Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO II - Capítulo XIII (Primera parte) - El ideal agrario durante el gobierno del señor MaderoTOMO II - Capítulo XIV (Primera parte) - La caída del gobierno maderistaBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña

TOMO II

CAPÍTULO XIII
(SEGUNDA PARTE)

CÓMO OPINABA EL LICENCIADO LUIS CABRERA SOBRE EL PROBLEMA AGRARIO EN 1912


Reproducimos el discurso pronunciado en la Cámara de Diputados el 3 de diciembre de 1912, al fundar el señor licenciado don Luis Cabrera un proyecto de ley sobre reconstitución y dotación de ejidos.


El Ejecutivo no se hallaba dispuesto

Cuando hemos pensado en la presentación de este proyecto a la Cámara no dejé de procurar auscultar la opinión del Poder Ejecutivo acerca de la buena disposición en que estuviese para emprender estas reformas; y debo declarar con franqueza que no encontré esa buena disposición de parte del Ejecutivo. El Ejecutivo cree -y en esto puede tener razón, pero también puede estar equivocado- que es preferente la labor del restablecimiento de la paz, dejándose para más tarde las medidas económicas, que, en concepto del Ejecutivo, perturbarían el orden más de lo que ya se encuentra perturbado. Mi criterio no es el mismo; el mío es el que el restablecimiento de la paz debe buscarse por medios preventivos y represivos, pero a la vez por medio de transformaciones económicas que pongan a los elementos sociales en conflicto, en condiciones de equilibrio más o menos estable. Una de esas medidas económicas trascendentales y benéficas para la paz, es la reconstitución de los ejidos.

La Secretaría de Fomento no desconoce la importancia de la reconstitución de los ejidos; la sabe. Los miembros de la Comisión Agraria de esa Secretaría, habían estudiado el punto y habían llegado a conclusiones casi iguales a las mías, un poco más tímidas si se quiere; pero la Secretaría de Fomento ha creído conveniente dejar en la cartera estas atrevidas iniciativas de carácter agrario de su Comisión, prefiriendo dedicar sus energías a otros trabajos que, en su concepto, son más necesarios; por ejemplo: la reorganización de la Caja de Préstamos. Disiento en absoluto de criterio, respecto a la urgencia de estas medidas; yo creo que la Secretaría de Fomento, en estos instantes, debería consagrar preferentísimamente su atención a las cuestiones agrarias, como lo ha consagrado a las cuestiones obreras, por razones de prudencia que expuso desde esta tribuna el otro día. Lejos de eso, se ha desentendido de la cuestión agraria, porque para el Ejecutivo, las necesidades de las poblaciones no pesan como amenaza de la paz pública como pesan las amenazas de los obreros.

Muchas de las cuestiones cuya solución no entendemos y muchos de los problemas que no comprendemos, en este momento, dependen principalmente de lá condición económica de las clases rurales.


La evolución de la idea agrarista

Las ideas de las sociedades sufren una especie de evolución que es curioso observar: las ideas sobre materias agrarias han venido sufriendo esa evolución en México, del siguiente modo:

Don Prancisco I. Madero, en el Plan de San Luis Potosí, apuntó la necesidad de tierras como causa del malestar político, y prometió remediarla. El magonismo -no este que ustedes creen, sino el otro- había apuntado también la necesidad de tierras (Se refiere al programa del Partido Liberal Mexicano que se publicó y discutió en las columnas del periódico Regeneración, que dirigió don Ricardo Flores Magón. Precisión del general Gildardo Magaña). La necesidad de tierras era una especie de fantasma, una idea vaga que en estado nebuloso flotaba en todas las conciencias y en todos los espíritus. Se adivinaba que el problema agrario consistía en dar tierras; pero no se sabía ni de dónde, ni a quiénes ni qué clase de tierras. Fue necesario que esas ideas se fueran puliendo, desarrollando, precisando, amplificando y estas ideas se han difundido no por la prensa, que en esta materia se ha callado, cuando no se ha colocado contra la Revolución, sino por un procedimiento de comunicación personal, de unas personas a otras. Yo recuerdo que a principios del año de 1910, todavía en 1911, se consideraba un verdadero disparate eso de la reforma agraria y se nos predicaba en la prensa que ya podíamos conformarnos con la situación económica rural que guardaba el país, porque era excelente, y no había urgencia de reformarla; las leyes de terrenos baldíos que nos habían traído a la condición en que nos encontrábamos, recibían todavía grandes elogios; el talento financiero y sociológico de don Carlos Pacheco era aún una de nuestras leyendas políticas, y los beneficios que las compañías deslindadoras. y que las grandes empresas agrarias rurales nos habían hecho, se decían considerables.

De lo que entonces se creía a lo que se piensa ahora, hay mucha diferencia. Las ideas han evolucionado.

Se escribió en 1909 y 1910 un libro que casi nadie ha leído y que probablemente muy pocos de vosotros habéis leído: ¡es el libro de Andrés Molina Enríquez sobre Los grande problemas nacionales, es sumamente pesado, según dicen los que no sienten por la cuestión agraria ese entusiasmo, ese amor que sentimos algunos; pero además tiene, para ser leído, el inconveniente de que casi no trae citas de autores franceses, ingleses o alemanes, para fundar su tesis, sino simplemente la observación de los hechos tal como ocurren. en nuestro país, y naturalmente, como para muchos pseudosociólogos no hay hombres que estudien estas materias en nuestro país, y como no vienen traducidos del francés y del inglés algunos de sus párrafos, los consideramos poco dignos de atención. Ese libro, sin embargo, contribuyó en una gran medida al esclarecimiento de muchas de nuestras cuestiones económicas; no diré que contenga, como dice el señor Lozano, todas las verdades que una pitonisa pudiera revelar; pero sí que desde que se publicó, víene contribuyendo al esclarecimiento de las materias agrarias. Podéis ver que en ese libro se había llegado a muchas conclusiones que tal vez a alguno de vosotros parezcan nuevas.


Medios ingenuos de resolver el problema

En cuanto se pensó que el problema agrario era, en suma, una necesidad de tierras, el instinto económico encontró lo que yo llamo el primero de los medios ingenuos de resolución del problema. Esos medios ingenuos son naturalmente los que encuentran la codicia personal al tratar de hacer un negocio de lo que se considera una necesidad nacional. Y aquí es el caso de repetir una maldición sin la menor intención de lastimar a nadie con el recuerdo de un incidente. Se pensó inmediatamente en comprar tierras para vendérselas caras al Gobierno, a fin de que éste satisfaciese las necesidades de las clases proletarias. Entonces fue cuando por primera vez maldije a esos hombres que no pueden ver un dolor o Un sufrimiento sin pensar inmediatamente en cuántos pesos pueden sacarse de cada lágrima de sus semejantes.

Cuando la necesidad de tierras era todavía una especie de nebulosa, y no tenía más manifestaciones que las manifestaciones de malestar social y económico, se pensó inmediatamente en ir a comprar tierras a Tamaulipas o a Coahuila para transportar en éxodo moderno los poblados de Guerrero, del Sur de Puebla, de Morelos, a ver si así se curaba el malestar que existía en esas regiones. Este es el medió más ingenuo de todos los que se han podidó encontrar para resolver el problema agrario.

En cuanto el Gobierno Nacional se convenció de la inadaptabilidad de este medio, y en cuanto los especuladores soñadores vieron que no era posible dar entrada a esta solución, fue el Gobierno el que empezó a pensar en otro de los medios que yo llamo ingenuos: el reparto de tierras nacionales.

El reparto de tierras nacionales y baldías pudo tener gran significación a principios del siglo XIX, cuando la propiedad particular era relativamente pequeña y la parte que quedaba entonces por repartirse era buena, la feraz, la conquistable por el esfuerzo humano; y por consiguiente, era posible dar a los soldados y a los servidores de la Patria un terreno donde establecerse.

Cuando estos medios ingenuos se desacreditaron, comenzó a comprenderse que no era precisamente la necesidad de crear la pequeña propiedad particular la más urgente; se vió que esos medios no podrían satisfacer las necesidades de los cientos de miles de hombres cuya pobreza y cuya condición de parias dependen de la desigualdad en la distribución de la tierra, no quedaban satisfechos por ese sistema. Se comprendió entonces que había otro problema mucho más hondo, mucho más importante que todavía no se había tocado y que, sin embargo, era de más urgente resolución, éste era el problema de proporcionar tierras a los cientos de miles de indios que las habían perdido o que nunca las habían tenido.

