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EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña

TOMO II

CAPÍTULO XI

LO QUE DIJERON UN REVOLUCIONARIO Y UN PERIÓDICO PORFIRISTA


Proceso moral de toda revolución

A fines de junio el señor licenciado Emilio Vázquez Gómez, quien seguía radicado en San Antonio, Tex., Estados Unidos, publicó un artículo intitulado El pensamiento de la revolución, que vamos a reproducir en seguida por considerarlo de interés:

El pensamiento de la Revolución actual en su origen o causa, en sus fines y en los medios que desea poner en ejecución para realizar sus altos propósitos, puede explicarse y condensarse en los siguientes conceptos.

El espíritu del hombre ha sentido y manifestado siempre dentro de sí propio, la tendencia natural de hacer evolucionar a la humanidad hacia un estado de bienestar y perfeccionamiento superior a aquel en que se encuentra en un momento dado.

Si esa tendencia de mejoramiento sucesivo puede moverse en libertad, sin restricciones que le estorben su labor y su camino, ella acciona de modo gradual y sucesivo, evolutivamente, es decir, en paz; pero si carece de libertad, o tropieza con obstáculos que la entorpecen o detienen, entonces, ella, impotente por sí misma para detenerse, como que constituye una fuerza, continúa desenvolviéndose, pero de hecho detenida, va depositándose poco a poco en el seno de la sociedad, teniendo por dique el conjunto de obstáculos que le cierran el paso.

Esta fuerza sucesivamente acumulada, va en consecuencia aumentando su poder, batalla cada vez más y en todas direcciones busca una salida que le permita seguir adelante; viene un momento en que su poder es superior al poder de la fuerza del dique que la aprisiona y comprime; entonces rompe ese dique, conquistando con su acción propia la libertad que se le negaba, y con más o menos violencia se precipita invadiendo el espíritu de los hombres y de los pueblos, a quienes levanta, arma, une, organiza y arroja al campo de la lucha armada.

En esto consiste a juicio nuestro el proceso moral de toda revolución.


Tendencia de la Revolución Nacional

En la espaciosa extensión territorial compuesta de montañas y de valles, poseída en su mayor parte por grandes terratenientes y concesionarios, depositaria toda ella de riquezas agrícolas y mineras inmensas, pero estancadas, perdidas y sin fruto, surcada esa extensión territorial por innumerables corrientes de agua, permanentes y temporales, cuya enorme y aún no imaginada fuerza económica se pierde para México por millones diaria y constantemente, existe esparcida en grupos más bien pequeños que grandes, una población que en su mayoría vive pobre, ignorante, mal alimentada y abandonada a sus esfuerzos propios.

Dividir esa tierra para llegar a cultivarla y explotarla toda, almacenar aquellas aguas para asegurar el éxito del cultivo de la tierra, desentrañar y explotar ampliamente las riquezas mineras y de toda clase, capacitar a la población para todos estos grandes trabajos y obtener con todo esto la elevación intelectual, moral y económica de los mexicanos, la vigorización de nuestra raza, y con esto el desarrollo verdadero y en todas sus fases el poder de la República; tal es y ha sido la tendencia del sano espíritu nacional de México; tales son y han sido los medios que desea poner en ejecución y los fines a que ambiciona llegar la tendencia renovadora.


La causa del movimiento de 1910

En el año de 1910, esa tendencia se encontraba aprisionada por obstáculos y restricciones que parecían indestructibles; el caciquismo, es decir, las arbitrariedades de la autoridad en función constante dominando tiránicamente a los hombres y a los pueblos, hasta llevados en muchas partes al estado de desesperación; el rutinarismo de las esferas oficiales con su red inmensa de trabas, el capital desenvolviendo su fuerza dominadora y aplastante con la tendencia de monopolizar las esferas de actividad y dividir la población en dominantes y dominados; la tradición, cuyo poder mantiene a la mayoría del pueblo en la impotencia; la influencia de las clases burocráticas en las esferas gubernamentales y el abandono en que unas y otras tienen a las clases humildes, han influido poderosamente en hacer más extensos los efectos perjudiciales a la generalidad de los habitantes.

Tales élementos, unidos a un gobierno que no evolucionaba, mantenían encarcelada y oprimida la tendencia renovadora. Esa tendencia, batallando para encontrar salida por el camino de las soluciones políticas que se agitaban entonces, fue acumulando su fuerza en el seno del pueblo; esta fuerza superó en un momento dado a los obstáculos y restricciones que sobre ella pesaban y rompió el dique y asomó esplendorosa comenzando la Revolución armada en 1910. Iniciada la lucha en noviembre de aquel año, en mayo del siguiente obtuvieron el triunfo los heroicos defensores de la tendencia renovadora; pero desde ese mismo momento, desde Ciudad Juárez, esa tendencia comenzó a ser burlada precisamente por el Jefe del movimiento armado; él mismo comenzó a expulsarla a toda prisa del puesto que había conquistado, quitándole de sus propias manos el triunfo y arrojándola al campo de donde había ascendido, produciéndose el fenómeno, no raro en la historia de los pueblos, de que el jefe de la tendencia triunfante se desprendiera de ésta y se pusiera a la cabeza de la fuerza conservadora, para volver comó volvió a detener y encarcelar la tendencia nueva, por medio de una reacción rápida e irritante, al llegar como ha llegado por ejemplo en Morelos, a echar fuera de sus hogares a los moradores e incendiando después los pueblos para dejarlos deshabitados, ha ido múcho más allá del extremo a que llegó el régimen anterior.


Causa del nuevo movimiento

Esa incomprensión hizo que la tendencia renovadora, incontenible por su propia naturaleza, levantara de nuevo, uniera, armara y arrojara in continenti a la lucha armada a los hombres y a los pueblos, para destruir otra vez los obstáculos y restricciones que traidoramente han vuelto a detenerla y encarcelarla. Es ley natural e incontrastable que ella no se detenga hasta llegar a sus fines, sea cual fuese la voluntad de los gobiernos.

Tal es en el fondo el origen y la causa de la Revolución actual.


Impotencia del Gobierno para contener la Revolución

El gobierno del señor general Díaz, a pesar de su poder de toda clase, incluso el inmenso de la tradición, fue impotente para detener la tendencia renovadora y para satisfacerla volviendo la paz al país; el gobierno del señor Madero, sin el poder de la tradición de que disfrutaba el señor general Díaz y a pesar de su loco empeño en detener esa tendencia y devolver la paz al país sin satisfacer aquélla, está visto que es impotente para lograrlo, tanto o más que lo fue, al fin, el gobierno del señor general Díaz. Puede el gobierno hacer hoy que se maten muchos mexicanos; pero la corriente de la tendencia renovadora permanecerá viva y seguirá imperturbable su camino hasta lograr su fin sin que sea posible destruirla, porque las corrientes del espíritu humano surgidas de evidentes y profundas necesidad,es de los pueblos, no pueden extinguirse por cárceles, no pueden matarse ni con cañones ni con mauseres.

