Índice de Los nueve libros de la historia de Heródoto de HalicarnasoSegunda parte del Libro CuartoCuarta parte del Libro CuartoBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO CUARTO

Melpómene

Tercera parte



101

Es, pues, la Escitia como un cuadrado, dos lados del cual bordean el mar, siendo igual en todas direcciones el lado que se dirige tierra adentro y el lado que bordea el mar; porque desde el Istro hasta el Boristenes hay diez dias de camino, y desde el Boristenes hasta la laguna Meotis otros diez; y tierra adentro desde el mar hasta los melanclenos, situados más allá de los escitas, hay veinte dias de camino, y calculo cada dia de camino en doscientos estadios. Asi que la distancia transversal de Escitia seria de unos cuatro mil estadios, y la longitudinal, que lleva tierra adentro de otros tantos estadios. Tal es, pues, la extensión de esa tierra.


102

Calculando los escitas que no eran capaces de rechazar solos en batalla campal el ejército de Dario, enviaron mensajeros a sus vecinos. Cabalmente, los reyes de esos pueblos se habian reunido y deliberaban sabiendo cuán grande ejército avanzaba contra ellos. Eran los que se habían reunido los reyes de los tauros, neuros, andrófagos, melanclenos, gelonos, budinos y saurómatas.


103

De estos pueblos, los tauros observan tales usos. Sacrifican a su Virgen tanto a los náufragos como a los griegos que prenden en sus piraterias, del modo siguiente. Después de consagrarlos, les golpean la cabeza con una clava. Algunos dicen que despeñan el cuerpo desde el precipicio (porque el templo está levantado sobre un precipicio), y ponen en un palo la cabeza. Otros dicen lo mismo acerca de la cabeza, pero dicen que no despeñan el cuerpo desde el precipicio sino le entierran. La divinidad a quien sacrifican dicen los mismos tauros que es Ifigenia, hija de Agamenón. Con los enemigos que caen en sus manos, proceden asi: les cortan la cabeza, la traen a su casa, y atravesándola después con un palo largo, la izan sobre su casa, bien arriba, y en especial sobre la chimenea. Dicen que son guardias que velan por toda la casa. Viven de la presa y de la guerra.


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Los agatirsos son los hombres más dados al lujo, y muy amigos de adornarse de oro. Tienen con las mujeres trato común para ser hermanos y para que siendo todos familiares, no haya envidia ni odio de unos contra otros. En las demás costumbres se asemejan a los tracios.


105

Los neuros siguen los usos de los escitas. Una generación antes de la expedición de Dario sucedió que hubieron de dejar todo su territorio por las serpientes; aparecieron muchas de su mismo territorio, pero muchas más cayeron de los desiertos del Norte, hasta que hartos de ellas, abandonaron su tierra y se establecieron entre los budinos. Es posible que esos neuros sean magos, pues dicen los escitas y los griegos establecidos en la Escitia, que todo neuro una vez al año se convierte en lobo por pocos días, y vuelve de nuevo a su primera figura. Al decir tal cosa a mí no me convencen, pero no dejan de decirla y aun juran lo que dicen.


106

Los andrófogos tienen las costumbres más feroces de todos los hombres, no guardan la justicia ni observan ninguna ley. Son nómades, llevan traje semejante al escita, tienen lenguaje propio y son los únicos de estas gentes que comen carne humana.


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Los melanclenos llevan todos ropas negras; de ahí el nombre que tienen mantos negros. Siguen los usos de los escitas.


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Los budinos, que constituyen un pueblo grande y populoso, tienen todos los ojos muy claros y color rojo. Han levantado una ciudad de madera; el nombre de la ciudad es Gelono; cada lado del muro tien:e de largo treinta estadios, es alto y todo de madera; las casas y los templos también son de madera. Porque hay ciertamente allí templos de los dioses griegos aderezados a la griega con imágenes, con altares y templos de madera; y cada dos años celebran en honor de Dioniso festividades y bacanales. Pues son los gelonos originariamente griegos que, retirados de los emporios, se establecieron entre los budinos: usan lengua en parte escítica y en parte griega. Los budinos no usan la misma lengua que los gelonos ni el mismo modo de vivir.


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Los budinos, oriundos del país, son nómades y los únicos de esa tierra que comen piñones. Los gelonos trabajan la tierra, comen pan, poseen huertos y no se les parecen en la figura ni en el color. No obstante, los griegos llaman también budinos a los gelonos, sin razón. Todo el país de los budinos está lleno de bosques de toda especie; en el bosque más espeso hay una laguna grande y honda, y alrededor de ella un pantano y un cañaveral. En ella se cogen nutrias, castores y otros animales de hocico cuadrado; sus pieles sirven para guarecer las zamarras, y sus testículos para curar el mal de madre.


