Índice de Los nueve libros de la historia de Heródoto de HalicarnasoSegunda parte del Libro SéptimoCuarta parte del Libro SéptimoBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO SÉPTIMO

POLIMNIA

Tercera parte



121

Así, las ciudades, aunque abrumadas, ejecutaban no obstante las órdenes. Jerjes, después de encargar a sus generales que la armada esperase en Terma, dejó partir las naves. Terma está situada en el golfo Termeo y de ella toma nombre este golfo. Supo Jerjes que ése era el camino más corto. Desde Dorisco hasta Acanto había marchado el ejército en el orden siguiente. Había Jerjes dividido todo el ejército en tres cuerpos, y ordenó que marchase uno por la playa, parejo con la armada. A éste mandaban Mardonio y Masistes; el otro tercio del ejército marchaba tierra adentro, al mando de Tritantecmes y Gergis; la tercera de las partes con la cual iba el mismo Jerjes, iba por medio de las otras dos, y tenía como generales a Esmerdomenes y a Megabizo.


122

La armada, cuando se separó de Jerjes, navegó por el canal abierto en el Atos, que llega hasta el golfo en que se hallan las ciudades de Asa, Piloro, Singo y Sarta. Recibió el contingente de estas ciudades, y desde alli navegó directamente hacia el golfo Termeo, y doblando Ámpelo, promontorio de Torona, pasó por las siguientes ciudades griegas (de las cuales recibió naves y tropa): Torona, Galepso, Sermila, Meciberna y Olinto. Esa región se llama Sitonia.


123

La armada de Jerjes, cortando camino desde el promontorio de Ámpelo hasta el de Canastreo, que es la parte de toda Palena que más avanza hacia el mar, recibía naves y tropa de Potidea, Mitis, Neápolis, Ega, Terambo, Esciqna, Menda y Sana, pues éstas son las ciudades que ocupan la región llamada ahora Palena y antes Flegra. Costeando esta tierra se dirigía al lugar indicado, también recogiendo tropa de las ciudades cercanas a Palena y linderas con el golfo Termeo, cuyos nombres son: Lipaxo, Combrea, Esa, Gigono, Campsa, Esmila y Enea; la región en que están aún ahora se llama Crosea. Desde Enea, la última de las ciudades que enumeré, la armada tomó rumbo hasta el mismo golfo Termeo y la comarca de Migdonia; en su navegación llegó a la ciudad fijada, Terma, y a las de Sindo y Calestra, sobre el río Axio, que separa la Migdonia de la tierra Botieida. En ésta ocupan las ciudades de Icnas y de Pela el estrecho terreno costero.


124

Así, pues, la armada, aguardando al Rey, acampó allí, cerca del río Axio, de la ciudad de Terma y de las ciudades situadas entre ambos. Jerjes, con el ejército de tierra, marchaba desde Acanto, cortando camino en el continente, con el propósito de llegar a Terma. Atravesaba la Peonia y la Crestonia, a lo largo del río Equidoro, el cual nace en tierra de los crestoneos, corre por la región de Migdonia y desemboca cerca del bañado que está junto al río Axio.


125

Al marchar por este paraje, los leones atacaban a los camellos que acarreaban los víveres. Los leones, abandonando sus guaridas, bajaban de los montes de noche, pero no tocaban nada ni hombre ni bestia de carga, y sólo mataban los camellos. Me admiro de cuál sería la causa que obligase a los leones a abstenerse de las otras presas y a atacar a lOs camellos, animales que ni habían visto ni probado antes.


126

Hállanse por aquellas partes muchos leones y búfalos, cuyas astas grandísimas son las que se importan en Grecia. El límite de estos leones son el río Nesto, que corre por Abdera, y el Aqueloo, que corre por Acarnania; pues ni a Oriente del Nesto, podría nadie ver un león en ninguna parte de la cercana Europa, ni a Occidente del Aqueloo, en el resto del continente; pero sí se creían en la zona medianera entre dichos ríos.


127

Cuando llegó Jerjes a la ciudad de Terma, estableció alli su ejército. Sus tropas, acampadas a la orilla del mar, ocupaban toda la región que, empezando desde la ciudad de Terma y de Migdonia, se extiende hasta los ríos Lidias y Haliacmón, que limitan la región Botieida y Macedónica y juntan su agua en un mismo curso. Acamparon, pues, los bárbaros en estos parajes, y el Quidoro, uno de los ríos enumerados que baja de la tierra de los aestoneos, no bastó para satisfacer por sí solo al ejército y se agotó.


128

Al ver Jerjes desde Terma los montes de Tesalia, el Olimpo y el Osa, de enorme altura, informado de que en medio de ellos hay un estrecho cañón por donde corre el Peneo, y oyendo que por allí había camino que llevaba a Tesalia, vínole deseo de ir en una nave a contemplar la desembocadura del Peneo, ya que iba a seguir el camino elevado por la alta Macedonia hasta los perrebos, junto a la ciudad de Gono, pues había oído decir que esta ruta era la más segura. Todo fue desearlo y hacerlo. Se embarcó en una nave sidonia, en la que se embarcaba siempre que quería hacer una de estas excursiones, y dió señal a los demás de hacerse a la mar, dejando allí el ejército de tierra. Cuando Jerjes hubo llegado y contemplado la desembocadura del Peneo, quedó muy maravillado. Llamó a los guías del camino y les preguntó si sería posible desviar el río y llevarlo al mar por otra parte.


129

Es fama que en lo antiguo era Tesalia un lago. ya que está cerrada por todas partes por enormes montes; porque por la parte que mira a Levante la cercan el Pelión y el Osa, cuyos pies se entremezclan; por la parte que mira al viento Norte, el Olimpo; por la de Poniente, el Pindo, y por la de Mediodía y el viento Sur, el Otris; lo que queda en medio de dichos montes, es la Tesalia, comarca cóncava. Corren, pues, hacia ella muchos ríos, de entre los más célebres, estos cinco: el Peneo, el Apídano, el Onocono, el Enipeo y el Pamiso, los cuales se reúnen en esta llanura, bajando de los montes que encierran a Tesaha, con diferentes nombres, y tienen salida al mar por un solo cañón, y aun éste estrecho, en el que mezclan todas sus aguas. No bien las han mezclado, desde ese punto se apodera ya el Peneo del nombre, dejando sin él a los otros. Dícese que, en lo antiguo, no existiendo todavía aquel cañón ni salida, estos ríos y a más de ellos la laguna Bebeida, no se llamaban como ahora, pero corrían lo mismo que ahora, y convertian toda Tesalia en un mar. Los tésalos mismos dicen que Posidón abrió el cañón por donde corre el Peneo y sus palabras son verosímiles. Pues quienquiera crea que Posidón sacude la tierra y que las grietas de los sismos son obra de este dios, al ver aquello también diría que lo había hecho Posidón; porque es obra de un sismo, según me parece, la separación de los montes.


