Índice de Los nueve libros de la historia de Heródoto de HalicarnasoPrimera parte del Libro CuartoTercera parte del Libro CuartoBiblioteca Virtual Antorcha

LIBRO CUARTO

Melpómene

Segunda parte



51

Uno de los ríos de los escitas es, pues, el Istro. Sigue a éste el Tiras, que nace al Norte, comienza a correr desde una gran laguna que divide el territorio escita del neuro. En su desembocadura habitan los griegos que se llaman tiritas.


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El tercer río, el Hípanis, se lanza desde la Escitia, corre desde una gran laguna, alrededor de la cual pacen caballos blancos salvajes; esta laguna se llama con razón la madre del Hípanis; nace, pues, de ella el río Hípanis y corre por cinco días de navegación con agua escasa y dulce, pero desde ahí hasta el mar por cuatro días de navegación es amargo en extremo: es que desagua en él una fuente amarga, y a tal punto amarga que aunque pequeña inficiona todo el Hípanis, río grande como pocos. Hállase dicha fuente en la linde entre la tierra de los escitas labradores y la de los alazones; su nombre y el del paraje de donde mana es en lengua escita Exampeo, y en la lengua griega Sendas sagradas. El Tiras y el Hípanis acercan sus extremos en la comarca de los alazones, pero a partir de allí corre cada cual separándose y ensanchando el espacio entre ambos.


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El cuarto es el río Borístenes, el mayor de éstos después del lstro y a nuestro juicio el más productivo, no sólo entre los de Escitia, sino entre todos los demás, salvo el Nilo de Egipto: con éste ningún otro río puede compararse, pero de los restantes el Bolístenes es el más productivo, ya que proporciona los más hermosos y provechosos pastos para el ganado; muchísima y muy escogida pesca; su agua es dulcísima de beber y corre límpida al lado de aguas turbias. En sus márgenes las sementeras son excelentes y, donde no siembran la tierra, es lozanísima la hierba. En su desembocadura hay infinita cantidad de sal, que se cuaja por sí misma; proporciona grandes peces sin espina que llaman antaceos (esturiones), para salazón; y muchas otras cosas dignas de admiración. Se sabe que hasta la región de los gerros para la cual hay cuarenta días de navegación, corre desde el Norte: más allá nadie puede decir por qué pueblos pasa; pero es evidente que corre por despoblado a la tierra de los escitas labradores, quienes habitan en sus riberas el espacio de diez días de navegación. De este solo río y del Nilo, no puedo decir cuáles sean sus fuentes y creo que ningún griego pueda decirlo. Al llegar el Borístenes cerca del mar, se le mezcla el Hípanis, que desagua en el mismo pantano. El espacio entre estos dos ríos, a manera de espolón de tierra, se llama promontorio de Hipolao; en él está edificado un templo de Deméter; más allá del templo, vecinos al Hípanis, viven los boristenitas.


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Hasta aquí lo que se refiere a estos ríos; les sigue el quinto, por nombre Panticapes; también corre desde el Norte y también sale de una laguna; y en medio de ésta y del Borístenes viven los escitas labradores. Desemboca en la Tierra Boscosa y el lugar que llaman Pista de Aquileo.


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El sexto es el Hipaciris, que parte de una laguna y corriendo por medio de los escitas nómades, desagua cerca de la ciudad de Carcinitis, bordeando a su derecha la Tierra Boscosa, y después de atravesarla, se junta con el Borístenes.


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El séptimo río, el Gerro, se separa del Borístenes en el punto hasta donde es conocido el Borístenes; se separa, pues, desde este sitio, y tiene el nombre del sitio mismo, Gerro. Al correr al mar, divide la región de los nómades de la de los escitas reales, y desemboca en el Hipaciris.


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El Tanais es el octavo río, el cual en su curso superior corre saliendo de una gran laguna y desagua en otra mayor llamada Meotis, que separa los escitas reales de los sauromatas. En este mismo Tanais desemboca otro río, cuyo nombre es Hirgis.


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Éstos son los ríos renombrados de que disponen los escitas. La hierba que nace eu la Escitia para el ganado es la que más hiel cría. de cuantas hierbas sepamos; al abrir las reses puede comprobarse que así es.


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De ese modo, pues, los escitas abundan en las cosas principales; las otras -las instituciones- se hallan dispuestas en la siguiente forma. Se propician solamente a estos dioses: a Hestia principalmente; luego, a Zeus y a la Tierra, teniendo a la Tierra por mujer de Zeus; después de éstos, a Apolo, Afrodita Urania, Heracles y Ares. Ésos son los dioses que todos los escitas reconocen; pero los llamados escitas reales hacen también sacrificios a Posidón. Llámase en lengua escita Hestia, Tabiti; Zeus, con muchisima razón, a mi parecer, se llama Papeo; la Tierra, Api; Apolo, Getosiro; Afrodita Urania, Argimpasa; Posidón, Tagimasadas. No acostumbran erigir estatuas, altares ni templos sino a Ares: a ésta acostumbran erigirlos.