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Acerca de los saurómatas, se cuenta lo siguiente. Cuando los griegos combatieron contra las Amazonas (a las Amazonas los escitas llaman oiórpata, palabra que equivale en griego a androctónoi (matadoras de hombres) pues oior signifíca hombre y patá matar, es fama entonces que, vencedores los griegos en la batalla del Termodonte, se hicieron a la vela llevando en tres navíos cuantas Amazonas habían podido tomar prisioneras, pero que en alta mar ellas les atacaron e hicieron pedazos. Mas no entendían de barcos ni de manejar remos; y después de haber matado a los hombres se dejaban llevar a merced de las olas y del viento. Aportaron a Cremnos en la laguna Meotis; Cremnos pertenece a la comarca de los escitas libres. Allí bajaron de las naves las Amazonas y se encaminaron al poblado. Arrebataron la primera manada de caballos con que toparon, y montadas en ellos saqueaban el país de los escitas.


111

No podían éstos atinar con lo que pasaba, pues no conocían la lengua ni el traje ni la nación, y se admiraban de dónde habían podido venir. Teníanlas por hombres de una misma edad, y combatían contra ellas; a consecuencia del combate, los escitas se apoderaron de los cadáveres, y así conocieron que eran mujeres. Tomaron acuerdo sobre el caso y decidieron no matar en adelante a ninguna, y enviarles sus jóvenes en igual número al que, según presumían, sería el de aquéllas; los mancebos habían de acampar cerca de ellas y hacer lo mismo que ellas hiciesen; si les perseguían, no habían de admitir el combate sino que huir y cuando cesasen habían de volver y acampar cerca de ellas. Así habían resuelto los escitas deseando tener hijos de ellas.


112

Los mozos enviados cumplieron las órdenes. Cuando advirtieron las Amazonas que no venían con ánimo hostil, los dejaron enhorabuena, pero cada día un campamento se acercaba más al otro. Los jóvenes, como las Amazonas, no tenían consigo cosa alguna sino sus armas y caballos y vivían de igual modo que ellas, de la caza y de la presa.


113

A mediodía las Amazonas hacían así: se dispersaban de a una o de a dos, y se alejaban unas de otras, dispersándose para satisfacer sus necesidades. Los escitas, que las habían observado, hicieron lo mismo, y uno se abalanzó sobre una de las que andaban solas: no le rechazó la Amazona, antes le dejó hacer. No podía hablarle puesto que no se entendían; pero con señas le indicó que al día siguiente viniese al mismo lugar y que trajese otro (mostrándole por señas que fueran dos), y que ella traería otra. Al volver el mozo, contó esto a los demás; y al día siguiente acudió y trajo consigo otro, y halló a la Amazona con otra que les estaba esperando. Enterados de ello los demás mozos, se amansaron las demás Amazonas.


114

Después juntaron los reales y vivieron en compañía, teniendo cada cual por mujer a aquella con quien primero se había unido. Los hombres no pudieron aprender la lengua de las mujeres, pero las mujeres tomaron la de los hombres. Y cuando llegaron a entenderse dijeron los hombres a las Amazonas: Nosotros tenemos padres, tenemos bienes; así, pues, no sigamos más en esta vida; vámonos y vivamos con nuestro pueblo; por mujeres os tendremos a vosotras, y no a otras algunas. A lo cual respondieron ellas de este modo: Nosotras no podríamos vivir con vuestras mujeres, pues no tenemos las mismas usanzas que ellas. Nosotras lanzamos el arco, tiramos el venablo, montamos a caballo y no aprendimos labores mujeriles; vuestras mujeres, al contrario, nada saben de lo que os hemos dicho, sino que se quedan en sus carros y hacen sus labores sin salir a caza ni a parte alguna. Luego, no podríamos avenirnos. Pero si queréis gozar fama de justos, y tenernos por mujeres, id a ver a vuestros padres y tomad vuestra parte de sus bienes, volved luego y viviremos aparte.


115

Persuadiéronse los jóvenes y así hicieron. Después de tomar la parte de los bienes que les tocaba, volvieron a las Amazonas, y las mujeres les hablaron así: Miedo y temor nos da pensar que hemos de vivir en este paraje, parte por haberos privado de vuestros padres, y parte por haber devastado mucho vuestra tierra. Pero ya que tenéis por bien tomarnos por esposas, haced esto junto con nosotras: ea, desamparemos esta tierra, crucemos el Tanais y vivamos allá.


