Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO II - Capítulo XII - El General Felipe Ángeles en la campaña del SurTOMO II - Capítulo XIII (Segunda parte) - Cómo opinaba el Licenciado Luis Cabrera sobre el problema agrario en 1912Biblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña

TOMO II

CAPÍTULO XIII
(PRIMERA PARTE)

EL IDEAL AGRARIO DURANTE EL GOBIERNO DEL SEÑOR MADERO


Primeras restituciones de tierras

Poco tiempo había transcurrido desde la proclamación del Plan de Ayala y ya hemos visto, por lo narrado en los capítulos anteriores, cómo se desarrolló el movimiento revolucionario, cómo fue extendiéndose por los Estados limítrofes al de Morelos y cómo repercutió en otras Entidades lejanas, si bien algunas manifestaciones no llegaron a tomar contacto Con el núcleo morelense, al paso que otras se afiliaron a él inmediatamente.

El examen correcto del estado económico, político y social del momento, nos da el fondo de la situación humana de esos días y explica muy claramente por qué pudo extenderse con tanta facilidad la rebelión, para la que no fue poderoso obstáculo el hecho de que se hallara en la Presidencia de la República, quien poco antes había sido proclamado por el pueblo como su salvador.

Para las masas rurales, el contenido del Plan de Ayala era el clamor que flotaba en el ambiente y por tanto, tenía la fuerza de la verdad; había surgido ante la espera secular de los siervos campesinos y estaba en relación con su existencia colectiva; era el remedio a las necesidades campesinas y como no pospuso la implantación de sus principios hasta el triunfo, sino que invitó a los pueblos despojados a que entraran en inmediata posesión de las tierras y las defendiesen con las armas en la mano, ese modo de hacerse justicia por tanto tiempo esperada, satisfizo a las multitudes que habían perdido la fe en los procedimientos gubernativos.

Paralelamente, pues, a la contienda, los pueblos fueron tomando las tierras que les habían pertenecido, habiéndolo hecho en algunos casos sin más requisito que el acuerdo colectivo, mientras que en otros se llenaron algunas formalidades que estuvieron muy distantes de ser las de un juicio.

Es tarea difícil decir, de entre los muchos pueblos que no llenaron requisito alguno, cuáles pusieron el ejemplo al apoyarse en el Plan de Ayala y en la fuerza de sus armas para entrar en posesión de las tierras; pero entre los que sí llenaron algunas formalidades, conviene citar como los primeros a Jolalpan e Ixcamilpa, del Estado de Puebla, pues además de que el procedimiento dejó la constancia documental, el lector podrá ver desde qué fecha se estaban convirtiendo los principios revolucionarios en una realidad.

He aquí un interesante documento:

Los que suscriben, en nombre de la Junta Revolucionaria del Estado de Morelos, teniendo en consideración que ha presentado sus títulos correspondientes a tierras el pueblo de Ixcamilpa, y habiendo solicitado entrar en posesión de las mencionadas tierras que les han sido usurpadas por la fuerza bruta de los caciques, hemos tenido a bien ordenar conforme al Plan de Ayala, que entren en posesión de tierras, montes y aguas que les pertenecen y les han pertenecido desde tiempo virreinal y que consta en títulos legítimos del tiempo virreinal de Nueva España, hoy México. Se servirán desde luego los vecinos del pueblo ya referido poner los linderos hasta donde linde el mapa respectivo, pudiendo explotar, labrar, sembrar o cualquiera otra cosa para obtener el fruto de sus mencionadas tierras.

Libertad, Justicia y Ley

Campamento Revolucionario.
Abril, 30 de 1912.
El Geperal Eufemio Zapata.
El General O. E. Montaño.
El General Emiliano Zapata.
El General Francisco Mendoza.
El General de División Jesús Morales.
El General Próculo Capistrán.
El General Delegado de Zapata, Jesús Navarro.
El Coronel Jesús Alcaide.

Pero mientras en el Sur se estaba llevando a la realidad la reivindicación de la tierra, cosas muy distintas sucedían fuera de la zona rebelde. Veámoslas.