En cuanto a la creación de la pequeña propiedad particular, descartados los dos medios ingenuos de comprar tierras y de enajenar baldíos, se comprendió que sólo podía lograrse mediante la resolución de otros varios problemas que significaban otras tantas cuestiones agrarias, que a su vez exigían otras tantas leyes agrarias; tales son el problema del crédito rural que ya ha tocado alguno de nuestros compañeros, la cuestión de irrigación, la cuestión de catastro, la cuestión de impuestos, etcétera. Se vió que la labor era sumamente ardua, que el arte era sumamente largo y la vida breve para poder acometer estos problemas; y entonces se ha abierto paso la idea sensata de que es necesario dejar encomendada al funcionamiento de las leyes económicas la resolución de estos problemas, ayudando la evolución de la pequeña propiedad rural por medio de leyes propiamente dichas, que deberían ser expedidas para asegurar el funcionamiento de las leyes económicas que necesariamente traerán la formación automática de la pequeña propiedad.


Tierras para las colectividades

Poco a poco fue precisándose entre tanto, el otro problema, el verdadero problema agrario, el que consiste en dar tierras a los cientos de miles de parias que no las tienen. Era necesario dar tierra, no a individuos, sino a los grupos sociales. El recuerdo de que en algunas épocas las poblaciones habían tenido tierras, hacía inmediatamente pensar en el medio ingenuo de resolver este problema: las reivindicaciones. Todas las poblaciones despojadas pensaron desde luego en reivindicaciones: Ixtayopan, Tláhuac, Mixquic, Chalco, etcétera -hacia por vía de ejemplo de estos pueblos que están a las puertas de la capital- se acordaban de que apenas ayer habían perdido sus terrenos, y era indudable que los habían perdido por procedimientos atentatorios; ¡qué cosa más natural que, al triunfó de la Revolución que prometió justicia, se pensase en llevar a cabo la reivindicación de los terrenos usurpados, en obtener que un capitalista, aun cuandó un poco ambicioso, se sacrificase entregando los terrenos que había usurpado; que por este medio de justicia se satisfaciese la sed de tierra de estos desgraciados, y que se lograse que los pueblos pudieran seguir viviendo como habían vivido antes, como habían podido vivir durante cuatrocientos años, más de cuatrocientos años, porque sus derechos provenían desde las épocas del Anáhuac!

El sistema de reivindicaciones, lógico, pero ingenuo, fue aceptado, por supuesto, por la Secretaría de Fomento desde luego; se invitó a todas las poblaciones que se encontraban en el caso de reivindicar sus ejidos, porque las injusticias más grandes que pueden cometerse en la historia de los pueblos, llega un momento en que no pueden deshacerse ya por medio de la justicia correspondiente, sino que es necesario remediarlas en alguna otra forma.

Cuando se comenzó a pensar en los ejidos, la misma necesidad de tierras que se hace sentir en los pueblos tomó su manifestación menos a propósito en los momentos actuales, a saber: la de que se continuara la división de las tierras de común repartimiento entre los vecinos; es decir, se pensaba que la solución del problema podía consistir en reducir a propiedad individual los terrenos que todavía podían quedar indivisos en manos de los pueblos con el fin de satisfacer las necesidades personalísimas de cada uno de sus habitantes. Esta tendencia tomó un poco de auge, a pesar de que muchos sabían que sería uno de los casos más inconvenientes que podían darse en los momentos actuales, y que precisamente el no haberse llevado a cabo por completo la división de los terrenos de común repartimiento, era lo que había salvado a las pocas poblaciones que aún conservaban sus terrenos. Afortunadamente, la opinión pública reaccionó a tiempo y en la actualidad ya casi no se habla de la división de los terrenos que constituyen los ejidos.


Valor social del ejido

Puedo ya plantear el problema tal como lo entiendo en estos momentos. A riesgo de cansaros, voy a insistir en la súplica de vuestra indulgencia respecto de un punto.

La política la entiendo como la más concreta de las ciencias, como la más concreta de las artes, y exige por lo mismo, gran cuidado para no caer en razonamientos de analogía, tanto respecto de otros países como respecto de otros tiempos. Nuestra política necesita ante todo el conocimiento personal y local de nuestra Patria y de nuestras necesidades, más bién que el conocimiento de principios generales sacados del estudio de otros pueblos.

Los antecedentes que voy a tomar para la resolución de este problema, no son los antecedentes de la Historia de Roma, ni los de la Revolución Inglesa, ni los de la Revolución Francesa, ni los de Australia, ni los de Nueva Zelanda, ni siquiera los de Argentina, sino los antecedentes del único país que puede enseñarnos a resolver nuestros problemas, de un país que es el único que podemos copiar: de Nueva España, Nueva España es el único país al que puede copiar México.

Dos factores hay que tener en consideración: la tierra y el hombre; la tierra, de cuya posesión vamos a tratar, y el hombre, a quien debemos procurar dar tierras.

No quiero cansar la atención de los señores diputados que me escuchan, disertando sobre lo que es, era o se llamaba el fundo legal de los pueblos de Nueva España, y por lo tanto, sólo haré una brevísima exposición.

Ya fuese que se respetaran las condiciones encontradas por los ocupantes españoles en el momento de la conquista, y que, por consiguiente, siguiendo la sabia disposición de Felipe II, se dejara a los indios en el estado en que se encontraban; ya fuese que se fundasen pueblos por medio de reducciones; ya se formaran pueblos propiamente tales por medio del establecimiento de colonos, la población no podía subsistir conforme al criterio español ni conforme al criterio colonial si no tenía casco, los ejidos y los propios.

El casco, que constituía la circunscripción destinada a la vida verdaderamente urbana; el ejido, destinado a la vida comunal de la población, y los propios, destinados a la vida municipal de la institución que allí se iba a implantar.

Del casco no tenemos que ocuparnos. Los ejidos y los propios han sido origen de importantísimos fenómenos económicos desarrollados en nuestro país. Todo el que haya leído una titulación de tierras de la época colonial, puede sentir cómo trasciende la lucha entre las haciendas y los pueblos a cada página de la titulación de una hacienda o de un poblado. En la lucha económica rural que se entabló durante la época colonial entre los pueblos y las haciendas, el triunfo iba siendo del pueblo por sus privilegios, por sus condiciones de organización, por la cooperación efectiva que los siglos enseñaron a los indígenas y a los habitantes de los pueblos, y, sobre todo, por el enorme poder que ponía en manos de los pueblos la posesión de los propios, como elementos de riqueza para la lucha, y los ejidos como elementos de conservación.

Los ejidos aseguraban al pueblo su subsistencia, los propios garantizaban a los ayuntamientos el poder; los ejidos eran la tranquilidad de las familias avecindadas alrededor de la iglesia, y los propios eran el poder económico de la autoridad municipal de aquellos pueblos, que eran ni más ni menos que grandes terratenientes frente al latifundio que se llamaba la hacienda. Ese fue el secreto de la conservación de las poblaciones frente a las haciendas, no obstante los grandísimos privilegios que en lo político tenían los terratenientes españoles en la época colonial.

Se abusó de los propios, se llegó a comprender hasta dónde constituían una verdadera amortización; y cuando, por virtud de leyes posteriores, se trató de la desamortización de bienes de manos muertas, no se vaciló en considerar a los propios como una forma de amortización muy peligrosa, y que era necesario deshacer, al igual que fueron deshechas las amortizaciones de las instituciones religiosas y de las corporaciones laicas.