116

Persuadiéronse también a esto los jóvenes, pasaron el Tanais, y anduvieron en dirección a Levante tres días de camino a partir del Tanais, y tres en dirección al viento Norte a partir de la laguna Meotis. Llegados al mismo paraje en que moran al presente, fijaron su morada. Desde entonces las mujeres de los sármatas viven al uso antiguo: van de caza a caballo junto con los hombres o sin ellos, y llevan el mismo traje que los hombres.


117

Los sármatas hablan la lengua esdtica, si bien llena de solecismos desde antiguo, ya que las Amazonas no la aprendieron bien. En cuanto al matrimonio tienen esta ordenanza: ninguna doncella se casa si no mata antes un enemigo, y algunas de ellas mueren viejas sin casarse, por no haber podido cumplir la ley.


118

Llegaron, pues, los mensajeros de los escitas ante los reyes congregados de las naciones enumeradas, y les hablaron explicándoles que el persa, después de haber sometido todo lo que había en el otro continente, había echado un puente al canal del Bósforo y pasado a este continente; que después de pasar y de someter a los tracios, estaba tendiendo otro puente sobre el Istro, con intento de reducir también a su mando toda esta parte. Ahora, pues, de ninguna manera dejéis de tomar partido ni permitáis que perezcamos, antes bien, con un mismo parecer salgamos al encuentro del invasor. Si no lo hacéis, nosotros, forzados de la necesidad, o dejaremos el país, o nos quedaremos y ajustaremos la paz. Pues ¿qué será de nosotros si no queréis socorrernos? Y no por esto os irá mejor, porque no viene el persa para atacarnos a nosotros más bien que a vosotros, ni le satisfará someternos a nosotros y abstenerse de vosotros. Os daremos una gran prueba de nuestras razones. Si el persa marchase contra nosotros solos con deseo de vengarse de su esclavitud de antaño, hubiera debido venir contra nosotros, dejando en paz a las otras naciones; y así mostraría a todos que marcha contra los escitas, y no contra los demás. Pero ahora, no bien pasó a nuestro continente, ha subyugado a cuantos se le pusieron delante; y tiene bajo su dominio, no sólo a los restantes tracios, sino también a los getas, que son nuestros vecinos.


119

Tal era el mensaje de los escitas; entraron en consejo los reyes que habían venido de sus pueblos, pero estuvieron divididos los pareceres. El gelono, el budino y el saurómata, de común acuerdo, prometieron socorrer a los escitas. Pero el agatirso, el neuro, el andrófago y los reyes de los melanclenos y de los tauros, les respondieron en estos términos: Si no hubierais sido los primeros en agraviar a los persas y comenzar la guerra, al pedirnos lo que ahora nos pedís, nos parecería que tenéis razón, os escucharíamos y colaboraríamos con vosotros. En cambio, invadisteis su tierra, y sin tener nosotros parte, dominasteis a los persas todo el tiempo que la divinidad os lo otorgó, y ahora ellos, ya que la misma divinidad les impulsa, os pagan con la misma medida. Nosotros ni entonces agraviamos a esas gentes, ni tampoco ahora trataremos de ser los primeros en agraviarlos. Con todo, si atacase también nuestra tierra y fuese el primero en agraviamos, no lo sufriremos. Hasta que eso veamos, nos quedaremos en nuestras tierras, porque creemos que los persas no han venido contra nosotros, sino contra los que fueron los culpables de agravio.


120

Traída tal respuesta, cuando los escitas la oyeron, resolvieron no dar ninguna batalla en campo abierto puesto que no se les agregaban esos aliados, sino retroceder y, mientras se retiraban poco a poco, cegar los pozos y las fuentes por donde pasasen y destruir el forraje de la tierra. Se dividieron en dos cuerpos, y al uno de ellos, sobre el que reinaba Escopasis, se debían agregar los saurómatas; ese cuerpo, si el persa se dirigía hacia él, debía retirarse lentamente en derechura al Tanais, escapando a lo largo de la laguna Meotis, pero si el persa volvía grupas, debía atacarle y perseguirle. Esta era una de las partes del reino a la cual se había fijado el camino que queda dicho; en cuanto a las otras dos partes del reino, la grande sobre la que mandaba Idantirso, y la tercera sobre la que reinaba Taxacis, debían reunirse, y se les debían juntar los gelonos y los budinos; también tenían que retirarse adelantándose a los persas un día de camino, esquivando encuentros y cumpliendo lo que se había resuelto: lo primero, retroceder en derechura a las tierras de los que habían rehusado su alianza, para que también ellos se viesen envueltos en la guerra, y ya que de grado no se habían alistado en la guerra contra los persas, que se viesen envueltos en ella por fuerza; después de esto, volver a su territorio, y atacarles si, tras de deliberarlo, les parecía oportuno.


