Presentación de Omar CortésCapítulo duodécimo. Apartado 11 - La División del NorteCapítulo duodécimo. Apartado 13 - La guerra en el oriente Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO SEGUNDO



CAPÍTULO 12 - SOBRE LAS ARMAS

LOS TRIUNFOS DE VILLA




La toma de la plaza de Torreón, considerada como el punto de apoyo para todas las operaciones de carácter militar en el norte de la República, fue un golpe para el huertismo, no sólo por ser Torreón el entronque de las más importantes vías férreas de México; no sólo por que hizo descender el valimiento de las fuerzas federales, sino también debido a que quedaban aisladas las tropas federales en el estado de Chihuahua, de manera que no podían recibir refuerzos y vituallas. Por otra parte, las glorias del antiguo ejército porfirista quedaron sepultadas para siempre. Con las derrotas formales de Sonora y La Laguna, ya no existía el ejército invicto.

Así, ya como jefe de la División del Norte, ya como general victorioso, Villa no tuvo más preocupación ni más propósito que exterminar a las tropas huertistas que se hallaban en Chihuahua.

Al caso, dejando una guarnición de dos mil hombres en la población conquistada, y en seguida de organizar una columna de tres mil soldados, marchó al norte, con el ánimo de atacar y posesionarse de Ciudad Juárez; pues comprendía cuán necesario era para el progreso de la guerra poseer una plaza fronteriza a través de la cual pudiese abastecerse de armas y municiones.

Púsose, pues, en camino a Chihuahua, y sin calcular debidamente sus fuerzas, creyendo que el triunfo de Torreón era bastante, para amedrentar a la guarnición huertista de la capital del estado, atacó la plaza dos veces (6 y 10 de noviembre), sin resultado alguno. Los federales, bien preparados, resistieron los asaltos; y Villa, convencido de que continuar combatiendo equivalía a perder gente y pertrechos y, por lo mismo, a debilitar sus fuerzas para llevar a cabo el proyecto de posesionarse de Ciudad Juárez, levantó su campo y se dirigió a Estación Terrazas.

Aquí, dividió sus tropas en dos columnas. Una, a fin de que quedara de vigilancia en la vía férrea a manera que el enemigo no le sorprendiera a la retaguardia. Otra, destinada a concurrir a la toma de Ciudad Juárez, en donde los huertistas en número de tres mil, se hallaban perfectamente atrincherados y protegidos por alambradas de púas; mas ahora, en lugar de seguir el sistema de los asaltos de audacia y valor, el general Villa optó por seguir el camino del ingenio guerrero. Al efecto, poco adelante de Estación Terrazas detuvo y secuestró un tren de carga, y montando a su agente en el convoy, dio órdenes de retroceder hacia Ciudad Juárez, que era de donde el tren procedía, y puesta la gente a bordo emprendió el camino hacia la plaza amagada, y sin que los federales adviertieran su presencia, Villa llegó a la estación del ferrocarril. Aquí, desembarcó a su gente sin ser sentido a la madrugada del 15 de noviembre, e inesperada y violentamente atacó los cuarteles, de manera que dos horas y media después, la plaza estaba en su poder.

Para el huertismo la pérdida de Ciudad Juárez fue una verdadera desgracia; pues si de un lado, con el acontecimiento se confirmaba la poca estabilidad y la escasa autoridad militar del antiguo ejército porfirista, de otro lado, los revolucionarios poseían el lugar fronterizo más importante para el suministro de pertrechos de guerra.

No quiso el general Huerta darse por vencido, ordenó al general Salvador R. Mercado que procediera con prontitud a reunir todos los destacamentos federales y grupos orozquistas en el norte de Chihuahua, incluyendo las guarniciones de Parral y de la capital del estado, a fin de que con una gran columna tratase de recuperar el punto fronterizo.

La orden de Huerta produjo pavor entre la gente acomodada y los funcionarios públicos de Parral y Chihuahua, quienes desde luego estimaron cuán funesto sería para ellos la ausencia de las tropas huertistas, ya que quedaban a merced de los revolucionarios, quienes habían hecho público el propósito de castigar severamente a los partidarios de Huerta, por lo cual éstos pidieron que las dichas guarniciones quedaran inmovilizadas.

Sin considerar sus planes, Huerta reiteró esa orden a Mercado, mandándole que organizara dos columnas en las que incluyera a los antiguos orozquistas con un total de cinco mil ochocientos hombres. Una avanzaría hacia Juárez; la otra, quedaría bajo las órdenes del general Mercado a fin de proteger a las pequeñas guarniciones de voluntarios de Chihuahua y Parral.

