Indice de La matanza política de Huitzilac de Helia D´Acosta Presentación de Omar Cortés Capítulo primero - Hablan los familiares. Versión del chofer de SerranoBiblioteca Virtual Antorcha

LA MATANZA DE HUITZILAC

Introducción por Helia D´Acosta


El 2 de octubre de 1927 un grupo de amigos -trece en total, el trece cabalístico- se dirigió alegremente a bordo de varios automóviles hacia el rancho La Chicharra, propiedad del general Francisco R. Serrano, cercano a Cuernavaca.

En La Chicharra estaban en su apogeo los preparativos para celebrar el santo del patrón: el mexicanísimo arroz, la barbacoa, el mole de guajolote, el pulque curado y los mariachis -juglares del siglo XX- indispensables en todo festejo. El generoso y querido patrón iba a celebrar su santo el día cuatro de ese mismo mes.

El grupo alegre y fraternal lo formaban el general Francisco R. Serrano a quien iban a festejar, el licenciado Rafael Martínez de Escobar; los hermanos y generales Daniel L. Peralta y Miguel A. Peralta, el general Carlos A. Vidal, que era entonces gobernador del Estado de Chiapas; el general Carlos Ariza; el poeta Otilio González; el periodista Alonso Capetillo; el joven de 22 años, Antonio Jáuregui Serrano, sobrino del general Serrano; el mayor Octavio R. Almada; el capitan Ernesto Noriega Méndez, a quien apodaban Cacama; el periodista Augusto Peña y José Villa Arce.

Por aquel entonces ya tocaba a su fin el periodo presidencial del general Plutarco Elías Calles. Pretendían el puesto tres generales: Alvaro Obregón, que faltando al precepto constitucional de la No Reelección, se lanzó como candidato impuesto por Calles, ya que en el periodo anterior, cuando Obregón fue Presidente, a su vez impuso a Calles: se trataba entonces de corresponder al favor recibido. Francisco R. Serrano y Arnulfo R. Gómez se lanzaron como candidatos independientes, representando de hecho a la oposición y contando con la simpatía popular.

Obregón quería a toda costa volver a ocupar la silla presidencial y se valió de todos los medios para lograrlo, manchándose las manos de sangre inocente y dejando un vergonzoso borrón en la historia de México.

Cuando se haga luz en este bochornoso periodo de nuestra historia, seguramente el monumento de La Bombilla será destruido y a cada quién se le dará su lugar en la Historia.

Volviendo a los hechos de aquel trágico principio de octubre, encontramos que ese grupo de amigos que iban a celebrar el santo de su jefe, no se imaginaban la sucia maniobra de que iban a ser objeto y el final que tendrían. Tan no se imaginaban nada, que algunos se hicieron acompañar de sus esposas, entre ellos, el licenciado Martínez de Escobar, que al ser aprehendido en Cuernavaca suplicó a un amigo que acompañara a su esposa a la ciudad de México.

Una rebelión simulada

Mientras tanto, én México se tenía el plan completo para eliminar a los dos candidatos opositores: consistía fundamentalmente en acusarlos del delito de rebelión; pero como en realidad no había tal rebelión era necesario simularla. Y para ello se aprovecharon las maniobras militares qUé hubo en Balbuena en esos días. Se dieron órdenes a gran parte de la guarnición de la plaza, entre otros al 50 Batallón, cuyo jefe era el general Nazario Medina, para que se trasladara a Balbuena y regresara a sus cuarteles. Esa era la orden oficial, pero ocultamente el jefe del Estado Mayor de la guarnición dd Estado de México, que era el general Héctor Ignacio Almada, dijo al jefe de las tropas que de Balbuena se fueran a Texcoco. Y como ante la ley se comete delito de sedición cuando se desobedece una orden, aquellos pobres soldados víctimas de la maniobra de sus jefes, fueron acusados de rebelión, hechos prisioneros y fusilados sus jefes, entre ellos, el general Medina.

Al general Calles le informaron de esa rebelión y él inmediátamente dio orden de aprehensión para el general Serrano. El memorándum estaba concebido en éstos términos:

Sírvase usted recibir de la escolta que conduce de Cuernavaca a México, a los generales Serrano y acompañantes y conducirlos a ésta.

