Presentación de Omar CortésCapítulo duodécimo. Apartado 10 - El cuerpo de ejército del noroesteCapítulo duodécimo. Apartado 12 - Los triunfos de Villa Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO SEGUNDO



CAPÍTULO 12 - SOBRE LAS ARMAS

LA DIVISIÓN DEL NORTE




No fueron los golpes de audacia, tan propios en los hombres acostumbrados a la aventura, los que dieran a Francisco Villa —hecho general por sí propio, primero, luego de verse capitán de un millar de sujetos medio armados, pero dueños de un valor temerario; hecho general, también por Carranza- una personalidad popular clamorosa. Lo que hizo ganar a Villa, hacia el otoño de 1913, una gran admiración en el concepto del vulgo, fue que en vez de un programa político, manifestó que sólo le impelía el propósito de aniquilar al ejército de Victoriano Huerta; y como a esto agregó su desinterés personal y lo atrevido y vertiginoso de sus progresos guerreros, pronto poseyó una aureola popular.

Villa no pretendía penetrar a la esfera de la autoridad política. Sólo pidió la venganza heroica, sin limitaciones en el esfuerzo y el valor; sin apetitos en el beneficio privado o en el provecho de partido; y estas ingenuidades de Villa hicieron que le mirasen y admirasen como hombre singular; porque, ¿cuándo antes se había visto en el país un guerrero tan altamente desinteresado? Así, la gente iba tras de aquel caudillo, que no exigía otra cosa a sus soldados que poseer genio marcial y un buen caballo.

Y la gente que le seguía sumó, al cabo del primer mes de actividades guerreras en el estado de Chihuahua, cuatrocientos jinetes; y ya con esta fuerza. Villa asaltó un tren de pasajeros a bordo del cual iban ciento cincuenta barras de plata, que mandó vender en el acto a Estados Unidos, utilizando el producto para la adquisición de pertrechos de guerra.

Pudo así organizar y armar a sus hombres; y considerando, como Madero en 1911, que era indispensable posesionarse de un punto fronterizo a través del cual introducir material bélico, pidió a los jefes revolucionarios chihuahuenses, Manuel Chao, Rosalío Hernández, Toribio Ortega, Maclovio Herrera y Tomás Urbina, que se acercaran a la capital del estado de Chihuahua con el objeto de distraer a los soldados huertistas, mientras que él, Villa, marchaba sobre Casas Grandes.

El plan, no pudo ejecutarse. Los capitanes de guerrilla, alzados en armas desde marzo (1913) no concurrieron al llamamiento —Villa todavía no era obedecido. Ortega, Chao, Hernández y Herrera habían tomado las armas por sí solos y dándose el título de generales. No reconocían, pues, superior alguno. Demasiado amaban su independencia y libertad.

Sin embargo, avanzó resuelto hacia el norte. La osadía y la añagaza eran sus faros. Así, cayó sorpresivamente sobre los huertistas; les derrotó en dos ocasiones; les persiguió; y habiéndoles hecho cincuenta y tantos prisioneros, ordenó (18 de marzo) que fuesen fusilados. Después, ya entregado a los rencores y crueldades, entró a saco las haciendas de las que cogió hasta dos mil cabezas de ganado, que vendió a los mercaderes norteamericanos; y a manera de hacer notar su autoridad, ordenó la aprehensión de munícipes y jefes políticos de origen contrarrevolucionario.

Por último, ya con la ambición de hacer triunfar su audacia, buscó un lugar adonde organizar e instruir a su gente, dejando tal enseñanza a su jefe de estado mayor, Juan Medina.

Pero como por otra parte, se sentía sin la personalidad del caudillo, antes que ningún capitán revolucionario chihuahuense, reconoció a Venustiano Carranza como Primer Jefe del ejército Constitucionalista, al tiempo que él, Villa, se proclamaba jefe del grupo armado al que dio el nombre de División del Norte.

Listo, pues, para la guerra y con los recursos que consideró bastantes a fin de iniciar una campaña formal contra los federales, Villa se movilizó hacia la ciudad de Chihuahua, en cuyos aledaños creía hallar a sus colegas, con el objeto de atacar la plaza. Esto, sin embargo, no pudo realizarse; porque las partidas de Urbina y demás improvisados jefes, hostilizadas por el enemigo, y sin los recursos de guerra para pelear, se habían retirado al sur. Además, Villa, quien mucho confiaba en el sigilo de sus marchas, había sido descubierto por los huertistas que, en número de seiscientos, le salieron al paso; y aunque Villa les derrotó (6 de julio), no por ello dejó de tener pérdidas, en vista de lo cual optó por replegarse una vez más hacia el norte, y a la segunda semana de agosto fue a establecer su cuartel general en San Buenaventura; es decir, en la misma población que sirviera también como centro de operaciones a Francisco I. Madero, en 1911.

Allí, en San Buenaventura, Villa esperó informes; pues sin revelar sus planes envió espías al centro y norte de Chihuahua, para preparar de esa manera asaltos a las guarniciones federales más débiles.

Por fin, volvió a ponerse en marcha, pero al tener noticias de que los huertistas conocían sus movimientos, regresó a San Buenaventura, aunque días después, con mucho sigilo, abandonó la población y marchó hacia Namiquipa. De aquí en dirección a la capital de Chihuahua. Llevaba mil hombres, y como le salió al paso el general huertista Félix Terrazas, lo combatió y derrotó (24 de agosto), y sin dar tiempo a que el enemigo se previniera, marchó con mucha rapidez; y cayendo inesperadamente sobre San Andrés, triunfó (26 de agosto). Aquí, hizo doscientos cuarenta y nueve prisioneros a los huertistas, quitándoles cerca de cuatrocientas armas y haciendo huir en desorden, y muy de cerca perseguidos, a los pocos soldados que lograron escapar de la plaza. Después, sin titubeos, mandó fusilar a los oficiales federales capturados y a un grupo de vecinos de la población, de filiación orozquista, que habían tomado parte en la defensa del lugar.

