Presentación de Omar CortésCapítulo segundo. Apartado 9 - El levantamiento de ValladolidCapítulo segundo. Apartado 11 - Porfirio Díaz octogenario Biblioteca Virtual Antorcha

José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 2 - LA SUCESIÓN

LA APREHENSIÓN DE MADERO




El episodio revolucionario de Valladolid produjo honda preocupación al régimen porfirista, que tanta seguridad y confianza había externado siempre respecto a su fortaleza autoritaria y a la paz en la República. Tanta así fue la preocupación, que lo visto desdeñosamente, empezó a considerarlo como una amenaza, si no a la base del régimen, sí al orden nacional.

Mayor fue la preocupación oficial al tener noticias de que la campaña cívica y electoral que Madero llevaba a cabo como candidato presidencial, cobraba importancia e ímpetus; y tratando de impedir nuevos progresos del maderismo, el ministro de Gobernación mandó que el candidato fuese acusado por incitaciones a la violencia y por lo mismo, aprehendido. Al caso, el Gobierno esperó a que Madero llegase a Monterrey.

En San Luis Potosí, Madero había dicho (4 de junio); y que lo entiendan bien nuestros opresores; ahora el pueblo mexicano está dispuesto hasta morir por defender sus derechos; y no es que piense incendiar el territorio patrio con una revolución; es que no le arredra el sacrificio. Y estas palabras serían el pie para la acusación del Gobierno.

Así, al llegar el candidato antirreeleccionista a Monterrey, ya todo estaba dispuesto para hacerlo preso; y como Madero pareció advertir los propósitos oficiales, exigió a sus partidarios que le aclamaban, obrar con prudencia. Con esto, sin embargo, sólo detuvo momentáneamente los propósitos de las autoridades de Monterrey que tenían muy precisas instrucciones del Centro.

Dispuesto, pues, el teatro oficial para aprehender a Madero, las autoridades locales esperan la hora para cumplir las órdenes; y tal hora llegó cuando el candidato, la noche del 7 de junio, subió a un vagón dormitorio en la estación del ferrocarril en Monterrey, para viajar a San Pedro. Al efecto, un oficial de la policía, seguido de gente armada se acercó a Madero y le pidió que se diese por preso, a lo cual éste repuso que sólo se entregaría si un juez daba la orden de aprehensión por escrito.

Con esto, ¡qué de apuros para la policía! Aquella autoridad tan expedita y eficiente durante treinta años, no sabía ahora qué hacer. El propio gobernador del Estado, general José María Mier, ante lo inesperado, tampoco se atrevía a tomar una resolución. Tenía a la vista un telegrama cifrado del vicepresidente de la República, en el que éste le comunicaba, no sin alarma, lo ocurrido en Valladolid, lo que decidió al gobernador a reiterar la orden de aprehensión. Madero, pues fue conducido a la penitenciaría del Estado, desde donde, días más tarde, escribió (15 de junio) al general Díaz: está [La Nación] cansada del continuismo, y desea un cambio de Gobierno ... No obstante la desigualdad de la lucha ... nosotros aceptamos y deseamos la lucha en los comicios ... [Pero] si desgraciadamente se trastorna la paz, será usted el único responsable ante la Nación, ante el mundo civilizado y ante la Historia.

Tales palabras serían estériles. El Gobierno había tomado una resolución; y ésta era irrevocable. Para hacerla más determinante, mandó que el candidato fuese trasladado a la penitenciaría de San Luis Potosí, puesto que allí, en esa ciudad, había dicho el primer discurso ofensivo a la paz.

El gobierno porfirista estaba dispuesto, después de los sucesos de Valladolid y de la aprehensión de Madero, a apagar, a un soplo de su poderosa autoridad, todo el fuego sedicioso que pudiera existir en la República; fuego que si en junio de 1910 sólo era yesca, ésta no dejaba de ser materia pronta a abrasar ánimos y cuerpos.

La brújula oficial, que siempre pareciera bien imantada, había perdido el norte magnético en virtud de los desequilibrios fortuitos. La gente que dirigía el régimen empezó a andar errante y los métodos del orden civilizado quedaron excluidos de la vida política del país. La paz quedó sustituida por la alarma; la alarma por la violencia.

Esta perturbación angustiosa de los ánimos oficiales se acrecentó en los pueblos donde, ciertamente, las amenazas de la gente eran mayores. De aquí, que las autoridades pueblerinas comenzaran a buscar y fichar a enemigos y supuestos enemigos del Gobierno.

En Sinaloa, conocidas las actividades maderistas que llevaba a cabo Gabriel Leyva, quien, en efecto, calladamente tenía resuelto empuñar las armas en favor de las libertades públicas, mandó el gobernador que tal líder fuese aprehendido. Así se hizo, y Leyva fue llevado a la cárcel de la villa de Sinaloa; pero después, con un pretexto, le sacaron de la prisión; le condujeron por el camino de la celaduría de Cabrera de Inzunza, y en un alto mandado por el jefe de la escolta, Leyva fue fusilado. Esto aconteció el 13 de junio de 1910.

Motivos había, pues, para considerar que el régimen porfirista tenía perdido el brazo de la normalidad nacional.
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