Labor insidiosa de la prensa porfirista

La política de conciliación (Veremos más adelante que los amigos del señor Madero llamaron funesta conciliación, hibridismo deforme, a esa política. Precisión del General Gildardo Magaña) que inspiro los actos del Presidente Madero, en su deseo de que armonizaran las dos tendencias antagónicas, la del antiguo régimen y la revolucionaria, produjo en su espíritu una brega constante e inútil, en la que su débil carácter fue al fin vencido. Esto lo llevó a hacer declaraciones antiagraristas siete meses después de su exaltación al Poder.

Para que hiciese esas declaraciones influyó la obra que arteramente había emprendido la prensa conservadora, empeñada como estaba en presentar al movimiento de 1910 como al más estéril y desprovisto de hombres capaces para gobernar.

Los periódicos retrógrados, aprovechando la libertad de que gozó toda la prensa durante el régimen maderista, no sólo hicieron blanco de sus ataques francos o esbozados a la Administración, sino que usaron y abusaron del tono festivo y, en su afán de ridiculizar al movimiento renovador, así como a sus principales figuras, no respetaron ni la vida privada de quien había encabezado la Revolución.

Sabían sobradamente los plumíferos del porfirismo que el señor Madero no cumpliría ciertas promesas relacionadas con el mejoramiento de las clases trabajadoras, especialmeme en lo relativo a la devolución de las tierras a los pueblos. No ignoraban que los directores de la política del nuevo régimen eran enemigos de aquellas tendencias, tan enemigos como los mismos periodistas; no obstante lo cual, echaron en cara al Ejecutivo su falta de cumplimiento a las promesas revolucionarias.

Si alguna vez el señor Madero hubiera intentado resolver el problema agrario en forma seria, hubiésemos leído los ataques que en su contra habrían enderezado los periodistas; pero convencidos de que no se haría intento alguno, buscaron, y rápidamente obtuvieron, que el ex Caudillo hiciera oficial y pública profesión de fe antiagrarista.

Estaban satisfechos los periodistas y los terrateniemes de que nada se hubiera realizado en favor de los campesinos con cuyo empuje se había hecho la Revolución; pero su deseo era aniquilarla, y para ello nada mejor que ahondar la división que existía entre el señor Madero y una parte considerable del sector revolucionario, ante el cual había que presentar al mandatario como un claudicante, como un ambicioso vulgar, que al lanzarse a la Revolución, no había llevado otras miras que las de escalar el Poder y encumbrar a los miembros de su numerosa familia, en su mayoría desafectos a la causa popular.

Y ¿cómo lograr ese deseo? ¡Exigiendo el cumplimiento de las promesas socialmente fundamentales de la Revolución!

Nada de extraño hubieran tenido las exigencias si hubiesen procedido del elemento revolucionario; pero hechas por los enemigos jurados de las ideas, además de insinceras, fueron insidiosas.

Claro está que aplaudieron al señor Madero cuando declaró enfáticamente no estar con el agrarismo. Veamos un artículo de fondo de El Imparcial, en su número correspondiente al 26 de junio de 1912.


Comentario de El Imparcial a un discurso de Madero

En el discurso pronunciado por el señor Presidente Madero en Huichapan, encontramos estas frases:

La principal necesidad que el pueblo mexicano sentía, era la de conquistar su libertad ... Se ha pretendido que el objeto de la Revolución de San Luis fue resolver el problema agrario; no es exacto: la Revolución de San Luis fue para reconquistar nuestra libertad, porque la libertad sola resolverá de por sí todos los demás problemas.

No discutiremos si las libertades políticas a que se refiere el señor Presidente las ha reconquistado el pueblo, ni si el reconquistarlas será cáusa bastante para resolver el problema agrario, el obrero y todos los que agitan por ahora al país. Lo único sobre lo que importa llamar la atención, es el hecho de que no van d6 acuerdo esas palabras del señor Presidente con las que contenían sus discursos de propaganda revolucionaria. Entre las promesas de la Revolución figuraba el reparto de tierras al proletariado, y se ofrecía la división de latifundios que permanecían en poder de unos cuantos privilegiados con perjuicio de las clases menesterosas.