Llevado por el entusiasmo de sus triunfos, se dirigió a Bustillos. Aquí se le unieron doscientos cincuenta voluntarios, y sin mucho esperar, de nuevo se puso en marcha en busca de otros grupos alzados; y en efecto, en Santa Rosalía se le juntó Maclovio Herrera con cuatrocientos hombres; en Jiménez, Tomás Urbina, con seiscientos.

En seguida, envió propios a los cuatro puntos cardinales, con instrucciones de localizar a Calixto Contreras, Eugenio Aguirre Benavides, José Isabel Robles, Orestes Pereyra y al doctor Domingo B. Yuriar, a fin de pedirles que concurrieran al ataque a Torreón; plaza que los jefes revolucionarios de La Laguna habían asaltado, sin resultado efectivo, del 22 al 31 de julio.

Los huertistas de guarnición en Torreón, ya estaban advertidos de los nuevos planes de los revolucionarios, y esperaban al enemigo bien preparados. Hallábanse al mando del general Eutiquio Munguía en número de tres mil quinientos hombres disciplinados, pertrechados y atrincherados.

Villa estableció su cuartel general en Bermejillo; pues allí deberían acantonarse los grupos revolucionarios de Coahuila, Durango y Chihuahua. Como resultado de tal concentración, en Bermejillo se reunieron entre cinco y seis mil hombres; aunque no tan bien armados como los huertistas; pero quienes fiaban, en su osado valor, en cuatro piezas de artillería, dos ametralladoras y tres fusiles Rexer. Confiaban también en la estrella y decisión de Villa, quien esperaba más gente, más armas, más caballos y más organización dentro de sus filas; y como quiso estar engañando al enemigo ordenó que algunos grupos avanzaran hacia la plaza y sin comprometerse a una acción formal, se limitasen a escaramucear.

En Bermejillo se registrarían dos acontecimientos. El primero, la confirmación de los capitanes revolucionarios de dar a los grupos allí reunidos el nombre de División del Norte. El segundo, el reconocimiento de Villa como general en jefe de la división.

Así, ya con pleno mando. Villa dispuso (29 de septiembre 1913) el ataque a Torreón, siendo sus órdenes tan categóricas, que desde esa hora, ya nadie dudó de su gran autoridad.

El defensor de la plaza, general Munguía, al tener informes de los movimientos formales de Villa no sabía qué hacer. Sus fuerzas estaban muy castigadas y mermadas desde los meses de junio a agosto. Creía que su posición militar era débil y advirtió que la moral de su gente era muy baja. Huerta, sin embargo, le ordenó, desde la ciudad de México, tomar la ofensiva: salir de la plaza, y dar batalla a los revolucionarios, al norte de Torreón. Aunque hombre de muchos impulsos, el general Villa procedió cautelosamente; y como no se consideraba un caudillo militar sino un ejecutor de la justicia popular, cuidaba la sangre de su raza. Todavía no había dentro de él los motivos agresivos y sistemáticos que más adelante puso en acción al comprobar que su buena fe era burlada por los artificios políticos; por lo que tal fue, y no otra cosa, la causa de la transformación que poco adelante se produjo en Villa, quien como cualquier otro ser humano, al descubrir los efectos del engaño y de la deslealtad, abandonó los estatutos de la moral pública, para aplicar las leyes del capricho personal.

Con esa intuitiva y generosa idea de justicia y redención populares gobernaba Villa sus determinaciones, cuando ordenó el avance de sus soldados hacia Torreón. Tal avance había sido planeado juiciosamente y con la idea de ahorrar sangre revolucionaria. Al efecto, la acción se desarrollaría principalmente cargando el ataque hacia Ciudad Lerdo y Gómez Palacio; mas como a la tarde del 29 de septiembre, una brigada movilizada a Avilés se encontró frente del enemigo, no se pudo rehusar al combate, que desde los primeros momentos fue favorable a los atacantes quienes obligaron a los huertistas, cuando éstos intentaban dar batalla a campo raso, a retirarse hacia sus atrincheramientos; mas como este repliegue fue considerado por los revolucionarios como el principio de la derrota del enemigo, cobraron bríos y, sin más espera, se formalizó la batalla desde Lerdo hasta Torreón; y al cabo de veinticuatro horas de lucha, la gente de Villa entró victoriosa a la plaza.

Tan desastrosa fue la acción para los soldados de Huerta, que éstos dejaron en el campo de batalla ochocientos muertos —entre éstos el general Felipe J. Alvírez— y cuatrocientos noventa prisioneros, de entre quienes Villa ordenó que fuesen separados los oficiales, treintaidós de los cuales fueron pasados por las armas horas después.

Castigado el enemigo con tan fuertes pérdidas. Villa se presentó en Torreón como hombre de orden, y por ser muchas las lamentaciones del vecindario a causa de la guerra, mandó con mucho imperio que sus soldados respetaran las vidas e intereses de la población civil; como que no faltaron abusos en la confiscación de bienes y los atropellos cometidos con los chinos, muchos de éstos, asaltados y robados; otros asesinados; pues se les suponía cómplices del huertismo.
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