Indice de La matanza política de Huitzilac de Helia D´Acosta Capítulo tercero - ¿Quién dió la orden? ¿Calles? ¿Obregón? ¿Ambos? Capítulo quinto - La campaña política del general SerranoBiblioteca Virtual Antorcha

LA MATANZA DE HUITZILAC

HELIA D´ACOSTA

CAPÍTULO CUARTO

Uno que se salvó


- Carlos Vidal y yo, nos levantamos en armas en mi tierra, Tabasco, cuando mataron a Madero.

Así empezó a platicar el doctor Federico Martínez de Escobar, hermano del licenciado Rafael Martínez de Escobar, otra víctima de la masacre de Huitzilac. Y agrega:

- Yo formé parte del movimiento revolucionario de 1910 en el Partido Antirreeleccionista. Soy veterano de la Revolución, y poseo la Condecoración al Mérito. Yo, al igual que mi hermano Rafael, siempre fui contra las ideas reeleccionistas. El y yo, así como los Peralta, éramos gomistas. Vidal y otros eran serranistas, pero todos estábamos unidos por una causa común: combatir la reelección.

- Señor Martínez de Escobar, ¿quiere usted decirme cuál fue el motivo que los llevó a Cuernavaca?

- Como ya es bien sabido, fuimos a celebrar el onomástico del general Serrano. Llegamos a Cuernavaca y todos nos alojamos en diferentes hoteles.

Yo me fui a una casa de huéspedes en donde me conocían.

- ¿Y cómo fue que habiendo ido con ellos, pudo salvarse?

- El destino me salvó. Verá usted: el día tres me levanté tranquilamente para ir a buscar a mi hermano. En la esquina de la casa en donde se alojó, lo encontré en compañía de Miguel Peralta y me dijo:

- Vámonos ya para el rancho.

-Espérame -le contesté- sólo voy a saludar a mi prima y a Fernández, su esposo.

(El coronel Fernández, había sido comisionado por Domínguez para que se quedara en su lugar mientras él marchaba a Cuautla con el 12 batallón para tomar parte en unas maniobras deportivas).

El señor Martínez de Escobar continuó:

- Al llegar a casa de mi prima, su marido me dijo:

- ¿Por qué vienes acá? ¿No te has dado cuenta de que ya los están aprehendiendo?

- Me sorprendió mucho esa noticia, y le dije: voy a buscar a mi hermano. Lo busqué por todos lados, pero ya no lo encontré. Temeroso de que a mí también me aprehendieran, me escondí en unos baños.

Después preferí regresar a la casa de Fernández, y allí me quedé. Como a las once de la mañana, tras las cortinas, vi pasar -entre un pelotón de soldados- a mi hermano, a Peralta, a Serrano, a Vidal y a Capetillo. A los otros no los distinguí. A las diez de la noche de esa misma fecha, vi en El Gráfico la noticia de los asesinatos. ¡Ya se imaginará usted la impresión que recibí! Yo quería a mi hermano más que a mis padres, porque siempre anduvimos juntos en las luchas por las ideas que profesábamos.

- ¿Qué edad tenía su hermano al ser asesinado?

- Treinta y cinco años. Era un gran orador y tenía mucho valor civil. Si viviera, sería el tribuno más grande de América. Fue orador oficial de Obregón, quien decía que lo estimaba mucho.

En una ocasión, mi hermano le preguntó a Obregón -cuando De la Huerta era perseguido-:

Si aprehendieran a De la Huerta, que fue ministro de usted, ¿lo mataría?
- Inmediatamente
-contestó Obregón.

Por eso podrá usted darse cuenta de lo que era Obregón. Creo firmemente que fue él quien dio la la orden para que mataran a los prisioneros, así como asesinó a Maycotte y a García Vigil.

- ¿Cree usted que el general Calles, también tuvo intervención en esos crímenes?

- Entre Calles y Obregón, no sé quién es más culpable: los dos eran muy crueles, y no perdonaban.

- ¿Qué opina usted de la actitud del general Juan Domínguez?

- Para mí que fue un traidor, porque siendo gran amigo de Serrano, al saber la orden de aprehensión, pudo haberle dicho: vete porque estás en peligro. El general Serrano estimaba mucho a Domínguez y tenía gran confianza en él.

- Doctor Martínez de Escobar, hasta mi han llegado informes de que Domínguez se vendió por cincuenta mil pesos. Dicen que Obregón acostumbraba cqmprar a los traidores con lo que él lamaba cañonazo de cincuenta mil pesos. ¿Usted qué opina?

- Eso mismo creo yo: que Domínguez vendió al amigo.

- ¿Qué opinión tiene usted de la política?

- Que es una pasión tan intensa como el amor. Cualquiera de ellas, trae la tragedia entre los hombres.

La carta patética

El poeta Otilio González Morales, amigo del general Serrano y defensor de toda idea libertaria, fue otro de los catorce sacrificados en Huitzilac, cuando sólo contaba treinta años de edad.

Sus ideas revolucionarias fueron la causa de que el gobierno lo desterrara, por lo que se fue a radicar durante algún tiempo en La Habana, Cuba.

Soñador y romántico, como buen poeta, recordaba continuamente en su destierro, a la novia dulce y buena que había dejado en su patria, y decidió contraer matrimonio con ella, por poder. Más tarde, ella se fue a reunir con él a Cuba.

Hay un detalle verdaderamente irónico en la vida de Otilio González: cuando su esposa iba a dar a luz, Otilio le dijo:

Si es niña, se llamará Carmen como tú, y si es varón, le pondremos: Claudio.
- ¿Y por qué ese nombre, y no el tuyo? -exclamó la esposa-.
- Porque ese nombre me ha gustado mucho siempre -le dijo él-.

Nació el niño, y como fue varón, lo llamaron Claudio.

Años más tarde, cuando Otilio González murió asesinado por Claudio Fox y sus soldados, la señora Carmen Bueno viuda de González, tomó a su hijo, y acompañada por dos testigos fue al juzgado civil, y le cambió el nombre, poniéndole el de su padre: Otilio.

Sobrevive al poeta Otilio González Morales, su viuda y su hijo, sus padres y varios hermanos que viven en Saltillo, Coahuila, de donde son originarios.

El señor Héctor González Morales, destacado poeta, como su hermano, me envió una carta fechada en Saltillo, que dice lo siguiente:

Estoy leyendo sus escritos sobre la tragedia de Huitzilac, donde usted, moderadamente, pone el dedo en la llaga. Conforta encontrar mujeres como usted que, humanizándose, ahondan en las tragedias obscuras de la vida.

Le escribo en mi condición del hermano más joven del poeta Otilio González, que fue uno de los sacrificados. Puede decir a sus lectores que en Saltillo viven todavía los padres de Otilio González; que su madre y su hermana, a pesar de los años transcurridos, sufren todavía y derraman lágrimas por la pena tan honda que dejó en sus corazones el horrendo asesinato.

Diga usted que en tanto Otilio González fue sacrificado por la maldad de dos verdugos; sacrificado cuando apenas en escasos treinta años asomaba a la vida; cuando todo era promesa de altas conquistas, en Saltillo, su tierra natal, se le recuerda y se le quiere. Le rinden homenaje, como el poner su nombre a una calle; una placa de bronce marcando la fecha y la casa donde nació. Y en estos días, al cumplir veinte años de su asesinato, el gobierno de Coahuila, para honrar su memoria, acaba de editar preciosamente uno de sus libros póstumos: Luciérnagas.

(De la revista Jueves de Excelsior correspondiente al 6 de noviembre de 1947)
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