No nos extraña que todas estas promesas se hayan dejado de cumplir. Lo esperábamos, lo sabíamos. Pero creemos que el señor Madero está viendo ahora, por la urgencia de resoluciones prácticas inmediatas, cuán diferentes son esos problemas ante los ojos del revolucionario y ante los ojos del gobernante.

De todas maneras nos complace que el señor Primer Magistrado de la República, en la plena conciencia que va adquiriendo de la responsabilidad que tiene por motivo de su alto puesto, sufra transformaciones de criterio, que, de seguro, influirán en el futuro de la Patria.

¡Cómo no había de complacerles el cambio de actitud, si era en beneficio de las clases acomodadas a cuyo servicio y defensa estaba El Imparcial!


El Presidente aseguró no haber ofrecido tierras

La contestación del señor Presidente no se hizo esperar. He aquí lo que dijo:

Chapultepec, 27 de junio de 1912.
Señor licenciado don Fausto Moguel, Director de El Imparcial.
Presente.

Muy apreciable señor:

Desde que fuí investido Presidente de la República, por mis conciudadanos con el honroso cargo de Presidente de la República, no me he ocupado de refutar las versiones contradictorias que circulan en la prensa, en que con frecuencia se hace referencia a ofrecimientos que he hecho y he dejado de cumplir. Pero con tanta insistencia han repetido algunos periódicos y muy especialmente el que usted tan acertadamente dirige, que en las promesas de la revolución figuraba el reparto de tierras al proletariado y se ofrecía la división de latifundios que permanecían en poder de unos cuantos privilegiados con perjuicio de la clase menesterosa (editorial de ayer), que quiero de una vez por todas rectificar esa especie.

Suplico a usted se sirva revisar cuidadosamente el Plan de San Luis Potosí y todos los discursos que pronuncié antes y después de la revolución, así como los programas de gobierno que publiqué después de las convenciones de 1910 y 1911, y si en alguno de ellos expresé tales ideas, entonces se tendrá derecho para decir que no he cumplido mis promesas.

Siempre he abogado por crear la pequeña propiedad; pero eso no quiere decir que se vaya a despojar de sus propiedades a ningún terrateniente, por lo demás, es bien conocida la política agraria del Gobierno y sus propósitos para crear la pequeña propiedad.

En el mismo discurso que ustedes comentan, tomando únicamente una frase, explico cuáles son las ideas del Gobierno. Pero una cosa es crear la pequeña propiedad por medio de un esfuerzo constante, y otra es repartir las grandes propiedades, lo cual nunca he pensado ni ofrecido en ninguno de mis discursos y proclamas. Seria completamente absurdo pretender que el Gobierno fuese a adquirir todas las grandes propiedades para repartirlas gratis entre pequeños propietarios, que es como se concibe generalmente el reparto de tierras, pues simple y sencillamente el Gobierno no tendría dinero suficiente para hacer tal operación, ni contratando un emprésito tan colosal, que los únicos réditos causarían la bancarrota del país.

Ruego pues, a ustedes, que se sirvan rectificar su opinión y no por esta vez, sino en lo sucesivo y para siempre.

La única promesa que hasta ahora no se ha cumplido en toda su amplitud, es la relativa a la restitución de sus terrenos a los que habían sido despojados de ellos de un modo arbitrario y al proceso de todos los funcionarios que durante la Administración pasada manejaron fraudulentamente fondos públicos, pues desde el momento en que al modificarse el Plan de San Luis, en virtud de los Tratados de Ciudad Juárez, tan ventajosos. para la nación, debía el nuevo Gobierno ajustar todos sus actos a la ley y reconocer como válidos los fallos de los tribunales y la legitimidad de todos los actos de la Administración pasada.

Por este motivo es difícil. restituir sus terrenos a los que han sido despojados de ellos injustamente, declarando sujetos a revisión los fallos respectivos, en los casos en que los despojos han sido sancionados por todas las prescripciones legales.