130

Los guías, preguntados por Jerjes si tenía el Peneo otra salida al mar, como quienes lo sabían muy exactamente dijeron: Rey, no tiene este río otra salida que llegue al mar, sino ésta misma, pues toda Tesalia está coronada de montañas. A lo cual se dice que replicó Jerjes: Sabios son los tésalos, ya que muy de antemano han tomado sus precauciones, reconociendo sobre todo que su país era fácil de tomar y rápido de conquistar; el único trabajo sería soltar el río sobre el país, desviándolo del cañón con un terraplén y apartándolo del cauce por donde ahora corre, de modo que toda Tesalia fuera de los montes quedaría anegada. Así decía aludiendo a los hijos de Alevas, los tésalos que fueron los primeros entre los griegos en entregarse al Rey, y Jerjes pensaba que le prometian amistad en nombre de toda la nación. Dicho esto y observado el país, navegó de vuelta a Terma.


131

Cerca de Pieria se detuvo Jerjes muchos días porque un tercio del ejército estaba desmontando la cordillera Macedónica, para que por allí pasara todo el ejército hacia los perrebos. Entre tanto llegaron los heraldos enviados a Grecia a pedir la tierra, unos con las manos vacías; otros, trayendo tierra y agua.


132

Entre los que dieron vasallaje estaban los tésalos, los dólopes, los enienes, los perrebos, los locrios, los magnetes, los melieos, los aqueos de Ftia, los tebanos con los demás beocios, salvo los tespieos y los plateos. Contra ellos empeñaron juramento los griegos que emprendieron la guerra contra el bárbaro, y el juramento era de este tenor: si la situación se resolvía bien, ofrecer al dios de Delfos el diezmo de la hacienda de todos los griegos que, sin verse obligados, se habían entregado al persa.


133

Ese era el tenor del juramento de los griegos. No había Jerjes enviado heraldos a pedir tierra a Atenas ni a Esparta por esta razón: antes, cuando Darío despachó mensajeros para el mismo fin, los unos arrojaron al báratro a los enviados y los otros a un pozo, invitándoles a llevar de allí tierra y agua al Rey. Por esta razón Jerjes no les había enviado heraldos. No sabría decir qué desgracia les vino a los atenienses por haber tratado así a los heraldos, a no ser que su país y su ciudad fueron devastadas, pero no creo que esto sucediera por tal causa.


134

Pero sobre los lacedemonios cayó la ira de Taltibio, heraldo de Agamenón. Está en Esparta el templo de Taltibio, y están los descendientes de éste, llamados Taltibíadas, a los cuales se confían, como privilegio, todas las embajadas de Esparta. Sucedió, pues, que después de aquello, no podían los espartanos en sus sacrificios lograr buen agüero y continuaron así durante largo tiempo. Pesarosos y afligidos los lacedemonios muchas veces convocaron asamblea y echaron el siguiente bando: si quería algún lacedemonio morir por Esparta, Espertías, hijo de Aneristo, y Bulis, hijo de Nicolao, espartanos de noble cuna y entre los primeros por sus riquezas, se expusieron voluntariamente a presentarse a Jerjes como expiación por los heraldos de Darío que habían perecido en Esparta. De este modo, los espartanos les enviaron a los medos como si fueran a morir.


135

El valor mismo de estos hombres es digno de admiración, y lo son además sus palabras. Porque en su marcha a Susa, se presentaron a Hidarnes; era Hidarnes persa y general de las tropas de la costa del Asia, el cual les ofrecio hospitalidad, les invitó a su mesa y mientras les agasajaba les habló así: Lacedemonios ¿por qué rehusáis ser amigos del Rey? Veis en mí y en mi fortuna cómo sabe el Rey honrar a los hombres de mérito. Así también vosotros, si os entregarais al Rey, como os tiene por hombres de mérito, gobernaríais cada uno, por concesión suya, una parte de Grecia. A lo cual respondieron: Hidarnes, el consejo que nos das no es imparcial. Nos aconsejas con conocimiento de una condición, pero sin haber probado la otra. Conoces la esclavitud, pero no has probado todavía la libertad, y no sabes si es dulce o no; porque si la hubieses probado, no nos aconsejarías luchar por ella a lanzadas sino a hachazos.


136

Así contestaron a Hidarnes. Cuando arribaron a Susa y estuvieron en presencia del Rey, lo primero, como los guardias les ordenaran y obligaran a postrarse y adorar al Rey, dijeron que de ningún modo lo harían, ni aunque diesen con ellos de cabeza en el suelo; pues ni tenían por costumbre adorar a un hombre ni a tal cosa habían venido; lo segundo, después de haberse resistido a adorar, dijeron estas y otras palabras semejantes: Rey de los medos, los lacedemonios nos enviaron como expiación por los heraldos que perecieron en Esparta. A estas palabras Jerjes respondió con grandeza de alma que no imitaría a los lacedemonios; ellos por haber matado a los heraldos habían trastornado las leyes de todas las gentes, pero él no cometería lo que reprendía en aquéllos ni, matando a su vez a los enviados, absolvería de culpa a los lacedemonios.


137

Así, por esta acción de los espartanos, se aplacó por el momento la ira de Taltibio, no obstante haber vuelto a Esparta Espertias y Bulis. Pero se reanimó mucho tiempo después en la guerra de los peloponesios y atenienses, según dicen los lacedemonios: esto me parece uno de los hechos de origen divino más evidente que hayan sucedido. Que cayera sobre mensajeros la ira de Taltibio y no cesara hasta satisfacerse, lo requería la justicia. Y que recayera en los hijos de estos hombres que a causa de la ira se habían presentado al Rey -en Nicolao, hijo de Bulis, y en Aneristo, hijo de Espertias, quien internándose con una nave mercante llena de hombres tomó a Halies, colonia de Tirinto- es claro para mí que fue suceso divino, acontecido a consecuencia de aquella ira. Porque los mensajeros enviados por los lacedemonios al Asia, traicionados por Sitalces, hijo de Tereo, rey de Tracia, y por Ninfodoro, hijo de Pites, ciudadano de Abdera, fueron hechos prisioneros cerca de Bisante, la del Helesponto, y conducidos al Ática, fueron condenados a muerte por los atenienses y, con ellos Aristeas, hijo de Adimanto, ciudadano de Corinto. Pero todo esto sucedió muchos años después de la expedición del Rey. Vuelvo a mi anterior relato.


138

La campaña del Rey nominalmente se dirigía contra Atenas, pero se lanzaba contra toda Grecia. Informados de esto los griegos mucho tiempo antes, no todos reaccionaban de igual modo. Los que habían dado al persa tierra y agua, confiaban en que nada malo tendrían que sufrir de parte del bárbaro; pero los que no las habían dado, hallábanse en gran terror, pues ni había en Grecia naves en número suficiente para resistir al invasor, ni querían los más emprender la guerra y favorecían al medo de buen grado.


