Indice de Instalación de la XXVI legislatura Recopilación y notas de Diego Arenas GuzmánCAPÍTULO NOVENO - Tres curules para un sólo dipútado. ¡No! CAPÍTULO UNDÉCIMO (Primera parte) - Cabrera, cabeza de turco para la contrarrevoluciónBiblioteca Virtual Antorcha

INSTALACIÓN
DE LA
XXVI LEGISLATURA

Recopilación, selección y notas de Diego Arenas Guzmán


CAPÍTULO DÉCIMO

EL CANTO DEL CISNE HECHO HERMOSO DISCURSO EN BOCA DE JOSÉ MARÍA LOZANO

Es sin duda una de las sesiones más memorables esta que estamos presenciando y en la cual, en seguida de la discusión en torno a la credencial del licenciado Eduardo J. Correa por el 6° distrito de Jalisco, el secretario en turno da lectura a un dictamen que dice:

Distrito Federal.
10 distrito.
Tacubaya.
Diputado propietario: C. Carlos B. Zetina.
Diputado suplente: C. Ricardo Ramírez.

Esta elección está protestada en razonado memorial por los señores Carlos B. Zetina y Ricardo Ramírez, quienes, respectivamente, como candidatos propietario y suplente, obtuvieron, el primero 936 votos, y el segundo, 832. La protesta de referencia comprende varios capítulos, como son que en la municipalidad de Cuajimalpa no hubo padrones legales durante la elección y lo comprueba la afirmación de la Comisión Revisora de Expedientes de ese distrito electoral, en que dice que las boletas de la municipalidad de Cuajimalpa fueron entregadas el 3 de julio a las diez y media de la mañana, y los padrones sin legalizar, uno de ellos escrito con lápiz y sin la firma del empadronador. Por consiguiente, que se votó, no exclusivamente por los vecinos de la localidad, sino por personas que se dijeron vecinos, lo cual modificó substancialmente el resultado de la votación.

Que el elector nombrado en la casilla electoral de Acopilco resultó que ni siquiera estaba empadronado, por cuyo motivo no le fue admitida su credencial en el Colegio Electoral de Tacubaya, en el momento de la elección de magistrados.

Que en la 9a. Sección Electoral aparecen 81 ciudadanos en el padrón en tanto que hay 143 votantes, explicando la diferencia el candidato favorecido, licenciado Sierra, por la presencia de tropas rurales que se presentaron a votar. Lo que contradice un oficio del general J. M. de la Vega, inspector general de fuerzas rurales, traído como prueba en copia certificada, con otras constancias producidas al Primer Juzgado de distrito, en el expediente que por fraudes electorales se inició en dicho Juzgado, que dice que sólo había 21 rurales en la municipalidad de Cuajimalpa. Por lo tanto, hay un exceso de 21 votos, suponiendo que esos 21 rurales fueron todos a votar.

Que en los padrones que sirvieron para la elección y que después remitió el Ayuntamiento de Cuajimalpa, se anota después de cada nombre la palabra votó, que en general aparece de la misma letra, lo que no se compadece con la disposición legal relativa, que exige que lo haga el mismo instalador de la casilla, lo que hace presumir que una misma persona hizo esto, y no en la forma legal.

Que varios testigos que declararon ante el jefe político de la localidad y lo ratificaron ante el juez 1° de Distrito, que inició el proceso relativo, afirman que se cometieron fraudes suplantando votos, introduciendo mayor número de boletas de las que correspondían; que después de la elección aún todavía se fraguaron actas y otras cosas más que sería prolijo enumerar.

La Comisión Revisora pudo cerciorarse de que efectivamente la palabra votó está en general puesta de la misma letra, corroborando la afirmación relativa del señor Zetina, y que en el expediente de elección de la Sección 5a. del municipio de Cuajimalpa, el acta con que comienza aparece extendida por el mismo candidato licenciado Manuel J. Sierra, que al final de ella firma con esta antefirma: Como representante del C. Manuel J. Sierra, candidato registrado.

En el expediente de la Sección 2a. del propio municipio, la segunda acta electoral está levantada por el referido candidato licenciado Manuel J. Sierra quien a la Comisión que suscribe confesó ser suya, de su puño y letra.

En las actas de la Sección número 4, aparece que estuvieron presentes los representantes de los partidos que habían tomado parte en la elección, no obstante que no aparecen sus firmas.

En el expediente de la Sección número 3, se dice, por tanto, que no aparece más que en una de ellas la firma del representante del señor licenciado Sierra.

Todos estos datos obligan a la Comísión a ser más estricta en el estudío de los puntos que comprende la votación, y como resultado de ese estudío encuentra lo que dice: que en el cómputo de votos hecho por la Comisión relativa, aparece el señor licenciado Sierra con un total de 1,003 votos, y el C. Zetina con 940. Y en el acta en que se hizo el cómputo definitivo y declaración correspondientes, se consignan al señor Sierra 1,005 votos, o sean 2 más de los correspondientes, y al señor Zetina 936, o sean 4 menos de los que en realidad tuvo.

Que el distrito electoral está compuesto de las municipalidades de Tacubaya, Mixcoac y Cuajimalpa, y no obstante la notable diferencia de población en Tacubaya, con más de 30,000 habitantes, y Cuajimalpa apenas alrededor de 4,000 en esta última población votaron casi todos los 1,000 individuos que aparecen empadronados en esos padrones presentados a última hora, con un total de votos de 707 en favor del licenciado Sierra. En tanto que en Tacubaya sólo votaron aproximadamente 1,300 personas; por manera, pues, que el contingente de votos de Cuajimalpa es el que real y positivamente viene a dar el triunfo al señor licenciado Sierra, puesto que, descontados esos 707 del municipio de Cuajimalpa, resultan a su favor 296 votos por Tacubaya y Mixcoac.

Todos los datos que preceden, relativos a las elecciones de Cuajimalpa, unidos al hecho de que el presidente del Colegio Electoral de Tacubaya consignó al juez de Distrito esos mismos hechos, porque entrañaban sospechas de fraude notorio, y las afirmaciones del prefecto político de la localidad, que recibió declaraciones de vecinos en tal sentido, hacen demasiado sospechosa para esta Comisión la elección verificada en Cuajimalpa y más aún por el hecho especialísimo de que no aparece comprobado que en tiempo oportuno, como exige el artículo 11 de la Ley Electoral de 19 de diciembre de 1911, se haya publicado el padrón de los ciudadanos que tienen el derecho de votar, para que fuese rectificado en vista de las reclamaciones que se le hicieran. Esto es, no hubo padrón definitivo que sirviera de base para la elección, y, por consiguiente, el padrón que después se recibió en el Colegio Electoral y se acumuló al expediente relativo, no ofrece ninguna garantía. Induce a creer, por lo mismo, que fue enteramente arbitrario ese padrón, y, por lo tanto, la elección consiguiente.

Esto atento, hay indudablemente un error o fraude en la computación de los votos del municipio de Cuajimalpa, lo que nulifica la elección allí celebrada, según el inciso cuarto del artículo 112 de la ley citada, cuya nulidad, como no afecta a la pluralidad de los votos obtenidos en el distrito electoral, que se compone de dos municipalidades más, y mayores aún que ésta, induce a aplicar la disposición del artículo 114 de la propia ley en el sentido de que la nulidad sea exclusivamente para el municipio de Cuajimalpa.

Descontados los 707 votos que da en favor del candidato electo, señor licenciado Sierra, y 56 en favor del otro candidato propietario, señor Carlos B. Zetina, resulta que el primero, o sea el señor Sierra, representa una totalidad de 296 votos, y el segundo, señor Zetina, 884, que le da una superioridad completa sobre aquél, y obliga a declarar que tuvo la mayoría de sufragios para diputado propietario.

Con relación a los respectivos suplentes, el del señor Sierra, don Adolfo Castañares, obtuvo, según el cómputo, 1,015 votos, y el señor Ricardo Ramírez, suplente del señor Zetina, 892.

Se dice que son suplentes, respectivamente, porque hay una fórmula para cada uno de ellos, porque los señores Sierra y Castañares eran la fórmula de candidatos independientes, y los otros, del Partido Liberal y Constitucional Progresista.