A pesar de esto, el Gobierno tiene en estudio desde hace tiempo un proyecto para cumplir con esa promesa hasta donde sea posible, restituyendo ejidos a los pueblos que han sido despojados de ellos y adquiriendo para fraccionar algunas grandes propiedades, pues de esta manera, de un modo indirecto, se obtiene el mismo fin.

Al calce de la presente me permito transcribir a ustedes al artículo 3° del Plan de San Luis, que es el único que probablemente han, algunos, mal interpretado, y ustedes mismos podrán, después de leerlo con atención, ver que no hay tales promesas de reparto de tierras.

Espero de su honradez periodística que con esta aclaración terminará, de una vez para siempre, el injusto cargo que se me hace de que ofrecí tierras y no he cumplido mi promesa, y quedo de usted muy afmo. y atto. S. S.

Francisco I. Madero.

Aunque ya hemos copiado en el tomo primero de esta obra el artículo tercero del Plan de San Luis, en lo que a tierras se refiere, no está por demás que lo repitamos aquí para la completa inteligencia del asunto y para que el lector aprecie todo el alcance político y revolucionario de las declaraciones del señor Presidente.

Ese artículo fue tomado por un sector considerable de la opinión pública, como la promesa hecha por la Revolución, de una reforma agraria, con la que el señor Madero rompió de plano, fundándose en los Tratados de Ciudad ]uárez. El tercer párrafo de dicho artículo, que es el que se refiere a la tierra, dice así:

Abusando de la ley de terrenos baldíos, numerosos propietarios en su mayoría indígenas han sido despojados de sus terrenos, por acuerdo de la Secretaría de Fomento, o por fallos de los tribunales de la República. Siendo de toda justicia restituir a sus antiguos poseedores los terrenos de que se les despojó de un modo tan arbitrario, se declaran sujetas a revisión tales disposiciones y fallos y se les exigirá a los que los adquirieron de un modo tan inmoral o a sus herederos, que los restituyan a sus primitivos propietarios, a quienes pagarán también una indemnización por los perjuicios sufridos. Sólo en el caso de que esos terrenos hayan pasado a tercera persona antes de la promulgación de este plan, los antiguos propietarios recibirán indemnización de aquellos en cuyo beneficio se verificó el despojo.

Nada dice, en verdad, sobre lo que hoy llamamos dotación de tierras a los pueblos que las necesitaran; pero indiscutiblemente sí se prometió la devolución de las que habían sido usurpadas, con el agregado radical de que los antiguos dueños serían indemnizados por los despojadores, en vista de los perjuicios que habían sufrido.

Esa fue la promesa revolucionaria medular para la clase campesina; del cumplimiento de esa promesa no quedó relevado el Gobierno con los Tratados de Ciudad Juárez, porque nada expreso contienen a este respecto.

Explicaremos que si en público se hablaba del reparto de tierras, ligándolo al Plan de San Luis, fue porque se supuso que al ser devueltas a sus antiguos dueños -pueblos o personas-, no permanecerían indivisas como estaban en poder de los hacendados, sino que una vez segregadas de los latifundios, cada dueño volvería a poseer y a explotar independientemente la extensión que se le había arrebatado.

Mas para cumplir con la promesa del Plan de San Luis, el señor Presidente se escudó tras el pretexto de tropezar con dificultades de orden legal, impuestas por los Tratados de Ciudad Juárez, lo que equivalía a declarar que éstos habían derogado aquél.

No cabe duda que el señor Madero deseaba quitarse la pesadilla que para él constituía el problema agrario; pero sus inoportunas, impolíticas y poco felices declaraciones, además de colocarlo a la zaga del elemento revolucionario que había encabezado, acusan falta de reflexión, por las contradicciones en que incurre, pues mientras que en un párrafo asienta que nunca había pensado ni ofrecido repartir las grandes propiedades, renglones abajo dice que su gobierno tenía en estudio un proyecto en el que figuraba la compra de algunas grandes propiedades para fraccionarlas.

¿Qué fines si no los de repartición podían tener la compra y fraccionamiento de algunas haciendas?