139

Aquí me veo obligado a manifestar una opinión que será odiosa a la mayoría de la gente; no obstante, como me parece verdadera, no la callaré. Si los atenienses, espantados ante el peligro que venía sobre ellos, hubieran desamparado su tierra, o sin desampararla y quedándose en ella, si se hubieran entregado a Jerjes, nadie hubiera intentado oponerse al Rey por mar. Y si nadie se hubiera opuesto por mar a Jerjes, por tierra hubiera sucedido así: aunque se hubieran levantado muchas corazas de muros, a través del istmo del Peloponeso, al ser traicionados los lacedemonios por los aliados (no de grado sino por fuerza, ya que cada ciudad hubiera sido tomada por la armada del bárbaro), hubieran quedado solos; y solos, tras realizar grandes proezas, hubieran muerto noblemente. O de este modo lo hubieran pasado o bien, viendo antes que los demás griegos favorecían a Jerjes, hubieran pactado con él. Y así, en ambos casos hubiera caído Grecia en poder de los persas; pues no alcanzo a comprender de qué hubieran servido los muros levantados a través del istmo, si el Rey hubiera dominado en el mar. Así, pues, quien diga que los atenienses fueron los salvadores de Grecia no faltará a la verdad, pues la balanza se inclinaría a cualquiera de los lados a que ellos se hubieran vuelto. Habiendo decidido mantener libre a Grecia, ellos fueron quienes despertaron a todo el resto de Grecia que no favoreció a los persas y quienes, con ayuda de los dioses, rechazaron al Rey. Los oráculos espantables y terríficos que venían de Delfos no les persuadieron a abandonar a Grecia; antes bien permanecieron y osaron aguardar al invasor de su país.


140

En efecto: habían enviado los atenienses a Delfos sus delegados, dispuestOs a consultar el oráculo, y al ejecutar en el templo los actos prescritos, cuando entraron y se sentaron en el santuario, la Pitia, por nombre Aristonica, vaticinó así:

Miserables, ¿descansáis? Huid al confin de la tierra,
dejad casas y ciudad, muro redondo y alcázar.
Ni está firme la cabeza ni queda ya firme el cuerpo,
ni pies, ni manos, ni pecho; todo muere, todo abrasa
el fuego y Ares veloz que avanza en su carro sirio.
Mucha almena arrasará, que no tan sólo las tuyas,
y dará al fuego voraz muchos templos de inmortales
que ahora manan sudor, estremecidos de espanto.
Negra sangre se derrama por lo alto de las techumbres,
presagio de ineluctable calamidad. Salid, digo,
del santuario, y esparcid tristezas sobre vuestra alma
.


141

Al oír tales palabras los enviados de Atenas se llenaron de pesar. Viéndoles consternados por el desastre que se les había profetizado. Timón, hijo de Aristobulo, varón estimado en Delfos como el que más, les aconsejó que tomasen la rama de olivo y que como suplicantes consultasen por segunda vez el oráculo. Obedecieron los atenienses y dijeron así: ¡Oh Rey! danos algún oráculo mejor acerca de nuestra patria, en reverencia a estas ramas de olivo que te traemos, o bien no partiremos del santuario y aquí permaneceremos hasta morir. A estas palabras, la profetisa por segunda vez vaticinó así:

No puede Palas Atenea proPiciar a Zeus Olimpio,
aunque elocuente le implora con densa sabiduria.
Mas te diré nuevo oráculo, sólido como diamante:
mientras yazga en cautiverio cuanto abarca la montaña
de Cécrope, y las gargantas del divino Citerón,
Zeus el de voz anchurosa otorga a Tritogenía
que perdure inexpugnable sólo un muro de madera,
refugio que ha de salvarte y ha de salvar a tus hijos.
No tú aguardes sosegado las huestes innumerables
de infantes y de jinetes que de allende el mar avanzan.
Cede el paso, da la espalda, que ya les saldrás al frente.
Y tú, sacra Salamina, matarás hijos de madres
cuando esparza las espigas Deméter o las reúna
.


142

Los enviados anotaron esta respuesta, que era y parecía ser más suave que la primera, y se volvieron a Atenas. De regreso, los enviados comunicaron el oráculo al pueblo y entre muchas opiniones que surgieron para investigar la profecía, éstas eran las más contrarias: decían algunos de los ancianos que a su parecer el dios vaticinaba que la acrópolis había de salvarse, porque en lo antiguo, la acrópolis de Atenas estaba cercada de una empalizada. Los unos, pues, conjeturaban que lo de muro de madera se refería a la empalizada; los otros, por otra parte, decían que el dios aludía a las naves y exhortaban a aparejarlas, abandonando todo lo demás. Pero hacía vacilar a los que decían que eran las naves el muro de madera, los dos últimos versos dichos por la Pitia:

Y tú, sacra Salamina, matarás hijos de madres
cuando esparza las espigas Deméter o las reúna
.

En cuanto a estos versos se confundía la opinión de los que decían que las naves eran el muro de madera, pues los intérpretes lo tomaban como que los atenienses, dispuestos a una batalla naval, serían vencidos junto a Salamina.


143

Había entre los atenienses un varón que hacía poco había empezado a figurar entre los ciudadanos principales, por nombre Temístocles, hijo de Neocles. Afirmaba este hombre que los intérpretes no explicaban todo bien, y decía así: si de veras aludía a los atenienses la profecía no creía él que vaticinaría con tanta suavidad, antes bien de este modo: Y tú, ¡fatal Salamina! en vez de decir Y tú, sacra Salamina si en verdad los moradores iban a perecer junto a ella; tomándolo debidamente, lo cierto era que el dios había pronunciado aquel oráculo contra los enemigos y no contra los atenienses. Aconsejábales, pues, que se dispusiesen a una batalla naval, como que eso era el muro de madera. Con esta explicación de Temístocles, los atenienses tuvieron por mejor su parecer que no el de los intérpretes, quienes no permitían aparejar el combate naval y en una palabra decían que no había que hacer resistencia, sino abandonar el Ática y establecerse en otra región.


144

Antes de éste, otro parecer de Temístocles había triunfado en su oportunidad, cuando los atenienses, ante las grandes riquezas que afluían al tesoro público (provenientes de las minas de Laurio), estaban a punto de distribuírselo a diez dracmas por cabeza. Temístocles persuadió entonces a los atenienses a dejar ese reparto y a construirse con ese dinero doscientas naves para la guerra, entendiendo la de Egina: y en efecto, esa guerra salvó por entonces a Grecia, porque obligó a los atenienses a convertirse en marinos. No se emplearon las naves con el objeto para el cual se las había hecho, pero de este modo las tuvo Grecia cuando las necesitó. Tenían, pues, los atenienses esas naves hechas con anterioridad, pero debían construir otras, y determinaron, después de deliberar sobre el oráculo, aguardar todos juntos en sus naves al bárbaro invasor de Grecia, obedeciendo al dios, y en compañía de los griegos que así quisiesen.


