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José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 5 - EL TRIUNFO

GUERRA DE GUERRILLAS




No es ya en detalle como el gobierno quiere combatir y exterminar a los revolucionarios que operan en el estado de Chihuahua; pues como la segunda zona militar ha sido reforzada con hombres, vituallas y dinero, se manda al general Juan J. Navarro, para que con los mejores soldados cargue nuevamente sobre la gente de Pascual Orozco, y con esto despeje y domine la vía del ferrocarril del Noroeste.

Navarro inicia la ofensiva ordenando el fusilamiento de sus prisioneros de guerra. Estos, que sumaban once, fueron quizás los primeros revolucionarios pasados por las armas, en represalia de lo cual Orozco ordenó la ejecución de Urbano Zea y otros diez porfiristas; y en seguida concentró su gente en Miñaca, con el aparente propósito de dar allí batalla formal.

Las noticias acerca de los movimientos de Orozco estimularon al general Navarro, quien desde luego organizó varias columnas de ataque, y sin considerar la posibilidad de un engaño de los alzados, marchó sobre Miñaca.

Orozco, satisfecho de haber atraído al enemigo al punto donde deseaba, dejó a Navarro en el engaño de Miñaca, salió sigilosamente de esta plaza y con mucha prontitud cruzó y destruyó la vía del Noroeste. Después mandó a Rafael Campa y al norteamericano Wiiliam Harrington, a quien llamaban el Diablo Dinamitero, para que volaran los puentes y vías del ferrocarril Central, mientras que él, Orozco, seguido de sus jinetes que sumaban poco más de novecientos, se dirigió a matacaballo hacia Bachina y continuó sin descanso a Namiquipa. Aquí llegó la mañana del 21 de enero (1911). Los habitantes del pueblo le recibieron jubilosamente; tanto así, que allí mismo se le presentaron ciento y tantos hombres pidiéndole armas, y aunque no se las pudo proporcionar, esto no fue obstáculo para que se le incorporasen.

A esas horas, y entusiasmado por el aplauso que recibía en pueblos y rancherías, Orozco cambió de planes. Ahora al advertir que los federales habían concentrado sus fuerzas en la zona del ferrocarril del Noroeste, comprendió que estaba desguarnecido el norte de Chihuahua y sin mucho vacilar, abandonó súbitamente Namiquipa y emprendió, al frente de su gente, el camino hacia la frontera con Estados Unidos. Le impelía el osado propósito de caer inesperadamente sobre Ciudad Juárez.

El plan, muy audaz, puesto que Ciudad Juárez por ser plaza fronteriza, aparte de su importancia, se prestaba a la defensa, lo proyectó Orozco no sólo con sus movimientos rápidos, sino con la ayuda de Francisco Villa, a quien mandó un propio, pidiéndole dejara a segundo término las diferencias personales, para concurrir a una misma acción guerrera. Contó también el jefe maderista, para realizar tal empresa, con la tarea destructiva encomendada a los dinamiteros Campa y Harrington, en quienes confió la interrupción total de las comunicaciones al norte de la capital chihuahuense, de manera que la fuerza federal de guarnición en Ciudad Juárez no pudiese ser auxiliada oportunamente.

A fin de poder dar cumplimiento a este plan, Orozco avanzó aceleradamente con rumbo a la plaza fronteriza. De paso, su gente cayó sobre las haciendas ganaderas de Luis Terrazas, el principal terrateniente de México; y aunque en algunas de esas fincas, los mayordomos ofrecieron resistencia armada, los revolucionarios las tomaron por la fuerza a fin de abastecerse de víveres y cabalgaduras; pues si la gente de Orozco no estaba bien armada y municionada, en cambio iba bien montada, de modo que con sus ágiles y atrevidos movimientos enseñó cuán ignorante seguía viviendo el mando militar porfirista acerca de los valimientos del arma de caballería en las llanuras septentrionales de México.

Tratando de que el enemigo ignorara cuáles eran sus propósitos, se hallaba Orozco en la hacienda del Carmen, cuando la mañana del 27 de enero (1911), le comunicaron que una columna gobiernista procedente de San Buenaventura se acercaba a la finca, por lo cual en el acto ordenó que sus lugartenientes Agustín Estrada, Refugio Loya, Gil Herrera y Marcelo Caraveo, al frente de sus respectivos jinetes dividieran sus fuerzas de manera que simultáneamente atacaran al enemigo por los flancos, mientras que él, Orozco, con la mayor parte de la gente tomaba el mando del centro.

Muchos de los hombres de Orozco, al ver de cerca al enemigo, por carecer de armas de fuego, echaron pie a tierra y como buenos serranos, blandieron sus machetes de campo, se abalanzaron sobre los soldados federales, quienes por haber sido sacados, en su mayoría, de las cárceles del país, no salían de su asombro ante la terrible acometida de los maderistas.

Cerca de seis horas duró el combate, hasta que los gobiernistas empezaron a retroceder. Orozco fue tras ellos hasta San Buenaventura; y allí les volvió a atacar con tantos ímpetus, que pronto cayó la plaza en su poder. La ocupó (28 de enero, 1911) en medio del aplauso y alegría del vecindario, mientras el enemigo la abandonó en desorden; pero Orozco no mandó que se le persiguiese, pues no quiso distraer a su gente del verdadero objetivo de sus movimientos.

Y, al efecto, en seguida de revistar a sus fuerzas, que ascendían a novecientos cincuenta y tantos hombres montados, ordenó la reanudación de la marcha.

Sin dar reposo a sus soldados. Orozco llegó a Potrero; abandonó el camino carretero; cortó hacia la vía del Central en Ojo Caliente; atrapó un convoy de carga y pasajeros que estaba allí inmovilizado como consecuencia de los daños causados a la vía por los dinamiteros; montó a su gentes en el tren; entró a Villa Ahumada. No se detuvo. Ahora avanza aceleradamente por tierra y sólo piensa en llegar a las puertas de Ciudad Juárez.

Y mientras todo eso se produce casi sobre la línea fronteriza, la guerra de guerrillas ha tomado auge en el sur de Chihuahua y en el estado de Durango.
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