121

Después de tomar tales resoluciones, salieron los escitas al encuentro del ejército de Darío, despachando como vanguardia a sus mejores jinetes. Los carros en que venían sus hijos y todas sus mujeres, así como sus ganados todos, salvo los que bastaban para su sustento (que fue cuanto retuvieron), todo lo demás lo habían enviado antes con los carros, encargándoles que marchasen siempre hacia el Norte.


122

Todo aquello, pues, lo transportaron por anticipado. La vanguardia de los escitas halló a los persas como a tres días de camino del Istro. Una vez que les hallaron, se les adelantaron un día de camino, y acamparon talando la tierra. Los persas, así que vieron asomar la caballería de los escitas, avanzaron tras el rastro de los que siempre se iban retirando; y luego como enderezaran contra una de las partes, les persiguieron hacia Levante, en dirección al Tanais. Pasaron el río los escitas, y tras ellos lo pasaron los persas, que les iban a los alcances, hasta que atravesaron el país de los saurómatas, y llegaron al de los budinos.


123

Mientras marchaban los persas por la tierra de los escitas y por la de los saurómatas, nada hallaban que destruir pues la tierra estaba yerma. Pero cuando se lanzaron sobre la de los budinos, se encontraron allí con la ciudad de madera que los budinos habían abandonado y vaciado de todo, y la quemaron. Hecho esto, seguían siempre adelante, tras el rastro de los escitas, hasta que atravesaron esa región y llegaron al desierto. Este no está poblado por gente alguna: cae más allá de la comarca de los budinos y tiene de extensión siete días de camino. Más allá del desierto viven los tiságetas, de cuyo país bajan cuatro grandes ríos, corren por la tierra de los meotas y desaguan en la laguna Meotis; sus nombres son el Lico, el Oaro, el Tanais y el Sirgis.


124

Cuando Dario llegó al desierto hizo alto en su carrera y acampó a orillas del Oaro. Allí levantó ocho grandes fuertes, a igual dístancia unos de otros, como sesenta estadios más o menos, cuyas ruinas se conservaban hasta mis días. En tanto que Dario se ocupaba en aquellos fuertes, los escitas perseguidos, dieron la vuelta por el Norte y regresaron a la Escitia. Como habían desaparecido totalmente y ya no se les mostraban más, Dario abandonó entonces aquellos fuertes a medio construir, también cambió de dirección y marchó a Occidente, creyendo que aquéllos eran todos los escitas, y que huían a Occidente.


125

Conducía su ejército a marchas forzadas cuando, al llegar a la Escitia, dió con dos partes de los escitas, y así que les halló, iba siguiéndoles, mientras ellos retrocedían con ventaja de un día de camino. Y como no cesase Darío de irles a los alcances, los escitas, conforme a lo que tenían resuelto, se retiraron a las tierras de los que habían rehusado su alianza, y en primer lugar a la de los melanclenos. Cuando escitas y persas la hubieron invadido y perturbado, guiaron los escitas al enemigo a las tierras de los andrófagos, después de perturbar también a éstos, le llevaron hacia los neuros; perturbando también a éstos, los escitas se lanzaron en su huida hacia los agatirsos. Pero los agatirsos, al ver a sus vecinos en fuga y desorden por los escitas, antes que éstos penetrasen, enviaron un heraldo, prohibiendo a los escitas pasar sus fronteras, y previniéndoles que si intentaban invadirles, tendrían que combatir antes con ellos. Después de esta Prevención salieron los agatirsos a guardar sus fronteras, con intención de contener a los invasores; en cambio, los melanclenos, andrófagos y neuros, cuando los persas junto con los escitas invadieron sus tierras, no hicieron resistencia y, olvidados de sus amenazas y alborotados, huían sin parar hacia el Norte, hasta el desierto. Los escitas no prosiguieron su marcha hacia los agatirsos, pues les habían negado el paso, y desde la comarca de los neuros guiaron a los persas a la propia.


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Como todo esto llevaba mucho tiempo y no cesaba, Darío envió un jinete al rey de los escitas, Idantirso, con estas palabras: Desdichado, ¿por qué huyes siempre, pudiendo hacer una de dos cosas? Si te crees capaz de hacer frente a mi poder, detente, cesa de vagar y combate. Pero si te reconoces inferior a Darío, cesa por lo mismo de correr y, como a tu soberano, tráeme en don tierra y agua y ven a pactar conmigo.