Es evidente que la prensa se dió cuenta de esa y de otras contradicciones que hay en la carta, así como de la ninguna autoridad que tenía para declarar invalidados los propósitos revolucionarios; pero no le convino hacer comentarios, sino tomar muy en serio las afirmaciones rotundas que fijaban con toda claridad la posición del Presidente.

No se repartirían los latifundios; se tropezaba con dificultades legales para restituir a los pueblos sus terrenos de que habían sido despojados; los Tratados de Ciudad Juárez habían roto el Plan de San Luis; los fallos de los tribunales porfiristas tenían toda la fuerza para ser respetados por el movimiento revolucionario y, en consecuencia, no habría reforma agraria, ni proceso de funcionarios porque se reconocía la legitimidad de todos los actos de la pasada Administración.

Se pensaba cumplir, hasta donde fuera posible, con la promesa de restitución de tierras, para lo cual se tenía en estudio desde hacía tiempo un proyecto que, por las dificultades apuntadas, podía quedarse indefinidamente en el estado que guardaba.


Madero, apóstol, caudillo y gobernante

¿A qué, pues, se reducía la acción revolucionaria del Gobierno maderista? ¿Qué objeto social se había logrado con la Revolución? ¿Qué ventajas había traído a la República el derrocamiento de la Dictadura? ¿Estaban compensados los sacrificios del pueblo con la satisfacción de contemplar al señor Madero en la silla presidencial?

Porque si las cosas debían continuar como estaban durante el régimen de Porfirio Díaz, la esterilidad de la lucha era evidente, según las expresiones tan rotundas del Primer Magistrado.

La revolución de San Luis -afirmó en su discurso comentado por El Imparcial- fue para conquistar la libertad, porque la libertad sola resolverá de por si todos los demás problemas.

Pero esas palabras, que se antojan una pobre parodia de las evangélicas, no fueron tomadas en serio ni por la prensa porfirista que puso en duda, como vimos en páginas anteriores, el alcance de la libertad política sobre el plano de los problemas económicos.

Decíamos al principio de esta obra, y así lo creemos sinceramente, que la gigantesca figura del señor Madero había comenzado a eclipsarse en mayo de 1911, con motivo de los Tratados de Ciudad Juárez (El pacto fue en realidad un golpe que el Partido Científico supo dar en un momento dado, para eliminar al general Díaz por una parte y encadenar a la revolución por otra. Desde antes de los Convenios de Juárez, se ve la mano del señor José Ives Limantour y la de connotados científicos, tratando de obtener la mayor ventaja de la situación y, sobre todo, que la presidencia de la República quedara entre ellos. El señor Limantour, jefe del Partido Científico, fue el primer candidato para substituir al general Díaz; posteriormente se le eliminó y se penso en el señor De la Barra. Precisión del General Magaña).

Creemos que los hechos narrados justifican nuestra afirmación. Mas para ser justos, hay que ver al señor Madero en los tres aspectos que tuvo: apóstol, caudillo y gobernante.

Madero apóstol es sencillamente grandioso, enorme, indiscutible, sublime. Encauzador de la conciencia popular que despertaba tras el letargo de treinta años, merece toda gratitud.

El hombre que como él, disfrutando de una posición desahogada, abandona a su familia, sus comodidades y su hacienda, y desoyendo las súplicas y advertencias de sus acaudalados familiares, se lanza a la lucha con inminente peligro de su vida, no es un logrero, es un idealista.

Quien no desciende a calcular si su empresa le producirá utilidades o le restará los recursos con que cuenta, sino que generosa, amplia, abnegadamente se expone a todas las consecuencias, en una hermosa renunciación de todo, es acreedor al cariño de sus conciudadanos y al respeto de la historia.

Los primeros y más encarnizados enemigos de su empresa, fueron sus ricos parientes; de allí que su figura sea más gallarda y su actitud más admirable. Por eso nosotros, que abiertamente combatimos al señor Madero por sus errores como gobernante, con sincera convicción lo respetamos como apóstol y creemos de buen grado en su ardor y fe de visionario.

