Indice de La matanza política de Huitzilac de Helia D´Acosta Capítulo quinto - La campaña política del general Serrano Capítulo séptimo - Asedio a los familiaresBiblioteca Virtual Antorcha

LA MATANZA DE HUITZILAC

HELIA D´ACOSTA

CAPÍTULO SEXTO

Relato de un testigo


- Es la primera vez que hablo sobre este doloroso asunto -me dijo el señor licenciado Carlos Ariza, exdiplomático y en la actualidad, alto empleado de Petróleos Mexicanos, e hijo del general del mismo nombre y apellido, sacrificado en Huitzilac- y agregó:

- En la época de Cárdenas, se abrió un proceso; yo me eximí de hablar porque lo he considerado inútil en cuanto al castigo de los criminales, a los que parece, se les ha prem!ado.

- Licenciado Ariza, ¿conoce usted algunos antecedentes sobre la campaña política del general Serrano?

- Mi padre fue candidato a gobernador de Morelos en 1927, y triunfó por una abrumadora mayoría sobre el otro candidato que era Fernando López. Sin embargo, Calles; que era un dictador, no lo reconoció, no obstante que ya se había hecho la declaratoria en bando solemne, y se anularon las elecciones.

- ¿A qué atribuye usted esa actitud de Calles?

- Fue un capricho simplemente. A mi padre no lo quería porque era católico y lo expresaba con toda sinceridad. Calles ayudaba a los que profesaban su mismo credo.

- En su opinión; ¿cuál fue el móvil de la masacre?

- El odio de Calles para Serrano, y el odio que también Obregón sentía hacia él, porque sabía que ganaría las elecciones porque contaba con la simpatía de todo el pueblo.

- ¿Qué impresión le causó la noticia de los asesinatos?

- Con exactitud ignoro cómo se desarrollaron los hechos porque en esa época me encontraba yo en Caléxico con el cargo de cónsul de México. Tuve noticia de los asesinatos por información que la mañana del día cuatro de octubre de 1927, me fue comunicada por el general Abelardo Rodríguez, quien entonces era gobernador del Distrito Norte de Baja California. Confirmé la terrible noticia, por teléfono, a larga distancia. hablando con el profesor José F. de León. Dicen que mi padre fue aprehendido en la calle, cuando se lustraba el calzado en el zócalo de Cuernavaca. Que llegó un panadero a avisarle que habían aprehendido a Serrano, y que al llegar mi padre al cuartel, se encontró con el inspector de policía y le entregó su pistola.

Ariza pudo salvarse

- ¿Se enteró usted de los planes supuestamente rebeldes de Serrano y sus acompañantes?

- ¡Nunca! Eso es un ardid para justificar la cruel matanza. Si la intención verdadera era la de levantarse en armas, cuando avisaron a mi padre que sus compañeros habían sido aprehendidos, pudo él aprovechar el tiempo para escapar. Pero como no tenía nada que temer, fue al cuartel en busca de sus compañeros.

- ¿Qué opina usted de la actitud de Juan Domínguez?

- Es curioso que a todos los aprehendieron y los llevaron a un asesinato en masa, y que el jefe de la zona militar en Morelos, incidentalmente el general Juan Domínguez, compadre de Serrano, estuviera al margen de cualquiera actividad de esa naturaleza, siendo militar. En caso contrario, simplemente actuaba dentro del grupo desempeñando un papel repudiable, dada su amistad con Serrano.

- Dicen que el general Serrano tenía la seguridad de que al llegar a la ciudad de México, los pondrían en libertad. ¿Cree usted eso?

- Efectivamente, Serrano nunca presintió su trágico fin; como él era noble y generoso, creía que todos eran como él. Y como su vida era limpia, nada tenía que temer. Me han platicado que cuando lo aprehendieron, se encontraba en Cuernavaca el primer secretario de ia Embajada Americana y que fue a ponerse a las órdenes de Serrano, y éste le dijo que al llegar a México, los pondrían en libertad. Le aseguro a usted que si hubiera intervenido el representante de Estados Unidos, nada hubiera pasado.

En el año de 1932, siendo yo consejero de la Confederación de Obreros y Campesinos Mexicanos, en Los Angeles, California, asistí cierta noche a una junta que celebraba esa organización en un pueblecillo cercano a Los Angeles, de nombre Cucamunga. Durante la presentación de las diversas personas que deberían tomar la palabra, se citó mi nombre, y después de que yo hablé, una de ellas, que estaba en el grupo de más de cien obreros y campesinos, se acercó a mí y me preguntó si mi apellido era Ariza. Al responderle en sentido afirmativo, me indicó que deseaba hablar a solas conmigo, a lo cual accedí.

