Indice de Instalación de la XXVI legislatura Recopilación y notas de Diego Arenas GuzmánCAPÍTULO SÉPTIMO - La contrarrevolución, la porra y la contraporra CAPÍTULO NOVENO - Tres curules para un solo diputado ¡No!Biblioteca Virtual Antorcha

INSTALACIÓN
DE LA
XXVI LEGISLATURA

Recopilación, selección y notas de Diego Arenas Guzmán


CAPÍTULO OCTAVO

LA REVOLUCIÓN CLAMA EN EL DESIERTO

Impregnado de concordia estamos respirando el aire de esta mañana parlamentaria del 13 de septiembre.

Apenas pasada lista de los diputados y presuntos diputados, el presidente Sánchez Azcona explica y advierte:

Antes de abrir la sesión, la Presidencia cree de su deber dar una explicación acerca de la asistencia del pueblo a estas sesiones, porque las discusiones sobre este particular motivaron el acaloramiento de ayer y que se levantara la sesión.

Ante todo, debo hacer una explicación que me parece necesaria: se entiende por galería la parte alta del edificio; éstas son tribunas. Tanto el Reglamento del Congreso Mexicano como todos los de los parlamentos del mundo, dejan libre la entrada a las galerías, y la entrada a las tribunas se hace mediante boletos; estos boletos se reparten al Cuerpo Diplomático, a los funcionarios y a los jefes de los partidos militantes, para que ellos, a su vez, los distribuyan entre las personas de sus partidos. He tenido la satisfacción de hablar en particular con los distinguidos jefes de los partidos aquí representados, y estamos en la mejor disposición de proceder de común acuerdo en todo esto. En lo sucesivo se darán boletos para las tribunas proporcionalmente a los elementos representados en esta Cámara, y la entrada a la galería será libre; pero es preciso entender que éstas, no son galerías (señalando a las tríbunas).

Cumpliré el Reglamento en lo que me ordena, si las galerías no guardan la debida circunspección; pero espero de la cultura del pueblo que sabrá guardarla.

El señor Olaguíbel exhorta:

Las minorías independientes a las que tengo el alto honor de representar en estos momentos, se permiten dirigir un cordial y caluroso Hamamiento a los señores concurrentes a las galerías y a las tribunas que representan la opinión pública de la Asamblea.

Me dirijo muy especialmente al gremio estudiantil, vigoroso, entusiasta y fuerte, que no querrá atraer sobre sí la responsabilidad de interrumpir el orden en forma que quizá fuera contraria a sus propios intereses y a sus mismas simpatías. Se va a decidir de la suerte que va a caber a los representantes de la minoría, y nosotros, que hemos tenido el alto honor, inmerecido por cierto, dígolo por mí, de ocupar cátedras en donde hemos estado en íntimo y cariñoso contacto con la juventud escolar, apelamos a su amistad, recurrimos a su afecto para nosotros, suplicándoles, no que guarden compostura -pues nunca han faltado a ella-, sino que repriman su entusiasmo en bien de nosotros mismos.

Don Francisco Pascual Garcia implora:

Ocupo por breves momentos esta tribuna, para hacer, en nombre del Partido Católico, a todos los señores que se encuentran en las tribunas y galerías de esta Cámara, la súplica de que guarden el orden, el más perfecto orden.

¿A qué venís, señores? Venís representando, por explicarme así, natural y sociológicamente, al pueblo, y los que ocupan estas curules vienen a representarlo legalmente; vosotros representáis al pueblo socialmente. Lo sabéis muy bien, señores, nosotros somos los amigos de las tribunas y los amigos de las galerías.

El señor presidente de la Junta está animado del mayor respeto a vosotros, señores, y por eso, cuando en un día reciente había mandado desalojar las tribunas y galerías, a la indicación que uno de nosotros le hizo, pisoteando su amor propio, cedió ante nuestras indicaciones y revocó su acuerdo. Esto os da la garantía del respeto que la Mesa tiene a vuestros derechos, del respeto que tiene a vuestra representación; pero los mismos que somos vuestros amigos tendremos que ponernos del lado de la Presidencia si vosotros nos obligáis. ¿Cómo podríais obligarnos a consentir que se expulse de las galerías y de las tribunas al respetable público que las ocupa? ¿Por qué perturbar el orden, por qué interrumpir las discusiones, por qué arrojar palabras candentes sobre los señores diputados electos, que os representan a vosotros mismos legalmente? Por eso os suplico que guardéis el orden, que no lo perturbéis, que no arrojéis palabras apasionadas sobre nadie.

Advertid, señores, que nosotros, todos, debemos el respeto a vosotros los que estáis aquí y los que estáis ahí a nosotros, y todos a la Presidencia, porque la Presidencia representa en este momento a la autoridad, y recordad bien que, así como no hay ni puede haber sociedad sin autoridad, así no puede haber níngún Parlamento sin que la autoridad sea respetada. Tened libertad; pero recordad que la libertad no es libertinaje y que, cuando de la libertad se abusa, tiene forzosamente Que mostrarse enérgica la autoridad. No nos obliguéis a eso. Os lo suplico por los que venimos aquí sin más propósito que el de servir a la patria, a vosotros que sóis el pueblo, que guardéis todo orden, para no obligar a la Presidencia a mandar desalojar las tribunas y las galerías (aplausos).

El señor Rendón hace esta defensa del Partido Constitucional Progresista:

Pertenezco a un partido que, por desgracia, por prevenciones que más tarde, quienes las tienen las meditarán y desecharán; pertenezco, tengo la honra de decirlo, a ese partido que aquí no ha traído en las sesiones anteriores a nadie para que forme escándalos, a nadie para que sisee, a nadie para que aplauda, ni ha querido tener preferencias, porque este partido ha sostenido desde el principio que no hay diferencias absolutamente, porque todos somos pueblo y que si aquí los representantes del pueblo tienen el derecho de sentarse; y la mejor prueba de ello es que, probablemente por primera vez en los anales de la Cámara de Diputados, de treinta años a esta parte, los representantes de los distintos partidos politicos tienen la satisfacción de que, al iniciarse la sesión, en vez de empezar con la lectura del acta, tienen la satisfacción de dirigirse al pueblo, a sus conciudadanos, a sus compañeros y amigos, para suplicarles unión, a fin de que las sesiones sean ordenadas.

No queremos sesiones a puerta cerrada, no tratamos de que nadie nos oiga; al contrario deseamos opiniones de todo el mundo, porque si como humanos estamos expuestos a errar, o estamos equivocándonos, la mejor prueba de ello será el siseo o el aplauso. Esto es lo único que queremos; lo único que necesitamos, señores; que todos podamos hablar ordenadamente, y después de ser oídos, entonces venga el fallo, porque si no se nos oye hablar, si por impresiones o prevenciones se anticipan aplausos o siseos, se impide la voz del que discute, del que razona e invoca la ley y la justicia.

Nosotros no hemos traído aquí a nadie para interrumpir el orden; nosotros hemos aceptado ser víctimas porque queremos demostrar cuán equivocados están los criterios, cuando, trayendo tradiciones antiguas, creen que gobiernista quiere decir incondicional. No, señores; gobiernista en esta época quiere decir elemento de orden, nada más; pero para obligar al Gobierno a seguir el programa político que se ha obligado a cumplir; de lo contrario, este partido sería el primero en acudir al pueblo para decirle: El Gobierno no ha cumplido con sus promesas.

De esta suerte, señores, si en algo puede valer para nuestros amigos nuestra súplica, la unimos ardientemente a la de los distinguidos oradores que me han precedido en el uso de la palabra (aplausos).

Y el señor Galicia Rodríguez recomienda:

Invitado esta mañana para venir aquí también con mi grano de arena a invocar a vuestra nobleza, vuestra cordura y vuestro patriotismo, en nombre del orden y de la democracia, vengo a cumplir este deber representando a una minoría antirreeleccionista representada también en esta Cámara. Así, pues, señores, cumpliendo con este deber imprescindible para mí, de poner mi súplica ante vuestras conciencias, a fin de obtener en esta sesión el orden más perfecto, la cordialidad más absoluta, la demostración de cultura más exquisita, os recomiendo de la misma manera, aunque no con la brillantísima palabra de los señores que me han precedido en este lugar, que durante los debates de estas sesiones guardéis la cordura y el amor al orden de que siempre habéis dado pruebas indiscutibles.

Es verdad que el tiempo de que disponemos para concluir estos debates es muy angustioso; pero también es verdad que ese tiempo se ha hecho más angustioso cuanto más calurosa ha sido vuestra participación en pro o en contra de los debates. Así, pues, señores, representando aquí, como antes dije, a esa minoría antirreeleccionista, en nombre de ella os ruego guardéis el orden más completo, teniendo, como tenemos todos, el deber de aliar el orden con la democracia, porque la democracia no puede existir sin orden en ningún país del mundo. Respetemos lá establecido por las leyes y a la autoridad aquí representada, pues de esta manera quizá más pronto terminaremos los debates personalistas en la revisión de credenciales, y la nación, que está hoy ansiosa, sabrá pronto quiénes son sus representantes en esta Cámara y quiénes en lo sucesivo van a preocuparse por los destinos de esta patria que por todos nosotros es querida. No déis lugar a que la Presidencia, en un momento dado, en un debate más o menos tempestuoso como el de ayer, se vea obligada a suspender la sesión, entorpeciendo, digámoslo así, la marcha de estos ya cansados debates, impidiendo concluir el trabajo que tenemos emprendido desde hace varios días.

Yo os ruego de la manera más atenta y respetuosa que guardéis todo el orden, toda la compostura y todo el amor a la disciplina parlamentaria que exigen la cultura y la nobleza de este pueblo, reconocidas ya por propios y extraños (aplausos).

