Indice de La matanza política de Huitzilac de Helia D´Acosta Capítulo cuarto - Uno que se salvó Capítulo sexto - Relato de un testigoBiblioteca Virtual Antorcha

LA MATANZA DE HUITZILAC

HELIA D´ACOSTA

CAPÍTULO QUINTO

La campaña política del general Serrano


En mi afán de reunir datos que aporten alguna luz para aclarar la verdad sobre los asesinatos de Huitzilac, entrevisté al licenciado Alberto Salmón, que fue presidente del comité directivo de la campaña política del general Francisco R. Serrano, y al señor Silvio Castillero, que acompañó al genera] Serrano durante el corto tiempo que duró su campaña presidencial.

Trataré de reproducir la converción que con ambos tuve, en la forma espontánea en que se fue desarrollando.

- Licenciado Salmón, ¿quiere usted platicarme lo que recuerda sobre aquella tragedia?

- Con mucho gusto. Verá usted, el sábado primero de octubre de 1927, vi por última vez al general Serrano. A la 1:10 de la tarde, vino a mi despacho, me dijo que marchaba a Cuernavaca para pasar su onomástico en su rancho. Yo quise acompañarle, pero él se negó, diciéndome que me necesitaba aquí para informarle a su regreso de todos los acontecimientos que en esta ciudad se desarrollaran.

Muchos de los que murieron con él, fueron a alcanzarlo cuando supieron que se había marchado, como lo hizo el general Vidal.

Martínez de Escobar y los hermanos Peralta, llegaron a mi casa buscándole, y al enterarse de su partida, fueron también a su alcance.

Octavio Almada, tampoco lo sabía; estando en unos billares se enteró, y también se fue en su seguimiento.

Ni siquiera Luis Higgins, su secretario particular, tuvo conocimiento del viaje. Cuando el general Serrano vino a mi despacho, manifestó:

- Ya van cinco veces que me dice Tonchi (se refería a su sobrino Antonio Jáuregui), que me acompaña, y tanto ha insistido, que lo voy a llevar.

- ¿Cuál era el motivo por el que el general Serrano rehusaba que lo acompañaran?

- Porque en esos días Sinaloa, su Estado natal, fue arrasado por una terrible inundación, y él no quepa hacer ostentación de su santo con festejos que le hicieran sus amigos, en esos momentos de dolor para su pueblo.

- Se dice que el general Serrano llevaba una fuerte cantidad en metálico que le fue recogida arguyendo que era para los gastos de la rebelión. ¿Qué sabe usted de eso?

- Eso no es verdad. El único que llevaba dinero era Vidal. Serrano, cuando vino a mi despacho, me dijo que había conseguido cinco mil pesos en préstamos; y de aquí salió para dejar dinero a su madre y a su esposa. También se ha dicho que era dipsómano; eso tampoco es verdad. Tenía una inteligencia tan lúcida y un cerebro tan normal, que en casos de mucho trabajo, dictaba a dos secretarias al mismo tiempo.

Serrano no era desorganizado ' económicamente, prueba de ello que al recibir la oficina del Gobierno del Distrito, estaba quebrada, y él la puso a flote dejando más de un millón de pesos en caja al retirarse. Serrano fue el cerebro director de la Revolución. Sin él, Obregón no hubiese sido lo que fue, pues Serrano lo dirigió mucho.

- Además de colaborador, ¿era usted también amigo del general?

- Más que amigo: casi hermano. Nos conocimos desde la infancia y siempre lo quise y admiré por su generosidad y lealtad para todos. Cuando Pancho se lanzó a la campaña presidencial, todos querían conocer su manifiesto. Como aquí no podía hacerlo por falta de tiempo, convinimos en que se iría a La Chicharra para escribirlo. Y así lo hizo.

Yo estaba en contacto con él, por medio de sus ayudantes y choferes. Como a los ocho días de que se había ido, le pregunté a un chofer si el general estaba trabajando, y me contestó que no había tomado un lápiz en todo el tiempo; que se pasaba el día en el campo dirigiendo las labores agrícolas.