Se dice que esa orden se la llevaron a Calles para que la firmara, y una vez firmada, Obregón y José Alvarez, que era jefe del Estado Mayor, volvieron a poner el pliego en la misma máquina donde había sido escrito y agregaron la palabra ¡Muertos!

Claudio Fox acepta ejecutarlos

Fue llamado el general de división Roberto Cruz, que entonces era inspector general de policía, para que fuera a Cuernavaca a ejecutar esa orden, pero él se negó a cumplirla. Entonces, llamaron al general Claudio Fox, jefe de las Operaciones en Guerrero y que estaba en la ciudad de México, para que cumpliera esa orden. Fox se aprestó gustoso a cumplirla, pues era bien sabido el odio que profesaba a Serrano. Muchos oficiales que estaban presentes se ofrecieron gustosos a acompañarlo, contándose entre ellos, el general Carlos S. Valdés, el general Luis Alamillo Flores, que después fue premiado con la dirección del Colegio Militar, el coronel Pedro Mercado y algunos otros jefes y oficiales subalternos.

En la mañana del dos de octubre de 1927, el general Serrano tranquilamente jugaba billar en el hotel Bella Vista, cuando fue aprehendido; el general Ariza estaba en el jardín de Cuernavaca dándose grasa a los zapatos cuando lo aprehendieron, y así, todos los amigos de Serrano fueron detenidos en diferentes sitios, algunos en sus hoteles.

El entonces gobernador de Morelos, Ambrosio Puente, los acusó del delito de rebelión y fueron conducidos el tres de octubre con destino a la ciudad de México por un grupo formado por catorce oficiales; venían en varios automóviles. Inmediatamente adelante del carro que ocupaba el general Serrano iba un camión del Ejército con los custodios, y dice uno de esos oficiales que hubo un momento en que el camión en que ellos venían detuvo su marcha por alguna descompostura, de tal manera que el auto en que iba Serrano se adelantó a ellos y lo perdieron de vista.

El general Serrano cuando vio que los otros se habían quedado atrás, dijo a su chofer:

Deténte un momento. Vamos a esperarlos.

¿No era este un momento bastante propicio para que el general hubiera tratado de escapar si se hubiese considerado culpable?

Pero él, ingenuamente, creía que al llegar a México lo pondrían en libertad.

Los prisioneros venían con una escolta cuyo mando traía el oficial Baltazar García. Al llegar al kilómetro 47 de la carretera de Cuernavaca se encontraron con Fox, quien exigió y logró que se le entregaran los prisioneros. Unos kilómetros más adelante, Fox ordenó que se detuvieran los automóviles y bajaran sus ocupantes. Testigos presenciales afirman que él mismo, que sentía un odio acendrado por el general Serrano, cruzó la cara de éste con un fuetazo. Enseguida Cacama, ayudante de Serrano, se echó encima de Fox, indignado por el ultraje a su jefe; Fox sacó la pistola y lo acribilló a balazos, y lo mismo hizo con el general Serrano, dando orden enseguida a los soldados de que hicieran fuego sobre los demás prisioneros. El general Miguel A. Peralta, gran amigo de Serrano, estaba cerca de él y fue el tercero que cayó muerto. Al terminar esta horrible carnicería, arrojaron los cadáveres como si fueran fardos, en los automoviles, y los trasladaron al Hospital Militar de la ciudad de México.

Los parientes de las víctimas dicen que los cadáveres mostraban las muñecas y tobillos descarnados por el alambre de púas con que los ataron para que no pudiesen defenderse.

Así murieron aquellos catorce amigos -mexicanos de corazón- que iban a festejar el santo de su jefe y que volvieron a sus hogares acribillados por las balas asesinas, y que, para justificar el crimen, los acusaron del delito de rebelión.

El otro candidato presidencial, general Arnulfo R. Gómez, era fusilado el 5 de noviembre de 1927, en el pueblo de Coatepec, en Veracruz, acusado del mismo delito: Rebelión.
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