Descontando, pues, lo que cada uno de ellos obtuvo en esas elecciones nulas de Cuajimalpa, que son 810 votos el señor Castañares, y 57 el señor Ramírez, queda este último con un total de 835 votos, en tanto que 205 apenas el primero, y, por lo tanto, debe ser declarado electo candidato suplente el señor don Ricardo Ramirez.

Por lo tanto, la subscripta Comisión concluye proponiendo lo que sigue:

I. Son de calificarse como buenas y legales las elecciones para diputados, propietario y suplente, por ellO distrito electoral del Distrito Federal.
II. Es diputado propietario por ellO distrito electoral del Distrito Federal, el C. Carlos B. Zetina y suplente el C. Ricardo Ramírez.

Sala de Comisiones de la Cámara de Diputados del Congreso General.
México, septiembre 10 de 1912.
Serapio Rendón.
Licenciado V. Moya Zorrilla.
P. Luna y Parra.
Vicente Pérez.

NOTA.- Se hace constar que el C. Jesús Urueta se excusó de dictaminar sobre este asunto.

El representante González Garza objeta:

Parece que el señor secretario ha dado lectura al dictamen de la Comisión presentado con motivo de la credencial del señor licenciado Sierra.

Esta mañana se ha dado la triste noticia de la muerte del señor don Justo Sierra, padre del presunto diputado, y como respeto por no concurrir a las sesiones su hijo don Manuel, yo suplico que se deje la discusión para cuando él pueda defenderse; eso es de justicia (aplausos).

El señor Rendón informa:

La Comisión debe explicar lo que sigue: el señor licenciado Sierra desde anteayer advirtió a la Comisión que ayer no podía venir a la Cámara, porque tenía un cuidado de familia, y que por ese motivo le hiciera favor de que no se discutiera su asunto, y la Comisión, que creyó perfectamente justa la petición, separó ayer el dictamen.

Esta mañana mandó un recado el propio señor licenciado Sierra preguntando si se podría discutir hoy su asunto, y la Comisión le respondió que como él quisiera, pues que, estando bajo una pena tan grande como es el fallecimiento de su ilustre padre, toda la Cámara sin duda no tendría ningún inconveniente en esperar hasta que el señor licenciado Sierra pudiera venir a defenderse; pero dicho señor mandó un recado diciendo que al contrario, que deseaba que de una vez se resolviera su asunto. Este es el motivo por qué lo puso en cartera la Secretaría.

El presidente resuelve:

Siendo el interesado quien hizo la petición, la Mesa sostiene su trámite.

El diputado Urueta deja constancia respecto a que su excusa de tomar parte en el dictamen obedece al parentesco que lo liga con el licenciado Sierra; y en contra de ese dictamen viene ahora a decir este discurso el diputado Enrique Bordes Mangel:

La ausencia del señor Sierra de este salón, motivada por el profundo dolor que están atestiguando esos crespones, me ayuda, me impulsa, me autoriza para tomar la palabra en contra de ese dictamen, a favor de alguna persona con quien lazos de ninguna especie me ligan, a quien apenas de vista conozco, a quien no recuerdo haber saludado, porque si lo encontrara en la calle, no sabría quién era. Yo sé que es extraño para muchos, yo sé que es digno del calificativo de estúpido, establecido por el criterio del señor licenciado Cabrera, el que yo tome la palabra aquí en favor de alguien que todo el mundo ha reconocido como mi enemigo en política; pero yo creo que, por encima del calificativo estúpido que me pudiera dirigir el licenciado Cabrera, debe importarme el de poco honrado que los que saben lo que yo sé de esta elección, pudieran dirigirme.

Simplemente los antecedentes del licenciado Sierra en Tacubaya; los elementos populares proporcionados por el señor su hermano para su elección; su campaña democrática, hecha, no poco tiempo antes de la elección, sino con años, diría yo, de anticipación serían bastantes para creer a conciencia que ahora la mayoría del sufragio le favorecía.

Pero no voy, señores, a decir palabras, porque palabras sin prueba no demuestran; sino a rebatir los puntos que ha estimado la Comisión dictaminadora para pedir un dictamen condenatorio para el señor licenciado Sierra.

Habla primero de los padrones, y califica los padrones de ilegales. ¿No se ha ocupado la Comisión muchas veces de decir en este sitio que esa ley, puesta por primera vez en vigor y en práctica, tiene que ser practicada irregularmente, y no entiende que esos padrones hubieran sido formados con irregularidad?; no tiene más dato que el hecho de que los padrones hayan llegado en la forma en que llegaron, pero padrones de todos modos, para declararlos ilegales.

Habla de la nulidad de votos de todo el distrito electoral, porque se dice que en Cuajimalpa hubo 143 votos que aparecen como de los rurales, cuando. por los informes del señor general De la Vega no había más de 18 ó 20 rurales ahí. Si las boletas decían en cada una: rural del cuerpo fulano o zutano, tiene razón la Comisión, puesto que no había más que veintitantos rurales, y es claro que no podían haber votado 143; pero, ¿aquí está probado que esas 143 boletas eran de rurales y no de ciudadanos que no fueran rurales?

En la capital de México sucedió, y a este propósito me permito recordar al señor licenciado don Francisco Pascual García este hecho: que fue a las oficinas del Gobierno del Distrito para preguntar qué se hacía cuando ciudadanos no empadronados, pero vecinos, y legítimamente vecinos de una sección, se presentaban a votar y se les rechazaba su voto. Culpa es de la ley, y estoy de acuerdo con la Comisión; esas pequeñeces, esas irregularidades de la ley, de esa ley que por primera vez se obedecía, señores, hay que perdonarlas en conciencia. A muchos vecinos que debieron votar en muchas secciones, se les negó su voto, porque no estaban empadronados; pero en muchas otras casillas electorales, en que sí eran conocidos esos vecinos, a pesar de no estar empadronados, se les aceptó su voto, y todos esos votos se han computado como buenos por la Comisión. ¿Por qué, pues, señores, en el caso del señor Sierra es causa de nulidad el que no se haya empadronado a todos los votantes?

Uno de los motivos en que también funda la nulidad de esa credencial la Comisión, es que hay actas electorales hechas de puño y letra del señor Sierra. Tal vez esté yo en un error, tal vez no lo esté; pero no me acuerdo que la ley le arrebate el derecho a un candidato de escribir de su puño y letra un acta electoral; no veo yo que esto pueda ser un motivo fundado para nulificar una elección.

Por último, señores, a conciencia os declaro, porque tengo derecho, porque tengo fe, y tengo seguridad, porque el mismo día anduve recorriendo casillas, que el sufragio estuvo a favor de mi enemigo político el señor Sierra. Más todavía, señores: el dictamen de la Comisión no se refiere a un hecho que algunos de ustedes deben tener presente, porque fue público y arroja una sombra de sospecha sobre lo que haya sucedido con ese expediente electoral; el hecho de que las oficinas municipales hubieren amanecido un día con las puertas forzadas; y ese hecho nos autoriza a creer más lo que arrojan las actas que lo que sucedió después del forzamiento de las puertas (aplausos).

Pido, señores, un voto negativo para ese dictamen, que no considero justo en conciencia (aplausos).

El licenciado Rendón hace esta advertencia:

El señor licenciado Sierra mandó a buscar copia del dictamen para hacerla llegar a manos de su amigo el señor licenciado Lozano, a fin de que se encargara de defenderlo en esta ocasión. Desgraciadamente veréis que el dictamen no ha llegado aún a manos del señor licenciado Lozano; por consiguiente, sólo las palabras generosas del señor Bordes Mangel y de muchos amigos que tiene la satisfacción de contar aquí el señor Sierra, podrán levantar la voz en su defensa; pero como estos amigos no se encuentran suficientemente documentados para defenderlo, la Comisión, en este caso cree que seria inoportuno tratar este asunto cuando la defensa no puede acaso estar suficientemente preparada. De esta suerte, ruego a los señores componentes de la Asamblea que permitan a la Comisión retirar este dictamen, para continuar su discusión luego que los amigos del señor licenciado Sierra estén debidamente documentados.

El señor Lozano contradice:

Es verdad que no conozco el dictamen producido por la Comisión; pero no necesito conocerlo. Debe en el momento decidirse sobre esa credencial, porque no podía yo hacer apología más convincente que la que ha hecho el galano orador Bordes Mangel (aplausos y campanilla).

