Índice de Emiliano Zapata y el agrarismo en México del General Gildardo MagañaTOMO I - Capítulo II - Antecedentes históricos del ejidoTOMO I - Capítulo IV - Maximiliano y las ideas agrarias de su épocaBiblioteca Virtual Antorcha

EMILIANO ZAPATA
Y EL
AGRARISMO EN MÉXICO

General Gildardo Magaña

TOMO I

CAPÍTULO III

EL GENERALÍSIMO MORELOS Y EL PROBLEMA AGRARIO


El campo en que operaba Morelos, era el más propicio para la rebelión. Las mayores infamias de la esclavitud, del tráfico de sangre y de la explotación humana, se habían desarrollado en las regiones que le habían sido destinadas para revolucionar.

Los actuales Estados de Morelos, Guerrero, Puebla, Oaxaca y Veractuz, habían sido el teatro de infamias sin cuento: en las plantaciones de caña y de tabaco, en los ingenios de azúcar y en las minas, flotaba en el ambiente un odio secular al capataz y al encomendero, que había de estallar en una forma arrebatada y destructora a la primera invitación a la rebeldía.

Parece que Morelos creyó en un triunfo rápido del movimiento de Independencia; pensó que Hidalgo podía ocupar México y establecer un nuevo gobierno en poco tiempo; y por eso su plan primitivo fue de concordia y conciliación, a fin de producir menores daños y, una vez constituídos en jefes de la Nación, realizar las reformas desde arriba, con la autoridad suficiente que garantizara la mejoría de las clases inferiores.

Como la guerra hubo de prolongarse y sus esperanzas se vieron fallidas, cambió de táctica y de procedimientos, cuando se dió cuenta de que era una guerra larga entre las clases privilegiadas y las clases oprimidas.


La eliminación de Fernando VII

En 1812, al escribir desde Tehuacán el general Morelos algunos comentarios acerca de los elementos constitucionales compuestos por don Ignacio Rayón, dice, con aquella concisión característica en él, al referirse a la cláusula quinta, en la que Rayón declara que la soberanía dimana del pueblo y reside en la persona del señor don Fernando VII, que la proposición del señor don Fernando VII es hipotética, lo cual demuestra que Morelos se había resuelto a no consecuentar más con el giro de defensa para los intereses de los Borbones, que se le dió aparentemente a la primitiva insurrección, y meditaba ya formalmente en la emancipación y el establecimiento de un gobierno propio, con las facultades que más tarde expresó, para que se implantara el sistema más adecuado al pensamiento y al sentir de la Nación.


Decretos y manifiestos del Generalísimo

La capacidad de Morelos como conductor de hombres y como Primer Jefe de un movimiento revolucionario, se nos impone con la lectura de las circulares, decretos y manifiestos que con tal carácter expidira en distintas épocas de su actuación. Con la experiencia propia y el conocimiento directo del medio y las condiciones en que operaba, en cada ocasión en que se dirigía al pueblo o a sus generales, concretaba aspectos de su programa, que articulados entre sí pueden formar un verdadero sistema político y una doctrina congruente. Documentos vigorosos, más elocuentes mientras más sencillos, trazados con una mano tan firme en el manejo de la espada como en el de la pluma. Desarrollaba a grandes rasgos sus ideas de emancipación, abarcando puntos relativos a la situación política y a la estructura social reinante en aquella época. Dos de estos documentos demuestran con toda amplitud el alcance y la trascendencia de sus disposiciones.

En el manifiesto de 2 de noviembre de 1813, firmado en Tlacosautitlán (perteneciente al Estado de Guerrero), declara terminantemente la Independencia, al dirigirse lo mismo a los europeos que a los americanos, sin hablar más de Fernando VII; y en una orden de táctica militar y política, exige, categóricamente, que se definan los criollos complacientes con el gachupín, para que no haya más connivencias entre ellos, ni se escuden en neutralidades artificiosas que acarrean la prolongación de la guerra y la confusión en los campos. Con un estilo sobrio, contundente y agresivo, conmina a todos los mexicanos a que secunden el movimiento y amenaza sin tapujos a todos aquellos que sirven de encubridores a la causa del despotismo y la tiranía.