No podemos decir lo mismo del caudillo, pues en esa fase comienzan los lamentables errores; pero la magnitud de la figura del apóstol obliga a cierta indulgencia.

Su figura, en este aspecto, no brilla tan refulgente y límpida; el 10 de mayo de 1911 llega a su máximo esplendor, para apagarse en una proporción descendente hasta el punto en que, como mandatario, es una decepción.

Creemos que, sin embargo, sus desvíos no fueron el producto de la mala fe. Hubo incomprensión de los más trascendentales problemas; impreparación para examinarlos; incertidumbre para abordarlos; hasta torpeza, en último análisis; pero no maldad en el funcionario.

Se dirá que para el caso es igual. Creemos que no. Para un individuo que muere, resulta igual que sea por una descarga eléCtrica, por un balazo o por atropellamiento; mas para el que juzga, no aplica igual pena a quien mata por accidente que al que lo hace con premeditación.

Y este es, a nuestro entender, el caso del señor Madero ante la historia.


El error fundamental

Uno de los errores del señor Madero, error trascendental en nuestro concepto, fue el haberse entregado, triunfante, a sus propios enemigos, permitiendo que los elementos del régimen contra el que se había rebelado la República, permanecieran en el Poder.

Error fundamental fue también apoyarse en las fuerzas federales, lógicamente adictas a otro sistema y a otros hombres.

Error fue el desarme de los maderistas que por razón natural deberían haber integrado el nuevo Ejército, para ser el sostén del Gobierno emanado del movimiento revolucionario.

Todos esos errores se reconcentran en uno sólo que puede enunciarse así: Madero no gobernó con los hombres de la Revolución ni con ideales de la Revolución.

Por eso los actos de su Gobierno tuvieron que reflejarse directamente en los problemas de carácter social, y principalmente en el agrario cuya resolución afectaba a la clase de quienes se hallaban en el Poder y a muchos de ellos como terratenientes.


Corriente de opinión en favor del problema agrario

Pero el problema agrario había formado una corriente de opinión entre quienes trataban de lograr que el triunfo del movimiento revolucionario se consolidara sobre bases perdurables. Se buscaron y se propusieron entonces diversas soluciones: unas absurdas, otras ingenuas, como las llamó don Luis Cabrera; algunas tímidas, otras radicales y valientes; pero todas acordes en la necesidad de afrontar el problema y sus consecuencias.

El reparto de tierras no se concebía en la forma que aseguró el señor Madero.

Justamente un año antes de las declaraciones del Presidente, en junio de 1911, don Carlos Basave y del Castillo Negrete afirmó que:

La existencia del problema agrario es indudable y que un partido político que deseara el apoyo de las gentes de buena fe, para iniciar una reforma política, necesitaba tratar los problemas sociales y principalmente la cuestión agraria.

A su juicio, las tendencias deberían ser, entre otras:

El fraccionamiento de las grandes propiedades (sin que el Estado asuma el carácter de empresario en ninguna ocasión ni que el fraccionamiento sea a título gratuito) (Citado por el Licenciado González Roa en su libro El aspecto agrario de la Revolución Mexicana. Precisión del General Gildardo Magaña).

El señor licenciado don Andrés Molina Enríquez, en su obra intitulada Los grandes problemas nacionales, publicada en las postrimerías del Gobierno porfirista, demuestra que la gran propiedad individual presenta los mismos caracteres que antes de la Reforma, cuando estaba en manos de la Iglesia y es siempre una amortización de la tierra, una imposición del capital que se hace más por espíritu de dominación que por propósito de cultivo, que llena de vanidad y orgullo al propietario y crea el feudalismo rural.

En los límites territoriales de una hacienda -dice el autor citado- el propietario ejerce la dominación absoluta de un señor feudal: manda, grita, pega, castiga, encarcela, viola mujeres y hasta mata.

