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LOS MÁRTIRES DE SAN JUAN DE ULÚA

Eugenio Martínez Núñez

CAPÍTULO DÉCIMO

PRISIÓN LUCHA Y SACRIFICIO DE JUAN RODRIGUEZ CLARA


Sus audacias y cautiverio.

Este inspirado poeta y valiente periodista fue uno de los revolucionarios veracruzanos que junto con Hilario Salas, Donato Padua y otros insurrectos de primera fila participaron en el movimiento de la Sierra de Soteapan. Después del desafortunado estremecimiento de Acayucan, Rodríguez Clara pudo escapar a la persecución de las tropas federales, huyendo rumbo a Oaxaca; y a principios de 1907, encontrándose en la estación de Achotal en los momentos que pasaba el general Díaz en un viaje al Istmo con objeto de inaugurar el puerto de Salina Cruz, tuvo la virilidad de lanzarle a grito abierto durísimos reproches por su férrea tiranía y por la miseria en que se hallaban los obreros y campesinos. Con este más que sobrado motivo fue capturado desde luego y remitido a la fortaleza con las manos amarradas y con una sentencia de cinco años de prisión, por los delitos de ultraje al Presidente de la República y de incitar al pueblo a rebelarse contra el Gobierno constituido.

Sería inútil decir lo que Rodríguez Clara sufrió en el presidio durante su largo encarcelamiento, ya que los suplicios a que se le sujetó fueron iguales o muy semejantes a los que se imponían a todos aquellos que osaban atentar contra la sacra, gloriosa, intangible y nunca vista Administración del Héroe de la Paz; pero me voy a referir a un hecho que acaba de pintar su audacia y su valor civil.

Para celebrar el aniversario de la iniciación del movimiento de Independencia, el 16 de septiembre de 1909 se organizó en el Castillo una ceremonia cívica a la que fueron invitadas las más prominentes personalidades de la sociedad, de la industria y del comercio de la ciudad de Veracruz. En el patio principal se instaló un tablado con una tribuna, alderredor de la cual se colocaron asientos para la concurrencia, en la que se hallaban los jefes del presidio y los oficiales del destacamento militar con sus respectivos familiares. Como gracia muy especial se concedió permiso a algunos de los presos políticos y del orden común de mejor comportamiento para que, de lejos, presenciaran la función. Después de pasados varios números del programa, como piezas de música y discursos alusivos, Rodríguez Clara se adelantó resueltamente, abordó la tribuna, y ante los ojos estupefactos del general Maas, del gobernador de la fortaleza y del sicario Grinda, pronunció con voz fuerte y firme los ya transcritos versos de La Golondrina de Sarabia; versos que en aquellos momentos en que se conmemoraban los anhelos de emancipación de un pueblo, constituían una terrible acusación para los tiranos que habían desgarrado los principios de la libertad por que los héroes de la Revolución de 1810 habían derramado su sangre luchando contra los opresores.

Al terminar la ceremonia, y ya que se hubieron retirado todos los invitados, el verdugo Grinda, poseído de una furia verdaderamente infernal, la emprendió a garrotazos contra muchos de los presos que habían aplaudido la poesía, y azotando asimismo brutalmente a Rodríguez Clara por haber tenido, en su mísera condición de reo, el atrevimiento inaudito de tomar por asalto la tribuna para pronunciar tan subversiva composición.


Combate la usurpación y el villismo.

Al salir en libertad en mayo de 1911 por la amnistía concedida a los presos políticos, Rodríguez Clara se dedicó al periodismo pugnando por que los hombres del nuevo régimen cumplieran cuanto antes las promesas agrarias de la Revolución; y en 1913, al usurpar el poder Victoriano Huerta, lo atacó rudamente, siendo por ello consignado al servicio de las armas; pero habiéndose fugado del cuartel adonde se le había enviado, se dio de alta en Veracruz en la Brigada del general constitucionalista don Pedro Carvajal, que en junio del mismo año le concedió el grado de capitán segundo, y bajo cuyas órdenes combatió a las tropas huertistas en Soconusco, Acayucan y Yucatán hasta el triunfo del constitucionalismo, por lo que dicho general, apenas firmados los Tratados de Teoloyucan, lo ascendió a capitán primero.