Vibrantes en el ámbito de la sala esas convocatorias a la buena inteligencia y al respeto mutuo, el secretario en turno da lectura al acta de la sesión anterior; los diputados la aprueban; la mayoría conviene en que se prosiga la discusión de credenciales en el orden propuesto por la Comisión Escrutadora; el señor García Naranjo pide que la tribuna sea enlutada por espacio de tres días como póstumo homenaje al maestro Justo Sierra, cuyo fallecimiento acaba de ser noticiado desde España; Urueta apoya el pedimento de García Naranjo y la Cámara por unanimidad acuerda aquel homenaje; la discusión de la credencial del candidato católico Ignacio Pérez Salazar por el primer distrito electoral del Estado de Puebla, da ocasión al representante Ignacio Borrego para afirmar que el Partido Católico Nacional es un partido con careta y a través de la máscara y disfraz conque se encubre, hemos descubierto al Partido Clerical, provocando esta afirmación nuevas perturbaciones en el clima de serenidad alimentado por las palabras de los oradores que estuvieron en la tribuna al principio de la sesión; pero tales perturbaciones no llegan a más de racha pasajera.

Restablecida la calma, son aprobadas las credenciales de los señores Gabriel M. Oropeza, propietario, y Adolfo Lechuga, suplente, por el 16° distrito de Puebla; Manuel F. Méndez, propietario, y Nemorio Rivera, suplente, por el 15° de Puebla; Octavio Couttolenc, propietario, y José Couttolenc, suplente, por el 12° del mismo Estado; Rosendo Márquez, Emilio Ibáñez, Alfredo Vergara, Luis Guzmán, Benjamín Balderas Márquez y Luis T. Navarro, propietarios, respectivamente por los distritos poblanos 3°, 5°, 15°, 7°, 10° y 11°; Juan O'Fárril, Alberto O'Fárril, Carlos C. Vargas, Leopoldo García Veyrán, Francisco Arenas Pérez y Carlos Aldeco, suplentes, y en el mismo orden de los propietarios, por estos distritos.

La credencial del señor Tomás Braniff como diputado propietarío por el 11° distrito de Veracruz, y la de su suplente Antonio Mediz Bolio, pasan también sin debate, que se abre como otra boca de cataclismo al terminar la lectura del dictamen, que dice:

Del examen del expediente relativo al 17° distrito electoral de Veracruz, aparece que fueron electos diputados: propietario, el C. Luis A. Vidal y Flor, y suplente el C. F. Tejeda Llorca.

Esta credencial fue protestada por los vecinos de San Juan Evangelista, cantón de Acayucan; por los de Alvarado, y por el señor Francisco J. Ituarte, asegurando que la elección fue irregular, porque no se permitió votar a todos los que querían hacerlo, y porque hubo presión por parte de las autoridades.

Los que protestan aseguraron también que el C. Vidal y Flor no tiene el requisito de vecindad del Estado.

Esta Comisión no encontró prueba alguna de las afirmaciones de las personas que protestaron; en cambio el C. Vidal y Flor presentó, como comprobante de su vecindad, el testimonio en dos fojas de un título de propiedad otorgado en escritura privada el 24 de febrero del año en curso, de un lote de terreno ubicado en la municipalidad de Playa Vicente, cantón de Cosamaloapan.

No comprobadas, por una parte, las afirmaciones de los opositores, y demostrado, por otra, que el C. Vidal y Flor posee un bien raíz en el cantón de Cosamaloapan, la Comisión que subscribe propone:

I. Es de declararse buena y legal la elección de diputados propietario y suplente, del 17° distrito del Estado de Veracruz.
II. Son diputados propietario y suplente por el 17° distrito de Veracruz, los CC. Luis A. Vidal y Flor y F. Tejeda y Llorca.

El diputado Mauricio Gómez inicia el debate de este modo:

Me he visto obligado a tomar la palabra en contra de esta credencial, porque cuando hacía mi gira política en el 6° distrito electoral del Distrito Federal, se acercó a mí un numeroso grupo de ciudadanos pertenecientes a todas las clases sociales a invitarme a concurrir a una junta en que les expusiera mis proyectos y mis deseos para el porvenir de la patria. Concurri a aquella junta, y en ella les hablé extensamente del programa político que aquí tengo la obligación de venir a sostener, que es el del Partido Constitucional Progresista, al que me honro en pertenecer (siseos y aplausos). Ese programa sintetiza en mi concepto las aspiraciones de la patria (aplausos).

El Presidente Sánchez Azcona interviene para recomendar orden a las galerías, y el diputado Gómez prosigue:

Alguno de los allí presentes tomó la palabra y me exigió dos promesas, las que solemnemente me comprometí respetar y venir aquí a cumplir. Estas promesas son las siguientes:

Dijeron mis electores: Vamos a votar por usted en los comicios y lo ayudaremos en esta lucha política, seguros de llevarlo al triunfo; pero le exigimos que con toda energía, con todo valor civil, al ir a la Cámara, vaya en primer lugar a consolidar de una vez para siempre la obra de la revolución redentora de 1910 (aplausos). Para consolidar la obra de esta revolución redentora, es necesario arrollar para siempre con todos los que pertenecieron al cientificismo, los que pertenecieron a El Debate, de negra memoria (aplausos).

Esto es lo que los ciudadanos que por mí votaron me exigieron; dijeron: La salvación de la patria está en que se encauce de una vez para siempre por el sendero de la renovación, por el sendero firme y patriótico de hacer en México labor nueva, labor renovadora, que nos pueda hacer dignos de llevar la frente alta y considerar muy honroso el título de ciudadano mexicano. (Aplausos).

Esto, señores, por una parte, y por la otra, el prometer que ayudaría a consolidar los principios de la revolución de 1910, quiero venir a declarar aquí, desde el punto de vista político, que es indispensable que se fijen en esto: si hemos visto que se ha votado una ley de suspensión de garantías que privará de la vida a miles de hombres para consolidar la paz orgánica en la patria, aquí debemos venir con este mismo criterio, y considero que, para terminar para siempre con las revoluciones que se inician y con los obstáculos que se presentan debemos atacar a las personas que estos obstáculos presentan y a las personas que se opongan a nuestros ideales y que los han atacado desde un principio (voces: ¡No! ¡No! ¡No!).

Cumplo honradamente ... (voces y siseos).

El presidente de la Junta interviene otra vez:

Vuelvo a suplicar a las galerías que guarden orden, para que no obliguen a la Presidencia a desalojadas.

Mauricio Gómez reanuda el discurso:

Cumplo honrada y lealmente el compromiso que contraje con mis votantes, y no me amedrentan los gritos de ustedes, señores (aplausos).

Pues bien, señores, cumpliendo este compromiso vengo a decir a la mayoría de las cédulas rojas, a la mayoría en que está la redención de la patria, a la mayoría que debe marcar al Gobierno el camino recto, que a trueque de todo, arrollando todo, debe llevar a la patria hacia un porvenir de mejoramiento material y moral (aplausos).

Es necesario, señores de la mayoría de las cédulas rojas, mis compañeros, que nos fijemos en que estamos dando pruebas de ser los débiles; estamos dando pruebas de muy poca cohesión; ya van dos o tres veces que no hay uniformidad en nuestro criterio; es cierto que debemos velar por la justicia, porque es lo que siempre hemos proclamado, pero debemos velar también de una manera definitiva, de una manera resuelta, por que se cumplan nuestras promesas con las personas que por nosotros votaron, y además, porque si ponemos obstrucciones al Gobierno, éstas serán las que a cada momento nos estén poniendo cortapisas para llevar a cabo los principios por los que muchos de los que están aquí presentes han derramado su sangre para que triunfen. He dicho (aplausos y siseos).

En disposición anímica de legalista ortodoxo, el señor Urueta confirma:

La Comisión no ha tenido en cuenta en este caso si el señor Vidal y Flor perteneció o no perteneció a El Debate, si el señor Vidal y Flor fue o no corralista; la Comisión tuvo en cuenta solamente esto: se presentaron varias protestas; no se presentaron pruebas de esas protestas; se objetó que el ciudadano Vidal y Flor no poseía bienes raíces en la localidad, y el ciudadano Vidal Flor demostró que sí poseía bienes raíces ahí.

En consecuencia, la Comisión no pudo menos que presentar un dictamen pidiendo que se apruebe su credencial, porque no ha habido pruebas en su contra (aplausos).

El señor Vidal y Flor abre con las siguientes frases el alegato de su propia defensa:

Comenzaré por felicitar a mi apreciable compañero don Mauricio Gómez por la prueba de disciplina que acaba de dar al partido a que pertenece, y a sus comitentes. Su actitud acaba de simpatizarme y ... ¿por qué, señores? Sencillamente, porque, aunque militemos en bandos opuestos, reconozco en él lealtad hacia su grupo, como yo también la tuve con el que estuve ligado con tan profunda convicción al ahora llamado viejo régimen (aplausos).

El invoca los compromisos políticos contraídos; las exigencias de partido para impugnar mi credencial limpia y pura, emanación directa del sufragio y de filiación independiente; pues así la lancé, y yo me complazco en rendir parias a esos compromisos y a esas exigencias que forman la estructura férrea de un verdadero partidario del grupo gobiernista (aplausos); pero yo, como ciudadano mexicano, no puedo conformarme, y más aún, tengo que protestar enérgicamente contra la tendencia de ese bando, producto genuino de la revolución de 1910 cuando ésta, después de tremolar en su bandera la promesa de sufragio efectivo, de inscribirla en el Plan de San Luis y de hacer correr a mares la sangre mexicana en el territorio nacional, sus adeptos, como el señor Gómez, quieren para ellos solos el sufragio, como si sólo ellos tuvieran el glorioso título de ciudadanos (aplausos).

No, señores de la revolución: vosotros perturbasteis la paz de la nación con el anhelo y con el fin de dar libertad; pues bien, dadla; aquí estoy yo para exigirla; si la escamoteais, la nación os maldecirá por farsantes ... (aplausos).