Lo que se quiere es que pase la impresión que han causado sus cláusulas redondas y hermosas; y, sobre todo, se ha insultado a todos aquí; al catolicismo negándole credenciales a título de católico; a los científicos, a título de científicos. Ahora es franca y directa la profanación del cadáver de un gran patriota que recibe honores en suelo extranjero (aplausos).

¿Para qué conocer el dictamen, si ya ha hecho briosa defensa, dentro de los hechos, el señor Bordes Mangel? La justicia está esclarecida. Así pues, señores diputados, juzgad de su suerte prescindiendo de mi defensa.

El presidente manifiesta que no puede retirar el dictamen sin el permiso de la Asamblea; el secretario indaga la opinión de ésta, y el señor Olaguíbel da voz al siguiente discurso:

No pretendo penetrar en la mente de la honorable Comisión cuando después de presentar a discusión un dictamen, a sabiendas de que el señor licenciado Sierra no podría humanamente, porque no tendría para ello fuerzas, venir a sostener su credencial, quiere ahora, movida por una piedad un poco tardía, esperar a que él pueda venir a defenderse. El señor Sierra no podrá; no es el lenitivo de veinticuatro horas el que borra en el corazón de un hijo la amargura inmensa que está pesando en estos momentos sobre el señor Sierra; hoy, mañana y siempre, estará abrumado por el recuerdo de esta muerte impía que le ha arrebatado el último consuelo: el consuelo sagrado del hijo que va a besar la frente del cadáver de su padre. El señor Sierra no vendrá mañana; pasado mañana el Congreso estará instalado, y entonces ¿qué ganamos los amigos del señor Sierra, que no venimos de gestores oficiosos sino autorizados por él para defender su credencial, que es pura y buena, qué ganamos con ese aplazamiento de veinticuatro horas, que es irrisorio, que es inútil, que es burlesco, si se me permite la expresión? Si, pues, la defensa no la hemos hecho nosotros, si ha salido de los labios de alguien que ha tenido la hidalguía juvenil de declararse enemigo del señor Sierra -y que con esto ha dado una prueba de franqueza, a la que hay que rendir parias-, ¿para qué, señor, empeñarnos en posponer la discusión de esta credencial, esperando la palabra del hijo dolorido, que no tendrá en estos momentos, como no tendrá mañana, como creo que no tendrá en mucho tiempo, alientos para pensar más que en su tribulación?

En estos momentos, cuando la defensa se ha hecho ya; cuando se ha demostrado brillantemente que todos los argumentos que aduce el dictamen caen uno por uno; cuando la voz autorizada del señor Bordes Mangel, que fue en el momento de la aplicación de la ley en las elecciones un intérprete de su exacta interpretación, puesto que desempeñaba un cargo en el Gobierno del Distrito; cuando lo que ha dicho ha traído a todos -así lo espero, así lo creo- la convicción honrada de que el señor Zetina no ha sido elegido diputado; cuando la Comisión tenía, en su propósito de invadir facultades y de trasponer valladares que no le es lícito trasponer, el de ejercer funciones de Comisión Electoral y declarar que no es el señor Sierra el elegido, sino el señor Zetina -cosa que en manera alguna le es permitida-, ¿para qué, señores, prolongar esto? ¿De qué se trata? ¿De evitarle una amargura al señor Sierra? Entonces seamos hidalgos, y nosotros, sus amigos, y no sus enemigos, porque ni los tiene, ni podría tener en estos momentos adversarios políticos; seamos todos hidalgos, seamos todos generosos, y llevemos a ese dolor inmenso que se abate sobre la tierra, el consuelo de una investidura que le servirá para entrar a la vida, en donde ya no lo amparan la mano, la sabiduría y el talento de su padre (aplausos).

En poderoso esfuerzo por sacar el debate de los círculos sentimentales adonde lo han encerrado los señores Lozano y Olaguíbel, y transportarlo al campo de los razonamientos legalistas, el señor Rendón discurre:

Con pena, señores, voy a tener que refutar las razones que los dos distinguidos abogados que me precedieron en el uso de la palabra han aducido sucesivamente.

Antes un hecho, con respecto a las afirmaciones del señor Lozano, y que me permito hacerle, porque deseo siempre guardar los respetos a todos. Antes de que el señor Bordes Mangel hubiera terminado su peroración, me acerqué al señor Lozano a pedirle si quería que yo retirara de la discusión el dictamen, y se lo decía, porque me acababan de informar que la copia del dictamen no la conocía aún el señor Lozano y, por consiguiente, no estaba en aptitud de defender al señor licenciado Sierra. No esperé, pues, a que concluyera aquel brillante orador para que yo procediera así.

Respecto a lo que dice el orador señor Olaguíbel, está considerado en el dictamen todo su argumento; no se trata de que en veinticuatro horas viniera aquí el licenciado Sierra; no, señor. Se trataba de darle plazo a los que se encargaran de la defensa, para que se impusieran de los datos necesarios a ese objeto.

Antes expliqué que el señor licenciado Sierra mandó decir que él ya no vendría a defender su credencial; que confiaba esa defensa a la hábil oratoria del señor licenciado Lozano. No es el ánimo de la Comisión el pedir un plazo, sino solamente cumplir con los deberes estrictos de la lealtad, para darle al que tiene que defenderse, los elementos necesarios para la defensa.

Eso quería la Comisión; pero ya que se la arrastra a que se discuta la credencial, la Comisión se ve en la necesidad de aceptar; ya que se ponen en duda las razones que aduce, es necesario acometer la tarea, para que los que pudieran todavía tener algo de duda acerca del dictamen, queden convencidos de que la Comisión esta vez, como en todas las que ha dictaminado, ha procurado poner todo su empeño para llegar a la verdad.

El señor Bordes Mangel ha hablado en tono generoso; pero, no obstante, desconoce el dictamen; él ha oído la lectura, pero no ha comprendido las razones que se aducen, pues por excelente que sea su inteligencia y privilegiada su memoria, con la simple lectura que hizo el secretario de la Cámara, es imposible que él pudiera retener la argumentación tal como se presenta; de modo, pues, que sus objeciones son totalmente viciosas, como voy a demostrarlo.

El asunto es éste: el triunfo de la candidatura del señor licenciado Sierra se debe a 707 votos que obtuvo en la municipalidad de Cuajimalpa exclusivamente; en el resto apenas obtuvo 259, es decir, en los municipios que integran el distrito electoral de que se trata. Se discutió la validez de las elecciones de la municipalidad de Cuajimalpa y el señor licenciado Sierra presentó un certificado a la Comisión, que procede del Ayuntamiento de Cuajimalpa, diciendo que sí se habían hecho padrones oportunamente; el señor Zetina también presentó un certificado del prefecto político, diciendo que esos padrones nunca habían sido publicados; por manera, pues, que la Comisión se encontraba en conflicto entre afirmaciones oficiales opuestas: el presidente municipal diciendo que se hicieron los padrones y se fijaron en los lugares en que marca la ley; el jefe político diciendo que es inexacto que se hubieran fijado los padrones en los lugares públicos; pero la Ley Electoral nos viene a dar la norma, porque dice que los padrones deben ser publicados en el Diario Oficial, y consta en el Diario Oficial que esos padrones no fueron publicados. Eso en medio de estos conflictos; afirmando por un lado, el Ayuntamiento de Cuajimalpa y negando, por otro, el jefe político, la Comisión tuvo que atenerse al camino legal, y encontró en el Diario Oficial que no habían sido publicados esos padrones, y sí los de Tacubaya, y la Ley Electoral dice que la base de la votación sean los padrones, y como los padrones no fueron hechos, no cabe la menor duda entonces de que la votación no fue legal. Es posible que haya podido ser legal; no tenemos convicción para decir que no fue absolutamente legal, porque no la presenciamos; pero la ley dice que el padrón sea la base, y el padrón no existe, y desde el momento en que los votos para el señor licenciado Sierra son en su mayoría los que proceden de Cuajimalpa, la Comisión se vio en la necesidad de ser estricta en la consideración de esos votos; porque si nadie hubiera protestado, la Comisión no se hubiera visto constreñida a ser estricta, puesto que no se lastimaban los intereses de tercero; mas el señor Zetina compareció exhibiendo esos documentos y protestó, y la Comisión tuvo que tomar en cuenta esas protestas.