Error de la Reforma

La situación de los pueblos frente a las haciendas era notoriamente privilegiada hasta antes de la ley de desamortización, de 1856. Estas leyes están ya perfectamente juzgadas en lo económico y todos vosotros sabéis, sin necesidad de que os lo repita, cómo mientras pudieron haber sido una necesidad respecto de los propios de los pueblos, fueron un error muy serio y muy grande al haberse aplicado a los ejidos. Las leyes de desamortización se aplicaron a los ejidos en forma que todos vosotros sabéis, conforme a las circulares de octubre y diciembre de 1856, resolviéndose que, en vez de adjudicarse a los arrendatarios, debían repartirse, y desde entonces tomaron el nombre de terrenos de repartimiento entre los vecinos de los pueblos. Este fue el principio de la desaparición de los ejidos y este fue el origen del empobrecimiento absoluto de los pueblos. En la actualidad, no diré ya que por usurpaciones, que las ha habido; no diré ya que por robos o por complicidades con las autorídades, que los ha habido a miles, sino por la reforma que se dió a las amortizaciones de los ejidos, era natural, por una razón económica, que éstOs fuesen a manos que supiesen utilizarlos mejor. De las manos de los vecinos agraciados en un reparto, tarde o temprano deberían pasar a constituir un nuevo latifundio con el carácter de hacienda, o agregarse a las haciendas circunvecinas. Los resultados vosotros los sabéis: en ciertas zonas de la República y principalmente en la zona correspondiente a la Mesa Central, todos los ejidos se encuentran constituyendo parte integrante de las fincas circunvecinas; en la actualidad, pueblos como Jonacatepec, como Jojutla ... pero ¿para qué he de citar a Morelos? Citaré al Distrito Federal: pueblos como San Juan Ixtayopan, como Mixquic, como Tláhuac, como el mismo Chalco, se encuentran absolutamente circunscritos dentro de las barreras de la población, y en condiciones de vida tales, que jamás al más cretino de los monarcas españoles o de los virreyes de la Nueva España, se les habría ocurrido que un pueblo pudiese vivir en esta forma; y sin embargo, era necesario que fuese un aventurero español el que viniese a convencernos de que los pueblos de México no necesitaban, para vivir, más que el terreno donde se amontona el grupo de jacales de sus moradores.

Esta es la situación del noventa por ciento de las poblaciones que se encuentran en la Mesa Central, que Molina Enríquez ha llamado ya la zona fundamental de los cereales, y en la cual la vida de los pueblos no se explica sin la existencia de los ejidos.


Defensa contra la desintegración del ejido

Contra la desintegración de los ejidos hubo sus defensas, y habéis escuchado en otra ocasión al C. diputado Sarabia, decir desde esta tribuna que ciertos pueblos, y puso como ejemplo un pueblo del Distrito Federal, había conservado por ciertos medios sus ejidos. No era un solo pueblo ni son unos cuantos; son bastantes ya los que en tiempo oportuno supieron resistir la desintegración de sus ejidos por medios que están al alcance de todos. Después de hecha la repartición de sus terrenos en manos de los vecinos, instintivamente muchos de ellos comenzaron a depositar sus títulos de adjudicación en manos de aquellas personas que merecían mayor confianza de parte de los vecinos del pueblo, hasta que este cacique, llamémoslo así en el buen sentido de la palabra, reunía en sus manos todos los pequeños títulos con encargo tácito de conservar y defender los terrenos del pueblo por medio de una administación comunal que continuaba de hecho. En el Estado de México, este sistema fue frecuentísimo y llegó a perfeccionarse hasta llegar a la formación de compañías cooperativas y anónimas, constituídas por todos los vecinos del pueblo, con el fin de volver a la situación comunal, de donde la ley los sacaba, por medio de un procedimiento que iba mas de acuerdo con las modernas tendencias de organización social, según el alcance de la inteligencia un poco torpe de los tinterillos del pueblo.

Esta fue la única forma de defensa que se enfontró contra la desaparición de la propiedad comunal; pero esa forma de defensa era absolutamente ineficaz a la vigorosa atracción que ejercían sobre la pequeña propiedad de repartimientos los latifundios circunvecinos.

Ya fuese pues por despilfarro de los pequeños titulares, ya por abusos de las autoridades, lo cierto es que los ejidos han pasado casi por completo de manos de los pueblos a manos de los hacendados; como consecuencia de esto, un gran número de poblaciones se encuentra en la actualidad absolutamente en condiciones de no poder satisfacer ni las necesidades más elementales de sus habitantes. El vecino de los pueblos del Estado de Morelos, del Sur de Puebla, del Estado de México, no tiene absolutamente manera de llevar a pastar una cabra, ni de sacar lo que por ironía se llama leña, y que no es más que un poco. de basura, para el hogar del paria; no tiene absolutamente manera de satisfacer aquellas necesidades indispensables de la vida rural, porque no hay absolutamente un metro cuadrado de ejidos que sirva para la vida de las poblaciones. Y no se necesitan argumentos económicos ni mucha ciencia para comprender que una población no puede vivir cuando no hay medios de carácter industrial que puedan suplir a los medios de carácter agronómico que las hacía vivir anteriormente.


Ningún apoyo contra los grandes terratenientes

Los medios ingenuos para la resolución de este problema, para el remedio de esta situación, consistirían, en primer lugar, en las reivindicaciones. Si los vecinos de los pueblos recordaban que allá, por ejemplo en los municipios de Ixtlahuaca o de Jilotepec, habían existido ejidos, ¿qué cosa más natUral y más sencilla que acudir a las autoridades, ahora que ha triunfado esa Revolución que había prometido justicia, que había prometido tierras y que las había prometido, dígase lo que se quiera; ¿qué cosa más natural que pedir la reivindicación de los ejidos? Y, sin embargo, ¿qué cosa más difícil en realidad que obtener la reivindicación de los ejidos? Las reivindicaciones se han intentado, pero en la forma más injusta que podía haber; porque mientras las reivindicaciones de las grandes injusticias, de las más recientes expoliaciones de los pueblos no han podido efectuarse ni encuentran apoyo absolutamente en ninguna parte, ni en la Administración de Justicia, ni en el seno de esta misma Cámara, en cambio las reivindicaciones contra los pequeños terratenientes, contra los modestos vecinos que habían quedado con algunas partículas de los ejidos en las manos allí cerca de la población, ésas sí han encontrado un apoyo, y el más injustificado de los apoyos, en algunas autoridades locales, que creen que con alentar el despojo de aquellos que se encuentran poseyendo pequeñas porciones de terreno del que antiguamente constituía el ejido, salvan la situación y no se ha querido ver que las verdaderas reivindicaciones, las que podían haberse intentado, o cuando menos haberse pensado, son las dirigidas a recobrar ejidos que pasaron en globo a manos de grandes terratenientes, los cuales en algunos casos están perfectamente protegidos a título de que se trata de intereses de familias influyentes y aun de extranjeros, que es necesario respetar para no echar a perder el crédito del país.

Esto es lo que ha ocurrido en muchas partes; no quiero mencionar ejemplos de personas, porque no deseo lastimar a nadie; pero si me permitís, voy a mencionar uno. Para no salirme del círculo y del dominio feudal de Iñigo Noriega, mencionaré a Xochimilco. Chalco y sus diversos pueblos no han podido obtener absolutamente que le sean devueltas las tierras usurpadas por los medios más inicuos y hasta por la fuerza de los batallones; la autoridad sigue prestando garantías a Iñigo Noriega para la defensa de sus enormes latifundios, hechos por medio del despojo de los pueblos, y en cambio Aureliano Urrutia en Xochimilco tiene encima todas las ambiciones de algunos agitadores, y toda la arbitrariedad de las autoridades locales, que azuzan al pueblo clamando contra el enorme latifundio de 300 hectáreas de la ciénaga de Urrutia. El Gobierno Federal, que no ha hecho nada para recobrar los ejidos usurpados por Noriega, discute, en cambio, la propiedad de 100 hectáreas que Aureliano Urrutia está detentando con perjuicio de las sagradas promesas proclamadas por la Revolución de 1910.

Este caso se presenta por miles en el resto de la República, y constituye la causa de un gran número de descontentos que presenciamos, ofreciéndosenos así la paradoja de que los terratenientes en pequeño sean las principales víctimas de la reivindicación de tierras y sean precisamente los enemigos de todo cambio en las condiciones económkas de los pueblos; ¿por qué tal absurdo? porque las revoluciones, en este caso, para hablar en términos sencillos, están dando en el dedo malo, el hilo se está reventando por lo más delgado.


El por qué de la esclavitud rural

La solución que presento no es nueva; pero permitidme que antes de explicarla, ya que os he descrito el estado de la tierra y cómo ha venido a quedar en poder de los grandes terratenientes, y antes de decir cómo puede salir de esas manos para devolverla a los pueblos, os diga unas cuantas palabras acerca de lo que yo llamo El hombre.