Pensando en la urgencia de que él escribiera su manifiesto le dije:

- Ven para acá sin que nadie se entere, y nos encerramos unos días para terminar de escribir.

Y así lo hicimos: yo escribiendo en la máquina -esa misma que usted ve allí- y él dictándome. Acabamos con el papel, y seguimos escribiendo en sobres abiertos. Al día siguieIite, Higgins lo sacó en limpio, y lo mandó imprimir en mimeógrafo. Después en todos los Estados de la República, se hicieron reproducciones.

El licenciado Salmón es parco en sus expresiones y medita mucho lo que dice. Sin embargo, le saqué la promesa de darme a conocer la historia del general Serrano, desde que se inició en la Revolución. La iremos publicando en el curso de estos reportajes.

Gran recepción en Puebla

Mi otro entrevistado, es el señor Silvio Castillero. Se apasiona con el tema, y me platica ampliamente.

Empieza diciendo:

- Yo quise mucho al general Serrano; estuve cerca de él en toda su campaña. Por él, me hubiese dejado matar, por eso no tengo empacho en decir todo lo que yo supe en esa época.

En esos días, yo también estuve a punto de morir, y mi madre perdió la vida, por la impresión que le causó la falsa noticia de mi muerte que alguien le dio.

- ¿Acompañó usted al general Serrano durante su campaña?

- Sí señora. Después de la convención en el teatro Arbeu, en la que leyó su manifiesto, organizó su gira por la República. El primer lugar que visitó fue Puebla y allí se alojó en mi casa. Todos los habitantes de la ciudad le recibieron con gran entusiasmo; era un día lluvioso, y no obstante eso, los hombres, con el sombrero en la mano, lo esperaron en las calles tapizadas de flores.

Desde un balcón del hotel América que está en el zócalo, el general Serrano habló al pueblo, y le dijo que empeñaba su palabra de honor y la ponía al servicio de la causa para el mejoramiento del pueblo de México.

Me acuerdo que estas fueron algunas de sus palabras:

El proletariado ha sido siempre olvidado por los gobiernos que ha tenido en el curso de la vida revolucionaria. Yo nací de una familia humilde, y estoy con los de abajo, con los que sufren, pero sin lesionar al capital. No olviden ustedes que el capital y el trabajo se deben amalgamar en un abrazo de confraternidad que será la salvación de México. Yo no llevo ningún interés bastardo en esta contienda; sólo llevo el afán de hacer un México mejor. Las puertas de mi despacho, si llego a la Presidencia, estarán abiertas de par en par, no para los privilegiados de la suerte; no haré un gobierno de castas, sino un gobierno para el pueblo.

Que no sea en balde la sangre gloriosa de los hermanos Serdán, y ya que Puebla fue el primer escalón de mi gira, les pido que se mande esculpir una lápida de mármol, aunque sea pequeña, porque estamos trabajando esta campaña con pobreza, pero con altura de miras y buenas intenciones, como recuerdo a los hermanos Serdán.

- Al día siguiente -me dice el señor Castillero- Luis G. Andrade y yo, mandamos hacer la placa, y el general Serrano la descubrió en la casa de los hermanos Serdán, en la calle de Santa Clara.

Miguel Alemán fue serranista

- Después de la manifestación -expresa el señor Castillero- muchos individuos iban a gritar mueras al general Obregón. El general Serrano, les pidió que no gritaran eso, me acuerdo que dijo:

Aunque estamos en terrenos políticos muy distintos, el general Obregón y yo, seguimos siendo amigos.

- Señor Castillero, ¿recuerda usted a algunas de las personas que le acompañaban en esa manifestación?

- ¡Cómo no voy a recordar! Ibamos todos sus partidarios; encabezaba la delegación estudiantil de la Universidad de México, el licenciado Luciano Kubli, y con él, iban muchos estudiantes, entre ellos, el licenciado Miguel Alemán, actual Presidente de la República. También iba el poeta Otilio González, que era muy católico y empezó su discurso con estas palabras:

El himno nacional de la Patria, es el Padre Nuestro de cada día.

