Indice de Instalación de la XXVI legislatura Recopilación y notas de Diego Arenas GuzmánCAPÍTULO DÉCIMO - El canto del cisne hecho hermoso discurso en boca de José María Lozano CAPÍTULO UNDÉCIMO (Segunda parte) - Cabrera, cabeza de turco para la contrarrevoluciónBiblioteca Virtual Antorcha

INSTALACIÓN
DE LA
XXVI LEGISLATURA

Recopilación, selección y notas de Diego Arenas Guzmán


CAPÍTULO UNDÉCIMO
Primera parte

CABRERA, CABEZA DE TURCO PARA LA CONTRARREVOLUCIÓN

Por ser la de José María Lozano una de las personalidades más apasionantes en la XXVI Legislatura, el seleccionador y glosador de estas actas del Diario de los Debates correspondiente a la época en que actuó dicha Legislatura, se toma la libertad de romper el orden cronológico hasta aquí guardado, y liga la sesión del viernes 13 de septiembre, en que hubo intento de poner a discusión la credencial del oponente a la candidatura del señor Lozano, con la junta del jueves 19 del propio mes, en que el recinto de la Cámara de Diputados sirvió de caja de resonancia a las razones legales y políticas dichas en favor y en contra de la elección de aquel oponente, o para mejor expresarlo, en favor y en contra de la presencia de Lozano entre los diputados a la precitada Legislatura.

En esta sesión del día 13 y acto continuo al rechazo del licenciado Manuel J. Sierra como diputado por Tacubaya, el señor Trejo y Lerdo de Tejada, en funciones de presidente por ausencia momentánea del señor Sánchez Azcona, dijo:

Voy a hablar con toda la franqueza que me caracteriza: la credencial que va a leerse es la del señor Lozano, y le pregunto si él desea que se ponga a discusión, o si desea que se posponga.

Yo no pido favor ninguno, responde Lozano, cuyo alarde de altivez suscita aplausos de los diputados de la oposición.

El señor Trejo y Lerdo de Tejada agrega:

Necesito también consultar a la Asamblea si quiere que continuemos (voces: ¡No! ¡No!). Debo advertir que nos falta mucho y que no nos queda más que el día de mañana (voces: ¡Mañana!). Yo no puedo tomar una resolución por un grito aislado; necesito tomar la resolución en forma. Lo que resuelva la Asamblea.

Lozano en tono admonitorio:

Es visible el deseo de fulminarme en esta sesión, porque existe una apretada mayoría y algunos de los míos se han ido por necesidades imprescindibles. Si se quiere llevarme en estos momentos a la piedra de los sacrificios, yo no pido ni demando gracia; sólo sí hago ver no a los disidentes que están en las galerías, sino a los taquígrafos, para que lo oiga más tarde la República, la iniquidad que se pretende consumar, que si no se consuma, sí queda por lo menos en la categoría de delito intentado, con el único y exclusivo objeto de machacarme. Así, pues, es en vano todo; mañana quizás sea lo mismo; no lo sé. Los boletos quedan encerrados en el misterio; sólo disponen de ellos los iniciados; nosotros, los independientes, hasta ahora no hemos recibido uno. De manera que es lo mismo hoy que mañana; así pues, acepto el reto en este momento (aplausos).

El señor Méndez Padilla reclama orden; el presidente en funciones dice que lo hay y sólo es necesario que los diputados que están de pie ocupen sus curules, para conceder la palabra por riguroso turno a quienes la solicitan. El señor Méndez Padilla hace consistir su moción de orden en que han transcurrido con exceso las cuatro horas que el Reglamento fija como límite de duración a las sesiones parlamentarias.

Trejo y Lerdo de Tejada replica:

El Reglamento lo conozco tanto como su señoría; por eso he consultado el trámite en pro del orden que pide usted.

Yo aclaro esto al señor Lozano: he demostrado con actos evidentes tener una absoluta imparcialidad en la direcci6n de estos debates. Yo deseo que la lucha a que va a entregarse el señor Lozano sea absolutamente imparcial y que su suerte sea estrictamente juzgada; yo lo que quiero es que, con entera libertad diga si desea que se continúe con su credencial en esta sesión, o mañana (voces: ¡Mañana!); asegurándole por parte mía y por lo que a mí respecta que la entrada a las galerías siempre la he dejado libre.

Don Francisco Pascual García interviene:

Para un hecho relativo a las galerías.

Señores: En el asunto referente a las galerías se ha procedido con suma deslealtad, no obstante el pacto celebrado entre los jefes de los partidos y el caballeroso señor Sánchez Azcona, y presente el señor Lerdo de Tejada, a quien de ninguna manera culpo; otra manifestación que no se oculta, es que se nos ha hecho el juego para llenar las galerías con determinadas personas, y a última hora nos hemos visto sin boletos, no obstante nuestro sincero deseo de conferenciar para que todas las personas puedan entrar a las galerías y sean de lo más selecto, es decir, de las que más se sometan a la ley y al Reglamento.

Yo suplico al presidente de esta Junta que se sirva determinar en este momento si la entrada a las galerías ha de ser libre, y que no se detenga al público a la entrada con el pretexto de los boletos.

Yo no quiero señalar personas, porque huyo siempre de los odiosos personalismos y de los cargos personales; pero alguna persona ha habido aquí que me ha enviado con una para que me diera los boletos y esta otra persona con otra, y todas se lavan las manos (aplausos).

Repito que no hago cargo alguno al dignísimo señor Sánchez Azcona, ni al caballeroso señor Lerdo de Tejada, que, como he dicho, son liberales de buena cepa, y que no están, como el señor Cabrera diciendo que a nosotros se nos cierren las puertas y se reprueben nuestras credenciales (aplausos).

El influjo de las galerías no sé todavía calificarlo, porque repito que no quiero pronunciar ninguna palabra injuriosa ni ninguna que manche mis labios.

Así, señor presidente, suplico y pido a toda la Cámara que se dé desde hoy la orden de que la entrada sea libre, tanto a las galerías como a las tribunas, para que los partidarios decentes ya sean de un bando o de otro, si tienen interés en venir aquí a apoyar la opinión de los señores diputados, se preparen y vengan a tomar posesión temprano de sus asientos, sin que haya un juego para que se nos estén escondiendo los boletos, para que se esté jugando con nosotros a las escondidillas, no obstante que los jefes de los partidos hemos sido bastante caballeros y amantes del orden para sostener los trámites y el orden, si las galerías infringiesen el Reglamento (aplausos).

Con gritos de protesta es recibida esta solicitud del licenciado Cabrera:

Pido la palabra respecto al mismo punto tocado por el señor García, antes de que levantemos la sesión.

El señor Trejo y Lerdo de Tejada reclama orden a los diputados y da estas explícaciones:

Debo decirle al señor Pascual García una cosa: póngase en mi lugar y confiese, porque le estoy hablando honradamente, que yo no puedo dictar las disposiciones que me pide; mi presidencia es accidental, no es definitiva, y no puedo, por lo tanto, tomar resolución alguna para mañana, en que no sé si estaré ocupando este lugar.

En cuanto a los boletos, lo ignoro en lo absoluto (siseos y protestas).

Señores: háganme favor de permitirme hablar. Debo manifestarles en cuanto al procedimiento de los boletos, tanto el señor Sánchez Azcona como yo, hemos estado animados de los mejores deseos para proceder con toda honradez.

Hay aquí el incidente que vosotros conocéis. El señor Macías, que entiendo es presidente de la Comisión Permanente, reclama la administración de esta Cámara y sostiene una tesis en la que yo no estoy dé acuerdo con él, porque, aunque tiene la administración de esta Cámara, no creo que tenga atribuciones de policía, ni pueda resolver nada sobre el salón; yo no rehúyo estas discusiones, las afronto con toda honradez; esa es la razón de por qué no puedo tomar la resolución que me pide el señor García.

