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LOS MÁRTIRES DE SAN JUAN DE ULÚA

Eugenio Martínez Núñez

CAPÍTULO UNDÉCIMO

EL CASO DE LUCIANO ROSALDO


Es capturado y remitido a la fortaleza.

De vida en extremo accidentada y que llegó a ostentar altos grados en el Ejército Nacional, Luciano Rosaldo, a pesar de sus convicciones revolucionarias y debido a especiales circunstancias, no tomó participación directa en ninguno de los levantamientos veracruzanos de septiembre y octubre de 1906.

Su captura y encarcelamiento en San Juan de Ulúa se debieron, según afirma el extinto luchador Joaquín Garduza Charmy, al odio que le profesaba el Jefe Político de Minatitlán, Manuel Demetrio Santibáñez, por haberlo atacado en la prensa con motivo del ensañamiento con que había reducido a prisión al distinguido liberal Cipriano Medina; esto, unido al hecho de haberse rebelado en Ixhuatlán su hermano Carlos, determinó que el despótico funcionario, con el auxilio de ocho rurales, procediera a prenderlo en su propio domicilio y en presencia del señor su padre, que le aconsejó no hiciera resistencia.

Aunque Rosaldo fue condenado por Betancourt a cuatro años de prisión, sólo permaneció treinta meses en los calabozos de la fortaleza en virtud de que su padre, después de haber agotado todos los recursos legales y erogado inútilmente gastos por más de diez mil pesos en viajes a México, Córdoba, Jalapa, Veracruz y Tehuantepec, y en haber pagado abogados mendaces, entre los que se contaba el famoso Querido Moheno, logró que interviniera en su favor el prominente político y economista don Joaquín Casasús, personaje de gran influencia ante el Caudillo, y que había sido su catedrático en la Escuela Superior de Comercio y Administración de la ciudad de México.


Trabaja en favor de Madero.

Al salir en libertad en 1909, Rosaldo regresó a Minatitlán para reunirse con su progenitor y atender un establecimiento mercantil de que era propietario; y cuando el señor Madero fue declarado candidato a la Presidencia de la República, hizo muy activa propaganda en su favor ya de palabra o por medio de hojas impresas que repartía por distintos lugares de su Cantón, estando por ello a punto de ser nuevamente aprehendido por el tan odiado cacique Santibáñez. Poco más tarde figuró como secretario del Colegio Electoral que en julio de 1910 se reunió en el pueblo de Jáltipan con objeto de conocer el resultado de los comicios efectuados el 10 del mismo mes, comprobando que aunque éstos en todo favorecieron a Madero no sólo en Minatitlán sino en toda la República, el Dictador se impuso por octava vez, colmando así la paciencia del pueblo que para hacer valer sus derechos por tanto tiempo conculcados se levantó en armas en su contra para derrocado por medio de la Revolución.


Es nuevamente encarcelado y luego se destierra.

Es de sobra conocido que el voto popular elevó después al señor Madero a la Primera Magistratura y que Huerta lo asesinó para usurpar el Poder. Pues bien, al saberse que Rosaldo estaba resuelto a luchar contra el usurpador dentro del Ejército Constitucionalista, fue capturado por el capitán Saint Pool, jefe del destacamento de Puerto México, y se le consignó al servicio de las armas, comenzando así para él una nueva serie de grandes penalidades. Entre filas y tratándosele con especial dureza se le obligó a hacer una larguísima peregrinación que abarcó centenares de kilómetros, pasando por multitud de poblaciones del mismo Estado de Veracruz, así como de los de Oaxaca, Tabasco y Campeche, donde se le encerraba en calabozos militares que estaban regidos por el cruel sistema penitenciario, hasta llegar a la lejana Mérida, donde se le internó en el cuartel de La Mejorada, en que se alojaba el famoso 16 Regimiento de Infantería. Al cabo de algún tiempo quedó excluido de dicho servicio en virtud de los amparos interpuestos en su favor por los abogados Manuel Zamora, Gonzalo González y Jesús Flores Magón; pero no obstante esta circunstancia continuó preso en el mismo cuartel, de donde logró fugarse cuando ya tenía ocho meses de encarcelamiento, y desde luego se embarcó en el trasatlántico Morro Castle con destino a La Habana. En esta ciudad permaneció más de cuatro semanas sufriendo muchas vicisitudes en compañía de otros expatriados, entre los que se hallaban el general Gabriel Gavira, el ex gobernador de Veracruz León Aillaud y el poeta Santos Chocano. Luego marchó a Nueva Orleáns, a San Antonio y El Paso, Texas; en seguida se trasladó a Ciudad Juárez, donde en abril de 1914, con magníficas referencias de su amigo don Evaristo Madero, se presentó ante el Lic. Federico González Garza y el general villista Fidel Avila, Jefe de las Armas en la región, quien desde luego lo incorporó a sus fuerzas con el grado de capitán. Así comenzó Rosaldo su carrera militar, prestando muy importantes servicios a la Revolución en las filas de la División del Norte hasta llegar a la Convención de Aguascalientes como teniente coronel en el Estado Mayor del general Avila, ya gobernador de Chihuahua y delegado a la misma Convención.


