Indice de La matanza política de Huitzilac de Helia D´Acosta Capítulo undécimo - Los cuerpos desnudos estaban amontonados Capítulo décimotercero - Serrano pudo salvarseBiblioteca Virtual Antorcha

LA MATANZA DE HUITZILAC

HELIA D´ACOSTA

CAPÍTULO DUODÉCIMO

El presidente nos tiene preparada una sorpresa


Entrevisté a la señorita Beatriz Monteverde, hermana del señor Enrique Monteverde. otra de las victimas de Huitzilac.

La acompañaba su prima, la señora María Gaxiola de Alvarez que fue la que recogió el cuerpo del señor Monteverde en el Hospital Militar, y fue velado en la casa de su tío, don Antonio Monteverde, porque los padres del asesinado, vivían en la ciudad de Mérida, Yucatán.

- Todos nosotros somos originarios de Sonora -expresa la señorita Monteverde- pero en esa época nos encontrábamos en Mérida porque mi padre desempeñaba allí un importante puesto. Teníamos noticias de Enrique por medio de sus cartas. Nosotros sabíamos que la situación política era difícil, sin embargo, Enrique nunca nos platicaba nada de ello, seguramente por no inquietar a mis padres. Como estábamos tan alejados de la capital, no teníamos conocimiento de la verdad de los hechos.

- ¿Cómo se enteraron ustedes de los asesinatos?

- El día cuatro de octubre de 1927, muy de mañana, fue el secretario de mi padre a decirle que había malas noticias. Que se decía que habían matado a Serrano y a Tonchi Jáuregui. Mis padres, mis hermanos y yo, nos inquietamos mucho porque presentíamos algo terrible, porque sabíamos la amistad tan íntima que ligaba a Enrique con el general Serrano.

- Tres días estuvimos con aquella angustia porque interrumpieron toda comunicación con la capital -expresó la señora Monteverde-, hasta que el doctor Torres Díaz, que era entonces el gobernador de Yucatán, fue a dar a mi padre la dolorosa noticia. Ya se imagina usted nuestro dolor, acrecentado por la imposibilidad de ver siquiera sus despojos. Eso es todo lo que yo puedo decirle sobre la muerte de mi hermano. A esos criminales debemos también la muerte de mis padres, porque ellos no pudieron resistir tan honda pena.

- Intervino en la conversación la señora María Gaxiola de Alvarez, quien, como ya se dijo, era prima de Enrique, y recogió su cadáver. La dama expresó:

- Mi tío Antonio y yo, fuimos al Hospital Militar aquella triste mañana de octubre. El cuadro que presenciamos, ya se lo han descrito a usted los otros parientes de las víctimas, a quienes usted ya ha entrevistado ... Y como también ya le han dicho a usted, el rostro de Enrique impresionaba más que todos por esa expresión de horror que le quedó impresa, y por los golpes que en él se apreciaban: tenía la boca abierta y la mandíbula casi desprendida; las muñecas horriblemente desolladas ... Fue sumamente doloroso aquello.

- ¿Qué edad tenía su hermano cuando lo mataron?

- Treinta y seis años. Era el mayor de todos. mis hennanos.

- ¿Tenía una estrecba amistad con el general Serrano, verdad?

- Efectivamente. eran muy buenos amigos. El general Serrano le tenía mucha confianza, cuando en 1925, Serrano se fue a Europa, casi a diario le escribía Enrique y por medio de esas cartas, se enteraba de la situación en México.

- ¿Conserva usted esas cartas?

- Sí señorita. Voy a mostrárselas.

Cartas a Serrano

Enseguida la señora Monteverde, me enseña un legajo de cartas, y me dice que algunas de ellas fueron publicadas en La Prensa, de San Antonio, Texas.

En esas cartas figuran los nombres de prominentes políticos de aquella época y de su lectura comprende uno que ya desde entonces se consideraba al general Serrano con posibilidades presidenciales.

Una de ellas, fechada el 10 de septiembre de 1925 en la ciudad de México, y dirigida al general Serrano cuando se encontraba en Bruselas. Bélgica, el señor Monteverde, dice lo siguiente:

En este momento acaba de salir de aquí el general don Eugenio Martínez. No me encarga que te lo diga, pero está sentido contigo porque no le escribes. Dice que allá de vez en cuando, le mandes una postal, como si se tratara de cumplir, nada más. Estuvo platicando un rato conmigo. Ya te figurarás el tema de la conversación. El algo serio ya el disgusto de los obregón-serranistas. Yo no sé lo que tu pensarás sobre el asunto, ni lo que habrás contestado al sinnúmero de quejas que te habrán formulado. Yo para mí tengo -y así lo digo a los que me toman en serio- que no hay que andar con ... mientras no se averigüe de una manera cierta, el objeto que persigue el general Calles, al mantener lás cosas en el estado que ahora guardan. La verdad es que la cosa se prolonga, y no obstante mi afán de evitar habladas que te pudieran perjudicar, empiezo a dudar, sin que pueda precisarte de qué, ni de quién. Yo creo, sin embargo, que el Presidente nos tiene preparada para cualquier día de éstos, una sorpresa.

En otra carta que Monteverde envió a Serrano, se refiere a la pospuesta publicación de un artículo que el general envió desde Bruselas para un diario de ésta metrópoli. En un párrafo de esa misiva, Monteverde dice:

¿Qué se creen éstos amigos, que te hacen un servicio al publicar tus artículos? ¿Qué no es para semejante cofradía tu escrito? Esto, estaría bueno decirlo, señor Serrano, si la opinión de los demás, no te hubiera puesto ya en un plano distinto en el que hasta hoy, en un afán de profesionista desinteresado, te enconchas con toda la modestia que te ha caracterizado siempre. Las cosas han cambiado, creémelo. Lo que tú piensas interesa ahora a tirios y troyanos. Cada gremio militar o civil, comenta de acuerdo con su carácter social, tus ideas. Cuando aquellos aplican su criterio estrictamente científico en la crítica de tus estudios, se dan cuenta de que tienes un marcado empeño en mejorar algunas instituciones sociales, lo que significa hacer obra de progreso. Perfeccionar al ejército, quiere decir, constituir la paz.

(De la revista Jueves de Excelsior correspondiente al 25 de diciembre de 1947)
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