Negado el uso de la palabra al licenciado Cabrera para una moción de orden, le es concedido para una petición que expresa en esta forma:

En materia de galerías para el día de mañana, apoyo en todos sus puntos la petición hecha por el señor licenciado García. Yo también, como él, me quejo de que no me ha sido posible conseguir hoy en la tarde para dos amigos míos, siendo uno de ellos mi hermano, dos boletos. Yo no soy jefe de partido; pero creí que sería posible conseguir algunos boletos.

Tuve conocimiento del incidente respecto de la administración del edificio, administración que se pretende que esté por encima de la Representación Nacional y fuera del gobierno de la Cámara, que debe radicar en el presidente y vicepresidente de la mesa de estas juntas preparatorias. Yo disiento de ese parecer, pero ahí veo al señor Macías sentado; ahí están también a su lado el señor Muñoz y algunas otras personas que sí han tenido mucha facilidad para conseguir boletos para sus amigos. Los siseos de las galerías para mí, son la mejor prueba de que en ellas no tengo ninguno de mi parte.

El señor Macías pretende tener, bajo el pretexto de la administración del edificio, el gobierno de la Cámara, siquiera hasta el día 15 o 16, en que se abren las sesiones; pero esto bien puede hacerse con sólo dar cumplimiento al articulo del Reglamento que iba a leer con todo tino el señor Galicia Rodriguez, que dice que deben estar abiertas con toda libertad las galerías.

De una vez por todas manifiesto que, haciendo mucho tiempo que no estaban en uso algunos artículos del Reglamento, como muchas de nuestras leyes, se pretende ahora no aplicarlos, so pretexto de práctica parlamentaria.

¿Son libres las galerías? Pues, señor, estar desde las cuatro de la mañana a las puertas del edificio los que pretenden entrar, y así todos los señores jefes de partido no tendrán ya ninguna dificultad; cuando estén llenas las galerías, la autoridad puede decirlo, y es suficiente.

Yo deseo que la entrada sea completamente libre, y para eso pido al señor Sánchez Azcona, que se encuentra presente, y al señor Trejo y Lerdo de Tejada que se sirvan asumir su verdadera soberanía, que es el gobierno de esta Cámara, desde el momento en que les fue entregada real y jurídicamente por el señor Prida. El señor Macías, como miembro de la Comisión Permanente, será el administrador del edificio; pero la Cámara, moralmente hablando, está en manos de los señores Sánchez Azcona y Lerdo de Tejada, y lo relativo a las tribunas es del resorte de esa misma Presidencia.

Tanta es la importancia que los diputados contrarrévolucionarios conceden a la filiación política de los concurrentes a galerías, que alrededor del procedimiento que debe seguirse para permitir la entrada a ese recinto, se suscita un debate tan animado cual si estuviese de por medio el estudio de una ley de trascendencia nacional.

El señor Galicia Rodríguez quiere rectificar un hecho con estas palabras:

Esta mañana se ha pretendido clasificar en tribunas y galerías la parte destinada al público, y según el artículo 194 del Reglamento, habrá en las galerías un lugar especialmente destinado al Cuerpo Diplomático y otros a los ministros de la Suprema Corte de Justicia, a los gobernadores de los Estados y demás funcionarios públicos; pero fuera de ese lugar, no distingue: todas son galerías, y las puede ocupar el público. En consecuencia, yo creo que no se deben establecer esas distinciones en contra de esta prescripción reglamentaria.

El diputado Hay expresa:

Yo creo que estamos bordando en el vacio; estamos peleando por las galerías, cuando las galerías no deben existir para lo que se refiere a las discusiones. Es cierto que el pueblo -y llamo pueblo al que viene a presenciar las sesiohes- tiene derecho de escuchar los debates; pero, señores, debemos tener en cuenta que cada uno de los señores diputados trae la representación de una mayoría de votos; por lo tanto, un voto indebido obliga a esa mayoría, puesto que las galerías vienen a forzar los votos de los señores diputados.

Ahora bien; si nosotros venimos aquí a discutir los asuntos que interesan al país, honradamente no debemos pelear por las galerías, ni cambiar nuestro modo de pensar debido a un aplauso o a un silbido de esas mismas galerías; si nosotros venimos aquí a la Cámara a representar al pueblo, el pueblo debe ser honrado; pero siempre debe permanecer allá arriba, y yo seré el primero en pedir que se le permita la entrada, porque tiene derecho para juzgar de nuestros actos; pero ese derecho lo tiene para juzgar en silencio, como lo marca el Reglamento, y si lo que manda 'el Reglamento está cambiado, debido a los esfuerzos de estos señores diputados que están luchando, entonces que vengan los señores de las galerías aquí abajo y nosotros nos iremos allá arriba (gritos y silbidos). Mientras eso no sea así, nosotros, todos a una, debemos hacernos respetar porque el pueblo tiene el derecho de exigirnos el cumplimiento de este Reglamento y, para ello, tiene que ser el primero en cumplirlo.

El señor Lozano vuelve a la tribuna para disparar estas duras inculpaciones al partido del Gobierno:

No voy a seguir al señor Hay dentro de sus disquisiciones políticas, porque no estamos discutiendo cuál debería ser nuestra línea de conducta, sino dentro de los hechos consumados y que también se consumarán mañana. Los hechos a que me refiero son los siguientes: si se concede entrada libre al público, como lo ha propuesto el señor Cabrera, sucederá que los únicos que entren en las tribunas serán los que estén aquí a las seis de la mañana, porque esos tendrán retribución anticipada para cumplir con sus funciones (aplausos y bravos). Los que a nosotros nos pueden oír con simpatía y con serenidad, esos no podrán venir, porque la mayoría son personas ocupadas y tendrán que esperar hasta que se abra la sesión, hora en que ya estarán materialmente ocupadas las galerías.

El pretexto de los mecanógrafos se repetirá.

La única solución posible es contar los boletos que hay para las galerías y repartirlos a los señores diputados proporcionalmente.

Ya ve, pues, el señor presidente, que no pido nada que sea sagrado, sino que éste es ya el último grito de la legítima defensa (aplausos).

García Naranjo refuerza las palabras de Lozano al decir:

Es únicamente para contestarle al señor Hay que entiendo, como él, que los aplausos y manifestaciones de las galerías no deben torcer de ninguna manera la voluntad y la opinión de los señores diputados; pero también es para advertirle que considero que no es lo mismo que llenen las galerías jóvenes estudiantes fogosos, que aquellos que, en episodios memorables, aclamaron a Zapata delante del monumento de la Independencia Nacional (aplausos, bravos y campanilla).

El señor Trejo y Lerdo de Tejada rehuye decir la última palabra en este debate.

Siento no poder tomar una resolución en este momento -declara-. Creo, como los señores diputados independientes -los llamaré así en este momento-, que las galerías son libres y lo que puedo hacer es lo que he hecho otras veces y que estoy seguro que hará el señor Sánchez Azcona: poner las puertas libres y recibir al número de personas que puedan penetrar en este recinto.

Lozano insiste:

Ya que usted hace esa proposición; ya que usted no atiende mi voz, ya que se ha refugiado en un argumento especioso, cual es que usted, por ser presidente provisional, no puede dictar ninguna disposición, con cuyo criterio iriamos al absurdo de que los presidentes provisionales no pueden pronunciar sentencias; ya que usted quiere que se lleve adelante la era judaica del Reglamento, que dice que las galerías sean libres; siquiera una última defensa: que no se abra la Cámara sino hasta la hora que usted lo indique (aplausos).

El señor Trejo y Lerdo de Tejada asiente:

Sí, señor. Yo no tengo en esto, señor Lozano, más que este interés; no me haga el cargo del todo injusto, como es el que haga una interpelación judaica. Yo no puedo tomar una resolución para mañana, para la Presidencia, si no soy mañana el presidente; soy el presidente en estos momentos, sí, señores. Puedo en estos momentos dictar las disposiciones que estime convenientes, no puedo tomar resoluciones para mañana; o le cedo el puesto al señor Sánchez Azcona.

