Índice de Los nueve libros de la historia de Heródoto de HalicarnasoPrimera parte del Libro SéptimoTercera parte del Libro SéptimoBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SÉPTIMO

POLIMNIA

Segunda parte



61

Los pueblos que militaban eran los siguientes. Primero, los persas, equipados así: llevaban en la cabeza unos bonetes de fieltro flexible llamados tiaras; al cuerpo, túnicas con mangas de varios colores, con escamas de acero parecidas a las de pescado; en las piernas llevaban bragas; en lugar de escudos de metal, escudos de mimbre, debajo de los cuales pendían las aljabas; traían astas cortas, arcos grandes, saetas de caña y además puñales pendientes del cinturón, sobre el muslo derecho. Tenían por general a Otanes, padre de Amestris, la esposa de Jerjes. En lo antiguo los griegos los llamaban cefenes, pero ellos mismos y sus vecinos se daban el nombre de arteos. Pero cuando Perseo, hijo de Dánae y de Zeus, llegó al reino de Cefeo, hijo de Belo, y se casó con su hija Andrómeda, tuvo en ella un hijo a quien puso el nombre de Persa, y le dejó allí, porque Cefeo no había tenido hijo varón. De este Persa, pues, tomaron el nombre.


62

Los medos marchaban equipados del mismo modo, pues esa armadura es meda y no persa. Tenían por general a Tigranes, un Aqueménida. En lo antiguo los llamaban todos arios, pero después que Medea la cólquide llegó de Atenas al país de los arios, también éstos mudaron el nombre; así lo refieren los mismos medos. Los cisios, que tomaban parte en la expedición, estaban equipados como los persas, pero en lugar de los bonetes llevaban mitras. Mandaba a los cisios Anafes, hijo de Otanes. Los hircanios. armados del mismo modo que los persas, tenían por jefe a Megapano, que fue después gobernador de Babilonia.


63

Los asirios de la expedición llevaban en la cabeza yelmos de bronce, entretejidos de cierto modo bárbaro no fácil de describir; tenían escudos, lanzas y puñales parecidos a los egipcios, y además, mazas de madera claveteadas de hierro y petos de lino. A éstos llaman sirios los griegos, pero los bárbaros los han llamado asirios; entre ellos estaban los caldeos. Era general Otaspes. hijo de Artaquees.


64

Los bactrios de la expedición se protegían la cabeza de modo semejante a los medos; tenían lanzas cortas y arcos de caña, al uso de su tierra. Los sacas escitas llevaban en la cabeza gorros puntiagudos, derechos y tiesos; vestían bragas; tenían sus arcos nacionales, dagas y además unas hachas o sagaris. Siendo estos escitas amirgios, llamábanlos sacas, porque los persas llaman sacas a todos los escitas. Mandaba a los bactrios y sacas Histaspes, hijo de Darío y de Atosa, hija de Ciro.


65

Los indos llevaban vestiduras hechas de plantas, tenían arcos y saetas de caña guarnecidas de hierro: así estaban equipados los indos; militaban a las órdenes de Farnazatres, hijo de Artabates.


66

Los arios iban provistos de arcos medos y en los demás iban como los bactrios. Mandaba a los arios Sisamnes, hijo de Hidarnes. Formaban parte de la expedición, con la misma armadura que los bactrios, los partos, los corasmios, los sogdos, los gandarios y los dadicas. Estos eran sus generales: de los partos y de los corasmios, Artabazo, hijo de Farnaces; de los sogdos, Azanes, hijo de Arteo; de los gandarios y de los dadicas, Artifio, hijo de Artabano.


67

Los caspios marchaban vestidos de zamarras, con sus arcos nacionales de caña, y alfanjes. Así estaban equipados; tenían como jefe a Ariomardo, hermano de Artifio. Los sarangas se destacaban por sus vestidos de colores, traían unos borceguíes que les llegaban a la rodilla, arcos y lanzas medos. Mandaba a los sarangas Ferendates, hijo de Megabazo. Los paccics llevaban zamarras, tenían sus arcos nacionales y dagas. Los paccies tenían por jefe a Artaíntes, hijo de Itamitres.


68

Los ucios, los micos y los paricanios estaban armados del mismo modo que los paccies. Estos eran sus generales: de los ucios y micos, Arsamenes, hijo de Darío, y de los paricanios, Siromitres, hijo de Eobazo.


