Índice de Los nueve libros de la historia de Heródoto de HalicarnasoTercera parte del Libro SextoSegunda parte del Libro SéptimoBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SÉPTIMO

POLIMNIA

Primera parte



1

Cuando la nueva de la batalla dada en Maratón llegó a Dario, hijo de Histaspes, quien ya de antes estaba muy irritado contra los atenienses a causa de la invasión de Sardes, se encolerizó entonces mucho más y se decidió más aun a marchar contra Grecia. Enseguida, despachó correos a cada ciudad, encargando que le alistasen tropas, y fijó a cada cual un número mucho mayor que antes de naves, caballos, víveres y barcos de transporte. Con estos encargos se vió agitada por tres años el Asia, y se hicieron levas de la mejor tropa y preparativos para marchar contra Grecia. A los tres años, los egipcios, que habían sido sometidos por Cambises, se sublevaron contra los persas; por ese motivo se empeñó más aun Darío en marchar contra ambos.


2

Mientras Darío se apercibía contra Egipto y Atenas, se originó entre sus hijos una gran contienda sobre el poder supremo, pues, conforme a la ley de los persas, primero debía señalar sucesor y luego salir a campaña. Había tenido ya Dario, antes de reinar, tres hijos de su primera mujer, hija de Gobrias, y después de reinar tuvo otros cuatro de Atosa, hija de Ciro. El mayor de los primeros era Artobazanes, y el de los últimos, Jerjes; como no eran hijos de la misma madre andaban en contienda: Artobazanes porque era el mayor de todos los hijos, y porque es uso entre todos los hombres que tenga el mando el primogénito. Jerjes, porque era hijo de Atosa, hija de Ciro, que había conquistado la libertad de los persas.


3

Mientras Darío no declaraba aún su parecer, hallóse allí por aquel tiempo Demarato, hijo de Aristón, quien, despojado del trono de Esparta y resuelto a desterrarse de Lacedemonia, había llegado a Susa. Enterado este hombre de la desavenencia de los hijos de Darío, fue a ver a Jerjes y, según es fama, le aconsejó que a las razones que alegaba, añadiese la de haber nacido cuando ya Darío era rey y tenía imperio sobre los persas, mientras que Artobazanes había nacido cuando Darío era todavía particular¡ por eso, ni justo era ni razonable que nadie poseyese la soberanía antes que él, ya que también en Esparta -decía Demarato en sus consejos- se acostumbraba así: si los hijos mayores nacían antes de reinar el padre, y al reinar éste le nacía uno menor, la sucesión del reino correspondía al menor. Valióse Jerjes del consejo de Demarato, y reconociendo Darío la justicia de lo que decía, le designó rey. Y a mi me parece que aun sin ese consejo hubiera sido rey Jerjes, porque Atosa tenía todo el poder.


4

Luego de designar a Jerjes futuro rey de los persas, Darío se disponía a su campaña; pero al año siguiente de estos sucesos y de la sublevación de Egipto, haciendo sus preparativos, le sorprendió la muerte, habiendo reinado en total treinta y seis años, y sin que le fuese dado castigar a los egipcios rebeldes ni a los atenienses.


5

Al morir Darío, recayó el reino en su hijo Jerjes. Al principio Jerjes no tenía ningún deseo de marchar contra Grecia y reclutaba tropas contra Egipto. Hallábaseo a su lado, y era de todos los persas quién más podía con él, Mardonio, hijo de Gobrias, que era primo de Jerjes e hijo de una hermana de Darío, y le habló en estos términos: Señor, no parece bien que los atenienses, que tanto mal han hecho a los persas, no expíen sus delitos. Muy bien harás ahora en llevar a cabo lo que tienes entre manos; pero después de sujetar la insolencia de Egipto, marcha contra Atenas, así para que tengas buena fama entre los hombres como para que en adelante se guarden todos de invadir tu tierra. Este discurso de Mardonio era para obtener venganza, y como adición del discurso decía que Europa era una región hermosísima, fecunda en árboles frutales de todo género, extremada en toda excelencia, digna de no tener otro dueño que el Rey entre todos los mortales.


6

Así hablaba Mardonio, porque era amigo de novedades y porque deseaba ser gobernador de Grecia. Y con el tiempo logró su intento, y persuadió a Jerjes a la empresa; concurrieron también otros accidentes que contribuyeron a persuadir a Jerjes. En primer lugar, llegaron embajadores de Tesalia, de parte de los Alévadas, invitando al rey con todo empeño a marchar contra Grecia (eran estos Alévadas los reyes de Tesalia). En segundo lugar, los Pisistrátidas que habían venido a Susa sostenían las mismas razones de los Alévadas, y por añadidura le solicitaban con algo más, porque habían venido a Susa trayendo consigo a Onomácrito de Atenas, adivino y editor de los oráculos de Museo, con quien habían hecho las paces. Había sido Onomácrito expulsado de Atenas por Hiparco, el hijo de Pisístrato, porque Laso de Hermíona le había sorprendido en el acto de interpolar entre los oráculos de Museo uno, acerca de que desaparecerían en el mar las islas adyacentes a Lemno. Por eso le había expulsado Hiparco, aunque antes había tenido gran trato con él. Pero entonces había acompañado a los Pisistrátidas, y siempre que llegaba a la presencia del Rey, ante quien los Pisistrátidas le hacían reverentes elogios, recitaba algunos oráculos, y si había algo que significase al bárbaro alguna calamidad, no decía nada de ello, sino que escogía los más feHces, decía que un persa había de echar un puente sobre el Helesponto y explicaba la expedición. Éste, pues, le hostigaba con sus oráculos, y los Pisistrátidas y Alévadas con sus pareceres.


7

Resuelto Jerjes a marchar contra Grecia, al año siguiente de la muerte de Darío, hizo en primer lugar la expedición contra los sublevados; después que les hubo sometido y puesto Egipto entero en mucha mayor esclavitud que en tiempos de Darío, lo confió al gobierno de Aquémenes, hermano suyo e hijo de Darío; era Aquémenes gobernador de Egipto cuando, tiempo después, le asesinó Inaro, hijo de Psamético, natural de Libia.


8

Después de la rendición de Egipto, cuando Jerjes estaba ya por tomar en sus manos la expedición contra Atenas, convocó una asamblea de los persas más nobles, para oír sus pareceres y declarar él mismo su voluntad. Reunidos ya todos, dijo así Jerjes: Persas, no soy yo el primero en establecer entre vosotros esta usanza, la he heredado y la seguiré, pues según oigo decir a los ancianos nunca todavía hemos sosegado, desde que nos apoderamos del imperio de los medos, cuando Ciro depuso a Astiages. Dios nos así guía y endereza a nuestro provecho las muchas empresas a que nos aplicamos. No hay para qué referir, pues bien lo sabéis, todos los pueblos que conquistaron y ganaron Ciro, Cambises y mi padre Darío. Yo, desde que heredé este trono, pensé cómo no quedarme atrás de los que en él me precedieron en este honor, y cómo ganar para los persas un poder nada menor. Y pensándolo hallo que podemos adquirir gloria y una tierra ni menor ni inferior a la que ahora poseemos, sino más fértil, Y obtener, a la vez, venganza y castigo. Por eso os he reunido ahora, para impartiros lo que pienso hacer.