El señor Sánchez Azcona asume la presidencia advirtiendo:

Me da el puesto que la elección me ha dado; y doy esta explicación: yo me eximí de presidir durante el momento que se discutía la credencial del señor Sierra, porque estoy ligado con él con parentesco político, y aun cuando hay quienes opinen que en política no debe haber delicadeza, yo quiero tener delicadeza en todo. Para cualquiera interpelación, estoy dispuesto, y voy a hacer una explicación, para la cual tomo como testigos al señor diputado Francisco Pascual García y al mismo señor Lozano.

Yo he tenido la mejor voluntad para que la asistencia del público a estas sesiones quedara garantizada para todos los partidos, y mi proposición de anoche, en conversación con el señor García, se reduce a lo mismo que en este momento acabo de proponer al señor Lozano.

Respecto a la clasificación que el señor Galicia hace de galerías y tribunas, el Reglamento no lo dice; pero de hecho se ha venido observando siempre aquí, y se ha observado en todos los parlamentos. Yo propuse que se repartieran los boletos a prorrata, entregándoselos a los jefes de los partidos aquí representados; esa idea fue aceptada por el señor García. De esa manera hay un compromiso moral de parte de los jefes de partido, para que todos, juntos y por diferentes caminos, procuremos que haya orden en las galerías. Pero se ha atravesado un punto de pura administración y que yo no conozco a fondo, y lo confieso francamente.

Se dice que mientras no estemos instalados, mientras no nos constituyamos en Cámara de Diputados al XXVI Congreso Constitucional, la administración y la vigilancia de este edificio corresponden a la Comisión Permanente. Así se me notificó, y yo acato esa disposición. Toca a la Asamblea señalar qué es lo que debe hacerse en el caso; pero teniendo siempre en cuenta que la Mesa no tiene más deseos que satisfacer completamente a todos los partidos aquí representados.

Debo agregar algo más: aun cuando ha habido momentos de acaloramiento y ha habido demostraciones ruidosas, yo, señores, que he visto parlamentos europeos, tanto en países sajones como latinos, veo que la actitud de las galerías acusa alta cultura en el pueblo mexicano (aplausos).

A continuación de intervenciones del diputado Arias y de otro representante, el presidente levanta la sesión.

Pero han de transcurrir seis días antes de que la suerte política del señor Lozano sea decidida por la mayoría de los diputados a la XXVI Legislatura.

El jueves 19 el secretario en funciones da lectura al siguiente dictamen:

En la ciudad de Teocaltiche, cabecera del 7° distrito electoral del Estado de Jalisco, se celebró el 5 de julio del año en curso, por el Colegio Electoral allí reunido, el cómputo de votos y la declaración correspondiente acerca de las elecciones para diputados, propietario y suplente, de ese distrito electoral.

Según el acta de referencia, se llenaron las formalidades debidas y el resultado de la votación, según el cuadro que se acompaña, es como sigue: para diputado propietario, licenciado José María Lozano, con 5,283 votos, y el que le sigue es don Manuel Lomelí, con 2,582; y para diputado suplente, el ingeniero Tomás Rosales, con 4,890 y el que le sigue, licenciado Aurelio Lomelí, con 2,582.

Estas elecciones fueron protestadas en tiempo por lo que respecta a la municipalidad de San Miguel el Alto, en razón a que, teniendo, según el padrón oficial, 3,440 votantes, no obstante, dio un total, en favor del señor licenciado Lozano, de 4,281, o sea, un exceso de 841 votantes.

El señor don Manuel Lomelí que fue uno de los que protestaron dichas elecciones, se presentó en tiempo ante esta Comisión a reclamar por el mismo motivo, como previene el artículo 115, fracción II, de la Ley Electoral en vigor. Por consiguiente, llenó, en cuanto a la forma, los requisitos debidos, y por lo mismo, la subscripta Comisión está en el deber de examinar el fundamento aducido por quienes protestaron, que son los vecinos de la municipalidad de Jalostotitlán y el candidato independiente, don Manuel Lomelí.

Entre los comprobantes con que apoyan su protesta, está el ejemplar del periódico oficial del Estado de Jalisco, del 24 de junio de 1912, número 7, en que consta el padrón definitivo de la población de San Miguel el Alto, con la cifra de electores dicha por quienes protestan, o sea, 3,440, y el distrito electoral comprende cinco municipalidades, cuyas cabeceras son Teocaltiche, San Miguel el Alto, Jalostotitlán, Mexticacán y Paso de Sotos; dato que se da para hacer notar cuál seria la pluralidad de votos en este distrito.

Establecido lo que precede, la discusión se reduce al siguiente punto: el valor que se debe dar a la elección efectuada en San Miguel el Alto en favor del señor licenciado José María Lozano.

El referido señor presentó a esta Comisión un escrito de defensa, en el que dice que está conforme en que hubo un exceso de votos en su favor, como afirman y comprueban quienes protestaron, y que está conforme con que se le descuente el exceso de votos que resulta entre el total de obtenidos por él y el número de votantes que figuran. Pero el señor Lomelí dice que, puesto que la votación en San Miguel el Alto resultó con notorio exceso en favor del señor licenciado Lozano, hace presumir que la elección fue fraudulenta, porque, de otra suerte, habrían dado un resultado de acuerdo aproximadamente, sino exacto, con el padrón, esto es, no habría excedido el número de personas que, conforme al padrón, tenían derecho de votar.

Por lo tanto, estas dos consideraciones son las que se sujetan al criterio de esta Comisión, la cual estima que, como afirma el candidato oponente, señor Lomelí, deben tenerse por fraudulentas las elecciones de San Miguel el Alto, como lo demuestra el hecho perfectamente comprobado de que, no obstante de ser tan sólo 3,440 votantes, el total de votos alcanzó 4,281.

La Comisión no se inclina tan sólo a descontar, como pretende el señor licenciado Lozano, el exceso sobre el número de votantes, porque no le merece fe una elección hecha con resultado tan escandaloso: De esta suerte, se descuenta en su totalidad la votación de San Miguel el Alto y se considera tan sólo las de las cuatro restantes cabeceras. Conforme con lo que precede, se deducen al señor licenciado José María Lozano, 4,281 votos que en su favor aparecen de la municipalidad de San Miguel el Alto, de la totalidad de 5,280 que obtuvo en todo el distrito electoral, quedando en su favor un resultado de 1,002 votos.

El candidato inmediato, don Manuel Lomelí, no obtuvo en esa municipalidad de San Miguel el Alto ningún voto, por cuyo motivo no hay que descontarle nada de la totalidad que obtuvo en las demás municipalidades, y queda con el mismo resultado de 2,582 votos, que, comparados con los 1,002 en favor del señor licenciado Lozano, da un exceso en su favor de 1,581 votos, que deciden notoriamente la elección en su favor.

Procediendo de igual suerte con los suplentes, don Tomás Rosales, y su inmediato, licenciado Aurelio Lomelí, resulta que el primero obtuvo una totalidad de 4,890, y en el municipio de San Miguel el Alto 4,281, que, descontados de la totalidad, quedan 609.

El señor licenciado Aurelio Lomelí obtuvo en total 2,582 y como en la municipalidad de San Miguel, cuya elección se ha declarado fraudulenta, no obtuvo ningún voto, no hay que hacerle baja alguna, y, por lo mismo, tiene una superioridad, comparada con el total de los votos obtenidos por el señor ingeniero Tomás Rosales, de 1,973, lo que decide en su favor la elección para candidato suplente del 7° distrito electoral de Jalisco.

La Comisión procede de este modo, porque no estando protestada la elección de las cuatro municipalidades restantes del 7° distrito electoral, es claro que no afecta a la pluralidad de votos ni al resultado de la elección, y, por lo mismo, se está en el caso del artículo 113 de la Ley Electoral.

En vista de esto, la Comisión que suscribe concluye proponiendo:

I. Son de declararse buenas y legales las elecciones para diputados, propietario y suplente, del 7° distrito electoral del Estado de Jalisco.
II. Es diputado propietario por el 7° distrito electoral del Estado de Jalisco, el ciudadano Manuel Lomelí, y diputado suplente, el ciudadano Aurelio Lomelí.