69

Los árabes traían ceñidas sus marlotas y llevaban al hombro derecho arcos largos vueltos hacia atrás. Los etíopes, cubiertos con pieles de leopardos y de leones, tenían arcos largos, de no menos de cuatro codos, hechos del ramo de la palma y, además, pequeñas saetas de caña; en vez de hierro tenían una piedra aguzada con la que suelen labrar los sellos; traían también lanzas cuya punta era un cuerno de gacela aguzado a manera de cuchilla, y tenían además mazas claveteadas. Al ir a la batalla se pintaban de yeso la mitad del cuerpo y la otra mitad de bermellón. Mandaba a los árabes y a los etíopes situados allende el Egipto, Arsames, hijo de Darío y de Artistona, hija de Ciro; Darío, que la amó más que a todas sus mujeres, le hizo una estatua de oro batido a martillo.


70

A los etíopes de allende el Egipto y a los árabes mandaba Arsames; pero los etíopes de Oriente (pues unos y otros iban en el ejército) estaban agregados a los indos; en aspecto no diferían de los otros, salvo únicamente en la lengua y en el pelo, porque los etíopes de Oriente tienen el cabello lacio y los de Libia son los que tienen el cabello más crespo entre todos los hombres. Esos etíopes del Asia iban en su mayor parte armados como los indos, sólo que llevaban en la cabeza el cuero de las cabezas de los caballos con orejas y crines; la crin les servía de penacho, y llevaban las orejas de los caballos levantadas. En vez de escudos llevaban ante sí pieles de grullas.


71

Venían los libios con armadura de cuero y usaban dardos aguzados al fuego; tenían por general a Masages, hijo de Oarizo.


72

Marchaban los paflagones llevando en la cabeza yelmos entretejidos, escudos pequeños, lanzas no muy grandes y además venablos y puñales. Llevaban su calzado nacional hasta media pierna. Los ligies, los macienos, los mariandinos y los sirios marchaban con la misma armadura que los paflagones. A estos sirios llaman los persas capadocios. Mandaba a los paflagones y macienos Doto, hijo de Megasidro, y a los mariandinos, ligies y sirios, Gobrias, hijo de Darío y de Artistona.


73

Los frigios tenían armadura muy semejante a la paflagónica, con poca modificación. Los frigios, según cuentan los macedonios, se llamaban brigios todo el tiempo que vivieron en Europa y fueron vecinos de los macedonios, pero cuando pasaron al Asia, juntamente con la región, mudaron su nombre en frigíos. Los armenios venían armados como los frigios y eran sus colonos. A entrambos mandaba Artocmes, casado con una hija de Darío.


74

Los lidios tenían armas muy parecidas a las griegas. Los lidios se llamaban antiguamente meonios, pero cambiaron su nombre y llevaban el de Lido, hijo de Atis. Los misios llevaban en la cabeza sus cascos nacionales y usaban escudos pequeños y venablos aguzados al fuego: son colonos de los lidios y se llaman olimpienos, por el monte Olimpo. Mandaba a los lidios y a los misios Artafrenes, hijo de Artafrenes, aquel que había invadido Maratón en compañía de Datis.


75

Los tracios marchaban llevando en la cabeza pieles de zorro; en el cuerpo, túnicas que cubrían con marlotas de varios colores, en pies y piernas calzado de piel de cervato; tenían venablos, peltas y dagas pequeñas. Despllés de pasar al Asia se llamaron bitinios; antes, según dicen ellos mismos, se llamaban estrimonios, porque habitaban junto al Estrimón. Dicen que les arrojaron de sus moradas los teucros y los misios. Mandaba a los tracios del Asia, Basaces, hijo de Artabano.


76

Tenían escudos pequeños de cuero crudo de buey y llevaba cada cual dos chuzos hechos en Licia, y en la cabeza un casco de bronce; al casco estaban añadidas orejas y cuernos de buey, también de bronce, y penacho; envolvían las piernas en listones de púrpura. Entre estos hombres se halla un oráculo de Ares.


77

Los cabelees meonios, llamados lasonios, tenían la misma armadura que los cilicios, la cual indicaré cuando llegue en mi reseña al lugar de los cilicios. Traían los milias lanzas cortas, y sus vestidos estaban prendidos con hebillas; algunos de ellos llevaban arcos licios y en la cabeza celadas de cuero. A todo éstos mandaba Bardes, hijo de Histanes.


78

Los moscos tenían en la cabeza celadas de madera y llevaban escudos y lanzas pequeñas, pero provistas de largas cuchillas. Equipados como los moscos marchaban los tibarenos, los macrones y los mosinecos, a quienes dirigían los siguientes jefes: a los moscos y tibarenos, Ariomardo, hijo de Darío y de Parmis, hija de Esmerdis, hijo de Ciro; a los macrones y mosinecos, Artaíctes, hijo de Querasmis, el cual gobernaba Sesto sobre el Helesponto.