Aquellos dos hechos continuados, uno tras de otro, la impotencia del gobierno del general Díaz y la impotencia del gobierno del señor Madero para dominar la tendencia renovadora, constituyen una prueba irrefutable de que si el uno no pudo, el otro no ppdrá volver la paz al país a pesar de que todos sincera y ardientemente ambicionamos volver a la paz. Convénzase la Nación toda, convénzase: la paz no volverá a México sino satisfaciéndose pronta, franca y resueltamente aquella tendencia de algún modo, o triunfando la Revolución que la lleva en su seno y en su bandera. Esta verdad es indiscutible y los tiempos próximos se encargarán de probarla ante los ojos de todos.

Hoy el pueblo, en medio de considerables extensiones territoriales no cultivadas ni explotadas, de enormes volúmenes de agua aprovechable, pero perdiéndose constantemente y de otras grandes riquezas estancadas en el seno de la naturaleza, y sujeto a los obstáculos y restricciones descritas, sigue lo mismo que antes; pobre, ignorante, débil, mal alimentado y abandonado a sus esfuerzos propios: tiene hambre y no ve el fin de este estado de cosas.

En tales condiciones ¿qué pretende la tendencia renovadora?

Exactamente lo mismo que siempre, exactamente lo mismo que en 1910, la elevación intelectUal, moral y económica de los mexicanos, la vigorización de nuestra raza y con esto el engrandecimiento del poder nacional. Tales son sus fines, tales son los fines perseguidos por la actual Revolución. ¿Son criminales, son siquiera antipatrióticos estós fines que persigue la Revolución? Sólo la demencia puede sostenerlo así.


Medios de que se valdrá la Revolución (Algunos de los procedimientos señalados por el licenciado Vázquez Gómez, difieren de lo que anhelaba el pueblo; pero téngase presente el momento en que fue escrito el artículo. La reproducción que de él hacemos, no significa nuestra solidaridad con lo que se expone, especialmente en aquellos puntos que pugnan con el Plan de Ayala. Precisión del General Gildardo Magaña)

¿De qué medios trata de hacer uso la tendencia renovadora, es decir, la Revolución actual, para realizar tan altos fines? Dividir la tierra para poder cultivarla, sin dañar a nadie sino beneficiando a todos; regar esa tierra para asegurar el éxito de su cultivo, también sin dañar a nadie sino beneficiando a todos; robustecer y capacitar al mexicano para todos aquellos trabajos trascendentales, sin dañar a nadie, vuelvo a repetirlo, sino beneficiando a todos, y sobre todo a la Patria para la que presagian aquellas soluciones inusitado y rápido engrandecimiento.

Bajo el imperio de este principio cardinal y esencialísimo en el pensamiento actual de la Revolución, paso a exponer las tres fases que a juicio nuestro constituyen la solución del problema agrario: Tierra, Agua y Población.


Consolidación de la propiedad

El Estado debe consolidar toda la propiedad privada raíz de la República, declarando prescritos todos sus derechos contra cualquiera propiedad poseída por particulares, acabando con las leyes dictadas en los últimos tiempos que dan al Fisco facultades para mantener inseguro y en inquietud constante el derecho de propiedad, a fin de que ésta quede consolidada y tenga en el comercio toda la confianza que necesita tener y que debe otorgársele por las leyes de la República. Sólo se exceptúan de esta regla los despojos de tierras y aguas de que habla el articulo tercero del Plan de San Luis, cuyos interesados serán satisfechos como la justicia lo exige.

La Federación comprará desde luego en cada uno de los veintisete Estados y tres Territorios que componen la República, extensiones de tierra no cultivada, destinadas a la división y adjudicación en lotes, cuya extensión y precio se fijará previamente. Sólo se comprará tierra cultivada en aquellos lugares en que no haya disponible sin cultivar.

El precio de compra de esas extensiones de tierra será convencional, lo mismo que el modo y condiciones de pago.

La quinta parte de las tierras que se adquieran se aplicará ya dividida en lotes, separadamente uno de otro y sin costo alguno, a viudas y huérfanos de revolucionarios, en compensación de los servicios prestados a la República en la Revolución, por padres, hijos, marido o hermanos muertos, así como a todo revolucionario superviviente, también en compensación de los servicios prestados a la causa regeneradora. Estas adjudicaciones se harán de tierras existentes en los lugares en que viven los interesados.

Otra quinta parte de esas tierras se conservará dividida en lotes separadamente unos de otros, en poder del Estado, durante cinco años, después de los cuales se venderá y su producto será destinado al pago de la Deuda Nacional, calculada en la actualidad en seiscientos millones de pesos aproximadamente.

Las tres quintas partes restantes, divididas en lotes y separadamente uno del otro, serán vendidas por el Estado a quienes lo soliciten, dando preferencia a mexicanos labradores u obreros del lugar y a mexicanos que se repatrien. El precio de venta será pagadero en cuarenta años, con cuarenta anualidades iguales y con un interés de tres por ciento anual pagadero también cada año y disminuyendo el monto del interés en proporción de los pagos hechos a cuenta del precio.

Ningún loté será menor de cinco hectáreas, ni mayor de cien; pero su extensión precisa dentro de esos extremos se fijará según la clase y condiciones de la tierra de que se trata en los diferentes lugares de la República. Podrá extenderse hasta quinientas hectáreas respecto de lotes que sólo sirvan para la cría de ganado.

Las leyes que se dicten con este motivo, establecerán las condiciones y demás pormenores que sean necesarios.

Los trabajos del Estado en la adquisición y división de lotes y adjudicación de tierras durarán el tiempo necesario para adquirir, dividir y adjudicar, cuando menos hasta la tercera parte de las grandes extensiones territoriales, conforme lo establece el Plan de Ayala.


Irrigación en todas las Entidades

La Federación procederá al almacenamiento de las aguas en toda la República, comenzando desde luego a construir cuando menos una presa en cada uno de los Estados y Territorios, siguiendo la construcción de presas sucesivamente, hasta concluir la irrigación de toda la tierra cultivable en el país, así como la construcción de depósitos de agua en todos los terrenos que no la tengan y se destinen a la cría de ganado.

Para llevar a cabo este trabajo, la Federación podrá ocupar por su cuenta y en cada Estado y Territorio a todos los presos que lo consientan, ya sea que se encuentren en las cárceles federales, de los Estados o de los Municipios, otorgando a los que consientan en extinguir su pena de prisión en los trabajos de irrigación, el derecho de que sea conmutada dicha pena en la mitad del tiempo.

En estos trabajos de presas y almacenamiento de agua, será respetado todo derecho preconstituído conforme a la ley.