Respecto de los rurales a que alude el señor Bordes Mangel, repito que sólo por falta de conocimiento de los argumentos del dictamen, pudo haber expresado lo que dijo. Se objetaba por el señor Zetina que habían votado más rurales de los que había en Cuajimalpa el día del sufragio. El señor Zetina obtuvo un certificado del inspector de rurales, que dice que en Cuajimalpa y en toda su municipalidad no estaban ese día más que veinte y un oficial. Posteriormente, el señor licenciado Sierra trajo un certificado del mismo jefe de rurales, diciendo lo contrario.

Como ven ustedes, había un conflicto de certificados, un empeño en decir por una parte que sí y por otra que no, y certificado a la derecha y certificado a la izquierda y procedentes del mismo jefe de rurales, ¿qué iba a creer la Comisión, si por un lado se afirmaba en Cuajimalpa, que el día de las elecciones, no había más que veinte rurales, y después se afirma que había ciento y tantos? Como decía antes, los dos certificados procedían del mismo jefe, acusan el mismo origen; ¿a cuál iba a creer la Comisión?

Puede decirse que éste es uno de los casos especialísimos en que el interés personal se prende de tal manera en las cosas, que es muy difícil que esas cosas no sufran las consecuencias de la tenacidad más o menos inteligente del que se empeña en obtenerlas. Esto es lo que pasó en este caso, y a este respecto siguió examinando la objeción del señor Zetina y la defensa del señor licenciado Sierra, porque la Comisión quiso que los dos tuvieran amplia defensa; cuantas veces compareció el señor Zetina presentando memoriales, la Comisión se lo advirtió al señor licenciado Sierra para que conociera dichos documentos; de manera que personalmente compareció para defenderse.

Ahora bien; el hecho innegable es éste: en el distrito de Tacubaya está la municipalidad de Cuajimalpa; Tacubaya tiene alrededor de 35,000 habitantes y, según el padrón, tiene 15,000 votantes; parece que sufragaron apenas 1,500; Cuajimalpa, que no tiene arriba de 2,000 habitantes, aparece en su padrón con 1,000 votantes, y de éstos, más de 700 depositaron sus cédulas en favor del señor licenciado Sierra. Se hizo verdaderamente sospechoso para la Comisión esta casi unanimidad que obtuvo el señor Sierra en Cuajimalpa, porque desgraciadamente el tanto por ciento de votación, en general, es muy deficiente en nuestro país; hemos podido ver en estas últimas elecciones, en el Distrito Federal, que en Xochimilco, que fue una excepción, el diputado electo apenas obtuvo el 50 por ciento; en otros distritos votó tan sólo el 10 por ciento, y en general, puede decirse que no excede la votación del 12 por ciento. En cambio, el señor Sierra tuvo casi el 75 por ciento en Cuajimalpa.

Se pasa a las actas para consultarIas y se encuentra la Comisión que dos de ellas son de puño y letra del señor licenciado Sierra; la Comisión se las presentó al señor licenciado Sierra para preguntarle si las reconocía como suyas, y dijo que sí. Este nuevo dato viene a convencer a la Comisión de que el señor licenciado Sierra debería tener familiaridad, prestigio o intimidad de algún modo con los instaladores de la Mesa o Colegio Electoral, cuando él de su puño y letra levanta las actas de que he hablado.

Decía el señor Bordes Mangel: ¿Qué significa que estuvieran levantadas de su mano las actas? Pues signüica que tenía un dominio en el Colegio Electoral cuando tenía la facultad de hacer actas. ¿Qué se oculta detrás de esas actas? El señor Bordes Mangel no necesita que se le explique, porque es bastante inteligente para comprenderlo.

Por otra parte, encuentra la Comisión este otro dato muy sospechoso; dice así: Presentes los representantes de los distintos partidos políticos que contendían en esta elección, se ha levantado el acta, etcétera. Se va a buscar esa firma de esos representantes políticos y no la encuentra absolutamente, no la hay. Yo pregunto a los señores de la Asamblea: ¿es sospechosa una acta en que se dice que concurrieron los representantes de los distintos partidos, y, sin embargo, no firman los representantes de esos partidos, y tampoco se explica al pie por qué no firman? Hay tan sólo un silencio absoluto, a pesar de que la ley dice lo que debe hacerse cuando los representantes de los partidos no quieren firmar una acta.

Este conjunto de cosas dio a la Comisión la certeza de que las elecciones en Cuajimalpa no merecen respeto, porque falta la base principal de ellas, que es el padrón, para saber quiénes son los votantes. ¿Cómo podía tenerse fe en esa elección? Y como el distrito electoral está compuesto de varias municipalidades, de las cuales no es la superior Cuajimalpa, entonces la Comisión, como no afectaba a la pluralidad de votos esta elección, separó y consideró todos los demás. El resultado fue el que dice el dictamen: que el señor Zetina obtuviera la mayoría de sufragios, y es por lo que la Comisión, en respeto a la ley, se vio obligada a declararlo triunfante. Esto es lo que la Comisión informa (aplausos y siseos).

El señor Díaz Mirón pretende en vano fundar una petición de aplazamiento del debate, y es el señor Lozano quien vuelve a la tribuna para decir:

No me hago ilusiones: ya han caído dos cabezas; ya se han desconocido dos credenciales. Las minorías, que antes, apretadas, eran una mayoría, se han disgregado como granada de explosión. Sé de antemano que correremos igual suerte que los anteriores; ya nos señaló ayer y hoy el dedo de fuego de Robespierre-Cabrera (aplausos, siseos y bravos).

Así pues, no es la más leve esperanza de victoria la que me trae otra vez a la lucha, sino la solemnidad del momento, lo augusto de la hora.

Don Serapio Rendón, distinguido orador, sutilísimo dialéctico, retrocedió en el camino primitivo y se dijo: ¿Será bueno discutir la credencial de Manuel Sierra en este momento o suspenderla, como lo pensé por breves segundos? Pero se me ha dicho, con visos de certidumbre, que el objeto de suspender la discusión de la credencial de Sierra, era venir en seguida a la discusión de mi credencial: se han cumplido las observaciones, no proféticas, sino de Sancho Panza, que yo tuve ayer: que hoy las galerías en su mayor parte nos serían hostiles (aplausos). Sin embargo, y probablemente, se discutirá la credencial Sierra, porque así lo quiso ya el señor Rendón, y hoy sí nos constituiremos en sesión permanente, como el día en que fueron enjuiciados los de la Gironda; hoy sí, frente a las minorías escasas en las tribunas, y sólo ante una escasa opinión pública, representada por los modernos cerveceros de Santerre, hoy sí se nos va a juzgar (aplausos).

Y acepto el combate, y voy a contestar al señor Cabrera una a una de sus conclusiones filosas de esta mañana. Lo hago en digresión forzosa, porque mi palabra de escaso prestigio tiene en estos momentos todo el calor de la maledicencia.

Señores: el señor Cabrera enristró el día de ayer su lanza de Ornar contra el Partido Católico. El, con una intransigencia jacobina, que lo dejó inscripto para siempre en las páginas de fuego y en el INRI de Taine; él, en nombre del Partido Liberal, decía: Pido la expulsión de los católicos, porque son un peligro. Y como se habla con frecuencia de jacobinismo de una y otra bandera, voy a decir, no con el dogmatismo científico y político del señor Cabrera, sino según mi humilde parecer, lo que es el jacobismo y por qué lo juzgo a él digno émulo de Saint Just y de Tallien (aplausos).

El señor Sierra, cuya credencial está dando tema a esta controversia, aparece en la sala y solicita el uso de la palabra. Su presencia conmueve a diputados y público.

¿Para qué pide la palabra el señor licenciado Sierra? -pregunta el presidente de la Junta.

Para una interpelación -responde el señor Sierra.

No puedo concedérsela" -decide el presidente.

Pero yo, que tengo el derecho, acepto la interpelación de mi amigo el señor Sierra'-tercia el licenciado Lozano.

Hago una excepción en este caso con el señor Sierra -rectifica el presidente; y el señor Sierra hace esta instancia:

Yo suplico al señor Lozano, que tan noblemente se ha presentado a hacer mi defensa, se sirva concederme la palabra.

Señor Sierra -pide Lozano-: ¿quiere usted concederme el don que tiene el cisne en su muerte: cantar por última vez, aunque sea rispido el canto? (aplausos).