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En todas sus ceremonias sagradas tienen establecido un mismo sacrificio, cuyo rito es el siguiente: la victima está en pie, atadas las patas delanteras; el sacrificador, de pie detrás de la res, tira del cabo de la cuerda y la derriba, y al caer la victima, invoca al dios a quien la sacrifica. Luego le echa un dogal al cuello, y metiendo dentro un palo, lo da vueltas hasta ahogar la victima. No enciende fuego, ni ofrece primicias, ni hace libación; tras de ahogar y desollar la res, se dedican a cocerla.


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Como Escitia es una tierra sumamente falta de leña, han hallado este modo para cocer la carne. Luego de desollar la victima, mondan de carne los huesos, y la echan en unos calderos del pais (si los tienen), muy parecidos a los cántaros de Lesbo, sino que son mucho más grandes; la ponen en ellos y la cuecen quemando debajo los huesos de las victimas. Pero si no tienen a punto el caldero; echan toda la carne mezclada con agua dentro del vientre de la res, y queman debajo los huesos, que arden muy bien: asi, un buey se cocerá a si mismo, e igualmente las demás victimas. Una vez cocida la carne, el sacrificador corta de ella y de las entrañas una parte como primicias y las arroja delante de si. Sacrifican todas las bestias de ganado y en particular los caballos.


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Asi sacrifican y tales bestias ofrecen a todos sus dioses; pero para Ares observan este rito. En cada provincia de sus reinos han levantado un santuario de Ares del siguiente tenor: amontonan faginas hasta tres estadios de largo y de ancho, y algo menos de alto; encima disponen una superficie cuadrada, abrupta por tres lados y accesible por el cuarto. Cada año agregan ciento cincuenta carros de faginas, pues cada año mengua por los temporales; sobre la pila, levanta cada provincia un antiguo alfange de hierro y ésta es la imagen de Ares. A este alfange ofrecen sacrificios anuales de ganado y caballos, y aun sacrifican a éste más que a los demás dioses. De cuantos enemigos toman vivos, le sacrifican uno de cada cien, y no con el rito con que inmolan a las bestias de ganado, sino con otro diferente. Les derraman vino sobre la cabeza, y los deguellan junto a una vasija; luego, suben al montón de faginas y derraman la sangre sobre el alfanje. Llevan, pues, la sangre arriba, y abajo, junto al santuario, hacen lo siguiente: cortan todos los hombros derechos con los brazos de las víctimas degolladas, y los echan al aire; y luego, tras sacrificar a las demás víctimas, se retiran. El brazo queda donde haya caído, lejos del cadáver.


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Así tienen establecidos sus sacrificios. No usan cerdos para nada, y ni aun quieren de ningún modo criarlos en su tierra.


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En lo que atañe a la guerra tienen estas ordenanzas: cuando un escita derriba a su primer hombre, bebe su sangre, y presenta al rey la cabeza de cuantos mata en la batalla: si ha traído una cabeza participa de la presa tomada; si no la ha traído, no. La desuella del siguiente modo: la corta en círculo de oreja a oreja, y asiendo de la piel la sacude hasta desprender el cráneo, luego la descarna con una costilla de buey, y la adoba con las manos y así curtida la tiene por servilleta; la ata de las riendas del caballo en que monta y se enorgullece de ella, pues quien posea más servilletas de piel es reputado por el más bravo; muchos de ellos hasta se hacen de esas pieles abrigos para vestir, cosiéndolas como un pellico. Muchos desuellan la mano del enemigo sin quitarle las uñas, y hacen una tapa para su aljaba. Por lo visto la piel del hombre es recia y reluciente, y casi la más blanca y lustrosa de todas. Muchos desuellan a los muertos de pies a cabeza, extienden la piel en maderos y la usan para cubrir sus caballos.


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Tales son sus usos; con las cabezas, no de todos, sino de sus mayores enemigos hacen lo siguiente. Sierra cada cual todo lo que queda por encima de las cejas, y la limpia; si es pobre, la cubre por fuera con cuero crudo de buey solamente y así la usa; pero si es rico, la cubre con el cuero, pero la dora por dentro y la usa como copa. Esto mismo hacen aún con los familiares, si llegan a enemistarse con ellos y logran vencerlos ante el rey. Cuando un escita recibe huéspedes a quienes estima, les presenta las tales cabezas y les da cuenta de cómo aquéllos, aun siendo sus familiares, le hicieron guerra, y cómo él los venció. Esto consideran ellos prueba de hombría.