Educación Agrícola

Para capacitar a los mexicanos en el sentido de la reforma económica de que se trata, todas las escuelas de instrucción primaria que existen y que se estáblezcan en lo de adelante, serán convertidas en Escuelas-Granjas, es decir, con las construcciones y extensión de tierra que sean necesarias para la enseñanza práctica de la agricultura propia del lugar, de la cría de ganado, de animales domésticos, artes útiles, milicia, equitación, natación, gimnasia y ejercicios propios para desarrollar el carácter y las operaciones del comercio y contabilidad que surjan de los trabajos y administración de la Escuela-Granja. Todo esto, además de la enseñanza ordinaria. Ninguna Escuela-Granja puede ocupar una extensión de tierra menor de diez hectáreas ni mayor de doscientas.

En las Escuelas-Granjas para el sexo femenino, se dará la misma enseñanza con excepción de la milicia, que será substituída por la enseñanza de los trabajos del hogar y alguna industria casera adecuada o propia de la mujer, pues es forzoso proporcionar porvenir a la mujer mexicana.


Minería, comunicaciones y comercio

Facilitar la explotación de nuestra inmensa riqueza minera, abrir a la navegación nuestros ríos en la parte en que son navegables, poniéndolos en contacto con nuestros ferrocarriles; abrir en todas partes caminos vecinales para las estaciones ferrocarrileras; desarrollar la libertad del comercio interior, quitándole las innumerables trabas y vejaciones a que hoy está sujeto por pretextos de fiscalización, y trabajar por el aumento de nuestra exportación hasta lograr que ella nos traiga y mantenga en nuestra circulación monetaria el verdadero talón oro, son puntos trascendentales cuya realización ayudará poderosamente a derramar sobre el suelo mexicano todo el bien que ansía la tendencia renovadora.


Lo que puede originar la resistencia de los hacendados

Es necesario que los mexicanos, en los actuales momentos, tengamos presentes las enseñanzas de la Historia. Cuando la Revolución de Ayutla ordenó al Clero la desamortización de sus capitales y que los echara al movimiento comercial, no tenía más propósito que desestancar aquella riqueza acumulada, después de algún tiempo, y sólo en virtud de haberse resistido el Clero a producir aquella transformación económica en el país, la Revolución acordó la nacionalización de aquellos bienes, es decir, los quitó de manos del Clero para derramarlos y echarlos al comercio general. Para esto fue necesaria una guerra que duró diez años. Pues bien, es necesario que los grandes terratenientes piensen que hoy la Revolución sólo exige que se vendan al Estado parte de esas grandes extensiones de tierra sin cultivo, que constituyen una riqueza estancada sin prestar servicio a nadie, ni aún a ellos mismos, todo con objeto de dividirla, es decir, de ponerla al cultivo y en circulación en el comercio; y que esto quiere hacerlo la Revolución, respetando, como está resuelta a respetar todo derecho de propiedad; que es necesario por lo mismo que los grandes terratenientes hoy se apresuren a ayudar a la tendencia renovadora, a verificar esa grandiosa transformación económica en la que ellos nada pierden, sino que al contrario se benefician segura y altamente, por el gran valor que con aquella transformación económica adquieran los terrenos que les quedan; que piensen que toda idea nueva evoluciona con la prolongación del sacrificio que la humanidad hace para llegar a realizarla; y que si no se satisface tal cual es hoy, más tarde, en no lejanos tiempos, es posible que la tendencia renovadora, aun contra la voluntad del hombre, ya no se conforme con lo que hoy pide, sino que pase lo que en tiempos de la Reforma, que exigió al Clero la nacionalización en vista de su resistencia. Así hoy solicita comprar respetando el derecho de propiedad, pero si hay larga resistencia, ella puede llegar hasta la nacionalización de la tierra no cultivada,

Si el señor Madero no hubiera cometido los trascendentales errores que cometió, todo estaría en paz y la tendencia renovadora estaría satisfecha ya evolutivamente por el Gobierno, con el caluroso aplauso y honda satisfacción de propios y extraños; pero cometidos aquellos errores, ahuyentó la paz y trajo el estado de guerra.

Piensen serenamente nuestros compatriotas lo que aquí exponemos; si lo comprenden, estiman y solucionan, se salvarán ellos, salvaremos a la Patria de riesgos trascendentales; pero si no lo hacen así, la responsabilidad de una Revolución que se advierte y que señala el modo de conjurar eficazmente aquellos peligros, queda salvada ante el mundo y ante la historia.

Todo por la Patria y para la Patria.

Emilio Vázquez


UN ARTICULO DE EL IMPARCIAL

Curioso resulta después de leer el artículo del señor licenciado Vázquez Gómez y a la distancia de veinticinco años, ver el criterio equivocado de la prensa porfirista y la posición que adoptó durante la administración del señor Madero.

En un artículo de fondo de El Imparcial -5 de febrero de 1912-, econtraremos claramente expuestas las ideas que con respecto a las tendencias sociales y políticas del movimiento revolucionario, tenía ese periódico; pero pronto verá el lector que en la misma sección editorial, y sintiéndose revolucionario, reclamó al Presidente su falta de cumplimiento de las promesas hechas al pueblo en materia agraria, mientras que en el artículo que vamos a reproducir, aboga francamente porque esas promesas no se cumplan y pide que no se resuelva el problema sino que se le aleje, para aprovechar una futura contingencia.

Pero no es que faltara consistencia en las ideas de los porfiristas, sino que sobraba mala fe, pues por una parte querían influir en el ánimo del señor Madero, para que decididamente diese de mano los principios proclamados por el movimiento que había encabezado, a fin de que las cosas continuasen como en tiempos de la Dictadura, y por otra parte, querían aislarlo de los que anhelaban una transformación social y todavía la esperaban viniendo del Gobierno maderista.

Dice así el artículo de referencia:


Los dos matricidas

Entre el bullicioso clamor que levanta la turba en los alrededores de la ciudad de Chihuahua, han podido ser oídos perceptiblemente varios nombres, que son a modo de banderas de agitación o gritos de guerra. De esos nombres sólo dos son conocidos en toda la nación y poseen una funesta celebridad: Emiliano Zapata y Emilio Vázquez Gómez.

La coincidencia de la semejanza en la formación léxica de estos patronímicos, de sus relaciones gramaticales, de su mismo origen morfológico, que presenta idéntico tema radical, no deja de causarnos sorpresa, por cuanto a que lo que sucede en el mundo de los sonidos, en las relaciones del lenguaje, sucede también en la región de las ideas, en el universo de la psiquis, y tal parece que un mismo sello de fatalidad marca, en estos dos nombres, la presencia de dos fuerzas homogéneas que tienen su origen en un mismo peligro.

