Presentación de Omar CortésCapítulo trigésimo tercero. Apartado 8 - El mundo literarioCapítulo trigésimo cuarto. Apartado 2 - La sucesión presidencial de 1934 Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO QUINTO



CAPÍTULO 34 - ESTATISMO

EL PARTIDO OFICIAL




Desde la fundación del Partido Nacional Revolucionario, bien sabido fue, puesto que así lo proclamaron sus líderes, y por lo mismo no hubo ocultación alguna, que era un partido oficial; esto es, que correspondía a los designios del Gobierno, y que por tanto era parte de una función del Estado mexicano -la función popular. El P.N.R., constituyó, pues, en su origen, el lazo con el cual se pretendió de asociar al pueblo de México con las instituciones constitucionales.

Con tal misión, acrecentada por la irradiante figura de Calles y la experiencia política de sus adalides y debido a la fuerza que le daba el ser vehículo poderoso del gobierno, el futuro del partido Revolucionario se presentó, desde la fundación de tal agrupamiento, optimista y sonriente.

Nada faltó de esa manera para hacerle respetable, aunque poco querido; porque si el mundo popular desdeñaba las cuestiones políticas y electorales, la clase selecta y la partidaria de la Revolución, ya neutral en las contiendas políticas, vio en la fundación y desarrollo del P.N.R. una negación de las ideas proclamadas desde 1910 y que tanto habían conmovido a México.

Tal parcialidad organizada apareció, ante una generación instruida en la libertad y en los privilegios de la libertad, como la más flagrante contradición a los principios esenciales de las primeras dos décadas revolucionarias; y aunque como ya se ha dicho en libro anterior, que no fue este el propósito de Calles al nacimiento del P.N.R., el país, siempre temeroso de ser engañado, no podía creer en que aquel partido, al cual se daba mucha preponderancia, tuviesen meras tareas de coordinación y dirección populares.

Así, el vulgo, siempre suceptible y malicioso, aunque en ocasiones maestro en la filosofía de la previsión, no admitió al Nacional Revolucionario como instrumento democrático.

Además, no sin cierto desconcierto se advirtió el desdén que los directores de la agrupación tuvieron para las ideas; pero como la función que se proponían era más política que doctrinaria, la falta no tuvo importancia. Y no la tuvo, porque sin ideas ni mando expreso, el partido tomó a poco de su fundación, las características de una vulgar oficina adscrita al Estado; oficina o sección burocrática con la cual no sólo se ahorraban muchas energías humanas que anteriormente eran gastadas inútilmente, sino que se creaba una condición de seguridad para el Estado; de sosiego al país.

El mismo designio, aunque no de acto renovador, sino como medio de conservación del Estado, que tuvo el general Porfirio Díaz al autorizar y auspiciar el Partido Científico, no pudo escaparse de la mentalidad política de Calles al proyectar el Nacional Revolucionario; aunque Calles, como ya se ha dicho, contempló la posibilidad de establecer en México un régimen democrático de partidos, con lo cual minoró la mera idea autoritaria de don Porfirio, que poco adelante se rehizo entre los políticos burócratas.

Ahora bien: si Calles sufrió un error al pretender instaurar una vida política y sobre todo electoral al través de un partido que era parte del gobierno, en cambio no se equivocó al considerar que tal partido constituiría el complemento para el sistema presidencial y para el embarnecimiento del Estado; y es que éste, ni antes ni después de la Revolución podía ser materia distinta de la única que poseía. No fue, pues, el partido Revolucionario en su natividad un retorno a las normas del porfirismo o del Partido Científico: fue, eso sí, uno de los ineludibles preceptos que determinan la existencia del Estado. Un Estado sin partido equivaldría a un cuerpo inanimado. Por esto mismo, en menos de un año de vida, el P. N. R. se convirtió en el brazo más vigoroso del gobierno; más vigoroso que el propio ejército; pues aquel hervidero de pasiones y ambiciones que fue el nuevo partido sustituyó el poder de los generales. Al generalato de la guerra armada seguía ahora el liderismo de la batalla civil.

Hecho así el órgano mejor organizado del oficialismo, al que sin reticencias se fue sumando el mundo burocrático así como una juventud semiintelectual, el Nacional Revolucionario, sin necesidad de estar capitaneado por Calles o los viejos adalides revolucionarios, tomó categoría por sí propio, aunque sujeto a los mandos del presidente de la República.

Confrontó, sin embargo, el P.N.R. desde su nacimiento un grave problema: el de sus cortedades económicas. Sus fundadores, a pesar de la leyenda que sobre el adineramiento revolucionario corría a lo ancho y largo del país, no poseían los medios financieros suficientes para sostenerlo; tampoco era posible obtener fondos de las clases populares; y un partido sin recursos pecuniarios resultaba ridículo e innocuo y lejos de la función que le habian señalado Calles y el callismo.