Los verdaderos revolucionarios, los que lucharon y expusieron su vida entre las balas, como el señor don Eduardo Hay, de quien puede decirse que la revolución sí le costó un ojo de la cara (risas), opina de muy diversa manera, y así me lo ha manifestado, agregando, si mal no recuerdo, que el Gobierno no faltará a sus promesas.

Ya lo sabéis, señores, y escuchadme bien: los enemigos vuestros no lo seremos nosotros, los del antiguo régimen; vuestros enemigos serán los mismos maderistas que se lanzaron en armas para ver lo que pescaban y que, decepcionados de meter toda la mano en su obsesión, que es el Presupuesto, conspirarán contra el Gobierno para pretender engañar nuevamente al pueblo (aplausos).

Ayer lo dijo el señor Trejo y Lerdo en su jugoso discurso; y me permitiré repetirlo: el maderismo, actualmente, no tiene orientaciones firmes; vacila, y quién sabe si se derrumbe, y ello me apena, no porque se suponga que pueda ser yo maderista, pues es absurdo ser personalista en política, sino porque el maderismo es el Gobierno constituido y porque con él debemos estar los hombres de orden, amantes de la ley y de la voluntad popular, ya que, de lo contrario, sería eterna la revolución y podríamos perder, además de lo mucho que hemos perdido, nuestra sagrada nacionalidad (aplausos).

Entre vosotros está la división, y con ella debilitáis al Gobierno; y aquélla es tal, que el Gabinete está en lucha constante, y no es un misterio que hay ministros que hagan su política propia para llegar a ser presidenciables. Allí se conspira; pero todo es entre vosotros mismos, pues que, por nuestra parte, los que todavia tenemos a orgullo haber sido amigos del Gobierno anterior, no hemos pensado en lanzarnos a la revuelta, ni en esgrimir nuestras plumas para cambatiros ... Pensamos, algo más que vosotros, en la patria ...

Es muy lamentable, señores, que los miembros del partido revolucionario, de ese partido que debiera respetar un poco su obra, den el triste espectáculo ante esta Asamblea y ante aquellas galerías que ávidas presencian nuestras discusiones, de pretender reprobar una credencial, porque quien la trae haya escrito o figurado como redactor de un periódico enemigo del señor Madero, actual Presidente de la República. Esto es ridículo, y antidemocrático, y antiliberal. Si habéis luchado por las libertades como aseguráis, no tenéis derecho de olvidar tan pronto, cuando apenas comenzáis a ser Gobierno, que entre aquellas libertades culminan con resplandores de sol vivificador las de imprenta y pensamiento libre, y si nadie tiene derecho de desconocerlas y pisotearlas, mucho menos la tenéis vosotros que derracásteis a una patriarcal dictadura para sentaros en el solio del poder y cumplir vuestras promesas (aplausos).

Avancemos algunos años y figurémonos que ha desaparecido el maderismo, que los del antiguo régimen hemos conquistado el poder, y que, en una asamblea popular, como ésta, se presenta el señor Gómez, que aharo me impugna. ¿Sería legal y decaroso que substituyéndolo yo en su misma actitud de ahora, le atacara la credencial que trajera, con el fútil pretexto de haber sido maderista y revolucionario después de firmada la paz en Ciudad Juárez?

Créalo su señoría. Eso no lo haría yo, ni ninguno de mis amigos, porque nos sonrojaríamos al pretender dar el triste espectáculo de expulsar a un presunto diputado por el enorme crimen de no camulgar con nuestras ideas (aplausos).

Por último, señores, el señor Gómez acaba de sepultar las fraternales frases de concordia ue el señor ministro de Fomento, don Rafael Hernández, pronunció recientemente en un banquete que se le diera en la Alta California, y que las pronunció en nombre del presidente Madero: Ya no hay ni debe haber antiguo ni nuevo régimen; séamos todos únicamente mexicanos ...

Y apenas el presidente Sánchez Azcona dice: tiene la palabra el ciudadano diputado Luis Cabrera, las murmullos, las apóstrafes, los siseos del mayor número de los presentes; los aplausos tibios del menor número, son a manera de columnas de mercurio que en el barómetro parlamentario pronostican tempestad desatada.

Con una sonrisa que añora a Quevedo y Villegas, Cabrera llama:

Señor Ostos ..., y los de las galerias, en mayoría, procuran apagar la voz que llama al señor Ostos.

Un momento, señor orador -pide Sánchez Azcona-. Ruega a las galerías que dejen en absoluta libertad a los oradores. Conceda también el más absoluto derecho a los que están en ellas, de tener simpatías por esta o por aquella causa, por este o por aquel orador; pero tengan en cuenta que la obra de las señores diputados no es obra de sentimentalismo, sino obra de la mayor rascendencia y que hay que tener un absoluto respeto a las ideas ajenas.

Atendida en parte la exhortación de Sánchez Azcona, el licenciado Cabrera insiste:

Señor Ostos: -y un cambio súbito al matíz de la expresión oral:

¡Aquí está Blas Urrea!

No va a hablar el liberal convencido y disciplinado, que me reputo ser, y a quien se ha ofendido constantemente en el seno del Partido Constitucional Progresista, del cual fui echado ya casi hace un año; no va a hablar el diputado por uno de los suburbios del Distrito Federal, sino que va a hablar el hombre que tiene la conciencia íntimamente arraigada, la conciencia plena de que todas las desgracias de la patria se han debido, se deben y se seguirán debiendo al grupo científico (aplausos).

Este es el caso de dirigirme a las galerías -no de arriba ni de abajo, no galerías, ni tribunas, porque, conforme a Reglamento, todas son galerías- para suplícarles su atención, porque no voy a hacer un elocuente discurso, sino un pequeño examen político de nuestra situación actual con la franqueza con que acostumbro hacer esos exámenes, pese a quien pese, inclusive al Partido Constitucional Progresista (aplausos, voces: ¡Muy bien!).

Este es el momento de suplicar a las galerías de abajo, dignamente representadas aquí por el señor Lalanne, por el señor Maza y demás amigos, a fin de que permitan a las de arriba que hable yo (toses, siseos).

Heme aquí tomando la palabra en contra de un dictamen de la Comisión, dictamen que todos ustedes suponen que yo conocía anteriormente y que declaro con franqueza que no lo conocía; heme aquí tomando la palabra aparentemente para alejarme del grupo al cual todos vosotros estáis creyendo que nos liga una inteligencia previa en materia de credenciales.

Ahora bien; es verdad que habemos muchos en el grupo que no estamos absolutamente interiorizados en la forma de los dictámenes y, por consiguiente, nos sentimos, y es justo y así lo entiende la Comisión, enteramente desligados en nuestras opiniones; pero esta división que veis en el seno de los grupos liberales que se asociaron un momento simplemente para la directiva de las juntas preparatorias, esta división es precisamente la que yo reclamo, es contra la que yo alzo mi palabra, y porque esa división va a continuar cuando se siga hablando de los redactores de El Debate.

Cuando lancé mi programa político por el 11° distrito del Distrito Federal, fui electo en forma humanamente perfecta, y mi credencial no fue absolutamente reclamada; y creo que una de las principales causas para que yo hubiera obtenido un gran número de sufragios, relativamente alto en comparación con los que obtuvieron en la ciudad de México, fue que inscribí entre los capítulos de mi programa el de la lucha contra el cientificismo.

El cientificismo en la actualidad, según la perpetuamente optimista frase del señor Presidente de la República, ya no existe; no existen más que amigos o enemigos del personal de la administración pública. Considera el señor licenciado Rafael Hernández, sobre todo él, y el señor Ernesto Madero igualmente, como sus amigos a todos los que formaron el grupo científico; considera otro de los ministros como sus enemigos a esas mismas personas; pero coexistiendo en el Gabinete todas estas diversas personas, de ahí resulta que aparezca que son llamadas a colaborar con el Gobierno todas esas personalidades, como si todas vinieran con el propósito de coadyuvar, y no vinieran, como vienen, con el propósito de destruir a los demás.

El gobiernismo puede definirse como la fuerza de la organización pública puesta al servicio de determinadas personalidades, y en materia electoral significa una coacción contra la voluntad pública. Cuando se habla contra el gobiernismo, todos son aplausos, cuando se habla de resistir con valor civil a la opinión de las personas que se encuentran en el Gobierno, todas son simpatías.

El cientificismo es la organización de los elementos pecuniarios que se encuentran en ciertas manos, puesta al servicio de determinados intereses políticos. Esta institución existía y esta institución existe. Los gobernantes cambian; el general Díaz, desterrado, oye todavía el eco de las voces de algunos de sus amigos, que simplemente lo compadecen, pero sin pensar en su regreso (siseos, campanilla). Y de todos aquellos elementos que fueron combatidos por la revolución de 1910 -llamémosla así; yo la llamo la revolución comenzada en 1910, y que no vemos aún concluir- (voces: ¡Bien! ¡Cierto!), de todos esos elementos, el único que ha sufrido el golpe, el único que ha resistido el golpe, fue el general Díaz; los demás supieron salvarse (aplausos), los demás se están salvando (risas), los demás han buscado un modus vivendi y han dado toda la entonación más enfática que ha sido posible dar a la palabra concordia.