Me propongo, después de echar un puente sobre el Helesponto, conducir el ejército por Europa contra Grecia, para castigar a los atenienses por cuanto han hecho a los persas y a mi padre. Veis que también Darío, mi padre, iba en derechura a combatir contra esos hombres; pero ha muerto y no le fue dado castigarles. Mas yo, por él y por los demás persas, no cejaré antes de tomar y quemar a Atenas, que comenzó las hostilidades contra mi padre y contra mí. Ante todo, los atenienses vinieron a Sardes con Aristágoras de Mileto, nuestro esclavo, y prendieron fuego a los bosques sagrados y a los templos; en segundo lugar, todos sabéis, según creo, qué delitos cometieron contra nosotros al desembarcar en su tierra, cuando Datis y Artafrenes iban al frente del ejército.

Por este motivo he decidido marchar contra los griegos y, cuando lo pienso, encuentro en ello las siguientes ventajas: si los sometemos, junto con sus vecinos, que habitan el país de Pélope el frigio, haremos que el imperio persa limite con el éter de Zeus. Pues no verá el sol tierra alguna que confine con la nuestra, porque yo junto con vosotros, recorreré toda Europa, y haré de todos los países uno solo. En efecto, tengo entendido que una vez descartadas las naciones que dije, no queda ciudad ni gente alguna capaz de entrar en batalla contra nosotros. Así, llevarán el yugo de la esclavitud tanto culpables como inocentes. Vosotros, si ejecutáis estos mis designios, me complaceréis, y cuando os indique el tiempo en que habéis de concurrir, todos vosotros debéis presentaras con buen ánimo. A quien llegue trayendo el ejército mejor equipado, le daré los dones tenidos entre nosotros por más preciosos. Esto es, pues, lo que se ha de hacer; mas, para que no parezca que me gobierno por mi propio consejo, os someto la empresa e invito a cualquieta de vosotros a dar su parecer. Así dió fin a su discurso.


9

Después del Rey dijo Mardonio: Señor, no sólo eres el mejor de cuantos persas han existido sino de cuantos existirán, pues sobre exponer todo muy bien y verdaderamente, no permitirás que los jonios establecidos en Europa se rían iodignamente de nosotros. Terrible cosa en verdad sería que nosotros, que hemos sometido y tenemos por esclavos a los sacas, iodos, etiopes, asirios y muchas otras grandes y populosas naciones que no agraviaron en nada a los persas, sólo por el deseo de aumentar nuestro poderío, no castiguemos a los griegos, que abrieron las hostilidades. ¿Por qué temerles? ¿Qué muchedumbre pueden juntar? ¿De qué riqueza disponen?

Conocemos su modo de combatir; conocemos cuán débil es su poder. Hemos sometido y poseemos a sus hijos, esos que viven en nuestros dominios y se llaman jonios, eolios y dorios. Yo mismo hice ya la prueba cuando por orden de tu padre marché contra esos hombres; había avanzado hasta Macedonia y, faltándome ya poco para llegar a la misma Atenas, nadie me presentó batalla.

No obstante, según oigo, acostumbran los griegos emprender guerra muy sin consejo, por su arrogancia y torpeza. Pues luego de declararse la guerra unos a otros, bajan a la llanura más hermosa y despejada que han hallado y ahí combaten, de suerte que los vencedores se retiran con grave daño; de los vencidos, ni digo palabra, ya que quedan aniquilados. Como hablan todos la misma lengua, debían de componer sus diferencias por medio de heraldos y mensajeros, y en cualquier forma antes que con batallas. Y si les fuera absolutamente preciso combatir unos contra otros, les convendtía hallar el punto más fortificado de unos y otros y acometer por ahí. Los griegos por usar de esta mala costumbre, cuando avancé hasta Macedonia ni siquiera pensaron en combatir.

Y ¿quién habrá que salga al encuentro en pie de guerra, contra ti, Rey, que traes la muchedumbre del Asia y todas las naves? A mi parecer, no llega a tanta audacia la condición de los griegos. Pero si me engañase en mi opinión, y ellos, ensoberbecidos con su mal consejo, combatiesen contra nosotros, aprenderían cómo somos los mejores hombres para la guerra. Nada quede sin probar, que nada llega por sí solo, antes los hombres suelen obtenerlo todo de la prueba.


10

Tras halagar así el parecer de Jerjes, cesó Mardonio. Callaban los demás persas y no osaban proferir un parecer contrario al propuesto, cuando Artabano, hijo de Histaspes y tío paterno de Jerjes, fiado en el parentesco, dijo así: Rey, cuando no se dicen pareceres contrarios, no es posible escoger y tomar el mejor, y se ha de adoptar el expuesto; pero cuando se dicen, sí es posible, así como no conocemos el oro puro por sí mismo, pero cuando lo probamos junto con otro oro, reconocemos cuál es el mejor. Ya yo aconsejé a Darío, tu padre y mi hermano, no hacer guerra contra los escitas, gentes que no tienen ciudad en ningún punto de la tierra. Él, con la esperanza de someter a los escitas nómades, no me escuchó, hizo la expedición y volvió después de perder muchos y buenos hombres de su ejército. Tú, Rey, te propones marchar contra hombres muy superiores a los escitas, y que por mar y tierra tienen fama de excelentes. Justo es que te explique en qué son temibles.

Dices que echarás un puente sobre el Helesponto y llevarás el ejército por Europa a Grecia; pero pudiera suceder que fueses derrotado por mar o por tierra o por entrambas partes, pues los griegos tienen fama de valientes, y podemos apreciarlo si solos los atenienses desbarataron un ejército tan numeroso como el que llegó al Ática con Datis y Artafrenes. Pues aunque no logren éxito por mar y tierra, si nos acometen con sus naves, nos vencen en una batalla naval, se van al Helesponto y allí cortan el puente, terrible cosa será, Rey.

No conjeturo yo este peligro por mi propia previsión, sino que tal fue el desastre que por poco nos sucedió cuando tu padre echó un puente sobre el Bósforo Tracio y otro sobre el Istro, y pasó contra los escitas. Entonces fue cuando los escitas, por todos los medios rogaron a los jonios, a quienes estaba confiada la custodia de los puentes del Istro, que deshiciesen el pasaje. Y si entonces Histieo, señor de Mileto, hubiera seguido el parecer de los demás tiranos y no se les hubiera opuesto, allí se hubiera aniquilado el poderío de los persas. Es horrendo aun sólo de oír, que todo el poderío del Rey haya pendido de un solo hombre.

Así, pues, ya que no hay necesidad alguna, no hagas planes para ponerte en semejante peligro y obedéceme. Disuelve ahora esta asamblea; y después, cuando te pareciere, examina a solas el asunto, y ordena lo que te parezca mejor. Hallo que es grandísimo provecho la buena deliberación; aun cuando se le presente una adversidad, no por eso es menos buena, sólo que pudo más la fortuna que el consejo. Pero si ayuda la fortuna al que ha deliberado mal, dió con un hallazgo, pero no por eso es menos mala su deliberación.