Inscritos en contra de este dictamen los señores licenciados Francisco Elguero, Armando Z. Ostos y Nemesio García Naranjo, el señor Lozano pide que se le inscriba en cuarto lugar. Por derecho de turno, el licenciado Elguero sube a la tribuna y sirviéndole de marco un silencio respetuoso, dice este discurso:

No soy orador y, por desgracia, voy a demostrároslo en estos momentos mismos con hechos incontrovertibles; no soy orador, porque la avara naturaleza me ha negado los ricos y variados dones que se necesitan para ello; porque es la primera vez, recluido como he estado siempre a la vida privada, que ocupo una tribuna parlamentaria; porque siempre me he dirigido a un auditorio atento y benévolo, y ahora me encuentro rodeado de una Asamblea hostil y en buena parte, no a mi persona ciertamente, sino a los principios que tengo la gloria de profesar, y por último, porque aun cuando no estuviera desprovisto de dotes ni colocado en circunstancias difíciles, no me sería posible ser orador en la tribuna en que el señor Lozano ha dado muestras de su opulenta y lujosa imaginación, que hoy lo constituye ya en gloria de este Parlamento, que lo hará mañana gloria nacional; que si el estudio aumenta su ciencia y afirma su discreción, lo convertirá evidentemente en gloria de la raza, eñ gloria latina.

Pero los católicos, desprovistos de la experiencia de los negocios públicos y del prestigio que sólo da una larga carrera política; faltos de las influencias del dinero, del saber, de la fuerza, primero por exigirlo así nuestros principios, y por conveniencia pública después, cediendo ai movimiento natural en todo desvalido y en todo menesteroso, de asirse al primer asidero, nos acogemos a los únicos elementos de éxito que nos quedan, a la verdad y a la justicia, y vale, señores, que la verdad y la justicia, como dijo Bossuet, tienen una elocuencia superior a la palabra humana, porque con sus luces divinas saben hacer hablar a las cosas por sí solas.

Por eso hemos hecho de la verdad y la justicia nuestra espada y nuestro escudo, y siempre que veáis un orador católico en esta tribuna, podéis asegurar que invariable, constante e indefectiblemente, si no por la aptitud, por el deseo será un heraldo franco y honrado de la verdad y el bien.

Hoy vengo, señores, a dar principio a esa misión gloriosa, defendiendo a un porfirista, sin ser yo porfirista; patrocinando a un liberal, sin yo ser liberal en el sentido sectario de la palabra, sino con otro que conceptúo muy elevado y noble; sustentando la causa de un adversario del Partido Católico, que ganó la justa en buena lid, siendo que yo tengo la honra, no por cierto escasa, de ser uno de los representantes de dicho partido en esta Cámara.

Tres puntos tendrá mi discurso, y pasaré por ellos rápidamente; pero antes debo deciros, haciéndolas mías, las palabras que un joven pronunció en la última Convención Católíca y que he guardado en la memoria como un aroma reconfortante, porque tiene para mí influencia bienhechora lo que oigo de noble y hermoso en labios de la juventud:

Nada debe impedirnos decir el respeto; pero todo debemos decirlo con respeto.

Señores, mi espíritu es libre; tengo la libertad de la palabra, y usaré de ella sin ambages; pero, sabedlo, el respeto será la unción de mi discurso.

Todavía en estos momentos podemos preguntarnos para turbación mía y vergüenza vuestra, cuál es el criterio que nos debe guiar en la apreciación de credenciales.

Al principio, la Comisión nos tranquilizó y nos hizo creer en la justicia, ofreciéndonos que ella no se apartaría ni un momento de la norma de la ley, olvidando rencores, prescindiendo de cualidades personales y limitando su misión no a calificar a la persona del diputado, ya calificada por el pueblo en los comicios, sino sólo la validez del acto que lo autoriza.

Y en verdad que así debiera suceder. Estas juntas preparatorias se han constituido conforme a la Constitución, que sólo las autoriza, en su artículo 60, para apreciar las elecciones conforme a una ley reglamentaria que fija el proceso de la elección, las causas de nulidad, y que vienen a constituir la norma indeclinable de nuestro criterio.

Hemos recibido esa ley como un depósito y como una regla; ¿por qué la quebrantamos? ¿Somos acaso, Cámara Legisladora, cuando la ley sólo nos constituye en Colegio Electoral, para ir a derogar la ley vigente y derogarla como ni la misma Cámara de Diputados, ya perfectamente constituida pudiera hacerlo; es decir, sin observar las formas, que son el derecho tutelar, y tan importante como el derecho substantivo, sin someter nuestros actos a la revisión del Senado, parte superior de la soberanía?

Desafío a cualquiera de vosotros, señores, que afirme que estas juntas constituyen una Cámara Legisladora y estoy seguro que no habrá un solo diputado que se atreva a contestar afirmativamente.

Pero nos ha sucedido, señores, lo que sucede con mucha frecuencia a los parlamentos jacobinos, bullentes de pasión, ávidos de poder, palpitantes de venganza. En su ambiente revolucionario, caldeado como el de un horno, se ha infiltrado el espíritu de las brujas de Mácbeth, el de Mefistófeles, que perdió a Fausto, el de la serpiente de los tiempos primitivos que decía a nuestros primeros padres: Eritis sicu, dii: Seréis como dioses.

La tentación bíblica nos ha impelido a arrojar de la mano la ley como un instrumento inútil para el logro de nuestros desaforados deseos, y del mismo modo que, según De Maistre, la Revolución Francesa rompió la espada de la tiranía en mil pedazos, que convertidos en puñales, los distribuyó entre la plebe; nosotros queremos hacer de los fragmentos de la espada del general Díaz, puñales amenazadores para el pueblo, deshonrosos para el que los esgrima.

El señor Cabrera dijo, en mala hora, que la razón de Estado, la razón política, el interés de partido debían sobreponerse a la ley para juzgar a los católicos y a los independientes; y desde ese momento la Cámara cegada por la pasión, eludió sus deberes, y desde ese momento os habéis convertido en dictadores en caricatura.

¡Qué atropello, señores, a la verdad legal! ¡Qué violencia a la Constitución, que no nos constituye en legisladores y en árbitros de nuestra propia conciencia! ¡Qué conculcación de las leyes más sagradas de la naturaleza, que quieren que el juez no sea parte!

Rota la ley, libres de toda norma, nosotros juzgamos a la razón política conforme a nuestro propio criterio; vamos a juzgarla enfrente de nuestros propios enemigos; subvirtiendo los principios más sagrados, la parte va a ser juez, y los desvalidos católicos y los amenazados señores Lozano, Olaguíbel y García Naranjo pueden exclamar con Luis XVI ante la Convención: ¡Buscamos jueces y sólo encontramos acusadores!

No, señores; no escuchéis el silbido de la serpiente, ateneos a la ley, sed jueces y no déspotas; tened en cuenta la Constitución que habéis jurado respetar, la sabia naturaleza a quien debéis obedecer, porque así lo ha establecido Dios; sed también hombres cultos, como lo sois cuando la pasión jacobina no os ciega, y sabed que en los parlamentos europeos, arrastrados algunas veces, como los de Francia, por el huracán revolucionario, presas también del furor jacobino, apenas se han serenado las pasiones, apenas han entrado en quicio la razón, no han querido ser cuerpos políticos para juzgar las credenciales; las aprecian conforme a leyes ad hoc; y Villey, el último autor de Derecho Electoral Comparado que ha llegado a nosotros, considera que el cuerpo legislativo que en el mundo civilizado tuviera en esta clase de juicios una norma distinta de la del Derecho escrito y positivo, templado por una sabia equidad, para evitar el summum jus, que es la suma injuria, daría en la tierra el más deplorable ejemplo de inmoralidad.

Apreciemos, pues, señores, la credencial del señor Lozano conforme a un criterio legal, moderado a lo sumo por la misericordia: atenuatio juris estricti, como dijo Aristóteles.