¡Concordia!; si no la hemos conocido, si no es tiempo todavía de conocerla, porque todavía no concluye la obra de renovación, porque no es prácticamente posible que se inicie la organización, el funcionamiento automático de las instituciones; porque no es tiempo aún de estrecharse las manos, ni podemos hacerlo mientras no estén cumplidas las promesas formuladas por la revolución (aplausos). ¿Qué hemos hecho para dar cumplimiento a las promesas de la revolución de 1910? Nada; apenas cambiar unas cuantas personas, apenas cambiar al general Díaz, y de aquí, de esta Cámara, es de donde debe salir el resto; de aquí es necesario que salga la obra de renovación (aplausos). No hay que esperarlo de don Francisco I. Madero, no hay que esperarlo de su Gabinete, no hay que esperarlo de la autoridad política en todas sus manifestaciones; hay que promoverla, iniciarla, luchar por ella, perseguirla aquí en el seno de la Representación Nacional. Si fuéramos simple y sencillamente a permanecer dos años asociados para aplicar las leyes que se encuentran vigentes, no iríamos por el camino de la renovación; si fuéramos a permanecer simplemente ocupándonos de asuntos que implican la aplicación de una ley preexistente, lucida tarea vendríamos a hacer. No, señóres, precisamente venimos a reformar leyes, precisamente venimos a cambiar muchas condiciones de existencia política y sobre todo, económicas y sociales, de nuestro país, y en ese trabajo no se trata simplemente de la apreciación equitativa y justa del espíritu y de la letra de determinada ley, sino que se trata de las tendencias, se trata de la condición que las clases tienen y de la que nos toca a nosotros procurarles.

Vista la cuestión desde ese punto de vista, nadie me negará, nadie podrá negarme, con tal de que mis palabras las tomen como las digo, y no como acostumbran tomarlas los católicos; nadie me negará que el que haga a un lado su criterio político en cualquiera de los actos que tienen que ejecutarse en el interior de este recinto, es un estúpido (aplausos).

¿Cuáles son los grupos que se congregan en esta Cámara?, porque no niego que del conflicto entre unas ideas y otras tenga que venir la luz; pero del conflicto entre unas ideas y otras aquí, más que la luz, deben venir las resoluciones, deben tomarse determinaciones, y las determinaciones no se toman sino por virtud de una mayoría, y la mayoría no se obtiene sino por virtud de las luchas en el momento de discutir las credenciales.

Dentro de tres meses, cuando el Gobierno del señor Madero haya caído, tirado por el grupo que se llama independiente ... (voces: ¡No! ¡No!, siseos) entonces nos admiraremos y diremos: Fue un error no haber tenido mayoría en la Cámara, y yo digo: el error empezamos a hacerlo; hemos dado el primer paso, ¿vamos a seguir en él? Entonces no tenemos más que aplicar un criterio de concordia y perdonar por parejo a todo el mundo. ¿Vamos a tratar de cumplir las ideas de la revolución proclamadas por el señor Francisco Madero? Entonces es necesario que el espíritu de este Cuerpo responda al espíritu de renovación de la revolución.

Yo no me opongo a que tengan aquí asiento personalidades de otros partidos; pero sí me opongo, y creo que sería un imbécil el que no se oponga, a que la mayoría comience a concentrarse en manos de hombres que estaban muy lejos, absolutamente muy lejos, de sentir como sentían los revolucionarios de 1910 (aplausos).

Y éste sí es el caso de hacer una interpelación, aunque no están permitidas las interpelaciones, a las galerías de arriba y de abajo y del patio; desafío a alguien que me enseñe un solo renglón de escritos míos en loor de don Francisco Madero, uno solo.

El señor Vidal y Flor recoge la interpelación, pero la desvía:

No tengo ningún documento -dice-; creo que tampoco podría conseguirlo; pero, en cambio, el señor ha sido vasquista en contra del señor Madero (aplausos).

Cabrera a su vez pepena la inculpación del señor Vidal y Flor y la coloca en su justo marco dialéctico:

¡Qué raro tiene que se olvide la campaña política de El Debate -exclama-, si apenas hace un año de la camp¡aña política del Partido Constitucional Progresista, y ya se habla de memoria acerca de ella! Mi interpelación era para fundar mi absoluta independencia de criterio respecto al señor Madero, a quien, sin embargo, profeso en lo personal un gran cariño, aun cuando disiento respecto de muchas apreciaciones acerca de la política actual (aplausos).

¿Cuáles son los componentes de esta Asamblea? decía yo hace un momento, y no me contesté a mí mismo sino hasta ahora.

En primer lugar, un grupo de ciudadanos del Partido Católico, y lo pongo en primer lugar porque es el más antiguo, respecto de cuyas tendencias políticas no hay ninguna duda.

Reitero mis palabras de ayer, señores jefes y cabezas del Partido Católico; pero siento mucho, creédmelo, siento mucho confesar que el Partido Católico, por el mismo hecho de haber escogido ese nombre con objeto de acudir a la fuerza del confesionario y del dogma, va a seguir los mismos pasos que el antiguo Partido Conservador (aplausos). Me hace señal el señor De la Hoz de que es inútil hablar de eso; el señor García diciendo que no es cierto, y les contesto diciéndoles: ayer manifesté que los miembros del Partido Católico, como personas, son perfectamente honorables; pero que, como partido, son el mismo que trajo a Maximiliano. El señor licenciado Elguero, como toda su familia, es incapaz de decir una mentira cuando habla como particular; mas en cambio, cuando hablan como Partido Católico, absolutamente faltan a la verdad (aplausos, voces: ¡No! ¡No!). Yo no atestiguo con muertos (saca un periódico). El País está dirigido por un estimabilísimo hijo del señor licenciado Elguero, y tiene dos maneras de dar cuenta de estas juntas; una, por conducto de sus editoriales, y otra, por conducto de sus reporteros, los verdaderos trabajadores de la prensa, que vienen simplemente con la misión de trasladar al papel lo que oyen, El País, en su parte reporteril, da más o menos una noticia aproximada a la verdad de lo que aquí pasa; pero en la sección editorial, que es la vigilada por el director del periódico, y que es donde se ve si faltan o no faltan a la verdad los directores políticos del periódico, dice algo, que apelo al testimonio de ustedes para que me digan si es o no mentira:

Tratábase de discutir la credencial del señor ingeniero don Rafael de la Mora, candidato del Partido Católico por uno de los distritos de Jalisco. La elección había sido perfecta, y la Comisión Escrutadora, a pesar de que sus miembros son enemigos jurados de católicos independientes, se vio precisada a dictaminar en sentido favorable al diputado tapatío. Entonces, sin que nadie hiciera la más leve objeción al dictamen, el señor Cabrera levantóse de su curul (fíjense bien los lectores), pidió a la Asamblea que se reprobara la credencial a discusión únicamente porque era la de un católico. Son palabras textuales, no quitamos ni ponemos una sola letra a ese colmo del absurdo, del jacobinismo y de la quinta potencia de la injusticia.

Ahora bien; el acta misma que han aprobado los señores católicos dice que yo simplemente me levanté a hacer moción para que se leyera un documento, y después recuerdo haber dicho, y así lo dirán las notas taquigráficas cuando se publiquen, que sentía yo no pegar en la personalidad del señor De la Mora y que sentía no haber podído atacar. fundadamente su credencial, pero que ahí estaba el enemigo.

El señor Elguero pide la palabra para un hecho; Cabrera le sale al paso:

Si me permite el señor Elguero que concluya, sólo le diré al señor Elguero, a quien personalmente desde hace muchos años conozco, que en lo personal, en lo indívidual, ninguno tiene derecho para decir que alguno de los miembros del Partido Católico sabe mentir; pero que el Partido Católico, la agrupación llamada Partido Católico, sí sabe mentir (aplausos).

El señor Elguero niega:

No es posible esa dualidad, no existe; nosotros no somos honrados en lo particular y pícaros en política; nosotros somos honrados en todos los órdenes.

Nuevas interrupciones detienen a Cabrera que, al decir:

Ahora bien; el grupo del Partido Católico ... es herido por una invectiva de algún concurrente a las galerías.

Prevengo al comandante de policía -amonesta Sánchez Azcona- que al que pronuncie una frase injuriosa para los oradores, cualquiera que sea su color político, lo haga salir inmediatamente del salón.

El señor De la Mora expresa una moción de orden:

El tiempo es angustiosísimo; entiendo que si vamos a seguir revisando las credenciales en las mismas condiciones en que el señor licenciado Cabrera lo está haciendo, no nos va a alcanzar el tiempo. El señor Cabrera está haciendo Historia Patria, historia de la prensa, historia del mundo. Suplicaría se indicara al señor Cabrera que se concrete al hecho de las credenciales.

Continúa en el uso de la palabra el ciudadano Cabrera, resuelve el presidente, y Cabrera, imperturbable, sigue adelante:

¿Qué actitud tomó el Partido Católico durante la revolución de 1910, o al iniciarse ésta, y, en consecuencia, cuál deberá ser o cuál debería ser su actitud en el seno de esta Asamblea?

Pues el Partido Católico, con la prudencia que lo caracteriza ... (voces: ¡No! ¡No!) Sí, porque don Trinidad Sánchez Santos, que en paz descanse, fue quien, a pesar del Partido Católico, hizo una labor espléndida en favor de la revolución de 1910.

El Partido Católico, durante la revolución de 1910, tuvo exclusivamente la prudencia de esperar, y tiene o no tiene -eso no me toca a mí decidirlo- pretensión de haber ayudado a la revolución de 1910; pero como en aquella época no tenía más que dos órganos, uno, El País, y otro, El Tiempo, debe uno juzgar por sus órganos la participación que haya tomado, el problema para mí no es si son conservadores, o son católicos, o son imperialistas, o qué son; el problema para mí consiste en la participación que aquí vendrán a tomar; en éste: ¿son renoVadores o son conservadores? Porque la obligación sagrada que tenemos todos los diputados de esta Legislatura, es la labor de renovación, y, ¿el Partido Católico viene a ayudar a la labor de renovación? Indudablemente no (voces: ¡Sí! ¡Sí!).