Ves cómo fulmina Dios los seres que descuellan y no les deja ensoberbecerse, mientras que los pequeños no le irritan. Ves también cómo siempre lanza sus dardos contra las más grandes mansiones y los más altos árboles: porque Dios suele abatir todo lo que descuella; y de igual modo un grande ejército queda desbaratado por otro pequeño, siempre que Dios, celoso, le envíe terror o trueno, y así perece sin merecerlo.

A nadie permite Dios altos pensamientos sino a sí mismo. En todo asunto la precipitación engendra errores, de los cuales suelen nacer grandes daños, mientras el detenimiento contiene mil bienes que aunque no se nos aparezcan en el mismo instante, los hallamos a su tiempo. Tal es, Rey, mi consejo. Pero tú, Mardonio, hijo de Gobrias, déjate de decir desatinos sobre los griegos, que no merecen tener mala reputación. Calumniando a los griegos incitas al Rey a la expedición, y en ella, a lo que me parece, pones todo tu empeño. No sea así. Muy terrible cosa es la calumnia; en ella dos son los que cometen iniquidad y uno el que la sufre: comete iniquidad el calumniador, acusando al que no está presente; comete iniquidad el que se deja persuadir antes de averiguar las cosas con certeza. El que está ausente de la conversación es el que sufre la iniquidad de este modo: uno le calumnia y el otro le juzga malvado.

Si de cualquier modo habremos de marchar contra esos hombres, ea, quédese el Rey en las regiones persas, y apostemos nosotros nuestros hijos. Escoge las tropas que quieras, toma un ejército tan grande como desees y haz la expedición: si la situación del Rey prospera como tú dices, dése muerte a mis hijos y a mí por añadidura; pero si sucede como yo predigo, sufran tal los tuyos y tú con ellos, si vuelves. Si no quieres someterte a esto y de todas maneras llevarás el ejército contra Grecia, sostengo que alguno de los que por acá quedaren, oirá que Mardonio, después de infligir gran derrota a los persas, ha sido despedazado por los perros y aves de presa en la tierra de los atenienses o en la de los lacedemonios, si no antes, acaso, por el camino, cuando ya hayas conocido contra qué hombres aconsejas al Rey que haga la guerra.


11

Así dijo Artabano, y Jerjes, irritado, le respondió de este modo: Artabano, eres hermano de mi padre: esto te salvará de recibir salario digno de tus necias palabras; pero por malo y cobarde te impongo el deshonor de que no marches conmigo contra Grecia y te quedes acá junto con las mujeres; yo aun sin ti daré fin a todo cuanto dije. No sería yo hijo de Darío, hijo de Histaspes, hijo de Arsames, hijo de Ariaramnes, hijo de Teispes, hijo de Ciro, hijo de Cambises, hijo de Aquémenes, si no castigase a los atenienses; pues bien sé que si nos quedamos en paz nosotros, no se quedarán ellos, sino que bien pronto marcharán contra nuestra tierra, si hemos de conjeturar por lo que ya han hecho cuando invadieron el Asia e incendiaron a Sardes. En suma, ni ellos ni nosotros podemos volver atrás; se trata de dar el golpe o de sufrirlo, hasta que pase todo esto a poder de los griegos, o todo aquello a poder de los persas; no hay término medio en nuestro odio. Ya es hora de vengarnos, puesto que hemos sido los primeros en ser agraviados, y aprenderé yo cuál será el desastre que he de sufrir, marchando contra esos hombres a quienes Pélope el Erigio, esclavo de mis padres, de tal manera conquistó que hasta hoy tanto los moradores como la tierra llevan el nombre del conquistador.


12

Tales fueron los discursos y hasta este punto llegaron. Vino después la noche; picó a Jerjes el parecer de Artabano y, tomando a la noche por consejero, vió que no era en absoluto provechoso para él hacer una expedición contra Grecia. Formada esta segunda resolución se durmió y, según refieren los persas, tuvo aquella noche la siguiente visión: le pareció a Jerjes que un varón alto y hermoso estaba a su lado y le decía: ¿Cambias de consejo, persa, y no llevas el ejército contra Grecia, después de ordenar a los persas que juntaran tropa? Ni obras bien en mudar de parecer, ni quien está a tu lado te lo perdonará. Sigue el camino tal como de día lo habías resuelto.


13

Después de decir estas palabras le pareció a Jerjes que el hombre se alejaba volando; pero cuando despuntó el día, sin hacer caso alguno de su sueño, reunió a los persas que antes había convocado y les dijo así: Persas, os pido perdón si tan pronto mudo de parecer. No he llegado aún a lo sumo de mi prudencia, y los que me aconsejan hacer aquello no me dejan un instante. Al oír la opinión de Artabano, al momento hirvió mi juventud, hasta el punto de proferir contra un anciano palabras más violentas de lo debido. Pero ahora estoy de acuerdo con él y seguiré su parecer. Así que revoco la orden de marchar contra Grecia, y quedad en paz.


14

Los persas, al oír esto, llenos de gozo le hicieron reverencia. Al venir la noche, otra vez se acercó a Jerjes en sueños la misma visión, y le dijo: Hijo de Darío, ¿es verdad, entonces, que has renunciado públicamente ante los persas a la expedición y no has hecho caso alguno de mis palabras, como si no las hubieras oído? Pues ahora entérate bien de esto: si no emprendes inmediatamente la expedición, te resultará de ello que así como has llegado a ser en breve tiempo grande y poderoso soberano, así pronto serás despreciable.


15

Aterrado Jerjes con la visión, saltó de la cama y envió un mensajero para llamar a Artabano, y luego de llegado le habló así: Artabano, yo en el momento no tuve cordura, y te dije necias palabras por tu buen consejo; pero poco tiempo después me arrepentí y decidí que debo hacer lo que tú aconsejaste. Pero no puedo hacerlo aunque lo deseo; porque después de mudar de opinión y arrepentirme, se me aparece repétidamente una visión que de ningún modo aprueba tu opinión y que ahora mismo se ha ido después de amenazarme. Si es un dios quien lo envía, y si es su entero gusto que se haga la expedición contra Grecia, también volará hacia ti ese mismo sueño, ordenándote lo mismo que a mí. Imagino que sucederá así si tomas todo mi atavío y una vez vestido te sientas en mi trono y luego duermes en mi lecho.


16

Así le dijo Jerjes; Artabano no obedeció a la primera orden, pues no se juzgaba digno de sentarse en el trono real; al fin, viéndose obligado, hizo lo que se le mandaba, después de haber hablado así: Rey, el mismo aprecio me merece el pensar bien y el querer obedecer a quien da sano consejo; a ti, que posees ambos méritos, te induce a error la compañía de mala gente; así como siendo el mar lo más provechoso de todo para los hombres, dicen que cae en él el soplo de los vientos y no le permite usar de su propio natural. No me hirió tanto la pena de que me tratases mal de palabra, como de que, siendo dos los pareceres propuestos ante los persas, uno que acrecentaba la soberbia, y el otro que la reprimía y decía cuán malo es enseñar al ánimo que procure siempre poseer más de lo que tiene, siendo tales los pareceres, elegías el más peligroso para ti y para los persas.

