Presentación de Omar CortésCapítulo segundo. Apartado 8 - La idea revolucionaria de MaderoCapítulo segundo. Apartado 10 - La aprehensión de Madero Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 2 - LA SUCESIÓN

EL LEVANTAMIENTO DE VALLADOLID




El Gobierno tenía encargado el orden en las haciendas, aldeas y pueblos de la República a los cuerpos rurales, organización militar con apariencia de policía; y como la acción de los rurales unida a la que realizaban los jefes y prefectos políticos había producido en la Nación una casi inalterable tranquilidad a través de los Treinta Años, el Gobierno central daba por cierta la eficacia de la autoridad armada ejercida sobre poblados y caminos, sin advertir, puesto que los rurales solamente observaban y perseguían los signos superficiales de la paz, que existían males en el campo que se desarrollaban silenciosamente y por lo mismo no exteriorizaban las amenazas para lo futuro.

Entre los procedimientos primitivos que empleaban los rurales y la autoridad implacable que ejercían los jefes políticos, no pocas eran las angustias que padecían los pequeños centros de población en el interior y costas de la República, de manera que mientras de una parte nacía dentro del mundo rústico el deseo de su progreso, de otra parte se acrecentaba el enojo hacia el Gobierno nacional por el desdén con que éste consideraba los problemas de la vida local. Y este localismo, que nunca tuvo adalides ni palabras adecuadas para expresarse y manifestarse, sintió un gran estímulo con las ideas de libertad —entendidas éstas como contradictorias al imperio del Centro— pregonadas por Madero.

Parecía -y en el fondo sustancial era lo cierto— como si aquel principio político del maderismo, que establecía la renovación de hombres y sistemas, hubiese sido la interpretación precisa de los anhelos del lugareño. Por esto, si en las ciudades la voz de Madero conducía a los hombres a numerosos y elevados ensueños que llamaban ideales, para la población rústica, tal voz era una excitación a la lucha de exterminio de la policía rural y de las jefaturas políticas.

En la realidad, para aquella gente que nunca tenía las satisfacciones que proporcionan la laboriosidad y el apaciguamiento, más que la caída del general Porfirio Díaz, su ambición consistía en incorporarse en todas las formas que mandaban las libertades constitucionales, al cuerpo de la Nación. Bastó así a la población rural de México, un solo vocablo —el vocablo Libertad—, para sentirse y verse arrastrada a donde tan preciado don natural y humano era prometido. No había llegado todavía a la colectividad del campo, tan ingenua como afectiva, ninguno de los apetitos que generalmente despiertan los movimientos políticos; sobre todo cuando éstos ofrecen novedades, y la novedad de los días que estudiamos era el antirreeleccionismo, que equivalía a decir antiporfirismo.

Ajenos así a cuanto de intereses y conveniencias pudieran significar los partidos políticos, vivían los habitantes de Valladolid, pueblo del estado de Yucatán, cuando llegó a Mérida Francisco I. Madero; y si con anterioridad a las actividades de Madero, los vallisoletanos habían simpatizado con la causa política local representada por Delio Moreno Cantón, y por lo mismo correspondieron a las actividades del Centro Libertario que Tomás Pérez Ponce dirigía en el estado, y siguieron con simpatía los trabajos que en favor de la democracia llevaba a cabo el periodista Carlos R. Menéndez, lo cierto es que los propósitos ya formales del antirreeleccionismo, debieron proporcionar a los vallisoletanos la confianza que se requiere para las empresas en las cuales se arriesga la vida.

Mas no era eso todo lo que se necesitaba en Valladolid, para dar corporeidad y vigor a un movimiento popular, ora pacífico, ora violento. Necesitábase también un adalid; y éste fue Maximiliano R. Bonilla, quien reunido que hubo un grupo de hombres resuelto a exigir las libertades políticas locales, por ser numerosos los atropellos que cometía la autoridad civil, se dedicó a la conspiración.

El propósito primero de los conspiradores era derrocar al gobernador de Yucatán Enrique Muñoz Arístegui, y al efecto, todo fue guiado por los partidarios de Bonilla a tal fin; pero sin llegar al término señalado para iniciar la revuelta, un acontecimiento fortuito motivado por el carácter violento y autoritario del jefe político Luis Felipe de Regil, les obligó a anticipar el acontecimiento, sin la completa organización y orden debidos al caso. Además, sin poseer las armas necesarias para la aventura.

Esto no obstante, a la madrugada del 4 de junio (1910), los descontentos se apoderaron súbita y fácilmente de Valladolid; pero como todo lo realizaron sin concierto ni previsión, y ya dueños de la plaza no sabían qué hacer, dieron tiempo para que las autoridades de Mérida, primero; el Gobierno federal, después, movilizaran violentamente seiscientos soldados a las órdenes del coronel Gonzalo Luque.

Este no tuvo que hacer muchos esfuerzos para recuperar la plaza. El día 9 de junio, dispuso el ataque a Valladolid, pero los insurrectos, careciendo de armas y municiones, ofrecieron tan débil resistencia que los soldados de Luque entraron y tomaron la población, haciendo numerosos prisioneros, y entre éstos a los jefes del movimiento.

Fueron tales Maximiliano R. Bonilla, Atilano Albertos y José Kantún, a quienes, en un consejo de guerra, se les condenó a muerte. El fusilamiento se efectúo el 24 de junio (1910), en el patio del abandonado templo de san Roque.
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