79

Los mares llevaban en la cabeza sus yelmos nacionales, entretejidos, y tenían pequeños escudos de cuero y venablos. Traían los colcos en la cabeza cascos de madera y escudos pequeños de cuero crudo de buey, lanzas cortas y también espadas. Mandaba a los mares y a los colcos Farandates, hijo de Teaspis. Los alarodios y los saspires marchaban armados como los colcos; les mandaba Masistio, hijo de Siromitres.


80

Los pueblos de las islas del mar Eritreo que seguían al ejército (de las islas en donde confina el rey a los que llaman deportados), llevaban traje y armas muy semejantes a los medos. A estos isleños mandaba Mardontes, hijo de Bageo, quien, al año siguiente, siendo general en Micala, murió en la batalla.


81

Ésas eran las naciones que marchaban por el continente y componian el ejército de tierra. Dirigían ese ejército los que llevo dichos, quienes eran los que lo ordenaban y contaban y los que designaban los jefes de mil y diez mil hombres. Estos últimos designaban los jefes de cien y de diez hombres. Habia otros caudillos para los regimientos y los pueblos.


82

Asi, pues, eran los jefes esos que llevo dichos. Dirigian a éstos y a todo el ejército de tierra, Mardonio, hijo de Gobrias, Tritantecmes, hijo de Artabano, el que fue de parecer que no se marchara contra Grecia, Esmerdomenes, hijo de Otanes (ambos, como hijos de hermanos de Dario, eran primos de Jerjes), Masistes, hijo de Dario y de Atosa, Gergis, hijo de Ariazo y Megabizo, hijo de Zópiro.


83

Estos eran los generales de todo el ejército de tierra, exceptuados los diez mil. A estos diez mil persas escogidos mandaba Hidarnes, hijo de Hidarnes, y se llamaban Inmortales por esta razón: si faltaba alguno al número por muerte o por enfermedad, ya estaba elegido otro hombre, y nunca eran ni más ni menos de diez mil. Los persas tenian entre todos el mejor traje y eran los más valientes. Su armadura era tal como está descrita, y además se distinguian por el abundante oro que traian. Llevaban consigo carrozas y en ellas sus concubinas, y mucha servidumbre bien aderezada. Camellos y otros bagajes con dudan sus vituallas, aparte las del ejército.


84

Esos pueblos van a caballo, pero no todos proporcionaban la caballeria, sino sólo los siguientes: los persas, con las mismas armas que su infanteria, sólo que algunos llevaban yelmos de bronce y de hierro batidos.


85

Hay ciertos nómades llamados sagarcios, pueblo persa y de lengua persa, cuya armadura está a medio camino entre la de los persas y la de los paccies. Proporcionaban un cuerpo de ocho mil jinetes; no acostumbran llevar armas, ni de bronce ni de hierro, salvo el puñal, se sirven de lazos de tientos entretejidos, y confiados en ellos van a la guerra. El modo de combatir de estos hombres es como sigue: al entrar en batalla con sus enemigos, arrojan los lazos que en un extremo llevan un nudo corredizo; arrastran hacia si lo que llegan a enlazar, sea caballo, sea hombre; la víctima, enredada en el lazo, perece. Tal es su modo de combatir; formaban cuerpo con los persas.


86

Los medos tenían la misma armadura que su infantería, como asimismo los cisios. Los indos llevaban las mismas armas que su infantería; iban a caballo y en carro, y tiraban de sus carros caballos y onagros. Los bactrios estaban equipados igual que su infantería, y lo mismo los caspios. También los libios andaban como sus infantes. Asimismo todos éstos iban en carro. De igual modo, los sacas y los paricanios estaban equipados como su infantería. Los árabes tenían la misma armadura que sus infantes, y cabalgaban todos en camellos que no ceden en ligereza a los caballos.


87

Sólo estos pueblos van a caballo. El número de la caballería era ochenta mil, aparte los camellos y los carros. Los demás jinetes estaban distribuídos por escuadrones; los árabes ocupaban el último lugar: como los caballos no soportan a los camellos, ocupaban el último lugar, para que no se espantaran los caballos.