145

Tales fueron los oráculos dados a los atenienses. Los que más sano consejo tenían sobre Grecia se reunieron en un mismo punto y, empeñando su fe y palabra, resolvieron en sus deliberaciones, ante todas las cosas, deponer los odios y las guerras que tenían unos con otros (porque las había entre varios pueblos, y la más grande era la de atenienses y eginetas). Luego, enterados de que Jerjes con su ejército se hallaba en Sardes, decidieron enviar al Asia espías que observasen los asuntos del Rey; a Argos embajadores para ajustar una alianza contra el persa; a Sicilia otro ante Gelón hijo de Dinómenes; a Corcira para exhortarles a socorrer a Grecia; y otros a Creta: esperando, si fuese posible que Grecia llegara a hacerse una y que todos se concertaran para hacer una misma cosa, ya que terribles calamidades avanzaban por igual contra todos los griegos. Decíase que el poderío de Gelón era grande, mucho más grande que el de cualquier estado griego.


146

Tomadas dichas resoluciones y conciliados sus odios, primeramente enviaron al Asia tres espías; después de llegar a Sardes y observar el ejército del Rey, fueron descubiertos, torturados por los generales del ejército de tierra y conducidos al suplicio. Estaban, pues, condenados a muerte pero cuando se enteró de ello Jerjes, censuró la sentencia de los generales y despachó a algunos de sus guardias con orden de que, si hallaban vivos a los espías, se los trajeran. Como los hallaran todavía vivos, los trajeron a presencia del Rey, quien, conocido el propósito de su viaje, ordenó a sus guardias que les guiasen y mostrasen todas sus tropas así de a pie como de a caballo, y cuando se hartaran de contemplarlas, les despachasen sanos y salvos al país que quisiesen.


147

Dió esa orden por la razón siguiente: si perecían los espías, ni sabrían los griegos de antemano que sus recursos eran superiores a todo encarecimiento, ni perjudicaría mucho a sus enemigos con la pérdida de tres hombres; pero si volvían a Grecia, decia, sospechaba que los griegos, sabedores antes de hacerse la expedición de cuán grandes eran sus fuerzas, le rendirían su libertad y así ni seria necesario marchar contra ellos y llenarse de afanes. Semejante modo de pensar es conforme a este otro: estaba Jerjes en Abido, cuando vió unos barcos, cargados de trigo, que desde el Ponto atravesaban el Helesponto rumbo a Egina y al Peloponeso. Los que estaban a su lado, en cuanto oyeron que los barcos eran enemigos, estaban prontos a tomarlos y tenían puestos los ojos en el Rey, aguardando su orden. Jerjes les preguntó adónde navegaban, y ellos replicaron: Señor, llevan trigo a tus enemigos. Y respondió Jerjes: ¿Acaso no navegamos nosotros hacia el mismo punto, provistos, entre otras cosas, de trigo? ¿En qué nos perjudican, pues, transportando trigo?


148

Despachados, pues, los espías tras de haber hecho así sus observaciones, regresaron a Europa. Los griegos confederados contra el persa, después de la vuelta de los espías, enviaron segunda vez mensajeros a Argos. Cuentan los argivos que lo que aconteció con ellos fue lo siguiente: supieron desde el principio los preparativos del bárbaro contra Grecia; como lo supieran, y entendiendo que los griegos intentarían tomarles como aliados contra el persa, despacharon enviados a Delfos para interrogar al dios qué era lo que mejor les convendría hacer; porque seis mil ciudadanos acababan de morir a manos de los lacedemonios y de Cleómenes, hijo de Anaxindridas: por ese motivo enviaban emisarios a Delfos. La Pitia respondió así a los consultantes:

Aborrecido a los hombres, caro a los dioses eternos,
cautelosamente acampa con el venablo en la mano,
y protege la cabeza, que salvará todo el cuerpo
.

Así les profetizó primero la Pitia. Luego, cuando llegaron los mensajeros a Argos, comparecieron ante el Senado y dijeron lo que se les había encargado. Con todo, respondieron los de Argos a la propuesta que estaban conformes, a condición de hacer la paz por treinta años con los lacedemonios y de tener por mitad el mando de todo el ejército aliado, aunque en justicia les tocaba el mando total, pero con todo les bastaba la mitad.


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Así respondió el Senado, según dicen, no obstante que el oráculo les prohibía hacer alianza con los griegos; pero, aun temiendo el oráculo, tenían empeño en hacer treguas por treinta años, para que entre tanto sus niños se hicieran hombres. Y explicaban que si no se hacían las treguas y si además de la desgracia que les había sucedido, les sobrevenía otro revés de parte del persa, temían quedar en adelante sometidos a los lacedemonios. Los mensajeros de Esparta respondieron a las palabras del Senado en estos términos: en cuanto a las treguas, darían parte a la asamblea popular, pero en cuanto al mando se les había confiado la respuesta y decian, por consiguiente, que los espartanos tenían dos reyes y los argivos uno: no era, pues posible despojar del mando a ninguno de los dos, pero nada impedía que el argivo tuviese igual voto que los dos espartanos. Entonces, dicen los argivos, no soportaron la arrogancia de los espartanos y antes quisieron ser gobernados por los bárbaros que ceder en nada a los lacedemonios; e intimaron a los mensajeros que antes de ponerse el sol se retirasen del territorio de Argos; donde serían perseguidos como enemigos.


150

Tal es y no más lo que cuentan los argivos sobre este caso; pero corre por Grecia otra historia: que Jerjes, antes de emprender la expedición contra Grecia, envió un heraldo a Argos, quien llegado allá dijo, según cuentan: Argivos, el rey Jerjes os dice lo siguiente: nosotros creemos que Perses, de quien descendemos, era hijo de Perseo, el hijo de Dánae, y que había nacido de Andrómeda, la hija de Cefeo; así, pues, vendríamos a ser descendientes vuestros. Por consiguiente, no es razón que hagamos nosotros la guerra contra nuestros progenitores, ni que vosotros, por socorrer a los demás, os convirtáis en contrarios nuestros. Quedaos quietos en vuestro propio territorio y, si saliere con mi intención, a nadie tendré en más que a vosotros. Dícese que los argivos tuvieron muy en cuenta tal propuesta, y que por lo pronto no se comprometieron a nada ni reclamaron nada, pero cuando los griegos trataron de asociárselos, sabiendo que los lacedemonios no compartirían con ellos el mando, lo reclamaron, para tener pretexto de quedarse quietos.


