Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO IV - Capítulo IV - Chihuahua en acciónTOMO IV - Capítulo VI - La batalla de ZacatecasBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña
Colaboración del Profesor Carlos Pérez Guerrero

TOMO IV

CAPÍTULO V

COAHUILA, EN PODER DE LA REVOLUCIÓN


Ardua fue la tarea de dar sepultura a los muertos que los federales dejaron en Torreón; ímproba, la labor de atender a los heridos que allí quedaron, como un legado del enemigo.


El botín de guerra

Hacia las cuatro de la tarde comenzaron a llegar los partes al Cuartel General, dando cuenta del botín quitado al enemigo. Varios cañones de diferentes calibres; sesenta ametralladoras, dos mil granadas de manufactura extranjera; dos carros con armas y municiones, ésas en mal estado; once locomotoras con los carros que formaban los trenes militares al servicio del general Velasco; varios carros con artículos de consumo y más de cien mil pacas de algodón que diversos comerciantes laguneros habían puesto bajo la protección de las fuerzas huertistas, y que éstas abandonaron en su salida de la plaza.

Al reconcentrarse los informes, y una vez que se dispuso lo que debía hacerse con el botín, el general Villa tuvo una entrevista con el vicecónsul Carothers y, como resultado, ordenó que se hiciera una investigación sobre la conducta de algunos extranjeros, especialmente españoles, que ostensiblemente habían ayudado a los federales y se significaban como acérrimos enemigos del movimiento revolucionario.


Pablo González falta a su deber

Los generales Angeles, Pereyra y Herrera eran de opinión, y así la expresaron al general Villa, que debía perseguirse al enemigo hasta su completo exterminio, pues supieron que una fuerte columna federal avanzaba por la vía de Monterrey en auxilio de los derrotados en Torreón. Villa también creía necesario perseguir al enemigo, pues poco antes de su conversación con los jefes mencionados había cambiado impresiones con sus ayudantes, y algunos opinaban que las tropas recientemente derrotadas irían a estacionarse en un lugar no muy lejano en espera de refuerzos para tomar la revancha; otros creían que los federales permanecerían en acecho de la oportunidad propicia para llevar a cabo una inesperada maniobra; no faltaba quien pensara que el intento era situarse a la retaguardia de las tropas viilistas para hostilizarlos y retardar su avance hacia el Sur; finalmente, algunos suponían que el objeto sería el de impedir que las fuerzas revolucionarias hicieran un movimiento de retroceso y se apoderaran de Coahuila.

Esa divergencia de opiniones no impedía que todos estuvieran de acuerdo en la necesidad de batir al enemigo para frustrar sus propósitos, cualesquiera que fuesen, mayormente cuando el general Pablo González había faltado a un compromiso contraído con el general Villa: el de no dejar pasar un solo soldado por la línea de Monteney, que estaba dentro de su zona militar, mientras la División del Norte estuviera combatiendo en Torreón. Dejó que la columna federal a que nos referimos avanzara sobre esta última plaza.

Sabedor de la marcha de los federales, el señor Lázaro de la Garza, agente financiero de la División del Norte, y quien se hallaba en Ciudad Juárez, se dirigió al Primer Jefe en súplica encarecida y apremiante de que diera sus órdenes para contener el avance de los federales; pero el señor Cananza le dió la increíble respuesta de que él no había ordenado el ataque a Torreón.

Era verdad. El ataque a la plaza no obedeció a una orden expresa de la Primera Jefatura; pero los jefes revolucionarios operaban según las exigencias del momento, y el general Villa había tenido iniciativa propia en todos sus movimientos y combates; no de otro modo se había apoderado del Estado de Chihuahua.

Era certísimo que el Primer Jefe no había ordenado el ataque a Torreón; pero la batalla que puso en poder del Ejército Constitucionalista esa plaza y las de la región lagunera fue una de las consecuencias del rápido crecimiento de la División del Norte y de su desbordamiento sobre su línea única de avance, cuando ya no tuvo enemigo en Chihuahua.

Sin duda que el inquieto general Villa no iba a cruzarse de brazos ni a dejar que enmoheciera la pujante División que había formado, como no se cruzó de brazos el general Obregón cuando tuvo en su poder todo el Estado de Sonora. La presencia en Torreón de una poderosa División que el gobierno huertista estuvo reforzando hasta que la creyó invencible, tenía órdenes de avanzar hacia el Norte, como se dijo repetidas veces en la prensa, para dominar el Estado de Coahuila y recuperar Chihuahua y Durango. Era, pues, un problema para la Revolución y la puso en peligro de perder, cuando menos, un parte de lo conquistado.

El hecho de que el general Villa hubiera batido a esa División federal constituyó un rudo golpe al huertismo, pues dejó libre de amagos el Norte de la República, abrió una brecha hacia la capital y se reflejó sensiblemente en favor de los intereses revolucionarios. Era preciso defender lo ganado, y, por consiguiente, el general Pablo González debió poner todos los obstáculos posibles al paso de la columna federal por su zona militar para cumplir con sus más elementales deberes.

Si la columna federal que iba en auxilio de Torreón, por los elementos con que contaba y por el número de sus componentes, podía abrirse paso, ello debió de suceder después de que se hubieran hecho esfuerzos para impedirlo; pero jamás debió acontecer impunemente, pues, cuando menos, pudo fatigársele para que el general Villa completara la obra. No debió perder de vista que las fuerzas de la División del Norte, aunque victoriosas y con deseos ardentísimos de escarmentar al enemigo, estaban cansadas por una batalla prolongada y durísima, que había consumido gran parte de sus municiones.


Persecución del enemigo

A las siete de la tarde se dieron las órdenes para que las tropas salieran a perseguir al enemigo, sobre el que ya se tenían informes exactos, tanto del lugar en que se encontraba como de los elementos de que disponía. Las órdenes produjeron entusiasmo en las filas, por lo que diversos jefes solicitaron las más peligrosas comisiones. Fierro, entre ellos, quería solamente una parte de la escolta del general Villa para completar cierto número de combatientes y ser el primero en atacar.

A la caída de la noche Torreón estaba iluminado como de ordinario y había recobrado su vida habitual. Numerosas patrullas recorrían las calles, y en las puertas de los Bancos y de casas comerciales se habían establecido fuertes guardias para impedir la comisión de actos inconvenientes. A esa hora se conocieron las bajas de ambos contendientes: entre los federales hubo mil muertos, tres mil heridos, mil quinientos desertores y quinientos prisioneros, en números redondos; en las fuerzas revolucionarias, los muertos ascendieron a quinientos cincuenta; los heridos, a mil ciento cincuenta; el número de prisioneros fue insignificante, y no hubo desertores, pues todos eran voluntarios.