Al producirse la escisión revolucionaria, Rodríguez Clara permaneció fiel al carrancismo, circunstancia por la cual don Venustiano ordenó que se le otorgara el grado de mayor y que se le nombrara Jefe del Estado Mayor de la Brigada Ocampo que guarnecía la plaza de Veracruz. En febrero de 1915 el Comandante de la Primera División de Oriente general Heriberto Jara, que le profesaba gran estimación por sus antecedentes, su talento y valor temerario, lo ascendió a teniente coronel, cosa que posteriormente ratificó el señor Carranza, y lo nombró Jefe de su Estado Mayor. Con esta investidura y al mando de un Regimiento de Caballería, Rodríguez Clara luchó contra el villismo en Blanca Flor e hizo una campaña victoriosa en los cantones veracruzanos de Huatusco y de Jalapa.


Es encarcelado en un cuartel.

A Rodríguez Clara le encantaba la vida bohemia, se rodeaba, cuantas veces podía, de sus camaradas los periodistas y poetas, y escribió muchas composiciones literarias y de combate. Tuvo incontables amigos que por su inteligencia y carácter abierto mucho lo querían y le guardaban grandes consideraciones, pero también no pocos enemigos que por cuestiones políticas le causaron serios disgustos y ratos muy amargos. En 1916, estando en Jalapa, fue director del diario La Humanidad, en el que en compañía de su íntimo y fraternal amigo el conocido vate Justino Palomares, que era jefe de redacción del mismo periódico, emprendió una labor tendiente a depurar la Revolución de malos elementos, campaña que tanto a él como a Palomares les costó un encierro de varias semanas en los calabozos del cuartel de San José, acusados de lanzar cargos injuriosos contra el Ejército Constitucionalista.


Desempeña otras comisiones.

Dos años después, en octubre de 1918, el general Juan José Ríos, entonces Oficial Mayor Encargado del Despacho de la Secretaría de Guerra, nombró al teniente coronel Rodríguez Clara jefe del Archivo del Departamento de Cuenta y Administración de la propia dependencia; y en 1919, el mismo Rodríguez Clara desempeñó dos cargos, tales como el de comandante del 37 Batallón de Infantería radicado en la plaza de Veracruz, y el de jefe de la Comisión Revisora de hojas de servicios del Departamento de Caballería.


Diz que fue secretario de Santanón.

Aquí abriré un paréntesis para decir que algunos aficionados a la historia de la Revolución han asegurado que el inquieto luchador de quien me vengo ocupando fue secretario de Santana Rodríguez Palafox, alias Santanón, el tan discutido como calumniado guerrillero veracruzano que en las filas del Partido Liberal combatiera con admirable arrojo la Dictadura porfirista. Esto es completamente falso, porque Rodríguez Clara no pudo haber tenido contacto con Santanón, puesto que desde mucho antes de que éste se lanzara a su breve lucha revolucionaria y hasta después de que sucumbiera peleando bravamente en un encuentro que tuvo lugar en octubre de 1910 en un punto llamado Amamaloya, cerca de Chinameca, se encontraba prisionero en la fortaleza de Ulúa.


Lucha en favor de los campesinos y es sacrificado.

Lo verídico es que Rodríguez Clara colaboró durante más de dos años con el Gobernador de Veracruz, Adalberto Tejeda, en la resolución del problema agrario del Estado, procurando con particular empeño que se dotara y restituyera de ejidos a los campesinos de los Cantones de Acayucan, Minatitlán y San Andrés Tuxtla; y que a pesar de que por motivos de salud, ya que padecía paludismo, en diciembre de 1921 solicitó y obtuvo su licencia absoluta para retirarse del Ejército, continuó luchando Dor alcanzar los mayores beneficios para los propios campesmos veracruzanos.

Como era natural, con esta labor humanitaria y social Rodríguez Clara, que con justicia ha sido llamado mártir del agrarismo, se conquistó el odio de los grandes terratenientes de aquellos rumbos; uno de ellos, Otilio Franyuti, lo asesinó de la manera más villana el 7 de diciembre de 1923 en el pueblo de Nopalapan de Zaragoza, Ver.; fue tanta la saña que el tal Franyuti desplegó contra el desventurado luchador, que antes de sacrificarlo lo sujetó a un tremendo suplicio, y después de haberle arrancado la existencia acribillándolo a balazos, no sepultó siquiera su cadáver, sino que por espacio de once días lo dejó abandonado en campo abierto a merced de los perros y las aves de rapiña (1).


NOTAS

(1) En memoria de Rodríguez Clara, que al morir tenía 47 años de edad, se puso su nombre al pueblo de Nopalapan en que fue sacrificado. Asimismo, la Secretaría de Guerra lo reconoció como precursor y veterano de la Revolución y le otorgó la medalla del Mérito Revolucionario.

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