Las ideas sociales del Generalísimo

Para nosotros, el documento más precioso de cuantos calzara con su firma Morelos, es aquel otro titulado: Medidas políticas que deben tomar los jefes de los ejércitos americanos para lograr su fin por medios llanos y seguros, evitando la efusión de sangre de una y otra parte.

En ese documento descubrimos las ideas sociales del generalísimo, que parecían imponérsele a él mismo como una necesidad primordial, para que se consiguiera una mejor distribución de la riqueza y un sistema distinto en la administración pública.

Aunque este documento, en apariencia, no formó parte de los puntos propuestos por él para redactar la Constitución, sin embargo, con términos más sugestivos y suaves, propuso, en uno de aquellos artículos, al mismo Congreso, que se dictaran leyes que moderaran la opulencia y la indigencia, lo que quiere decir que ni un momento olvidó More!os las medidas que e! ambiente en que operaba le estaba dictando y que él recogió con toda naturalidad, como el hombre hecho a descubrir el pensamiento de los hombres sencillos que lo seguían.

Este documento está nutrido de ideas tan radicales, que para lqs comentaristas que no lo interpreten con la intención que fue inspirado, podía aparecer como peligroso y demoledor. Dice así:


PROYECTO PARA LA CONFISCACIÓN DE INTERESES DE EUROPEOS Y AMERICANOS ADICTOS AL GOBIERNO ESPAÑOL.

Sea la primera: Deben considerar como enemigos de la Nación y adictos al partido de la tiranía a todos los ricos, nobles y empleados de primer orden, criollos o gachupines, porque todos éstos tienen autorizados sus vicios y pasiones en el sistema y legislación europea, cuyo plan se reduce en substancia a castigar severamente la pobreza y la tontera, es decir, la falta de talento y dinero, únicos delitos que conocen los magistrados y jueces de estos corrompidos tribunales.

Este es un principio tan evidente, que no necesita de otra prueba que la de tender los ojos por cualesquiera de las providencias y máximas diabólicas del tirano Venegas, quien está haciendo un Virrey mercantil, servilmente sujeto a la desenfrenada codicia de los comerciantes de Cádiz, Veracruz y México, y bajo este indefectible concepto, deben tirar sus líneas nuestros libertadores, para no aventurar la empresa.

Sígnese de dicho principio, que la primera diligencia que sin temor de resultas deben practicar los generales o comandantes de divisiones de América, luego que ocupen alguna población grande o pequeña, es, informarse de la clase de ricos, nobles y empleados que haya en ella, para despojarlos en el momento, de todo el dinero y bienes raíces o muebles que tengan, repartiendo la mitad de su producto entre los vecinos pobres de la misma población, para captarse la voluntad de! mayor número, reservando la otra mirad para fondos de la caja militar.

Segunda: Para esra providencia debe preceder una proclama compendiosa en que se expongan las urgentes causas que obligan a la Nación a tomar este recurso con calidad de reintegro, para impedir que las rropas llamadas del Rey, hostilicen los pueblos con el objeto de saquearlos, pues sabedores de que ya no hay en ellos lo que buscan, no emprenderán tantas expediciones.

Tercera: El repartimiento que tocare a los vecinos de dichas poblaciones, ha de hacerse con la mayor prudencia: distribuyendo dinero, semillas y ganados con la mayor economía y proporción, de manera 'que nadie enriquezca en lo particular y todos queden socorridos en lo general, para prendarlos, conciliándose su gratitud; y así, cuando se colecten diez mil pesos partibles, se reservarán cinco mil para el fondo y los otros cinco mil se repartirán entre aquellos vecinos más infelices, a diez, quince o veinte pesos, según fuese su número, procurando que lo mismo se haga con las semillas y ganados, etc., sin dejarles muebles o alhajas conocidas, que después se las quiten los dueños cuando entren las tropas enemigas.