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Una vez al año, cada gobernador de provincia mezcla un cántaro de vino, del cual beben los escitas que hayan muerto algún enemigo; los que no hayan ejecutado tal hazaña, no prueban de ese vino y están sentados, a la vergüenza, y para ellos ésta es la mayor infamia. Pero los que de ellos hubieran matado muchísimos hombres, éstos tienen dos copas cada uno y las beben a un tiempo.


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Hay entre los escitas muchos adivinos, los cuales adivinan por medio de muchas varas de sauce en esta forma: traen al lugar unos grandes haces de mimbre, los colocan en tierra y los desatan: toman una a una las varillas y vaticinan, y al mismo tiempo que están hablando vuelven a juntarlas y de nuevo las componen: este género de adivinación es heredado de sus abuelos. Los hermafroditas enarees dicen que Afrodita les ha dado la adivinación, y profetizan con la corteza del tilo: parten el tilo en tres tiras, y profetizan enroscándolas alrededor de sus dedos, y desenroscándolas.


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Cuando el rey de los escitas enferma, envía por los tres adivinos de mayor reputación, quienes vaticinan del modo dicho. Por lo común, dicen sobre todo que tal y tal (nombrando al ciudadano que nombraren) ha jurado en falso por el hogar del rey: pues cuando los escitas quieren hacer el juramento más solemne, acostumbran muy particularmente jurar por el hogar del rey. Al punto, pues, prenden y conducen al que dicen haber jurado en falso, y cuando llega le reconvienen los adivinos, porque. según consta por los vaticinios, ha jurado en falso por el hogar del rey, y por eso está enfermo el rey; el preso niega, dice que no ha jurado en falso y hace grandes extremos. Al negar éste, envía el rey por doble número de adivinos; y si éstos, observando su modo de adivinación, dan con el reo por convicto de perjurio, en seguida le cortan la cabeza, y los primeros adivinos se reparten su hacienda. Pero, si los que han venido luego le absuelven, comparecen otros adivinos, y después muchos otros, y si los más dan al hombre por inocente, son los primeros adivinos los condenados a muerte.


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Los matan entonces del modo siguiente. Llenan un carro de fagina y uncen al yugo los bueyes; luego meten en medio de la fagina a los adivinos con grillos en los pies, con las manos atadas a la espalda y amordazados; prenden fuego a la fagina y espantan a los bueyes, para alejarlos, pero muchos bueyes se abrasan junto con los adivinos y muchos escapan chamuscados cuando la lanza del carro se ha quemado. Del mismo modo queman también por otros delitos a sus adivinos llamándoles adivinos falsos. Si el rey manda matar a alguien, tampoco perdona a sw hijos, antes mata a todos los varones, sin hacer ningún daño a las hembras.


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De este modo empeñan juramentos los escitas con quienes lo llegan a empeñar: en una gran copa de barro derraman vino y lo mezclan con la sangre de los que empeñan el juramento, hiriendo levemente el cuerpo con una lezna o cortándolo con la espada. Después sumergen en la copa un alfanje, unas saetas, una segur y un venablo; hecha esta ceremonia, hacen largas deprecaciones, luego beben los mismos que empeñan juramento, así como las personas más respetables de su séquito.


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Las sepulturas de los reyes están en el territorio de los gerros, el lugar hasta donde es navegable el Boristenes. Cuando se les muere el rey, abren una gran fosa cuadrada; y cuando la tienen lista, toman el cadáver, el cual tiene el cuerpo encerado, y el vientre antes abierto y limpiado, lleno de juncia machacada, de incienso, de semilla de perejil y de anís, y cosido de nuevo lo transportan en carro a otro pueblo. Los que reciben el cadáver transportado hacen lo mismo que los escitas reales: se cortan un pedazo de la oreja, se rapan el pelo, se hacen cortes alrededor de los brazos, se desgarran la frente y narices, y se traspasan la mano izquierda con sus saetas. Desde allí transportan el cadáver del rey hasta otro pueblo de su dominio, y le acompañan los escitas que fueron los primeros en recibirlo. Después de recorrer todos los pueblos transportando el cadáver, se encuentran entre los gerros, establecidos en el más remoto de los territorios de su dominio, en el lugar de la sepultura. Luego, una vez colocado el cadáver en su tumba, sobre un lecho, clavan a uno y a otro lado del cadáver unas lanzas y sobre ellas tienden maderas que luego cubren con cañizo de mimbres. En el amplio espacio restante de la tumba entierran a una de sus concubinas, a la que han estrangulado, como también a su copero, su cocinero, su caballerizo, su criado, su recadero, sus caballos, primicias de todas las cosas, y unas copas de oro, pues no usan para nada plata y bronce. Hecho esto, todos amontonan tierra para formar un gran túmulo, empeñados a porfía en hacerlo lo más grande posible.