Pero aun sin ampliar lo favorable ni restringir lo adverso, esa credencial puede ser examinada y se le encontraría libre de toda tacha, indiscutiblemente democrática.

La Comisión no ha podido observar, respecto de ella, sino que un número muy considerable de votos excedió de los del padrón: y penetrados los dictaminadores del mal espíritu de que hablaba antes, consideran que esos votos restantes son nulos, que su nulidad hace inaceptables los votos válidos, y establecen una especie de ley de contagio que no tiene su razón de ser ni en la filosofía, ni en la ley escrita, ni menos en el sentido común, sino sólo en la pasión vengativa e inexorable.

Desde luego, señores, si el representante del Partido Católico, que era uno de los contendientes del señor Lozano, nada objetó acerca de su credencial, porque no tuvo esos votos por nulos; si los padrones son tan deficientes, que siempre salen abajo de la realidad, y que si los exigiésemos escrupulosamente íntegros, no habría una sola credencial buena en este Parlamento, ¿por qué hemos de tener esos votos por inválidos? ¿No recordáis, señores, cómo se hacen los padrones en la República, precisamente porque son gratuitos, al punto de que yo no he conocido sino un buen empadronador: el general Díaz?

Pero aun suponiendo nulos esos votos excedentes, restados, queda una inmensa mayoría de miles de boletas en favor del señor Lozano; y ¿por qué pretendemos, señores, contra los grandes principios de Derecho, que lo írrito dañe lo válido, cuando, al revés, lo válido perfecciona lo írrito?

Ni en Francia, señores, en donde los padrones son perfectos y los censos igualmente, se cree en tal nulidad, aun cuando los votos, oídlo bien, no excedan del padrón, sino del censo mismo.

En este último caso, habrá indicio de fraude; pero ni el fraude mismo hace írrita la elección válida, ni el fraude mismo perjudica los votos válidos; porque no hay ni puede haber una ley que, aparte de las penas privativas del fraude, establezca la de arrancar a un diputado el derecho popular sin previo juicio, sin las formas tutelares de un proceso.

Tengo en mi bolsillo muchas doctrinas francesas perfectamente aplicables, porque comentan leyes idénticas; y para no cansaros con fastidiosas lecturas, os haré gracia de ellas y citaré sólo a Carpentier, tomo IX del Repertoire du Droit Francaise, páginas 829 y 831.

No quiero alargar este discurso, y por eso me limitaré a esos argumentos; pero no puedo abstenerme de hacer valer el de más poderosa fuerza moral, el de que si el fraude se presumiese, que no se presume, destruiría esa presunción adversa y peligrosa el hecho de que el jefe del Partido Católico en Teocaltiche, el señor Oliva, rico, probo, muy considerado en la comarca, perfectamente celoso por su partido, como presidente del Ayuntamiento presidió también el escrutinio y entregó al señor Lozano una credencial limpia de toda protesta, salva de toda irregularidad.

Ese partido justiciero, representado por mí, señor Lozano, sin compromiso alguno, porque he tomado la palabra libremente, ha sabido haceros justicia. Confirmo yo ese fallo desde esta tribuna, en su nombre y, en nombre suyo, condeno la grave injusticia que os amenaza.

Supondré que aceptamos por vía de método el tremendo absurdo de que la razón de Estado y el interés de los partidos pueden ser una norma en esta clase de juicios, y no la ley; y en este caso, voy a preguntarme: ¿existe tal razón extralegem para contravenir el Derecho y arrojarlo de nosotros como instrumento inútil?

¿No sucederá, al revés, que la razón de Estado favorece al señor Lozano, del mismo modo que la ley escrita y que, al juzgar sus propios intereses, el partido se equivoca, como tropieza y cae el que quiere recorrer a escape una senda tortuosa?

¿Acaso se pretende lanzar al señor Lozano a priori, sin examen de su expediente, como nos lo advierten los rumores que corrieron antes de que se abrieran estas juntas preparatorias, porque es porfirista, porque se teme al porfirismo?

Si este sistema está vinculado con la persona del dictador, conste, señores, que el general Díaz es un anciano agonizante, impotente, una sombra de lo que fue, sombra venerable a la que yo saludo con respeto desde esta tribuna; pero es imposible, ni que vuelva al poder, ni que conserve muchos días los últimos restos de vida.

El porfirismo, como sistema, es absurdo, porque no podemos crear un dictador sin cuartelazos, sin revoluciones que darán lugar a nuevos crímenes como los de Ticumán y Tres Marías; porque por una evolución discreta es imposible llegar al porfirismo de nuevo, aborrecido del pueblo, y sin que se nos indique ni por asomo un héroe o un sabio que pudiera encarnarlo.

Goncourt decía con mucha gracia en su Diario, que, al preguntársele su juicio sobre la religión de la humanidad, de Augusto Compte, contestó: Religión sin sobrenatural, vino sin uvas. Dictadura sin dictador posible, monarquía sin monarca, aristocracia sin nobleza, es pretender el absurdo, es querer hacer, señores, de México; situado en la Mesa Central, un puerto del océano.

El porfirismo no es más que una ruina, ilustre para unos, deshonrada para otros; para mí respetable. Creo que en el campo de la Historia sólo llamará la atención del viajero, como las del Partenón y del Foro Romano, sin que nadie pretenda levantarla.

Y odiar al porfirista, ¿por qué, señores? ¿No fue muy grande el general Díaz para tener muchos agradecidos, para deslumbrar la viva imaginación de la generosa juventud? ¿No tuvo a su lado los mejores elementos de la República, de prudencia, de talento, de patriotismo?

El mismo señor Madero lo admiró alguna vez, y quien lo haya servido con fidelidad, no puede ser nunca un criminal, y merece, como cualquier hombre de bien, estrechar la mano de un caballero.

Yo no fui porfirista, yo no desempeñé ningún empleo durante el porfirismo, no recibí honores del dictador, sino algún acto fugaz de benevolencia que mucho agradezco todavía; pero creo que los mexicanos contemporáneos, dejando a la Historia que juzgue en su oportunidad, por más que consideremos que el general Díaz hizo mucho mal o dejó de hacer mucho bien, en vista de su grandeza debemos callar respetuosamente, y decir lo que Corneille dijo, en cuatro versos, del gran cardenal Richelieu, versos que traduzco imperfectamente:

Háblese bien o mal del purpurado,
hablar yo bien o mal no juzgo cuerdo.
para hablar bien, mil males me ha causado;
para hablar mal, sus dádivas recuerdo
.

Los porfiristas, movidos también por el patriotismo, aman también la democracia. Ni uno solo de ellos ha podido presentar, por más que se han hecho algunos tanteos con ese fin, otro sistema que no sea un absurdo: la democracia incipiente, torpe y ciega los llama a sus brazos. Vengan a ampararla con el amor de los buenos hijos.

¿Se quiere excluir al señor Lozano de este Parlamento, porque incidental o circunstancialmente, es decir, de un modo enteramente efímero y fugaz, se ha aliado al Partido Católico, como se unen todos los débiles para escapar de un peligro común?

¡Con qué desagrado veria el pueblo que ésta era la causa de la expulsión de un hombre digno!

El Partido Católico no viene a revolucionar. Su programa lo ha dicho a todos los vientos de la República, sus procederes confirman su lealtad; por otra parte, no viene a destruir sino a perfeccionar, haciendo las instituciones completamente libres.

Un periódico de esta tarde indica que buscamos concordatos, tal vez fueros y no sé qué más. ¡Mentira! No queremos deformar la Constitución; queremos que su espiritu sea ampliamente libre; queremos, porque otras instituciones son imposibles en el país, que el árbol constitucional cobije todos los derechos con su sombra y eche raíces en todos los corazones mexicanos.

Se nos ha dicho en este Parlamento que nuestros dogmas condenan la independencia entre la Iglesia y el Estado. ¡Donosa manera de juzgar nuestra política conforme a la Teología, que se desconoce por entero!