De esta suerte, y puesto que el Nacional Revolucionario tenía como primera misión defender la estabilidad del Estado y con ello la continuidad del oficinismo, el gobierno, con sentido práctico, mandó que los empleados públicos cediesen un día de sueldo en los meses de treinta y un días, a manera de que con tal subsidio el P.N.R. pudiese existir y manifestarse en la primera línea de los asuntos políticos y electorales.

Solucionado este problema, el partido halló otro escollo mayor para su desenvolvimiento y confianza. Este fue el de las dificultades para hacer efectivas las leyes electorales; porque, apenas transcurrido un año de su fundación, y cuando se creía que había sido capaz de trasponer los males sembrados por los muñidores electorales entre 1920 y 1928, los muñidores resurgieron en número mayor y con procedimientos más ilegales y más ajenos a la democracia electoral, pues el sólo hecho de ser miembros de la agrupación les hizo creer que bastaba para cometer todo género de desmanes y violencias.

Además, los paladines del partido, por ser en su mayoría novatos en un agrupamiento político de esa naturaleza, carecían del sentido práctico para poner en orden sus filas y establecer los verdaderos derechos de partido, que no entendían quienes sin escuela política alguna creían que la credencial de socios les otorgaba la inmunidad electoral y el privilegio de ser designados a los puestos de elección popular.

Debido a todo esto, el vulgo insistía en ver al partido como un instrumento de los caprichos de Calles, pero principalmente de la idea de dominio político que se atribuía a éste, a quien por esto mismo le daban los más despectivos apellidos y era objeto de las más graves calumnias.

Por último, mucho sirvió para enemistar al P.N.R. con la razón popular, el hecho de que los líderes del partido no desmintieron sus supuestas inclinaciones socialistas, que tanto alarmaban al país.

Pero si los líderes del Revolucionario, pasaban por alto las murmuraciones y difamaciones se debió la que pronto verificaron cuán asociado estaba el P.N.R. a la vida del Estado; tan asociado así que después de 1933 fue posible establecer que una derrota al P. N. R. significaba, sin lugar a dudas, una derrota al Estado, lo cual no era de desearse ni de consentirse.

La fuerza, pues, del Nacional Revolucionario, empezó a ser reconocida desde los preparativos para la campaña presidencial en 1933. Así y todo, los políticos independientes, ya individualmente, ya a través de sus agrupamientos, no se arredraron en sus disposiciones para hacer frente al oficialismo organizado. La idea revolucionaria pura seguía latente en aquellas mentalidades tan ilusivas como taimadas.

Influyó también en esa generosa pertinacia política la imposibilidad de que una generación democrática, como era la originada en 1910, aceptara sepultarse en sus propias ruinas. De esta suerte, era seguro de que mientras existieran aquellos hombres que con sus pensamientos se acercaban de manera incuestionable a la idea de una democracia electoral absoluta, la lucha continuaría contra el Estado hecho materia electoral en las filas y organización del P.N.R.

Entre los agrupamientos políticos antioficialistas de mayor consideración estaba el Partido Nacional Antirreeleccionista, que no era un partido de contabilidad numérica, ni de disciplina ni de convenciones. Lo más significativo del Antirreeleccionista, aparte de su tesón y dignidad, era que poseía una alta calidad política. Entre sus líderes había individuos de entereza y relevante personalidad. Tanta fortaleza y constancia tenían sus paladines, que habiendo visitado al presidente Rodríguez, para pedir a éste que mandase suprimir la cuota obligatoria decretada para los empleados públicos y destinada al sostenimiento del Nacional Revolucionario, no obstante la negativa presidencial, que significó el deseo manifiesto de Rodríguez para hacer triunfar a su partido, no por ello detuvieron sus empresas políticas y electorales.

Además, el Partido Antirreeleccionista hacía vida de verdadera pobreza económica, y no porque faltasen alientos de sus miembros para reunir fondos, sino debido a que tales miembros correspondían a la selección política de la Revolución de mucha modestia; ahora que a la falta de fondos respondía un espíritu heroico de los capitanes del Antirreeleccionista. Era casi increible que aquella noble pléyade dirigida por Vito Alessio Robles, Diego Arenas Guzmán y Calixto Maldonado, tuviese el valor de hacer frente al poderío que empezaba a ser el P.N.R. al poderío político y autoritario del callismo.

Aparte de su pobreza de recursos monetarios, el Antirreeleccionista sentía los efectos de las divergencias personales que existían en su seno, las cuales pusieron a la agrupación más de una vez en situación anémica e hicieron huir de su primera plataforma a antiguos maderistas que a su vez organizaron la Unión de Veteranos, que propuso al gobierno el establecimiento de una modalidad electoral, con derecho de revocación y volvió a tentar, como durante el gobierno de Madero, el proyecto de régimen parlamentario.