Ahora, después de haber adoptado el mejor, dices que al abandonar la expedición contra Grecia, te ronda un sueño enviado por algún dios, que no te deja licenciar el ejército. Hijo, tampoco estas cosas son divinas. Los sueños que rondan a los hombres son como te lo enseñaré yo, que soy muchos años mayor que tú. Suelen rondarnos principalmente en sueños las imágenes de lo que pensamos de día. Y nosotros los días antes no hacíamos más que tratar de dicha expedición.

Pero si no es ese sueño tal como lo explico, sino que algún dios tiene parte en él, tú lo has resumido todo en lo que has dicho: presénteseme también a mí, como a ti, con su orden. Pero, por lo demás, si en verdad quiere presentarse, no ha de presentarse de mejor grado si llevo tu atavío y no el mío, si duermo en tu cama y no en la mía, que no ha de llegar a tal extremo de simpleza esa visión, sea cual fuere, que se te aparece en sueños, que al verme infiera por tu atavío que eres tú. Lo que habrá que observar es si no hace caso alguno de mí, ni se digna aparecer, ya lleve yo tu atavío o el mío, ni me visita. Y si en verdad me visitase continuamente, aun yo mismo afirmaré que es cosa divina. Pero si así lo tienes resuelto, si no hay lugar para disuadir te y debo dormir en tu misma cama, ea, yo cumpliré todo de mi parte y aparézcase también a mí. Hasta entonces me atendré a mi opinión presente.


17

Así dijo Artabano, esperando demostrar a Jerjes que eran vanas sus palabras, e hizo lo que se le ordenaba. Vistióse el atavío de Jerjes y se sentó en el trono real y luego, mientras dormía, le vino en sueños la misma visión que había rondado a Jerjes y cerniéndose sobre Artabano le dijo: ¿Conque tú eres el que aparentando cuidar de Jerjes le disuades de marchar contra Grecia? Ni ahora ni después saldrás sin castigo por haber querido impedir lo que es preciso que suceda. En cuanto a Jerjes, lo que ha de sufrir si desobedece, a él mismo lo he revelado.


18

Así le pareció a Artabano que le amenazaba la visión y que con unos hierros calientes iba a quemarle los ojos. Dió un fuerte grito, saltó de la cama y, sentado junto a Jerjes, le contó lo que había visto en sueños, y le dijo luego: Va, Rey, como hombre que ha visto ya muchos y grandes imperios caer ante enemigos inferiores, no permitía que cedieses en todo a tu juvenil edad, sabiendo cuán gran mal es codiciar muchas cosas y acordándome, por una parte, de cómo acabó la expedición de Ciro contra los maságetas; acordándome, por otra, de la de Cambises contra los etíopes, y habiendo acompañado a Darío contra los escitas. Porque sabía esto opinaba que, si te estabas tranquilo, ibas a ser celebrado -por feliz entre todos los hombres. Pero, puesto que el impulso es divino, y la perdición lanzada por los dioses, según parece, cae sobre los griegos, yo mismo me vuelvo atrás y cambio de opinión. Declara tú a los persas estos avisos enviados por Dios, manda que se atengan a las órdenes anteriores para los preparativos y procura que nada falte de tu parte, ya que el dios te lo otorga. Dichas tales palabras y animados con la visión, apenas amaneció dió Jerjes cuenta de ello a los persas, y Artabano, que era antes el único que disuadía de la empresa, entonces a la vista de todos la apresuraba.


19

Ya decidido Jerjes a la expedición, tuvo en sueños una tercera visión; cuando se enteraron de ella los magos juzgaron que aludía a la tierra entera, y que todos los hombres habían de ser esclavos de Jerjes. Era ésta la visión: le pareció a Jerjes estar coronado de un tallo de olivo; las ramas del olivo abarcaban toda la tierra, y luego se le desaparecia la corona que le ceñía la cabeza. Después que los magos interpretaron el sueño, inmediatamente cada uno de los persas congregados partió a su respectiva provincia y se esmeró con todo empeño en la ejecución de las órdenes, deseoso cada cual de alcanzar los dones propuestos; y Jerjes hizo así la leva de sus tropas, escrudriñando cada rincón del continente.


20

En efecto: por cuatro años enteros, desde la rendición de Egipto, estuvo preparando el ejército y lo necesario para el ejército y en el transcurso del año quinto emprendió la marcha con fuerzas numerosísimas. Porque de cuantas expediciones nosotros sepamos, aquélla fue sin comparación la más grande, de suerte que en su cotejo nada parecen la de Darío contra los escitas, ni la de los escitas cuando, persiguiendo a los cimerios, invadieron el territorio medo y sometieron y ocuparon casi todas las tierras altas de Asia, por lo cual trató de castigarles después Darío; nada parece la de los Atridas contra Ilión, según lo que de ella se cuenta; ni la de los misios y teucros, anterior a la guerra troyana, quienes, después de pasar por el Bósforo a Europa, sometieron a los tracios todos, bajaron hasta el mar Jonio y avanzaron hasta el río Peneo, que corre hacia el Mediodía.


21

Todas estas expediciones, ni aun añadidas las que fuera de éstas se hicieron, no son dignas de compararse con aquella sola. Pues ¿qué pueblo del Asia no llevó Jerjes contra Grecia? ¿Qué agua no agotó aquel ejército, salvo la de los más grandes ríos? Unos proporcionaban naves, otros estaban alistados en la infantería, a otros se les había exigido además caballería; a éstos aparte los combatientes, naves para el transporte de los caballos; a aquéllos, que aportasen barcas largas para los puentes; a estos otros, víveres y navíos.


22

Y como los persas habían padecido un desastre la primera vez que doblaron el Atos, se preparó, cosa de tres años antes, el paso del Atos. Tenían ancladas sus trirremes en Eleunte, ciudad del Quersoneso, y desde allí los hombres de toda clase del ejército abrían un canal bajo el látigo; los unos &e sucedían a los otros, y también cavaban los pueblos vecinos al Atos. Presidían la obra dos persas, Bubares, hijo de Megabazo, y Artaquees, hijo de Arteo. Es el Atos un monte grande y famoso que avanza hacia el mar y está poblado de hombres. En la parte por donde el monte confina con el continente es a modo de península, con un istmo como de doce estadios: es una llanura con cerros no muy altos, desde el mar de los Acantios hasta el mar opuesto a Torona. Y en ese istmo donde termina el Atos se hallan Sana, ciudad griega, y las ciudades más al sur de Sana y más al norte del Atos, que los persas intentaban convertir en ciudades de una isla en vez de ciudades de tierra firme; son ellas Dio, Olofixo, Acrotoo, Tiso y Cleonas.