Interviene el licenciado Rendón:

El señor licenciado Sierra se ha presentado y no debemos dejarlo entrar asi nada más. Trae un gran peso: la muerte del señor su padre; y la Asamblea entera, que ha mandado vestir de luto su tribuna por la muerte de un hombre tan ilustre, debe dar su pésame al señor licenciado Sierra y debe hacerle presente la parte que toma en su luto. Os invito, pues, compañeros, a que todos nos pongamos de pie y presentemos nuestras condolencias al señor licenciado Sierra (todos los ciudadanos diputados y presuntos diputados se pusieron de pie).

El señor Sierra dice:

Yo agradezco profundamente las frases de condolencia de la Comisión Revisora, más aún, el apoyo unánime que esta honorable Asamblea ha dado a su palabra. Estoy verdaderamente emocionado; vengo bajo el peso de un inmenso dolor; pero esto precisamente me ha obligado a venir a esta Cámara, porque la Comisión Revisora, en su dictamen, ha tratado de dar un carácter legal a su deseo de expulsarme de esta Asamblea, para decir que yo he cometido un fraude en las últimas elecciones; y como lo único que me ha legado mi padre es su nombre, vengo en defensa de ese nombre y a protestar, con el respeto que debo llevar en este momento en mi corazón, que no he cometido fraude alguno; por eso he venido.

Doy las gracias, conmovido, a la Asamblea, por el apoyo que ha dado a las palabras del señor Rendón, y suplico que después de que termine el señor Lozano, se me permita explicar estos precedentes, para que vea el señor Rendón que tiene fundamento.

Restituido el uso de la palabra en la tribuna de la Cámara al licenciado Lozano, éste engasta asi una de las más bellas y fuertes piezas oratorias que le hayamos admirado:

¡Cielos! Todo, señores diputados, se conjura contra mi. Por una parte, un dolor viviente que llega a esta Asamblea y acaba con la débil impresión que yo podia haber causado. Por otra parte, el señor Rendón se levanta y pide un homenaje para la memoria de un espíritu egregio, llamamiento que es de concordia y fraternidad; y asi, en este ambiente saturado por móviles nobles y perversos; así, señores diputados, coaligándose todo frente de mi, tengo, sin embargo, que continuar el penoso calvario de mis descargos.

El señor Cabrera, decía yo, es un jacobino. ¿Qué es un jacobino? Todo ser que se cree en posesión de la verdad absoluta y cree que por su credo se llega a la felicidad universal.

Es jacobino Juan de Zumárraga quemando monumentos de la civilización azteca, porque ellos encerraban la prostitución idolátrica; es jacobino el padre del luteranismo inglés, del protestantismo inglés, Wicleff, y más tarde Calvino, que manda destruir catedrales, monumentos suntuosos del arte gótico, donde el alma había condensado en piedra sus ilusiones; como jacobino es el señor Cabrera que, en nombre de la libertad, en nombre de su credo, amurallado dentro de sus prejuicios, niega todo derecho político y toda expresión de verdad a los católicos. Es el jacobinismo rampante y sangriento que hizo la Revolución Francesa, el que hizo que el pueblo más amable representara la tragedia más espantosa y cometiera la hecatombe más horrorosa. Ese es el jacobinismo. Y el señor Cabrera viene, cuando tiene en las narices el olor de la carne quemada en Ticumán y en La Cima, a decirle a la conciencia católica de la República: Señores católicos: Vosotros no sóis ni católicos, ni mexicanos, ni ciudadanos (aplausos).

Y luego, la labor continúa; enlazó con maravillosa dialéctica, con orfebrería maquiavélica al Partido Católico con el Científico, y vació sobre esas agrupaciones todo el vitriolo de su odio y quién sabe si de su envidia (aplausos). Y como voy a hacer clase de anatomía, como la hora es única, como esta tribuna está azotada por huracanes de Convención, voy, señores, en este momento de mi vida, solemne, porque la patria sangrienta oye todas las voces de sus hijos, voy a hacer mi confesión pública de todos mis pecados, como Teodosio el Grande.

Yo tengo una falta, quizá algo más que una falta, un crimen; yo fui reyista por Rodolfo Reyes -no sé si estará aquí: le hablé hace pocos minutos para saludarle; ahí está-; yo fui rodolfista a través de los que prenden su leña en la juventud; fui rodolfista, porque vi en ese profesionista hoy en desgracia -si estuviera en el cenit, quemaría mis labios antes de pedirle una satisfacción-, la condensación de todo lo que embellece la vida: juventud, talento, energía; y al través de este cariño fraternal por Rodolfo Reyes, que yo rompí con la cuchilla de Caín, el pueblo me consideró justamente como bernardista.

Antes de encenderse la lucha civil que ya lleva cuatro años, no armada, sino en los espíritus, fui a Rodolfo Reyes -y le pido un sí o un no a lo que voy a decir-: fui a usted y le dije: Señor licenciado Reyes: no puedo seguir al lado del padre de usted, porque sistemáticamente rehuye toda candidatura que no tenga la aprobación del señor general Díaz, y yo necesito entrar en la lucha política de mi patria. Entonces el señor Reyes, don Rodolfo, el único de quien tenía que desligarme, me autorizó para que entrara en el nuevo camino, y lo emprendí, no previendo, señores diputados, no anticipando, señores de las galerías, porque el fenómeno se presentaba por primera vez en mi juventud, que a una lucha política se va tendiéndose la mano de hermano, y después la lucha encona y aviva odios y rencores en donde florecían amores, y así fue como después escribí en El Debate y vacié contra Rodolfo Reyes y contra su padre virulentos artículos. ¿Es verdad, señor Rodolfo Reyes? (dicho señor asiente desde una de las tribunas). Vuestra afirmación me basta.

Y ahora, señores, que he confesado y expiado mi falta, porque soy orgulloso como Coriolano; ahora señores sigo el análisis político del señor Cabrera (aplausos). El señor Cabrera vino a acusar al Partido Científico, que vio encarnado en la credencial de mi amigo el señor Sierra. Luego, haciendo alusiones que para mí fueron transparentes, quedamos englobados dentro de esa agrupación lo que se ha dado en llamar el triángulo de esta Cámara: los presuntos dIputados Francisco M. Olaguíbel, Nemesio García Naranjo y yo.

Ahora bien; precisemos lo que es científico. Científico en el concepto público, es el ladrón del erario, el que ha explotado las pasiones ruines de los gobernantes para obtener por el cohecho concesiones opimas. Científicos son todos aquellos que hayan formado parte del grupo que tiene sobre sí las iras populares, u otros muy científicos del otro bando (risas, voces: ¡Bien!, aplausos), para decirlo de una vez, para que caiga sobre ellos el yambo eterno de la historia y la cólera permanente del pueblo, son, no este ni aquel individuo, sino todos los que han explotado y sangrado a este pobre pueblo (aplausos, campanilla, una voz de los tribunas ¿Y El Debate?).

Allá voy, señor Calderón.

El presidente de la Junta se dirige al interruptor -un concurrente a galerías que lleva el nombre de Manuel Calderón Mariles- y lo amonesta:

Si el que pronunció esa palabra contra el orador vuelve a hacerlo, lo mando expulsar del salón.

Lozano continúa:

Todo, todo, señor Calderón, tendra aqui su explicación; si he dicho que esto es una confesión general.

Muy bien; pues si ese es el científico, yo ruego al señor Cabrera que diga a Olaguibel, a García Naranjo o a mí, qué sueldo hemos devengado en el anterior o actual Gobierno, que no haya sido por la función leal y efectiva; o qué concesión tienen los anales de las secretarías de Estado extendida en nuestro favor; o qué negocios de magnitud de millones hemos defendido alguna vez, aun cuando la finalidad de esos negocios a cuyo servicio se ha puesto toda una dialéctica cerrada y todo un raciocinio esplendente, pueda convertirse más tarde en amagos y en reclamaciones para la patria (Alusión a los tejes y manejes que Luis Cabrera se traía entre manos al representar jurpidicamente los reclamos de una empresa denominada Tlahualilo contra el gobierno federal Precisión de Chantal López y Omar Cortés) (aplausos).

Ahora voy al corralismo.