No entraré a su terreno, a donde la mayor parte de vosotros no me podréis seguir, y diré sólo que en donde la unidad religiosa está rota, en donde corre peligro el orden público con la unión de la Iglesia con el Estado, los sumos pontífices permiten a los católicos establecer y sostener instituciones basadas en el principio de independencia entre la Iglesia y el Estado.

Os referiré sólo dos hechos que os convencerán mejor que una exposición dogmática y canónica:

El arzobispo Ireland, el orador más elocuente de los Estados Unidos, amigo personal de León XIII y de Pio X, tomó una vez en sus manos, en la cátedra sagrada, los Evangelios y la Constitución de los Estados Unidos, y decía que el libro divino por excelencia había inspirado al libro humano su generoso soplo de libertad. León XIII enviaba en circunstancias solemnes al presidente Cleveland un riquísimo ejemplar de la misma Constitución, con un autógrafo que decía o significaba:

Bendigo al pueblo cuya Constitución es una de las más libres de la tierra.

Y en lo que toca a reformas, no las promoveremos sino hasta que las pasiones se serenen, hasta que la pasión se despeje de nublados, hasta que las llagas de la patria dejen de sangrar, hasta que la tranquilidad y el orden sean inconmovibles; y entonces vQestras razones mismas, ilustradas, porque sois cultos, y no turbadas, porque ya seréis imparciales, examinarán nuestra causa y serán nuestro mejor juez.

En los momentos presentes, por doquiera surge la llama del incendio; por todas partes se ven crímenes como los de Ticumán y Tres Marías; por todas partes los odres de Eolo vomitan sobre nosotros sus vientos de borrasca.

En esta situación, ¿nos consideráis tan antipatriotas que llegÜéis a suponer venimos a proponer reformas, que, ahora que las pasiones están bullentes, no producirán más resultado que el de la leña al fuego?

No, señores, no somos antipatriotas, creedlo; y lo ha demostrado asi últimamente el prudentísimo Partido Católico de Michoacán, que luchó en las elecciones habidas allí tanto como pudo; que en su concepto no fue derrotado legalmente, sino con grave injusticia; pero como quiera que un cuerpo legislador legítimamente constituido declaró que el señor Silva era gobernador del Estado, y no el candidato de aquella agrupación honrada, los católicos se sometieron a la verdad legal, a pesar de sus convicciones profundas, porque saben que ésta es indispensable para que la sociedad subsista, pues de otra manera la revolución se impone, y nosotros no somos revolucionarios.

Al efecto, el Partido Católico, contrariando sus más vivas pasiones, sobreponiendo su razón a lo que tan torpemente se llama su fanatismo, mostró pÚblicamente, por medio de un manifiesto franco y honrado, su sumisión a esa verdad legal, y ese manifiesto ha recorrido toda la República, como brisa reconfortante; lo que le mereció de El Imparcial, periódico con quien no nos ligan los más leves vínculos, calurosísimos elogios, cuyo autor creo que está aquí presente y por lo cual aprovecho la ocásión para mostrarle mi agradecimiento.

El Imparcial decía: No hemos visto ejemplo más noble de sumisión a la ley que el que ha dado el Partido Católico de Michoacán.

Bendita sea, señores, la verdad, que cuando no es real y positiva, se le finge, como sucede con la verdad legal, porque hasta en su ficción es eficaz y provechosa.

Nosotros nos hemos sometido a ella humildemente, y así lo haremos en io futuro.

El batallador Montalambert, cuyo genio amo tanto, decía una vez, quizá con verdad, dados los momentos históricos en que fulminaba su gloriosa palabra, éstas, ardientes y vibrantes como el rayo: La libertad no se da; se arrebata. Pero el patriarca de un pueblo oprimido, un apóstol también, más paciente, con mayor templanza y prudencia, y no de menor ingenio, no ostentaba la divisa guerrera del caballero francés, sino ésta, seguramente más cristiana: Alcanzar el derecho por la vía de la paz y de la justicia.

Nosotros, que si somos expertos en la lucha, somos maestros de paciencia, que sabemos esperar porque sabemos sufrir; nosotros menos audaces y más prudentes, aceptamos la divisa de O'Connell, el egregio libertador de Irlanda: La libertad por la paz y la justicia.

¿Qué nos podéis temer, señores; qué nos podéis temer cuando somos tan pocos, según nos acaba de advertir el señor Trejo y Lerdo de Tejada? Y si nos teméis, será porque nos aprueban y nos aplauden quince millones de habitantes que están detrás de nuestro pequeño grupo en este Parlamento; pero en ese caso, somos el pueblo, y respetad en nosotros al pueblo.

¿Queréis excluir al señor Lozano por sus dotes intelectuales, por su palabra brillante, por su dominio de sí mismo en la tribuna, que le hace avasallar al auditorio?

Señores, juzgo que la pasión os puede hacer crueles, os puede llevar a las mayores violencias; pero no seréis nunca cobardes. Tenéis oradores, tenéis también campeones de fuerza que puedan medir sus armas con el ardido tribuno, y no daréis a la nación el triste espectáculo de la vileza y de la cobardía de quien obra por la más vil de las pasiones humanas: el miedo.

La envidia dice también -y perdóneme el señor Lozano si por un momento, contra mi voluntad, me hago eco de la envidia- que no es un orador, sino un moscardón del Parlamento, ministril de las ronchas y picadas, como decía Quevedo donosamente, que conviene excluir de aquí para librarse del aguijón que irrita y el zumbido que importuna.

Suponiendo cierta tan vil especie, ese mal no tiene otro remedio en las democracias que la paciencia, porque de otro modo, el Parlamento se expone a hacer el papel del oso de la fábula, que, destinado a velar el sueño del amo dormido y a espantarle las moscas, por ahuyentar una de ellas, deshizo el rostro de su señor.

Al lanzar al señor Lozano de este recinto, heriréis brutalmente a la democracia.

Ni la ley, ni el porfirismo, ni el Partido Católico, ni el miedo; es decir, ni la razón de Estado, ni la razón individual justifican el fallo que tememos; pero ni lo explican siquiera. ¿Qué puede explicarlo entonces?

A esa pregunta tengo dos respuestas: una mía y otra, del pueblo.

La mía es: la pasión jacobina, forjada en las fraguas de la revolución, templada en las aguas borrascosas del tumulto, no puede encajar en los moldes estrechos de la justicia, ni modelarse por la razón, como el barro en la mano del alfarero.

La contestación del pueblo se expresa con una sola palabra, en la que terminantemente no creo, pero en la que la nación creería; palabra que resonará lúgubremente en toda la extensión del ensangrentado territorio, aumentando el desaliento, exacerbando los rencores, vigorizando las discordias. Esa palabra es: la consigna.

Se diría que de las alturas bajó una orden y de esta Asamblea subió una aceptación deshonrosa; que se forjó el antiguo pacto de ignominia; que el Parlamento es un servil; que la democracia continúa siendo la comedia antigua; y el público, dirigiéndose a vosotros, a quienes juzga los cortesanos dispuestos a consentirlo todo, os dirigiría la imprecación de Mirabeau al rey de Prusia, protesta de todo pueblo desvalido contra el inexorable opresor, imprecación que ha sabido guardar la elocuencia francesa, eternamente, en ánfora dé bronce:

Si arrendáis a vuestros súbditos el agua que beben y el aire que respiran, vuestros cortesanos os dirán que hacéis bien; si derramáis su sangre como el agua de los ríos, vuestros cortesanos os dirán que habéis hecho bien; si disponéis de sus haciendas y hasta de sus honras, como de cosa propia, vuestros cortesanos os dirán que habéis hecho bien. Así lo dijeron cuando Alejandro, ebrio de cólera, desgarró de una puñalada el pecho de su amigo; así lo dijeron cuando Nerón asesinó a su madre.

Yo no creo en esa consigna; creo que el mismo optimismo del señor Madero, su misma fe en la democracia la desmienten; pero el pueblo la creerá, y sabed que las creencias erróneas en las naciones, suelen producir los mismos efectos que los crímenes reales.

