando que allí se usaba con los prisioneros un instrumento de tortura llamado la matraca. Todo lo anterior, añade Turner, se tuvo en cuenta, sin duda, para imponer a Peniche un castigo con extrema severidad: después de permanecer cinco meses en la cárcel, se le sentenció a cuatro años de prisión en la colonia penal de las Islas Marías.

Al ser sentenciado a tan bárbara condena, Barrera Peniche, al mismo tiempo que era suprimido su periódico, fue deportado a la colonia penal del Pacífico; y al tenerse conocimiento de estos hechos, el Diario del Hogar publicó la siguiente protesta el 22 de diciembre del mismo 1909:

El periodista de combate señor Alfredo Barrera Peniche fue condenado por el delito de difamación, a sufrir cuatro años de relegación en las Islas Marías. La noticia ha sido verdaderamente sensacional, aunque ya se esperaba este resultado como consecuencia de anteriores medidas gubernativas. Parece que el gobierno no está satisfecho con las prisiones de San Juan de Ulúa, en donde han pagado muy cara su independencia ciertos hombres aficionados a manejar una pluma con el sincero objeto de contribuir a la regeneración política nacional, y ha escogido las Marías como nuevo recurso contra la libertad del pensamiento escrito. Esto es una marcada advertencia para quienes censuran a la actual administración, y es algo peor todavía: una inminente amenaza que no se sabe la hora en que va a caer, para convertirse en tristísima realidad, sobre el periodista que haya despertado la cólera de algún poderoso.

El caso de Peniche debe mantener a la expectativa a todos los directores de periódicos que no transigen con las injusticias y parcialidades del poder. Es una campanada que repercute desde las alturas oficiales hasta el interior de las oficinas de la prensa libre. Tengamos presente que nuestra debilidad, por falta de un sólido e indestructible compañerismo, es una de las causas principales que contribuyen a que seamos perseguidos tenazmente, sin reflexionar, quienes hacen un deber de esa persecución, que los gobiernos construyen su propio desprestigio cuando desconocen los derechos de los ciudadanos y los conculcan abiertamente, y entre los más sagrados derechos del hombre se halla la libertad de prensa.

Bien sabido es que la ley de difamación tiene entre nosotros por mira principal, acallar cualquiera hoja independiente que señale las monstruosidades de los gobernantes, y si hiciéramos una estadística, veríamos que ocupamos un lugar prominente, si no el primero, entre los países en donde, por falta de educación política suficiente, los periodistas están a merced de las disposiciones oficiales. ¿Quién puede negar que Peniche va relegado a las Islas Marías, no por el hecho en sí mismo de que alguien lo haya acusado por difamación, sino porque tenía un periódico y en él combatía los errores de la Administración?

Es aterrador el castigo para ese periodista, porque con claridad se deduce que el poder no está dispuesto a observar una actitud moderada o tolerante hacia la prensa nacional independiente o de oposición, sino que, cuando lo juzga necesario o conveniente, decide sin tardanza y de un solo golpe, concluir con las voces que le parecen perjudiciales e importunas a la política que gobierna.

No tenemos, en vista de las miserias que se desatan sobre nuestro gremio, derecho alguno de hablar de libertad de imprenta. Cuando más podemos decir que al respecto hay tolerancia, y que ésta se mantiene mientras no acuerda destruirla cualquier acto emanado de las intrigas y de las venganzas. Esta ha sido nuestra situación desde hace muchos años y continuamos en posición falsa, a merced de nuestros influyentes adversarios.

Periodistas independientes, estad alerta, y procurad guardar mucha discresión y mucha habilidad en vuestros trabajos en pro del progreso de la patria. Barrera Peniche es un ejemplo notable de que la tempestad puede desatarse sobre vosotros cuando creáis que prevalece la calma y la seguridad.

Por haber publicado este valiente editorial, don Filomeno Mata y su hijo del mismo nombre, director y jefe de redacción, respectivamente, del Diario del Hogar, fueron inmediatamente despojados de sus elementos de trabajo y encerrados en la Cárcel de Belén por espacio de cinco meses, acusados del delito de ultrajes a los Ministros de Justicia y de Gobernación.

Y en cuanto a Barrera Peniche, algunas semanas después de haber llegado a las Islas Marías fue puesto en libertad gracias a la activa intervención de su defensor el Lic. Rendón, cuyas gestiones reforzaron muchos de sus compañeros de periodismo.


Se une al Constitucionalismo y es nombrado director de la Cárcel de Belén.

No tengo datos para asegurar que, al volver del penal del Pacífico, Barrera Peniche haya figurado en la última parte de la Revolución de 1910, ni que haya luchado en alguna forma durante los regímenes interino y maderista; pero lo que sí es un hecho, es que al ser sacrificados Madero y Pino Suárez se afilió al Constitucionalismo, marchando al Estado de Coahuila para unirse con don Venustiano Carranza, a quien junto con otros muchos civiles, entre los que figuraban los licenciados Isidro Fabela, Fernando Iglesias Calderón y Gustavo Espinosa Mireles, acompañó en sus largos recorridos por distintos rumbos del país hasta el mes de agosto de 1914, en que el propio Primer Jefe, al frente del Ejército Constitucionalista, hizo su entrada triunfal en la capital de la República. Y ya una vez que el mismo Primer Jefe hubo nombrado a los principales funcionarios de su administración provisional, entre los que se hallaba el Ing. Alfredo Robles Domínguez como Gobernador del Distrito Federal, por conducto de éste confirió a Barrera Peniche el cargo de director de la Cárcel de Belén en sustitución del tristemente célebre Wulfrano Vázquez, arbitrario y desalmado sujeto de origen porfiriano que mucho se había ensañado con los presos políticos durante el largo tiempo que dicho penal estuvo bajo su mando.


Publica un nuevo periódico y poco más tarde fallece.

Pronto renunció Barrera Peniche a la dirección de la Cárcel de Belén, a fin de sacar a luz un nuevo periódico con el nombre de Revolución, y tan luego como pudo fundarlo con la ayuda de algunos de sus camaradas, comenzó a hacer en sus columnas una campaña contra varios de los más destacados jefes constitucionalistas que en su concepto eran malos elementos revolucionarios y, por consiguiente, indignos de seguir gozando de la confianza de don Venustiano. Y como se diera el caso de que al bravísimo y ameritado general don Francisco Murguía fuese a quien atacara con más violencia, en una ocasión en que viera que el automóvil en que éste viajaba iba en la misma dirección en que él transitaba por una de las calles de México, creyendo que lo perseguía para reclamarle su proceder o tal vez agredirlo en la vía pública, recibió una tan tremenda impresión que cayó en cama gravemente enfermo, y a pesar de los esfuerzos que sus familiares hicieron por salvarle la vida, dejó de existir algunas semanas después.

De esta manera sucumbió éste que en su época llegó a ser famoso luchador, y que como todo ser humano, jamás perfecto, tuvo luces y sombras en su vida.


NOTAS

(1) El director de este periódico se llamaba Emeterio de la Garza, a quien se le aplicó el apodo de Megaterio de la Farsa, porque mientras hacía alarde de independencia su servilismo era tal para el Caudillo, que a uno de sus hijos lo bautizó con el nombre de Porfirio Díaz de la Garza.

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