Se separa del villismo y lo combate.

Es bien sabido que esta histórica asamblea fue convocada por don Venustiano para estudiar los problemas del país y lograr la unificación revolucionaria; pero en lugar de haberse conseguido tal unificación sucedió todo lo contrario, ya que por diversas causas que son del dominio público el señor Carranza y el general Villa se distanciaron al grado de que éste se rebeló contra aquél, por lo cual fue rudamente combatido hasta su derrota por los poderosos elementos que se pusieron al mando del general Obregón. Entonces Rosaldo, juzgando que la actitud de Villa estaba equivocada, optó por continuar prestando sus servicios alIado de don Venustiano, a quien siempre había reconocido como indiscutible Primer Jefe de la Revolución.

Así pues, ya separado del villismo y considerando que su deber era batirlo por su infidencia, como todo un hombre de acción participó, destacadamente en la campaña, jefaturando una multitud de corporaciones militares en distintos estados de la República como Tabasco, Veracruz, Colima, Durango, Coahuila y Zacatecas, bajo las órdenes de jefes tan distinguidos como los generales Luis Felipe Domínguez, Cándido Aguilar y Juan José Ríos.


Obtiene su baja y colabora con Tejeda.

Cuando ya la División del Norte estaba casi en agonía, Rosaldo fue ascendido a coronel y se le confirió un importante cargo en la Secretaría de Guerra; luego, en 1920, combatió a los alzados de Agua Prieta, y en diciembre de 1921, después de nueve años de brillante actuación revolucionaria, solicitó y obtuvo su baja del Ejército Nacional.

Ya una vez desligado del instituto armado, Luciano Rosaldo colaboró, junto con su antiguo compañero de prisión Rodríguez Clara, con el gobernador de Veracruz, Adalberto Tejeda, en la resolución de las cuestiones agrarias que afectaban a los campesinos del Estado, y cuya colaboración tuvo que suspender muy a su pesar en abril de 1923, por exigirlo así sus asuntos particulares.


Lucha contra delahuertistas.

Pero no obstante haberse separado del Ejército, Rosaldo volvió a tomar las armas cuando en los días 7 y 8 de diciembre del mismo año los rebeldes delahuertistas, en número de tres mil y al mando del cabecilla José Villanueva Garza, atacaron la ciudad de Jalapa, pues acudió con presteza en ayuda del jefe de la Guarnición de la misma, general Federico Berlanga poniéndose al frente del 25 Batallón; pero debido a la superioridad numérica de uno a diez del enemigo, tanto él como el general fueron completamente derrotados y estuvieron a punto de ser fusilados si no interviene en su favor su viejo amigo el coronel Oriza, que había quedado como jefe de la plaza, al caer ésta en poder de los asaltantes.


Se radica en Puerto México.

Después de este incidente, Rosaldo se fue a radicar a Puerto México, en donde se dedicó por largos años a actividades políticas y comerciales que lo obligaban a hacer frecuentes viajes a la capital de la República. En esta ciudad trabó íntima amistad con el extinto y ameritado luchador Humberto Madas Valadés, que había sido miembro distinguido del Club Ponciano Arriaga, y quien me contaba que Luciano, como le llamaba, era un hombre que siempre proclamaba con orgullo que por haber sido enemigo de injusticias y flagelado con su pluma a los despóticos caciques de su tierra, tuvo la gloria de compartir con muchos insignes combatientes grandes penalidades en el presidio de San Juan de Ulúa.

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