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Al cabo de un año hacen lo siguiente. Toman los más íntimos de los demás servidores (los cuales son escitas de nacimiento, pues sirven al rey los que él ordena, no habiendo entre ellos servidores comprados con dinero), de estos criados estrangulan cincuenta y juntamente cincuenta caballos de los más hermosos, y vacían y limpian a todos el vientre, lo llenan de paja y lo cosen. Fijan medio aro boca abajo sobre dos palos, y el otro medio aro sobre otros dos, clavando así otros muchos. Luego, meten un palo grueso a lo largo de cada caballo hasta el pezcuezo, y los suben sobre los aros; los primeros aros sostienen los hombros, y los postreros el vientre, por los muslos; las patas delanteras y traseras quedan suspendidas; ponen a los caballos freno y brida y los tienden hacia adelante, atándolos a un palo. Suben a cada uno de los cincuenta mancebos que han estrangulado sobre un caballo, y los suben de este modo: metiendo a cada cadáver un palo recto por el espinazo hasta el cuello; clavan lo que sobresale por debajo del cuerpo, en un agujero del otro palo, el que atraviesa el caballo. Después de haber colocado alrededor de la tumba semejantes jinetes, se retiran.


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Así sepultan a los reyes; a los demás escitas cuando mueren, los parientes más cercanos les ponen en un carro y les llevan por las casas de sus amigos. Cada uno de éstos recibe con un convite a la comitiva, y sirven al muerto todos los manjares, igual que a los demás; los particulares son llevados así cuarenta días y al cabo reciben sepultura. Después de sepultarles, los escitas se purifican de esta manera: primero se untan y lavan; y después proceden así por lo que toca al cuerpo: plantan tres palos cuyas puntas se unen; alrededor de ellos tienden fieltros de lana y, apretándolas lo más que pueden, meten unas piedras hechas ascuas en una pila colocada en medio de los palos y fieltros.


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Nace en el país el cáñamo, muy parecido al lino, menos en lo grueso y alto, en los cuales el cáñamo le lleva mucha ventaja. Crece tanto silvestre como cultivado. Los tracios hacen de él ropas muy semejantes a las de lino; nadie que no sea gran conocedor de cáñamo, podría distinguir si son de lino o de cáñamo, y quien no haya visto nunca cáñamo, creerá que son ropas de lino.


75

Así, pues, los escitas toman la semilla de este cáñamo, entran bajo los fieltros y luego echan la semilla sobre las piedras hechas ascuas. La semilla, echada al fuego, sahuma y despide tanto vapor, que ninguna estufa griega la excedería. Los escitas gritan, encantados con el sahumerio, y esto les sirve de baño, pues no se lavan en absoluto el cuerpo con agua. Las mujeres sí derraman agua; raspan un poco de ciprés, de cedro y de palo de incienso contra una piedra áspera, y con las raspaduras, que son espesas, se emplastan todo el cuerpo y el rostro. Con eso, no sólo se impregnan de buen olor, sino también, cuando se quitan al día siguiente la cataplasma, quedan limpias y relucientes.


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También estas gentes huyen por extremo de seguir usanzas extranjeras: de ningún país y muy particularmente de Grecia, como lo demostraron Anacarsis y, por segunda vez, Esciles. Anacarsis, después de observar muchas tierras y de mostrar en ellas mucha sabiduría, volvía ya a su morada de Escitia, cuando navegando por el Helesponto arribó a Cícico; y como halló a los cicicenos celebrando con gran magnificencia la fiesta de la Madre de los dioses, Anacarsis hizo voto a la Madre de que, si regresaba a su patria sano y salvo, le haría el mismo sacrificio que veía hacer a los cicicenos, y establecería su fiesta nocturna. Así que llegó a Escitia se internó en el sitio que llaman Tierra Boscosa (que se halla junto a la Pista de Aquileo y está toda llena de todo género de árboles); en ella internado, pues, celebró Anacarsis toda la fiesta de la diosa, llevando tamboril e imágenes pendientes del cuello. Uno de los escitas, que le había observado en sus ritos, le denunció al rey Saulio; acudió éste y al ver a Anacarsis en sus ritos, le mató con una saeta. Y si ahora uno pregunta a los escitas por Anacarsis, responden que no le conocen, y es porque viajó por Grecia y siguió usanzas extranjeras. Pero, según supe de Timnes, representante de Ariapites, fue Anacarsis tío paterno de Idantirso, rey de Escitia, e hijo de Gnuro, hijo de Lico, hijo de Espargapites. Y si en verdad era Anacarsis de tal familia, sepa que murió a manos de su hermano; pues ldantirso era hijo de Saulio, y Saulio fue quien mató a Anacarsis.