88

Eran jefes de la caballería Armamitres y Titeo, hijos de Datis; el tercer jefe, Farnuques, había quedado enfermo en Sardes. Porque al partir de Sardes le ocurrió un involuntario accidente. Al montar, pasó un perro por entre las patas del caballo; éste, que no lo había visto venir, se espantó, se empinó y arrojó a Farnuques. Después de la caída vomitó sangre y la dolencia vino a parar en tisis. Sus criados en el acto hicieron con su caballo lo que les mandó: le llevaron al mismo lugar en donde había arrojado a su señor y le cortaron las patas por las rodillas. Así perdió Farnuques su mando de capitán.


89

El número de las trirremes era mil doscientas siete; las proporcionaban los pueblos siguientes: trescientas los fenicios, con los sirios de Palestina, equipados de este modo: llevaban en la cabeza celadas hechas de modo muy semejante al griego; vestían petos de lino y tenían escudos sin reborde y venablos. Moraban estos fenicios en lo antiguo, según ellos dicen, junto al mar Eritreo, de donde pasaron a vivir en la costa de Siria; esta región de Siria y toda la que llega hasta el Egipto se llama Palestina. Los egipcios suministraron doscientas naves. Estos llevaban en la cabeza cascos tejidos, escudos cóncavos con grandes rebordes, harpones y grandes hachas. La mayoría de ellos llevaban coraza y empuñaban grandes espadas.


90

Tal era su equipo; los ciprios aportaban ciento cincuenta naves y estaban aderezados de este modo: los príncipes traían envuelta la cabeza en mitras, los otros traían túnicas, y en lo demás iban como los griegos. Los pueblos de Chipre son los siguientes: unos oriundos de Salamina y de Atenas, otros de Arcadia, otros de Cidno, otros de Fenicia y otros de Etiopía, según los mismos ciprios dicen.


91

Los cilicios suministraban cien naves; traían en la cabeza yelmos nacionales; en vez de escudos, usaban adargas hechas de cuero crudo de buey y vestían túnicas de lana; llevaba cada uno dos venablos y una espada muy semejante a los alfanjes egipcios. Estos cilicios en los tiempos antiguos se llamaban hipaqueos y tomaron su nombre de Cílix el fenicio, hijo de Agenor. Los panfilios, equipados con armas griegas, proporcionaban treinta naves; estos panfilios descienden de los compañeros de Anfíloco y Calcante, que se dispersaron al partir de Troya.


92

Los licios aportaban cincuenta naves; llevaban coraza y grebas, tenían arcos de cornejo, flechas de caña sin pluma y venablos; llevaban pendientes de los hombros pieles de cabra, y en la cabeza, bonetes coronados de plumas; tenían también puñales y hoces. Los lidos, originarios de Creta, se llamaban termilas y tomaron su nombre de Lico, el ateniense, hijo de Pandión.


93

Los dorios del Asia, armados a la griega y oriundos del Peloponeso, proporcionaban treinta galeras. Los carios, equipados en todo como los griegos, sino que tenían hoces y puñales, presentaban cincuenta naves. Llevo ya dicho en los primeros relatos, cómo se llamaban antes tales pueblos (Véase el Libro Primero, partes tercera y cuarta).


94

Los jonios, apercibidos como los griegos, suministraban cien naves. Todo el tiempo que los jonios habitaron la región del Peloponeso, llamada ahora Acaya, antes que Danao y Xuto viniesen al Peloponeso, se llamaban pelasgos egialces, según dicen los griegos, pero después, por Ión, hijo de Xuto, se llamaron jonios.


95

Los isleños, armados como los griegos, presentaban diecisiete galeras; era éste asimismo un pueblo pelásgico; más tarde se llamaron jonios por la misma razón que las doce ciudades jonias originarias de Atenas. Suministraban los eolios sesenta galeras; iban equipados como griegos, y se llamaban en lo antiguo pelasgos, según tradición griega. Los del Helesponto, excepto los de Abido (porque los de Abido tenían orden del Rey de permanecer en su país y guardar los puentes), los restantes pueblos del Helesponto, pues, que marchaban en la expedición equipados como los griegos, proporcionaban cien naves. Eran colonos de los jonios y de los dorios.


96

Tripulaban todas las naves combatientes persas, medos y sacas. Las naves que mejor navegaban eran las de los fenicios, y de entre los fenicios, las de los sidonios. Así todos éstos como los que formaban el ejército de tierra tenían sus jefes nacionales, de los cuales no haré mención por no estar necesariamente obligado a ello por el hilo de mi historia. En efecto, los jefes de cada pueblo no eran dignos de mención, y en cada pueblo había tantos jefes como ciudades; y no militaban como generales, sino como los demás subalternos del ejército, pues tengo ya dicho quiénes eran los generales que tenían todo el poder, y entre los jefes de cada pueblo, quiénes eran los persas.