Cuarta: Esta medida deberá extenderse al oro y demás preciosidades de las iglesias, llevándose cuenta para su reintegro, y fundiéndose para reducirlo a barras y tejos portátiles, disponiendo los ánimos con referir en las proclamas las profanadones y sacrilegios a que están expuestos los templos con la entrada del enemigo, y que esto se hace para libertarlos de tales robos. Este producto se conservará íntegro para los gastos de una guerra tan santa.

Quinta: Deberán derribarse en dichas poblaciones todas las aduanas, garitas y demás edificios reales, quemándose los archivos, a excepción de los libros parroquiales, pues sin esta providencia, jamás se logrará establecer un sistema liberal, nuevo, para lo cual es necesario introducir el desorden y la confusión entre los gobernadores, directores de rentas, etc., del partido realista.

Sexta: En la inteligencia de que para reedificar es necesario destruir lo antiguo, deben quemarse todos los efectos ultramarinos, de lujo, que se encuentren en dichos pueblos, sin que en esto haya piedad o disimulo, porque el objeto es atacar por todas partes la codicia gachupina, dejando inutilizados a los pudientes de los lugares, para que no puedan comerciar con ellos en dichos efectos, causando iguales o mayores extorsiones.

No hay que temer la enemistad de los despojados, porque a más de que son muy pocos, comparados con el crecido número de miserables que han de resultar beneficiados, ya sabemos todos por experiencia, que cuando el rico se vuelve pobre, por culpa o por desgracia, son impotentes sus esfuerzos y los gachupines le decretan el desprecio.

Séptima: Deben también inutilizarse todas las haciendas grandes, cuyos terrenos laboríos pasen de dos leguas cuando mucho, porque el beneficio positivo de la Agricultura consiste en que muchos se dediquen con séparación a beneficiar un corto terreno que puedan asistir con su trabajo e industria, y no en que un solo particular tenga mucha extensión de tierras infructíferas, esclavizando millares de gentes para que las cultiven por fuerza en la clase de gañanes o esclavos, cuando pueden hacerlo como propietarios de un terreno limitado, con libertad y beneficio suyo y del público. Esta es una medida de las más importantes, y por tanto deben destruirse todas las obras de presas, acueductos, caseríos y demás oficinas de los hacendados pudientes, criollos o gachupines, porque como se ha dicho, a la corta o la larga han de proteger con sus bienes las ideas del déspota que aflige al reino.

Octava: Debe también quemarse el tabaco que se encuentre, así en rama como labrado, docilitando a los pueblos para que se acostumbren a privarse de este detestable vicio, que no solamente es dañoso a la salud, sino también el principal renglón con que cuenta Venegas para fomentar la guerra tan cruel que está haciendo con los productos incalculables de esta maldita renta. Si Moreno y Moctezuma, cuando estuvieron en Orizaba y Córdoba, hubieran quemado más de cuarenta mil tercios de tabaco, inutilizando a los vecinos pudientes de aquellas Villas, hubieran puesto al tirano en la mayor consternación, precisándolo tal vez a capitular, porque estas hostilidades les son más sensibles a los gachupines, que cuantas victOrias consiga el ejército de América contra las tropas enemigas, porque la pérdida es siempre de criollos y no de intereses.

Finalmente, estas propias medidas deben tomarse contra las minas, destruyendo sus obras, y las haciendas de metales, sin dejar ni rastro, porque en esto consiste únicamente nuestro remedio. La misma diligencia se practicará con los ingenios de azúcar, pues lo que necesitamos por ahora es que haya semillas y demás alimentos de primera necesidad para mantener las vidas, sin querernos meter a proyectos más altos, pues todo esto quedará para después de haber destruído al gobierno tirano y sus satélites, conteniendo su codicia con la destrucción de sus arbitrios con que nos hacen la guerra y despojando a los pudientes del dinero con que le auxilian.