23

Esas son las ciudades que ocupan el Atos. Excavaban en esta forma después de repartir los bárbaros el terreno por naciones: trazaron a cordel una recta por la ciudad de Sana, y cuando el canal era ya profundo, los que estaban en la parte más honda, cavaban; otros entregaban la tierra que se iba sacando a otros que estaban arriba, en gradas; los que la recibían la pasaban a otros, hasta llegar a los que estaban más arriba, quienes la llevaban fuera y la derramaban. Al desmoronarse los paredones de la fosa causaban doble trabajo a todos, excepto a los fenicios porque como habían dado igual medida a la cavidad de arriba que a la de abajo, era forzoso que así les sucediese. Pero en todas sus obras muestran talento los fenicios y también en aquélla, ya que habiéndoles cabido en suerte la porción correspondiente, abrieron en la parte superior una boca doble de lo que debía ser el canal; al adelantar el trabajo, lo iban estrechando y al llegar al suelo era su obra igual a la de los otros. Hay allí un prado, en donde tenían su plaza y mercado; y de Asia les venía trigo molido en abundancia.


24

Por lo que hallo según mis conjeturas, Jerjes mandó abrir el canal por soberbia, queriendo manifestar su poder y dejar recuerdo, pues pudiendo sin ningún trabajo arrastrar las naves por el istmo, mandó abrir una fosa que comunicase con el mar, de anchura tal que dos trirremes pudiesen navegar a remo a la vez. A esos mismos a quienes había encargado el canal, encargó también echar un puente sobre el río Estrimón.


25

De tal modo ejecutaba esas obras y aparejaba para los puentes cordajes de papiro y esparto, que había encargado a los fenicios y egipcios, como también depósitos de víveres para el ejército, para que no padeciesen hambre las tropas y los bagajes en su marcha a Grecia. Informado Jerjes acerca de los lugares, mandó que se llevasen los víveres a donde fuese más oportuno, desde todos los puntos de Asia, en naves de carga y de transporte, cada cual en distinta dirección. Llevaban la mayor parte a la llamada Playa Blanca de Tracia; otros tenían orden de conducir los víveres a Tirodiza de los Perintios, otros a Dorisco, otros a Eyón sobre el Estrimón, otros a Macedonia.


26

En tanto que éstos hacían la tarea fijada, todo el ejército de tierra, reunido, marchaba con Jerjes a Sardes; había partido de Critala, lugar de Capadocia, pues allí se había convenido que se reuniesen todas las tropas que habían de marchar con Jerjes por tierra. No puedo decir cuál de los capitanes presentó el ejército mejor equipado y recibió del Rey los dones propuestos, pues ni aun sé si entraron en esta competencia. Después de pasar el río Halis, se hallaron en Frigia, y marchando por ella llegaron a Celenas, de donde brotan las fuentes del río Meandro y de otro no menor que el Meandro, el cual lleva el nombre de Catarractes, y, nacido en la plaza misma de Celenas, desagua en el Meandro. En aquella plaza está colgada en forma de odre la piel de Manias, a quien según cuentan los frigios Apolo desolló y colgó su piel.


27

Aguardaba al Rey en esta ciudad Pitio, hijo de Atis, varón lidio, quien hospedó a todo el ejército y al mismo Jerjes con grandísimo agasajo y anunció que quería proporcionarle dinero para la guerra. Al ofrecerle Pitio dinero, preguntó Jerjes a los persas que estaban presentes quién era Pitio y cuánta hacienda poseía para hacerle tal oferta. Ellos le respondieron: Rey, éste es el que regaló a tu padre Dario el plátano y la vid de oro, y ahora es en riqueza, que nosotros sepamos, el primer hombre después de ti.


28

Admirado de estas últimas palabras, Jerjes mismo preguntó luego a Pitio cuánta era su hacienda, y él respondió: Rey, ni te la ocultaré ni fingiré no saber mi propia hacienda. La sé y te la diré exactamente, pues en cuanto supe que bajabas al mar de Grecia, la averigüé con el deseo de darte dinero para la guerra; saqué mis cuentas y hallé que tenía dos mil talentos en plata y en oro cuatro millones, menos siete millares, de estateres daricos. Y te los regalo, pues me bastan para vivir mis posesiones y esclavos.


29

Así dijo Pitio, y Jerjes, complacido con sus palabras, replicó: Huésped lidio, desde que partí de Persia, no he hallado hasta aquí ningún hombre que quisiera hospedar a mi ejército, ni que compareciera ante mi presencia por sí mismo y quisiera ofrecerme su hacienda para la guerra, salvo tú. Tú hospedaste magníficamente mi ejército y me ofreces grandes riquezas. Ahora, pues, yo te doy en cambio estos privilegios: te hago mi huésped y completaré los cuatro millones de estateres, dándote de mi peculio los siete millares para que los cuatro millones no estén faltos en siete millares y tengas un número cabal completado por mi. Posee tú mismo lo que has allegado, y procura ser siempre tal como eres, pues si así procedes ni ahora ni después te arrepentirás.


30

Después de decir estas palabras y de cumplirlas, siguió adelante. Pasando por una ciudad de los frigios llamada Anava, y por una laguna de donde se extrae sal, llegó a Colosas, ciudad grande de Frigia; en ella el río Lico se vierte en un subterráneo, desaparece y luego, a unos cinco estadios más o menos, reaparece y desagua también en el Meandro. Partió el ejército desde Colosas hacia los confines de Frigia y Lidia, y llegó a la ciudad de Cidrara, en donde está enclavada una columna colocada por Creso, la cual, mediante una inscripción, indica los confines.


31

Luego que el ejército pasó de Frigia a Lidia, el camino se dividía en dos: el uno llevaba a la izquierda hacia Caria, el otro a la derecha hacia Sardes; y siguiendo a éste, de toda necesidad hay que cruzar el río Meandro y tocar en la ciudad de Calatebo, donde liay artesanos que hacen una miel de tamarindo y de trigo. Yendo Jerjes por este camino, halló un plátano al que por su belleza regaló un aderezo de oro, y le confió a la custodia de un Inmortal; al día siguiente llegó a la capital de Lidia.


32

Al llegar a Sardes ante todo despachó heraldos a Grecia para pedir tierra y agua y prevenirles que aparejasen banquetes para el Rey. Salvo a Atenas y a Esparta, envió a pedir tierra a todas partes. Les enviaba por segunda vez a reclamar tierra y agua por este motivo: creía firmemente que cuantos no las habían dado antes a pedido de Darío, se atemorizarían entonces y las darían. Con el deseo de averiguarlo exactamente despachó los heraldos.


33

Después de esto, se disponía a marchar hacia Abido. Entretanto, tendían el puente sobre el Helesponto, de Asia a Europa. Hay en el Quersoneso del Helesponto, entre las ciudades de Sesto y Madilo, un amplio promontorio que avanza sobre el mar, frente a Abido. Allí fue donde no mucho tiempo después, siendo general Jantipo, hijo de Arifrón, los atenienses hicieron prisionero al persa Artaictes, gobernador de Sesto, y le empalaron vivo porque traía mujeres al templo de Protesilao, que está en Eleunte, y hacia actos nefandos.