- Me decía usted señor Castillero que Obregón y Serrano ¿eran amigos?

- Sí señora, eran amigos, tanto que el general Serrano cuando supo que Obregón entraba a la lucha presidencial manifestó:

Cómo siento que Obregón entre a la lucha traicionando sus ideas. Si en Celaya perdió el brazo combatiendo por la no reelección. ¿Por qué va ahora a reelegirse?

- Se dice que Obregón veía con malos ojos la candidatura del general Serrano, ¿usted que piensa de eso, señor Castillero?

- En un principio Obregón aprobó la candidatura de Serrano; tan es así, que después de la convención del Arbeu, Serrano fue a verle y después nos dijo:

- No tengan cuidado, he hablado con Obregón y dijo que le parecía bien que lanzara mi candidatura.

- Entonces, ¿a qué atribuye usted el cambio de Obregón?

- A que se dio cuenta del cariño que el pueblo le tenía a Serrano. El general Marciano González, fue a Puebla y le informó al general Serrano, que a Calles y a Obregón, les disgustó mucho el recibimiento que en esa ciudad le hicieron a Serrano, y éste se vino a México para ver qué era lo que querían. Como aparentemente no hubo nada, se fue a Cuernavaca muy tranquilo, sin imaginarse que ya tramaban su sacrificio.

- En el actual gobierno ¿figuran algunas personas que hayan sido serranistas?

- ¡Cómo no! Hay muchas; entre ellas Roberto Cruz y el licenciado Vicente Lombardo Toledano que fue gobernador de Puebla con la ayuda de Serrano.

El apoyo económico para la campaña

- ¿Con qué medios económicos contaba el general Serrano para sostener su campaña?

- Con la ayuda del pueblo y de sus amigos. Yo tenía en el banco de Montreal cincuenta mil pesos, y los gasté en la campaña. Lo mismo hicieron todos sus amigos. Cuando estaba en Puebla, le ofreció trescientos mil pesos el señor Miller, de la compañía de luz. Serrano no los aceptó. Me acuerdo que le dijo a Miller:

- Yo haré esta campaña con la ayuda del pueblo.

Lanzamos unos timbres que compraban los partidarios del general, con la mira de que al llegar al poder, Serrano regresaría ese dinero al pueblo. En todos los actos de su vida, había pureza, por eso todos lo querían mucho.

- Señor Castillero, ¿puede usted platicarme algunos detalles personales del general Serrano?

- Cómo no, señora. Yo que anduve tanto con él, lo conocí muy bien. Era noble, generoso y romántico. Le encantaba recitar versos. Se embelesaba oyendo cantar a Julia y Felipe Llera. En una ocasión, en mi casa se bautizó un niño de Justo Santamaría, que fue diputado en tiempo de Calles, y lo apadrinó el general Serrano. El sacerdote llegó vestido de paisano, porque entonces la persecución religiosa era terrible. Al verlo, el general Serrano le dijo:

- ¿Cómo va usted a bautizar al niño sin las ropas litúrgicas? Es tanto como si yo fuera a pasar revista en traje de charro o de paisano. Allí está mi coche, vaya usted por los ornamentos a la iglesia.

- Por último, señor Castillero, dígame ¿cuál es su opinión sobre el drama de Huitzilac?

- Fue una traición espantosa que Serrano nunca se imaginó. Era tan valiente y sabía que la gente le quería, que momentos antes de ser asesinado, trató de arengar a la tropa. (Dicen que fue el general Peralta, pero la verdad es que fue Serrano). Antes de que él mismo diera la orden de fuego, dijo estas palabras:

- Si con mi sangre se salva la nación, disparen. ¡Pero éstos son inocentes! - Se refería a sus acompañantes. Los soldados no querían disparar, pero entonces un oficial disparó la ametralladora. Y ya sabe usted la barbarie con que los sacrificaron.

Así terminó mi entrevista con el señor Silvio Castillero, destacado periodista, que en 1927 era corresponsal de Excélsior.

(De la revista Jueves de Excelsior correspondiente al 13 de noviembre de 1947)
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