77

Verdad es que oí contar a los del Peloponeso otra historia: que Anacarsis, enviado por el rey de los escitas, se había convertido en un discípulo de Grecia, y que de regreso informó al que le había enviado, que todos los griegos se aplicaban sin tregua a todas las artes, salvo los lacedemonios, que eran los únicos con los que se podía conversar juiciosamente. Pero esta historia es una vanidad forjada por los mismos griegos. Anacarsis, en fin, murió como se dijo más arriba.


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Tal fue su fortuna, pues, a causa de las usanzas extranjeras y de su trato con los griegos. Muchísimos años después, Esciles, hijo de Ariapites, tuvo el mismo fin. Hijo de Ariapites, rey de los escitas, fue entre otros, Esciles, habido en una mujer de Istria, no del país; esta madre le instruyó en la lengua y en las letras griegas. Al cabo de un tiempo, Ariapites fue alevosamente muerto por el rey de los agatirsos Espargapites; Esciles no sólo heredó el reino, sino también la esposa de su padre, de nombre Opea; era natural de la Escitia, y en ella Ariapites tuvo un hijo llamado Orico. Era Esciles rey de los escitas, pero poco se pagaba de la vida esdtica; antes bien se inclinaba mucho más a la griega, conforme a la educación que había recibido. Y hacía así: siempre que llevaba el ejército escita a la ciudad de los boristenitas (estos boristenitas dicen ser milesios), cuando Esciles llegaba allí, solía dejar el ejército en el arrabal, y él se entraba en la plaza, cerraba las puertas, se despojaba del vestido escitico y tomaba el griego. En este traje andaba por la plaza sin guardia ni nadie que le siguiese; pero tenía centinelas a las puertas, no fuese que algún escita le viese en aquel traje. En todo se conducía al modo griego y hacía sacrificios a los dioses, según los usos griegos. Después de pasar un mes o más, tomaba su traje escítico y se volvía. Esto lo hizo muchas veces, se construyó en Boristenes un palacio, y llevó a él por esposa una mujer de la ciudad.


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Pero como había de llegarle la desgracia, le llegó con el siguiente pretexto. Tuvo deseo de iniciarse en los misterios de Dioniso Báquico, y cuando iba a recibir la iniciación le sucedió muy grande portento. Tenía en la ciudad de los boristenitas una casa vasta y suntuosa (de la que poco antes hice memoria), alrededor de la cual estaban unas esfinges y grifos de mármol blanco; contra esta mansión lanzó el dios un rayo que la abrasó toda. Pero no por eso dejó Esciles de cumplir su iniciación. Ahora bien, los escitas zahieren a los griegos por sus bacanales, porque dicen que no es razonable tener por dios a quien lleva los hombres a la locura. Luego que Esciles se había hecho iniciado de Baca, uno de los boristenitas se burló de los escitas y les dijo: Escitas, os mofáis de nosotros porque nos embriagamos y se apodera de nosotros Baco; ahora esta divinidad se ha apoderado de vuestro rey, y anda embriagado y enloquecido por el dios. Y si no queréis creerme, seguidme y os le mostraré. Siguiéronle los escitas principales, y el boristenita les condujo y les metió a escondidas en una torre. Cuando Esciles apareció entre el cortejo, los escitas lo llevaron muy a mal, y al salir de allí revelaron a todo el ejército lo que habían visto.


80

Después, al dirigirse Esciles a su morada, los escitas pusieron a su frente a su hermano Octamasades, nacido de una hija de Teres, y se sublevaron contra Esciles. Enterado Esciles de lo que pasaba contra él y de la causa por la que lo hacian, se refugió en Tracia. Cuando lo supo Octamasades llevó su ejército contra Tracia; al llegar junto al Istro, le salieron al encuentro los tracios, y estando a punto de venir a las manos, Sitalces envió a Octamasades un heraldo que dijo así: ¿Para qué hemos de medir fuerzas? Eres hijo de mi hermano y tienes en tu poder un hermano mío; entrégame tú ese hermano y yo te entrego tu Esciles, y no arriesgamos el ejército ni tú ni yo. Ése fue el mensaje que le envió a pregonar Sitalces, porque Sitalces tenía un hermano refugiado en la casa de Octamasades. Convino en ello Octamasades y entregando su propio tio a Sitalces, recibió a su hermano Esciles. Sitalces después de recobrar a su hermano, se retiró, y Octamasades en aquel mismo sitio cortó la cabeza a Esciles. A tal punto defienden los escitas sus propias usanzas, y tal castigo dan a los que agregan costumbres extranjeras a las propias.


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No he podido averiguar el número de los escitas, antes bien oí informes diversos acerca de su cantidad. Unos decían que eran muchísimos; otros, que eran muy pocos los escitas puros. Esto es lo que me mostraron: hay entre el río Borístenes y el Hípanis un lugar cuyo nombre es Exampeo, del cual hice memoria poco antes, cuando dije que había en él una fuente de agua amarga, de la cual corre el agua que hace impotable el Hípanis. En ese lugar se halla una vasija de bronce, seis veces más grande que la cratera que está en la boca del Ponto, y consagró Pausanias, hijo de Cleómbroto.