En efecto, íntimo parentesco hay entre los dos vocablos: Emilio; Emiliano. Uno es derivado del otro. Como acontece, cabalmente, con las personas que, para diferenciarse de las demás, los llevan a modo de distintivo membrete. He aquí a dos hombres que, en los actuales momentos, representan la liga del crimen y la ambición, el pacto del bandidaje y la venganza, el compañerismo de la villanía y la perfidia. Don Emiliano y don Emilio aprovechan esta hora de desorden, de debilidad, de agonía en la sociedad, para entrar en tratos y ayudarse mutuamente en sus obscuros proyectos de rebelión. Ambos quieren repartirse el manto de la Patria crucificada. Y remueven los dados en el cubilete, y entregan a los azares de su juego mortal el destino de los sangrientos despojos de esta tierra removida por el paso de todas las injusticias; asaltada, de improviso, por la furia de todas las calamidades.


Las dos tendencias

Lo que fue, al principio, una sospecha, un presentimiento, está tomando la forma de una aterradora realidad: el bandido y el político se juntan para consumar la obra tremenda. El rencor primitivo, irreflexivo, impulsivo del uno estará dirigido y sostenido por el despecho, el odio y la pasión del otro. Las dos ambiciones se han dado la mano: la selvática y brutal que sube del fondo de la gleba y la maliciosa y refinada que desciende de las clases intelectuales. Estos son los dos hombres y las dos tendencias y unos y otros cuentan con un ejército de ignorantes, de perversos, de alucinados o de mercenarios. Es toda una cruzada contra la paz, contra el progreso, contra la civilización, contra la nacionalidad, contra la Patria.

Y estos dos hombres y estas dos tendencias no nacieron por generación espontánea: son hijos legítimos y reconocidos de la revolución maderista. No nos forjemos ilusiones; esa revolución no ha terminado. Algunas de sus perspnalidades habrán podido llegar al poder, hacerse cargo del gobierno; pero los gérmenes arrojados en tan fecundo campo de la revuelta, han encontrado savia para fructificar, y el país está levantando una de las primeras cosechas. La esperábamos; la temíamos. Acabaremos con ella; confiamos en acabar con ella, si por un acto instintivo de conservación, reaccionamos decididamente todos los civilizados, todos los laboriosos, todos los cultos, todos los sanos de espíritu, todos los fuertes de voluntad y presentamos, unidos, una resistencia indomable, frente a los ataques al orden, a la paz, a la propiedad, a la civilización.

Y no son vanas palabras, no son frases retóricas éstas: urgidos por la necesidad de defender nuestras vidas, nuestros intereses, nuestras familias, nuesera Patria, haremos, porque es preciso, un gran esfuerzo y sofocaremos con viril energía estas patológicas manifestaciones de disolución social. Las sofocaremos o pereceremos en definitiva, a causa de ellas, como un organismo asquerosamente devorado por la gangrena.


Zapata y Vázquez Gómez piden imposibles

Emiliano Zapata y sus huestes trogloditas, piden imposibles e inmediatas reformas en el reparto de la tierra; piden inicuas represalias de los miserables contra los ricos, de los analfabetos contra los letrados; de los malos contra los buenos. Y lo piden, robando sin tasa, incendiando siñ respeto, asesinando sin misericordia. No tienen el sentimiento de probidad para solicitar justicia, pero tienen un negro sedimento de odio prehistórico, que después de largos años de sumisión, hoy se desborda en crueles y ciegas turbulencias.

Emilio Vázquez Gómez no pide eso: sabe bien que no se le podría dar. Mas pide, asimismo, cosas tan imposibles como las de Zapata: pide un régimen democrático puro; pide una amplia y efectiva libertad, basada en una absoluta igualdad; pide, en fin, el cumplimiento de las promesas revolucionarias; pide el acatamiento del Plan de San Luis.

Posiblemente Emiliano Zapata concibe un vago presentimiento comunista, y, en su rudeza, puede llegar a creer que su bandolerismo está nebulosamente complicado de apostolado. Esta convicción es quizá su poder de atracción para las masas. Predica tal vez sin saberlo, pero sintiéndolo, una fatídica doctrina de disgregación y exterminio, que tiene por falsa bandera una idea de igualitarismo.

Emilio Vázquez Gómez entra en la lucha, provoca un conflicto de muerte, a sabiendas de que cuanto dice está fundado en utopías brillantes, huecas, desprestigiadas, inservibles. Emilio Vázquez Gómez está seguro del engaño que encierra, que encerraría, que encerrará, un llamamiento a la lucha para triunfar ideales que están muy lejos de la posibilidad de la práctica. Emilio Vázquez Gómez sabe que sólo una previa y lenta preparación será eficaz para que entremos, ordenadamente, en el pleno uso de la vida civil. Sabe que no son las revoluciones, que nunca cumplen sus promesas, porque nunca pueden cumplir, aun con la mejor buena fe, las que han de perfeccionar nuestro estado social, atrayendo a la civilización a doce millones de inadaptados que llevamos a rastras. Sabe que tenemos enfrente un problema tremendo, por la vecindad de una nación poderosa; y que nuestro patriotismo debe estribar principalmente en una digna prudencia, en una honorable cautela, que ha de tener por objeto exclusivo, no solucionar ese problema, sino alejarlo para aprovechar, en cualquier caso, una favorable contingencia. Emilio Vázquez Gómez sabe todo eso, y el político pone en su infeliz labor, menos sinceridad que el criminal en la suya. Zapata dice a su gente: tomad tierras, mujeres, placeres, dinero, allí donde lo encontréis: todo es vuestro. Conquistadlo cón el peligro. Y lo cree y lo enseña con el ejemplo.

Emilio Vázquez Gómez dice: yo os daré libertad, la riqueza, la felicidad, estos bienes están encerrados en el Plan de San Luis, en mi programa de gobierno, en mis proclamas. Y no lo cree, y enseña con su ejemplo las cosas más tristes: la falsedad, la deslealtad, el egoísmo. Emilio Vázquez Gómez probó la fruta del árbol prohibido; supo de las satisfacciones del mando. Sintió el vértigo de las alturas. Y cuando por torpezas propias y ajenas cayó de la efímera cúspide, le quedó muy herido el amor propio, muy maltrecha la vanidad, muy escaldado el rencor, muy viva la ambición. Su gestión política, como miembro del Gobierno en la época del gobierno provisional, fue desastrosa, pero tuvo un objeto interesado y de miras aviesas: congraciarse con la gente revolucionaria para planes que se han venido madurando. Emilio Vázquez Gómez pretende, según se adivina, que su venganza dé un golpe teatral. Y para esto llega hasta la inmoralidad de aliarse con el bandido, sin parar mientes en el destino angustioso de la nación.