151

Dicen algunos de los griegos que concuerda con estos sucesos la siguiente historia, que aconteció muchos años después. Hallábanse en Susa la Memnonia, a causa de otro asunto, los mensajeros de Alenas, Calias, hijo de Hiponico, y los que le habían acompañado, y por ese mismo tiempo los argivos enviaron también mensajeros a Susa para preguntar a Artajerjes, hijo de Jerjes, si continuaba aún la alianza que habían estipulado con Jerjes, como ellos lo deseaban, o si los tenía por enemigos. El rey Artajerjes respondió que sin duda continuaba y que a ninguna ciudad tenía por más aliada que a Argos.


152

No puedo afirmar con certeza que Jerjes enviara a Argos un heraldo con aquella embajada, ni que los mensajeros de los argivos llegados a Susa interrogaran a Artajerjes sobre la alianza, ni mantengo otra opinión que la que expresan los mismos argivos. Sé únicamente que si todos los hombres sacaran a plaza sus malas acciones, con el propósito de cambiarlas por las de sus vecinos, al ver las del prójimo, de buena gana cada cual se llevaría de vuelta las que hubiese traído. Así, no son los argivos quienes peor se condujeron. Por mi parte, debo contar lo que se cuenta, pero de ninguna manera debo creérmelo todo, y esta advertencia mía valga para toda mi narración; ya que también se cuenta que los argivos fueron los que llamaron al persa contra Grecia, por hallarse sus armas malparadas por los lacedemonios y por desear cualquier cosa, antes que su presente aflicción.


153

Queda dicho, pues, lo que se refiere a los argivos. A Sicilia llegaron, para tratar con Gelón, los mensajeros de los confederados, y particularmente Siagro, de parte de los lacedemonios. El antepasado de Gelón, colonizador de Gela, era de la isla de Telo, situada frente al Triopio; no quedó atrás cuando los lindios de Rodas y Antifemo fundaron a Gela. Andando el tiempo, sus descendientes llegaron a ser hierofantes de las diosas infernales y continuaron siéndolo desde que Telines, uno de ellos, se posesionó del sacerdocio del modo siguiente: ciertos ciudadanos de Gela, vencidos en una revuelta, huyeron a Mactorio, ciudad situada más allá de Gela. A éstos, pues, hizo regresar a Gela Telines, sin poseer fuerza armada sino sólo el sacerdocio de las diosas. No puedo decir de dónde lo tomó o si ya lo poseía. Pero confiado en él hizo regresar a los fugitivos con condición de que sus descendientes fueran hierofantes de las diosas. Ante lo que oigo decir de Telines, es para mí una maravilla que llevase a cabo tamaña empresa; pues tales obras nunca he creído que las haga cualquiera sino un espíritu valiente y un vigor viril, y cuentan en cambio los colonos de Sicilia que fue, por lo contrario, varón afeminado y muelle.


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En fin, él fue quien adquirió esa dignidad. Cuando acabó su vida Cleandro, hijo de Pantares, quien después de dominar siete años en Cela murió a manos de Sabilo, natural de Gela, se apoderó de la soberanía Hipócrates, hermano de Cleandro. Durante el señorío de Hipócrates, Celón, descendiente del hierofante Telines (así como, entre otros muchos, Enesidemo, hijo de Pateco), era guardia de Hipócrates, y al cabo de no mucho tiempo fue nombrado por su mérito jefe de toda la caballería: porque sitiando Hipócrates a Calípolis, Naxo, Zancle, Leontinos y además, a Siracusa, y a muchas ciudades de los bárbaros, en estas guerras Gelón se reveló brillantísimo soldado. De las ciudades que dije, ninguna sino Siracusa escapó de la esclavitud de Hipócrates, y a los siracusanos, derrotados en batalla junto al río Eloro, les salvaron los de Corinto y de Corcira, y les salvaron, reconciliándolos a condición de que los siracusanos entregaran Camarina a Hipócrates, porque en lo antiguo Camarina pertenecía a los siracusanos.


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Cuando frente a la ciudad de Hibla, en expedición contra los sícelos, le tocó morir a Hipócrates (quien había dominado igual número de años que su hermano Cleandro), Gelón ayudó de palabra a los hijos de Hipócrates, Euclides y Cleandro, a quienes los ciudadanos ya no querían obedecer, pero en realidad, así que venció en el campo de batalla a los de Gela, él mismo tomó el gobierno, privando de él a los hijos de Hipócrates. Después de este lance feliz, cuando los siracusanos llamados terratenientes fueron expulsados por el pueblo y por sus esclavos, llamados cilitios, Gelón los restituyó desde la ciudad de Cásmena a la de Siracusa, y se apoderó también de ésta, pues el pueblo de Siracusa al presentarse Gelón se le entregó y entregó la ciudad.


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Después de apoderarse de Siracusa, hacía Gelón menos cuenta del gobierno de Gela y lo confió a su hermano Hierón. Él ejercía el mando en Siracusa, y para él todo lo era Siracusa. Inmediatamente, la ciudad se elevó y floreció, pues por una parte, trajo a Siracusa todos los de Camarina, los hizo ciudadanos y arrasó la ciudad de Camarina; y por la otra, hizo con la mitad de los moradores de Gela lo mismo que con los de Camarina. En cuantO a los megareos de Sicilia, a quienes tenía sitiados, y que habían consentido en pactar a los opulentos, que habían emprendido la guerra contra él y que por eso esperaban la muerte, les condujo a Siracusa y les hizo ciudadanos; y al pueblo, que no había tenido culpa de esta guerra y que no esperaba padecer mal alguno, lo condujo también a Siracusa y lo vendió a condición de que lo sacaran de Sicilia. Igual diferencia e igual conducta observó con los eubeos de Sicilia; y se condujo así con ambas ciudades, porque sostenía que el pueblo era el más ingrato vecino.


157

De este modo vino Gelón a ser un gran tirano. Entonces, llegados a Siracusa los mensajeros de Grecia y admitidos a su audiencia, hablaron así: Nos han enviado los lacedemonios y sus aliados, para que te asocies con nosotros contra el bárbaro. Sin duda estás enterado de la invasión de Grecia, y de cómo el persa va a echar un puente sobre el Helesponto y traer desde el Asia todas las tropas de Levante para hacer la guerra contra Grecia. El pretexto es marchar contra Atenas, pero el intento es someter toda Grecia. Tú, ya que dispones de gran poder y como señor de Sicilia posees no mínima parte de Grecia, ayuda a los que la están libertando y libértala a una con ellos. Si toda Grecia se coliga, reunirá gran hueste y estaremos en condiciones iguales para combatir con los invasores. Pero si algunos de nosotros nos traicionan, otros no quieren socorrernos y la parte sana de Grecia es pequeña, surge entonces el peligro de que caiga toda Grecia. No esperes que si el persa nos derrota y conquista no se presentará en tus tierras, antes bien, toma tus precauciones anticipadamente. Ayudándonos a nosotros, a ti mismo te socorres y, por lo general, la acción bien meditada suele lograr buen éxito.