Existe otro grupo ... Contestaré la alusión mímica del señor García ... ¿El Partido Católico viene a ayudar a la labor de renovación? Sí, de renovación de lo que ahora existe; pero una cosa es la labor de renovación de lo que tuvimos tantos años, y otra es la labor de reacción contra lo que apenas empezamos a hacer; contra lo que queremos hacer; a esa labor de renovación sí quiere ayudar el Partido Católico.

El Partido Liberal, y comprendo en este grupo a todos los liberales, absolutamente de todas las convicciones, tanto al grupo de liberales encabezados, no por el señor Iglesias Calderón, sino representado por el señor licenciado Trejo y Lerdo de Tejada, que es el que ha tomado para sí de encabezarlo; no solamente a esos liberales, sino a los liberales un tanto indisciplinados, independientes, que siempre están a disgusto con todos los grupos, y que no caben en ninguna parte, porque no encuentran una expresión exacta de sus tendencias y de sus ideales; pero que existen; comprendiendo en este grupo liberal a los que debían constituir aquí la extrema izquierda, liberales absolutamente intransigentes, liberales jacobinos, en una u otra de sus formas, como Sarabia o Galicia Rodríguez y comprendiendo en este grupo de liberales a todos los miembros del Partido Constitucional Progresista que se hallan animados del deseo de renovación, y de los cuales son ejemplo los señores Rendón, Santos, Hay, Gómez, etcétera, etcétera. Todos estos grupos liberales tienen una misma tendencia: la tendencia de renovación. ¿Qué obstáculos hallarán estos liberales en esta obra de renovación, que creo que nadie puede negar que es de urgencia, que es indispensable, que es en suma la salvadora de la patria? Un obstáculo, y ese obstáculo radica en la restauración científica (aplausos), no en la restauración del general Díaz, que por su avanzada edad ya no les sería útil a los señores científicos (aplausos); ya el pobre viejo está bien desterrado, y, en opinión de los científicos, está muy bien pagado con la conmiseración y respeto que le muestran en ciertas ocasiones, y solamente tiene como verdaderos amigos en el país unos cuantos de su íntimo círculo, que no dejarán de acordarse probablemente de él, el próximo domingo (Refiérese aquí al hecho de que a Porfirio Díaz se le bridaban grandes homenajes los 15 de septiembre puesto que tal era la fecha de su honomástico, precisión de Chantal López y Omar Cortés).

Pero los cientificos no pretenden hacer labor de renovación en el sentido que lo entienden el Partido Constitucional Progresista y los Partidos Liberales; ellos pretenden hacer labor de restauración, es decir, labor de reconquista de su prestigio político.

¿De reconquista? No, supuesto que no lo han perdido; labor de conservación de su prestigio político y pecuniario. Cree el señor Presidente de la República, con su eterno optimismo, que no existe el grupo científico, que ya todos somos amigos, y haciéndose intérprete de estas ideas el señor licenciado don Rafael Hernández, en un banquete dado hace pocos días al otro lado de la frontera, decía que invitaba a todos sus enemigos a venir al país. El licenciado Rafael Hernández -y permítaseme la franqueza- no les estaba tendiendo la mano a sus enemigos, sino a sus antiguos compañeros (aplausos).

Ahora bien; vamos a ver por qué razón, habiendo formado el señor Vidal y Flor parte de la redacción de El Debate, la mano de la Comisión -no de la Comisión, diremos del Partido Constitucional Progresista- se extiende piadosa sobre su credencial y no va a extenderse piadosamente sobre las de Lozano, García Naranjo y Olaguíbel, ¿Porque, qué estoy haciendo aquí sino atacar una credencial del Partido Constitucional Progresista en el sentido de admitir al señor Vidal y Flor en su seno? ¿ Qué estoy haciendo sino atacar y tratando de convencer al Partido Constitucional Progresista de que en el señor Vidal y Flor no tendrá un colaborador en la obra de renovación, sino a uno de los principales agentes de la restauración del cientificismo, haciendo labor contraria a la del Partido Constitucional Progresista, a quien toda la galería sisea cada vez que es mencionado?

Escribían en El Debate, el 4 de junio de 1910, es decir, cuando por primera vez nos ensayábamos los antirreeleccionistas en una campaña electoral para diputados a la XXV Legislatura, que dio por único resultado un solo diputado venido de Zacatecas, don José Guadalupe González, y a quien vosotros, señor Vidal y Flor, vosotros, señores de El Debate, echasteis de aquí porque no quisisteis ni un solo enemigo ... (aplausos)

¡Bien dicho! -exclama impetuosamente Mauricio Gómez.

Entonces sí -martilla Cabrera- la disciplina del partido, entonces sí la uniformidad de acción exigían que no se dejara en el seno de la Representación Nacional a don José Guadalupe González, que venía con una credencial más limpia que la de usted, señor Vidal y Flor (aplausos).

Y entonces, ¿qué hicisteis vosotros, los diputados corralistas del antiguo régimen; entonces qué hicisteis vosotros, los porfiristas de corazón, anticientíficos, señor Maza, señor Lalanne, etcétera, etcétera?

El señor Lalanne, asienta:

Yo nunca fui científico.

Cabrera corrobora:

Eso digo; vosotros los porfiristas, no científicos. ¿Qué sucedió? Entonces os asociasteis al cientificismo y votasteis contra don José Guadalupe González, y lo echasteis de aquí, no ignominiosamente sino gloriosamente, porque don José Guadalupe González salió de aquí con gloria y es hoy una de las principales figuras de la renovación (aplausos). Entonces la justicia no era la norma de vuestra conducta; entonces las conveniencias políticas exigían una perfecta unanimidad de acción como la teníais en aquellos tiempos; fuistes capaces de violar el verdadero voto popular, porque nosotros, los que concurríamos a las urnas, sabíamos el trabajo que costaba, ya no conquistar un diputado en la Cámara, sino conquistar siquiera una Mesa en la elección. Y en aquel tiempo El Debate, cuya redacción estaba formada por don Miguel Lanz Duret, don José María Lozano, don Nemesio García Naranjo (como secretario), don Francisco M. de Olaguíbel, don Luis Vidal y Flor y otras diversas personas, decía lo siguiente del único hombre que tuvo el valor, más civil que personal, de afrontar el ridículo de una candidatura frente a la del general Díaz, frente a la cual solamente Zúñiga y Miranda había sido capaz de oponerse como independiente (aplausos).

Entonces, cuando todos decían a voz en cuello, cuando yo escribía artículos diciendo que no era el general Díaz, sino el grupo científico, el que estaba causando los males a la nación; entonces vosotros siempre poníais por delante al general Díaz para que sobre él vinieran todos los golpes (aplausos, siseos).

Permitidme, señores, dar lectura a un editorial, es sabroso (aplausos, risas).

Un histrión frente a un patriota es el título.

Voy a permitirme suplicar a las galerías guarden silencio, porque entonces se hablaba del señor Madero, y ahora es el Presidente de la República. Para mí sería hasta bueno, como recurso oratorio provocar la risa o el escarnio; pero el Presidente de la República es la suprema autoridad y merece todo respeto (aplausos).

El señor Madero -lee Cabrera- con el caletre perturbado por el espiritismo, escribió un folleto para sostener la no-reelección, no obstante que en él llegaba al absurdo corolario de que era preciso aceptar la última reelección del general Díaz. El libro de Madero es una obra magna de necedad. En ese libro todo es desgraciadísimo: desde la lógica trunca que da origen a las conclusiones más risibles, hasta la forma plagada de dislates en la que Madero suelta el chorro de una verbosidad infecunda. Sobre la obra del flamante político cayeron como saetas de fuego las sangrientas mofas de la opinión sensata.

Sin embargo, Madero no reveló en su libro más audacia que la de escribir sin saber escribir; que la de ultrajar la lógica y el idioma, supuesto que pensamiento y gramática no parecen surgir de la cabeza de Madero, sino gotear de sus calcañales.

La ironía de la República clavó el aguijón en la desdichada figura retórica de Madero, y después un infinito desprecio cayó pesadamente sobre el libro antirreeleccionista, que ofrecía el triste espectáculo de una alma borracha de imoecilidad.

Pero el autor de la obra befada y olvidada, ha tenido nueva e intolerable audacia: se presenta hoy como candidato a la Presidencia con la misma frescura con que hace un año se producía en habla infecta; Madero no es sólo escritor abominable, es también político temerario. Y puesto que dicho señor se enfrenta resueltamente con el general Díaz, urge hacer sufrir al político la misma suerte que al retórico, so pena de que se nos juzgue a los mexicanos como un hato de idiotas.

¿Quién es Francisco Madero?

Madero es hijo legítimo del contrabando, del fraude al erario, del cacicazgo insolente y sórdido y de la más negra traición a la patria. Por las venas de Madero discurre sangre del hombre funesto que preparó con sus avideces insaciables la separación de Texas. Las memorias del general Filisola son el bautismo de ignominia de Francisco Madero.

Junto a la cuna de este sucio mercachifle, abrió su boquerón negro el trabuco naranjero del contrabandista. El sueño de Madero se arrulló entre las chanzonetas alcohólicas de los ladrones del tesoro público. Si hemos de creer en la influencia ancestral, en el espíritu de Francisco Madero bulle la ignominia hereditaria.

¿Cómo es posible que un hombre cuyos antecedentes todos son odiosos, cuya imbecilidad es bien conocida, cuya avaricia está perfectamente comprobada, cuyo patriotismo es un asqueroso embuste, aspire al primer puesto de un país que no está situado en el centro del Africa?

Francisco Madero es un histrión que reclama un puntapié.

El general Díaz no es sólo una grandeza nacional, es una grandeza humana. Los mexicanos sentimos el prestigio del hombre que se ha alzado, como la personificación del triunfo, en los campos de batalla, y el mundo entero acaricia con altos y justos elogios al inmenso gobernante que arrancó la greña de rayos a la demagogia.

Sólo Francisco Madero, herido de la peor de las vesanias, ha podido aceptar el papel de adversario de esa grandeza, él, que es una gran insignificancia.