Este plan es obra de muy profundas meditaciones y experiencias: Si se ejecuta al pie de la letra, ya tenemos conseguida la victoria.

Impresiona fuertemente este documento por su alcance revolucionario. En algunas cláusulas parece demasiado violento y destructor; pero debemos considerar que la guerra había llegado en esa época a su culminación, y los intentos de los virreyes para someter a los insurrectos, eran secundados por jefes de una crueldad inaudita, que ponían en práctica medidas bárbaras en lo que hacía al tratamiento a los insurgentes y a la destrucción de la simiente revolucionaria.

Morelos se dió cuenta de que no sólo para la guerra, sino también para la paz, necesitaba México resolver problemas hondos y complicados, y que se necesitaba una verdadera inversión en la categoría de los valores sociales.

Han sido tantas y tan frecuentes las calamidades que hemos sufrido durante el siglo de Independencia, que nuestro pensamiento se acoge a una hipótesis que no creemos descabellada.

Si Morelos hubiera tenido la fortuna de consumar la Independencia, conforme a sus ideas de emancipación y mejoramiento de los de abajo, transcritas en muchas partes de este documento, seguramente el cataclismo hubiese sido formidable; pero se hubiesen hecho entonces las reformas que un siglo después apenas empezamos a implantar.

El problema agrario en sus relaciones con la creación del patrimonio de familia, con la lucha contra las tierras ociosas, con el sistema de peonaje y su intento de limitar la extensión de terrenos que puede poseer un ciudadano, está implícito en una de esas medidas.

La lucha contra el lujo y la molicie, motivos de decadencia de los pueblos y que hoy nos preocupan, fueron enunciados por Morelos con una visión muy clara.

Al referirse al tabaco, como al renglón principal con que cuenta Venegas para fomentar la guerra tan cruel, no desdeña la ocasión para decir que se docilite a los pueblos para que se acostumbren a privarse de este detestable vicio; y seguramente que más que contra el tabaco, tuvo ideas en contra del alcoholismo y todos los motivos de degeneración de la raza. Estaba muy lejos, según se desprende de otros documentos, de halagar la vanidad y el orgullo de las masas, considerándolas como poseedoras de una perfecta salud y organización; frecuentemente nos habla de la miseria, de la incultura y de la rapiña, como consecuencia del poco jornal y de las explotaciones a que estaban sujetos por la tiranía, por la esclavitud y por los tributos que iban a llenar las arcas de los opresores.

Una de las ideas aceptadas cuando sobreviene una guerra o una convulsión social, es la de que pueden ser tolerados y admisibles esos estragos con tal de que remedien los males existentes, y prevean una mejor acomodación de los elementos sociales, en tal forma, que el futuro del país y la felicidad de las generaciones venideras quede asegurado, evitando que se produzcan por los mismos motivos, sacudimientos semejantes.

Por lo mismo, aunque tremenda y arrolladora la táctica de Morelos, no vacilamos en afirmar: que si él la hubiese llevado a debido efecto, al establecer la autonomía nacional, se hubiera evitado la cadena interminable de cuartelazos, se hubiera desarmado a la casta privilegiada que hasta nuestros días sigue en pie, se hubiera moralizado la administración pública, se hubiera creado la conciencia colectiva y un bienestar modesto en las clases asalariadas, que habrían echado los cimientos de un país tranquilo y laborioso.

Como la mayoría de nuestros movimientos revolucionarios y sociales han abortado y se han resuelto por componendas y pactos, desde la Independencia hasta nuestros días, entre las partes contendientes, ha sucedido que los problemas recónditos de la organización social han continuado en el mismo punto y se han removido situaciones aparentes únicamente y se han renovado los hombres al frente de los gobiernos, pero dejando en pie las causas fundamentales de desequilibrio y de malestar económico, y de ahí sobreviene un caos, si no es que un círculo vicioso, dentro del que nos movemos desesperadamente, sin encontrar la fórmula adecuada de paz, de estabilidad y de trabajo.