158

Así dijeron, y Gelón respondió airado en estos términos: Griegos, con la codicia en el pensamiento osasteis venir a invitarme a la alianza contra el bárbaro. Vosotros, al rogaros yo primero que lucharais conmigo contra el ejército bárbaro cuando estuve en guerra con los cartagineses, y al insistir en que vengarais el asesinato de Dorieo, hijo de Anaxándridas, cometido por los de Sagesta, y al ofrecerme a liberar las factorías de las que obtenéis gran fruto y provecho, ni acudisteis a prestar ayuda por mi causa ni por vengar el asesinato de Dorieo y, por lo que a vosotros mira, todo esto estaría en poder de los bárbaros. Pero las cosas pararon en bien y aun en mejor de lo que estaban. Ahora, cuando la guerra en su curso ha llegado hasta vosotros, hacéis memoria de Celón. Con todo, aunque me agraviasteis, no me asemejaré a vosotros y estoy pronto a ayudaras: os ofrezco doscientas trirremes, veinte mil hoplitas, dos mil jinetes, dos mil arqueros, dos mil honderos y dos mil auxiliares de caballería, armados a la ligera. Me ofrezco a proporcionar trigo para todo el ejército hasta acabar la guerra. Prometo todo esto a condición de ser general en jefe de todo el ejército griego contra el bárbaro. Con otra condición ni iré yo ni enviaré a nadie.


159

Al oír esto, no se contuvo Siagro y dijo así: ¡Cómo gemiría el pelópida Agamenón si se enterase de que los espartanos quedan despojados del mando por Gelón y los siracusanos! No te acuerdes ya de esa pretensión de que te entreguemos el mando. Si quieres ayudar a Grecia, entiende que estarás a las órdenes de los lacedemonios; y si tienes a menos estar a nuestras órdenes, no vengas a ayudarnos.


160

A esto Gelón, ya que vió la hostilidad de las palabras de Siagro, les dijo su última palabra: Huésped de Esparta, los insultos lanzados a un hombre suelen despertar su cólera. Con todo, tú con las injurias que has proferido en tus palabras, no me persuadirás a ser descortés en mi respuesta. Puesto que vosotros os aferráis tanto al mando, es razonable que me aferre más yo, que mando un ejército muchas veces mayor y naves mucho más numerosas. Pero, como mi pretensión se os hace tan cuesta arriba, también cederé yo en algo de mi primera propuesta. Podríais vosotros mandar el ejército, y yo la armada; y si os fuera grato acaudillar la marina, yo quiero el ejército. Preciso es que os contentéis con estos términos o que os retiréis, desamparados de tales aliados.


161

Tal fue la oferta que les proponía Gelón. Adelantándose el enviado de Atenas al de Lacedemonia, le replicó en estos términos: Rey de Siracusa, Grecia no nos envió ante ti porque necesitase general, sino porque necesitaba ejército. Tú no das muestras de enviar ejército sin acaudillar a Grecia y ansías ser su general. Mientras pretendías acaudillar todas las tropas, tuvimos por bien quedamos en paz, sabiendo que el lacedemonio habría de bastarse para volver por ambos. Pero cuando, rechazado del mando sobre todo el ejército pides el de la armada, el caso es así: ni aunque el lacedemonio te permita el mando nosotros te lo concederemos, porque es nuestro, ya que no lo quieren los lacedemonios. No nos opondremos a estos si desean acaudillarnos, pero no cederemos a ningún otro el mando de la escuadra. Pues de tal modo, en vano habríamos poseído la mayor armada de Grecia si cediéramos el mando a los siracusanos nosotros, los atenienses, que podemos presentamos como el pueblo más antiguo y los únicos entre los griegos que no hemos sido inmigrantes; y nuestro era el hombre de quien el poeta épico Homero dijo que era el mejor de cuantos llegaron a Troya en alinear y ordenar la hueste. Nadie, pues, puede reprochamos esas palabras.


162

Gelón respondió en estos términos: Huésped de Atenas, parece que vosotros tenéis quién mande, pero no tendréis a quién mandar. Puesto que queréis poseerlo todo sin ceder en nada, retiraos cuanto antes, y anunciad a Grecia que su año está despojado de primavera. Y éste es el sentido de sus palabras: sin duda, como la primavera es lo más preciado del año, su ejército lo era del ejército de Grecia: privada, pues, Grecia de su alianza, la comparaba al año que estuviese despojado de primavera.


163

Después de estas negociaciones con Gelón, los enviados griegos se hicieron a la vela. Pero Gelón, temeroso de que a causa de este desacuerdo los griegos no pudieran sobreponerse a los bárbaros, y teniendo por desdoro insoportable ir al Peloponeso a recibir órdenes de los lacedemonios él, que era señor de Sicilia, abandonó ese camino y se valió de otro. Así que supo que el persa había atravesado el Helesponto, despachó para Delfos, en tres naves de cincuenta remos, a Cadmo, hijo de Escites, natural de Cos, con gran tesoro y mensajes de amistad, para aguardar cómo se decidiría la batalla: si vencia el bárbaro, le entregaría el tesoro más tierra y agua por los dominios de Gelón; pero si vencian los griegos, se vendría de vuelta.


164

Antes de estos sucesos, dicho Cadmo había heredado de su padre el señorío de Cos, en próspero estado; y de su voluntad, sin que le apremiara mal alguno, sólo por virtud de justicia, depuso su autoridad entre los ciudadanos de Cos y se retiró a Sicilia. Allí poseyó por merced de los samios la ciudad de Zande, y la pobló, cambiando su nombre por Mesana. Gelón, pues, despachó a Cadmo, quien de este modo había llegado a Sicilia, a causa de la virtud de justicia que poseía, como a él mismo le constaba. Aparte otros actos de justicia por él ejecutados, Cadmo dejó tras sí éste, no el más pequeño: teniendo en su poder gran tesoro que le había confiado Gelón, y pudiendo retenerlo, no lo quiso, y cuando los griegos vencieron en el combate naval y Jerjes se batió en retirada, él por su parte llegó a Sicilia, trayendo todo el tesoro.


165

Cuentan también los moradores de Sicilia que, aun debiendo estar a las órdenes de los lacedemonios, Gelón hubiera no obstante, auxiliado a los griegos si por este mismo tiempo Terilo, hijo de Crinipo y señor de Hímera, arrojado de allí por Terón, hijo de Enesidemo, monarca de Agrigento, no hubiese llevado contra él trescientos mil hombres entre fenicios, libios, iberos, ligies, elisicos, sardos y corsos. Como general venía Amílcar, hijo de Hannón, rey de Cartago, a quien había convencido Terilo por la amistad de huésped que tenía con él y principalmente por la diligencia de Anaxilao, hijo de Cretines, y señor de Regio, quien entregó sus dos hijos como rehenes a Amílcar y le llevó a Sicilia en socorro de su suegro. Porque Anaxtléto estaba casado con la hija de Terilo, por nombre Cidipa. Así, cuentan, como no estaba Gelón en condiciones de ayudar a los griegos, despachó el tesoro a Delfos.