34

Desde Abido, pues, hasta este promontorio comenzaron a tender los puentes los encargados de ello: los fenicios, el de esparto, y los egipcios, el de papiro. De Abido a la ribera opuesta hay siete estadios. Tendidos ya los puentes, sobrevino una fuerte borrasca que rompió y deshizo todo aquello.


35

Cuando se enteró Jerjes, indignado contra el Helesponto, mandó darle con látigo trescientos azotes y arrojar al mar un par de grillos. Y hasta oí también que envió al mismo tiempo unos verdugos para que marcasen con estigmas al Helesponto. Lo cierto es que ordenó que al azotarle, le cargasen de baldones bárbaros e impíos: Agua amarga, este castigo te impone nuestro Señor porque le ofendiste sin haber recibido de él ofensa alguna. El rey Jerjes te atravesará, quieras o no. Con razón nadie te hace sacrificios, pues eres un río turbio y salado. Mandó, pues, castigar al mar, y cortar la cabeza a los encargados del puente sobre el Helesponto.


36

Así lo ejecutaron los que tenían ese ingrato oficio; y otros maestros tendieron el puente, y lo tendieron en esta forma: juntaron naves de cincuenta remos y trirremes (trescientos sesenta para el puente del lado del Ponto Euxino y trescientos catorce para el otro, transversales las del Ponto y en la dirección de la corriente las del Helesponto), para mantener tensos los cordajes. Después de juntar las naves, echaron anclas muy grandes, las unas, del lado del Ponto, a causa de los vientos que soplan de la parte interior; las otras del lado de Occidente y del Egeo, a causa del viento Oeste y del Sur. Dejaron como pasaje una abertura entre las naves y las trirremes para que el que quisiera pudiera navegar con barcas pequeñas hacia el Ponto y fuera del Ponto. Hecho esto estiraban los cordajes desde tierra enroscándolos con unos cabrestantes de madera; pero no ya cada especie por separado, sino que tomaban a cada lado dos cuerdas de esparto y cuatro de papiro. El grosor y buen aspecto era el mismo aunque en proporción las de esparto eran más pesadas, pues pesaba cada codo un talento. Una vez tendido el puente, aserraron unos troncos y adaptándolos a la anchura del puente, íbanlos colocando en orden sobre los cordajes tendidos, y después de colocarlos allí unos junto a otros, los trabaron otra vez por encima; hecho esto, los cubrieron de fagina y después de ponerla en orden, encima acarrearon tierra, apisonaron la tierra y tiraron un parapeto a uno y otro lado, para que no se espantaran las acémilas y caballos viendo el mar debajo.


37

Cuando estuvo aparejada la obra de los puentes y se anunció que estaba completamente acabada la del Atos -los diques a una y otra boca del canal, que habían sido hechos a causa de la marea, para que no se llenaran sus bocas, y el canal mismo-, entonces después de invernar, al empezar la primavera, el ejército estaba pronto y partió de Sardes para Abido. A la partida el sol, dejando su lugar en el cielo, desapareció sin haber nubes y con cielo muy sereno, y en lugar del día se hizo noche. Jerjes al verlo y observarlo entró en cuidado y preguntó a los magos qué significaba el portento. Explicaron que el dios anunciaba a los griegos el abandono de sus ciudades, alegando que el sol era pronóstico para los griegos, y la luna para ellos. Así informado, Jerjes sobremanera alegre, emprendió la marcha.


38

Mientras sacaba el ejército, aterrado Pitio el lidio con aquel portento del cielo y alentado por los dones, se presentó a Jerjes y le dijo así: Señor, te pediría algo que quisiera alcanzar: para ti es cosa leve otorgarlo y para mí es grande obtenerlo. Jerjes, pensando que le pediría cualquier cosa menos la que le rogó, dijo que se la otorgaría y le invitó a decir lo que pedía. Al oír tal respuesta, tomó ánimo Pitio y le dijo: Señor, cinco hijos tengo, y a los cinco les toca marthar contigo contra Grecia. Tú, Rey, compadécete de la avanzada edad a que he llegado y exime del ejército a uno de mis hijos, el primogénito, para que cuide aquí de mí y de mis bienes. Llévate contigo a los otros cuatro. ¡Así retornes tras cumplir lo que intentas!


39

Mucho se irritó Jerjes y le respondió en estos términos: ¡Oh malvado! Cuando yo mismo marcho contra Grecia y llevo a mis hijos, hermanos, familiares y amigos, ¿osaste hacer mención de tu hijo que, siendo mi esclavo, debería seguir con toda su familia y con su misma esposa? Quiero que sepas que en los oídos reside el alma del hombre, la cual, si oye buenas razones llena de placer todo el cuerpo, y si las contrarias se hincha de cólera. Cuando me hiciste un favor y prometías otro igual, no pudiste jactarte de haber sobrepasado en beneficios a tu rey. Ahora que has tomado el camino de la desvergüenza, no llevarás tu merecido, sino menos de lo que mereces. Tu hospedaje te salva a ti y a cuatro de tus hijos, pero serás castigado con la vida de uno solo, aquel a quien más te aferras. Tras responder así, en seguida ordenó a aquellos a quienes estaba confiado ese oficio, buscasen al primogénito de Pitio y le partiesen por medio, y luego pusiesen una mitad del cuerpo a la derecha del camino y la otra a la izquierda, y que por allí pasase el ejército.


40

Así lo hicieron, y luego pasó el ejército. Marchaban delante los bagajeros con las acémilas; detrás de éstos venía un ejército mezclado, compuesto de toda clase de pueblos, sin separación alguna, y a más de la mitad, había un intervalo, y no se acercaban éstos al Rey. Le precedían, en efecto, mil jinetes escogidos entre todos los persas; seguían mil lanceros, asimismo escogidos entre todos, que llevaban las lanzas vueltas a tierra. Luego diez caballos adornados con la mayor esplendidez y llamados los sagrados neseos. Se llaman neseos los caballos porque en la Media hay una gran llanura que tiene por nombre Neseo, y ésta es la llanura que cría los caballos corpulentos. Detrás de estos diez caballos venía el sagrado carro de Zeus, el cual tiraban ocho caballos blancos; detrás de los caballos seguía a pie el cochero con las riendas, pues ningún hombre sube sobre aquel trono. Venía detrás el mismo Jerjes en su carro de caballos neseos. A su lado iba el cochero, cuyo nombre era Patiranfes, hijo de Otanes, varón persa.


41

De este modo salió Jerjes de Sardes, pero cuando le venía en gana, pasaba de su carro a su carroza; a sus espaldas venían mil lanceros, los más valientes y nobles de los persas, que traían sus lanzas como es usual. Seguía luego otro escuadrón de caballería escogida compuesta de mil persas, y detrás de la caballería marchaban diez mil escogidos entre los restantes persas. Este cuerpo era de infantería; mil de ellos usaban en las lanzas, en vez de puntas de hierro, granadas de oro y rodeaban a los restantes; los nueve mil, que iban dentro llevaban granadas de plata. Granadas de oro traían asimismo los que iban con las lanzas vueltas a tierra, y manzanas los más inmediatos a Jerjes. A estos diez mil seguían diez mil de caballería; después de la caballería quedaba un intervalo de dos estadios, y luego seguía mezclada la restante muchedumbre.