Sin embargo, durante el día ingresaron bastantes elementos a las diversas brigadas.y estaban repuestas las bajas habidas en el combate. Se hicieron varios fusilamientos, pues oficiales federales disfrazados de ferroviarios habían quedado en la ciudad con la comisión de vigilar los movimientos de las tropas revolucionarias.

Muy pronto se supo que en San Pedro de las Colonias se había entablado un combate, en el que las fuerzas villistas tenían que habérselas con tropas de refresco que acababan de llegar en auxilio del general Velasco. Para reforzar a los revolucionarios salieron de Torreón los generales Maclovio Herrera, José I. Prieto, Carlos Almeida, Baudelio Uribe y Fernando Reyes; poco después hicieron lo mismo los jefes Almada y Bazán, llevando cañones de ochenta milímetros.

La marcha fue lenta y difícil, pues lloviznaba a intervalos y los caminos estaban intransitables. Las luces de los relámpagos dejaban ver a aquella columna que se movía penosamente y que hacía esfuerzos para llegar cuanto antes a su destino.


Expulsión de extranjeros

Como a las ocho de la noche el general Villa se dirigió al Banco de la Laguna, en donde se hallaban muchos españoles que no querían salir. La insistencia en permanecer allí los hizo sospechosos, y la investigación practicada demostró la participación que habían tomado en contra de las huestes revolucionarias.

Al llegar el general Villa al edificio hizo que se le presentaran todas las personas que allí se encontraban, algunas de las cuales fueron sacadas de los sótanos. Notando la intensa palidez de los iberos, pues creyeron que se trataba de pasarlos por las armas, les dijo que no temieran por sus vidas, pues a pesar de que estaban ya comprobadas la ayuda moral y pecuniaria que habían dado a los federales, hecho indebido por su condición de extranjeros, iba a aplicarles una sanción que distába mucho de ser la que suponían. Les señaló cuarenta y ocho horas para abandonar el territorio nacional, y puso a su disposición los trenes que los condujesen hasta la frontera. Dijo que el lapso concedido era suficiente para que dispusieran sus asuntos y les prometió que los objetos y dinero que llevaran consigo serían respetados, pues los necesitarían en su paso por los Estados Unidos.

El efecto que produjeron las palabras del general Villa fue tranquilizador para la mayoría; pero algunos alegaron que no habían tomado participación en favor de las fuerzas huertistas y que se encontraban allí por solidaridad con sus connacionales. Villa explicó que no podía hacer excepciones, pues tal cosa reclamaba una investigación extremadamente lenta, ya que cada quien iría aportando pruebas de su conducta personal. Su disposición -agregó- podían tomarla como una medida política de carácter general. Y abandonó el edificio para ordenar que se preparara el convoy que debía conducir a los expulsados hasta la frontera, y a la ciudad de Chihuahua a los quinientos prisioneros hechos en los combates.


Una honrosa comisión

El 5 de abril, en la tarde, el general Urbina suspendió el fuego sobre San Pedro de las Colonias e inspeccionó los refuerzos enviados desde Torreón. Como esos elementos habían combatido durante muchos días y la estancia en Torreón no fue un descanso, pues los servicios se multiplicaron, concedió ese reposo a las fuerzas para asegurar el éxito de la empresa que iba a acometer, pues tuvo en cuenta que estaba frente a un enemigo numeroso y no fatigado.

Al siguiente día, al caer la tarde, el general Urbina pidió voluntarios para una comisión de valor temerario. Entre quienes se ofrecieron fue designado el joven coronel Angel Ordóñez, veracruzano e hijo del Colegio Militar. Avanzó sereno, marcialmente, y pidió órdenes. El general Urbina le dijo que se necesitaba destruir los acumuladores de la energía eléctrica, a cuya corriente estaban conectados varios alambrados en los que habían perecido algunos revolucionarios.

El coronel Ordóñez, siempre sereno y satisfecho de su comisión, cargó con una caja de dinamita, un rollo de cañuela y varios fulminantes. Al salir al cumplimiento de su deber se despidió de sus camaradas, en quienes produjo admiración y el deseo de superarse en la empresa que a cada quien correspondiera en el futuro.

Se alejó del campamento con su carga. Sus compañeros lo vieron sumirse en la obscuridad, como en un manto de misterio, como en el manto de la muerte.

Transcurrieron dos largas horas. Dos horas en las que se dudó, no del valor del camarada, sino del éxito de su empresa; de que pudiera haber llegado con vida hasta el punto en que sus deberes lo enviaron. De pronto, en el mutismo en que estaban las bocas de fuego, en el silencio de la noche, se oyó una explosión y todo quedó sumergido en la obscuridad.

Un grito unánime se escapó de los pechos en el campo villista; era el tributo merecido al valiente; era el ansia incontenible que había hecho explosión en los corazones de quienes aguardaban con impaciencia el mensaje del que había partido hacia la gloria o hacia la muerte.


Toma de San Pedro de las Colonias

Alentados los revolucionarios por la acción del coronel Ordóñez, aguijoneados por su ejemplo magnífico, se lanzaron sobre los parapetos enemigos, cortaron los alambrados y cayeron formidables, aplastantes, sobre los fosos poco antes abiertos por los zapadores y ocupados por la infantería federal, a la que desalojaron, persiguiéndolos hasta las primeras casas de la población, de la cual se apoderaron, como lo proclamaron las marciales notas de la diana.

Todos creyeron en el triunfo; pero a la mañana siguiente, y por el camino de Viesca, rompieron el fuego las brigadas Zaragoza y Juárez ante una fuerza federal que contestó la acción con energía. Esa fuerza estaba mandada por el general Velasco. Cuatro horas después de iniciado el combate, los federales dominaron el sector, se abrieron paso, avanzaron con rapidez y llegaron a reforzar a la guarnición de San Pedro.

No cundió, sin embargo, el desaliento, pues el hecho se tomó como una de tantas alternativas de la guerra; pero la noticia se transmitió rápidamente al general Villa, quien llegó esa misma tarde con la brigada que llevaba su nombre y la brigada Robles, La presencia del jefe de la División y de los hombres que llevó consigo enardecieron los ánimos y todos se sintieron compelidos a lanzarse impetuosamente sobre el enemigo.

Se inició el combate, se generalizó poco después y se hizo vigoroso a la entrada de la noche, Antes del amanecer muchos de los edificios del centro de la población estaban ardiendo, por los efectos de la artillería revolucionaria o por las manos de los federales, Poco después, y cuando la luz incierta del alba no hacía aún visibles a los defensores de la plaza, la evacuaron y tomaron el rumbo de la estación Madero. Perseguidos por los revolucionarios, marcharon a Hipólito, en donde fueron alcanzados.