166

Añaden además que en el mismo día sucedió que Gelón y Terón vencieron en Sicilia a Amilcar el cartaginés, y los griegos, en Sala mina a los persas. Oigo decir que Amilcar, cartaginés por parte de padre y siracusano por parte de madre, que por sus méritos llegó a ser rey de Cartago, al producirse el encuentro y ser derrotado en la batalla, desapareció, y no se le halló ni vivo ni muerto en ninguna parte de la tierra, por más que Gelón lo recorriera todo en su busca.


167

Los cartagineses, a su vez, valiéndose de un relato verosímil, cuentan que los bárbaros lucharon contra los griegos en Sicilia desde la aurora hasta muy avanzada la tarde: tanto, según cuentan, duró el combate. Entre tanto, Amíkar permanecía en el campamento y ofrecía sacrificios para obtener buenos agüeros, quemando en holocausto sobre una gran hoguera reses enteras. Al ver que los suyos volvían la espalda, tal como se hallaba haciendo libaciones sobre las víctimas, se arrojó al fuego, y así abrasado desapareció. Desaparecido Amilcar, ya de semejante modo, como cuentan los fenicios, ya de otro, le hacen sacrificios como a héroe y le han erigido monumentos en todas las ciudades de sus colonias, y el más grande en la misma Cartago.


168

Esto es cuanto sucedió de parte de Sicilia. En cuanto a los corcireos, he aquí cómo respondieron a los enviados y he aquí cómo procedieron. En efecto: les invitaron los mismos que habían ido a Sicilia, y dijeron las mismas razones que habían dicho a Gelón. Ellos inmediatamente prometieron despachar tropas en su defensa, declarando que no podían ver con indiferencia que Grecia pereciera; pues si caía, no les quedaba a ellos otra alternativa que la esclavitud desde el primer día; y que se había de enviar socorro en toda la medida de sus fuerzas. Tan hermosa respuesta dieron. Pero cuando llegó la ocasión de socorrer, tripularon con segunda intención sesenta naves, a duras penas se hicieron a la mar, abordaron en el Peloponeso, y cerca de Pilo y Ténaro, en tierra de lacedemonios, anclaron las naves, aguardando también ellos cómo se decidiría la guerra. No esperaban que los griegos se sobrepusieran, antes creían que los persas vencerían con gran ventaja y dominarían a toda Grecia. Procedían, pues, de intento, para poder decir así al persa: Rey, cuando los griegos nos invitaban a esta guerra, nosotros, que no poseemos el poderío menor ni el menor número de naves, sino el mayor después de Atenas, no quisimos oponernos a ti ni hacer nada que te disgustase. Con tales palabras esperaban sacar mejor partido que los demás, lo que quizá se hubiera realizado, según me parece. Para con los griegos tenían prevenida su excusa, de que en efecto se valieron. Porque al culparles los griegos de que no les hubieran socorrido, replicaron que habían tripulado sesenta trirremes pero que, a causa de los vientos etesias no habían podido doblar Malea, y por eso no habían llegado a Salamina y, sin la menor cobardía, no habían intervenido en el combate naval.


169

De este modo defraudaron los corcireos a los griegos. Los cretenses, cuando les invitaron los que para ello habían designado los griegos, procedieron así: de común acuerdo despacharon a Delfos enviados para preguntar si les convendría socorrer a Grecia. La Pitia respondió:

Necios. no estáis contentos con todo el llanto que os causó Minos por el socorro que prestasteis a Menelao, pues aquéllos le ayudaron a vengarse de la muerte que halló en Camico, mientras vosotros ayudasteis a aquéllos a vengarse del rapto de la espartana, cometido por un bárbaro.

Cuando los cretenses oyeron la respuesta que les habían traído, se abstuvieron de enviar socorro.


170

Cuéntase, en efecto, que Minos, en su búsqueda de Dédalo, llegó a Sicania, que hoy se llama Sicilia, y murió de muerte violenta. Andando el tiempo, por impulso del dios, todos los cretenses, salvo los de Policna y de Preso, fueron en gran expedición a Sicania y sitiaron durante cinco años la ciudad de Camico, que en mis tiempos ocupaban los agrigentinos. Al fin, no pudiendo ni tomarla ni permanecer (afligidos como estaban por el hambre) levantaron el sitio y se retiraron. Al llegar en su navegación a Yapigia les sorprendió una gran borrasca que les arrojó a tierra; como las naves se habían hecho pedazos, les resultó imposible todo regreso a Creta. Fundaron allí la ciudad de Hiria en la que permanecieron, mudándose de cretenses en mesapios de Yapigia, y de isleños en moradores de tierra firme. Partiendo de la ciudad de Hiria, poblaron las restantes. Mucho tiempo después, los tarentinos trataron de destruirlas, pero sufrieron un gran desastre, de suerte que fue ésta la mayor mortandad de griegos que nosotros sepamos, tanto de los tarentinos como de los reginos. Los ciudadanos de Regio, obligados por Micito, hijo de Quero, acudieron como auxiliares de los tarentinos y murieron en número de tres mil; pero de los tarentinos no fue posible el cómputo. Este Micito, que, siendo criado de Anaxilao, quedó por gobernador de Regio, fue el mismo que al ser arrojado de Regio se estableció en Tegea de Arcadia y consagró en Olimpia todas esas estatuas.


171

Pero lo dicho sobre los reginos y los tarentinos es un paréntesis en mi narración. En Creta, así desierta, se establecieron entre otros -según cuentan los presios- principalmente los griegos, y a la tercera generación después de muerto Minos, tuvo lugar la guerra de Troya, en la cual no fueron los cretenses los más despreciables auxiliares de Menelao. Y a causa de ello, al volver de Troya, hombres y ganado padecieron hambre y peste, hasta que, desierta Creta de nuevo, la ocupó junto con los sobrevivientes, una tercera población cretense. Con recordarles la Pitia todo esto, les retuvo en su intención de socorrer a los griegos.


172

En un comienzo los tésalos tomaron el partido de los medos por fuerza, según lo demostraron, pues no les agradaba lo que tramaban tos Alévadas. Porque así que entendieron que el persa estaba a punto de pasar a Europa, enviaron mensajeros al istmo. En el istmo estaban reunidos los diputados de Grecia, escogidos entre las ciudades mejor dispuestas a la causa griega. Llegados allí los embajadores tésalos, dijeron: Griegos, para que la Tesalia y toda Grecia esté al abrigo de la guerra, preciso es guardar el paso del Olimpo. Nosotros estamos prontos a guardarlo en vuestra compañía, pero vosotros habréis de mandar un ejército numeroso. Y si no lo enviáis, sabed que nos concertaremos con el persa, pues no hemos de perecer nosotros solos, montando guardia tan lejos, por el resto de Grecia y por vosotros. Si no queréis ayudarnos, no tenéis derecho de imponernos ninguna obligación. Pues ninguna obligación es más fuerte que el no poder. Nosotros, por nuestra cuenta, trataremos de discurrir algún medio de salvación.