Las leyes de desamortización de 1856, acabando con los ejidos, no dejaron como elementos de vida para los habitantes de los pueblos, que antiguamente podían subsistir durante todo el año por medio del esquilmo y cultivo de los ejidos, más que la condición de esclavos, de siervos de las fincas. Cuando os preguntéis el por qué de todas las esclavitudes rurales existentes en el país, investigad inmediatamente si cerca de las fincas de donde salen los clamores de esclavitud, hay una población con ejidos. Y si no hay ninguna población con ejidos a la redonda, como pasa por ejemplo en el Istmo y como mucho tiempo ha pasado en el Estado de Tlaxcala y en muchas partes del Sur de Puebla, comprenderéis que la esclavitud en las haciendas está en razón inversa de la existencia de ejidos en los pueblos.

El industrialismo comenzado a desarrollar desde el año de 1884 para acá vino a transformar un poco la condición de las clases rurales, sobre todo en aquellos lugares en donde había actividad industrial o que se encontraban en la proximidad de centros extractivos mineros. Así fue como algunas poblaciones fueron poco a poco mejorando económicamente, hasta el grado de que ciertas poblaciones en la actualidad no necesitan para nada los ejidos, porque sus condiciones industriales o sus condiciones mineras dan suficiente ocupación y suficientes salarios a la población. Nadie diría que El Oro o Torreón, por ejemplo, que Guanajuato o cualquiera otra capital del Estado necesitase ejidos. ¿Por qué? Porque tienen otros elementos industriales de vida.

Pero en los lugares donde no existen esas condiciones de vida, son necesarios los ejidos para los pequeños poblados; donde no hay ni siquiera pueblos, donde enormes extensiones de terreno y distritos enteros se encuentran ocupados por la hacienda, allí indudablemente existe la esclavitud. Turner tenía razón; vosotros sabéis que cuando el México bárbaro se escribió, era cierto todo lo que se relataba allí; más aún, que los colores eran débiles; pero esa malhadada cobardía que nos dominaba en aquella época hizo que creyéramos injurioso para el general Díaz el que se confesase que durante su gobierno y en el país que él había sabido gobernar diz que tan bien, existía la esclavitud. Turner tenía razón y los artículos de México bárbaro son apenas un ligero e insignificante bosquejo de lo que pasaba en todas partes del país y pasa todavía en los momentos actuales.

Señores diputados:

Excusadme un momento más, que ya que he cansado vuestra atención, procuraré dar un poco de interés a lo que sigue: no vais a oír nada nuevo ni mucho menos expresado en forma elegante, vais a oír la observación escueta, pero conmovedora, de los hechos.


Maniobras para conservar al esclavo

La hacienda, tal como la encontramos de quince años a esta parte en la Mesa Central, tiene dos clases de sirvientes o jornaleros: el peón de año y el peón de tarea. El peón de año es el peón acasillado, como gerieralmente se dice, que goza de ciertos privilegios sobre cualquier peón extraño, con la condición de que se acasille, de que se establezca y traiga a su familia a vivir en el casco de la hacienda y permanezca al servicio de ella por todo el año. El peón de tarea es el que ocasionalmente, con motivo de las siembras o con motivo de las cosechas, viene a prestar sus servicios a la finca.

El peón de año tiene, el salario más insignificante que puede tener una bestia humana, tiene un salario inferior al que necesita para su sostenimiento, inferior todavía a lo que necesitase para la manutención de una buena mula. ¿Por qué existe ese salario? ¿Teóricamente es posible que un hombre viva con ese salario? Pues no es posible que viva con ese salario; pero el salario existe en esas condiciones de inferioridad por las siguientes razones: la hacienda puede pagar, por ejemplo, o calcula poder pagar un promedio de $ 120.00 por los cuatro meses que necesita las labores del peón; esto significaría que tendría que pagar en cuatro meses a razón de $ 30.00 o sea $ 1.00 diario, a un buen peón que le bastaría para todas las labores del año. Pero si recibiese al peón y lo dejase ir nuevamente, tendría las dificultades consiguientes a la busca de brazos. Se ve entonces en la necesidad de procurar la permanencia de ese peón dentro de la finca, diluyendo el salario de cuatro meses en todo el curso del año, pagando el jornal de $ 0.31 diarios o sean los mismos $ 120.00 al año.

El jornal de $ 0.31 diarios, para e! peón de año, es ya un magnífico salario que no en todas partes se alcanza; generalmente el peón de año gana $ 0.25.

El peón de año está conseguido a un reducidísimo salario; pero con la condición de que permanezca allí y de que allí tenga a su familia; es decir al precio de su libertad, como vais a verlo, tiene asegurado el trabajo para todo e! año, aunque sea con un jornal insignificante; un salario que es inferior al flete que gana e! más malo de los caballos o la más mala de las acémilas si se le pone de alquiler. El dueño de la finca paga, pues, un salario que, oscilando alrededor de $ 0.25 diarios, no basta para que las necesidades del peón se satisfagan; por consiguiente, el hacendado busca la manera de conservar al peón acacasillado.

Si dispone del jefe político, que no es más que un mozo de pie de estribo del hacendado; si dispone del arma tremenda del contingente Referencia al llamado servicio forzado en el ejército, verdadera lacra que la revolución hizo desaparecer. Precisión del General Gildardo Magaña), esa tremenda amenaza que viene pesando hace mucho sobre nuestras clases rurales; si dispone de la tlapixquera para encerrarlo cuando quiere huir de la finca; si dispone, en fin, del poder y de la fuerza, puede tener los peones que necesite y puede estar cierro de que allí permanecerán. Pero en cuanto estos medios meramente represivos le faltan, e! dueño de ia finca tiene que acudir a otros, tiene que aflojar un poco y acudir a medios económicos de otro orden de atracción para conservar todavía al peón. Voy a enumerarlos.

El precio a que tienen derecho de adquirir e! maíz los peones de la hacienda, constituye el primero de los complementos del salario del peón de año. Si el maíz vale generalmente en el mercado $ 8.00 ó $ 10.00 no importa; de la cosecha de la hacienda siempre se ha apartado maíz suficiente para poder dar constantemente al peón de año el maíz a $ 6.00, ó a seis reales la cuartilla. Media cuartilla semanaria es la dotación regular de la familia de un peón. Este es ya un incentivo económico y de hecho es un pequeño aumento al salario del peón, supuesto que se le rebaja e! valor del maíz, y se le da en el maíz un pequeño complemento a su salario; no mucho, apenas lo suficiente para que no se muera de hambre. Y esto tiene el carácter de un favor del amo a los peones de año.

En la zona pulquera se conoce otro aumento al salario del peón tlachiquero: se llama tlaxilole, es la ración de pulque que, al caer la tarde y después de cantar el Alabado, recibe el tlachiquero para las necesidades de su familia, y que, o lo bebe, o lo vende, o lo va a depositar en algo que se llama un panal, en un tronco hueco de maguey, donde sirve de semilla. para una fermentación clandestina. Lo general es que se lo beba o lo venda; pero de todos modos el tlaxilole constituye un pequeño aumento al salario del peón tlachiquero.

Constituye también un complemento del salario, y debería yo haberla mencionado en primer lugar, la casilla; es decir, la mitad, la tercera parte u octava parte de casilla que le toca a un desgraciado de éstos como habitación; es cierto que el peón acasillado tiene que compartir el duro suelo en que se acuesta con otros peones o sirvientes de la finca, en una promiscuidad poco cristiana; pero, sin embargo, tiene una pequeña porción de hogar que es un complemento del sueldo de que goza.


Los hacendados no querían la ilustración de sus siervos

Mientras tiene el carácter de peón de año, tiene -¡y qué pocas veces la tiene!- la escuela. La escuela existe, pero en condiciones tales que en el año de 1895, en que yo serví como maestro de escuela en una hacienda pulquera, recibí como primeras instrucciones del administrador de la hacienda -que, entre paréntesis, no era él quien pagaba mi sueldo, sino que yo era empleado oficial-, no enseñar más que a leer y escribir y el catecismo de la doctrina cristiana, con prohibición absoluta de enseñar aritmética y, sobre todo, de esas cosas de instrucción cívica que ustedes traen y que no sirven para nada.

Cuando en 1895 era yo maestro de escuela en una hacienda del Estado de Tlaxcala, no se conocía allí la enseñanza de la lectura y escritura simultáneas, ni el método de palabras normales. Esto lo pueden comprender los que son maestros de escuela y saben los adelantos que la Pedagogía había ya hecho en aquella época. Encontré implantado en la escuela el silabario de San Miguel, que en la mayor parte de la República había sido ya substituído hacía tiempo por el silabario de San Vicente. Encontré gran resistencia de parte de los hacendados para la enseñanza de la aritmética, y vosotros comprenderéis por qué esa resistencia. Y si esto pasaba en el año de 1895, aquí a las puertas de la capital y a tres horas de ferrocarril, ya supondréis lo que sigue pasando en muchas partes del país; pero, en fin, la escuela es un pequeño aumento al salario del peón, que, por cierto, no siempre proporciona la hacienda.