Paredón y Saltillo

Las avanzadas villistas tomaron contacto con las federales destacadas en Hipólito; pero se replegaron las últimas hacia Paredón, en donde se encontraban cinco mil huertistas al mando de los generales Mass, García Hidalgo, Casso López, Cárdenas, Argumedo y Ocaranza.

Se tuvieron informes de que la plaza estaba fortificada y dispuestas las fuerzas a repeler el ataque; pero cuando no se conocían aún las posiciones del enemigo el general Villa ordenó el ataque, llevando como finalidad no sólo la derrota en Paredón, sino ocupar Saltillo. La extrema vanguardia se encomendó a los jefes Santiago Ramírez y Dyzán Gaitán.

Cuando Paredón estuvo a tiro, el segundo batallón de la brigada Villa se lanzó como un solo hombre sobre los parapetos e hizo que siguieran su ejemplo todas las fuerzas. Tres horas después los federales estaban deshechos, completando la acción el descarrilamiento de uno de los trenes de Zertuche. La noticia del nuevo descalabro federal llegó a Saltillo e hizo que la guarnición abandonara la plaza.

Así quedó la ciudad de Saltillo en poder de la División del Norte, que procedió a entregarla a las autoridades civiles nombradas por el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, quien pudo entrar, entonces, a la capital de la Entidad de la que era gobernador constitucional.


DIFICULTADES ENTRE VILLA Y CARRANZA

Dos empresas se presentaban al general Villa: una, la de volver desde luego a Torreón, base ahora de sus operaciones, para reponer las pérdidas sufridas en los últimos combates, municionar a sus fuerzas y disponer el avance hacia el Sur; la otra empresa consistía en perseguir al derrotado enemigo hasta San Luis Potosí, aprovechando lo mermado de sus elementos y la desmoralización que había en sus filas.

Prefirió la primera, porque lo más importante era avanzar con su arrolladora División y, con el peso de ella, obtener un nuevo y seguro triunfo. La persecución a las fuerzas del general Velasco lo alejaría considerablemente de su base de operaciones, lo desviaría de su ruta y podía comprometer seriamente lo ganado. Por otra parte, la persecución correspondía al general Pablo González, toda vez que la línea de San Luis Potosí era en esos momentos la indicada para sus fuerzas.


Natera recibe órdenes de atacar Zacatecas

Volvió, pues, a Torreón; pero entonces tuvo conocimiento de que mientras se batía. para llegar a Saltillo, el Primer Jefe ordenó al general Pánfilo Natera que con sus fuerzas y las de los generales Carrillo, Arrieta y Triana, atacaran Zacatecas.

Vamos a abrir un paréntesis doloroso, pero absolutamente necesario para la comprensión de los hechos que después narraremos. El general Juan Barragán, en la obra intitulada Historia del Ejército de la Revolución Constitucionalista, da una explicación intachable del porqué don Venustiano Carranza deseaba que la plaza de Zacatecas fuera atacada por los generales mencionados. Lamentamos no transcribir el párrafo que tal cosa explica, porque no tenemos autorización del autor (Realmente, para reproducir el párrafo en cuestión no se necesitaba de ningún tipo de autorización, por lo que es importante precisar que lo que debemos entender por lo aquí señalado es más bien que el profesor Carlos Pérez Guerrero no deseaba abrir una polémica, de seguro nada grata con el general Barragán, lo que por supuesto entendemos perfectamente. Anotación de Chantal López y Omar Cortés); pero puéde verse dicho párrafo en las páginas 477 y 478 del tomo I de la obra mencionada. Nosotros haremos una paráfrasis.

Dice el general Barragán que el señor Carranza dispuso que los generales Natera y Arrieta atacaran a Zacatecas con el fin de restar elementos al general Villa, y también para demostrar que no sólo él era capaz de obtener sonados triunfos, toda vez que la propaganda que se le estaba haciendo en la República y en el extranjero resultaba muy peligrosa, porque se le presentaba como el único que podía dominar la situación, existiendo la circunstancia de que había dado muestras de las ambiciones que tenía,

Vamos a tomar otro dato importante que también proporciona el general Barragán en la citada página 477: los generales Natera y Arrieta contaban con seis mil hombres, de los que cuatro mil correspondían al primero.

Con estos elementos de juicio ya podemos decir que fue un completo desacierto ordenar que dos jefes constitucionalistas, con las fuerzas de que disponían, atacaran a la fortaleza en que estaba convertida Zacatecas, pues había doce mil federales bien distribuídos y municionados, con suficiente artillería y una oficialidad escogida. lo dicho bastaría para asegurar que el señor Carranza no tuvo una idea de lo que significaban las fuerzas por él enviadas a tomar a Zacatecas; pero aunque esto es grave, no es lo que debemos buscar, sino la causa: que le desagradaban los triunfos del general Villa y la propaganda de ellos derivada. Esa causa era que un subalterno suyo se estaba elevando y se hacía necesario opacarlo, doblegarlo, para que no le disputara la posición que le aguardaba al triunfo, conforme al Plan de Guadalupe.

Así lo da a entender muy claramente el general Barragán en otra página del mismo tomo, la 531, cuando afirma que la mayor razón que tenía el señor Carranza para impedir que el general Villa tomara Zacatecas era la de que, posesionado de la plaza, podía continuar su marcha hacia la capital y concertar entonces una alianza con los federales, alianza que lo haría dueño del mando supremo de la Revolución.

¡Qué disminuída aparece aquí la personalidad del Primer Jefe, para quien antes no hemos escatimado el sincero y caluroso elogio a muchos de sus actos! Para no perder la Jefatura del Ejército Constitucionalista y para que no se frustrase su sueño de llegar a la Presidencia de la República, le cerraba el paso al general Villa, le impedía alcanzar una segura victoria y, en cambio, enviaba al más estéril sacrificio a dos generales muy leales y muy nobles, muy valientes y muy revolucionarios.

Sigamos nuestra narración. El general Villa lamentó la disposición del señor Carranza, porque previó que el general Natera iba a fracasar al enfrentarse con un enemigo que estaba preparado para resistir el más duro ataque. Además, quien iba a fracasar era un esforzado jefe por el que sentía verdadero cariño; finalmente, se vió postergado y sintió, con ese acto, el empeño que se tenía de que su División no diese la batalla. Teniendo verídicos informes sobre los elementos que estaban en la plaza, y suponiendo que igual información tendría el señor Carranza, no alcanzaba a comprender por qué había dispuesto que la atacaran fuerzas distintas a las suyas. Con el penoso incidente surgido el día en que se apoderó de Torreón, fue natural que en el general Villa brotara la idea de que se trataba de contener el prestigio de la División del Norte, aunque los laureles que hasta allí había conquistado fuesen todos del Ejército Constitucionalista.