Aunque no fuera muy válida la conjetura dentro del cuadro rigorista de los historiadores, podríamos afirmar que, una de las mayores desgracias de México, fue la de haber perdido, a la mitad de su carrera militar y política, al hombre representativo y mejor dotado de cuantos intervinieron en la lucha de Independencia; al que había penetrado en el alma de su raza y de su Patria, con la firme certeza del clarividente, y que comprendía la urgencia de una substitución de todo lo corrompido y apolillado, por un nuevo régimen, sencillo y humilde, si se quiere, pero basado en la justicia y en la equidad (Tomado de Primer centenario de la Constitución de 1824, Ediciones del Senado, México, 1924, págs. 10-17).


COMO ERA Y COMO PENSABA MORELOS

Retrato moral del héroe

Un antiguo soldado me contó un día lo siguiente:

- Tú me oyes decir muy a menudo: el señor Morelos, y ya me has preguntado por qué lo trato siempre con tanta sumisión y con tanto respeto. La magnitud dé ese héroe es tal, que he visto a muchos de los que le conocieron y acompañaron en los combates, quitarse el sombrero, en cada vez que pronunciaban su nombre.

Como militar era un genio; ya sabes que Calleja dijo que cuando creía habérselas con un cura, se sorprendió de encontrarse con un general en toda la acepción de la palabra.

Tú sabrás también que era tan amado de los mexicanos, que el día de su fusilamiento pusieron a las tropas sobre las armas, por miedo de una sublevación que habría sido terrible.

A la hora en que lo fusilaron; hubo un fuerte temblor de tierra, que dió margen a muchas consejas, y ese temblor hizo salir del vaso las aguas del lago de San Cristóbal y en su desbordamiento lavaron la sangre del héroe en el sitio en que cayó su cuerpo atravesado por las balas.

- ¡Dios no quiso -decían las gentes del pueblo- que nadie profanara, pisándola, aquella sangre tan noble y tan pura!

Como hombre de ideas levantadas, no tuvo rival en su tiempo.

Reunidos por su voluntad y a su llamado, los miembros del Congreso de Chilpancingo, un día el famoso don Andrés Quintana Roo le preguntó, con la franqueza que le era característica:

- ¿Qué ideas tiene usted acerca del gobierno que debemos dar a la Nación? ¿Qué principios vamos a dejar consignados en la Constitución que hemos de discutir dentro de breve tiempo?

- Señor licenciado -respondió el héroe-, yo soy un rústico y usted es un sapientísimo letrado, no puedo hablar de ciertos asuntos en presencia de quien tanto los conoce, pero creo un deber no reservarme mis ideas en las circunstancias en que nos encontramos y por eso, no por otra mira, contesto a su pregunta.

Soy el siervo de la Nación, porque ésta asume la más grande, legítima e inviolable de las soberanías; quiero que tenga un gobierno dimanado del pueblo y sostenido por el pueblo, que rompa todos los lazos que la sujetan y que acepte y considere a España como hermana y nunca como dominadora de América.

Quiero que hagamos la declaración de que no hay otra nobleza que la de la virtud, el saber, el patriotismo y la caridad; que todos somos iguales, pues del mismo origen procedemos; que no hay abolengos ni privilegios; que no es razonable ni humano, ni debido, que haya esclavos, pues el color de la cara no cambia el del corazón ni el del pensamiento; que se eduque a los hijos del labrador y del barretero como a los del más rico hacendado y dueño de minas, que todo el que se queje con justicia, tenga un tribunal que lo escuche, lo ampare y lo defienda contra el fuerte y el arbitrario; que se declare que lo nuestro ya es nuestro y para provecho de nuestros hijos; que tengamos una fe, una causa y una bandera bajo la cual todos juremos morir antes que ver nuestra tierra oprimida como lo está ahora, y que, cuando ya sea libre, estemos siempre listos para defender con nuestra sangre toda esa libertad preciosa; que ...