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Para quien nunca haya visto la cratera, lo describiré: el caldero escita contiene fácilmente seiscientas ánforas, y tiene seis dedos de grueso. Decían, pues, los del país, que este caldero se había hecho de puntas de saetas; porque como su rey, de nombre Ariantas, quisiese saber el número de los escitas, mandó a todos los escitas que cada uno trajese una punta de saeta, y amenazaba con pena capital a quien no la trajese. Trájose inmenso número de puntas y decidió hacer con ellas un monumento y dejarlo a la posteridad. Hizo, pues, ese caldero de bronce y lo consagró en ese lugar, Exampeo. Tal oí decir acerca del número de los escitas. El país no contiene ninguna maravilla salvo los ríos, que son los más grandes, con mucho, y los más numerosos. Pero hablaré de algo digno de admiración aun fuera de los ríos y de la extensión de la llanura: muestran una huella de Herac1es impresa en una piedra, la cual se parece a la pisada de un hombre, pero tiene dos codos de tamaño y está cerca del río Tiras. Así es, y me remontaré ahora a la historia que iba a contar al comienzo.


83

Mientras Darío hacía su, preparativos contra los escitas y mandaba emisarios para encargar a unos que enviaran tropas, a otros naves, a otros un puente sobre el Bósforo de Tracia, Artabano, hijo de Histaspes y hermano de Darío, le requirió que de ningún modo hiciese la guerra contra los escitas, alegando que no había modo de vencerles; pero como no lograba persuadirle, aunque le aconsejaba bien, dejó de aconsejarle, y Darío, cuando tuvo todo aparejado, sacó su ejército de Sosa.


84

Entonces un persa, Eobazo, que tenía tres hijos y los ttes servían en el ejército, suplicó a Darío que le dejase uno. Éste le respondió que siendo él su amigo y pidiéndole favor tan módico, le dejaría a los tres. Eobazo se llenó de alegría, esperando que sus hijos quedarían eximidos de la campaña; pero Darío dió orden a los que esto ejecutaban que matasen a todos los hijos de Eobazo.


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Fueron degollados, y de este modo quedaron allí. Luego que Darío marchó de Sosa y llegó al Bósforo de Calcedonia, donde se había tendido el puente, se embarcó y navegó rumbo a las islas llamadas Cianeas; las cuales, dicen los griegos, eran en lo antiguo errantes. Y sentado en un promontorio, estuvo contemplando el Ponto, cosa digna de admiración. Porque es el más maravilloso de todos los mares: tiene once mil cien estadios de largo, y de anchura, Por donde más ancho es, tres mil trescientos. La boca de este mar tiene cuatro estadios de ancho: y de largo, el canal de la boca llamada Bósforo, en donde se había tendido el puente, cuenta como ciento veinte estadios. El Bósforo se extiende hasta la Propóntide. La Propóntide, que tiene quinientos estadios de ancho y mil cuatrocientos de largo, da al Helesponto, el cual no tiene más de siete estadios de ancho y cuatrocientos de largo. El Helesponto desemboca en un mar abierto que se llama el Egeo.


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Estas distancias se han medido de este modo: una nave en un día largo recorre por lo general siete mil brazas de camino a lo más; y de noche, seis mil: ahora bien, desde el Fasis hasta la boca del Ponto (que es su mayor largo) hay nueve días y ocho noches de navegación, lo que da ciento diez mil cien brazadas, y estas brazadas once mil cien estadios. Desde la región de los sindos hasta Temiscira, junto al río Termodonte (y en este sentido está la mayor anchura del Ponto) hay tres días y dos noches de navegación: lo que da trescientas treinta mil brazas, y tres mil trescientos estadios. De este modo, pues, he medido el Ponto, el Bósforo y el Helesponto, y son como he dicho. El Ponto presenta también una laguna que desagúa en él, y que no es mucho menor que él; se llama Meotis y madre del Ponto.


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Darío, después de contemplar el Ponto, navegó de vuelta al puente, cuyo ingeniero había sido Mandrocles de Samo. Después de contemplar también el Bósforo, levantó en él dos columnas de mármol blanco, y grabó en una con letras asirias y en otra con griegas, todos los pueblos que conducía; y conducía todos los que acaudillaba. Su número, aparte la escuadra, era de setecientos mil hombres, contando la caballería, y se habían reunido seiscientas naves. Tiempo después, los bizantinos transportaron esas columnas a su ciudad y las emplearon para el altar de Ártemis Ortosia, excepto una sola piedra: ésta, llena de caracteres asirios, fue dejada en Bizancio junto al templo de Baco. El lugar del Bósforo en que el rey Darío echó el puente, según me parece por mis conjeturas, está en medio de Bizancio y del santuario situado en aquella boca.