La tienda de raya

Siguen los fiados en la tienda de raya. La tienda de raya no es un simple abuso de los hacendados; es una necesidad económica en el sistema de manejo de una finca; no es concebible que una hacienda carezca de tienda de raya; y no va a ser este el momento en que yo haga digresiones acerca de los medios de suprimirla, puesto que ya hemos recibido la iniciativa de los señores Ramírez Martínez y Nieto, en mi concepto muy atinada. La tienda de raya es el lugar donde el hacendado fía las mercancías al peón, lo cual se considera un beneficio para el jornalero; pero, al mismo tiempo, es el banco del hacendado. Los complementos al salario del que antes he hablado, constituyen las larguezas de la finca que el hacendado entrega con la mano derecha; con la mano izquierda, o sea por conducto de la tienda de raya, el hacendado recoge los excesos de salario que había pagado al jornalero; todo eso que el peón ganaba en el maíz, en la casilla y en el tlaxilole, todo eso lo devuelve en el mostrador de la tienda de raya. Y lo tiene que devolver indefectiblemente, porque el sistema de fiado perpetuo, constante, incurable en nuestras clases sociales y hasta en nosotros mismos, es la muerte económica de nuestras clases pobres. El sistema de fiado tiene su más característica aplicación en la tienda de raya, donde el jornalero recibe al fiado todos los días lo que necesita para comer, descontándosele de su raya el domingo, pues el peón, por lo regular, no recibe al fin de semana en efectivo más que unos cuantos centavos; lo demás es cuestión de mera contabilidad.

Cuando llega la semana santa, la mujer necesita estrenar unas enaguas de percal; los hijos, un par de huaraches, y el hombre, un cinturón o una camisa con qué cubrir sus carnes. Como para el peón no existe absolutamente ninguna otra fuente de ingresos que el jornal, no tiene otra parte a donde acudir más que al patrón de la finca para que le haga el préstamo de semana santa. El préstamo de semana santa no excede por término medio de $ 3.00 a $ 5.00 por cada peón y el hacendado lo hace como renglón regular de egresos, sin pensar en cobrarlo; pero sí se apunta indefectiblemente en los libros de la hacienda, en la cuenta especial de peones adeudados; ¿para qué, si no podrá pagarlo el jornalero, ni tampoco el dueño de la finca piensa recobrarlo?; no importa; lo cobrará en la sangre de los hijos y de los nietos hasta la tercera o cuarta generación.

El préstamo de semana santa se reproduce en todos santos, con una poca más de gravedad, porque el préstamo de todos santos es el más importante de los tres préstamos del año; varía entre $ 6.00 y $ 10.00 por peon. Hay otro préstamo que se hace con motivo de la fiesta del Patrono de la finca; pero, por lo regular, el tercer préstamo es el de Nochebuena, con el cual se cierra el año. Los tres préstamos del año son un aumento de salario en apariencia; en el fondo sí lo son; pero son los aumentos de salarios más inicuos, por cuanto constituyen la verdadera cadena de la esclavitud.


La cadena de la esclavitud

El peón de año gana $ 120.00; pero anualmente queda adeudado en otros $ 30.00, pongamos por caso. Esos $ 30.00 que caen gota a gota en los libros de la hacienda, significan el forjamiento de la cadena que vosotros conocéis; una cadena de la cual todavía en la época a que nos hemos referido, yo personalmente he visto no poder ni querer librarse a ninguno de aquellos desgraciados, que, aun en la certeza de que nadie los veía y de que podían huir sin familia o con ella a muchas leguas de distancia, no lo hacían. El peón adeudado permanece en la finca, más que por temor, más que por la fuerza, por una especie de fascinación que le produce su deuda; considera como una cadena, como su marca de esclavitud, como su griltete, la deuda que consta en los libros de la hacienda, deuda cuyo monto nunca sabe el peón con certeza, deuda que algunas veces sube a la tremenda suma de $ 400.00 ó $ 500.00, deuda humanitaria en apariencia, cristiana, sin réditos, y que no sufre más transformación en los libros de la hacienda que el dividirse a la muerte del peón en tres o cuatro partidas, que van a soportar los nuevos mocetones que ya se encuentran al servicio de la finca.


El pegujal y la fuerza del Poder Público

Queda, por último, otra forma de aumento de salario, que solamente se concede a ciertos y determinados peones muy escogidos; es lo que vulgarmente se llama el piojal, pegujal en castellano. El pegujal es un pequeño pedazo de terreno; nunca llega a un cuartillo de sembradura; apenas significa, digamos, un cuarto de hectárea, que tiene derecho a sembrar el peón viejo que ha hecho merecimientos en la finca, para completarse con la cosecha de maíz, que, por cierto, no recoge él, sino que vende, las más de las veces en, pie todavía, al dueño de la finca, pero con la cual puede medio amortiguar su deuda o completar las necesidades de su familia. El pegujal no se concede al peón jornalero propiamente dicho, sino a los peones que han ascendido a capitanes o que tienen el carácter de sirvientes de la finca, como mozos o caballerangos; pero el pegujal es una de las formas de complemento de salario, que consiste en permitir que el peón pueda hacer una pequeña siembra por su cuenta propia.

El pegujal es, sin embargo, el origen de la independencia de algunos peones que han podido llegar a medieros o arrendatarios; es, por lo tanto, el complemento más interesante para nuestro propósito.

Con excepción del pegujal, todos los demás complementos del salario del peón son otros tantos eslabones de una cadena, son otros tantos medios de esclavizar al jornalero dentro de la hacienda.

El jornalero que tendía a liberarse, encontraba, para su independencia, dos obstáculos: uno, personal, y otro, económico. Antes del movimiento revolucionario de 1910, la política rural consistía en prestar a los hacendados la fuerza del Poder Público para dominar a las clases jornaleras; si el peón intentaba fugarse, el jefe político lo volvía a la finca con una pareja de rurales; si alguno se convertía en elemento de agitación. entre sus compañeros, el jefe político lo enviaba al contingente, y si era necesario, se le aplicaba la ley fuga. Económicamente el jornalero tenía que conformarse con no completar su salario, limitándose a lo que podía ganar como peón.

En la actualidad, ahora que el Gobierno parece que no quiere emplear los medios de represión antiguos, el jornalero es el enemigo natural del hacendado, principalmente en el Sur de Puebla, en Morélos, en el Estado de México, bajo la forma del zapatismo; pero esta insurrección tiene principalmente una causa económica. La población rural necesita complementar su salario: si tuviera ejidos, la mitad del año trabajaría como jornalero, y la otra mitad del año aplicaría sus energías a esquilmarlos por su cuenta. No teniéndolos, se ve obligado a vivir seis meses del jornal, y los otros seis toma el rifle y es zapatista (En este punto estaba muy equivocado el señor licenciado Cabrera. El zapatismo, como fenómeno social, evidentemente que tenia una base económica; pero de ninguna manera puede considerarse como el medio de buscar el complemento al salario para la mitad del año, pues en las filas del Sur nadie percibía sueldo; por el contrario, los rebeldes tenían que trabajar una parte de su tiempo para sostenerse en la lucha. No habiendo el aliciente del sueldo, es necesario buscar en el zapatismo su finalidad verdadera; fue la protesta viviente, viril y armada en contra de todas las injusticias que el señor Cabrera estaba enumerando. Es muy extraño que habiendo puesto el dedo en la llaga, lo, retire de allí tan luego como su discurso tiene conexiones con el movimiento armado del Sur, precisamente cuando se le presentaba la oportunidad de señalar ese movimiento como la consecuencia lógica de toda la situación que estaba analizando. Precisión del General Gildardo Magaña).


La necesidad del ejido

Si la población rural tuviese, como excepcionalmente tienen todavía algunos pueblos, lagunas que explotar por medio de la pesca, de la caza, del tule, etcétera, montes que esquilmar, aunque fuese bajo la vigilancia de las autoridades, donde hacer tejamanil, labrar tabla u otras piezas de madera; donde hacer leña, donde emplear, en fin, sus actividades, el problema de su alimentación podría resolverse sobre una base de libertad; si la población rural jornalera tuviese tierra donde sembrar libremente, aunque no fuese más que un cuartillo de maíz al año, podría buscar el complemento de su salario no acasillado en el tiempo que lo necesita la hacienda, por un salario más equitativo, y el resto del año emplearía sus energías por su propia cuenta, para lo cual le proporcionaría oportunidad el ejido.