97

Los generales de la armada eran: Ariabignes, hijo de Daría; Prexaspes, hijo de Aspatines; Megabazo, hijo de Megabates; y Aquémenes, hijo de Darío. De la jónica y caria 1lo era Ariabignes, hijo de Darío y de una hija de Gobrias; general de los egipcios era Aquémenes, hermano de Jerjes por parte de padre y madre; generales del resto de la armada, los otros dos. Las naves de treinta y de cincuenta remos, las chalupas y las barcas largas para transportar la caballería, reunidas, llegaban al número de tres mil.


98

Los tripulantes de mayor nombre después de los generales eran los siguientes: Tetramnesto de Sidón, hijo de Aniso; Matén de Tiro, hijo de Siromo; Merbalo de Arado, hijo de Agbalo; Siennesis de Cilicia, hijo de Oromedonte; Cibernisco de Licia, hijo de Sica; los cipriotas Gorgo, hijo de Quersis, y Timonax, hijo de Timágoras, y de los carios, Histieo, hijo de Timnes, Pigres, hijo de Hiseldomo y Damasítimo, hijo de Candaules.


99

No hago mención de los demás comandantes, pues no estoy obligado a ello, pero sí de Artemisia, por quien tengo la mayor admiración, pues aunque mujer marchó en la expedición contra Grecia. Siguió la expedición por su brío y valor, sin tener ninguna obligación, porque como su marido había muerto y su hijo era mozo ella poseía el señorío. Su nombre era Artemisia; era hija de Lígdamis, por parte de padre, oriunda de Halicarnaso, y por parte de madre, de Creta; era señora de los halicarnasios, de los coos, de los nisirios y de los calidnios, y proporcionó cinco naves; de entre toda la armada, después de las naves de los sidonios, las suyas eran las más famosas, y de entre todos los aliados ella fue la que dió al Rey los mejores consejos. Aclaro que la población de las ciudades que enumeré bajo su gobierno, es toda dórica, pues los halicarnasios son trecenios y los restantes epidaurios. Hasta aquí se extiende la descripción de la armada.


100

Hecho el cómputo y la formación de las tropas, deseó Jerjes contemplarlas cabalgando entre ellas. Así lo hizo luego: iba en su carro e interrogaba a cada nación, y los escribas tomaban nota, hasta llegar de un cabo al otro, tanto de la caballería como de la infantería. Después de hecho esto y de botadas las naves al mar, dejó Jerjes su carro por una nave sidonia y, sentado bajo un dosel de oro, pasaba por las proas de las naves interrogando a cada una, del mismo modo que al ejército de tierra, y haciendo tomar nota. Los capitanes habían retirado las naves a cuatro pletros de la orilla, más o menos, y las tenían ancladas, vueltas todas la proa a tierra en línea recta y armados los combatientes como para la guerra. Y Jerjes, navegando entre las proas y la orilla, pasaba revista.


101

Cuando hubo recorrido la armada y desembarcado de su nave, envió por Demarato, hijo de Aristón, que le acompañaba en la expedición contra Grecia, y luego de llamarle le interrogó así: Demarato, es ahora mi gusto hacerte una pregunta que se me ofrece. Tú eres griego y, según me he enterado por ti y por otros griegos que han conversado conmigo, natural de una ciudad que ni es la menor, ni la más débil. Dime, pues, si osarán los griegos venir a las manos conmigo; porque a mi parecer ni aunque se reuniesen todos los griegos y todos los demás hombres que moran a Occidente estarían en condiciones de hacerme frente, no yendo acordes. Quiero, pues, conocer tu opinión y enterarme de lo que dices sobre ellos. Así preguntó el Rey, y respondió Demarato: Rey, ¿usaré contigo de la verdad o del halago? Jerjes le ordenó usar de la verdad, asegurándole que nada perdería de su primera gracia.


102

Cuando oyó esto Demarato, dijo así: Rey, ya que mandas usar de la verdad de todo en todo, y hablar como quien luego no sea convicto de ti por mentiroso, digo que en Grecia es natural la pobreza y adquirida la virtud, que se logra merced a la sabiduría y a la recia ley. Con su ejercicio se defiende Grecia de la pobreza y de la tiranía. Alabo, en verdad, a todos los griegos que moran cerca de los países dóricos; pero no diré las sigUientes palabras acerca de todos ellos, sino solamente de los lacedemonios. En primer lugar, no es posible que acojan jamás tus discursos, que traen la esclavitud a Grecia; y luego, saldrán a combatir contigo, aunque todos los demás griegos sean tus partidarios. En cuanto al número, no averigües cuál es el número de los hombres capaces de esto, porque si su ejército constare de mil hombres, mil combatirán contra ti, y lo mismo si son menos o si son más.