Obedeciendo el general Pánfilo Natera las órdenes recibidas, marchó sobre Zacatecas y comenzó a atacarla el 10 de junio, aun cuando comprendió que sus fuerzas eran insuficientes para realizar la empresa. Alguien debió decirlo al Primer Jefe, pues se dirigió al general Villa, no para ordenarle que atacara, sino para indicarle que el jefe más próximo a Zacatecas tuviera listas sus fuerzas en previsión de lo que pudiese suceder. He aquí el telegrama del señor Carranza:

De Saltillo a Torreón, junio 10 de 1914. Recibido 5.25 p.m.

Señor General Francisco Villa.

Comunícame General Natera que hoy empieza operaciones sobre plaza de Zacatecas y que tiene fundadas esperanzas de triunfo. Sin embargo, ordene usted al Comandante de las fuerzas más próximas pertenecientes a su guarnición que esté listo para reforzar a las fuerzas de los generales Natera, Arrieta, Triana y Carrillo, caso de ser necesario. Salúdolo afectuosamente.

E.P.J. del E.C. Venustiano Carranza.

La contestación que Villa dió a ese mensaje dice así:

De Torreón a Saltillo, Coah.
junio 10 de 1914.
Remitido a las 7 p.m.

Señor D. Venustiano Carranza.

Enterado su mensaje de hoy, relativo a que general Natera con esta fecha empezará operaciones sobre Zacatecas, manifiéstole que ya procedo cumplimentar sus superiores órdenes sentido indícarme. Salúdolo afectuosamente.

El General en Jefe, Francisco Villa.

Mientras tanto, el general Natera fue rechazado en sus valerosos intentos, y conocida su situación por el Primer Jefe, éste volvió a dirigirse al general Villa, no para decirle que el comandante de las fuerzas más próximas a Zacatecas prestara ayuda, conforme a las anteriores órdenes, sino para precisarle el número de hombres y elementos de combate que, desde luego, debía enviar. He aquí el nuevo telegrama:

De Saltillo a Torreón, junio 11 de 1914.

Señor General Francisco Villa.

Ayer ordené a usted que de las fuerzas más próximas a Zacatecas mandara usted refuerzo al general Natera, que empezó ayer ataque a aquella plaza. Si no lo ha reforzado todavía, ordene usted que en número de tres mil hombres, cuando menos, salga a reforzar al general Natera, llevando dos baterías de artillería.

E.P.E. del E.C. Venustiano Carranza.

Sorpresa causó al general Villa este nuevo telegrama. Para su penetración, y dados los informes que tenía, la nueva orden era sintomática de que con los primeros intentos comenzaba el fracaso. Deseoso como estaba de llevar a cabo la empresa, creyó que había llegado el momento de sugerirlo así, para lo cual dirigió al señor Carranza este telegrama:

Torreón, 11 de junio de 1914.

Señor D. Venustiano Carranza.

Refiriéndome su mensaje relativo a movilización de fuerzas Zacatecas para cooperar en el ataque a dicha plaza, permítame manifestarle, salvo su superior aprobación, la conveniencia de que hagamos, desde luego, el movimiento de toda la División de mi mando con el objeto de asegurar el éxito de las operaciones y aminorar también los sufrimientos de las tropas, pues al hacer el movimiento general llevaría conmigo todos los elementos de boca y guerra necesarios para la campaña. Si usted cree pertinente mi proposición, sería conveniente que ordenara al señor general Natera suspenda el ataque a la plaza hasta mi llegada, para no sacrificar gente inútilmente, pues tengo noticias de que ha sido rechazado en sus intentos de tomar la plaza. Sírvase resolver sobre el particular, para proceder como usted lo ordene. Salúdolo afectuosamente.

General Francisco Villa.


Surge el conflicto

Seguro estaba de que la respuesta sería de conformidad con la sugestión, pues no imaginaba que hubiera motivo para que se le negase lo que deseaba y podía realizar. Además, la sugestión, tan razonada como lo permitía el laconismo telegráfico, resolvía la situación del general Natera. Dispuso, pues, que se activara la reparación de la vía férrea y esperó impaciente, pero confiado, la orden para el avance de sus fuerzas.

Los acontecimientos posteriores demostraron que el general Villa tenía razón.

Sin embargo, si su temperamento le hubiera permitido seguir con diplomacia el incidente, habría probado al fin que su intervención en el ataque a Zacatecas era imprescindible; pero al lado de su carácter rebelde e indomable había un exceso de franqueza y buena fe, que unidas al cariño hacia sus fuerzas lo obligaban a presentar los problemas de la campaña tal como los estaba sintiendo.

La ruda franqueza del guerrillero tuvo que chocar violentamente con la rigidez del señor Carranza y con el propósito que tenía, pues sostuvo sus órdenes. Para este señor, el general Villa debía ejecutar puntualmente lo que se le decía; toda objeción, aun en los términos más comedidos y apoyada en las más poderosas razones, era desobediencia. Para el general Villa las órdenes de don Venustiano eran caprichosas, pues no había tomado en cuenta el sacrificio estéril de las fuerzas ni había calculado los efectivos que se necesitaban para alcanzar buen éxito en la empresa. Existían antecedentes de los que dedujo que la actitud del Primer Jefe tenía por objeto cerrar el paso a la División del Norte; pero aprovechar sus elementos.

Como el general Villa había acariciado la idea de tomar Zacatecas, se estaba preparando acuciosamente. En nada perjudicaba a la Revolución si una vez más le cubría de gloria; pero ya hemos visto que el prestigio adquirido era un peligro, en concepto del Primer Jefe, y mayor sería si se le dejaba acrecentar ese prestigio, pues por la voluntad inquebrantable, el dinamismo excepcional y las dotes de organizador del general Villa, claramente lo veía marchar de Zacatecas a México en arrolladora impetuosidad.

Esto no convenía ni al señor Carranza ni a quienes se sintieron a la zaga de aquel revolucionario; no era tolerable para quienes no podían imitar su extrema movilidad ni poseían la resistencia de acero que se necesitó en las increíbles jornadas a través del desierto y de la sierra.


Vientos de fronda

Pero veamos cuál fue el resultado de la sugestión hecha por el Jefe de la División del Norte:

De Saltillo a Torreón, junio 12 de 1914.
Señor General Francisco Villa.
Muy URGENTE.