Mientras no sea posible crear un sistema de explotación agrícola en pequeño, que substituya a las grandes explotaciones de los latifundios, el problema agrario debe resolverse por la explotación de los ejidos como medio de complementar el salario del jornalero.


Absurda política del Gobierno

Pero admiraos, señores diputados. Estamos tan lejos de entender el problema, que en la actualidad aun los pueblos que conservan sus ejidos, tienen prohibición oficial de utilizarlos. Pueblos del Distrito Federal que conservan sus ejidos, a pesar de la titulación y repartición que de ellos se ha hecho, se ven imposibilitados de usarlos, bajo la amenaza de verdaderas y severísimas pénas. Conozco casos de procesos incoados contra cientos de individuos por el delito de cortar leña en bosques muy suyos, y un alto empleado de Fomento opina que los pueblos de Milpa Alta, de Tlalpan y de San Angel que se encuentran en la serranía del Ajusco y que fueron los que me eligieron para diputado y que acuden a mí, naturalmente, en demanda de ayuda en muchas ocasiones, todos estos pueblos debían suspender los cortes de leña en sus propios terrenos y entrar en orden. Entrar en orden significa, para él, buscar trabajo por jornal, para subsistir sin necesidad de otras ayudas; es decir, bajar a tres o cuatro leguas; a Chalco, a Tlalpan o a la ciudad de México, y volver a dormir al lugar donde se encuentran sus habitaciones. Esos pueblos no debían explotar sus bosques, porque la conservación de éstos es necesaria para la conservación de los manantiales que abastecen de aguas potables a México. Y cuando yo llamaba la atención de la Secretaría de Fomento sobre lo imperioso de las necesidades, sobre la injusticia de la prohibición y sobre que, para los pueblos de la serranía del Ajusco, está más lejos la ciudad de México que los campos zapatistas de Jalatlaco, de Santa María y de Huitzilac, y que les es más sencillo ganarse la vida (Rectificamos al señor Cabrera: no ganarse la vida, sino defender, exponiéndola, el derecho a la vida. Precisión del General Gildardo Magaña) del otro lado del Ajusco con el rifle, que de este lado con el azadón, se me contestaba: De todos modos sería preferible que desaparecieran esas poblaciones de la serranía del Ajusco, con el fin de que podamos seguir una política forestal más ordenada y más científica (Aplausos). Aquellos hombres siguen clamando porque se les permita utilizar esos pequeños esquilmos que, en substancia, no significan la destrucción forestal y sí significan la vida de miles de individuos y hasta el restablecimiento de la paz, y sin embargo, no he podido conseguir desde el mes de junio a acá, por más esfuerzos que he hecho, que el Ministro de Fomento siga una política distinta respecto de esos desgraciados y que tome en consideración sus necesidades que tienen que satisfacer, si se puede, con el azadón, y si no, con el rifle.

Cuando se piensa en el zapatismo como fenómeno de pobreza de nuestras clases rurales, desde luego ocurre atender a remediar las necesidades de esas clases. Y aquí de los medios ingenuos; un Ministro propone continuar el Teatro Nacional para dar trabajo; otro, abrir carreteras; se piensa, en fin, en dar trabajo en forma oficial, en vez de procurar que estos individuos complementen sus salarios por los medios económicos naturales y por su propia iniciativa.

El complemento de salario de las clases jornaleras no puede obtenerse más que por medio de posesiones comunales de ciertas extensiones de terreno en las cuales sea posible la subsistencia. Ciertas clases ruráles, siempre y necesariamente tendrán que ser clases servidoras, necesariamente tendrán que ser jornaleros; pero ahora ya no podremos continuar el sistema de emplear la fuerza política del gobierno en forzar a esas clases a trabajar todo el año en las haciendas a bajísimos salarios.

Los grandes propietarios rurales necesitan resolverse a ensayar nuevos sistemas de explotación, a no tener peones más que el tiempo que estrictamente lo exijan las necesidades del cultivo, ya que las grandes fincas no requieren como condición sine qua non la permanencia de la peonada durante todo el año en las fincas. Si a las haciendas les basta con un máximo de seis meses de labor y un mínimo de cuatro, y si la población jornalera ya no puede continuar esclavizada en la finca por los medios que ponía a disposición de las haciendas el Poder Público, esa población, o toma el rifle y va a engrosar las filas zapatistas o encuentra otros medios lícitos de utilizar sus energías sirviéndose de los pastos, de los montes y de las tierras de los ejidos (El señor Cabrera persiste en su error de considerar al zapatismo como un medio de vida. Ahora lo presenta como uno de los términos de la disyuntiva que señala para la clase jornalera. Hemos de recordar que fue la protesta por todas las injusticias que se habían cometido con esa clase. El zapatismo no era finalidad, sino medio para alcanzar lo que necesitaba el campesino: justicia y comprensión de sus problemas, visión social y deseo revolucionario de resolverlos. Precisión del General Gildardo Magaña).


El momento de hacer una reforma

¿Mas cómo resolver el problema de la dotación de ejidos, cómo dar tierra a las clases jornaleras rurales que no las tienen?

Cuando las condiciones políticas de nuestro país eran en abril y mayo de 1911 sumamente críticas, cuando la gran propiedad rural se vió amenazada por todas partes, cuando la seguridad o esperanza de seguridad había sido abandonada por los hacendados, todos vosotros fuisteis testigos de la magnitud de los sacrificios que los terratenientes estaban dispuestos a hacer con tal de salir de aquella situación. Yo tuve oportunidad de conversar con diversos clientes de ocasión que en aquellos momentos acudían a mí en busca de protección para sus propiedades amenazadas por la oleada desbordante de los proletarios rurales, y pude ver cómo todos ellos, sin excepción, estaban dispuestos a tratar de la magnitud del sacrificio que se les podía exigir, con tal de que aquellas hordas se circunscribiesen dentro de determinados límites y se les garantizase el resto de sus posesiones, y todos, absolutamente todos los terratenientes que se vieron en peligro de sufrir reivindicaciones a mano armada, como las que ocurrieron en el Sur de Puebla, todos estaban dispuestos a ceder con tal de tener paz.

Pero las nubes pasaron, el ventarrón las arrastró un poco más allá del lugar donde se esperaba que descargasen; el viento las disolvió; los espíritus timoratos que habían huido al extranjero, empezaron a volver; poco a poco la zozobra empezó a desaparecer, y en la actualidad, la verdad es que ya no nos sentimós muy dispuestos a hacer sacrificios por resolver las cuestiones agrarias.

Cuando el enfermo está postrado en la cama o tirado en la plancha bajo la amenaza del bisturí, cierra los ojos aprieta las quijadas y dice al médico: Corta, porque está resuelto a las mayores heroicidad es del dolor; cuando el enfermo -y valga otra comparación- está con la cara hinchada por agudo dolor de muelas y llega a manos del dentista, está resuelto a extraerse toda la dentadura; pero que el dolor calme, ya no está dispuesto a hacer el sacrificio. Sociológicamente, cuando se está en momento de revolución, es necesario apresurarse a resolver las cuestiones, es necesario cortar, es necesario exigir los sacrificios a que había necesidad de llegar, porque entonces todos los espíritus están dispuestos a hacerlos, entonces se hacen con mucha más facilidad; pero que pasen las nubes de tempestad, que se vuelva a recobrar la esperanza de reacción, que se vuelva al orden dentro del antiguo sistema, y entonces ya no estamos dispuestos a resolver las trascendentales cuestiones que han motivado la revolución.

Esta es la razón por la cual no hemos resuelto el problema agrario, que es el principal de los problemas y que llevamos muy pocas trazas de resolver; que no resolveremos si de aquí, del seno de la Cámara de Diputados, no sale la iniciativa para que vuelva a abrirse la herida.