Muchos de vosotros habéis derramado vuestra sangre por la libertad y hecho que se derramara la de soldados leales que servían a su gobierno con honor.

Señor Hay, señor Velásquez, y otros muchos soldados de la revolución que me escucháis: ¿qué, cuando derramabais vuestra sangre en el campo de batalla, y la de vuestros hermanos con la vuestra, lo hacíais por conquistar honores, vida regalada, riquezas y poder, o por conquistar la libertad?

No; estoy seguro de que vosotros decíais, como el Cruzado, según la gran expresión de Lacordaire: La sangre se da por nada, o no se da. La conciencia la paga en la tierra, y Dios en el cielo.

Las pasiones, señores diputados, las tremendas pasiones jacobinas, han sido vuestra serpiente, vuestro Mefistófeles.

Ahuyentad esa bestia, señores; recobrad vuestra razón, perdida por un momento.

Pero si tiranizáis la ley; si torturáis el Derecho para amoldarlo a vuestros apetitos; si desgarráis la más limpia de las credenciales, convirtiéndoos en jueces y en partes en propia causa por la vil razón de Estado que pretende justificar los mayores crímenes de la Historia; si lanzáis como a un malsín de este Parlamento a quien ahora es su honra y que puede mañana ser gloria de la nación y aun de la raza, alguna vez os quedaréis a solas con vuestra conciencia, alguna vez escucharéis el fallo de ese juez severo e inexorable, y entonces, os diré como un gran fraile a un rey francés: Que a fuerza de sentir remordimientos, quizá me encontraréis elocuente (aplausos).

El licenciado Armando Z. Ostos sucede en la tribuna al señor Elguero e improvisa esta arenga, no tanto para controvertir el dictamen de la Comisión, como para descargar rayos fulminadores sobre la cabeza de Luis Cabrera.

Señores diputados: Enardecido por una emoción intensa, pero con una fe grandísima, vengo a esta tribuna, porque es tan ardua y tan delicada la noble misión que mi conciencia me ha confiado, que vengo a ponerme al amparo de esos nombres gloriosos, para que sus luces auríferas iluminen mi cerebro, y así pueda llevar a vuestro corazón y a vuestra mente la convicción profunda de que en estos momentos debemos hacer justicia, que es la suprema virtud de los hombres honrados.

Hace pocos días, el señor don Luis Cabrera, cuando vino a atacar aquí el cientificismo, para preparar la derrota de los señores Lozano, Olaguíbel y García Naranjo, me dijo desde esta tribuna, parodiando a don Juan Tenorio: Señor Ostos: aquí está Blas Urrea para lo que quieran de él (risas y aplausos).

Y bien, señor Urrea, yo no quiero algo, quiero mucho de vos, quiero que en este Parlamento se presente usted siempre con una sola personalidad: con la personalidad de la razón, con la personalidad de la buena fe, con la personalidad de la justicia y no venga una vez a presentarse como Luis Cabrera, para decir disparates en Derecho atacando la credencial del señor Castellot (siseos), y después venga aquí Blas Urrea, que no es el de los otros tiempos. Que venga Blas Urrea a esta tribuna como yo lo admiré; pero no a verter la ponzoña, a sembrar la discordia en esta Representación Nacional. Yo he examinado esas dos personalidades con que se ha presentado el diputado por el 11 distrito electoral del Distrito Federal, y puedo sentar dos conclusiones: Luis Cabrera es Luis Cabrera cuando desbarra en Derecho; Blas Urrea es Blas Urrea cuando desbarra en política (risas y siseos).

Y bien, señores; ya la primera proposición es la verdad legal; la credencial de Castellot fue aprobada por una abrumadora mayoría. La segunda proposición voy a demostrarla, porque ahí está el punto principal de la defensa de mi distinguido amigo el señor Lozano. Es Blas Urrea -no aquél, sino el de hace tres días- el que viene a decir aquí que en cuestión de credenciales debe mediar la obsesión, debe mediar el odio personal; fue Blas Urrea quien se olvidó de lo que es un Colegio Electoral. Un Colegio Electoral, como muy bien lo ha dicho el señor Elguero, no es una función legislativa, es una función eminentemente legal, cuyo fallo está perfectamente definido por una ley; nosotros estamos erigidos en Colegio Electoral para examinar si una credencial es buena o mala; debemos respetar la ley, ver sus principios y examinarla, para dar nuestro fallo con sujeción a esos principios.

Los diputados tenemos dos clases de funciones; funciones precisamente legales, y funciones político-legales. Funciones precisamente legales son las funciones del Colegio Electoral, son las funciones de Gran Jurado; quiero decir que en estas funciones, todos los diputados, dejando a un lado los odios, dejando a un lado los rencores, deben obrar con la ley, deben inclinar la frente ante sus mandatos imperiosos. Y yo pongo este ejemplo a Blas Urrea y a todos los señores diputados: supongamos señores, que de aceptar la tesis de que cuando funcionamos en Gran Jurado, que es una función eminentemente legal, debamos aceptar las pasiones de partido; supongamos, señores, que tengo un enemigo gratuito, y me acusa calumniosamente ante los tribunales, me acusa de fraude al Erario; se pide el desafuero, se forma el expediente, y en ese expediente no hay pruebas, sólo hay calumnias. Señores diputados, para dar ese fallo, ¿haréis caso de los rencores, de las pasiones de partido? No, señores; yo lo declaro solemnemente: ni Blas Urrea haría eso en este caso.

Así se debe obrar cuando se trata de una credencial. Nosotros, los de la minoría independiente, hemos estado con los católicos en la defensa de sus credenciales, cuando esas credenciales han sido legítimas. No hemos estado con los católicos por credo político; estamos muy lejos de ello; hemos estado para defender la ley, para formar una masa compacta contra la obstrucción y la ponzoña. Yo soy el primero en lamentar que los señores del Partido Católico, como católicos, estén en esas curules; pero ya que no tuve los elementos suficientes, ya que no tuve numerosos adeptos ni dinero para oponerme en las elecciones al triunfo de los señores católicos, ya que ellos traen una credencial legítima, yo he tenido, no sólo que inclinarme ante esa credencial, sino que levantar mi voz y dar un voto firme y consciente. ¡Ay de ustedes, señores católicos, si ya en funciones legislativas nos traéis una tesis o un proyecto que sea contra nuestras orientaciones políticas! Entonces, señores católicos, la minoría independiente será vuestro peor enemigo.

No nos hemos unido con los católicos ni por la secta, ni por el partido; nos hemos unido por la ley, pero no con las funciones legislativas.

Señores, en cambio, el señor Blas Urrea, cuando rendimos la protesta constitucional, incurrió en un error grandísimo, en un absurdo inmenso; vino a esta tribuna y dijo frases de concordia a los señores católicos; les dijo: Aquí está mi mano; ahora que están ustedes sentados allí, soy vuestro amigo. La teoría contraria, el sistema contrario es el que debe seguir el verdadero liberal. Ahora que ya están en funciones legislativas, ahora que ya las credenciales han sido aprobadas; ahora, señor Cabrera, no les demos la mano; neguémoselas: somos sus peores enemigos.

Es necesario examinar qué hay en este fondo de pasiones, en este mar tempestuoso de odios. El señor Blas Urrea, queriendo fulminar al triángulo parlamentario, compuesto de hombres tan sinceros, tan nobles como Lozano, Olaguíbel y García Naranjo, ha venido hace días a esta tribuna con una ponzoña terrible; sabiendo Blas Urrea que en este Parlamento se encuentran dos hermanos del señor Presidente de la República, ha venido a infiltrar ponzoña en vuestro corazón, ha venido a leeros un artículo cruel de El Debate, y eso es impúdico, eso es inhumano (siseos); eso recuerda al reptil bíblico que ofrecía la manzana de la discordia a Eva, y no para perderla a ella, sino para perder a toda la humanidad. Así ha sido, señor Gustavo Madero, señor don Alfonso Madero, señores amigos del maderismo, la lectura del artículo de El Debate. No sólo para perder a Lozano, Olaguíbel y García Naranjo; ha sido también para perderos a vosotros. Hay que abrir los ojos; en esta Cámara se reciben muchas sorpresas; en esta Cámara se cambia de política todos los días: los que hoy os tienden la mano, mañana serán vuestros peores enemigos; los que hoy son vuestros enemigos, mañana quizás serán vuestros leales amigos.