Detrás del general Díaz está la historia de un patriota inmaculado. Delante de él está la admiración de todos los reyes de la tierra. Detrás de Francisco Madero están la rapiña, el atropello, el crimen. Porque la historia de Francisco Madero es la historia de sus antepasados. Delante de Madero está la plebe, la multitud estólida, semidesnuda y pestilente que, mordida por la censura de un periódico extranjero, lanza ante sus oficinas, vivas al huarache y a la tilma. ¡Faltó un viva al piojo!

¡Con esta turba de imbéciles y hediondos, pretende Madero regir los altos destinos de la patria!

Serénense los hombres que sienten en el rostro el golpe de tamaña vergüenza: Madero vale tanto como sus partidarios, y cada lépero con misión de hacer trizas El Imparcial y de lanzar gritos de odio contra el jabón, costó la cantidad de veinticinco centavos al mentecato cosechero de Parras.

La Redacción.

¡Infames! -grita Mauricio Gómez en apostilla a la lectura que acaba de hacer Cabrera, quien observa, satisfecho, la reacción emocional que ha suscitado en el ánimo de diputados y público de galerías, antes de proseguir su discurso en esta foma:

Esto se escribía cuando el señor Francisco I. Madero consultaba a sus amigos que lo habíamos seguido desde la fundación del Partido Antirreeleccionista, nos confiaba sus vacilaciones y nos preguntaba si no resultaría inconveniente que aceptara su candidatura a la Presidencia. Yo estaba en febrero de 1910 en Torreón, y el señor Madero, a quien acompañaba yo a comer una vez, me preguntaba:

Dígame usted, Cabrera, con toda franqueza, ¿Cree usted ridícula, cree usted absurda mi presentación como candidato a la Presidencia?, y yo entonces tuve ocasión de decirle:

Señor, no hay ninguno otro que quiera hacerlo, y cuando no hay ningún hombre, usted cumple deber de patriotismo, el deber de patriotismo que no ha sabido cumplir el general Reyes (aplausos).

Esto decian los señores de El Debate. Ahora bien; repetidas veces dijeron en sus editoriales, que todos, absolutamente todos, asumían la responsabilidad de lo que en él se decía; y aquí viene bien una interpelación al señor Vidal y Flor (dirigiéndose a este ciudadano): ¿Asume usted la responsabilidad de lo que aquí se dice?

El señor Vidal y Flor, titubeante, contesta:

Por el afecto que profeso en lo personal a un distinguido amigo mío en esta Cámara y al señor Gustavo Madero, y al señor Juan Sánchez Azcona, declaro solemnemente, como siempre lo he declarado, que por disciplina política estaba yo comprometido ... (voces de desaprobación y siseos).

Mauricio Gómez azota a Vidal y Flor con esta invectiva:

¡Cobarde!, y Vidal y Flor insiste:

Por disciplina política ... (voces: ¡No! ¡No! ¡No! siseos). Exclusivamente como antes dije, señores, por disciplina política, por esa disciplina política que se ha seguido en algunos periódicos de los cuales no quiero hacer mención, en contra de antiguos miembros de otro partido que no comulga en ideas con el partido de la revolución.

Cabrera no pone puente de plata al enemigo que huye, sino que lo acosa más y más.

¿Tiene más valor García Naranjo, tiene más valor Lozano, tiene más valor Olaguíbel? (voces: ¡Bien! ¡Bravo!, aplausos). Olaguíbel no escribió un artículo en El Debate y sin embargo, jamás negó su responsabilidad.

Olaguíbel se pone de pie en apostura de mosquetero novelado por Dumas:

¡Yo acepto la responsabilidad! -declara gallardamente (voces: ¡Bravo! ¡Bravo!, aplausos, voces: ¡Así se forman los ciudadanos! ¡Viva el licenciado Cabrera! ¡Viva el licenciado Olaguíbel!).

Vidal y Flor busca angustiosamente una salida honrosa.

Se han entendido mal mis palabras -se queja- las han interpretado mal; suplico a la opinión pública que se fije en la interpretación que les da el señor Cabrera. Hay un error. Me preguntó el señor Cabrera que si asumía yo la responsabilidad de lo que se publicaba en El Debate, y le he dicho que la asumía por disciplina (voces: ¡No! ¡No! ¡No!). Pido a la Asamblea que se fije en mis palabras (siseos).

Cabrera implacable juega con el desconcierto de su contradictor:

¿De dónde le ha venido al señor Vidal y Flor ahora el afecto por el señor Madero? Porque ahora se considera capaz de ser un buen colaborador de él. Creo yo, señores, que si fuéramos a hacer distinciones, hay miembros de la redacción de El Debate que precisamente vendrán aquí porque quieren comprobar a los ojos de la patria que ellos tienen razón y que don Francisco Madero y la revolución no la tienen; mientras que hay otros, como el señor Vidal y Flor, que creen que ahora puede seguir siendo el señor Madero un Porfirío Díaz.

Señor Ostos, está usted complacido. Ahora voy a otra cosa.

He dicho que la labor salvadora de la patria tiene que ser una labor de renovación; he dicho que a esa labor de renovación se opondrá siempre la labor de obstrucción restauradora de los elementos científicos, y al decir esto, no me he referido a tales o cuales personas, porque todavía no he terminado de hacer mi estudio para volver a clasificarlas en el lugar que les corresponde, como lo haré dentro de algunos días.

Pero tratándose precisamente de la salvación de esa labor renovadora, en los momentos de la formación de las leyes, en los momentos de hacer desparecer las costumbres o las leyes que habían estado vigentes, y que eran un obstáculo para el desarrollo de nuestro país, tratándose de esa labor de renovación, sería perfectamente tonto resolver las cuestiones que tenemos pendientes con sólo un criterio de justicia, de absoluta justicia, en vez del criterio de disciplina política y de franqueza que guió a la XXV Legislatura cuando echó fuera a don José Guadalupe González.

La labor de renovación, señores diputados -y os llamo diputados, porque así os llama el Reglamento-, la labor de renovación, señores diputados, exige no tanto el conocimiento de las leyes y su exacta aplicación, sino más bien el conocimiento de las necesidades sociales y, por consiguiente, el destierro de las malas leyes y la iniciativa de las buenas. Cuando ante este Parlamento, si me toca la gloria de hacerlo -que habrá otros muchos más aptos que yo-, se inicie la reforma agraria, cuando ante este Parlamento se inicie la reforma bancaria; cuando ante este Parlamento se inicie la reforma obrera, ya veréis de qué lado están los señores Vidal y Flor y sus compañeros; ya veréis si entonces se encuentran con nosotros para resolver estos problemas que claman resolución inmediata, de ese problema agrario que ya deberíamos haber comenzado a resolver, de esa idea que ya ha prosperado y que consiste -dígase lo que se diga- en tomar la tierra de donde la haya para reconstruir los ejidos de los pueblos (aplausos).

Ya veréis entonces a los señores del Partido Católico defendiendo valientemente los derechos de propiedad ...

El señor Elguero ratifica:

La propiedad, sí, señor, la propiedad ...

Y Cabrera puntualiza:

... defendiendo valientemente los derechos de propiedad de los señores hacendados. Ya veréis entonces a los señores de la restauración científica sirviendo de patronos para que sean respetadas todas las propiedades de sus compadres (aplausos).

Cuando ante este Palamento se traigan problemas como la cuestión obrera, ya veréis entonces a los señores de la restauración científica defendiendo los sagrados derechos de los industriales de Tlaxcala, de Puebla, del Distrito Federal o de Querétaro, frente a las inconvenientes pretensiones de los obreros.

Ahora bien; como precisamente si no hacemos labor de renovación, necesitamos otra revolución, yo vengo aquí, en nombre de la paz, a pedir que la renovación de ideas que tiene que hacerse, se haga aquí, que no tenga que volverse a hacer por medio de las armas (aplausos). Si cuando nos propongamos resolver todos los problemas de más alto interés que tenemos al frente, vamos a tener el voto en contra de todos los independientes, de los pseudoindependientes -me refiero a los que se dicen independientes y son simplemente representantes de la restauración científica-, y el voto de los católicos en contra de los ideales de la renovación, ellos serán los responsables de que tengamos que hacer otra revolución.

El diputado Hernández Jáuregui interrumpe:

¿Por qué alude a nosotros?; pero la Cámara y los espectadores de galerías han entrado a un estado anímico que los mantiene suspensos de las palabras y de los desmañados ademanes de Cabrera. Con voces de ¡Cállate! ahogan la interrupción del diputado veracruzano, y Cabrera continúa:

Las revoluciones, es decir, las grandes reformas de los pueblos en la parte que vital y radicalmente les interesan, desgraciadamente en ninguna parte del mundo se han hecho más que por medio de la fuerza. Los gobiernos surgidos de la revolución tienen la más grande de las responsabilidades de todas las historias de los pueblos, porque si esos gobiernos surgidos de las revoluciones no cumplen con las promesas y no cumplen con la bandera de la revolución, otro movimiento armado será necesario para conquistar lo que no pudo conquistarse. Ahora bien; la paz de Ciudad Juárez cogió tierno al gobierno revolucionario; la paz de Ciudad Juárez fue demasiado prematura para que pudiéramos decir que iba a crear un gobierno bastante fuerte.

La revolución proclamó determinados ideales que podemos concretar ligeramente en el problema político, en el problema industrial y en el problema agrario, y esos ideales de la revolución deben cumplirse, tienen que ser cumplidos.

Si aqui en la Cámara, el espíritu de renovación tiene en contra la mayoría en número o en talento -que se los reconozco a los miembros de la restauración cientifica-, y el apoyo de las galerías, no cumpliremos los ideales de la revolución y, en consecuencia, será necesario volver a abrir la herida para que puedan consumarse los trabajos.