103

Al oírle, Jerjes se echó a reír y dijo: Demarato ¿qué palabra has dicho? ¿Que mil hombres habrán de combatir contra semejante ejército? Ea, dime: tú afirmas que has sido rey de estos hombles. ¿Quisieras, pues, ahora mismo, combatir contra diez hombres? Y en verdad que, si el orden de vuestro estado es todo como tú lo explicas, cierto que tú, su rey, debes enfrentarte con doble número, según vuestras leyes. Porque si cada uno de ellos vale por diez hombres de mi ejército, exijo que tú valgas por veinte, y así sería exacta la palabra que dices. Pero si con el aspecto y estatura que tenéis tú y los griegos que venís a mi presencia; os jactáis tanto, mira no sea esa palabra vana petulancia. Porque, vamos, quiero ver con toda verosimilitud: ¿cómo podrían mil o diez mil o cincuenta mil hombres, todos igualmente libres y no mandados por uno solo, hacer frente a tamaño ejército? Somos en verdad nosotros más de mil por cada uno, si son ellos cinco mil. Si estuvieran sujetos a un solo hombre, a usanza nuestra, ello podría ser, porque por miedo a él superarían su naturaleza y podrían marchar a fuerza de látigo unos pocos contra muchos más, pero sueltos y en libertad, no es posible que hagan uno ni otro; y me parece que aun igualados en número, difícilmente combatirían los griegos con los persas solos. Por el contrario, entre nosotros solamente se halla el mérito que tú dices, bien que no a cada paso, sino rara vez: hay entre mis lanceros persas quienes se atreverán a combatir con tres griegos a la vez. Tú, como no lo sabes, dices boberías.


104

A estas palabras respondió Demarato: Rey, sabía desde el principio que, diciendo la verdad no te diría cosa grata; pero, como me obligaste a decir mis más veraces palabras, te dije la condición de los espartanos, aunque tú eres quien mejor sabe cómo amo yo mi situación actual, y como los aborrezco a ellos, que me arrebataron mi dignidad y mis prerrogativas paternas, me quitaron la ciudadanía y me lanzaron al destierro, mientras tu padre me recibió, me dió casa y sustento. Y no es lógico que un varón sensato rechace la bondad que se le ha demostrado, sino que la ame por sobre todas las cosas. Yo no me declaro capaz de combatir contra diez hombres, ni contra dos, y por mi voluntad ni con uno solo combatiría. Pero si hubiera necesidad o si un gran riesgo me impulsase, combatiría gustosísimo con uno de esos persas que dicen valer por tres griegos. Porque los lacedemonios cuerpo a cuerpo no son inferiores a nadie, y en masa son mejores que todos. Pues aunque libres, no son libres en todo, porque tienen por señora a la ley, ante la cual tiemblan mucho más todavía que los tuyos ante ti. Hacen lo que ella les manda, y ella manda siempre lo mismo: no les deja huir de la batalla, cualquiera sea la muchedumbre del enemigo, sino vencer o morir en su puesto. Pero si te parece bobería esto que digo, en lo futuro quiero callar el resto. Ahora hablé obligado. ¡Ojalá todo salga a tu voluntad, Rey.


105

Así respondió Demarato. Jerjes lo tomó a risa y no dió muestra ninguna de enojo, sino que le despidió benignamente. Después de este coloquio, de nombrar gobernador de Dorisco a Mascames, hijo de Megadostes y de deponer al que Darío había nombrado, Jerjes condujo el ejército hacia Grecia, a través de Tracia.


106

Dejó, pues, a Mascames, hombre que se condujo en tal forma, que a él solo acostumbraba Jerjes enviar regalos, como al persa más valiente entre todos los gobernadores nombrados por él o por Darío, y se los enviaba todos los años, y todavía Artajerjes, hijo de Jerjes los enviaba a los descendientes de Mascames. Aún antes de esta expedición, habían sido nombrados en todas partes gobernadores en Tracia y en el Helesponto. Y todos, tanto los de Tracia como los del Helesponto fueron arrojados por los griegos, después de esta expedición, salvo el de Dorisco, porque nadie pudo arrojar a Mascames de Dorisco, aunque muchos lo intentaron. Por eso le envía regalos el soberano reinante en Persia.


