Presentación de Omar CortésCapítulo segundo. Apartado 7 - El Teatro Electoral PorfiristaCapítulo segundo. Apartado 9 - El levantamiento en Valladolid Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 2 - LA SUCESIÓN

IDEA REVOLUCIONARIA DE MADERO




¿Cómo y cuándo sintió Madero las primeras advertencias de la Revolución? Y, ¿qué era para aquel hombre lo revolucionario? ¿Acaso comprendía su responsabilidad como caudillo de una causa que pretendía renovar los hombres y sistemas del régimen político existente en la República?

Sin otro carácter que el de propagandista de una idea conforme a la cual ningún régimen político era viable para México, si ese régimen no significaba la voluntad popular expresada a través del Sufragio Universal, Madero había realizado la excursión política a los estados de Veracruz, Yucatán, Campeche y Nuevo León, primero; después a Querétaro, Jalisco y la costa occidental de México. Por último, al centro del país.

Para estos días (primer semestre de 1910), mucho habían crecido los recelos autoritarios del ministro Corral, de manera que la vigilancia sobre Madero fue mayor. Corral sentía, gracias a lo perspicaz de su carácter, que aquellas actividades de Madero sobresalían a todo cuanto, en el orden político, registraba la historia del régimen porfirista; y aunque Madero no tenía el nombre, ni el poder, ni la experiencia de los colaboradores de don Porfirio, sí estaba poniendo a la luz del día su capacidad de caudillo perseverante, luminoso y osado.

Y, ciertamente, otra era el alma que ahora movía las actividades de Madero; pues así como había colocado a segundo término lo desabrido de las manifestaciones en algunos lugares de la República, ponía al frente de su confianza lo ocurrido con sus partidarios en el estado de Sonora.

Al efecto, los partidarios de la democracia en tal estado, con la entereza y resolución provocadas por los abusos que política y electoralmente cometía el corralismo, produjeron no pocas alteraciones en el alma de Madero; pues éste empezó a considerar que sus proyectos políticos originales, que incluían la aceptación de un nuevo período presidencial del general Díaz, no correspondían a la decisión de los sonorenses, quienes hechos en los rigores del desierto y la montaña; conocedores y admiradores de los sistemas democráticos de Estados Unidos, cuya eficiencia popular no podía ser puesta en dudas, dueños de una voluntad de independencia, y vecinos de un país donde las fábricas de armas y municiones podían abastecer los requerimientos bélicos para una guerra civil, no parecieron dispuestos, en sus conferencias con Madero a prolongar una situación nacional que, de acuerdo con sus opiniones, no tenía compostura pacífica.

Sobre estas alas que le dieron los antirreeleccionistas de Sonora, Madero llegó a Ciudad Juárez, donde, como queda dicho, halló la amistad y partidismo de Abraham González; y de todo eso empezó a hacer un cambio dentro del programa pacífico hecho público en La Sucesión Presidencial. A partir, pues, de tal encuentro, el líder sintió los vientos de la guerra, y con lo mismo tuvo otra concepción acerca de la lucha política emprendida.

Además, a propósito de sus conversaciones con González, vino a Madero la idea de ser candidato a la presidencia de la República del Partido Antirreeleccionista; y aunque tal idea no era absolutamente nueva dentro de él, mucho cuidado había tenido de no exteriorizarla.

Dos motivos políticos más, pues, bullían en Madero a partir de aquella hora, y aunque no los hizo públicos a fin de no interferir en los preceptos democráticos que constituían el meollo de su empresa, la forma conducente de su viaje desde el norte del país a la ciudad de México, en víspera de la convención antirreeleccionista, denotaban cuánto se acrecentaba en él un caudillo de responsabilidad política.

Había una responsabilidad más producida por los viajes de Madero: la responsabilidad popular. Nacía en México, al efecto, el espíritu público; la gente empezaba a pensar; el individuo a crecer. Hablábase ahora de idealismo e idealistas; también del Sufragio Universal como cosa dable al pueblo de México. Las palabras y decisiones de Madero fueron, a partir de esos días, las palabras y decisiones de muchos mexicanos; y las dudas de que el país concurriera a un cambio de cosas políticas, empezaron a desvanecerse. El valimiento de la autoridad porfirista sufrió un decrecimiento. El temor al jefe político se convirtió en burla; las amenazas del fusil del ejército federal se hizo idea general de violencia. La República no estaba en guerra, pero negros eran los presentimientos nacionales, principalmente en las regiones costaneras y en el norte del país, donde las prédicas subversivas de Flores Magón, seguían aconsejando el uso de la dinamita contra los cuarteles de las fuerzas del Gobierno.

Con tales antecedentes Madero es ahora candidato a la presidencia de la República; y se dispone a contender democráticamente con el general Porfirio Díaz. La desemejanza entre Díaz y Madero no tiene medición. Los dos poseían un clarísimo talento; pero si el Presidente lo empleaba reflexiva, prudente y autoritariamente, el candidato lo derrochaba en osadías y genialidades. Madero, por otra parte, no era más que una hoja de la Historia; Díaz, la Historia misma. La historia de don Porfirio era de medio siglo y se adelantaba para dejar las bases históricas del futuro político de México; ahora que Madero con la magia de sus atrevimientos, de sus ilusiones y de sus empresas iba a llenar una centuria nacional.

En un solo ángulo de las cosas concordaban Madero y Díaz: en el patriotismo; en el elevado deseo de llenar de glorias y prosperidades a México. Para esto, el primero ambicionaba la renovación de los sistemas y los hombres; el segundo, la conservación de los hombres y sistemas.

Madero, poco después de la convención antirreeleccionista, anunció: Me dirigiré al actual Presidente de la República y candidato del Partido reeleccionista para el mismo puesto ... Le diré que por mi parte estoy dispuesto a acatar la voluntad nacional libremente expresada en los comicios; le haré ver, igualmente, cuán peligroso será llevar a otro terreno que no sea el de la Democracia, la solución de la actual contienda política, haciéndole comprender que el pueblo está resuelto a hacer respetar su soberanía y que será peligroso cualquier atentado contra él ... y si el general Díaz, deseando burlar el voto popular, permite el fraude y quiere apoyar ese fraude con la fuerza ... estoy convencido de que la fuerza será repelida con la fuerza. La idea revolucionaria de Madero era ya pública.

Frente a esa decidida lucha que emprendía Madero, el Gobierno no halló otro camino a seguir que el de ir de las libertades comedidas al engaño reglamentado. Sin un procedimiento práctico ante el cuerpo que adquiría el maderismo, la política electoral del régimen porfirista tuvo variaciones. Tampoco se observaron cambios en la conducta del partido oficialista a pesar de tener a la vista un candidato amenazante por la popularidad que ganaba.

Tan desdeñosa era la actitud del régimen hacia Madero, que el Gobierno no advertía el desarrollo de una mentalidad nacional favorable a un movimiento armado del maderismo ni pretendía inquirir cuáles eran las verdaderas cualidades personales de Madero; pero ni siquiera intuía que un hombre que dejaba su alta posición social para acaudillar al pueblo, no era un hombre vulgar.
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