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José C. Valades

HISTORIA GENERAL DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA

TOMO PRIMERO



CAPÍTULO 2 - LA SUCESIÓN

EL TEATRO ELECTORAL PORFIRISTA




Era tan precisa la organización política del porfirismo, que el Partido Antirreeleccionista no parecía constituir una amenaza para la observancia del régimen de Treinta Años. Este, al efecto, y a excepción de la vigilante actitud del secretario de Gobernación Ramón Corral, siguió imperturbable, no obstante la candidatura presidencial de Madero, su rutina de mando y gobierno.

No dejaba, sin embargo, de tener el porfirismo incertidumbres interiores, aunque no de difícil salida; porque después de dominado el amenazador reyismo, no se hallaba, cuando menos a la vista, otro grupo político disidente. Los conflictos domésticos, pues, se reducían a la distribución y acomodamiento de empleos y funciones individuales. Además, como no siempre los gobernadores de estado eran aptos u honorables, el general Díaz se servía de los más sutiles argumentos y resoluciones, para mover a sus subordinados sin provocar controversias o secretos que pudieran alterar lo práctico del orden. No faltaban, en ese teatro tan complicado, dentro del cual la jerarquía era oficio dominante y ejecutante, escenas grotescas o humillantes; pero bajo la batuta disciplinaria e inteligente de Corral, si no todo llevaba justicia, sí hacía conformidad.

El capitulo más fatigoso de aquel régimen político, concernía al movimiento del aparato electoral; pues si es verdad que el disponente era don Porfirio, ¡qué de partes había necesidad de medir y pesar a fin de no alterar el concierto político! Dábase con esto, a pesar de que el Sufragio establecido por la Constitución vigente, estaba públicamente humillado por el desprecio oficial, la idea de que, sin necesidad de la aprobación popular, los empleos de elección local o nacional correspondían a un supuesto consenso universal, computado, expurgado y dictaminado por el Presidente.

Para las reelecciones del general Díaz se procuraba presentar un teatro especial —dentro del cual la figura decorativa de don Porfirio era lo principal— a fin de que tales acontecimientos parecieran emanados de la voluntad popular nacional. Al efecto, en las capitales de estado, las autoridades civiles, como ya se ha dicho, organizaban procesiones y asambleas de artesanos y oficinistas, así como de personas, ya de nacionalidad mexicana, ya extranjera, correspondientes a las partes más distinguidas de la sociedad; y como nadie rehusaba su concurso para tales menifestaciones en apoyo a la candidatura del general Díaz, aquellas representaciones públicas daban la apariencia de que el consentimiento para la reelección de don Porfirio era general en la República.

Las procesiones y asambleas se realizaban con mucho comedimiento; pues el general Díaz no sólo usaba de su omnipotencia para castigar, aunque con visos de amistad, a los gobernadores que solían enseñar su inclinación o desafecto a quienes podían o suponían ser sucesores de don Porfirio, sino que asimismo no desaprovechaba la oportunidad para poner fuera del redil oficial a quienes se excedían a las órdenes del Centro.

Con todos estos procedimientos, el general Díaz había suavizado o detenido una y muchas veces, los proyectos de franca oposición localista, como sucedió en Jalisco con Manuel Cuesta Gallardo, en Yucatán a propósito de la candidatura de Delio Moreno Cantón, en Guerrero con Enrique Gudiño y en Sinaloa en torno a la de José Ferrel.

Así y todo, como el genio previsor de Díaz, al cual se unía con severo tino el de Ramón Corral, advirtiera que el sistema de designación personal que substituía, anticonstitucionalmente, desde hacía tres décadas al Sufragio Universal, no podía ser eterno, creyó conveniente abrir una válvula de escape, y pensó en la posibilidad de establecer una leal oposición al régimen; oposición que, sin alterar el orden, fuese un organismo político colateral y contentadizo, que sirviera eficazmente a los hombres y brazos del porfirismo.

No para otra cosa, sino para dar base a esa leal oposición que sustrajera de todos los malos pensamientos y acciones a un partido capaz de impugnar formal y deliberadamente al régimen, y que con los mismos llevara a los ánimos la idea de un cambio de cosas, fueron las declaraciones (1908) del general Díaz al periodista noramericano James Creelman. He esperado con paciencia (dijo Díaz), el día en que la República esté preparada para escoger y cambiar sus gobernantes sin peligro de guerras ni daños al crédito y programas nacionales; y creo que ha llegado ese día ... Si en la República llegara a constituirse un partido de oposición ... lo vería como el comienzo de una era democrática ... La nación está preparada para entrar definitivamente en la vida democrática.

Tales palabras, dichas por un autócrata, discordaban grande y profundamente del sistema político de México; y publicadas en Estados Unidos y reproducidas en la prensa nacional, produjeron numerosas conjeturas. Sin embargo, ¡cuán claros eran los propósitos de don Porfirio!; porque hecha la declaración a fin de dar fundamento a esa disposición comprensiva, el general Díaz quiso que, al mismo tiempo de animar a una élite porfirista que no cabía ya dentro del presupuesto oficial ni podía lucir su ingenio perdido en la rutina del régimen, sus palabras no llegaran al pueblo, sino que se tuvieran como un circunloquio enigmático a par de espectacular, de manera que tal declaración a Creelman pasó como acontecimiento inintelegible para los profanos.
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