107

De los que los griegos arrojaron, a ninguno tuvo Jerjes por bravo sino solamente a Boges, el de Eyón. A éste nunca dejaba de alabarle y honró muy particularmente a los hijos que de él quedaron entre los persas, y, en efecto, mereció Boges gran alabanza: porque, cercado por los atenienses y por Cimón, hijo de Milcíades, pudiendo salir bajo capitulación y volver al Asia, no lo quiso hacer, no le pareciese al Rey que se había salvado por cobardía, y resistió hasta el fin. Cuando ya no había más víveres en la plaza, prendió una gran hoguera, degolló a sus hijos, a su mujer, a sus concubinas y a sus criados y los arrojó al fuego; después cuanto oro y plata había en la ciudad, lo esparció desde el muro al Estrimón, y concluído esto, se echó al fuego. Por eso es justamente celebrado aun hoy entre los persas.


108

Desde Dorisco Jerjes marchaba hacia Grecia, y obligaba a todos los pueblos que hallaba a unirse a su expedición, ya que le estaba sometida, como he explicado antes, toda la tierra hasta Tesalia y era tributaria del Rey, siendo Megabazo quien la había conquistado y después Mardonio. En su marcha desde Dorisco pasó Jerjes primero por las plazas de los samotracios, la última de las cuales hacia Poniente es una ciudad de nombre Mesambria: linda con ésta Estrima, ciudad de los tasios; por medio de ellas corre el río Liso, cuya agua no bastó entonces para el ejército de Jerjes y quedó agotada. Este país se llamaba antiguamente Galaica, y ahora Briántica; conforme al mejor derecho, también pertenece a los cicones.


109

Después de atravesar el cauce seco del río Liso, pasó Jerjes por las ciudades griegas de Maronea, Dicea y Abdera. Pasó por ellas y por estas famosas lagunas vecinas: Ismaris, situada entre Maronea y Estrima, y Bístonis, vecina a Dicea, en la que arrojan su agua dos ríos, el Travo y el Compsanto. Cerca de Abdera no pasó Jerjes por ninguna laguna famosa, pero sí por el río Nesto, que corre al mar. Después de estos países pasó por las ciudades de tierra firme, en una de las cuales hay una laguna que tiene como unos treinta estadios de circunferencia, más o menos abundante en pesca, y de agua muy salobre; ésta quedó seca sólo con haber abrevado las bestias de carga. El nombre de esa ciudad es Pistiro.


110

Pasó Jerjes, dejando las ciudades marítimas griegas a mano izquierda. Los pueblos tracios por cuyo territorio siguió su camino fueron los petos, los cicones, los bistones, los sapeos, los derseos, los edonos y los satras. De éstos los que moraban junto al mar se unían a la armada; y los que vivían tierra adentro y he enumerado, excepto los satras, todos los demás seguían por fuerza al ejército de tierra.


111

Los satras, que nosotros sepamos, nunca han sido súbditos de nadie, y continúan hasta mis tiempos siendo los únicos entre los tracios siempre libres. Viven, en efecto, en altos montes cubiertos de todo género de arboleda, y de nieve, y son excelentes guerreros. Ellos son los que poseen el oráculo de Dioniso; ese oráculo se halla en las más altas montañas; y entre los satras los besos son los intérpretes del santuario, una sacerdotisa da las respuestas como en Delfos, sin ningún otro artificio.


112

Dejó Jerjes la región dicha y pasó luego por las plazas de los pierios, de las cuales una tiene por nombre Fagres y la otra Pérgamo. Aquí hizo su camino junto a las plazas mismas, dejando a mano derecha el Pangeo, monte grande y alto, en el cual hay minas de oro y plata que poseen los pierios y odomantos, y sobre todo los satras.


113

Dejó Jerjes a los peones, doberes y peoplas que habitan al norte del Pangeo, y se dirigió a Poniente hasta llegar al río Estrimón y a la ciudad de Eyón, en donde todavía vivía y mandaba aquel Boges, de quien poco antes hice mención. Llámase esta tierra alrededor del monte Pangeo, Filis, y se extiende, a Occidente, hasta el río Angites que desemboca en el Estrimón, a Mediodía hasta el mismo Estrimón. A este río hicieron los magos un fausto sacrificio, degollando caballos blancos.