¿Que es muy aventurada la idea? No tanto. ¿Que la resolución del problema en estas condiciones es muy difícil? No tanto. ¿Que ese radical Cabrera sería capaz de resolver esa cuestión? Sí es cierto; pero no tanto. ¿Qué sólo los poderes ejecutivos pueden acometer esas cuestiones, que son los únicos que pueden medir el momento psicológico del país en que deben resolverse y esperar el momento de mayor tranquilidad para acometer esta mayor empresa? Falso. Las verdaderas reformas sociales las han hecho los poderes legislativos, y las verdaderas reformas, señores, una vez más lo repito, nunca se han hecho en los momentos de tranquilidad; se han hecho en los momentos de agitación social; si no se hacen en los momentos de agitación social, ya no se hicieron.

Por eso es que yo creo que todavía en los momentos actuales es tiempo de que por medios constitucionales, por medios legales que traigan implícito el respeto a la propiedad privada, puede la Cámara de Diputados acometer este problema, esta parte del problema agrario, que es una de las más importantes.

Yo no había pensado que fuese necesario llegar hasta las expropiaciones. Todavía cuando lancé mi programa político en el mes de junio, creía yo posible que por medio de aparcerías forzadas impuestas a las fincas, o por medio de aparcerías a que las fincas quisieran voluntariamente someterse, pudieran proporcionar tierras a las clases proletarias rurales. Todavía es posible en muchas partes establecer el sistema de arrendamientos forzados por los hacendados en favor de los municipios para que éstos, a su vez, puedan disponer de algún terreno y puedan, por consiguiente, dar ocupación a los brazos desocupados durante los seis meses del año de funcionamiento del zapatismo (Lamentable persistencia del señor Cabrera en su error -llamémosle así. Inexplicable parece que quien conocía tanto el problema agrario, hasta el punto de llamarse un radical, llegado el momento de ligarlo con el movimiento agrario considerase a éste como cosa distinta, pues no lo atribuye a sus causas eficientes, sino que con toda tenacidad lo considera como un modo de llenar las necesidades momentáneas de los campesinos. Precisión del General Gildardo Magaña). Pero si nos tardamos más en abordar el problema, no tendrá otra resolución que esta que he propuesto: la expropiación de tierras para reconstituir los ejidos por causa de utilidad pública. La expropiación no debe confundirse con la reivindicación de ejidos. La reivindicación de los ejidos sería uno de los medios ingenuos, porque el esfuerzo y la lucha y el enconamiento de pasiones que se produciría por el intento de las reivindicaciones, serían muy considerables en comparación de los resultados prácticos y de las pocas reivindicaciones que pudieran lograrse.

No; señores; los ejidos existen en manos del hacendado en el 10 por ciento de los casos sin derecho; pero el 90 por ciento están amparados con un título colorado bastante digno de fe, y que no podemos desconocer; no podríamos, por lo tanto, fiar a la suerte de la reivindicación y a la incertidumbre de los procedimientos judiciales, aun abreviadísimos, como nos lo propone el. C. Sarabia, la resolución del problema de los ejidos.


Reconstitución del ejido

La cuestión agraria es de tan alta importancia, que considero que debe estar por encima de la alta justicia, por encima de esa justicia de reivindicación y de averiguaciones de lo que haya en el fondo de los despojos cometidos contra los pueblos. No pueden las clases proletarias esperar procedimientos judiciales dilatados para averiguar los despojos y las usurpaciones casi siempre prescritos, debemos cerrar los ojos ante la necesidad, no tocar por ahora esas cuestiones jurídicas y concretamos a procurar tener la tierra que se necesita.

Así encontraréis explicado, señores, especialmente vosotros, señores católicos, lo que en esta tribuna dije en ocasión memorable: que había que tomar la tierra de donde la hubiera. No he dicho: Hay que robarla; no he dicho Hay que arrebatarla; he dicho: Hay que tomarla, porque es necesario que para la próxima cosecha haya tierra donde sembrar; es necesario que para las próximas siembras en el Sur de Puebla, en México, en Hidalgo, en Morelos, tengan las clases rurales tierra donde poder vivir, tengan tierra con qué completar sus salarios.

Puedo, por consiguiente, entrar, durante unos minutos más, pidiendo atentamente de nuevo excusas por esta larga disertación, al análisis de este proyecto de ley.

La reconstitución de los ejidos no es un procedimiento nuevo.

La Secretaría de Fomento no ignoraba esta forma de resolución; acabo de recibir hace tres días el folleto que contiene los trabajos o iniciativas de la Comisión Agraria de la Secretaría de Fomento, y encuentro, con pequeñas variantes, y sin desarrollo, pero ya expuestas a la consideración del Ministro de Fomento, esas mismas ideas desde el mes de abril del presente año. Desde el mes de abril a acá, el Secretario de Fomento había recibido iniciativa de la Comisión Agraria en el sentido de la reconstrucción de los ejidos y de la resurrección o restablecimiento de la propiedad comunal. La Secretaría de Fomento no había creído conveniente, sin embargo, tomar en cuenta estas medidas y hasta la fecha no ha recibido esta Cámara de Diputados ninguna iniciativa de esa Secretaría que muestre siquiera que estaba dispuesta a acometer las cuestiones agrarias. Es decir, sí, se ha recibido una: la de conseguir dinero para la Caja de Préstamos; pero fuera de esa iniciativa cuyo objeto es favorecer a la gran propiedad, ninguna otra hay que nos muestre la voluntad de la Secretaría de Fomento de acometer la solución del problema agrario, no obstante que aquí, en este folleto, se encontraban expresadas terminantemente las ideas de la Comisión Agraria de acuerdo con las ideas que he tenido el honor de exponeros.

La reconstitución de los ejidos bajo la forma comunal con su carácter de inalienable, además de las razones que en su apoyo se acaban de señalar, subsana ciertas dificultades que conviene tomar en cuenta, porque son muy importantes.

Una de ellas, muy esencial, es la de que, al restablecer los ejidos, para utilizar los terrenos de que están formados, no hay que promover una emigración de pobladores, pues si los terrenos que se han de aplicar a una comunidad están lejos del lugar en que ésta reside, en primer lugar la mayoría opondrá grandes resistencias para desalojarse, porque el apego al terreno es una de las características de la población, que no es emigrante; en segundo lugar, el transporte y el establecimiento de grandes grupos humanos es muy costoso; la nación no cuenta con los elementos que demandaría este sólo detalle, si tuviese que satisfacer por ese medio los deseos y aspiraciones de las masas que esperan que el problema agrario se resuelva en su favor; en tercer lugar, el desalojamiento de grandes masas de población traería consigo un desequilibrio, una perturbación de los elementos del trabajo ya establecidos, y ese desequilibrio pudiera ocasionar una crisis peligrosa; en cuarto lugar, si se aleja un grupo de trabajadores del lugar en que reside, pierde los elementos con que ahora cuenta para subsistir, que deben ser algunos, puesto que viven, y tendría la nación que sostener una carga pesadísima, si bajo su responsabilidad se lleva, con la promesa de mejorar sus condiciones, a grandes masas humanas que, por muy distintos motivos, pueden no contribuir a que se realicen los propósitos que el Gobierno tiene, pues bastaría la nostalgia del terruño para desalentar a muchos, que volverían a sus tierras más pobres, más desalentados para sostener la lucha por la vida; en quinto lugar, en la gran masa de la población que solicita tierras, la mayoría de los componentes carecen de aptitudes para ser propietarios y cumplir compromisos personales, mientras que así cumplirá los que contraiga colectivamente, y la explotación de terrenos comunales se hará en una forma tal, que sólo disfruten de ellos los que sean trabajadores: los que cultiven y utilicen debidamente las parcelas que les correspondan.

Los medios a que se tiene que acudir para lograr la reconstitución de los ejidos, tienen que variar de acuerdo con las circunstancias especiales de la localidad de que se trata.

Os recomiendo muy especialmente que leáis este folleto, publicado por la Secretaría de Fomento hace unos cuantos días, sobre trabajos o iniciativas de la Comisión Agraria, y me ahorraréis con esto el continuar fatigando vuestra atención.

La constitución de ejidos es indudablemente una medida de utilidad pública; la llamo una medida de utilidad pública en el orden económico por las razones que he expuesto; la llamo una medida de utilidad pública urgentísima en el orden político, porque traerá necesariamente una de las soluciones que puede darse a la cuestión del zapatismo. El sólo anuncio de que el Gobierno va a proceder al estudio de la reconstitución de los ejidos, tendrá como consecuencia política la concentración de población en los pueblos, y facilitará, por consiguiente, el dominio militar de la región en una forma que dista mucho de parecerse a las reformas usadas por el general Robles en el Estado de Morelos, para poder tener concentrados a los habitantes que debía vigilar.