Ayer ordené a usted que mandara tres mil hombres con la artillería a reforzar a las tropas que están atacando Zacatecas. Hoy me comunica el general Arrieta que han ocupado magníficas posiciones en aquella ciudad, que necesita parque y artillería para ocuparla. Creo habrá usted movido a aquella ciudad las fuerzas a que me refiero. Si no hubieren salido, que salgan inmediatamente bajo las órdenes del general Robles, pues no debe perderse todo lo ocupado de la ciudad, que con un ligero esfuerzo quedará en nuestro poder. En lugar de tres mil, puede usted mandar cinco mil, y, si es posible, mande usted algún parque 30-30 y máuser, para municionar las fuerzas de los generales Natera y Arrieta, que se encuentran atacando aquella. capital. Salúdolo afectuosamente.

E.P.J. del E.C. Venustiano Carranza.

Optimista estaba el Primer Jefe; pero no era verdad que se hubieran ocupado las magníficas posiciones que decía ni era justa la apreciación de que con un ligero esfuerzo caería la plaza; mas como se ve, nada contestó a la proposición del general Villa.

Si analizamos serenamente los telegramas enviados, los encontraremos en un orden ascendente de exigencia: primero, confianza plena en el éxito del ataque por las fuerzas del general Natera; luego, suposición de que podía necesitar ayuda; después, certidumbre de que se hacía necesaria la ayuda, así como el empleo de artillería; finalmente, que bastaban los refuerzos y las municiones por él señaladas para que la plaza fuera ocupada. Respecto a que la masa de la División del Norte entrara en acción, el señor Carranza guardó un silencio que denotaba su sentir adverso; quizá ese silencio escondía la verdadera intención de que todas las fuerzas villistas, excepto su jefe, fueran tomando parte en el ataque.

Del general Villa hemos dicho que si hubiera sido capaz de seguir el incidente con diplomacia habría salido victorioso a la postre, aunque tal proceder -añadimos- implicaba el sacrificio de muchas vidas. Sin embargo, a pesar de su temperamento y del giro que estaba tomando el asunto, cabe reconocer que fue prudente y comedido al contestar el último telegrama en la siguiente forma:

De Torreón a Saltillo, junio 12 de 1914.
Por la noche.

Señor D. Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista.

Refiriéndome a su atento mensaje de hoy, en que se sirve ordenarme auxilie al general Natera, siento muchísimo manifestarle que por el momento no puede ir el general Robles, porque encuéntrase enfermo desde hace varios días. Muchos deseos tengo de movilizar las fuerzas de mi mando; pero tropiezo con el grave inconveniente de que, a consecuencia de los fuertes y grandes aguaceros, hay algunos deslaves en la vía férrea. Ya ordeno que inmediatamente se hagan las reparaciones del caso para cumplir sus superiores órdenes. Salúdolo afectuosamente.

El General en Jefe, Francisco Villa.


Se inicia la tormenta

Queriendo el general Villa salir de aquella situación embarazosa, solicitó una conferencia telegráfica con el Primer Jefe. La conferencia se llevó a cabo el día 13, y he aquí lo que ambos se dijeron:

El general Villa al señor Carranza:

Saludo a usted afectuosamente. No puedo auxiliar al general Natera antes de cinco días porque el movimiento de tropas no se puede hacer antes de ese plazo. Señor, ¿quién les ordenó a esos señores fueran a meterse a lo barrido sin tener la seguridad del éxito completo, sabiendo usted y ellos que tenemos todo para ello? El problema que usted me pone es difícil por lo siguiente:

Primero, que Robles está en cama.

Segundo, que mandando a Urbina con la gente no congeniaría con Arrieta y no podrían hacer nada en esa forma. Ahora dígame usted, señor, si al salir yo con la División de mi mando voy a quedar bajo las órdenes de Arrieta o Natera y si tomo la plaza para que ellos entren. Seguramente que al entrar a una plaza como ésa, si las fuerzas de dichos generales cometen desórdenes, estando yo allí no lo permitiré, y, en esa forma, creo que en todos los pasos que damos vamos para atrás. Sírvase decirme cómo vamos a hacer. Ahora, si usted cree que yo estorbo en sus movimientos a la División que forman los antes dichos generales y quiere que alguna persona reciba las fuerzas, desearía saber quién es ella, para que si la juzgo apta y capaz, para que cuide de ellas, como yo mismo, está bien, pues yo hago a usted esta observación con el único fin de cuidar de mis soldados y como el soldado más fiel de los que rodean a usted. Sírvase contestarme socre este punto lo que a bien tenga.


El Primer Jefe al general Villa:

Retorno a usted afectuosamente su saludo y espero me comunique el objeto de la conferencia que acaba de solicitar. Ordené a usted antes de ayer, mandara tropas a reforzar al general Natera que ataca Zacatecas, por convenir así a las operaciones y porque con refuerzo que ordené creo que es bastante para que se tome aquella plaza. El general Natera y sus jefes me manifestaron, cuando estuve en Sombrerete, que con las fuerzas del general Arrieta que se unieron a aquéllas podrían tomar Zacatecas, y más se afirmaron en esa creencia cuando unidas dichas fuerzas derrotaron las guarniciones de los pueblos inmediatos a aquella ciudad, haciendo se reconcentraran a ella los federales que escaparon y otras guarniciones que no combatieron. Empezando el ataque a Zacatecas, han tomado las posiciones de Guadalupe, Las Mercedes y las próximas al Grillo, habiendo sido rechazadas al intentar tomar La Bufa y la estación. No es tiempo ahora de censurar a dichos jefes porque sin estar seguros del éxito atacaron Zacatecas, pues ellos, lo mismo que usted, están inspirados en el deseo de contribuir al triunfo de la causa y adquirir del enemigo los elementos de guerra que con tantas dificultades podemos introducir ahora. Usted ha sufrido también un error semejante cuando atacó Chihuahua y después de algunos días de combate tuvo usted que retirarse. Tampoco habría tomado usted Torreón si no hubiera yo ordenado que se pusieran bajo sus órdenes los generales Robles, Contreras, Urbina y fuerzas del general Arrieta bajo el mando del general Carrillo y algunas otras fuerzas bajo el mando de jefes de inferior graduación, y así como ordené que todos estos jefes con sus fuerzas cooperaran con usted para atacar al enemigo y obtener los triunfos que usted ha obtenido, he creído conveniente ordenar ahora que parte de las fuerzas que están bajo sus órdenes pasen a reforzar al general Natera para el auxilio en el ataque a Zacatecas. Por lo expuesto verá usted que no trato de que vaya usted a ponerse bajo las órdenes del general Natera, sino que una parte de sus fuerzas coopere con él en la toma de la plaza y se expedite el camino para el paso de usted al Sur. No es necesario, ni creo conveniente, la separación' de usted del mando de las fuerzas que están ahora bajo sus órdenes; pero si tuviere que tomar tal determinación, procedería como debiera en bien de la causa y del Ejército Constitucionalista que me honro en mandar, como Primer Jefe. Espero que haciendo a un lado cualquiera consideración que no tenga importancia y allanando los obstáculos que se presenten, para que salga el refuerzo moviendo sus fuerzas sobre Zacatecas, que con las primeras que mandara, unidas a las que están atacando, tomarían dicha plaza. Indicaba a usted que al mando del refuerzo fuera el general Robles, tanto porque no tendría dificultades con el general Natera como por el conocimiento que tiene del terreno en que se va a operar; pero estando enfermo el general Robles podría ir el general Benavides, el general Ortega, el general Contreras o cualquiera otro de los jefes que usted creyera conveniente. El general Natera me dice que podrá sostenerse dos días más en las posiciones que ocupa, en cuyo plazo empezarían los refuerzos y no se perdería lo que ya se tiene conquistado. El auxilio del general Natera procederá usted a mandarlo, avisando al citado general la salida y probable llegada del refuerzo a Zacatecas.