Entré en él por móviles de familia: mi esposa es conterránea de don Ramón Corral; don Ramón Corral trabajó a las órdenes de mi suegro. Fallecido éste, esos lazos de familia que siempre fueron respetados, religiosamente agradecidos por don Ramón Corral, me hicieron ver de cerca a aquel hombre, y cuando pude desgarrar su corteza de encino amargo y cruel; cuando pude ver, al través del constante trato, que en aquella alma existían las más nobles cualidades; cuando pude ver -que muchos se jactan por allí del servicio- que quien impidió por generosidad caballeresca que entrara en la cárcel don Francisco Madero, fue don Ramón Corral, entonces, señores, cuando vi de cerca a aquel hombre en quien nunca palpitó la rabia y la envidia de Mácbeth, que no asesinó a su rey para substituirlo, porque fue todo lealtad, como Bayardo, entonces, señores, me hice y sigo siendo corralista (aplausos).

Paso, señor Calderón Mariles, a El Debate.

Yo, no por disciplina política, sino en realidad y en verdad, tengo la responsabilidad de aquel periódico. Frases inicuas que no se han citado aquí, pero que existen en esa hoja, no fueron de ninguno de los que efectivamente fuimos redactores; pertenecen al secreto que ni ante la tortura diría (una voz en las tribunas: ¡A Pineda!). El Debate, desgraciadamente, si tuvo caídas, porque las luchas son de hombres, con todos sus desprendimientos de serafines y todos sus apetitos de demonio; si El Debate tiene páginas efectivamente de fuego, en que se retuercen como precitos nuestras víctimas; si El Debate es todo esto, eso 1lo acepto en verdad; pero digo también que algún arrepentimiento debe existir cuando en la XXV Legislatura, excitadas las pasiones políticas, porque hemos tenido por ambiente y lastre las llamas de la guerra, yo, que en aquel Parlamento fui de la oposición, jamás tuve un concepto desfavorable, una alusión personal injuriosa para nadie, e invoco el testimonio del poeta y bravo Salvador Díaz Mirón.

Díaz Mirón corrobora:

Es cierto.

Y Lozano prosigue:

Esta rectificación en en mi conducta obedeció al odio, a la ira, a la cólera que han invadido mi alma cuando he visto los editoriales y la noticulas de Nueva Era (aplausos).

Por eso me aparté de aquel procedimiento; porque después de haber sido verdugo, era victima, y mis carnes resultaban más quemadas y mis huesos más triturarados que los de San Lorenzo en la parrilla; por eso me aparté de aquella senda (toses, risas, gritos: ¡Cállese la porra! campanilla).

El señor Cabrera decía: Vosotros aplastasteis sin piedad a Guadalupe González, el único representante ungido por el pueblo en los albores de la XXV Legislatura; y ahora vosotros, que predicasteis la lógica del Talión; vosotros que queríais y pedíais ojo por ojo y diente por diente, venís a pedir y a demandar de la generosidad de la revolución de noviembre, asiento en esta Cámara; y agregaba en un epílogo, por cierto brillante y que cayó sobre mis espaldas como una masa de Hércules, que el único ser glorioso que salió de aquella Cámara, fue Guadalupe González.

Pues bien; no acepto, señor Velásquez, vuestra generosidad; no la acepto del señor Hay; no la acepto de ningún otro de los que purpuraron con su sangre el suelo patrio, extraviados quizá en sus ideales, pero sin duda enamorados de ellos, y que no paseaban por el asfalto de Plateros ni vivían en suntuosas villas de Coyoacán (Nueva alusión al señor Luis Cabrera, quien contaba con una casa en Coyoacán Precisión de Chantal López y Omar Cortés), sino que tenían ante sí la obscura boca del fusil; pues bien, señores; podría pediros generosidad y, sin embargo, no la demando; ¿qué podría pedir, pues, de aquellos que no han contribuido para su patria en nada favorable y que sólo en este momento de agonía vienen a poner a la pira nueva leña y nuevo aceite? (aplausos).

No, no la acepto en nombre del Plan de San Luis Potosí. El Plan como Plan, no dice nada a mi espíritu.

Según datos numéricos que hoy en la comida me proporcionó el erudito historiador señor Naranjo, el número de planes en la República, hasta el momento, suma 3,228 (risas y aplausos).

No, los planes, como planes, nada dicen; los planes en México han sido buenos o funestos, según los hombres que los han llevado a la realización. El Plan de Iguala es causa inicial de que todavía la patria siga humeando por todos sus costados, y lo consumó un conservador, un héroe, un padre de la patria, Agustín de Iturbide (siseos). Borrad el pabellón de Iguala; quitad el blanco, el rojo, y ... -¿cuál es el otro?, porque mi memoria padece ... (una voz: ¡El verde!)- y el verde de nuestra bandera y entonces arrancaréis de la Historia a Agustín de Iturbide (aplausos, una voz: ¡Mocho! Muchas voces, dirigiéndose al que dijo mocho: ¡Fuera! ¡Fuera!).

Enérgicamente amonesta el señor Sánchez Azcona:

Advierto a la persona que interrumpió, que a la segunda ocasión que vuelva a infringir el Reglamento, daré orden de que sea expulsado.

Lozano intercede:

Yo ruego al señor presidente que no expulse a nadie.

El señor Hay opina:

Si el señor presidente hace la advertencia a cada uno de los que hacen manifestaciones, tendría que hacer quinientas advertencias sin necesidad. Pido, por tanto, que si se lastima a un orador, cualquiera que sea su credo político, que aplique estrictamente el Reglamento del Congreso.

El señor Lozano reanuda su razonamiento:

Decía yo que los planes de nuestra patria, de nada han servido si no encarnan en una alma noble, generosa y vibrante, como el Plan de Ayutla, que vino empollado en el alma vibrante y generosa del octogenario Alvarez y por el patriota Comonfort.

Grande fue el Plan de Tuxtepec, porque él nos trajo la primera base del edificio social; hizo la paz en el caos, aunque artificial y mecánicamente; produjo la hegemonía de las conciencias.

El Plan de San Luis no se sabe todavía qué será, ni si sus frutos serán los de la mandrágora, o los que encierra el Jardín de las Hespérides; hasta ahora han sido sus frutos aletazos de buitre en el vientre de Prometeo (aplausos y campanilla).

Hablaba esta tarde con don Gustavo Madero por presentación que me hizo don Salvador Díaz Mirón y le dije que lamentaba muchísimo que en aquel momento, precursor de una contienda sangrienta, hubiese estrechado su mano; pero que continuaría en mi actitud y él me aprobó; él me dijo: No, señor, si yo quiero conocer a mis amigos.

Perdonad, pues, señor Madero, que desde lo alto de esta tribuna ofenda indiscutiblemente sentimientos personales de usted; pero ruego a sus amigos y suplico a usted que, si algún momento incido en personalismo agresivo para alguno de ustedes, me llame la atención: quiero hacer Patología Social (toses y campanilla).

Decía el señor Cabrera; ¡Ah! la mayoría del 2 de septiembre que hoy ante recursos retóricos os desbandáis y os vais a cobijar bajo la bandera siniestra del Partido Conservador y del Científico. ¡Ah!, si seguís en esa inepcia y si prolongáis ese descuido, dentro de tres meses caerá Francisco I. Madero. No dentro de tres meses; si la mayoría parlamentaria se sostiene, si los independientes de todos los colores seguimos batiéndonos como oplitas, entonces no caerá Francisco I. Madero; pero dentro de quince días no gobernará la República, Francisco I. Madero (aplausos). ¿En qué forma? Por el parlamentarismo dentro de la ley; obligándolo a que gobierne con hombres que encarnen la opinión pública de dentro o de fuera de la Cámara. No es posible ir derecho al parlamentarismo cerrado de Europa, porque allá si tienen en los parlamentos los altos políticos, los entendidos diplomáticos, los administradores exquisitos: no. Esta Cámara, con todo y que tiene alientos y vibraciones del pueblo, todavía no es la genuina expresión popular; por lo tanto, obligaríamos al señor Madero a que gobernara con los distintos líderes de esta Cámara y de fuera de esta Cámara. El nacimiento del parlamentarismo sería igual al que hubo en Inglaterra bajo el reinado de Jorge II, en que Lord Chattan se vio obligado en una ocasión a gobernar con elementos extraños al Parlamento. Esa sería nuestra actitud y se lo dije así al señor Madero.