La defensa del Gobierno salvará al país

No permitiremos, no debemos permitir atentado tan grande y tan perverso. Convencidos como estamos de que una nueva Revolución, que no sería, que no es sino una prolongación de la anterior, constituiría un daño irreparable, un daño inmenso para el país, combatiremos en estas columnas toda idea de rebelión a un gobierno legal, a un gobierno constitucional, como es el que actualmente funciona.

Ningún interés bastardo nos guía para ello. No tenemos amistad con los hombres del poder. Comprendemos sus erróres y los señalamos para que reflexionen sobre ellos, y, si los reconocen, los corrijan. Pretendemos encauzar al gobierno por la ruta del deber y a la opinión pública por el camino del orden. Recién establecido el nuevo régimen, no tenemos derecho a exigir de él el milagro del absoluto equilibrio y del bienestar permanente. Le exigiremos que vaya hacia uno y otro, con paso firme y rápido, para devolver cuanto antes la salud nacional, alterada por causa de los que ahora tienen obligación de curar la enfermedad que ellos produjeron.

Pero con el mismo tesón con que en otro tiempo, no lejano, por cierto, defendimos al antiguo régimen, contra las rebeldías pasadas, cuyas consecuencias estamos sufriendp hoy, defenderemos ahora una situación normal y legalmente establecida. Y ese decidido empeño en sostener al gobierno, mientras el gobierno no traspase los límites de la ley, es lo que salvará al país, si es que queremos salvarlo.

Los que en la época anterior conservamos esa actitud de respeto al derecho, por compromiso y por convicción, seguiremos en ella, únicamente por este segundo motivo: por convicción, por sinceridad, por patriotismo.

Emiliano Zapata es un criminal ignorante; Emilio Vázquez Gómez es un político ofuscado. Los dos tienen afinidades y relaciones, en las actuales circunstancias. Son dos matricidas. Conspiran por la muerte de México.

Pues bien: contrarrestemos serena y enérgicamente este impulso de maldad. La verdadera libertad, el verdadero bienestar, la vida de los nuestros y el respeto a los extraños serán nuestro propio interés.

Nos creemos relevados de todo comentario al artículo preinserto, por sus ideas clara y francamente retrógradas que por sí solas se destacan; pero no resistimos a la tentación de tocar siquiera algunos de los puntos más sobresalientes.

Para el articulista -que evidentemente reflejaba el sentir del grupo de los acomodados del porfirismo-, no había sino un deseo: la paz. Muy laudable hubiera sido ese deseo, si para la obtención de la paz se hubiese visto y analizado la causa que en verdad la perturbaba, causa que no era otra que el estado de desequilibrio social; pero resulta inhumano el deseo cuando se quiere que la paz surja como fruto de la resignación de las clases trabajadoras.

Airadamente se ataca a la Revolución; pero no se ven sus raíces, no se le toma como el efecto fatal de la situación de injusticia y de opresión que había prevalecido en el régimen porfirista, durante el cual fue acumulándose el descontento de las masas, que alguna vez tenía que manifestarse más o menos violentamente. La ocasión llegó cuando los representativos de las clases oprimidas se dieron cuenta de que los sacrificios del pueblo en la lucha armada que acababa de pasar, habían sido infructuosos y que los esfuerzos realizados en pro de una mejoría social, sólo habían traído algpnos cambios políticos.

Las ideas de liberación económica, que aunque de modo tímido se habían manifestado durante el movimiento armado, tuvieron que evolucionar en el ambiente más propicio que les resultó con la caída política del régimen que constituía un estorbo para su implantación. Cuando se pretendía matar esas ideas, era natural que sufrieran una exacerbación y que se volviesen contra todo nuevo obstáculo, con una fuerza que estaba en relación con el desarrollo alcanzado.

En presencia del fenómeno de la rebelión, un espíritu sereno hubiera pedido al Gobierno que analizase cuidadosamente las peticiones de los rebeldes y que procurara satisfacerlas en lo que de justo tuviesen. Al mismo tiempo pudo también pedir a los rebeldes la revisión cuidadosa de sus programas y reducir al mínimo sus peticiones. Una campaña de prensa en tal sentido, habría traído positivos beneficios para el país.

Lejos de eso, el periódico ataca de frente las ideas revolucionarias y arremete contra las personas que se destacaban como radicales: el general Zapata y el licenciado Vázquez Gómez. No le gusta que el uno hubiera salido de la gleba; pero tampoco está conforme porque el otro procediera de las clases intelectuales. A uno por humilde, a otro por intelectual, les niega justicia en sus actos y posibilidad en los deseos.

Emiliano Zapata y sus huestes trogloditas -dice- piden imposibles e inmediatas reformas en el reparto de la tierra; pide inicuas represalias de los miserables contra los ricos, de los analfabetos contra los letrados; de los malos contra los buenos.

¿Era imposible una redistribución de la tierra? ¿Por qué? Si los trabajadores del campo se encontraban en las condiciones de esclavos ¿no podían, como seres humanos, aspirar a su liberación? Si no había habido imposibilidades cuando la tierra fue usurpada a sus primitivos poseedores ¿por qué había de haberlas cuando se trataba de la reinvindicación?

Si represalia de los miserables contra los ricos, se llama al anhelo de los primeros de poseer lo que necesitaban para su vida y no seguir siendo objeto de explotación, ¡qué enorme fondo de justicia hay en esa represalia! ¿Acaso debían callar y sufrir eternamente los miserables, para que los explotadores disfruten de una vida opulenta?

¿Represalia de los analfabetos contra los letrados? ¡No! ¿En cuál de los postulados revolucionarios se pedía algo contra los hombres de ciencia? Al hablarse de los científicos, claramente se señalaba al partido político que era conocido con ese nombre y que tantos daños había causado al país, porque todo su talento lo había puesto al servicio de sus ambiciones. Muchos de los que no pertenecían al partido científico pero que sí poseían ilusrración, habían sido cómplices de los ricos; pero la Revolución nada intentaba contra ellos; quería solamente acabar con el estado de cosas que perjudicaba a las masas, quería dar a cada quien lo que humanamente le correspondía.

¿Represalías de los malos contra las buenos? ¿Quiénes era los malos y dónde estaban? ¿Eran los integrantes de la clase rural explotada?; ¿consistía la maldad en ser productores y no querer producir en adelante para otros sino para su beneficio? ¿eran malos porque no querían zánganos?; ¿quién es el malo, el que chupa la sangre o la víctima que sufre la succión?