Villa renuncia al mando de la División

Fue tremendo el choque producido en el general Villa por las palabras del señor Carranza. Herido fuertemente porque se comparaba su ataque a Chihuahua -llevado a cabo en condiciones muy distintas- con las operaciones que se estaban efectuando sobre Zacatecas; humillado por la opinión de que sin las fuerzas a que aludió el Primer Jefe no hubiera tomado Torreón; recordando la frialdad con que recibió el parte de la toma de esa plaza y fresca la impresión del incidente motivado porque don Lázaro de la Garza solicitó que se impidiera el paso de la columna federal, a lo que el señor Carranza contestó que él no había ordenado el ataque a Torreón; del torbellino de emociones que agitaban al general Villa en aquellos instantes, brotó esta resolución que, asombrado, transmitió el telegrafista:

El general Villa al Primer Jefe:

"Estoy resuelto a retirarme del mando de la División. Sírvase decirme a quién entrego.


Efectos que causó la renuncia del general Villa

Veamos cuáles fueron los efectos que causó la renuncia, según el relato del general Felipe Angeles, testigo presencial:

Al ver el general Villa que el señor Carranza añade a la intriga política el menosprecio de su labor militar, tiene una suprema decepción del Primer Jefe del Ejército Constirucionalista y resuelve dimitir el mando ante un jefe que no se lo ha dado ni le ha prestado la menor ayuda. Sólo el que conozca las ligas de afecto que unen al general Villa con los jefes y soldados de su División, fortalecidos por una vida de privaciones y auroleadas con cien victorias, podrá comprender el sacrificio que hacía con la renuncia del mando.

En ese momento crítico intervine por primera vez.

Era el día 13, por la mañana; estaba yo en la recámara del coronel Roque González Garza cuando una persona me dijo: Le habla a usted el señor general Villa, y me condujo a la pieza que servía de oficina telegráfica.

La pieza estaba llena de empleados y oficiales, cuyas fisonomías alertas y serias revelaban la gravedad de una situación que para mí era desconocida. Todos se encontraban en pie, con excepción del telegrafista (cuya mesita de trabajo se hallaba en un rincón), quien, sentado, volvía la espalda al recinto de la sala, y del general Villa, quien, también sentado junto al telegrafista, daba la espalda a la mesita. Enfrente del general había una silla vacía, la cual me invitó a ocupar.

- ¡A ver qué hace usted con estos elementos, mi general! -me dijo-, yo ya me voy.

No entiendo, no supe qué contestar; pero la atención del general estaba divagada y no parecía esperar respuesta alguna.

Las conversaciones, un momento suspendidas a mi entrada, volvieron a empezar, llenas de expresiones de disgusto y de protestas.

- Pero, a ver: ¿de qué se trata? Enteren al general -decía Roque González Garza, que me había seguido y estaba en pie junto al telegrafista-. ¿Qué antecedentes hay, qué telegramas se han cruzado?

Nadie hizo caso, y las frases de disgusto, salpicadas de algunas desesperanzas, continuaban.

Poco a poco me enteré de lo que se trataba: de los refuerzos pedidos; de la resistencia del general a enviarlos; de los recientes telegramas cambiados en la conferencia; del juicio del señor Carranza respecto a los ataques de Chihuahua y Torreón, y de que el general Villa había hecho dimisión del mando.

Esto último fijó toda mi atención y me hirió de golpe la contestación que en Saltillo elaboraba el señor Carranza.

- Va a aceptar al instante -afirmé.

- ¡Imposible! -dijeron algunos.

- Va a aceptar - repetí.

Segundos después aceptó, efectivamente.

He aquí el texto de la aceptación de la renuncia, con la cual llegó a su punto crítico la conferencia:

El Primer Jefe al general Villa:

Aunque con verdadera pena, me veo obligado a aceptar se retire usted del mando en Jefe de la División del Norte, dando a usted las gracias en nombre de la Nación por los importantes servicios que ha prestado usted a nuestra causa, esperando pasará usted a encargarse del Gobierno del Estado de Chihuahua. Antes de designar al Jefe a quien usted debe entregar las fuerzas, sírvase usted llamar inmediatamente a la oficina telegráfica de esta estación en donde usted se encuentra, a los generales Angeles, Robles, Urbina, Contreras, Aguirre Benavides, Ceniceros, J. Rodríguez, M. Herrera, Ortega, Servín y Máximo García, y una vez reunidos espero se servirán avisarme, pues espero aquí.

E.P.J. del E.C. Venustiano Carranza.


Efectos que causó la aceptación de la renuncia

Imposible sería -sigue diciendo el general Angeles- describir la escena que sucedió a esta aceptación, porque no pude observarla a causa de la gravedad de la crisis.

Yo permanecía sentado, inclinado hacia el general Villa, apoyando el codo izquierdo sobre el muslo del mismo lado, de espaldas a los que en pie se agitaban y hablaban en la pieza.

Trataba de inferir cuál sería la trascendencia del abandono del mando de la División en las circunstancias acaecidas, distraído a cada instante por las exclamaciones de mis compañeros.

Entre las frases se escuchaba un yo me voy a comer raíces a la sierra, de Trinidad Rodríguez, semejante a otras que no es conveniente repetir; cristalizó una idea: la División del Norte va a disolverse, y ante la injusticia hecha al jefe querido y glorioso, tal vez va a rebelarse.

Por telegrama, recibimos los generales de la División del Norte la orden del señor Carranza de designar un jefe de ella, provisional, mientras el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista nombraba al que definitivamente debía encargarse del mando de la División.

Había quienes profetizaban que ese encargo recaería en don Jesús Carranza; otros, en el general Chao, y algunos guasones, en Jacinto Treviño.

No pudiendo reunirse inmediatamente todos los generales que formaban la División, lo hicieron al siguiente día, convocados por el general Villa. Recibieron entonces el telegrama del Primer Jefe que reproducimos a continuación:

De Saltillo a Torreón, junio 13 de 1914.