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A lo cual respondió así el rey de los escitas, Idantirso: Tal es mi modo de ver, persa. Jamás huí de hombre alguno porque le temiese, ni ahora huyo de ti ni hago cosa nueva que no acostumbrase a hacer en tiempo de paz. Te explicaré también por qué no combato inmediatamente contigo: porque no tenemos ciudades ni plantíos que nos obliguen a venir más pronto a las manos por el temor de que las toméis o los taléis. Pero si necesitáis de cualquier manera venir a las manos a toda prisa, nosotros tenemos las tumbas de nuestros padres; ea, descubridlas e intentad violarlas, conoceréis entonces si combatiremos con vosotros por las tumbas o no combatiremos. Pero antes, si no nos parece oportuno, no vendremos a las manos. Y acerca del encuentro baste lo dicho. Como soberanos míos reconozco solamente a Zeus, mi antepasado, y a Hestia, reina de los escitas. A ti, en lugar del don de tierra y agua, te enviaré tales dones como debes recibir, y a lo que dijiste que eras mi soberano, digo que te vayas enhoramala. Éste es el estilo de los escitas.


128

Así, el heraldo se marchó para llevar esa respuesta a Darío. Los reyes de los escitas, oyendo la palabra esclavitud; se llenaron de cólera. Enviaron entonces a los jonios la parte con quien se hallaban los saurómatas, y a la que dirigía Escopasis, con orden de abocarse con los que guardaban el puente sobre el Istro. Pero los otros que quedaban decidieron no hacer vagar más a los persas, sino cargar sobre ellos siempre que tomaban alimento. Acechaban, pues, cuándo los de Darío tomaban alimento, y ejecutaban lo resuelto. La caballería de los escitas ponía siempre en fuga a la de los persas; pero los jinetes al huir se replegaban sobre su infantería, y la infantería venía en su auxilio. Los escitas, después de rechazar la caballería enemiga, se volvían, por temor de la infantería. De noche hacían también los escitas escaramuzas semejantes.


129

Lo que en aquellos ataques ayudó a los persas y perjudicó a los escitas cuando atacaban el campamento de Darío fue -diré una grandísima maravilla- el rebuzno de los asnos y la figura de los mulos; pues la Escitia, como antes he mostrado, no cría asnos ni mulos, ni hay en absoluto en todo el país asno ni mulo a causa del frío. Por eso, el rebuzno de los asnos alborotaba la caballería de los escitas, y muchas veces en el momento de cargar los persas, cuando oían los caballos el rebuzno de los asnos se volvían, alborotados y asombrados, con las orejas paradas, como quienes no habían oído antes semejante voz ni visto tal figura.


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Ésta fue la ventaja que por un breve tiempo lograron de la guerra. Mas como los escitas viesen muy sobresaltados a los persas, para que se detuvieran más en Escitia y, deteniéndose, padeciesen gran desastre, pues carecían de todo, hicieron así. Dejaban algo de su ganado con sus pastores, y se trasladaban a otro paraje. Llegaban los persas, tomaban el ganado, y se lo llevaban, ufanos de su hazaña.


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Como sucediera esto muchas veces, al cabo no sabía Darío qué partido tomar. Entendiéronlo los reyes de Escitia, y le enviaron un heraldo que le trajese de regalo un pájaro, un ratón, una rana y cinco flechas. Los persas preguntaban al portador el sentido de los regalos; pero él les respondió que no tenía más orden que entregarlos y volverse cuanto antes, e invitaba a los persas, si eran sabios, a descifrar lo que querían decir los regalos.


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Al oír esto se pusieron los persas a discutir. El parecer de Darío era que los escitas se le entregaban junto con la tierra y el agua, infiriéndolo de que el ratón se cría en tierra y se alimenta del mismo fruto que el hombre; la rana en el agua; el pájaro es muy parecido al caballo; y las flechas querían decir que entregaban los escitas su propia fuerza. Ese era el parecer que manifestó Darío; se oponía a él Gobrias, uno de los siete que habían dado muerte al mago, quien conjeturaba que los presentes querían decir: Persas, si no os transformáis en pájaros y voláis al cielo, si no os convertís en ratones y os metéis bajo tierra, si no os volvéis ranas y os echáis en las lagunas, no regresaréis, pues estas flechas os traspasarán.


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Así conjeturaban los persas sobre los regalos. La parte de los escitas encargada primero de custodiar la orilla de la laguna Meotis, y después, de pasar el Istro para abocarse con los jonios, llegó al puente y les dijo así: Jonios, a traeros la libertad hemos venido, con tal que nos queráis escuchar. Tenemos entendido que Darío os encargó que guardaseis el puente sesenta días solamente, y que si en ese tiempo no comparecía, os volvieseis a vuestra tierra. Ahora, pues, si así lo hiciereis, estaréis libres de culpa ante él y libres ante nosotros. Permaneced los días fijados, y a partir de entonces retiraos. Como prometieran los jonios que así lo harían, se volvieron con toda rapidez.