173

Así hablaron los tésalos. Ante esto, los griegos resolvieron despachar por mar a Tesalia tropa de infanterfa para que guardase el paso. Cuando se reunió la tropa fue navegando por el Euripo. Al llegar a Alo, en Acaya, desembarcó y dejando allí las naves, marchó a Tesalia y llegó al Tempe, al paso que lleva de la baja Macedonia a Tesalia, riberas del río Peneo, entre el monte Olimpo y el Osa. Allí acamparon los griegos reunidos en número de unos diez mil hoplitas más o menos, y se les agregó la caballerfa tésala. Mandaba a los lacedemonios Evéneto, hijo de Careno, elegido entre los jefes aunque no era de familia real; y a los atenienses, Temístocles, hijo de Neocles. Permanecieron allí pocos días, porque llegaron mensajeros de parte de Alejandro, hijo de Amintas de Macedonia, y les aconsejaron que se retirasen y no permanecieran en el paso para ser hollados por el ejército invasor, y les indicaron la cantidad de soldados y naves. Como les aconsejaban así y parecian aconsejarles bien y era evidente que el rey de Macedonia les tenía buena voluntad, se dejaron persuadir. Pero, a mi parecer, lo que les persuadió fue el terror, cuando entendieron que había otro paso para Tesalia por la alta Macedonia, a través del país de los perrebos, cerca de la ciudad de Gono, por donde precisamente entró el ejército de Jerjes. Los griegos se embarcaron en sus naves y marcharon de vuelta al Istmo.


174

Tal fue la campafia de Tesalia, cuando el Rey se hallaba ya en Abido y estaba por cruzar de Asia a Europa. Los tésalos, abandonados por sus aliados, se inclinaron entonces con celo a los medos y ya sin vacilar, a tal punto que durante la campaña resultaron los hombres más útiles al Rey.


175

Los griegos, así que llegaron al Istmo, deliberaron basándose en las palabras de Alejandro, qué paraje y qué regiones elegirían como campo de batalla. La opinión que prevaleció fue guardar el paso de las Termópilas porque les pareció ser más estrecho que el de Tesalia y, a la vez, más cercano a su propia tierra. La senda, por la cual fueron tomados los griegos que fueran tomados en las Termópilas, no sabían que existiera antes de llegar a las Termópilas y oírlo de boca de los traquinios. Acordaron, pues, guardar aquel paso y no admitir al bárbaro en Grecia, y que la escuadra navegase hacia Artemisio, en tierra de Histiea; ya que se hallan tan vecinos esos dos puntos que en cada uno se sabe lo que pasa en el otro.


176

La situación de esos lugares es la siguiente. En primer término, Artemisio: el mar ancho de Tracia se estrecha de tal modo que el pasaje entre la isla de Esciato y la tierra firme de Magnesia es angosto. Desde el estrecho de Eubea sigue ya la playa de Artemisio, y en ella el templo de Ártemis. En segundo lugar, la entrada a Grecia por Traquis, en su trecho más angosto mide medio pletro. Pero no está allí el trecho más angosto de toda la región, sino delante y detrás de las Termópilas; detrás, junto a Alpenos, hay senda para un solo carro; y delante, junto al río Fénix, cerca de la ciudad de Antela, también hay senda para un solo carro. La parte de las Termópilas que da a Occidente es montaña inaccesible, escarpada y alta, que se extiende hasta el Eta; la que da a Oriente linda con el mar y los pantanos. Hay en esa entrada baños calientes que los nativos llaman Las Ollas, y junto a ellos está erigido un altar a Heracles. Estaba construída una muralla ante esa entrada, y en lo antiguo tenía sus puertas. Habían construido la muralla los foceos por temor de los tésalos que habían llegado de Tesprocia para habitar la Eólide que en la actualidad poseen. Y como los tésalos habían procurado someterlos, habian tomado los foceos sus precauciones contra ello. Entonces fue cuando soltaron sobre esa entrada el agua caliente, para que se llenase de torrentes el lugar, discurriéndolo todo a fin de que los tésalos no invadiesen el país. Así, pues, la muralla vieja estaba construída de antiguo, y con el tiempo la mayor parte se había desmoronado. Pero la levantaron segunda vez, porque determinaron rechazar ahí de Grecia al bárbaro. Hay una aldea, muy cerca del camino, de nombre Alpenos; los griegos contaban con abastecerse en ella.


177

Estos parajes, pues, parecieron oportunos a los griegos; porque tras considerarlo todo y calcular que los bárbaros no podrian sacar partido ni de su número ni de su caballería, decidieron aguardar allí al invasor de Grecia. Cuando supieron que el persa estaba en Pieria se separaron y marcharon desde el Istmo, unos por tierra a las Termópilas, otros por mar a Artemisio.


178

Los griegos, así dispuestos, llevaron socorro a toda prisa. Entre tanto, los de Delfos, alarmados por sí y por Grecia, interrogaron al dios. Les fue profetizado que rogaran a los vientos, pues ellos habían de ser los grandes aliados de Grecia. Luego de recibir el oráculo los de Delfos anunciaron primero a los griegos empeñados en la libertad lo que se les había profetizado, y por haberlo anunciado se acreditaron gratitud eterna, ante aquellos que temían sobremanera al bárbaro. Después de esto, los de Delfos asignaron a los vientos un altar en Tíia, en el punto mismo en que está el recinto de Tiia, la hija de Cefiso (por quien posee tal nombre ese lugar), y les ofrecieron sacrificios.


179

Los de Delfos, conforme al oráculo, aun hoy todavía propician a los vientos. La armada de Jerjes partió de la ciudad de Terma, y las diez naves más veleras pasaron en derechura a Esciato, donde montaban guardia tres naves griegas, una de Trecene, una de Egina y una del Ática. Descubriendo éstas la escuadra de los bárbaros, se dieron a la fuga.


180

Los bárbaros persiguieron a la de Trecene, que comandaba Praxino, la tomaron en seguida, y luego condujeron a la proa de la nave al más hermoso de los combatientes y le degollaron, considerando como primicia al más hermoso y primero de los griegos que habían cogido. El nombre del degollado era León, y quizá recogeria el fruto de su nombre.

Índice de Los nueve libros de la historia de Heródoto de HalicarnasoSegunda parte del Libro SéptimoCuarta parte del Libro SéptimoBiblioteca Virtual Antorcha