Señores generales Angeles, Robles, Urbina, Contreras, Aguirre Benavides, Ceniceros, T. Rodríguez, Orestes Pereyra, J. Rodríguez, Herrera, Ortega, Servín, Almanza, Máximo García y Rosalío Rernández.

Saludo a ustedes afectuosamente. Después de una conferencia que acabo de tener con el señor general Villa, ha hecho dimisión del mando de la fuerza como Jefe de la División del Norte, que está bajo sus órdenes, y habiendo yo aceptado su dimisión, he llamado a ustedes para que con e! carácter de Jefe Interino de la expresada División, me indiquen el Jefe que entre ustedes deba substituirlo. Sé que el general Urbina está ausente y que el general Robles se encuentra enfermo; a éste pueden comunicarle el objeto con que he mandado reunir a ustedes y que, por escrito, remita su opinión. Si hubiere en ésa algún otro general de quien no tuviere yo conocimiento, cítenlo ustedes inmediatamente para que concurra a la junta. Creo que el señor general Villa estará presente; impónganlo ustedes del contenido de este mensaje.

E.P.J. del E.C. Venustiano Carranza.

Deliberaron unos momentos; no les fue difícil ponerse de acuerdo, pues en cada uno de los generales citados existía la misma intención de hacer cuanto estuviera de su parte para que el general Villa no dejase el mando. Contestaron, pues, al Primer Jefe, en la siguiente forma:

De Torreón a Saltillo, junio 13 de 1914.

Señor don Venustiano Carranza.

Le suplicamos atentamente reconsidere resolución respecto a la aceptación de la renuncia del señor general Francisco Villa como Jefe de la División del Norte, pues su separación de dicha jefatura en los momentos actuales sería sumamente grave y originaría muy serios trastornos, no solamente en el interior, sino también en el exterior de la República.

Toribio Ortega, E. Aguirre Benavides, M. Herrera, R. Hernández, S. Ceniceros, M. Servín, José Rodríguez, T. Rodríguez, M. Almanza, F. Angeles, J. I. Robles, T. Urbina, E. Contreras, O. Pereyra, M. García, Manuel Madinaveytia, corone! Raúl Madero.

La súplica era atenta, la intervención serena y justificada; todos creyeron que impresionaría favorablemente al señor Carranza y que el asunto iba a tomar un sesgo satisfactorio hacia su resolución; pero no fue así, como puede verse por la respuesta que inmediatamente dió el Primer Jefe:

De Saltillo a Torreón, junio 13 de 1914.

Señores generales Toribio Ortega, Aguirre Benavides, M. Herrera, R. Hernández, S. Ceniceros, M. Servín, José Rodríguez, M. Almanza, F. Angeles, J. I. Robles, T. Urbina, C. Contreras, O. Pereyra y M. García.

Al aceptar del señor General Villa la dimisión que ha presentado del mando de la División del Norte, he tomado en consideración las consecuencias que su separación pudiera traer para nuestra causa. Por lo tanto, procederan ustedes, desde luego, a ponerse de acuerdo acerca del Jefe que he dicho me indiquen debe substituir al señor general Villa en el mando de la División del Norte, para que inmediatamente proceda a enviar el refuerzo a Zacatecas que a él le había yo ordenado, Atentamente.

E.P.J. del E.C. Venustiano Carranza.


Prudente proposición

No desesperaron, a pesar de la contestación; pero ante la actitud del Primer Jefe, quien estaba resuelto a no retroceder un ápice en sus determinaciones, voivieron a dirigirle telegrama indicándole con mayor franqueza lo que podía suceder en la División del Norte si eran desoídos, expresando, a la vez, que sus gestiones las harían por ambas partes para obtener transacciones mutuas, pues no había la intención de sacrificar la dignidad del Primer Jefe, sino el deseo de llegar todavía a un acuerdo favorable en aquel conflicto. Enviaron, pues, la siguiente contestación:

De Torreón a Saltillo, junio 13 de 1914.

Señor don Venustiano Carranza.

Podríamos, siguiendo al señor General Villa en su proceder, dejar el mando de nuestras tropas, disolviendo con ello la División del Norte; pero no debemos privar a nuestra causa de un elemento de guerra tan valioso. En consecuencia, vamos a convencer al Jefe de esta División para que continúe en la lucha contra el Gobierno de Huerta, como si ningún acontecimiento desagradable hubiera tenido lugar y amonestamos a usted para que proceda de igual manera, con objeto de vencer al enemigo común.

(Firman el telegrama los mismos jefes que el anterior).

La actitud de intermediarios aceptada francamente por los jefes aludidos y el sesgo que daban al asunto, eran muy aprovechables; pero la insistencia, aunque leal y bien intencionada, desagradó al señor Carranza, por lo que, subiendo el tono, llamó al orden a los firmantes del telegrama, y acentuando el giro que llevaban las cosas, les ordenó que tomaran sus acuerdos lejos de la presencia del general Villa. Véase la contestación:

De Saltillo a Torreón, junio 13 de 1914.

Señores generales ... (Los ya citados.)

Siento tener que manifestar a ustedes que no me es posible cambiar la determinación que he tomado de aceptar la dimisión del mando de la División del Norte que el señor general Villa ha presentado, por exigirlo así la disciplina del Ejército, sin la cual vendría la anarquía en nuestras filas. Hace tres días ordené al general Villa enviara refuerzos al general Natera y hasta ahora no lo ha hecho, sin tomar en consideración que bien pudo no mandar fuerzas de la División del Naorte que son las suyas, sino las de los generales Contreras, Robles, Aguirre Benavides y García y las que pertenecen al general Carrillo, que no son las de la División del Norte y que, agregadas a las de él, por mi orden, han contribuído a los últimos triunfos. Espero que tanto ustedes como el general Villa sabrán cumplir con sus deberes de soldados y acatarán las disposiciones que he dictado con motivo de la dimisión del mando del general Villa. Creo que ustedes habrán tomado sus acuerdos sin la presencia del expresado general, y si no hubiere sido así, lo harán después de impuestos de lo anterior.

E.P.J. del E.C. Venustiano Carranza.


Se desencadena la tempestad

El telegrama ahondó las dificultades, pues los jefes vieron, en primer término, falta de voluntad para zanjarlas; luego, la inutilidad de sus gestiones para ser tomados como mediadores más bien que como subordinados del general Villa; después, desconfianza en la actitud sincera que habían asumido, y finalmente, falta de comprensión de esa actitud, pues se les amonestaba para que la abandonaran y se plegasen a las disposiciones de la Primera Jefatura. Todo ello determinó que enérgica, resuelta, definitivamente, plantearan la situación, haciendo de paso una breve rectificación al señor Carranza para que no considerase a algunos de los firmantes como ajenos a la División del Norte. He aquí el nuevo telegrama:

De Torreón a Saltillo, junio 14 de 1914.