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Los demás escitas, después de enviar los regalos a Darío, se pusieron en formación, infantes y jinetes, para trabar batalla con los persas. Formados así los escitas, pasó por entre ellos una liebre, y cada hombre que la vió, corrió tras ella; ante el alboroto y vocerío de los escitas, Darío preguntó qué tumulto era el del enemigo, y oyendo que perseguían a una liebre, dijo a aquellos con quienes solía comunicar todas las cosas: Mucho nos desprecian estos hombres; ahora me parece que Gobrias tenía razón en cuanto a los regalos escitas. Y puesto que ya yo opino también así, necesitamos buen consejo para tener vuelta segura. A lo cual Gobrias respondió: Rey, estaba yo antes más o menos informado por la fama de que no había modo de vencer a estos hombres, pero mejor lo advertí después de venir, viendo que se burlan de nosotros. Ahora, es mi parecer que en cuanto cierre la noche, encendamos los fuegos que solemos encender otras veces; engañemos a los soldados que estén más débiles para la fatiga, atemos a todos los asnos, y partamos, antes de que los escitas enderecen al Istro para deshacer el puente, o los jonios tomen alguna resolución que pueda perdernos.


l35

Así aconsejó Gobrias, y cuando llegó la noche Darío siguió su parecer; abandonó en el campamento a los que estaban rendidos de fatiga y a aquellos cuya pérdida menos importaba, y dejó atados todos los asnos. Dejó a los asnos y a los débiles del ejército con este motivo: para que los asnos hiciesen oír su rebuzno, y los hombres quedaron abandonados a causa de su debilidad, pero con el evidente pretexto de que él con la flor del ejército se disponía a atacar a los escitas y ellos, durante ese tiempo, debían defender el campamento. Después de proponer esto a los que quedaban y de encender fuegos, Darío se dirigió al Istro a toda prisa. Los asnos, abandonados de la muchedumbre, rebuznaban mucho más, y al oírles los escitas pensaban sin duda alguna que los persas estaban en el lugar.


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Pero cuando rayó el día, conociendo los que habían quedado que Darío les había traicionado, tendieron las manos a los escitas y les contaron lo que pasaba. Así que tal oyeron, se juntaron a toda prisa las dos partes de los escitas y la otra con los saurómatas, budinos y gelonos, y persiguieron a los persas en derechura al Istro. Pero como el grueso del ejército persa era la infantería, que no sabía los caminos (como que los caminos no estaban abiertos) mientras la caballería escita conocía aun los atajos del camino, sin encontrarse unos con otros, los escitas llegaron al puente mucho antes que los persas. Advirtiendo que los persas no habían llegado todavía, dijeron a los jonios que estaban en sus naves: Jonios, se pasó el número de los días, y no hacéis bien en quedaros todavía. Ya que antes permanecíais por miedo, ahora destruid cuanto antes el puente y marchad libres y contentos a vuestras tierras, dando gracias por ello a los dioses y a los escitas; al que fue antaño vuestro señor, le pondremos en tal estado que ya no irá a llevar guerra contra pueblo alguno.


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A esto, los jonios entraron en consejo. El parecer de Milcíades de Atenas, general y señor del Quersoneso del Helesponto, era obedecer a los escitas y libertar a la Jonia. Mas fue contrario el parecer de Hístieo de Mileto, quien decía que en el estado presente, cada uno de ellos era señor de su ciudad gracias a Darío y que, arruinado el poder del rey, ni él mismo podría mandar a los milesios, ni ningún otro a su respectiva ciudad, porque cada una de éstas preferiría la democracia a la tiranía. Cuando declaró Hístieo tal parecer, inmediatamente todos los demás se inclinaron a él, aunque antes habían adoptado el de Milcíades.


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Los que hicieron esa votación, y gozaban de la estima del rey eran los tiranos de las ciudades del Helesponto: Dafnis de Abido, Hipoclo de Lámpsaco, Herofanto de Pario, Metrodoro de Proconeso, Aristágoras de Cícico y Aristón de Bizancio; éstos eran los del Helesponto. De Jonia eran Estratis de Quío, Eaces de Samo, Leodamante de Focea e Histieo de Mileto, cuyo parecer fue el propuesto contra el de Milcíades. De Eolia el único hombre de cuenta que estaba presente era Aristágoras de Cima.