Ahora vamos, señor Cabrera, a la última clasificación en que pusisteis todos los nudos constrictores que oprimen la estatua de Laoconte; a eso voy.

Decía: ¿A dónde está la labor de la revolución? Aquí, expulsando a los viejos y anquilosados raigambres del antiguo régimen que aún siguen explotando al actual; expulsando al Partido Católico, que es capaz de traernos de nuevo a Maximiliano, porque, como grupo tiene la misma fisonomía. Y nos señalaba desde esta tribuna con el dedo. ¡Ah, señores! desde anoche vengo sintiendo la impresión de que el señor Cabrera tiene a su lado un Toqueville, a quien va señalando las próximas víctimas de la guillotina (aplausos).

Renovación absoluta. Y aquí se oyó el silbido del partidario que, tras la pátina y representación del Partido Constitucional Progresista y amparado por los elementos renovadores, en el fondo no es sino el apóstol, el San Juan de esta tribuna, del vazquismo; y voy a demostrarlo (aplausos).

¿Qué dice el 3,229 Plan, el de San Luis reformado en Tacubaya? ¿Qué dice? Que la obra de la revolución no se ha iniciado, que la han detenido la labor retardataria del gobierno provisional del señor De la Barra y después la de los afines y de las codicias de los pulpos científicos. Esto es lo que dice el Plan de Emilio Vázquez Gómez.

¿Qué dice Zapata? Que la tierra debe volver a los indígenas de su suelo. ¿Y qué dijo el señor Cabrera? Que había con prontitud que quitar esas propiedades. ¿Qué díjo respecto de Chihuahua? Que allí habían anidado -y es verdad- las funestas familias de los Terrazas y los Creel (aplausos). Y que había que repartir también parcelas allí. Esto es también lo que dice el Plan de San Luis reformado en Tacubaya. Así, pues, su discurso se verá reproducido dentro de pocos días en la prensa de allende el Bravo, y sus cóleras y sus intransigencias arruinarán nuevos brazos, y cadáveres en mayor número se alzarán con los brazos rígidos por la muerte y la desesperación, hacia un cielo más piadoso, más reivindicativo, más justo.

Lo que nosotros queremos es precisamente la paz; si nosotros llegamos a vencer al Gobierno, y a imponerle nuestra política, tras de eso irán emisarios a ver a Pascual Orozco y a Emiliano Zapata para que juntemos en un abrazo de confraternidad y de amor, ya que el gran país viene fulgurando siniestras profecías (aplausos). Eso es lo que queremos.

Está hecha ahora, a mi vez, la disección de los diversos partidos. Están definidas sus tendencias y aspiraciones, según las veo yo. Después acepto el trance, lo que queráis, señores. Si soy expulsado y conmigo mis aliados, entonces vosotros, los esclavos y aliados de una dictadura gloriosa, perdurable en el recuerdo de los mexicanos, como legendaria es en la memoria de los franceses la figura querida de Bonaparte; si somos expulsados los que servimos a ese tirano, entonces nosotros seremos los gloriosos, los Guadalupe González de la XXVI Legislatura (aplausos). Yo quiero, aspiro a ese honor si vosotros me lo discernís; pero si no fuese así; si reaccionando contra esas insuflaciones de odio, aprobáis todas las credenciales, como nosotros hemos aprobado aun aquellas que chorreaban fraude visible, como la del señor doctor Orive, entonces, señores, sí juntos aquí, respetando todos los credos, acatando los hechos consumados; si por solidaridad parlamentaria, como es usual en todo el suelo de Europa, todos se respetan sus credenciales a reserva de devorarse al día siguiente; si así sucede, si reacciona vuestro espíritu de esta suerte, entonces, señores, yo, que no fui favorecido por el señor general Díaz con el más humilde favor, pero que no reniego ni renegaré jamás de él; yo, que lo transmitiré como un culto a mi hijo; yo, que agitaré el turiferario a su memoria; yo diré, señores, que no será ya en mi altar el fetiche más amado Porfirio Díaz, sino que ese icono, ese santo de mi calendario patriótico, será substituido por otro: la Justicia y la Libertad representadas por vosotros! (aplausos y bravos).

A eso aspiro, a eso; si llegamos, si alcanzamos ese resultado, señores diputados, a esa revolución santa y patriótica, habréis puesto vuestro contingente.

Oíd de nuevo la palabra del señor Cabrera; pero si os vuelve a decir que por criterios políticos únicamente se nos debe expulsar de esta Asamblea, es decir, consumar una injusticia, entonces yo voy a ser el que señale con el dedo tal felonía y tal traición a la patria a Luis Cabrera, porque son precisamente las injusticias, cualesquiera que sean los móviles, las que, condensadas como lágrimas que ascienden al cielo, forman la tormenta de la revolución; y eso es precisamente lo que hay que evitar, y evitarlo en nombre, no ya de la justicia, sino de la patria, que se asoma como una Ménade a los bordes del Bravo y se pregunta agonizante y trágica: ¿Hasta cuándo mis hijos, hasta cuándo aquellos a quienes he dado vida y jugo pondrán fin a sus querellas? ¿Hasta cuándo escucharán la frase de Jesús: Que la paz reine entre los hombres? (Aplausos nutridos y prolongados).

Ahora, decidid lo que os dicte vuestro interés o vuestra conciencia (aplausos prolongados y vivas).

La Cámara está palpitante en una hora intensamente emocional de su vida; el discurso de Lozano, a cuyas cláusulas rotundas y elegantes les prestan marco una figura y una voz de fuerte imponencia tribunicia, han apresado más que el corazón, el cerebro de los diputados contrarrevolucionarios y revolucionarios, católicos y liberales, gobiernistas y antigobiernistas; el alma toda de las galerías ha seguido, en suspenso sentímental, uno a uno los períodos, las frases, las palabras de este orador que, juício aparte acerca de la bandería polítíca que defíende, hemos de reconocerlo como un valor que daría gloria a cualquiera de los Parlamentos del mundo civilizado.

En ambiente tan poco propicio a los contradictores, Cabrera solicita el uso de la palabra para una alusión personal.

El presidente de la Junta advierte a la Asamblea que para contestar una alusíón personal no puede negar la palabra a ningún ciudadano diputado. Don Francisco Pascual García expresa esta moción de orden:

Pido la palabra para una moción de orden, para suplicar a la Presidencia ordene al señor Cabrera que no nos atormente con uno de sus pesadísimos discursos con pretexto de contestar la alusión personal (risas y campanilla).

El presidente responde:

Cuando el elemento del Partido Liberal atacó al Partido Católico, éste vió que le concedí amplia libertad en el debate, y esto le consta al señor Pascual García; ahora tengo que conceder la misma amplitud de libertad al señor Cabrera.

El señor Castellot, cuyo propósito de evitar que las palabras de Cabrera deshagan o atenúen, cuando menos, el efecto psicológico del discurso de Lozano, es bien claro, presenta esta otra moción de orden:

Entiendo que existe una disposición reglamentaria que ordena que una votación no puede ser interrumpida, y yo creo que el señor Cabrera tiene perfecto derecho de hacer uso de la palabra y contestar la alusión personal que se le ha dirigido; pero después, de que, conforme al Reglamento, termine la votación.

A la argucia del señor Castellot replica el presidente:

Si la votación estuviera empezada, no se interrumpiría.

Y Cabrera reaparece en la tribuna y dice:

El recuerdo del maestro Sierra, que ha muerto lejos de su patria, me obligaba, y obligaba a la mayor parte de los que fuimos sus discípulos, a no tomar la palabra y a no hacer absolutamente ningún acto que desdijera del luto que, no sólo con justicia lleva su hijo, sino que llevamos todos sus hijos intelectuales. Por eso es que no he pedido la palabra ni pretendo terciar en el debate de la credencial del señor Sierra, que se encuentra cerrado y que dejo deliberadamente cerrado.

Desgraciadamente no tengo la palabra de orador del señor Lozano, y ésta es la causa por la que no puedo complacer al señor García, que me pide no diga uno de esos largos y pesados discursos, pues si fueran de la elocuencia de los del triángulo, indudablemente que por largos que fuesen, no nos parecerían pesados.

Tú eres quien eres, y no eres ni más santo porque te alaben, ni más vil porque te denigren. Así dice Kempis, y lo deben saber los católicos (aplausos).