Refiriéndose al señor licenciado Vázquez Gómez, el artículo dice: mas pide, asimismo, cosas tan imposibles como las de Zapata: pide un régimen democrático puro; pide una amplia y efectiva libertad, basada en la absoluta igualdad; pide, en fin, el cumplimiento de las promesas revolucionarias, pide el acatamiento del Plan de San Luis. y bien: ¿en qué estaba la imposibilidad del establecimiento de un régimen democrático puro? ¿Era una razón para que no se estableciese, el hecho de que durante el porfirismo no lo hubo? ¿Quién había dicho que el porfirismo había llegado al máximo de la perfección política? Pedir un régimen democrático puro, no es ni puede ser un deseo torcido. Si las ambiciones personales han llegado a frustrar en muchas ocasiones los más brillantes postulados de la democracia, no por ello su establecimiento es imposible, ni debe detenerse allí el esfuerzo, sino propender a su completa realización, con pureza de procedimientos, eliminando los obstáculos que se interpongan y por sobre las miserias humanas.

¿Pedir una efectiva libertad, es pedir un imposible? ¿Por qué? ¿No acaso la libertad, como la justicia, es un sentimiento inmanente en el espíritu humano? Si la lucha constante de la humanidad ha sido teniendo como objetivo principalísimo la libertad, ¿por qué no se ha de alcanzar alguna vez? Todo esfuerzo hacia ese objetivo es noble y generoso y, por generoso y noble, es respetable.

Y la igualdad ante la ley -que no otra cosa pedía el licenciado Vázquez Gómez- ¿es también un imposible? ¿Por qué ha de haber privilegios dentro de un conglomerado social? Las consideraciones, cariño y respeto que merezca un hombre por su honradez, talento y virtudes, no quieren decir que posea el derecho de que se violen en su favor las leyes existentes, normativas de la conducta de los funcionatios y de la de los componentes de la sociedad. La Revolución de Ayutla dejó en el código de 1857 consagrada esa igualdad, ¿qué de censurable tenía, pues, el deseo de que pasara el pensamiento del Constituyente a la categoría de una hermosa realidad?

¿El cumplimiento de las promesas revolucionarias era acaso un deseo fuera de tono? ¿Para qué se había hecho la Revolución? ¿Para dejar las cosas como estaban? ¿Qué objeto había tenido la cruenta lucha? Si el Plan de San Luis Potosí era un programa de reformas a la estructura social, aunque muchas de ellas imprecisas, ¿por qué se había de violar en detrimento de la mayoría que esperaba esas reformas y para beneficio de los favorecidos por el porfirismo? Si pues había sido el programa de la Revolución, tocaba a ésta su cumplimiento; si se presentaban obstáculos materiales para su realización, era de la incumbencia de todos los revolucionarios, buscar la forma de allanar esos obstáculos; pero nunca cruzarse de brazos ante la situación, volver las espaldas a los postulados y relegar ese programa al olvido.

El articulista pensaba que terminada la lucha armada, y como si se tratara de un juego de niños o de la representación de una comedia, cada quien debía volver a sus condiciones: el rico a la explotación, el trabajador a ser explotado, sin tener siquiera el derecho de protesta.

Continúa el artículo refiriéndose al licenciado Vázquez Gómez y dice: Sabe que no son las revoluciones, que nunca cumplen sus promesas, porque nunca pueden cumplir, aun con la mejor buena fe, las que han de perfeccionar nuestro estado social, atrayendo a la civilización a doce millones de inadaptados que llevamos a rastras.

Estas palabras son una insinuación malévola hecha sutilmente al señor Madero para que rompiese con las pocas ligas que aún lo unían a la Revolución.

¡Bien hizo la Revolución cuando desoyó todas estas falacias y se impuso sobre todos sus enemigos! ¿Por qué habían de quedar esos doce millones de seres humanos, de compatriotas nuestros, fuera de la corriente nacional? ¿Por qué no adaptarlos? ¿Por qué no convertirlos en partícipes del ritmo de la vida colectiva? ¿Por qué no convertirlos económicamente primero y luego por medio de la educación en elementos de progreso?

Porque según el articulista, tenemos la vecindad, en el Norte, de una poderosa nación, y de allí que nuestro patriotismo consistiera no en solucionar el hondo problema nacional; sino alejarlo, en espera de condiciones propicias. Patriotismo de pega resulta cuando se quiere, en su nombre, que los beneficios de la civilización aprovechen a unos cuantos y se deja, deliberadamente, fuera de esos beneficios, a la mayoría de los mexicanos.

¿Quién o quiénes tenían la culpa de que guardaran esos doce millones de seres humanos la condición de inadaptados? La hora de atraerlos había llegado; pero toda elevación significaba para los poderosos, para los aristócratas, la pérdida de sus vasallos; para los ricos, para los explotadores, la pérdida de sus esclavos. Esta era la razón de fondo y que movía la pluma del articulista.

¿Quién había dicho que la poderosa nación vecina se complacía, apoyaba y quería la indefinida continuación de aquel estado de cosas en la nación mexicana? Aunque lo deseara, ¿no tenemos acaso el derecho que tienen todos los pueblos de la tierra de promover la elevación de los nuestros?; ¿qué partiotismo es ése que detiene el progreso de los suyos, por temor de disgustar al vecino?

Sumiso a los ricos, cobarde ante el extranjero, fuerte únicamente para el trabajo, resignado ante todas las injusticias, viviendo una vida de oscuridad y de miseria, así es como quería ver el periódico al pueblo mexicano.

¡Y quienes así hablaban, eran los que se decían letrados, los buenos!

¡Qué distinto pensaba el general Zapata, el oscuro, el analfabeto, el bandido, el troglodita! ...

Comparemos sus ideas: quería la elevación de las masas en todo sentido; quería que se promoviese la floración de las virtudes del indio y del trabajador en general; que se diese pan a sus labios, luz a su cerebro; que se le tuviera en la condición de sér humano y con derecho a todas las oportunidades para su ascensión; que se le hiciera justicia simplemente, sin el afeminado temor de disgustar a la nación del Norte que, por otra parte, no tenía por qué disgustarse.

El articulista llama gobierno legal, gobierno constitucional al del señor Madero; ofrece combatir, claro está que desde sus columnas del periódico, toda idea de rebelión a ese gobierno. Ofrece sostenerlo; pero no por legal y por constitucional, sino mientras no traspasara los límites de la ley. ¿Qué ley? La que no pensaba ni había tenido tiempo de reformar el señor Madero: la ley que le había dejado la Dictadura.

El bando porfirista, cuyas ideas refleja admirablemente el artículo que estamos comentando, no podía desconocer al gobierno, porque su bandera habría sido de regresión y tal cosa equivalía a quedar entre dos fuegos. Unirse a los rebeldes, hubiera sido para el bando porfirista una aberración; optó, pues, por sostenerlo, aun cuando le estorbara su extracción revolucionaria y con la esperanza de que se fuera docilitando cada vez más a las exigencias reaccionarias. Hemos visto cómo, tras de insinuarle que desconociera el Plan de San Luis, que lo declarara imposible de cumplir, esto es, que traicionara por completo a la Revolución, le ofreció su apoyo condicional ante la rebelión.