Señor don Venustiano Carranza.

La resolución irrevocable que hemos tomado de continuar luchando bajo el mando del señor general Francisco Villa, como si ningún acontecimiento desagradable hubiera tenido lugar ayer, ha sido detenidamente meditada en ausencia del Jefe de la División del Norte. Nuestras gestiones cerca de este jefe han tenido éxito y marcharemos prontamente al Sur. Todos los firmantes pertenecemos a la División del Norte.

Persistió aún el señor Carranza, y he aquí su respuesta:

De Saltillo a Torreón, junio 14 de 1914.

Señores generales Felipe Angeles, T. Urbina, Maclovio Herrera, E. Contreras, Máximo García, M. Almanza, T. Rodríguez, J. Rodríguez, Robles, Servín y Pereyra.

Su mensaje de hoy. Al haber mandado que se reunieran ustedes para que me indicaran el Jefe que en su concepto debía substituir en el mando de la División del Norte al señor general Francisco Villa, que acaba de hacer dimisión de él ante esta Primera Jefatura del Ejército, lo hice únicamente para evitar en lo posible dificultades que pudieran haberse suscitado encre ustedes, si el que yo hubiera nombrado no fuera el más apropiado para desempeñar tal cargo, pues saben ustedes que es de las atribuciones de esta Primera Jefatura hacer tal designación. En vista del contenido del mensaje de ustedes de hoy podría yo designar Jefe que deba substituir al general Villa en el mando; pero antes de hacerlo deseo aún proceder de acuerdo con ustedes, para lo cual creo conveniente que vengan a esta ciudad. mañana, para tratar este asunto, los generales Angeles, Urbina, M. Herrera, Ortega, Aguirre Benavides y R. Hernández.

El Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Venustiano Carranza.


Se desobedece a la Primera Jefatura

Era ya manifiesta la intención de dar por terminado el asunto nombrando el señor Carranza al nuevo jefe. El llamamiento que se hizo a varios generales no era, evidentemente, para terminar en Saltillo un arreglo satisfactorio, sino para alejarlos de Torreón, puesto que en nada había cedido,. ni tenía intenciones de ceder, el señor Carranza.

Considerando inútil y peligroso acudir al llamamiento, acordaron asumir una actitud de franca desobediencia a la Primera Jefatura antes de que nombrase al substituto del general Villa, pues hecho el nombramiento las cosas tomarían muy serias proporciones. Dirigiéndose entonces al Primer Jefe, le dijeron en nuevo telegrama lo que a continuación reproducimos:

De Torreón a Saltillo, junio 14 de 1914.

Señor don Venustiano Carranza.

Su último telegrama nos hace suponer que usted no ha entendido o no ha querido entender nuestros dos anteriores. Ellos dicen en la parte más importante que nosotros no tomamos en consideración la disposición de usted que ordena deje el general Villa el mando de la División del Norte, y no podíamos tomar otra actitud en contra de esa disposiciÓn impolítica, anticonstitucionalista y antipatriótica. Hemos convencido al general Villa de que los compromisos contraídos con la Patria lo obligan a continuar en el mando de la División del Norte, como si usted no hubiera tomado la malévola resolución de privar a nuestra causa democrática de su más prestigiado y en quien los liberales y demócratas mexicanos tienen cifradas sus más caras esperanzas. Si él lo escuchara a usted, el pueblo mexicano, que ansía el triunfo de nuestra causa, no sólo anatematizaría a usted por solución tan disparatada, sino que vituperaría también al hombre que en cambio de libertar a su país de la opresión brutal de nuestros enemigos abandona las armas por sujetarse a un principio de obediencia a un jefe que va defraudando las esperanzas del pueblo, por su actitud dictatorial, su labor de desunión en los Estados que recorre y su desacierto en la dirección de nuestras relaciones exteriores. Sabemos bien que esperaba usted la ocasión de opacar a un sol que opaca el brillo de usted y contraría su deseo de que no haya en la Revolución hombre de poder que no sea incondicional celrrancista; pero sobre los intereses de usted están los del pueblo mexicano, a quien es indispensable la prestigiada y victoriosa espada del señor general Villa. Por lo expuesto, participamos a usted que la resolución de marchar hacia el Sur es terminante y, por consiguiente, nq pueden ir a ésa los generales que usted indica.

Calixto Contreras por sí y por el general Tomás Urbina, Mateo Almanza, T. Rodríguez, Severiano Ceniceros, E. Aguirre Benavides, José E. Rodríguez, Orestes Pereyra, Martiniano Servín, J. Isabel Robles, Felipe Angeles, Rosalío G. Hernández, Toribio Ortega, Maclovio Herrera, M. García.

Es de lamentarse el tono subido del telegrama e intrínsecamente la desobediencia; pero frente a la cruda realidad, como habría sido la disolución de la División del Norte o su rebelión, que hubiera alentado al enemigo y desorganizado temporalmente las filas revolucionarias, resultó lo menos perjudicial, pues sólo sufrió menoscabo la orgullosa personalidad del Primer Jefe, mas no así la Revolución.

Ni ese menoscabo hubiera sufrido la personalidad del señor Carranza de haber accedido a las peticiones de quienes le hablaban con sinceridad y con la esperanza de encontrar en él toda la ponderación que el caso requería. Si antes dijimos con toda franqueza que le faltó diplomacia al general Villa para llevar el incidente, ahora podemos afirmar, con igual franqueza, que en el Primer Jefe sobraron intransigencia, recelo y amor propio, que pusieron a la Revolución al borde de un espectáculo nada edificante. No afirmaremos que la División del Norte, al disolverse, hubiera impedido el triunfo de las armas revolucionarias; pero sí que le habría creado un grave problema.


Se une Chao al sentir general

En la noche del 14 llegó a Torreón el general Manuel Chao, procedente de Chihuahua y de paso para Saltillo. Iba al mando de trescientos hombres, pues el señor Garranza lo había llamado para ponerse al frente de su escolta personal. Al enterarse de lo sucedido se solidarizó con sus compañeros y envió el telegrama siguiente:

De Torreón a Saltillo, junio 15 de 1914.

Señor D. Venustiano Carranza, Primer Jefe del Ejército Constitucionalista.

Confirmo en todas sus partes y hago mío el mensaje que le dirigieron a usted anoche los generales de esta División, incorporándome a ella, desde luego. Respetuosamente.

General Manuel Chao.

Y así terminó aquel incidente.

Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO IV - Capítulo IV - Chihuahua en acciónTOMO IV - Capítulo VI - La batalla de ZacatecasBiblioteca Virtual Antorcha