Indice de La matanza política de Huitzilac de Helia D´Acosta Capítulo primero - Hablan los familiares. Versión del chofer de Serrano Capítulo tercero - ¿Quién dió la orden? ¿Calles? ¿Obregón? ¿Ambos?Biblioteca Virtual Antorcha

LA MATANZA DE HUITZILAC

HELIA D´ACOSTA

CAPÍTULO SEGUNDO

Crueldad y pillaje


- Estando yo en clase en el Colegio Americano -comienza su relato el señor Miguel A. Peralta, hijo del general del mismo nombre- a eso de las nueve y media de la mañana del tres de octubre de 1927, me llamaron a la dirección para preguntarme, si el nombre de Miguel A. Peralta que estaba en la lista de muertos en Huitzilac, era el de mi padre. Yo tenía en aquel entonces 16 años. ¿Se imagina usted la terrible impresión que recibí? Salí corriendo y en la puerta me encontré con mi mamá y otros parientes que iban a buscarme para recoger el cadáver de mi padre y el de mi tío Daniel en el Hospital Militar. Yo no quería creer que fuese verdad tan terrible noticia, pero al llegar por la fuente del Salto del Agua, nos encontramos con dos carrozas que nos dijeron llevaban los cuerpos del general Serrano y de Antonio Jáuregui.

Llegamos al hospital que estaba rodeado por dos cordones de soldados. Quise entrar y me lo impidieron. En eso vi a mi tío Eliseo que llevaba una orden para recoger los cuerpos de mi padre y de mi tío.

El señor Peralta, de aspecto varonil y de carácter enérgico, cierra los puños, y con mirada indignada agrega:

- Entramos al anfiteatro. ¡El espectáculo era espantoso! Unos cuerpos estaban en las mesas y otros tirados en el suelo ... y la sangre escurría, y pude darme cuenta de la forma bestial en que los habían acribillado. Eso es todo lo que yo sé, puesto que mi edad no me permitía conocer otros antecedentes del asunto.

Lo único que puedo decirle es que mi padre se despidió de mí, diciéndome que en unos tres días estaría de regreso. Como un detalle dramático recuerdo que. al meter el ferétro de mi tío a la casa, salía de él tanta sangre, que la gente del pueblo iba limpiándola con sus pañuelos. Hubo necesidad de cambiar a mi tío tres cajas de madera, por la forma en que estaba sangrando. También me acuerdo de que los cadáveres tenían huellas de alambre de púas en los tobillos y en las muñecas.

El señor Peralta, conmovido al recordar esos trágicos hechos, se queda perísativo. Momentos después me dijo:

- Yo considero que la injusticia mayor que se ha cometido con los militares que fueron asesinados en Huitzilac es haber puesto en sus hojas de serVicios que fueron dados de baja por indignos de pertener al ejército. El padre del señor Presidente Miguel Alemán, que también murió en aras del antirreeleccionismo, ya fue reivindicado; en cambio, nuestros deudos tienen ese baldón injusto. Los años han pasado, y los asesinos no sólo gozan de libertad, sino que ocupan jugosos puestos y algunos hasta cargos diplomáticos, eso es una ironía.

Debe hacerse justicia a nuestros deudos revisando sus hojas de servicios y quitándoles ese estigma. Mi padre fue un político, y posiblemente estuvo interesado en el triunfo de Serrano.

Mi tío Daniel fue un verdadero soldado y siempre se mostraba orgulloso de haber sido leal al gobierno. Desde los trece años fue soldado raso; ascendió grado a grado por méritos en campaña o por reconocimiento a sús buenos servicios. Consta en su hoja respectiva que sus estudios fueron brillantísimos. En el Colegio Militar siempre obtuvo las más altas calificaciones.

Cuando pregunté al señor Peralta su opinión sobre el crimen de Huitzilac, me contestó:

- Yo entiendo que el general Claudio Fox tenía obligación como militar de cumplir con la orden que se le dio, pero también considero que como militar tenía la obligación de cumplir con esa orden en forma digna y caballerosa; pero no fue así, sino que la cumplió con verdadera crueldad, y no conforme con asesinar despiadadamente a sus víctimas permitió que la soldadesca se dedicara al más desenfrenado pillaje. Llegaron al extremo de cortarle un dedo al general Ariza para quitarle valioso anillo. En el Hospital Militar, junto a los cadáveres colocaron sus ropas con los bolsillos vacíos. El mismo cargo debe hacérsele a los oficiales que participaron en la masacre.

En fin ... yo me dedico a la vida civil, y estoy alejado de todo lo que sea Gobierno, pero insisto en que el Presidente Alemán debe tomar cartas en el asunto por lo que respecta a las hojas de servicios de los militares sacrificados.

Indignidad castrense

El ingeniero Saúl Peralta, hermano de los dos generales sacrificados, opinó de esta manera:

- En esa época yo trabajaba en Sinaloa. En julio de ese año, el general Obregón hizo un viaje al norte y yo fui comandante de su escolta. Cuando Obregón subió al tren, me reconoció enseguida y se fue platicando conmigo desde Cajeme hasta Hermosillo; me platicó de sus trabajos agrícolas y preguntó por mis hermanos. Al despedirse me dijo:

- Quiero que me haga un favor: escríbale a su hermano Miguel y dígale que venga a verme. que Obregón es su amigo; que no haga caso de nada.

Le escribí a Miguel pero no me contestó. así que yo no tuve oportunidad de estar en contacto directo con él.

El cinco de octubre de 1927, estaba yo trabajando en el campo cuando un peón me dio la noticia. Cuando llegué a la estación de La Vega para trasladarme a Guadalajara, vi el periódico El Informador, que traía la noticia a ocho columnas. Ya no me quedó la menor duda de que fuera verdad la terrible tragedia.

En Guadalajara me esperaban algunos parientes.

Mi madre, que estaba en México, me escribía diciéndome que no viniera porque temía que a mí también me mataran.

Muchos meses estuve bajo la vigilancia de la policía. Mi hermano Rubén también estaba en capilla.

El señor Peralta. visiblemente indignado, agregó:

- Para Fox, y para todos los oficiales que tomaron parte en esa matanza, he lanzado todo mi desprecio, y así lo he manifestado en los periódicos. Y nunca un canalla de esos, ha tenido el valor de contestarme. El honor del militar le obliga a contestar, como soldado o como caballero. Lo que más me subleva es la forma asquerosa en que se consumó esa matanza. Si a mis hermanos les hubiesen formado un consejo de guerra, les lloraría, pero tendría cierta conformidad. pero ellos pasaron sobre la ley. Y después vino el despojo, el latrocinio y el pillaje. Dicen que Miguel, cuando se dio cuenta de las órdenes que llevaba Fox, subió al capacete de un automóvil y trató de arengar a los soldados. No empezaba a hablar, cuando lo acribillaron las balas asesinas. Me han platicado que Peñita -otro de los sacrificados- mostraba huellas de golpes y de alambre de púas en el único brazo que tenía.

(De la revista Jueves de Excelsior correspondiente al 23 de octubre de 1947)
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