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Éstos, pues, así que adoptaron el parecer de Histieo, resolvieron completarlo con obras y razones: deshacer la parte del puente que estaba del lado de los escitas, pero deshacerla solamente un tiro de ballesta, para que pareciese que hacían algo cuando en realidad no hacían nada, y para que los escitas no intentasen un ataque si querían pasar el Istto por el puente; y decirles mientras deshacían la parte del puente que llegaba a la Escitia, que harían todo lo que les fuese grato a los escitas. Así completaron el parecer, y luego Histieo respondió así en nombre de todos: Escitas, buenas son las nuevas que venís a traernos, y oportunamente nos dais prisa. Por vuestra parte, bien nos habéis guiado, y por la nuestra os servimos con diligencia. Como veis, estamos deshaciendo el puente, y pondremos todo empeño, pues queremos ser libres. Mientras nosotros lo deshacemos, tenéis oportunidad de buscarlos, y cuando los halléis, vengaos y vengadnos como lo merecen.


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Los escitas, creyendo por segunda vez que los jonios decían la verdad, se volvieron en busca de los persas, pero se equivocaron totalmente de camino. De esta equivocación tenían la culpa los mismos escitas, por haber destruído en esa región el forraje de los caballos y haber cegado las aguas; pues de no haberlo hecho, fácilmente hubieran podido hallar a los persas, si quisieran; en cambio, fracasaron en 1a parte que les parecía haber planeado mejor. Los escitas buscaban al enemigo recorriendo los parajes de su país donde había heno para los caballos y agua, creídos de que los persas harían su huída por ellos; pero los persas marchaban siguiendo su rastro anterior, y así a duras penas hallaron el vado. Y como llegasen de noche al Istro y encontrasen deshecho el puente, fueron presa de pánico, temiendo que los jonios les hubiesen abandonado.


141

Estaba con Darío un egipcio que tenía la voz más fuerte del mundo. Darío le colocó en la orilla del Istro y le mandó llamar a Histieo de Mileto. Así lo hizo, y atento Histieo, al primer llamado, proporcionó todas las naves para pasar el ejército, y volvió a tender el puente.


142

De este modo escaparon los persas. Los escitas, que los buscaban, por segunda vez no pudieron dar con ellos. Por eso, si consideran a los jonios como libres, los juzgan los hombres más viles y cobardes del mundo; pero si los consideran como esclavos, sostienen que son los más amantes de sus amos y los menos inclinados a huir. Tales injurias lanzan los escitas contra los jonios.


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Marchando Darío a través de Tracia, llegó a Sesto, en el Quersoneso; desde allí pasó en sus naves al Asia, y dejó por general en Europa al persa Megabazo, a quien una vez dió Darío grande honor, diciendo ante los persas las siguientes palabras. Iba Darío a comer unas granadas, y apenas había abierto la primera, le preguntó su hermano Artabano qué cosa desearía tener en tanto número como granos hay en la granada. Darío respondió que más quería tener tanto número de Megabazos que avasallar a Grecia. Con esas palabras le honró ante los persas, y entonces le dejó por general, al frente de ochenta mil hombres de su ejército.


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Este mismo Megabazo, por un dicho suyo, dejó entre las gentes del Helesponto memoria inmortal. Estando en Bizancio oyó que los calcedonios habían poblado la región diecisiete años antes que los bizantinos, y al oírlo dijo, que debían entonces de estar ciegos los calcedonios, porque no hubieran desechado el lugar más hermoso de poblar para elegir el más feo, si no estuvieran ciegos. Así, pues, este Megabazo, dejado por general en la región del Helesponto, sometió a los que no eran partidarios de los persas.


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Eso hacia Megabazo. Por el mismo tiempo marchó sobre la Libia otra grande expedición militar con un pretexto que yo explicaré después de haber explicado lo siguiente. Los hijos de los hijos de los Argonautas, arrojados por los pelasgos que arrebataron de Braurón a las mujeres atenienses, arrojados, pues, de Lemno por los pelasgos, partieron en sus naves para Lacedemonia, acamparon en el Táigeto y encendieron fuego. Los lacedemonios al verlo, enviaron un mensajero para averiguar quiénes eran y de dónde venían. Respondieron ellos a las preguntas del mensajero que eran los minias, descendientes de los héroes de la nave Argo, quienes habían aportado a Lemno y les habían engendrado. Oída esta relación del linaje de los minias, los lacedemonios les enviaron por segunda vez un mensajero y les preguntaron a qué fin habían venido a su tierra y encendido fuego. Replicaron que, echados por los pelasgos, habían venido a la tierra de sus padres, lo que era la cosa más justa; que pedían vivir junto con ellos, tener parte en los empleos públicos y en las tierras sorteadas. Los lacedemonios tuvieron a bien recibir a los minias en las condiciones que ellos mismos querían; y los que les movió sobre todo a ello fue que los Tindáridas habían tripulado la nave Argo. Admitieron, pues, a los minias, les dieron parte de su tierra y les distribuyeron en sus tribus. Los minias casaron inmediatamente y desposaron con otros a las doncellas que traían de Lemno.