42

El ejército seguía su camino desde Lidia hasta el río Caíco y el territorio de Misia, y a partir del Caíéo, teniendo a la derecha el monte Canas, se encaminó por Atarneo a la ciudad de Carena. Desde allí marchó por la llanura de Teba, pasando junto a Adramiteo y a Antandro, ciudad pelasga; y tomando por la izquierda del Ida, llegó al territorio de Ilión. Y ante todo, al pasar la noche al pie del Ida, cayeron truenos y rayos que dejaron muerto allí mismo gran gentío.


43

Al llegar el ejército al Escamandro (que fue el primer río, desde que salieron de Sardes y emprendieron el camino, cuya corriente se agotó y no bastó para la bebida del ejército y de las bestias), cuando llegó, pues, Jerjes a ese río, subió a ver el Pérgamo de Príamo con deseo de contemplarlo. Luego de contemplarlo e informarse de todo, sacrificó mil bueyes a Atenea de Ilión, y los magos hicieron libaciones en honor de los héroes. Después de estos actos un gran terror sobrecogió al ejército aquella noche. Al amanecer emprendió desde allí su camino, dejando a la izquierda las ciudades de Recio, Ofrineo y Dárdano, que confina con Abido; y a la derecha, a los gergitas teucros.


44

Llegado Jerjes al centro de Abido, quiso ver a todo su ejército. Habíase construído allí a propósito para él, encima de un cerro, un trono de mármol blanco: lo habían construído los abidenos por orden previa del Rey. Sentado allí, miraba hacia la playa, y contemplaba su ejército y sus naves, y contemplándolos le entró deseo de ver una batalla naval. Así se hizo, vencieron los fenicios de Sidón, y el Rey quedó tan complacido por el combate, como por el ejército.


45

Al ver todo el Helesponto cubierto de naves y llenas de hombres todas las playas y las llanuras de los abidenos, entonces Jerjes se tuvo por bienaventurado, pero luego se echó a llorar.


46

Observándole Artabano, su tío paterno, el que antes había dado francamente su parecer disuadiendo a Jerjes de la expedición contra Grecia; viendo, pues, que Jerjes lloraba, le dijo así: Rey, ¡cuán lejos está uno de otro, lo que haces ahora y lo que hiciste antes! Pues primero te tuviste por bienaventurado y ahora lloras. Y aquél replicó: Me llené de compasión al considerar cuán breve es toda vida humana, ya que de tanta muchedumbre ni uno solo quedará al cabo de cien años. Artabano respondió con estas palabras: Otras cosas más dignas de compasión que ésa padecemos en la vida. Pues en tan corto tiempo ningún hombre hay tan feliz -ni entre éstos ni entre los demás- a quien no ocurra muchas veces y no una sola, preferir el morir al vivir. Porque las calamidades que sobrevienen y las enfermedades que nos afligen, aun siendo breve la vida, la hacen parecer larga. Así, por ser la vida trabajosa, la muerte es para el hombre el más deseado refugio. Dios da a gustar lo dulce de la vida, pero le hallamos envidioso de su mismo don.


47

Jerjes replicó de este modo: Artabano, dejemos de cavilar acerca de la vida humana, que es tal como tú la explicas, y no nos acordemos de sus males, ya que tenemos en las manos sus bienes. En cambio, declárame esto: si no se te hubiera aparecido en sueños aquella visión tan clara, ¿mantendrías tu primera opinión que me disuadía de la guerra contra Grecia, o la cambiarías? Ea, dímelo verazmente. Respondió aquél: Rey, ¡ojalá la visión de mi sueño acabe como ambos deseamos! Yo estoy todavía lleno de miedo y fuera de mí, entre otros muchos motivos que considero, porque veo principalmente que las dos cosas más grandes nos son muy contrarias.


48

A esto respondió así Jerjes: Desdichado, ¿cuáles son esas dos cosas que dices serme muy contrarias? ¿Acaso el ejército es censurable por su número, y te parece que el griego será muchas veces mayor que el nuestro? ¿O nuestra marina será inferior a la de aquéllos? ¿O ambas cosas a la vez? Si por eso nuestras fuerzas te parecen escasas podría hacerse a toda prisa leva de otro ejército.


49

Repuso así Artabano: Rey, nadie que tenga entendimiento censuraría este ejército ni esta muchedumbre de naves, y si reúnes mayor número, las dos cosas que digo serán mucho más contrarias todavía. Esas dos cosas son la tierra y el mar. No hay en todo el mar, a lo que imagino, un puerto tan grande que, si se levanta borrasca, albergue tu armada y sea garantía de salvar las naves; y, no obstante, debiera haber no un solo puerto tal, sino muchos a lo largo de toda la tierra firme que costeas. Y pues no hay puertos apropiados, mira que el azar gobierna a los hombres, y no los hombres al azar. Dicha la una de las dos cosas contrarias, voy a decirte la otra. La tierra te es contraria de este modo: aun cuando no te oponga ningún obstáculo, se te mostrará tanto más enemiga, cuanto más te internes en ella, siempre engañado por el más allá, ya que los hombres no se sacian de prosperidad. Por consiguiente, aunque nadie te salga al encuentro, al aumentar el territorio con el transcurso del tiempo, nos ha de traer hambre. El mejor hombre será aquel que es temeroso en la consulta, porque tiene en cuenta todo percance que puede sufrir, y osado en la ejecución.


50

Respondió Jerjes en esta forma: Artabano, tú examinas con juicio todos esos inconvenientes, pero no temas todo ni tengas en cuenta todo por igual; pues si en los casos que siempre se ofrecen, tienes en cuenta todo por igual, jamás harás nada. Vale más tener buen ánimo para todo. Y sufrir la mitad de los daños que no temer todo por anticipado y no padecer nunca nada. Si porfías contra todo lo que se diga sin dar una razón sólida, te expones a errar al igual del que habla en contrario: los dos estáis a la par. Y, siendo hombre, ¿cómo se ha de saber lo que es sólido? Pienso que de ningún modo. Por lo común la ganancia suele darse a quienes quieren obrar, y no a quienes todo tienen en cuenta y vacilan. Ves a qué punto de poder ha llegado el imperio de los persas. Pues si los reyes, mis predecesores, hubieran pensado como tú, o no pensando asi hubieran tenido consejeros como tú, nunca lo verias llegado a este punto. Pero ellos se arrojaron a los peligros y lo llevaron a este punto; que las grandes empresas suelen lograrse con grandes peligros. A semejanza de ellos, nosotros emprendemos la expedición en la mejor estación del año y, una vez conquistada toda Europa, regresaremos sin haber padecido hambre en parte alguna ni haber sufrido ninguna desgracia. Por una parte, llevamos mucha provisión, y por otra, poseeremos el trigo de aquellos cuya tierra y pueblo invadiéremos; que por cierto no vamos a combatir contra nómades, sino contra labradores.