Era, sencillamente, la proposición de venta de la primogenitura por un plato de lentejas.


CULPABLE PARTICIPACION DE LA PRENSA CONSERVADORA

No cabe duda que la prensa conservadora tuvo una participación directa en la campaña de barbarie que Juvencio Robles llevó a cabo en Morelos, pues influyó en el ánimo del Presidente Madero, según vamos a verlo en el artículo de El Imparcial que a continuación reproducimos:


La amenaza mortal es el zapatismo

¿Por qué no decirlo, si el concepto está remachado con el hierro de los hechos en lo hondo de la opinión pública? Hay en estos momentos una idea que turba todos los espíritus, que se adhiere a todas las conciencias, que pugna por salir de todos los labios: o el Gobierno acaba en plazo brevísimo con el zapatismo o el zapatismo acabará, a la larga, con el Gobierno.

Y hay que decirlo así, rudamente, crudamente, sin escarceos ni artimañas, porque es honrado acuñar en el molde de la palabra escrita, los sentimientos y convicciones de la sociedad; porque un gobierno que pretende apoyarse en soportes democráticos, se encuentra obligado a oírlo todo: hay que decirlo, porque ya en ese punto la situación es insostenible, la llaga cada vez más profunda, los recelos cada día más justos; hay que decirlo, porque si en el asunto del zapatismo el público está enfermo de desconfianza, el Gobierno comienza a ser atacado de descréditO.

Y esto hay que terminarlo: por el bien del Gobierno, por el bien del público, y por el bien de la nación.

Parece sin embargo que tras largos meses de infructuosa brega, el Gobierno no ha llegado a penetrarse de los elementos constitutivos del zapatismo, no conoce las profundidades y ramificaciones de sus raíces, los componentes de la tierra de que se extrae su savia, ni conoce tampoco -y esto es lo más grave aún- la brevedad del término que tiene delante para extirpar de una buena vez, ésta que fue planta malévola y hoy es árbol venenoso bajo cuyas frondas se amontonan las víctimas.

El zapatismo vive y vivirá mientras subsistan las circunstancias que lo hacen viable, en tanto que no se ataje el mal en sus orígenes; si se podan únicamente las ramas al ras -y no las más altas-, y no se ataca al tronco, quedará el árbol, que crecerá cada día con mayor vigor y que arrojará retoños nuevos a cada soplo favorable. ¡Y todos son soplos favorables en esta obra de expansión y crecimiento! Esto es lo que no ha podido entender el Gobierno.


Quiénes son y dónde están los zapatistas

No hacen falta, empero, prodigios de agudeza psicológica para descubrir quiénes son y dónde están los zapatistas. Es muy fácil descubrirlo: los zapatistas son todos los que habitan en Morelos y están dentro de los límites del Estado. Lo son por simpatía, lo son por miedo, lo son por conveniencia, lo son por medro, lo son por ignorancia, lo son por malicia, lo son por convencidos, lo son por vencidos, lo son por inutilidad de esfuerzos, lo son por atávicos impulsos de rebeldía. Estos son los zapatistas, y ahí están los zapatistas.

Y no es que llamemos zapatistas a los valerosos vecindarios que rechazan, arma en mano, los ataques de las gavillas de los asaltantes; no es que como tales designemos a los hombres de bien, de todas clases y categorías sociales, que viven en el Estado de Morelos, a la gente de trabajo y de orden; lo que decimos, es que el zapatismo cuenta con la cooperación y el apoyo, voluntario o forzoso, espontáneo o impuesto, de la gran mayoría de los ciudadanos, aun de los más honrados, que, indefensos frecuentemente, sin medios de represión y ante los amagos de venganzas irremediables y de daños ciertos, acaban por ceder, y una vez cediendo se va de la tolerancia al auxilio, del disimulo a la complicidad, de la indiferencia al delito.

¿Desea el Gobierno saber dónde están y quiénes son los zapatistas? Pues interrogue a los corresponsales y agentes viajeros de la prensa y del comercio; pregunte a los vecinos más caracterizados, a las personalidades más sinceras e imparciales; interrogue a la gente de crédito y veracidad; ellos le dirán que el zapatismo está en el aire que se respira; que radica en cada palmo de terreno en que se pone la planta; que está en las autoridades locales, en el jefe político, en el alcalde, en el recaudador, en el escribiente, en el portero; ellos le informarán que el zapatismo es una larga cadena que se desarrolla en infinidad de eslabones de todos los tamaños y materias; ellos le harán saber que así, solamente así, con el silencio de los pusilánimes, la inacción de los indiferentes y el apoyo de los que ocupan los puestos de mando, de los encargados de sostener la seguridad y el orden, el zapatismo vive y vivirá mientras que no se tomen otras medidas y se inicie otra política, de purificación al par que de energía, de higiene pública al mismo tiempo que de inexorable firmeza.


Ineficacia de la campaña

No es mucho que la persecución contra el zapatismo resulte, dentro de las actuales condiciones, tan enervante como ineficaz, tan desalentadora como inútil.

A oídos de una fuerza del Ejército llega la noticia de que en tal localidad, próxima a la que se halla, se ha presentado una gavilla de zapatistas y ejercido, según costumbre, todo género de atentados. Pónese inmediatamente en movimiento y al llegar al punto señalado ¿qué encuentra? Encuentra un poblado de gentes pacíficas, los mozos con la azada en la mano, las mujeres arrodilladas ante el metate, las autoridades ocupadas en averiguar hacia dónde han huído los asaltantes de las haciendas vecinas, los rostros compungidos, las miradas asombradas. ¿Dónde están los zapatistas? ¿Quiénes son los zapatistas? ¡Y los zapatistas no se han movido del lugar, están ahí, son ellos! Como en las viejas comedias de magia, la decoración y los accesorios han cambiado, pero los personajes son los mismos: los rifles se han convenido en azadas, las cananas en mazorcas, el antro en jardín, el bandido en marmitón. Sólo una cosa queda perenne, reveladora, indiscutible: el asalto y el robo.

Unicamente a virtud de esta satUración ambiente, se explica un hecho último -hecho revelador, hecho típico- al parecer inexplicable: ese formatio por generación espontánea de dos compactos millares de zapatistas, en torno de San Martín Texmelucan, que desaparecen de la noche a la mañana, sin dejar de sus huellas el más leve rastro. ¿Cómo salieron de la nada y a la nada volvieron los que por sus hazañas mostraron ser algo más real y tangible que los espectros de una pesadilla? Cuerpos tuvieron y en alguna parte fueron a dar con ellos, y si su desaparición ha sido tan completa, fue porque pudieron mezclarse y confundirse con esa multitud que los crea y los disimula, vapor que se disuelve en el agua en el mismo manantial en que tuvo su origen.