Demuestra luego los perjuicios que las haciendas acarrean a los pequeños propietarios, a los verdaderos productores agrícolas, pone de manifiesto el escandaloso fraude al fisco que cometen todos y cada uno de los latifundistas, llega a la conclusión de que evidentemente es necesario el fraccionamiento de los latifundios y propone como medios de lograr la reforma, la expedición de leyes, entre otras, las del impuesto como un medio indirecto de llegar a la división de las grandes haciendas.

En este punto coincidía la opinión del licenciado don Luis Cabrera, quien durante su campaña política, a raíz del triunfo del maderismo, publicó en un manifiesto sus ideas sobre la cuestión agraria, repitiendo las de un artículo por él escrito en abril de 1910.

Pero antes de la protección a la pequeña propiedad rural -decía el señor Cabrera-, es necesario resolver otro problema agrario de mucha mayor importancia que consiste en libertar a los pueblos de la presión económica y política que sobre ellos ejercen las haciendas entre cuyos linderos se encuentran como prisioneros los poblados proletarios.

Para esto es necesario pensar en la reconstitUción de los ejidos, procurando que éstos sean inalienables, tomando las tierras que se necesiten para ello, de las grandes propiedades circunvecinas, ya sea por medio de compras, ya por medio de expropiaciones por causa de utilidad pública con indemnización, ya por medio de arrendamientos o aparcerías forzosas.

Por las soluciones propuestas vemos que el ideal agrario tenía sus adeptos, no sólo entre los ignorantes campesinos que se habían levantado en armas impulsados por sus necesidades, sino entre personas de indiscutible cultura, quienes habían estUdiado el asunto como un problema sociológico y político.

Así, pues, mientras por una parte y con las armas en la mano se pedía y se tomaba la tierra como imperiosamente necesaria para la vida de una clase social, por otra pane se planteaba y resolvía teóricamente la cuestión por su imponancia en la estructura económica y para la paz orgánica del país.

Ni en el campo de la lucha armada ni en el especulativo se había pensado en lo que el señor Madero dijo, siendo lamentable que no hubiese penetrado el problema y visto las soluciones que se le ofrecían.

No bastaban, por tanto, las razones que dió de que él no había ofrecido tierras ni en sus discursos ni en sus proclamas, porque hasta suponiendo que el artículo tercero del Plan de San Luis Potosí nada hubiese dicho sobre el asunto, no por ello quedaba una Administración revolucionaria relevada de estUdiar y resolver con justicia el problema que se estaba presentando. Si el revolucionario Madero nada había ofrecido con respecto a las tierras, el Presidente revolucionario debió superar al primero.


Cómo pensaba la familia del señor Madero

Asentamos antes que los familiares del señor Madero fueron los más encarnizados enemigos de su empresa y al justificar nuestra afirmación por medio de los documentos que vamos a reproducir, veremos a la vez que el Presidente debió reflejar el sentir de esos familiares, pues al triunfar puso en manos de algunos de ellos los más imponantes ramos de su Gobierno.

Hubo también entre los repetidos familiares del señor Madero, algunos que con él compartieron valientemente las penalidades de la lucha y, claro está, no los comprendemos en la afirmación hecha arriba; por el contrario, nos hemos complacido en señalar la participación que tomaron en los asuntos de que venimos ocupándonos.

Veamos lo que don Ernesto Madero dijo en 1911 a la Prensa Asociada, con motivo de las actividades bélicas de don Francisco:

P. A. El Imparcial.
Monterrey, diciembre 3.

Ernesto Madero, miembro de la familia de Evaristo Madero, uno de los principales capitalistas e industriales de la República, dijo hoy:

Aprovecho con gusto la oportunidad para comunicar a la Prensa Asociada algunos hechos relativos a la familia Madero, cuyo nombre se ha usado libremente con motivo de los recientes acontecimientos políticos y desórdenes de México. Los hechos son que la familia de mi padre don Evaristo Madero, nada tiene que ver ahora ni ha tenido que ver antes con los desórdenes y agitación política del país, ni simpatiza con esos movimientos. Durante toda su vida mi padre ha tenido siempre como norma de conducta ser un leal y patriótico ciudadano de México, y ni un sólo miembro de su descendencia inmediata ni de las familias emparentadas con él ha tomado parte en discusiones políticas o desórdenes, como tampoco ninguno de nosotros ha contribuído con un solo centavo para fomentar revueltas contra el Gobierno sea federal o de los Estados, ni cometido acto alguno de deslealtad.