88

Luego, complacido Daría con el puente de barcas, pagó el décuplo a su ingeniero Mandrocles de Sama. Mandrodes, con las primicias de ello, hizo pintar todo el puente del Bósforo, y al rey Darío sentado en su trono, y al ejército en el acto de pasar; y dedicó la pintura en el templo de Hera, en Sama, con esta inscripción:

Sobre el piscoso Bósforo echó puente
Mandrocles y dió a Hera este recuerdo.
Corona para si, prez para Samo
Ganó, satisfaciendo al rey Darío
.

Ése fue el monumento del constructor del puente.


89

Después de pagar a Mandrocles, Darío pasó a Europa, previniendo a los jonios que navegasen rumbo al Ponto hasta el río Istro, y que cuando llegasen al Istro, le aguardasen allí, haciendo un puente de barcas sobre el río, porque los jonios, los eolios y los helespontios capitaneaban la armada. Cuando la flota pasó por entre las Cianeas, se encaminó en derechura al Istro, y remontándose por el río dos días de navegación desde el mar, hicieron un puente sobre el canal del río, desde donde se dividen las bocas del Istro. Darío, después de pasar el Bósforo por el puente, marchaba a través de Tracia, y llegado que hubo a las fuentes del río Tearo acampó por tres días.


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Los vecinos del Tearo dicen que es el río más saludable del mundo para todas las enfermedades y particularmente para sanar la sarna de hombres y caballos. Sus fuentes son cuarenta menos dos; salen todas de una misma peña, pero unas son frías y otras calientes. Están a igual distancia, así de la ciudad de Hereo, próxima a Perinto, como de la Apolonia, en el Ponto Euxino, a dos jornadas de cada una. El Tearo desagua en el río Contadesdo, el Contadesdo en el Agrianes, el Agrianes en el Hebra, y el Hebra en el mar vecino a la ciudad de Eno.


91

Llegado, pues, que hubo Darío al Tearo, acampó allí, y agradado del río, erigió una columna y en ella grabó una inscripción que dice así: Las fuentes del río Tearo ofrecen el agua mejor y más bella de todos los ríos; a ellas llegó conduciendo su ejército contra los escitas el varón mejor y más bello de todos los hombres. Darío. hijo de Histaspes, rey de Penia y de todo el continente. Así se escribió en la columna.


92

Partió Darío de allí y llegó a otro río que lleva el nombre de Artesco, y corre por el país de los odrisas. Llegado a ese río, hizo lo siguiente: señaló al ejército lugar y ordenó que cada hombre al pasar pusiese una piedra en el lugar señalado; cuando el ejército así lo hizo, se lo llevó dejando allí grandes montones de piedras.


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Antes de llegar al Istro, el primer pueblo que tomó fueron los getas, que se creen inmortales, pues los tracios que ocupan Salmideso, establecidos más allá de las ciudades de Apolonia y de Mesambria, y llamados cirmianas y nipseos, se entregaron a Darío sin combatir. Pero los getas, que son los más bravos y justos de todos los tracios, se condujeron con arrogancia, y fueron esclavizados inmediatamente.


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Se creen inmortales por lo siguiente. No piensan que mueren: el que perece va a vivir con el dios Salmoxis, el mismo a quien algunos llaman Gebelizis. Cada cinco años sortean uno, al cual despachan por mensajero a Salmoxis, encargándole lo que por entonces necesitan, y le envían así. Algunos de ellos, alineados, tienen tres venablos, otros toman de las manos y de los pies al enviado a Salmoxis, le levantan al aire y le arrojan sobre las picas. Si muere con ellas, les parece que tienen propicio el dios; pero si no muere, a quien reprochan es al mensajero diciéndole que es un malvado, y después de reprocharle, despachan a otro, a quien dan sus encargos mientras todavía vive. Estos mismos tracios, cuando hay truenos y relámpagos, lanzan sus flechas contra el cielo amenazando al dios; y no creen que exista otro dios sino el de ellos.


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Según tengo entendido de los griegos que moran en el Helesponto y en el Ponto, este Salmoxis fue un hombre que sirvió como esclavo en Samo, y sirvió a Pitágoras, hijo de Mnesarco. Luego, logró la libertad y allegó grandes tesoros con los cuales se marchó a su tierra. Como los tracios viven miserablemente y son bastante simples, este Salmoxis hecho a la vida de Jonia y a costumbres más sutiles que las de los tracios (ya que había tratado con griegos y con Pitágoras, no el menos sabio de los griegos), se labró una sala en donde recibía y daba convites a los ciudadanos principales, les enseñaba que ni él ni sus convidados, ni ninguno de sus descendientes moriría, sino que pasarían a cierto paraje donde vivirían siempre y tendrían todos los bienes. En tanto que así platicaba y hacía como he dicho, íbase labrando un aposento subterráneo. Cuando tuvo terminado el aposento, desapareció de la vista de los tracios, se metió bajo tierra, y vivió tres años en el aposento subterráneo. Ellos le echaban de menos y le lloraban por muerto; pero al cuarto año, se les apareció y así creyeron lo que les decía Salmoxis.