El Gobierno revolucionario, o sea la revolución de 1910, acaudillada por Francisco I. Madero, creyó que, al recibir la situación, se le entregaba todo el poder. Recibió, es cierto, por conducto del Gobierno provisional (que, entre paréntesis, no dejó de quedarse con algo del mandado) sólo una brizna de poder que le dejaron en el mes de noviembre de 1911, cuando se hizo cargo de la Presidencia el señor don Francisco Madero. Cuando el señor Madero entró a la Presidencia de la República, la mayor parte del poder estaba otra vez en manos de los señores miembros de la restauración científica, que no lo querían para devolverlo al general Díaz, porque no podían pensar en su regreso, pero sí para ellos, que obran ahora por su propia cuenta.

¿Por qué razón sigue manchándose la tierra de México con la sangre de mexicanos? Hay que hablar con franqueza y hay que decirlo: porque los científicos tienen todavía el poder; no es simplemente porque unos cuantos descontentos hagan labor antipatriótica, pues cuando el descontento es, como ahora, general, entonces habría que crear ya un gobierno especial para los descontentos, porque ya el descontento es la situación normal.

La verdadera razón es que el Gobierno se encuentra en la actualidad solicitado por dos fuerzas: la fuerza de los impacientes, que lo urgen a que cumpla con sus promesas y a que las cumpla inmediatamente, y que, creyéndose defraudados en sus esperanzas por tal o cual falta de cumplimiento, han vuelto a tomar las armas; y por otra parte, una gran fuerza que lo detiene, que lo induce a que no lleve adelante la labor de renovación. En estas condiciones, el señor Presidente de la República, siempre deseando acertar, siempre queriendo oír, oye, pero desgraciadamente los más hábiles, los más ... (una voz: ¡Pérfidos!), pérfidos, sí, señor, son los que pueden hacerse oír, los demás difícilmente se hacen oír.

En el Gabinete del señor Madero hay dos tendencias perfectamente opuestas (no me importa decir estas cosas, puesto que estoy acostumbrado a escribirlas), hay dos tendencias perfectamente opuestas: una tendencia de franca y honrada renovación, representada por dos ministros; otra tendencia, de franca y perfecta conservación científica, representada por otros dos ministros, y en medio, una inmovilidad de roca, representada por el resto de los ministros.

En estas condiciones, la labor de renovación no lleva trazas de efectuarse por el solo esfuerzo del jefe del Ejecutivo; la labor de renovación tiene que efectuarse por el esfuerzo de la opinión pública y por los esfuerzos y los trabajos de este Parlamento. Si nosotros, pues, no hacemos la labor de renovación prometida por la revolución de 1910, iremos al fracaso.

Este es el momento de comenzar mi interpelación a la Comisión.

Señores de la Comisión:

Sois vosotros los que traéis a un enemigo; es cierto que, juzgando conforme a los dictados de la ley; es cierto que, juzgando conforme a las apariencias burdas de una credencial apoyada en un título de doscientos pesos, es lo que podéis hacer; pero, ¿qué responsabilidad no estáis contrayendo en el seno de este Parlamento cuando nos pedís la aceptación de la credencial del señor diputado Vidal y Flor? Porque si votamos por la credencial de Vidal y Flor, naturalmente tenemos que votar en favor de las de los señores Lozano, García Naranjo y Olaguíbel. Este es el momento de comprender por qué, a pesar de todo lo que digan los señores del Partido Católico aquí y en sus otras dos tribunas de El País y La Nación; a pesar de lo que diga el Partido Cientifico, aquí y en sus otras dos tribunas de El Imparcial y El Diario, yo tengo razón; es necesario aplicar un criterio político, porque por encima de todas esas minucias, de títulos de a doscientos pesos, está la salvación de la patria (aplausos).

¡Muy bien! -comenta Mauricio Gómez.

Ahora no se trata de tendernos la mano ni de hacer justicia -concluye Cabrera-; cuando pudo evitarse la revolución de 1910 con que un solo individuo del Partido Antirreeleccionista entrara a la XXV Legislatura, vosotros no hicisteis justicia; vosotros, señores cientificos, no lo consentisteis, y vosotros sois los responsables de la revolución de 1910 (aplausos, voces: ¡Bien! ¡Bien! siseos).

Ahora que ya estamos hartos de credenciales de falsos amigos, ahora se nos pide la aceptación de nuevos miembros del grupo cientifico, que vendrán a ser precisamente la cizaña y que vendrán a interrumpir la labor de renovación. Yo os pido en nombre de la paz -no en nombre de esa justicia de a doscientos pesos-, en nombre de la humanidad, en nombre del derecho a vivir de todos esos desgraciados que se despedazan en el Sur, señores, yo os pido que no pongáis obstáculos a la labor de renovación; yo os pido que echemos de nuestro seno a los cientificos, no con la justicia con que ellos echaron del seno de la Representación Nacional a don José Guadalupe González, sino con el derecho que tenemos de echarlos de esta Cámara, en nombre de catorce mil hombres muertos en los campos de batalla (aplausos).

El señor Díaz Mirón habla para rectificar hechos pretéritos.

El señor Cabrera -reconoce- acaba de pronunciar un hermoso y fulminador discurso, y hago tal elogio por espíritu de justicia, pues aquí todo el mundo sabe que no soy, ni quiero ser amigo del señor Cabrera (aplausos).

Pero el diputado a quien aludo padeció un error al referirse a la credencial del señor José Guadalupe González, rechazada por la XXV Legislatura ... (voces: ¡No! ¡No!). Lo que afirmo es indudable (aplausos). Oíd y después decid y probad que me engaño. Es verdad que semejante credencial fue reprobada; mas no es menos cierto que otro título análogo que un amigo incondicional de la situación porfiriana trajo al mismo tiempo del propio distrito, fue también repelido.

Lo que digo es un suceso que nadie puede borrar de la historia de la Cámara anterior.

El diputado Palavicini hace esta aclaración pertinente:

En lugar del señor don José Guadalupe González, vino a la XXV Legislatura el señor Juan R. Orcí (murmullos, siseos, aplausos).

Pertinente es la aclaración del señor Palavicini, porque el licenciado Juan R. Orcí pertenece tan estrechamente al grupo cientifico, que los magnates de este grupo lo escogieron para que enderezara contra el señor Madero, en 1910, una acusación penal que pusiese a éste en condiciones de inhabilidad como candidato a la presidencia de la República.

Viene ahora el señor Urueta a defender el dictamen de la Comisión.

Señores diputados -advierte-: Voy a hablar muy pocas palabras.

¡Pensar que la prensa católica de esta mañana ha llamado imbécil al señor Cabrera! El señor Cabrera ha producido, como muy bien lo dijo el señor Díaz Mirón, un discurso fuerte en el fondo, inatacable en los hechos y admirablemente generoso en las tendencias. Yo estoy de acuerdo punto por punto en todas las apreciaciones de orden político que el señor Cabrera ha expresado en esta tribuna. Yo soy enemigo del Partido Católico y más enemigo aún del Partido Científico (aplausos). Siempre lo he dicho, siempre lo he escrito, siempre lo he demostrado. He roto con afectos personales muy hondos y muy vivos cuando me decidí a entrar al movimiento que con justicia el ciudadano Cabrera ha llamado, no de hoy, sino de tiempo atrás, movimiento renovador (aplausos).

Pero, señores, yo no quiero asemejarme a los redactores de El Debate, que tuvieron como lema: Ojo por ojo y díente por diente (aplausos). Para mí, la justicia está por encima de todo; si fuera yo a juzgar por mis pasiones pollíticas, hubiera reprobado la credencial del señor De la Hoz, por el solo hecho de que soy enemigo politico del señor De la Hoz; si fuera a juzgar por mis pasiones políticas, hubiera reprobado la credencial del señor Braniff, porque soy enemigo político del señor Braniff. Aquí el debate se ha extraviado: el señor Cabrera pronunció un magnífico discurso, pero fuera de tiempo y de lugar.

En mis mocedades leí una obra -de un católico, por cierto-, que consistía en argumentar sobre cómo estaría el mundo si todos los sucesos de la historia hubieran pasado al revés de como pasaron (risas). Esto puede ser muy entretenido; pero carece de utilidad, aun cuando tenga alguna desde el punto de vista lógico. Apruebo todo lo que el señor Cabrera ha dicho, punto por punto de todas sus apreciaciones políticas; pero el señor Cabrera no nos ha demostrado que la credencial del señor Vidal y Flor sea una credencial falsa (aplausos); y yo estoy decidido a seguir la línea de conducta trazada por el licenciado Cabrera a grandes y magníficos rasgos, y estoy dispuesto a poner en el próximo Parlamento lo que me queda de inteligencia y de actividad al servicio de la causa renovadora, combatiendo tanto al Partido Científico como al Partido Católico; pero vamos a combatirlo, no expulsando a quien no merezca ser expulsado, sino citándolo a la lucha, al debate, cambiando ideas, cambiando opiniones, con el objeto de saber quiénes son ... (aplausos).

Sólo hay un buen fanatismo: el fanatismo por la justicia y la verdad (aplausos).

Como hombre que soy, cuando me he encontrado con una credencial viciosa de algún miembro del Partido Católico o del Partido Científico, he hecho el dictamen desfavorable con mucho gusto; pero cuando me he encontrado con una buena credencial, aún cuando se trate de un enemigo mío, no ya en política sino personal, con todo disgusto, pero cumpliendo con un deber, he dado un dictamen favorable (aplausos).

Cualquier argumento que sea presentado en contra de la credencial del señor diputado Vidal y Flor, la Comisión lo acepta para tener el honor de contestarlo (aplausos).

El señor Rendón deja esclarecido que él no forma parte de la Comisión dictaminadora; y el señor García Naranjo sube por los peldaños que dan acceso a la tribuna, saludado con una efusiva manifestación por diputados y público de galerías.