En su plática, después de decirme que dispensara que trajera a la conversación ese tema tan penoso, puesto que yo me había identificado como hijo del difunto general Ariza, dijo llamarse Marcelino Morales Martínez, y que había sido miembro del regimiento y formado parte de la tropa qUe había ido con Fox al camino de Cuernavaca, sin saber a qué iban, pero que al encontrar los automóviles que venían de Cuernavaca a México, lo que ocurrió unos kilómetros antes de llegar a Tres Marías, y detener su marcha, él reconoció a algunos generales, sobre todo a Serrano, quien había servido en Sinaloa. Que Serrano y otras tres o cuatro personas descendieron primero del auto en que viajaban, y que habiéndole tocado estar cerca de los dos grupos, pudo notar que las gentes que venían de Cuernavaca, traían las manos atadas por la espalda, y que Serrano, al reconocer a Fox, volteó hacia alguno de sus compañeros y le dijo:

- ¡Ahora sí la tenemos perdida! ¡Aquí viene este desalmado a recibirnos!

Ante esas palabras de Serrano, pronunciadas en voz alta, Fox dio unos pasos hacia él y le dijo que por fin tenía oportunidad de desquitarse. Y como confirmación de lo que decía Fox, le dio un fuetazo a Serrano en la cara, y entonces, uno de los presos, que iba amarrado de las manos y que después supo le llamaban Cacama (ayudante de Serrano), se le echó encima a Fox maldiciéndolo y tratando de darle puntapiés. Que en esos momentos Fox sacó la pistola y golpeó al ayudante en el rostro y en la cabeza.

Que posteriormente, cuando ya habían descendido todos los demás de los coches, Fox mandó a los custodios de los prisioneros que se hicieran a un lado, y dio orden a la tropa de disparar.

Al no atender los soldados esa orden, Fox la repitió, sin que en apariencia, los soldados se atrevieran a cumplirla, y fue entonces cuando los oficiales que acompañaban a Fox. iniciaron el fuego de las pistolas subametralladoras, sobre el grupo de presos, algunos de los cuales intentaron huir hacia distintos lugares; no así el general Serrano, que fue de los primeros en ser acribillado junto con el fiel Cacama y los dos hermanos Peralta.

Que mi padre fue de los últimos, y que hubo uno que huyó a los matorrales. Que al pasar lista para confirmar si ya los habían matado a todos, el Peludo, que estaba escondido tras una roca contestó:

- ¡Aquí estoy, desgraciados!

Y lo acribillaron a tiros.

Como durante varios, años no vine a México, no sé hasta qué punto pudiera ser cierto esto, terminó diciendo el licenciado Ariza.

El espantoso cuadro del Hospital Militar

A esta interesante narración del licenciado Ariza, es oportuno agregar la versión de la señora Leonor Portillo viuda de Ariza, esposa del señor Ramón Ariza, otro de los hijos del general Ariza, sacrificado en Huitzilac, que empezó así su relato:

- El día cuatro de octubre de 1927, vimos mi esposo y yo la noticia de los asesinatos, en la prensa. Ramón, mi marido, se puso en un estado terrible, al grado de que le fue imposible salir a la calle. Entonces yo, sin que él se diera cuenta, fui al Hospital Militar. Había dos cordones de soldados para impedir la entrada. Yo logré entrar gracias a que me encontré con la familia de los generales Peralta.

Al entrar vi unos cadáveres tirados en el piso, y otros en las planchas. El del general Ariza estaba hasta el fondo y completamente desnudo. Me dijeron que acababan de hacerle la autopsia. Tenía todo el cuerpo clareado por las balas; el rostro destrozado, al parecer a culatazos y las manos desolladas.

Inmediatamente busqué en sus manos un valioso anillo de jade que Carlos, su hijo, le había enviado cuando estuvo de cónsul en China, y recibí una terrible sorpresa: ¡tenía el dedo cortado!

Recuerdo que me daban sus ropas y' no las quise tomar porque estaban empapadas en sangre.

Pregunté por una leontina, también de jade, y un finísimo reloj de repetición; así como dieciocho mil pesos que el general llevó al salir de México, pero no encontré nada: ¡lo habían saqueado!

También me acuerdo de qué los parientes del general Serrano preguntaban por unas mancuernas que representaban unas águilas de oro y diamantes, que el general llevó puestas. Todo desapareció.

- Dígame señora, ¿cómo vio usted a los otros cadáveres?

- Todos estaban destrozados. El que más me impresionó fue el de Monteverde que tenía una expresión de terror, realmente escalofriante. Otra cosa que no se me olvidará nunca es que al poner las enfermeras el cadáver del general Ariza en el féretro, les quedaron las manos llenas de masa encefálica. ¡Tenía destrozado el cerebro!

La señora de Ariza, concluyó su impresionante relato con esta frase:

- No nos dejaron en paz ni después de asesinado mi suegro. Los nueve días que duraron los rosarios, la policía estuvo vigilando nuestra casa.

(De la revista Jueves de Excelsior correspondiente al 20 de noviembre de 1947)
Indice de La matanza política de Huitzilac de Helia D´Acosta Capítulo quinto - La campaña política del general Serrano Capítulo séptimo - Asedio a los familiaresBiblioteca Virtual Antorcha