Indice de La matanza política de Huitzilac de Helia D´Acosta Capítulo noveno - Habla el verdugo Capítulo undécimo - Los cuerpos desnudos estaban amontonadosBiblioteca Virtual Antorcha

LA MATANZA DE HUITZILAC

HELIA D´ACOSTA

CAPÍTULO DÉCIMO

¿Hubo sublevación?


Toca ahora su turno en esta serie de entrevistas al señor Luis G. Higgins, actual empleado de Azúcar, S. A., en aquella época, secretario particular del genera Francisco R. Serrano.

El señor Higgins, con su reconocida caballerosidad, me recibió en su despacho particular. Sencillez y buen gusto imperan en su residencia, y al elogiarla, me dijo:

- Limpieza nada más, señorita. Los revolucionarios sinceros como yo, vivimos en la pobreza. Efectivamente, los que se enriquecen al amparo de la política son todo, menos revolucionarios. Todos los parientes de los sacrificados en Huitzilac, así como sus amigos, son gente educada, fina, cordial y sencilla. En ninguno de esos hogares he visto ese lujo insultante de los políticos de última hora.

En el despacho del señor Higgins, abundan los libreros llenos de obras selectas. En las paredes, retratos de sus amigos, todos ellos con cariñosas dedicatorias. El del general Serrano, con uniforme militar, se encuentra en el centro de un muro. Junto a él, el general Calles; a un lado Obregón; más allá don Adolfo de la Huerta y el licenciado Portes Gil.

Enseguida, el ingeniero Pascual Ortiz Rubio, y el general Francisco Castillo Nájera.

Son numerosos los personajes que estiman y cultivan la amistad del culto y amable señor Higgins.

Al iniciar la conversación, mi entrevistado me dijo:

Serrano no intentaba levantarse en armas

- He leído con interés todos sus reportajes y me parecen magníficos. La felicito por esa labor que está desarrollando con el propósito de vindicar a esas víctimas.

Agradecí al señor Higgins sus conceptos y le pregunté:

- Usted que estuvo tan cerca del general Serrano, ¿puede decirme si hubo la intención de sublevarse como se hizo aparecer para justificar el crimen?

- No señorita, el levantamiento no existía. Un día antes, en mi propia casa, se reunieron los candidatos antirreeleccionistas, generales Serrano y Gómez, con Héctor Ignacio Almada, el general Vidal, Vicente González, Miguel Henríquez Guzmán y otros más cuyos nombres no recuerdo, en su mayoría eran generales, unos en plená campaña política, y otros, simpatizadores de los candidatos.

En esa junta, todos llegaron a la conclusión de que por la vía legal, buscarían el triunfo del general Serrano, o de Gómez, en caso de que cualquiera de los dos se eliminara.

Esto fue el viernes treinta de septiembre de 1927. El sábado, primero de octubre, después de medio día, se fue el general Serrano a Cuernavaca con el fin de pasar su santo dentro del menor bullicio posible, y no quiso que se dijera a nadie de su viaje.

Se fue con el capitán Méndez, con su sobrino Antonio, y algún otro amigo.

- ¿Por qué usted no lo acompañó?

- Yo insistí en irme con él, pero me indicó que me quedara para conseguir dinero para la raya de los peones de La Chicharra, una hacienda que estaba casi destruida.

No era suya, como se ha dicho, sólo había conseguido una opción con un banco. El general no tenía dinero.

El domingo siguiente, hubo un movimiento extraño en la ciudad; yo lo atribuí a un simulacro militar que iba a efectuarse en Balbuena. Por la tarde de ese mismo día, me lancé a la calle en busca de noticias, y al anochecer me di cuenta de que habían suspendido el simulacro y decían que se habían sublevado algunas troDas de la guarnición.

Enseguida traté de comunicarme con el general Serrano, pero no me fue posible. Cuando tuve la seguridad de esa sublevación de tropas, quise ponerme en contacto con él, pero no relaciónaba esto con la salida de Serrano, desde el momento en que yo sabía que no iba a eso, como han tratado de hacer creer sus enemigos.