114

Después de hacer estos y otros muchos hechizos en el río, marcharon por el lugar de los edonos llamado Nueve Caminos hacia los puentes que hallaron ya construidos sobre el Estrimón. Oyendo que ese lugar se llamaba Nueve Caminos, enterraron vivos en él otros tantos mancebos y doncellas. hijos de la gente del país. Costumbre persa es el enterrar vivos, pues oigo que Amestris, la mujer de Jerjes, ya vieja, enterró vivos siete parejas de hijos de persas ilustres, como acción de gracias en su nombre al dios que dicen existir bajo tierra.


115

El ejército, en su marcha desde el Estrimón, halló a Poniente una playa y pasó cerca de la ciudad griega de Argilo allí situada. Aquella región, y la que está más al interior, se llama Bisalcia. Desde allí, teniendo a mano izquierda el golfo vecino al templo de Posidón, marchó por la llanura llamada Sileo, dejando atrás la ciudad griega de Estagiro, y llegó a Acanto, llevando consigo todas estas naciones y las que moran alrededor del monte Pangeo (del mismo modo que se había llevado los pueblos que enumeré antes), teniendo a los habitantes de la costa como combatientes en la armada y a los de tierra adentro como agregados a la infantería. Este camino por donde el rey Jerjes condujo sus tropas, hasta mis tiempos, ni lo roturan ni siembran en él, y lo miran con gran veneración.


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Cuando llegó a Acanto, declaró Jerjes por huéspedes a los acantios, les obsequió con el vestido de los medos y les alabó, así por verles prontos a la guerra, como por tener noticia del canal.


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Estaba Jerjes en Acanto, cuando sucedió que murió de una enfermedad Artaquees, prefecto del canal, apreciado por Jerjes, y Aqueménida de linaje. Era en estatura el más grande de los persas (pues le faltaban cuatro dedos para los cinco codos reales), y tenía la voz más fuerte del mundo. Mostró Jerjes gran pesar por su muerte y le hizo las más suntuosas exequias; todo el ejército levantó el túmulo. A este Artaquees hacen sacrificios los acantios como a héroe, por un oráculo, y le invocan por su nombre.

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Así, pues, el rey Jerjes mostró gran pesar por la muerte de Artaquees. Los griegos que acogían el ejército y ofrecían convite a Jerjes llegaban a la mayor miseria, al punto de desamparar sus casas. Tanto es así que los tasios, a causa de las poblaciones que poseían en tierra firme, hubieron de acoger al ejército de Jerjes y hacerle convite, y elegido Antipatro, hijo de Orges, hombre de tanto crédito como el que más, dió cuenta de haberse gastado cuatrocientos talentos de plata en la cena.


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Y cuentas parecidas dieron los magistrados de las otras ciudades. Como estaba fijado desde mucho tiempo antes y le daban mucha importancia, el convite se hacía de la manera siguiente. Apenas oían a los heraldos que anunciaban la orden, los ciudadanos se distribuían el grano, y todos hacían harina de trigo y de cebada durante varios meses seguidos. Compraban a cualquier precio las reses más hermosas y las cebaban, y también criaban aves terrestres y acuáticas, en jaulas y estanques para la recepción del ejército. Labraban vasos y jarros de oro y plata, y toda la demás vajilla para la mesa. Esto se hacía para el Rey mismo y para sus comensales; para lo restante del ejército sólo se prevenían los víveres ordenados. Cuando llegaba el ejército, estaba ya preparado el pabellón donde descansaba el mismo Jerjes, mientras el resto del ejército permanecía al raso. Llegada la hora de la cena, se afanaban los huéspedes mientras los otros, hartos, pasaban allí la noche, y al día siguiente, deshacían el pabellón, tomaban todas sus alhajas y se iban así sin dejar nada y llevándoselo todo.


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De aquí nació aquella palabra bien dicha de Megacreonte de Abdera, quien aconsejó a los abderitas que todos, hombres y mujeres, se fueran a sus templos, y postrados como suplicantes rogasen a los dioses que en lo venidero les librasen de la mitad de los males que les amenazaban; y en cuanto a lo pasado, les agradeciesen mucho que el rey Jerjes no acostumbrase tomar alimento dos veces al día; porque se les ofrecía a los abderitas, si se les ordenaba aparejar un almuerzo semejante a la cena, o no aguardar la llegada de Jerjes, o de aguardarla, perecer del modo más lastimoso.

Índice de Los nueve libros de la historia de Heródoto de HalicarnasoPrimera parte del Libro SéptimoTercera parte del Libro SéptimoBiblioteca Virtual Antorcha