- No me diga más -dijo Quintana Roo, con los ojos llenos de lágrimas-, es usted muy grande, señor Morelos; en usted encarnan todas las ideas que han de ser más tarde la fuerza y la felicidad de la Patria; permítame usted que lo abrace para que si Dios me concede largos años de vida, pueda alguna vez decir a mis hijos: sean ustedes honrados, virtuosos y patriotas, para que puedan reclinar sus frentes sobre este pecho que está lleno de gloria, no porque es del sér que les dió la vida, sino porque hubo un momento en qUé se acercó en un supremo abrazo, al pecho que ha abrigado el corazón más grande, el alma más hermosa que Dios enviÓ a nuestra tierra: el corázóny el alma del grán Morelos!

El gran Morelos sólo respondió, modestamente:

- Usted me favorece mucho, señor licenciado: yo no soy más que un pobre rústico (Tomado de Memorias, reliquias y retratos, de Juan de Dios Peza).


Abolición del pago de tributos

Supremo acto de justicia del ilustre Caudillo, fueron los decretos aboliendo el pago de los tributos y la esclavitud. El primero de esos documentos, que mucho lo honran, dice:

El bachiller Dn. José María Morelos, Cura y Juez Eclesiástico de Carrasquaro, Teniente del Exmo. Sr. Dn. Miguel Hidalgo, Capitán Gral. de la América, etc.

Por el presente y a nombre de S. E. hago público y notorio a todos los moradores de esta América el establecimiento del nuevo gobierno por el qual a excepción de los Europeos todos los demás avisamos, no se nombran en calidades de Yndios, Mulatos, ni Casta, sino todos generalmente Americanos. Nadie pagará tributo, no habrá esclavos en lo sucesivo, y todos los que los tengan, sus amos serán castigados. No hay cajas de Comunidad, y los Indios percibirán las rentas de sus tierras como suyas propias en lo que son las tierras. Todo americano que deva cualquier cantidad a los Europeos no está obligado a pagársela; pero si al contrario deve el Europeo, pagará con todo rigor lo que deva al Americano. Todo reo se pondrá en Libertad con apercibimiento que el que delinquiere en el mismo delito, o en otro qualquiera que desdiga a la honradez de un hombre, será castigado. La pólvora no es contrabando y podrá Labrarla el que quiera. El estanco del tabaco y alcabalas seguirá por ahora para sostener tropas y otras muchas gracias que considera S. E. y concede para descanso de los Americanos. Que las Plazas y Empleos están entre nosotros, y no los pueden obtener los ultramarinos aunque estén indultados.

Quartel General del Aguacatillo, 17 de Noviembre de 1810.

José Ma. Morelos.


Abolición de la esclavitud

DoN JOSÉ MARÍA MORELOS, Siervo de la Nación y generalísimo de las armas de esta América Septentrional, por voto universal del pueblo, etc.

Porque debe alejarse de la América la esclavitud, y todo lo que a ella huela, mando a los intendentes de provincia y demás magistrados velen sobre que se pongan en libertad cuantos esclavos hayan quedado, y que los naturales que formen pueblos y Repúblicas, hagan sus elecciones libres, presididas del párroco y juez territorial, quienes no las coartarán a determinada persona, aunque pueda representar con prueba la ineptitud del electo a la superioridad que ha de aprobar la elección; previniendo a las Repúblicas y jueces no esclavicen a los hijos de los pueblos con servicios personales, que sólo deben a la nación y soberanía, y no al individuo como a tal, por lo que bastará dar un topil o alguacil al subdelegado u juez, y nada más, para el año, alternando este servicio los pueblos y hombres que tengan haciendas con doce sirvientes, sin distinción de castas que quedan abolidas. Y para que todo tenga su puntual y debido cumplimiento, mando que los intendentes circulen las copias necesarias, y que éstas se franqueen en mi secretaría a cuantos las pidan para instrucción y cumplimiento.

Dado en esta nueva ciudad de Chilpancingo, a cinco de Octubre de mil ochocientos trece.

José María Morelos.

Por mandato de S. A.,

Lic. José Sotero Castañeda, secretario.

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