Yo me permito exhortar al Partido Constitucional Progresista, al partido que más ama al Presidente de la República, para que en este caso solemne no deje envenenar su alma; que obre a conciencia, que obre con justificación y tome en cuenta que hay procedimientos terribles, aquí en esta Cámara, no para ahogar a nosotros, sino para ahogar a toda la República.

Dejemos ya la cuestión de Estado y de pasiones; vamos a pasar al terreno verdaderamente legal, al caso esencialmente jurídico.

Voy a demostrar que la credencial de José María Lozano es perfectamente limpia, es perfectamente pura. Si yo no demuestro esta tesis, si veo que mi conciencia se agita y que no puede demostrarla, aquí levantaré mi voz para decir a Lozano: Tu credencial es mala; respeta el fallo de esta Asamblea; pero pido de ustedes atención y benevolencia; pido que dejéis la investidura personal del odio y de las pasiones a la puerta de la Cámara, y que aquí os pongáis la investidura del funcionario público, sin saber a quién váis a juzgar, como la Justicia, con los ojos vendados.

La credencial de José María Lozano es perfectamente pura, perfectamente blanca; es una infamia la que se quiere cometer con José María Lozano.

El señor don José María Lozano obtuvo una inmensa mayoría de votos en el distrito que le corresponde; la Junta Electoral le expidió su credencial; en esta Junta Electoral no se hizo una sola protesta; esta Junta Electoral no puso en su acta ningún vicio que tuvieran los votos emitidos. Pues bien, señores; si esa credencial no tiene protesta, si esa credencial no tiene vicios, la Comisión Escrutadora no debe ir más allá; debe atenerse a la ley, al artículo 8° del decreto de 22 de mayo, que estrictamente le ordena que solamente calificará los vicios que traiga el acta respectiva; y si esa acta no trae vicios de ninguna especie, si esa acta viene perfectamente limpia, la Comisión viola la Ley Electoral, viola la Constitución, comete un acto injusto, viniendo a decir que José María Lozano tiene que ser arrojado de esta Cámara.

Dice la Comisión que el señor Lomelí presentó una protesta ante esta honorable Cámara. Desde luego declaro que esa protesta debió haber venido desde la Junta Electoral, como claramente lo ordena el artículo 115 de la Ley Electoral. Quiero decir que es necesario cumplir con todos los requisitos: protestar en las casillas, protestar en la Junta y después venir a protestar ante esta Cámara. Voy a conceder a la Comisión que la ley no exija que se proteste en las casillas; viene don Manuel Lomelí y protesta ante la Comisión que en Teocáltiche el señor Lozano tiene 800 votos que no constan ser emitidos por ciudadanos empadronados; esto es, que votaron 800 personas más de las que figuran en el padrón. Fijáos bien, señores jueces -así os voy a llamar-, fijáos bien que la Comisión asienta que Lomelí dijo que había habido exceso de votos; Lozano, que es el demandado en este caso, se conforma con la demanda y dice: Estoy conforme con la demanda; son nulos, son viciosos los 800 votos. ¿Por qué la Comisión va más allá de la demanda; por qué la Comisión no acepta la contienda de las dos partes? No, la Comisión va más allá, la Comisión amplía su fallo y declara que no sólo son nulos y viciosos los 800 votos que le disputan al señor Lozano, sino todos, absolutamente todos los votos de Teocaltiche. ¿En qué se funda este absurdo tremendo, esta ilegalidad? En simples palabras, en palabras nada más. Viene y nos dice: Hay presunciones de que todo sea fraudulento.

Señores de la Comisión: recordad vuestra práctica profesional; exigid pruebas del demandante que justifiquen la nulidad; que el demandante os presente pruebas de que hubo soborno, de que hubo fuerza armada, de que hubo cohecho que afecten a la nulidad de todos los votos.

Si, pues, no hay pruebas por parte de interesado, si, pues, solamente dicen ustedes que hay presunciones de que todo haya sido fraudulento, ¿en qué está fundado vuestro fallo, señores?, ¿en una conciencia absurda, en un deseo de perjudicar a José María Lozano? No, señores de la Comisión; acoged mis palabras: son sinceras; meditad vuestro fallo; abrid la Ley Electoral. Quizá porque la de Lozano es una de las últimas credenciales, esté cansada vuestra atención.

Y si son nulos los 800 votos con que se conforma el señor Lozano, hay un artículo expreso, terminante: es el artículo 113 de la Ley Electoral, que dice que cuando los votos no afecten a toda la pluralidad, solamente se nulificarán éstos. Los 800 del señor Lozano -que, para no contender, se ha conformado con esa nulidad-, en lo más mínimo, absolutamente, afectan a la pluralidad. Entonces, con los mismos fundamentos con que ustedes quieren traer de diputado a Manuel Lomelí, con esos mismos fundamentos, con la conciencia pura, con la frente muy alta, debéis decir: Con fundamento en el artículo 113 de la Ley Electoral, José María Lozano es diputado al Congreso de la Unión. Si así lo hiciereis, recibiréis el título de justos.

Antes del 14 de septiembre, la minoría independiente hizo grandísimos esfuerzos por evitar que se violara la ley; pero ahora, señores, esta minoría independiente está más obligada a evitar que se viole la ley. ¿Por qué, señores diputados? Porque el 14 de septiembre, a las siete de la noche, conmovidos, en un acto solemne, ante estos nombres gloriosos, y ante este letrero que dice: LEX, hemos dicho con la mano extendida: Protestamos guardar la Constitución Política de la República y todas las leyes que de aquélla emanen. Así, pues, ahora debemos hacer honor a la Constitución, debemos hacer honor a nuestra protesta, porque si así no lo hiciéramos, señores, deberíamos quitamos el nombre de mexicanos e irnos al país de los cafres.

Señores del Partido Constitucional Progresista:

Ya no cansaré vuestra atención. Mis últimas palabras van a ser de una exhortación sincera; acoged mis frases. He venido a esta tribuna de muy buena fe, a defender la verdad y la ley. Dejad vuestros odios, dejad vuestras pasiones; sed nobles; recordad que la revolución costó mucha sangre al país y que en su bandera traía el glorioso nombre de sufragio efectivo. Vosotros, más que nadie, estáis obligados a hacer respetar ese sufragio, y vosotros, más que nadie, estáis obligados a dar un voto aprobatorio en favor de Lozano y un voto reprobatorio en contra del dictamen de la Comisión.

Señores del Partido Liberal:

A vosotros me dirijo con calor y con cariño. Nosotros somos de ustedes, somos vuestros hermanos; ¿por qué vais a permitir que se arroje a uno de los nuestros? Abrid los brazos; recibid a Lozano, que va a ser aquí, en esta tribuna, uno de los primeros paladines de las ideas liberales. Señores del Partido Liberal: Abrid los brazos a uno de nuestros mejores hermanos.

Señores del Partido Católico:

Por respeto a la Ley; no por credo, ni por gratitud, ni por simpatía, votad por Lozano.

Y a ti, José María Lozano, sólo me queda decirte que he agotado todos mis esfuerzos, que es grande mi deseo, que esperes tranquilo y sereno el fallo de la Asamblea. Si es favorable, que la nación lo premie. Si es contrario, nos quedará la satisfacción del deber cumplido y el recuerdo de aquellas palabras: Sobre los fracasos se edifican los triunfos. (aplausos).

Indice de Instalación de la XXVI legislatura Recopilación y notas de Diego Arenas GuzmánCAPÍTULO DÉCIMO - El canto del cisne hecho hermoso discurso en boca de José María Lozano CAPÍTULO UNDÉCIMO (Segunda parte) - Cabrera, cabeza de turco para la contrarrevoluciónBiblioteca Virtual Antorcha