51

Después de esto dijo Artabano: Rey, ya que no permites temer nada, admite a lo menos mi consejo, que necesariamente los muchos negocios requieren muchas palabras. Ciro, hijo de Cambises, sometió e hizo tributaria de los persas a toda la Jonia, menos a los atenienses. Te aconsejo, pues, que de ninguna manera lleves a estos hombres contra sus padres, pues sin ellos somos capaces de sobreponemos a nuestros enemigos. Porque, si nos siguen, o han de ser la gente más perversa, esclavizando a su metrópoli, o la más justa, contribuyendo a su libertad. Su perversidad no nos proporciona ninguna ventaja importante, pero su justicia puede perjudicar grandemente el ejército. Ten presente, pues, aquella sentencia antigua y bien dicha: No todo fin está manifiesto desde el comienzo.


52

A esto respondió Jerjes: Artabano, de las opiniones que expresaste, ésta es en la que más te engañas, si temes que los jonios se vuelvan contra nosotros. Tenemos de ellos la mayor prueba, de la cual eres testigo tú y los demás que hicisteis la campaña con Darío contra los escitas; pues en manos de ellos estuvo el perder o salvar todo el ejército persa, y mostraron su justicia y lealtad sin inferimos ningun daño. Además, dejando ahora en nuestro dominio hijos, mujeres y bienes, ni hay que pensar que se rebelen. Así, tampoco temas tal cosa, ten buen ánimo y guarda mi palacio y mi reino, por que a ti solo entre todos confío yo mi cetro.


53

Después de decir tales palabras y de enviar a Susa a Artabano, convocó por segunda vez a los más principales de Persia. Cuando estuvieron en su presencia les habló así: Persas, os he reunido para pediros que seáis bravos y no deshonréis los antiguos hechos de los persas, que son grandes y valiosos; cada uno y todos en común tengamos empeño. El bien tras el cual nos afanamos será común a todos. Por este motivo os exhorto a tomar con todo celo esta guerra, pues, a lo qne oigo, marchamos contra enemigos valientes, a quienes si venciéremos, ningún otro ejército en el mundo nos hará frente jamás. Ahora, pues, pasemos el mar, después de implorar a los dioses que tienen a Persia por heredad.


54

Durante aquel día se dispusieron para el tránsito: al siguiente esperaban al sol, pues querían verle salir; quemaban encima de los puentes toda especie de incienso y cubrían de mirto el camino. Así que asomó el sol, Jerjes, haciendo al mar sus libaciones con una copa de oro, rogó al sol que no le aconteciera ningún contratiempo tal que le detuviese en la conquista de Europa, antes de haber llegado a sus límites. Después del ruego, arrojó la copa al Helesponto junto con un cántaro de oro y una espada persa que llaman acinaces. No puedo juzgar exactamente si los arrojó al mar en honor del sol, o si se había arrepentido de haber azotado al Helesponto y los obsequió al mar en compensación.


55

Cumplidos estos ritos, pasaron por el puente del lado del Ponto la infantería y toda la caballería, y por el del lado del Egeo las acémilas y la gente de servicio. Iban a la cabeza los diez mil persas, todos coronados, y tras ellos el ejército mezclado de toda clase de pueblos. Éstos pasaron ese día: al siguiente pasaron primero los jinetes y los que llevaban sus lanzas vueltas abajo; también éstos estaban coronados; después los caballos sagrados y el carro sagrado; luego, el mismo Jerjes, los lanceros y los mil jinetes y tras ellos el ejército restante. Al mismo tiempo pasaban las naves a la otra orilla. También he oído decir que el Rey pasó el último de todos.


56

Una vez que Jerjes pasó a Europa, estuvo mirando a su ejército, que pasaba a latigazos. Pasó allí el ejército durante siete días y siete noches, sin parar ningún momento. Dícese que después que acabó Jerjes de pasar el Helesponto, exclamó uno de los de allá: ¡Oh Zeus! ¿a qué fin, en forma de persa, y con nombre de Jerjes en lugar del de Zeus, quieres asolar a Grecia conduciendo contra ella todos los hombres? Pues tú sin ellos podías hacerlo.


57

Cuando pasaron todos y emprendían la marcha, se les apareció un gran portento que en nada estimó Jerjes, aunque era de fácil interpretación: en efecto. una yegua dió a luz una liebre; era fácil la interpretación de que conducida Jerjes su ejército contra Grecia con gran soberbia y magnificencia, pero que volvería al mismo sitio corriendo para salvar la vida. Otro prodigio le había acontecido también cuando se hallaba en Sardes: una mula parió otra con dos naturas, de macho y de hembra, estando encima la del macho. Jerjes, sin estimar en nada los dos prodigios, continuó su camino, y con él su ejército de tierra.


58

La armada, navegando fuera del Helesponto, se acercaba a tierra con dirección contraria al ejército, pues se dirigía a Poniente hacia la punta de Sarpedón, donde tenía orden de arribar y hacer alto. El ejército de tierra seguía su camino hacia la aurora y el Levante, a través del Quersoneso, teniendo a la derecha el sepulcro de Hele, hija de Atamante, a la izquierda la ciudad de Cardia, y marchando por medio de una ciudad cuyo nombre es Agora. De aquí torció hacia el golfo llamado Melas y al río Melas, cuya corriente no bastó para el ejército y quedó agotada. Después de vadear ese río, del cual toma su nombre ese golfo, se dirigió a Poniente, pasando por Eno, ciudad eolia, y la laguna Estentóride, hasta que llegó a Dorisco.


59

Es Dorisco una playa y gran llanura de Tracia; a través de ella corre el gran río Hebro; y allí se había levantado una gran fortaleza real que se llama cabalmente Dorisco; en ella había colocado Darío una guarnición de persas desde aquel tiempo en que había hecho su campaña contra los escitas. Parecióle, pues, a Jerjes que el lugar era a propósito para formar y contar sus tropas, y así lo hizo. Todas las naves que habían llegado a Dorisco las arrimaron los capitanes por orden de Jerjes, a la playa inmediata a Dorisco, donde están Sala, ciudad de Samotracia, y Zona, y es su remate Serreo, cabo famoso. Ese lugar pertenecía antiguamente a los cicones. Arrimaron las naves a esta playa, y las sacaron a la orilla para secarlas. Entre tanto Jerjes hacía el cómputo de su ejército en Dorisco.


60

No puedo en verdad decir exactamente la cantidad que cada nación presentó, pues no está dicho por nadie. El número de todo el ejército de tierra resultó un millón y setecientos mil hombres. Se les contó de este modo: juntaron en un solo lugar diez mil hombres apiñados entre si lo más posible, y trazaron un circulo alrededor. Después de trazarlo y de soltar a los diez mil, levantaron una pared sobre el círculo, alta hasta el ombligo de un hombre. Hecho esto, hicieron entrar otro grupo dentro del cerco, hasta que de este modo contaron a todos. Una vez contados, les ordenaron por naciones.

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