En tono acentuadamente declamatorio discurre:

Lord Macaulay, al referirse a la transformación radical efectuada en los partidos políticos de Inglaterra durante el reinado de Jorge I, evoca una magnífica alegoría del Dante, que explica maravillosamente los sucesivos aspectos que toman, en el transcurso del tiempo, las encontradas facciones sociales.

Cuenta el genial poeta florentino que vio él en Marlboldge una lucha fantástica y extraña entre un ser de forma humana y una serpiente, quienes, después de inflingirse mutuamente crueles y sangrantes heridas, se quedaron contemplándose inmóviles, asombrados, amenazantes. De repente una nube de polvo los envolvió, y al disiparse, se advirtió una metamorfosis milagrosa, conforme a la cual, cada contendiente había tomado la forma de su adversario. La serpiente sintió quebrarse su cola y luego partirse en dos piernas humanas, en tanto que el hombre vio con terror que sus piernas se fundían para formar una cola roscante y escamosa. Dos brazos surgieron en seguida del cuerpo cambiante de la serpiente, mientras que los del hombre se plegaban y perdían en su resbaladizo organismo; después, la serpiente se levantó hecha hombre y habló, en tanto que el hombre trocado en serpiente, dio con su cuerpo un latigazo sobre el suelo y se alejó culebreando y silbando del lugar de la batalla.

Pues bien, señores diputados; lo que vio el Dante en Malboldge, es lo que en este momento está viendo la República. La lucha del hombre con la serpiente ha sido nuestra lucha; la nube milagrosa de la transformación fue la tempestad revolucionaria de 1910; después de ella, los gritos de redención han pasado de vuestros labios -me refiero a los hombres del nuevo régimen- a los nuestros, en tanto que vosotros, cambiando de actitud, os complacéis en exagerar aquellos procedimientos de Gobierno para los cuales tuvisteis siempre una cólera implacable y una pertinaz reprobación (bravos, aplausos nutridos).

Parece dificil que alguien pueda desdibujar la impresión que han grabado en los ánimos las bien hilvanadas y bien dichas palabras de Garcia Naranjo; pero Cabrera, tras una interpelación de Diaz Mirón acerca del asunto de don José Guadalupe González en la XXV Legislatura, asciende otra vez a la tribuna y malogra el efecto psicológico producido por el discurso de Garcia Naranjo. Empeñándose en que su actitud desgarbada contraste con la estética de su polemizante, desgrana una a una las sílabas de estas voces.

Por cuanto al señor Díaz Mirón, contesto que ignoro los hechos, porque era entonces un insignificante que no tenia entrada ni a las galerías de esta Cámara. Por cuanto a la alusión, no histórica, sino mitológica, puesto que se aludió a lord Macaulay para citar al Dante, cosa que pudo haberse evitado el señor García Naranjo con citar directamente a éste -a no ser que el señor García Naranjo no haya leído al Dante sino por conducto de Macaulay-, le manifestaré que las transformaciones de hombre en serpiente no ocurren más que en la fábula ... (aplausos)

El señor Francisco Pascual Garcia trata de cortar el discurso de Cabrera; no lo consigue y éste prosigue:

... pero que las transformaciones de una serpiente en hombre no ocurren ni en la fábula, y que, trayendo ...

Insiste el señor García en sus interrupciones y Cabrera lo amonesta:

¿Me hace favor de callarse, señor García?

El amonestado se rebela:

No me callo. Señor presidente: el orador se está apartando del asunto a discusión.

Cabrera no toma ahora en cuenta al señor Garcia, y concluye:

... y trayendo la alusión a su aplicación, deseo decir que algunos cientificos quieren convertirse en revolucionarios, es verdad; pero que yo me haya convertido en científico eso nunca. ¡Lo niego!

Yo no he venido a este Parlamento a luchar por defender tales o cuales propósitos del Poder, ni a servir incondicionalmente a ningún propósito, sino a servir única y exclusivamente (siseos) a mi patria, en la labor que llamo de renovación; en esto estaba yo hace un año y en eso estoy ahora (aplausos, siseos).

Mauricio Gómez pide que se dé lectura al título de propíedad del terreno que hace vecino del Estado de Veracruz al señor Vidal y Flor, y mientras se va en busca de aquel documento, el diputado Velásquez habla en pro del dictamen. Razona así:

Yo vengo a hablar en nombre de la legalidad y de la justicia, no en nombre de tal o cual partido político; así como el señor Gómez dice que a él lo eligieron para que viniera a defender ciertos principios, aún cuando fuera en contra de la razón, a mí me eligió el pueblo para que viniera a representarlo en el sentido de la legalidad y de la justicia; por eso tomo la palabra para decir que mientras no se demuestre que la credencial del señor diputado Vidal y Flor no es buena, conforme a la ley, es perfectamente legal.

Todos han hecho aquí profesión de fe; a mí no me gusta hacer la de mi persona; pero ya que todos lo han hecho y yo soy un desconocido, diré quién soy.

Soy liberal, fui revolucionario, he ido al campo de batalla, me he batido personalmente a favor de la revolución, he levantado cadáveres ensangrentados (risas), y no vendré a pisotear esos principios por un capricho de partido.

Cabrera renueva la petición de Mauricio Gómez respecto a la lectura del documento que acredita la propiedad rústica del señor Vidal y Flor en Veracruz; el secretarío lee ese documento y el señor Díaz Mirón, quizás arrepentido de haber dicho algo elogioso para Cabrera, arremete ahora contra éste:

Pido que se declare suficientemente discutido el dictamen relativo a la credencial del señor Vidal y Flor, y que la Cámara vote según la ley, y no por influencia del principio de exclusión proclamado por el señor Cabrera, y que es impolítico, injusto y salvaje (aplausos).

Como han hablado sólo dos oradores en contra, el señor Cabrera obtiene el uso de la palabra otra vez. Dice.

No deseo ocupar la atención de la Asamblea nuevamente más que un minuto.

Ayer vimos un título de propiedad de $200.00 en favor del señor Castellot, en el municipio de Cosamaloapan, y ahora vemos un título de propiedad expedido por el señor Castellot, Jr., ya diputado, a favor del señor Luis Vidal y Flor ...

Como apoderado; no omita usted ese carácter, interrumpe el señor Vidal y Flor.

Rectifico la frase -responde Cabrera-; ahora vemos un título de propiedad expedido por el señor Castellot, Jr., como apoderado del señor su padre, en favor del señor Vidal y Flor, para justificar su vecindad o para trabajar.

Señores diputados: Esto no será indudablemente una cátedra de Derecho melodramático, como la que ayer quería el señor Ostos que diera; simplemente apelo a vuestro sentido común, a vuestra honradez, para que contestéis con vuestro voto afirmativo o negativo, si no creéis que esto es una solemne simulación, indigna de la seriedad de lo que aquí estamos representando (aplausos).

El título del señor Castellot, Jr., procede del terreno de que es propietario su padre, y el título que da vecindad al señor Vidal y Flor también procede de los terrenos del señor Castellot, Sr.

Don Francisco Pascual García corta con un ¿y qué? el razonamiento de Cabrera.

¿Y qué? -prosigue Cabrera-, dicen los señores católicos. No lo digo más que en este sentido: el señor fabricante de curules que facilita la vecindad, en este caso indudablemente tenía el mismo propósito cuando en el mes de febrero cedió a su hijo un lote de doscientos mil metros, y en febrero cedió otro lote de $200.00 al señor Vidal y Flor.

Conforme a mi sentido común, esto es una simulación; en cuanto a vosotros, cada cual irá diciendo sí o no, según su parecer (aplausos).

Los revolucionarios ya no tan maderistas como éramos hace dos años -que presenciamos, perdidos entre la turba contrarrevolucionaria de galerias, esta impresionante sesión-, decimos que hoy la Revolución habló por boca de Luis Cabrera.

Muchos diputados del Partido Constitucional Progresista no han de compartir, seguramente, nuestra opinión, pues votan a favor de la credencial tan briosamente combatida por Cabrera.

Dentro del grupo de estos diputados están los señores Aguirre Benavides, Ancona Albertos, Bordes Mangel, Moya Zorrilla, Vicente Pérez, Sánchez Azcona y Urueta. La credencial de Vidal y Flor ha tenido en contra los votos de los señores Antonio Aguilar, Alarcón, Alardín, Alvarez Alfredo, Anaya, Arias, Balderas Márquez, Barrera, Berlanga, Borrego, Cabrera Alfonso, Cabrera Luis, Cárdenas, Carrión, Cortina, Curiel, Estrada, Ezquerro, Frías, Galicia Rodríguez, Gea González, Gómez Mauricio, González Garza, Gurrión, Ibáñez Emilio, Ibáñez Enrique M., Isassi, Jara, León, López Jiménez, Luna Trinidad, Llaca, Madero Alfonso, Martínez Alomía, Méndez, Morales, Munguía Santoyo, Nieto, Orive, Ortega, Ortiz Rodríguez, Ortiz Sánchez, Oceguera, Ortiz Rubio, Palavicini, Peña, Pontón, Ramírez Martínez, Ríos, Rivera Cabrera, Rodríguez Cabo, Rosal, Santos Pedro Antonio, Santos Samuel M., Sarabia, Ugarte, Unda, Valle J. Felipe, Velásquez, Vergara, Villasana, Zubaran y Zubiría y Campa.

En suma: ochenta y siete votos a favor y sesenta y tres en contra del dictamen de la Comisión.

Indice de Instalación de la XXVI legislatura Recopilación y notas de Diego Arenas GuzmánCAPÍTULO SÉPTIMO - La contrarrevolución, la porra y la contraporra CAPÍTULO NOVENO - Tres curules para un solo diputado ¡No!Biblioteca Virtual Antorcha