Un mes para aniquilar al movimiento

Pero si el Gobierno no ha entrado en lo íntimo del problema zapatista, en cambio, tampoco parece haberse dado cuenta de la necesidad que tiene de resolverlo en un plazo muy terminante, muy angustioso, muy perentorio, porque de no ser así, ¡zapatismo tenemos para rato!

La otra tarde, a las interrogaciones de un repórter, declaraba enfáticamente el señor Ministro de Gobernación, que dentro de cuatro meses habrá terminado el zapatismo. ¡Cuatro meses! ¿Sabe el señor González el valor positivo de esa afirmación? Pues nosotros decimos de una manera terminante, que el Gobierno sólo tiene un mes, ¡sólo un mes, óigasenos! para terminar el bandidaje, y lo que no haga en el curso de febrero, saldrá sobrando en el trimestre de depredaciones que generosamente concede el señor Ministro a los habitantes del Estado de Morelos. En marzo dos nuevos generales vendrán al Estado de Morelos a unirse al ex integérrimo Emiliano Zapata: el Clima y la Lluvia. Aquél diezmará con los proyectiles de sus epidemias las sufridas fuerzas federales: éste entorpecerá con las dificultades de comunicación las operaciones militares. Si el viejo plazo del señor Ministro de la Guerra ha resultado estrecho para el zapatismo, el nuevo plazo del señor Ministro de Gobernación le viene de sobra holgado.

Ya el señor Casso López anuncia las avanzadas de uno de los dos futuros aliados del zapatismo. Ya se hace saber que el paludismo ha comenzado a combatir a sus hombres; y contra este otro enemigo al frente, salen sobrando los máussers y salen sobrando los cambios de Gobernador y salen sobrando los nuevos uniformes de los rurales y salen sobrando los emisarios que van, por su cuenta propia, y buscan a Zapata y lo encuentran, mientras que el Ejército sigue la persecución de fantasmas. Todo ello sale sobrando, porque ninguno de estos inspiradísimos acuerdos o desacuerdos -que en el substantivo no andan conformes los autores- podrá conírarrestar la marcha inexorable del zapatismo.

¡Pobre Juan Soldado!, a quien sólo falta para su sacrificio contra lo invisible, esa legión impalpable de morbos que germinará en la tierra que se pise, en el agua que se beba y en el aire que se respire: ¡Pobre Juan Soldado! ¿qué sabes tú de todas estaS cosas, de estas disputas de hombres, de estas telas de Penélope de la ambición y de la política? Ayer te dijeron que Zapata era un amigo de la Libertad. y de la Democracia, contuvieron tu impulso, moderaron tu ímpetu; hoy te dicen que Zapata es un adversario de aquella causa y te incitan a combatirlo en medio de las tinieblas, entre la obscuridad, en la sombra, donde todo es incierto y tenebroso, terrible y tenue, trágico e ilusorio. ¡Pobre Juan Soldado! ¿qué sabes tú de todo esto? Tú sólo sabes una cosa: morir calladamente, resignadamente; enrojecer la tierra con tu sangre, blanquear el suelo con tus huesos, hacer con tu vida una bandera de disciplina, de fidelidad, de inertitud y de sufrimiento! ...


Remoción de todo el personal

Es forzoso que el Gobierno resuelva el problema del zapatismo, y que lo resuelva brevemente, radicalmente, haciendo, como decíamos el otro día, un supremo esfuerzo para extirpar, por medio de una valerosa operación quirúrgica, esta porción dañada de nuestro organismo. Y para ello no limitarse puramente a la acción del bisturí, sino entrar de lleno en una campaña profiláctica: remover de arriba a abajo el personal del Estado de Morelos -que por menos se han hecho mayores desgarraduras en el manto de la soberanía federal-; colocar al frente de las jefaturas y puestos públicos hombres de toda confianza, conocedores del terreno, enérgicos y justicieros al mismo tiempo, sin ligas políticas ni compadrazgos peligrosos, sin amor ilimitado a la efusión innecesaria de sangre; pero también sin complacencias malsanas para los amasadores de crímenes.

¿Que no hay de esos hombres? ¿Y cómo hemos de creerlo cuando la última cosecha es tan reciente, que aún quedan muchos ejemplares a disposición del Poder Público? ¿De qué otro modo se logró, no hace tanto, mantener el orden y hacer efectiva la seguridad de ese Estado, semillero hoy de malhechores y delincuentes?

Hágalo así el Gobierno, acuda a esos hombres -sin preocuparse de si pertenecierón o no al antiguo régimen, si nacieron a la vida pública antes o después del Plan de San Luis- y merecerá la confianza y la aprobación de la sociedad y de la República. De otra suerte, el zapatismo, que hoy se llama hueste, se llamará muy pronto legión.

El periódico defensor de los intereses de las dos docenas de familias propietarias del Estado, confesó paladinamente, como acabamos de ver, que las simpatías de todo el pueblo morelense estaban con el guerrillero suriano; pero no dijo por qué las huestes rebeldes contaban con el pueblo.

Aquellos periodistas que se autotitulaban directores de la opinión pública, en vez de encauzarla y de señalar al Gobierno la forma humana y honesta de hacer justicia al pueblo, le aconsejaron emplear mayor severidad y lo exhortaban a que exterminara a los revolucionarios en perentorio plazo, sin penetrar en la justicia de su causa, ni tomar en consideración sus sinsabores; únicamente se condolieron de los pobres abnegados federales, que en su irresponsabilidad y su inconsciencia, cumplían con la consigna criminal de jefes sanguinarios como Robles, estimulados por la no menos criminal conducta de periodistas retrógrados y faltos de penetración que aconsejaron públicamente y que apoyaron la obra de exterminio.

Esos escritores, con más mala fe que cultura, no fueron capaces de comprender que el movimiento de defensa de las apretadas masas rurales del Sur obedecía a un anhelo justo, a una necesidad vital e insatisfecha; sabían que aquel gesto de simpatía hacia la causa que acaudillaba un campesino convertido en símbolo por las torpezas del Gobierno Interino y del Constitucional que lo sucedió, no podía ser un fenómeno meramente afectivo y aislado, sino con raíces sociales profundas; y debieron saber que los fenómenos sociales, como las fuerzas de la naturaleza, requieren un estudio concienzudo de las causas que los producen.

Pero creyeron, como lo creen los que están interesados en sostener situaciones privilegiadas, que extirpando a quienes piden justicia, aunque sean millares, se solucionaba el problema.

Se olvidaron de que el silencio impuesto momentáneamente por la fuerza, provoca una reacción incontenible.

Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO II - Capítulo X - Importantes brotes rebeldes de carácter agrarioTOMO II - Capítulo XII - El General Felipe Ángeles en la campaña del SurBiblioteca Virtual Antorcha