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No pasó mucho tiempo cuando ya los minias, ensoberbecidos, pretendieron participar en el trono y cometieron otros actos impíos. Los lacedemonios resolvieron entonces matarles, les prendieron y pusieron en la cárcel. Matan los lacedemonios cuando a alguien matan, de noche: a nadie matan de día. Sucedió, pues, que cuando estaban por ejecutarles, las mujeres de los minios, que eran ciudadanas e hijas de los principales espartanos, solicitaron entrar en la cárcel y hablar cada una con su marido, y se les permitió sin recelar el menor engaño. Ellas, una vez dentro, hicieron así: entregaron a sus maridos todas sus ropas, y tomaron las de ellos; los minias vestidos con trajes de mujer, salieron, como si fueran sus esposas y tras huir de tal manera acamparon de nuevo en el Táigeto.


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Por aquel mismo tiempo salió de Lacedemonia para fundar una colonia, Teras, hijo de Autesión, hijo de Tisámeno, hijo de Tersandro, hijo de Polinices. Por linaje era Teras cadmeo, hijo materno de los hijos de Aristodemo, Eurístenes y Procles; cuando eran éstos todavía niños pequeños, Teras tuvo la regencia del reino de Esparta. Pero cuando sus sobrinos crecieron y asumieron el poder, Teras, llevando a mal ser mandado, ya que había tomado gusto al mandar, dijo que no se quedaría más en Lacedemonia, sino que se volvería por mar con los suyos. Vivían en la isla llamada ahora Tera y antes Calista, descendientes de Membliaro, hijo de Peciles, fenicio. Pues Cadmo, el hijo de Agenor, yendo en busca de Europa, arribó a la isla llamada ahora Tera; y arribado que hubo, ora le agradase la tierra, ora por algún otro motivo, hizo esto: dejó en ella, entre otros fenicios, a Memblíaro, su propio pariente. Éstos ocuparon la isla Calista por ocho generaciones antes de llegar Teras de Lacedemonia.


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A estos hombres se dirigía Teras, trayendo consigo gente de las tribus, con ánimo de avecindarse con ellos y no de echarles, antes bien, de conciliárseles por todas veras. Cuando los minias huídos de la cárcel acamparon en el Táigeto, y mientras los lacedemonios se proponían matarles, Teras intercedió para que no hubiera matanza y se comprometió él mismo a sacarles del país. Aprobaron los lacedemonios su propuesta, y Teras se hizo a la vela con tres naves de treinta remos, para reunirse con los descendientes de Membliaro, pero sin llevarse a todos los minias, sino a unos pocos, pues la mayor parte de ellos se dirigieron contra los paroreatas y los caucones; y habiéndoles arrojado de su territorio, lo dividieron en seis partes, y luego fundaron en ellas estas ciudades: Lepreo, Macisto, Frixas, Pirgo, Epio y Nudio; las más de ellas fueron en mis tiempos asoladas por los eleos. La isla recibió el nombre de su poblador, Teras.


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El hijo de Teras se negó a embarcarse con él; por eso dijo su padre que le dejaría como oveja entre lobos; y por ese dicho le quedó al mozo el nombre de Eólico (oveja-lobo) y así fue que este nombre prevaleció. Tuvo Eólico por hijo a Egeo, por el cual se l1ama Egidas una gran tribu de Esparta. Como a los hombres de esta tribu se les muriesen los hijos, por aviso de un oráculo levantaron un santuario a las Erinies de Laya y de Edipo. Y después de esto no se les murieron. Lo mismo aconteció también en Tera a los descendientes de esa tribu.


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Hasta esta altura de la historia los lacedemonios están de acuerdo con los tereos; pero a partir de aquí, sólo los tereos cuentan que sucedió así: Grinno, hijo de Esanio, descendiente de Teras y rey de la isla, llegó a Delfos llevando una hecatombé de parte de la ciudad. Entre otros conciudadanos le acompañaba Bato, hijo de Polimnesto, del linaje de Eufemo, uno de los minias. Consultando, pues, Grinno, rey de los tereos, acerca de otros asuntos, la Pitia le respondió que fundase una Ciudad en la Libia. Grinno le replicó: Rey, estoy ya muy viejo y agobiado. Manda hacer eso a alguno de los más jóvenes. Y al decir estas palabras señaló a Bato. Por entonces no hubo más. De regreso, no tomaron en cuenta el oráculo por no saber hacia qué parte de la tierra caía Libia, y por no atreverse a enviar una colonia a la ventura.

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