Hecho comandante en jefe de la primera, el general José Inés Salazar, antiguo magonista, marchó con mucha intrepidez y valor llevado por el propósito de recuperar la ciudad fronteriza. Muy fogueados y buenos soldados iban en las fuerzas de Salazar, quien tomó de lugartenientes a Marcelo Caraveo, Manuel Landa y Rafael Flores A. Había también en esa misma columna jóvenes de distinguidas familias de Chihuahua, quienes creían, de acuerdo con el manifiesto que hicieron público, que su solo apellido y categoría social, serían suficientes para vencer a un enemigo de tan poca cuantía moral como el general Villa.

Mas éste, tan pronto como tuvo noticia de la aventura que se jugaba la columna de Salazar, en lugar de esperar al enemigo en los atrincheramientos de Ciudad Juárez, pues temía que un encuentro en la plaza fronteriza pudiera producir males de carácter internacional, optó por salir de la plaza, y eligiendo un buen campo para las maniobras de su caballería, que era de poco más de 2,000 hombres, se situó entre Bauché y Tierra Blanca; y aun cuando el general Maclovio Herrera, como resultado de un disgusto personal dado su temperamento humano incompatible con las maneras a veces tempestuosas de Villa se había separado de las filas villistas, el caudillo confiado en su audacia y valor de su gente, esperó al enemigo. Villa tenía entre sus filas un buen número de veteranos de la guerra, hombres de muy auténtica idealidad, que amaban la Revolución y que creían su deber, casi religioso, vengar la muerte de Madero y exterminar a las huestes de Huerta; y esto parecía bastar para el triunfo.

Además, el terreno elegido por Villa no podía ser más favorable a las operaciones de guerra. Tratábase de un gran médano sobre el cual tenían que avanzar hundiéndose a veces hasta la rodilla, los soldados de Huerta, mientras que los de Villa estaban en un lomerío desde el que podían hacer blanco fácil a los hombres que caminaban sobre las amenazantes arenas del campo abierto. Así, apenas entrada la tropa federal a la duna, los soldados quedaban casi paralizados en sus movimientos, mientras que los revolucionarios hacían blanco en aquella gente llevada tan inútilmente al sacrificio. De esta suerte la victoria de Villa (25 de noviembre), no se hizo esperar. Fue un verdadero suceso militar, empañado por el fusilamiento hecho a la vista de los norteamericanos situados sobre la línea fronteriza, de veintitantos orozquistas, a quienes no se concedió una sola gracia a pesar de que había entre ellos varios heridos de gravedad.

La derrota del huertismo en Tierra Blanca fue definitiva para el triunfo del general Villa en el estado de Chihuahua; pues tan luego como el general Mercado tuvo noticias de lo acontecido, sin obedecer ya las órdenes de Huerta abandonó precipitadamente la capital del estado y sus soldados huyeron en todas direcciones, yendo los más a refugiarse a suelo de Estados Unidos.

Con aquella fuga, Chihuahua cayó en poder de las partidas revolucionarias; y el general Villa entró victorioso a la plaza el 31 de diciembre (1913).

El estado de Chihuahua quedó totalmente en poder del Constitucionalismo, porque apenas Villa estableció su cuartel general en la ciudad de Chihuahua, hizo público un manifiesto diciendo que el villismo sólo podía existir como un grito de guerra, que sus triunfos guerreros de ninguna manera serían para su provecho o gloria personal, sino que estarían destinados esencialmente a robustecer la empresa política y müitar dirigida por el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Venustiano Carranza.

Con lo anterior, la autoridad nacional de Carranza se embarnecía y era posible hablar en derecho de la existencia de un Gobierno, que acaudillado por el propio Carranza, representaba los intereses y normas de la Constitución de México.

No solamente Tierra Blanca y la fuga de Mercado serían triunfos de la División del Norte, porque en seguida de la ocupación de la capital del estado, Villa fue el jefe de poco más de diez mil hombres. Era éste el núcleo revolucionario más poderoso al lado del que mandaba el general Alvaro Obregón.

Así, al final de 1913, y dejando de su parte las numerosas partidas alzadas en el país, era posible decir que el Ejército Constitucionalista sumaba más de veinte y cinco mil soldados, con veinticuatro generales, doscientos jefes y un sinnúmero de oficiales. Verdad es que en todo esto había una señalada improvisación; mas ello no era obstáculo para comprender que con los abastecimientos comprados en Estados Unidos, la Revolución tenía muy respetables fuerzas y, por lo mismo, podía augurarse, sin caer en los cálculos de partido, que el huertismo estaba llamado a desaparecer en el transcurso de breves meses más.
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