En mi concepto no es solamente de utilidad pública, sino de utilidad pública urgente e inmediata.


Cómo salvar una dificultad jurídica

Tiene una dificultad constitucional que vosotros, al primer golpe de vista, debéis haber sentido, y una dificultad de carácter financiero que de propósito no puede ser objeto de esta ley, sino de una ley especial de arbitrios para el efecto.

La dificultad constitucional consiste en que, no teniendo personalidad actualmente las instituciones municipales, y menos todavía los pueblos mismos, para poder adquirir en propiedad, poseer y administrar bienes raíces, nos encontrábamos con la dificultad de la forma en que pudieran ponerse en manos de los pueblos, o en manos de los ayuntamientos, esas propiedades. No encontramos, mientras no se reforme la Constitución, volviendo a conceder a los pueblos su personalidad, otra manera de subsanar este inconveniente constitucional, que poner la propiedad de estos ejidos reconstituídos en manos de la Federación, dejando el usufructo y la administración en manos de los pueblos que han de beneficiarse con ellos. Esto no es inusitado, puesto que los templos se encuentran en manos de la Nación y su posesión está prácticamente en manos de la persona más incapaz que tenemos en nuestro Derecho, que es la Iglesia. (Aplausos.) Si la propiedad de los templos la tiene el Gobierno y su usufructo y administración la tiene la Iglesia, que carece en absoluto de capacidad para poseer inmuebles, nadie encontrará inconveniente o inusitada, ni tachará de absurda una situación jurídica que haga residir la propiedad de la tierra expropiada en manos de la Federación y el usufructo en manos de los pueblos.

Pero se dirá: Va a ser una maraña la administración de los ejidos. No, señores; las cosas más difíciles en apariencia para inteligencias cultivadas, al tratarse de una situación económica nueva, son realmente las más fáciles. Hay un profundo espíritu de conservación en nuestras costumbres, entre nuestros pueblos. Nosotros, señores diputados, hacía treinta y cinco años que no elegíamos; los indios de la sierra de Puebla, en cambio, hace treinta y cinco años que no han cesado de elegir; los indios de la sierra de Puebla, por ejemplo, no han tenido ningunas dificultades absolutamente en sus trabajos electorales cuando se ha tratado de las elecciones para diputados. ¿Por qué? Porque contra la ley, fuera de la ley, a espaldas de la ley, ellos continuaban, como una religión, designando ciertos representantes que tenían determinadas obligaciones. Pues del mismo modo puedo asegurar que nuestras clases rurales no han perdido la costumbre de administrar sus propiedades comunes.

Pero hay más aún: no necesitáis ir a buscar muy lejos los ejemplos de pueblos que todavía conservan la costumbre de administrar sus ejidos año por año; esta es una costumbre que nunca ha desaparecido de los pueblos que han podido conservar aunque sea una parte de ellos; los que los han perdido por completo, han perdido en parte la costumbre, pero los demás la conservan. La costumbre en el manejo de los ejidos, por mala que sea, es preferible a ninguna costumbre y suple y debe suplir muy ventajosamente mientras una ley determina cuál ha de ser la condición jurídica de los ejidos y cuál ha de ser su forma de administración por los ayuntamientos, mientras que cada Estado, según sus propias necesidades, puede determinar a qué administración y utilización deben someterse los ejidos.

Es natural suponer, y esto lo digo ya para concluir, que no todos los pueblos necesitan ejidos; la ciudad de México, sería risible que pidiera ejidos, teniendo elementos de comercio e industria que substituyen ventajosamente la existencia de aquéllos; y si descendemos en la jerarquía de las ciudades, nos encontramos con esto, que a primera vista parece hasta estupendo: no es grande el número de expropiaciones que tendríamos que hacer para reconstruir los ejidos; no son tantas las poblaciones que necesitan la reconstitución de sus ejidos; varía, pero es relativamente corto, y probablemente llegaremos en muy pocos días a obtener datos estadísticos fehacientes para que no se amedrenten los espíritus pusilánimes ante la magnitud de las expropiaciones. Más aún: es de calcularse que solamente en los distritos rurales de la Mesa Central es donde se necesita la reconstitución de los ejidos, porque no en todos existen las mismas condiciones; la reconstitución de los ejidos en el Norte del país, por ejemplo, no es necesaria, o cuando menos, no asume los mismos caracteres de urgencia. Podría decirse que poblaciones que exceden de mil familias, no tienen ya necesidad de ejidos.

Más aún: en la mayor parte de los casos, los propietarios de fincas de donde probablemente tuviesen que expropiarse los ejidos, encontrarán inmediatamente con esa atingencia que tiene siempre el capital para hallar la salida más fácil a su conveniencia, la manera de satisfacer esa necesidad de tierra que tendrá que satisfacerse por medio de la expropiación, y no será aventurado afirmar que el solo hecho de hacer público que la Cámara está estudiando la Ley de Expropiación para la reconstitución de los ejidos, hará encontrar inmediatamente el derivativo, la manera de llenar esta necesidad. Y veréis las aparcerías y los arrendamientos otorgados a los ayuntamientos, surgir inmediatamente de manos de los hacendados como lluvia salvadora y como verdadero principio de paz en nuestro país.

Es natural que estas expropiaciones no puedan hacerse sin el consentimiento, conocimiento y consejo principal del Gobierno de los Estados y de los ayuntamientos de los pueblos interesados, y esto es precisamente el trabajo más fácil que ha de efectuarse. Aquí es donde las funciones de la Comisión Agraria de la Secretaría de Fomento son verdaderamente trascendentales, y aquí es donde el patriotismo de la Cámara, de los Gobernadores y de cada una de las autoridades locales tiene que mostrarse.

Los ayuntamientos y los Gobiernos locales tienen que intervenir para decidir serenamente qué poblaciones necesitan los ejidos, quitando así a esta iniciativa el aspecto de radicalismo que se atribuirá a esta medida.

Ya podéis escuchar, señores diputados, ilustrada cuando menos con las explicaciones que he hecho anteriormente, la iniciativa que ha leído el señor Secretario y cuya lectura os pido rendidamente que me permitáis repetir.

Señores diputados: Esta es una de las obras, de las muchas obras que espera de vosotros el país; si la lleváis a cabo, podéis creer que estaréis cumpliendo con vuestra protesta constitucional, porque estaréis no solamente guardando la Constitución y las leyes que de ella emanan, sino que estaréis principalmente vIendo por el bien y la prosperidad de la Patria. Si así lo hiciéreis, la Nación os lo premie, y si no, que os lo demande.

Dice así el


PROYECTO DE LEY

Artículo 1° Se declara de utilidad pública nacional la reconstitución y dotación de ejidos para los pueblós.

Artículo 2° Se faculta al Ejecutivo de la Unión para que, de acuerdo con las leyes vigentes en la materia, proceda a expropiar los terrenos necesarios para reconstituir los ejidos de los pueblos que los hayan perdido, para dotar de ellos a las poblaciones que los necesiten, o para aumentar la extensión de los existentes.

Artículo 3° Las expropiaciones se efectuarán por el Gobierno Federal, de acuerdo con los Gobiernos de los Estados y oyendo a los Ayuntamientos de los pueblos de cuyos ejidos se trate, para resolver sobre la necesidad de reconstitución o dotación; y sobre la extensión, identificación y localización de los ejidos. La reconstitución de ejidos se hará, hasta donde sea posible, en los terrenos que hubiesen constituído anteriormente dichos ejidos.

Artículo 4° Mientras no se reforme la Constitución para dar personalidad a los pueblos para el manejo de sus ejidos; mientras no se expidan las leyes que determinen la condición jurídica de los ejidos reconstituídos o formados de acuerdo con la presente ley, la propiedad de éstos permanecerá en manos de los pueblos, bajo la vigilancia y administración de sus respectivos ayuntamientos, sometidos de preferencia a las reglas y costumbres anteriormente en vigor para el manejo de los ejidos de los pueblos.

Artículo 5° Las expropiaciones quedarán a cargo de la Secretaría de Fomento. Una ley reglamentaria determinará la manera de efectuarlas y los medios financieros de llevarlas a cabo, así como la condición jurídica de los ejidos formados.

Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO II - Capítulo XIII (Primera parte) - El ideal agrario durante el gobierno del señor MaderoTOMO II - Capítulo XIV (Primera parte) - La caída del gobierno maderistaBiblioteca Virtual Antorcha