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Así dicen que hizo; yo acerca de esta historia y del aposento subterráneo, ni dejo de creerlo ni lo creo demasiado; pero sospecho que este Salmoxis vivió muchos años antes que Pitágoras. Ya haya existido un hombre llamado Salmoxis, ya sea cierta divinidad nacional de los getas, quede enhorabuena.


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Así, pues, los getas que observan semejantes prácticas, sometidos por los persas, seguían al resto del ejército. Cuando Darío llegó al Istro con todo su ejército y todos hubieron pasado, mandó a los jonios que deshicieran el puente y que con la gente de las naves le siguiesen por tierra. Estaban ya los jonios a punto de deshacerlo y ejecutar la orden, cuando Coes, hijo de Erxandro, general de los mitileneos, dijo así a Darío, habiendo preguntado antes si le sería grato recibir consejo de quien quisiese darlo: Rey, vas a guerrear contra una tierra en la que no hallarás campo labrado ni ciudad habitada. Permite que quede en pie este puente en su lugar, y deja por sus guardias a los mismos que lo construyeron. De tal modo, si nos encontramos con los escitas y nos va como deseamos, tendremos el camino para la vuelta; pero si no podemos encontrarles, tendremos la vuelta segura; pues jamás temí que nos vencieran los escitas en batalla, antes bien que, no pudiendo encontrarles nos perdamos y suframos algún desastre. Alguien podría murmurar que digo esto en mi provecho, para quedarme. Yo, rey, te brindo la opinión que me pareció mejor; pero, por lo que a mí toca, te seguiré, y no quisiera que me dejases. Muy bien pareció a Darío la propuesta, y respondió así: Huésped de Lesbo, cuando esté de vuelta sano y salvo en mi palacio, preséntate sin falta para que corresponda con buenas obras a tu buen consejo.


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Habiendo dicho estas palabras y hecho setenta nudos en una correa, convocó a los señores de las ciudades jonias y les habló así: Ciudadanos de Jonia, retiro el parecer que expuse primero acerca del puente; tomad esta correa y haced así. Desde el preciso instante que me viereis marchar contra los escitas, desde ese momento empezaréis a desatar cada día un nudo. Si en este tiempo yo no compareciese y se os pasasen los días de los nudos, os haréis a la vela para vuestra patria; pero hasta entonces, ya que lo he pensado mejor, custodiad el puente y poned en su defensa y custodia todo vuestro celo; si asi lo hiciereis me complaceréis en gran manera. Dadas estas órdenes, Darío se apresuró a avanzar.


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Tracia se proyecta hacia el mar más que Escitia; esta tierra forma un golfo al cual sigue Escitia, y en ella desagua el Istro, que vuelve su desembocadura hacia Levante. A partir del Istro voy a describir la costa de la Escitia misma para medirla. Desde el Istro se encuentra ya la antigua Escitia que mira a Mediodía y al viento Sur, hasta una ciudad llamada Cardnitis; desde ésta, la región que da al mismo mar es montañosa y avanza hacia el Ponto; la puebla la gente táurica hasta la llamada Peninsula Escarpada; y ésta se extiende hasta el mar que mira al viento del Este. Porque dos lados de la frontera de Escitia llevan al mar: tanto al mar de Mediodía como al de Levante, lo mismo que el pais del Atica; los taurios, en efecto, ocupan parte de Escitia, como si otra nación y no los atenienses, ocupase en el Atica, el promontorio de Sunio, si saliese más hacia el mar, desde el demo de Tórico hasta el de Anaflisto; digo esto hasta donde se puede comparar lo pequeño con lo grande. Tal es la Táurica; pero para quien no haya costeado esta parte del Ática, se lo mostraré de otro modo: es como si en Yapigia otro pueblo y no los yapigios, ocupase el promontorio y se reservase su extensión empezando desde el puente de Brindis y llegando hasta Tarento. Al dar estos dos lugares doy otros muchos semejantes, a los cuales se parece la Táurica.


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A partir de la Táurica ocupan ya los escitas la parte que está más allá de los tauros, y cara al mar de Levante, la parte situada a Poniente del Bósforo Cimerio y de la laguna Meotis, hasta el río Tanais, que desagua en el fondo de esa laguna. Pero a partir del Istro, por la parte situada más allá, hacia el interior del continente, Escitia está limitada primero por los agatirsos, luego por los neuros, después por los andrófagos y por último por los melanclenos.

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