Estamos interesados en diferentes empresas en el Norte de México y siempre, como ahora, hemos gozado de la protección de la ley y todo lo que deseamos es que se nos deje en paz para seguir nuestros trabajos encaminados al desarrollo y progreso del país a cuyo Presidente y Vicepresidente (Porfirio Díaz y Ramón Corral), así como Gobierno, apoyamos como deben hacerlo todos los buenos ciudadanos.


Gestiones oficiosas ante el Jefe de la Revolución

Posteriormente, el mismo señor don Ernesto Madero, en carta dirigida al director del periódico Monterrey News, le comunica sus gestiones y sus puntos de vista con respecto a la Revolución que don Francisco había encabezado. El documento dice así:

Monterrey, 11 de marzo de 1911.
Señor J. A. Robertson.
Presente.

Muy estimado señor:

En varios periódicos de la ciudad de México y en algunos del extranjero, se publicó a fines del mes de febrero último üná éntrevísta tenída en Washington con el doctor Francisco Vázquez Gómez, representante que se dice del partido revolucionario mexicano, en la cual manifestó que algunas personas, entre ellas un amigo personal e influyente del señor general don Porfirio Díaz, deseaban discutir medidas para el restablecimiento de la paz y que se citaba al señor Vázquez Gómez para concurrir a una conferencia en la ciudad de Corpus Christi, Tex.

Con el deseo de evitar interpretaciones torcidas, y para poner estas cosas en su verdadero lugar, cumple a mi deber manifestar públicamente los antecedentes exactos sobre la referida conferencia que en efecto tuvo lugar en Corpus Christi, a fines de febrero, y en la cual tomaron participación solamente el señor licenciado Rafael L. Hernández, mi hermano Evaristo Madero y Hernández y yo mismo, por una parte, y el señor Alfonso Madero y mi hermano don Francicéo por la otra.

Al provocar esa reunión, sólo nos guió un sentimiento de patriotismo, debíendo cooperar con nuestro pequeño contingente para procurar que cesen y tengan fin los graves males que sufre nuestro país con la contienda actual de hermanos contra hermanos, y que se ha desarrollado en el Estado de Chihuahua.

Tanto el señor don Alfonso Madero como el señor don Francisco Madero (Padre de Don Francisco I. Madero), quien vino de Nueva York expresamente para concurrir a la referida conferencia, manifestaron muy buena disposición pata intervenir con los directores de la Revolución, a fin de que cesaran las hostilidades y depusieran las armas solicitando una amnistía general, pero desgraciadamente el doctor Vázquez Gómez se negó desde Washington a discutir con nosotros y pretendió darnos un carácter que no hemos tenido, procurando a la vez mezclar a otras personalidades muy respetables, enteramente ajenas a estos asuntos.

No es, pues, el Gobierno de México el que ha mandado comisionados a Corpus Christi para tratar de la paz, síno nosotros mismos, qde formamos parte de la familia Madero, los que hemos tenido esa pretensión por no estar de acuerdo la mayoria de todos nosotros en que se siga derramando sangre mexicana sin que haya causa o motivo para ello, pues somos los primeros en reconocer y reconoceremos la legalidad de las autoridades.

Rogando a usted se sirva dar publicidad a estas líneas en su acreditado diario, queda su afectisimo y S. S.

Ernesto Madero

No necesitan comentario alguno los documentos que acabamos de reproducir. Sólo conviene aclarar que el amigo personal e influyente del general Díaz, fue el español don Iñigo Noriega, quien había salido hacia la frontera Norte del país, con el pretexto de visitar La Sauteña, de su propiedad.

Este dato fue dado a conocer en el periódico México Nuevo de San Antonio, Tex., correspondiente al 5 de abril de 1911, por el señor Juan Sánchez Azcona.

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