Esta organización de veteranos no dejó de preocupar al gobierno; pues si el número de sus socios era corto y pobrísima su caja, en cambio la constituían individuos de reconocida rectitud y respeto, lo cual le daba mucho crédito, aunque pocas posibilidades de fuerza para enfrentarse a un Estado cada día mayor en autoridad y recursos pecuniarios.

Por otra parte, los líderes de la política oficialista no descansaban tratando de proporcionar un campo más amplio, seguro y expedito al Nacional Revolucionario, y al efecto hicieron pública la idea de organizar dentro del propio P.N.R. a los miembros del ejército, de manera que éste se sintiese halagado y vinculado a las lides políticas; aunque sin considerar los peligros que significaban el dar a la oficialidad castrense, el instrumento para desahogar los apetitos y ambiciones que Calles había intentado aquietar desde la muerte del general Obregón.

El proyecto tuvo también la desventaja de azogar al país, que estimó como temeridad la sola idea de que la política penetrase a los cuarteles y con ello se sembrase la indisciplina; e hicieron corro a tal predisposición, los líderes del Partido Comunista, quienes contrariando el proyecto y diciendo que el ejército sólo tenía como fin proteger los intereses de los revolucionarios enriquecidos, pidieron a su vez que el gobierno procediese a proporcionar armas a los campesinos pobres.

Hacia los días que recorremos, los Comunistas tenían organizado un agrupamiento político al que dieron el nombre de Bloque Obrero y Campesino, a fin de que los pequeños burgueses que no tenían aún el valor de presentarse franca y abiertamente como comunistas, pero que simpatizaban con el Socialismo marxista-leninista, pudiesen ser combatientes sin denominación partidista.

Aunque el número de socios del Bloque era corto, sus adalides eran individuos de prestancia. Trabajaban, al efecto, incansablemente. Penetraban ágil y osadamente en los grupos de oficinistas y comerciantes; pero con especialidad entre los obreros y campesinos a donde hallaban prosélitos, con los cuales formaron una clase activa, que llevando el nombre del Bloque de un lado a otro lado, daban la impresión de tener un alto número de asociados.

A pesar de todas esas manifestaciones de partidismo, no podía decirse que existían partidos nacionales; pues a excepción del P.N.R., los otros agrupamientos o eran casuales, o pecaban por su desorganización, o meramente simbolizaban la tradición revolucionaria, o como en el caso del Partido Socialista, eran una manifestación ideológica ajena a las realidades políticas de México y sobre todo del medio político nacional.

Tampoco en las localidades faltaban los partidos; ahora que éstos, además de sus dejos, compromisos y rivalidades lugareñas, no consideraban ni poseían el poder de las ideas. De estos agrupamientos, el mejor organizado, pero siempre entregado a fines locales y cada día más lejos del Socialismo sin Marx del cual fue líder el general Salvador Alvarado, era el de Yucatán. Después de éste, el de Tabasco.

Aquí, el gobernador Garrido Canabal, individuo de más laboriosidad agresiva que de principios políticos, hizo un mestizaje ideológico exento de probidad. Sus propósitos, sin embargo, estaban animados por una extraordinaria generosidad. Creía él, haber concebido una doctrina personalísima en materia de reivindicaciones sociales; pero sin tener la capacidad para expresar en qué consistían tales reivindicaciones; incapacidad que se reproducía en luchas ajenas a su época y a sus preocupaciones de bienestar popular, como fueron sus luchas contra la Iglesia y el Clero.

Sin trascendencia, pues, pero sí con una viveza singular, el partido garridista representó la modalidad del populismo extremista. Así, en el concepto de Garrido lo que no servía directa y precisamente para mejorar las condiciones de vida de la gente pobre, era burgués o reaccionario, de manera que en medio de una batalla incesante, la repetición se volvió una locución engañosa, que por otra parte, no hizo más que restar partidarios a Garrido, y como éste gustaba de asociar la violencia, —no tanto para dañar, cuanto para crear autoridad— a sus actividades, su apellido adquirió paralelo con el desorden, la intranquilidad y la inseguridad.

Tales fórmulas extremas, por un lado; por otro lado, las debilidades orgánicas y pecuniarias de los grupos de oposición, y el Antirreeleccionista entre éstos, no hicieron otra cosa que fortalecer al partido oficial, de manera que el Nacional Revolucionario se convirtió por sí propio y sin esfuerzos supremos ni imposiciones atropelladas, en el mando político supremo e incuestionable de la política electoral de México.
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