Yo no pretendo justificarme ni hacer mi profesión de fe en este momento, porque siempre he sostenido el principio de que los hechos son la mejor justificación, y mi conducta tendrá que revelarse constantemente día a día durante una vida continuada de trabajos y de esfuerzos. Mi profesión de fe tiene que hacerse durante todos los días de sesiones de la XXVI Legislatura, y no seré yo quien con palabras supla mis actos, sino que serán mis actos los que expliquen mi conducta. Solamente deseo que se me baje de ese pedestal de ironía, en que ha colocado mi personalidad el señor licenciado Lozano, pues estoy muy lejos de ser un elemento de influencia en las decisiones del Partido Constitucional Progresista, al cual, repito por segunda vez desde esta tribuna, considero que dejé de pertenecer desde hace más de un año.

Declaro que no estoy absolutamente al tanto de ninguno de los secretos de la politica que me atribuye el señor licenciado Lozano; declaro y afirmo que no conozco el contenido de los dictámenes, y apelo al testimonio de la Comisión, para que diga, como es cierto, que absolutamente no conozco el contenido de ninguno de los dictámenes antes de que sean leídos desde esta tribuna; pero como la conducta de un hombre serio que se guía por principios buenos o malos, siempre afecta cierta uniformidad y cierta simetría en sus actos, resulta de ahí, que, siguiendo constantemente mi propio criterio, el criterio que yo creo honrado, constantemente ataco a tales o cuales personalidades, independientemente del sentido en que venga formulado el dictamen de la Comisión. De tal modo, habrán visto los señores mis adversarios politicos, y han visto mis enemigos que unas veces he tomado la palabra en pro del dictamen y otras en contra; pero siempre en contra de los que yo considero mis adversarios políticos.

Declaro igualmente que no he pretendido señalar, ni tengo la fuerza política suficiente en el seno de este Parlamento, para señalar con el dedo absolutamente a ninguna persona. Declaro, por último, que no tengo razones especiales fuera de las que he expresado respecto del señor Vidal y Flor, para pretender la nulificación de la credencial de los señores Lozano, García Naranjo y Olaguíbel; pero sí debo decir que, tratándose de este punto, me parecería una inconsecuencia que, después de haber aprobado la credencial del señor Vidal y Flor, rechazáramos la de los señores Lozano, García Naranjo y Olaguíbel. Y no quiero de ninguna manera, al hacer esta declaración, que piensen los tres señores abogados aludidos que deseo lastimarlos en ninguna manera con la manifestación de esa opinión favorable a ellos. Hay otra razón, que yo considero de grande y alta injusticia política, no de parte del Partido Constitucional Progresista, ni de parte de la Comisión, sino de parte del grupo o núcleo que se conserva vivo y latente en nuestra política y que se llama el grupo cientifico; porque los señores Lozano, García Naranjo y Olaguíbel no tuvieron, como Castellot y Vidal y Flor, un amigo o un padre que les prestara un terreno de doscientos pesos para darles vecindad. Ellos, en efecto, han servido al cientificismo y no han sacado de él el provecho que otros más hábiles o menos escrupulosos si han sacado, y soy el primero en declarar que el señor Lozano no es científico en el sentido que él da a la palabra; que el señor García Naranjo no es científico en el sentido que el señor Lozano da a la palabra y que el señor Olaguíbel está muy lejos de ser cientifico en el sentido que se da a esta palabra por el orador Lozano.

El señor Vidal y Flor y el señor Castellot sí tuvieron quienes les acreditaran su residencia en el Estado de Veracruz, por medio de un contrato de traslación de dominio de un terreno de $200.00 (risas). El señor Olaguíbel -y no conozco el dictamen de la Comisión, pero sé las objeciones que se hacen a su credencial-, el señor Olaguíbel, que ha tenido un abuelo benemérito en el Estado de México, que ha tenido un padre que fue allí un verdadero educador y un verdadero mártir de la profesión y de la instrucción pública, ese no es vecino del Estado de México; ¿por qué?, porque ese no tiene un padrino, llámese Castellot, llámese Casasús, que le tienda la mano.

Habría, pues, una gran inconsecuencia, porque yo creo que dentro de los hechos concretos y dentro de los momentos concretos, uno a uno, hay justicia y hay lógica; una vez que este Parlamento ha votado y ha aceptado la credencial del señor Vidal y Flor sin ninguna otra razón más que esa, es lógico, es necesario que se vote en favor de las credenciales de los señores García Naranjo, Lozano y Olaguíbel, porque los cuatro tienen sus nombres inscriptos en la redacción de El Debate, y más valor, y más carácter, y más honradez han mostrado los que abierta y francamente, sin escudarse tras el compromiso político, han asumido la responsabilidad de sus articulos de El Debate, que no el que se ha escudado de esta responsabilidad para salvar su credencial.

Vidal y Flor interrumpe:

Yo he asumido la responsabilidad, señor.

Voces de negación ponen manifiesta la animadversión que el señor Vidal y Flor atrajo sobre sí desde el momento en que trató de eludir su responsabilidad de El Debate. Cabrera prosigue:

Suplico ahora a la Cámara se sirva excusarme de hacer relación respecto de mi conducta personal y de mis tendencias políticas, porque espero -si he de vivir- demostrar con mis actos la lógica y la uniformidad de mi conducta.

Pero sí debo hacer mi profesión de fe de jacobinismo. El jacobino no es un producto permanente; es un producto accidental en los campos revolucionarios; el jacobino no es un tipo social que se encuentre a todas horas y en todos los momentos, sino que es un tipo social que aparece en el momento en que es necesario para salvar a las Repúblicas, a las naciones, de las grandes catástrofes (aplausos).

El jacobino, señores, definido como lo ha definido el señor licenciado Lozano, es un hombre que cree que él posee la verdad; pero no nada más cree, sino que lucha, que se esfuerza constantemente durante toda su vida para convencer a los demás de esa verdad. Y logra o no logra convencerlos; si logra convencerlos, es un genio o un redentor; si no, es un loco.

Jacobino fue Cristo, señores católicos (aplausos y voces: ¡No! ¡No!). Jacobino fue Cristo, según la definición del señor Lozano, porque creyó y creyó tan hondamente que poseía la verdad, que llevamos veinte siglos y todavía ...

Lozano objeta desde su curul:

Pero no mató.

Cabrera recoge la objeción y continúa:

Ahí está la diferencia: que no mató. Jacobino fue Cristo y Cristo no se tiñó las manos de sangre; pero llevamos veinte siglos de que las tiñen sus representantes (voces: ¡No! ¡No! ¡No! protestas), de que la humanidad se despedace por la lucha de esas ideas. ¿Qué otra cosa es la lucha comenzada entre el Partido Católico y nosotros en este momento mismo?, ¿qué otra cosa es, si no jacobino, ese mismo partido que cree poseer la verdad y que con esos dogmas y con esas enseñanzas de la Iglesia cree que ha de salvar a la patria? Ellos son jacobinos en sus ideas; yo en las mías. Pero así como he dicho que el jacobino es producto del momento de la revolución, así también digo que en la situación porque atravesamos, hay que serlo según son las necesidades del instante. Por eso un hombre que puede decirse perfectamente insignificante y perfectamente humilde como soy yo, que no emplea su vida en ninguno de esos odios o de esas sañas que se me suponen, en un momento político y con determinados propósitos de acción, tiene que mostrarse con apariencia de jacobino.

Suplico, pues, a la Asamblea, me excuse de dar otro sesgo a la discusión, pues dos años tengo de plazo para poder contestar al señor Lozano (aplausos).

Al cabo de vivo debate respecto a la forma de recoger la votación por la credencial del señor Sierra, ésta es rechazada en acatamiento a ochenta y seis votos que ratifican el dictamen de la Comisión a favor de los señores Zetina y Ricardo Ramírez, en tanto que cincuenta y siete votos fueron sufragados en contra de ese mismo dictamen.

Indice de Instalación de la XXVI legislatura Recopilación y notas de Diego Arenas GuzmánCAPÍTULO NOVENO - Tres curules para un sólo dipútado. ¡No! CAPÍTULO UNDÉCIMO (Primera parte) - Cabrera, cabeza de turco para la contrarrevoluciónBiblioteca Virtual Antorcha