En la sierra de Veracruz se supo de la matanza

- ¿Cuál fue la actitud de usted ante esos acontecimientos?

- Incorporarme inmediatamente a los rebeldes, porque preferí que dijeran que era yo rebelde y no que me escondía en mi casa. Con ellos seguí hasta Veracruz. Estando yo en la sierra de Veracruz, unos aviones arrojaron unos volantes y por ellos nos enteramos de los asesinatos de Huitzilac. En esa sierra veracruzana, me encontré con el general Arnulfo R. Gómez, con el general Lucero, con el general Miguel Alemán y con algunos otros jefes. Juntos combatimos en Ixhuacán y Ayahualulco, a Gonzalo Escobar, que llevaba las fuerzas enviadas por el gobierno para perseguirnos.

- Y cuando mataron al general Gómez, ¿qué hizo usted?

- Antes de eso, me aprehendieron y estuve preso en Santiago durante dos meses. Después me absolvió el juez y en vez de dejarme en libertad, me llevaron a la frontera con Estados Unidos, y allí estuve desterrado durante tres años.

Recuerdo que en esos días, fueron declarados rebeldes, unos enemimos de Joaquín Amaro, que tenían tiempo de estar prisioneros. Tomando el pretexto de la rebelión, los fusilaron dentro de la cárcel. ¿Cómo iban a tomar parte en la rebelión, si había algunos que tenían dos años de estar presos?

Entre los que fueron fusilados en esa forma arbitraria, recuerdo al general José Morán, al general Luis Hermosillo y al coronel Barrios Gómez.

- Dígame, señor Higgins, ¿a quién considera usted culpable de los asesinatos de Huitzilac? ¡A Calles o a Obregón?

- Como ese hecho ocurrió durante el gobierno de Calles, indudablemente que ese gobierno es el responsable. Es evidente que si el general Obregón hubiese intervenido favorablemente, no los habrían matado. Desgraciadamente, la pasión política es tremenda, y la intriga urdida por los aduladores de Obregón, dio sus frutos. Esos intrigantes separaron a Obregón y a Serrano, que eran muy buenos amigos. No sé lo que hubiera ocurrido si el general Serrano se hubiera encontrado en el lugar de Obregón.

- ¿Cuál es su opinión sobre la actitud del general Joaquín Amaro?

- Joaquín Amaro es el mutilador de hombres, él se empeñó en que ese crimen tuviera resonancia, prueba de ello es que seleccionó a una banda de asesinos para enviarlos a un festín macabro.

La opinión pública señala a Claudio Fox, a Nazario Medina, a Hilario Marroquín Montalvo, a Pedro Mercado, a Carlos Valdés y a un mayor de apellido Durán, como autores materiales del crimen político colectivo más abominable de todas las épocas.

- ¿Qué le parece la forma cruel en que los mataron?

- ¡Escalofriante! Todos los prisioneros estaban fuera del ejército. En caso de considerarlos rebeldes, como la ley lo manda, debía de habérseles consignado a un juez de distrito y no haberlos puesto en manos de esbirros despreciables que los mataron amarrados, indefensos y en forma tan cruel e infame.

No podrán alegar esos criminales que obedecieron una orden militar, porque no fueron fusilados, y sólo el militar de honor, obedece órdenes superiores para cumplir con la ley y no para excederse cometiendo un delito que está penado severamente por las leyes.

- Muchos de los que tomaron parte en esa matanza, viven todavía, están libres y algunos ocupan puestos importantes dentro del gobierno. ¿Qué le parece eso, señor Higgins?

- Parece que esos hombres lograron con su sucia acción, ascensos y medallas, cosa que es un baldón para nuestra gloriosa institución armada. Al iniciarse cada gobierno, siempre he promovido la reanudación del juicio de los responsables de esa masacre. Desgraciadamente, siguen disfrutando de influencias. Sólo la justicia de Dios llegará algún día. No hay que olvidar que los verdugos de ayer, son los ahorcados de mañana.

(De la revista Jueves de Excelsior correspondiente al 11 de diciembre de 1947)
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